Terra Alta. Leer a Victor Hugo en Cataluña con Javier Cercas.
Con su última novela, Javier Cercas, uno de los autores más destacados de la literatura española contemporánea, rompe con las narrativas históricas de las que se había especializado para revivir la pura escritura de ficción, uniendo así paradójicamente temas de actualidad en el ámbito político español.
El pasado 15 de diciembre un pequeño terremoto sacudió la literatura española. Ese día Javier Cercas ganó el premio Planeta con su décima obra narrativa : Terra Alta. Las razones de la sacudida eran tres. Por un lado, el galardón, con sus 601.000 euros, es el mejor dotado de la industria editorial hispana. Por otro, la operación supone el paso de uno de los autores estrella del grupo Penguin Random House – con un 18,7 % del mercado – a su principal competidor, Planeta – con un 20,2 %. Finalmente, y en lo estrictamente literario (si es que existe), el nuevo libro – una novela clásica de género negro ambientada en la Cataluña actual – significa el abandono por parte de su autor de la vía que lo llevó al éxito : la autoficción con base histórica. Al contrario que en la mayoría de los países europeos, en España los premios literarios los organizan las propias editoriales y se otorgan a textos inéditos. Lo que empezó siendo un medio de descubrir novelistas durante la larga posguerra franquista – el Planeta nació en 1952 – se ha terminado convirtiendo en una gigantesca operación de marketing a la que cada año todavía concurren, sorprendentemente, más de 500 originales y cuyo primer acto se desarrolla durante la fiesta que se celebra la noche misma del fallo : a ella acuden presidentes autonómicos de Cataluña, ministros del Gobierno central y hasta miembros de la Casa Real. Todo ayuda a la campaña de lanzamiento.
Hoy el premio Planeta es un imán que lo mismo atrae a autores de best sellers y presentadores de televisión que a escritores con plaza en la historia de la literatura. El fenómeno no es nuevo. En 1980, por ejemplo, quedó finalista uno de los narradores más exigentes de las letras españolas del siglo XX, el faulkneriano Juan Benet, que se aventuró a redactar un relato de intriga, El aire de un crimen, para demostrar a sus amigos que era capaz de escribir una novela “comprensible”. Reto parecido fue el que llevó a Manuel Vázquez Montalbán a crear al detective Pepe Carvalho. Un año antes que Benet y con la cuarta aventura de su héroe — Los mares del sur — Vázquez Montalbán se había adjudicado ya el famoso premio, en cuyo palmarés figuran hoy Jorge Semprún – con su primera obra en castellano : Autobiografía de Federico Sánchez (su alias durante los años de clandestinidad en el Partido Comunista) – o dos Nobel como Mario Vargas Llosa y Camilo José Cela 1– que lo ganó cuando ya tenía el de la Academia Sueca.
En cierto sentido, Terra Alta supone la vuelta de Javier Cercas a la ficción pura, es decir, la que marcó sus inicios como escritor con títulos como El móvil, El inquilino o El vientre de la ballena, que se movían entre la intriga como motor de la acción y el humor soterrado de la novela de campus – Cercas es profesor en la Universidad de Girona – como combustible para hacerla avanzar. Todo cambió en 2001. Ese año publicó Soldados de Salamina, una autoficción que se mueve entre la Guerra Civil y el presente para averiguar por qué un soldado republicano dejó con vida a un jerarca fascista al que tenía que fusilar. Aunque la contienda de 1936 a 1939 nunca ha dejado de estar presente en la narrativa española, ese “relato real” se convirtió en un fenómeno que trascendió lo literario para insertarse en los debates sobre la memoria histórica que desde entonces agitan la política en España. Libros con mayores o menores dosis de ficción como Anatomía de un instante o El impostor inciden en esa vía. También su última obra hasta ahora, El monarca de las sombras, una indagación en la muerte de un tío abuelo del propio escritor muerto cuando participaba desde el bando franquista en el episodio militar más sangriento de la Guerra Civil : la batalla del Ebro, que tuvo lugar entre julio y noviembre de 1938 en la comarca catalana de la Terra Alta, un enclave de la provincia de Tarragona cercano a Aragón.
A esas tierras ha vuelto Javier Cercas para situar su nueva obra. “Aquí, más tarde o más temprano, todo se explica por la guerra”, le dice su futura esposa al protagonista cuando acaba de conocerla. El protagonista es Melchor, un policía autonómico catalán – mosso d’esquadra – destinado en el pueblo de Gandesa. Pese a su condición de expresidiario lumpen hijo de una prostituta, ha llegado allí convertido en un héroe secreto y en un discreto pero voraz lector. Lo primero – héroe – porque el narrador da su nombre a un agente real cuya identidad todavía se desconoce públicamente : el que mató en Cambrils a cuatro de los terroristas que participaron en agosto de 2017 en el atentado islamista de La Rambla de Barcelona. Lo segundo – lector – porque durante su estancia en la cárcel por delito de narcotráfico, Melchor descubrió un libro que al instante se convirtió para él en “un vademécum vital o filosófico, en un libro oracular o sapiencial o en un objeto de reflexión al que dar vueltas como un calidoscopio” : Los miserables. “Este libro habla de mí”, dirá de la novela de Victor Hugo el personaje de Cercas, que bautizará como Cosette a su única hija. Lo dice dos veces. En Terra Alta, de hecho, muchas cosas se dicen dos veces : por las dos vidas de Melchor, por su paralelismo con Jean Valjean (“un joven estúpido”) y el Señor Magdalena (“un viejo inteligente”) y por las reflexiones de varios de los personajes. Así, el Javert de Hugo es para Melchor “un falso malo”, o lo que es lo mismo, “un verdadero bueno”. Razonamiento que, recurriendo a una figura tan habitual en Cercas como el quiasmo, lleva a la conclusión de que “los falsos buenos son los verdaderos malos”.
La obra de Javier Cercas es una perpetua reflexión sobre la frontera entre conceptos como la verdad y la ficción, la memoria y la historia, el heroísmo y la traición. En Terra Alta el foco se centra en la relación entre justicia e injusticia. “Hacer justicia es bueno”, dirá el subinspector Barrera, uno de los superiores del protagonista. “Para eso nos hicimos policías. Pero lo bueno llevado al extremo se convierte en malo. Eso he aprendido en estos años. Y también otra cosa. Que la justicia no es sólo cuestión de fondo. Sobre todo, es cuestión de forma. Así que no respetar las formas de la justicia es lo mismo que no respetar la justicia”. Dos líneas más adelante concluye : “La justicia absoluta puede ser la más absoluta de las injusticia”
Esa misma controversia entre fondo y forma, justicia e injusticia se desliza en un tema apenas apuntado en Terra Alta pero muy presente en la actualidad en la que aparece la obra : el proceso independentista en Cataluña. Javier Cercas nació en 1962 en Ibahernando, un pueblo de la provincia de Cáceres a casi mil kilómetros de Girona, la ciudad a la que emigró su familia cuando él era apenas un adolescente. Allí terminó convirtiéndose en profesor universitario tras un periodo en Estados Unidos y allí se fraguó como escritor en castellano pese a que en algún momento pensó optar por el catalán como lengua literaria (es un autor bilingüe que durante algún tiempo alternó su propia escritura con traducciones de escritores como Valentí Puig o Quim Monzó). En sus artículos quincenales en el diario El País Cercas ha criticado con dureza la deriva soberanista alentada por un Gobierno autonómico que predica la independencia pese a que, según sus propias encuestas, la mayoría de la población de Cataluña es contraria a la secesión. El procés no es un acontecimiento medular en la acción de Terra Alta, pero no deja de aparecer. Y con contundencia. Cuando el narrador describe el ambiente en la comisaría de Gandesa, aprovecha para referirse a ello : “En cuanto a sus compañeros, casi en seguida sintió que formaban un núcleo más compacto que el de Nou Barris [en Barcelona], donde cada uno iba bastante a su aire. El sentimiento resultó ser exacto, como demostró el hecho de que el grupo ni siquiera se agrietada en los días anteriores y posteriores al referéndum independentista del 1 de octubre [de 2017], poco después de su llegada a la Terra Alta, cuando el Tribunal Constitucional suspendió la consulta, los jueces ordenaron a los Mossos d’Esquadra que impidieran la votación y, presionados por los políticos independentistas que habían convocado el plebiscito ilegal desde el gobierno autónomo, los mandos del cuerpo dieron a sus subordinados instrucciones soterradas pero suficientes de que no obedecieran a los jueces, o no demasiado, o no del todo. Esta discrepancia entre las órdenes explicitas de la judicatura y las órdenes implícitas de los mandos provocó tensiones en casi todas las comisarías del cuerpo ; también en la de la Terra Alta”.
La tensión entre lo explícito y lo implícito, entre el poder de la minoría gobernante en Cataluña y la voluntad de la mayoría ciudadana, entre la ley, la justicia y la democracia, se encarna en el personaje del sargento Blai, cuyas ideas nacionalistas conocemos desde el primer momento. “Yo soy independentista”, dirá, “desde que mi madre me parió, no como esta panda de conversos que nos gobierna y que nos dejarán en la estaca en cuanto puedan. Pero antes que independentista soy policía, y los policías estamos para cumplir la ley, o sea para hacer lo que digan los jueces, no lo que nos salga de los cojones. Y si los putos jueces me ordenan que cierre los colegios [electorales], yo me pongo en primer tiempo de saludo, me meto mi independentismo por el culo, cierro los colegios y en paz. ¿Ha quedado claro ?”. Curiosamente, Terra Alta ha llegado a las librerías españolas en un momento en que nada está claro respecto al futuro de Cataluña, del resto de España o de Europa misma. Ni siquiera respecto al futuro de la literatura tal y como la conocíamos.