Como Sísifo, condenado por los dioses a empujar una roca que caía eternamente, los europeos se han embarcado en un proceso de ampliación de la Unión Europea que a menudo se percibe como interminable y frustrante. El Reino Unido tardó trece años en adherirse a la Comunidad Europea en 1973, sin que las disputas iniciales se hubieran resuelto del todo, lo que explica en parte el Brexit de 2016. Del mismo modo, los países que salieron del yugo comunista no fueron acogidos en la Unión hasta 2004, tras una década de negociaciones, sin que los prejuicios contra ellos se hubieran calmado.
Pero la admisión de nuevos miembros es también una oportunidad para ampliar la dinámica de la Unión Europea y acercarse a vecinos que en el pasado pudieron ser enemigos. Sobre todo, este proceso forma parte de la propia identidad de la integración europea, que se basa en un acercamiento voluntario de los Estados y los pueblos, sin que esto último se defina con precisión en los Tratados fundacionales. La ampliación es consustancial a una Unión cuyas fronteras son lábiles. Los acontecimientos actuales han vuelto a poner la ampliación en el orden del día con la aceptación de Ucrania y Moldavia como países candidatos el 23 de junio de 2022, a raíz del conflicto ruso-ucraniano, lo que eleva a ocho el número de países candidatos. El Presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, prevé la ampliación en 2030, una perspectiva recogida en el informe franco-alemán del «Grupo de los 12» encargado por los gobiernos francés y alemán precisamente para adaptar las instituciones a esta Europa de los 351.
Una ampliación continua
El proceso es frustrante porque es exigente. El modelo de Unión Europea que surgió con la Declaración Schuman de 9 de mayo de 1950 era el de una Europa pequeña y parcialmente federal. El texto fue redactado por Jean Monnet y su equipo del Commissariat Général au Plan en torno a la idea de una mayor interdependencia entre las naciones, que hacía necesario compartir la soberanía mediante la creación de autoridades supranacionales. La Comunidad, y más tarde la Unión Europea, funcionaban pues sobre la base de una combinación de soberanía nacional e instituciones federales, encarnadas por la Comisión, el Parlamento y el Tribunal de Justicia. Este ambicioso modelo institucional sólo era adecuado para las democracias liberales dispuestas a poner en común su soberanía en determinados ámbitos. Por ello, en un primer momento, sólo implicó a seis países, unidos por el deseo de transformar sus relaciones tras el trauma de dos guerras mundiales, y reunidos por una larga interdependencia económica: Francia, Alemania, Italia y los tres países del Benelux, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos.
Pronto empezaron a llegar solicitudes de participación. Ya en 1961, el Reino Unido solicitó su adhesión. Tras dos rechazos franceses de los británicos, en 1973 se produjo la primera ampliación de la Comunidad hacia el norte (Dinamarca, Irlanda, Reino Unido). Las ampliaciones posteriores se debieron al retorno a la democracia y a factores geopolíticos: las antiguas dictaduras del Sur se adhirieron en 1981 (Grecia) y 1986 (España, Portugal), los neutrales al final de la Guerra Fría (Austria, Finlandia, Suecia, pero no Suiza), en 1995, luego, tras un proceso de construcción de una democracia liberal capitalista, trece países del antiguo bloque soviético en tres etapas (sin contar la antigua RDA, reunificada con Alemania a partir de 1990), diez en el big bang de 2004, Rumanía y Bulgaria en 2007, luego Croacia en 2013. Sólo el Brexit, votado en 2016 y efectivo a partir de 2020, invirtió el proceso, sin romperlo.
La dinámica de ampliación se extiende incluso más allá de las fronteras de la Unión, con Noruega, Islandia y Liechtenstein participando en el mercado único a través del Espacio Económico Europeo (EEE). Junto con Suiza, estos tres países también forman parte del espacio Schengen. Turquía forma una unión aduanera con la Unión Europea. Sólo el Reino Unido ha abandonado el mercado único, pero debe aceptar la mayor parte de su legislación, sobre todo en Irlanda del Norte para preservar la libre circulación con la República de Irlanda. A los productores británicos les interesa evitar una divergencia demasiado grande con la Unión, que sigue siendo su mayor mercado (42% de las exportaciones británicas en 2021).
Más allá del Brexit, ocho países han sido declarados candidatos a la ampliación, cinco en los Balcanes Occidentales (Albania, Bosnia-Herzegovina, Montenegro, Macedonia del Norte y Serbia), dos como consecuencia del conflicto entre Rusia y Ucrania en junio de 2022 (Ucrania y Moldavia), y uno cuyo procedimiento está en suspenso, Turquía. Los dos últimos países de la lista son Georgia y Kosovo. Por último, si este proceso llega a su fin, disminuirá la sinécdoque europea, es decir, la confusión entre la Unión y el continente europeo en sentido geográfico.
Las fronteras del proceso de ampliación son maleables, ¡aunque la Unión Europea no sea Eurovisión, que se extendió hasta Israel e incluso hasta Australia en algunos años! En el Sur, la frontera es clara: cuando Marruecos presentó su candidatura en 1984, fue rechazada en 1987. Cuando Argelia intentó seguir asociada a algunas instituciones comunitarias tras su independencia en 1962, no lo consiguió, aunque París mantuvo cierta ambigüedad durante algunos años para influir en las negociaciones bilaterales posteriores a la independencia2. En el Este, sin embargo, la línea divisoria es más indecisa, como demuestran los casos de Turquía y Ucrania. Durante mucho tiempo, la ampliación a Ucrania fue impensable, mientras que la inclusión de Turquía parecía más realista, tras la conclusión de la unión aduanera en 1995 y la apertura de las negociaciones de adhesión en 2005. La deriva autoritaria de Turquía desde 2013 y el reciente conflicto ruso-ucraniano han cambiado la situación.
El 4 de octubre, al margen de la Cumbre de la Comunidad Política Europea en Granada, organizamos un acto especial en la Universidad de Granada, en el Palacio de la Madraza, en el que participarán Olga Stefanishyna, Viceprimera Ministra ucraniana responsable de la Ampliación, los escritores Anna Bosch, Javier Cercas y Lea Ypi, y José Manuel Albares, Ministro español de Asuntos Exteriores.
Una oportunidad de influencia
Aunque la ampliación es inevitable, también es una oportunidad para sus miembros. Refleja el atractivo magnético de una organización original, considerada capaz de generar bienes comunes –la paz, por supuesto, pero también la libertad, la prosperidad y la solidaridad, según los actores y las épocas–. Para los miembros de la Unión, la ampliación les confiere una influencia considerable sobre los países candidatos, que están obligados a adoptar todas las normas comunitarias, tanto técnicas como políticas. La perspectiva de la ampliación ha anclado así la transición de las antiguas dictaduras a la democracia liberal, ya sea en el Sur (Portugal, España, Grecia) o en el Este (en los antiguos satélites de Moscú). También ha abierto los mercados de estos países a las empresas de la Unión, a veces con el beneplácito de las élites de los países de acogida. El Presidente checo Vaclav Havel dijo en 1991: «Necesitamos la inversión extranjera porque también nos aporta seguridad. Tener aquí a un francés o a un inglés con su fábrica es como tener una división de tropas»3. El establecimiento de empresas europeas completaba así la garantía de seguridad frente a Rusia.
Una vez que los recién llegados han entrado en su club, pueden dinamizarlo. Incluso el Reino Unido se puso manos a la obra en este sentido, primero asegurando el lanzamiento de la política regional en 1975 bajo el gobierno laborista, luego apoyando el mercado único bajo el gobierno de Margaret Thatcher, aunque ella lo considerara insuficientemente liberal. Londres también modificó el funcionamiento de la función pública, reforzando los derechos de la defensa en materia de competencia y reformando los concursos de contratación con la reforma Kinnock de 2000. La ampliación al Sur y luego al Este obligó a la Unión a reforzar la política regional, que se convirtió en política de cohesión con un presupuesto mayor. La ampliación hacia el Norte favoreció el desarrollo de las políticas medioambientales.
En el exterior, la ampliación de la Unión es también una palanca de poder. La admisión del Reino Unido en 1973 amplió considerablemente la política de asociación de la Comunidad, que hasta entonces se limitaba al África francófona en virtud del Convenio de Yaundé de 1963. En 1975 se firmó el Convenio de Lomé entre la Comunidad Europea y 46 países francófonos y anglófonos de África, el Caribe y el Pacífico (conocidos como «ACP»). A escala mundial, las sucesivas ampliaciones han permitido a la Unión mantener su cuota de la población mundial en torno al 6%, y de la riqueza mundial (PIB) en un 15-20% entre 1950 y la actualidad (en torno al 16% en 2022 tras la salida del Reino Unido de la Unión)4.
¿Europa carolingia o zona de libre comercio?
Sin embargo, también se teme la ampliación porque reduciría la Unión al estatus de zona de libre comercio. Este temor es particularmente frecuente en Francia, país apegado al potencial social e industrial de la Unión, e incluso a la emergencia de una Europa poderosa en términos diplomáticos y militares. Sin embargo, es más difícil compartir las preferencias francesas en este ámbito en una Europa de 27 que en una Europa de 6 miembros. Además, Francia estuvo geográficamente en el corazón de Europa desde 1950, cuando se inició el proceso con seis miembros, hasta la ampliación al Este en 2004. Esta última situó claramente a Alemania en el centro del continente. Aunque no hay que sobrestimar el determinismo geográfico, la intensidad de los intercambios sigue estando ampliamente correlacionada con la proximidad geográfica. La escala ideal para los franceses fue durante mucho tiempo la Europa de los Seis en los años sesenta, luego la Europa de los Once prevista en los años ochenta, es decir, la de los Doce de 1986 (tras la ampliación ibérica), menos Gran Bretaña5. Del mismo modo, cuando influyentes promotores de la causa europea en Francia se pronunciaron en contra de la adhesión de Turquía a la Unión, fue para alejar el espectro de una «zona de libre comercio común a Europa y Oriente Medio», como dijo Valéry Giscard d’Estaing, o de una «vaga entidad geopolítica de contornos inciertos [y] mercantiles», como dijo Sylvie Goulard6.
El apego a la Europa carolingia, que también se extendía al norte de España, no es del todo infundado. Aunque el legado del emperador es limitado en términos materiales, en términos simbólicos sigue siendo una figura clave en la historia de los Seis, y la concesión del Premio Carlomagno por la ciudad de Aquisgrán a eminentes constructores de Europa perpetúa este recuerdo. Además, esta zona está marcada por las interdependencias económicas nacidas de la Revolución Industrial. Éstas se reflejaron en ciertos circuitos y cárteles comerciales a finales del siglo XIX y en el periodo de entreguerras, en los que, por el contrario, Gran Bretaña ocupó a menudo una posición periférica7. Los Seis fueron también protagonistas y escenarios de violencia durante las dos guerras mundiales8. En noviembre de 1946, cuando un famoso europeísta, el Conde de Coudenhove-Kalergi, envió una encuesta a 4.300 parlamentarios de Europa Occidental, obtuvo las respuestas más favorables a la integración europea de los Seis, y mucho menos del Reino Unido y Escandinavia9.
El fantasma de una zona de libre comercio ha perseguido constantemente a los partidarios de una Europa integrada. No había nada inevitable en organizar el continente en torno a un mercado regulado, y el modelo de zona de libre comercio podría haber prevalecido. En 1956-1958 se negociaron las dos Europas, por un lado con la Comunidad Económica Europea de los Seis, organizada en torno a un liberalismo regulado mezclado con consideraciones sociales y de poder, y por otro con la Zona de Libre Comercio de los Diecisiete, promovida por los británicos, que abarcaba toda Europa Occidental y era estrictamente comercial. Fue necesaria la autoridad de Charles de Gaulle para rechazar esta última e imponer el Mercado Común como estructura organizativa dominante del continente, quizá más allá de lo que el General había previsto. Posteriormente, los dirigentes británicos más neoliberales, como John Major (1990-1997), retomaron constantemente este proyecto de organizar el continente en torno a una vasta zona de libre comercio mediante una rápida ampliación, diluyendo el potencial social e industrial demostrado por el francés Jacques Delors cuando era Presidente de la Comisión (1985-1995)10. Del mismo modo, la ampliación de la Unión ha ido a menudo precedida de una ampliación de la OTAN –tanto para España como para los países de Europa Central y Oriental– que ha confinado a la primera a un papel secundario en términos diplomáticos y militares.
Sin embargo, esta pequeña Europa francesa sigue siendo en gran medida una fantasía. De Gaulle pensó que dominaría la Europa de los Seis en los años sesenta, pero sus socios rechazaron sus planes para el Plan Fouchet, que equivalía a europeizar la diplomacia de los Seis bajo un liderazgo francés implícito. Es cierto que Francia fue probablemente el país más influyente en la Europa de los sesenta, pero no pudo modelar la Comunidad a su antojo. En los años ochenta, Francia vio en el Sur de Europa un aliado natural, pero Grecia se opuso sistemáticamente durante mucho tiempo, Italia desempeñó un papel más atlantista, España desafió los planes franceses de una Europa social para preservar su competitividad, mientras que Portugal se mantuvo fiel a su tropismo británico, cimentado por una de las alianzas bilaterales ininterrumpidas más antiguas, concluida entre Lisboa y Londres en 1373.
Digerir la ampliación al Este para reunificar Europa
La ampliación al Este a partir de 2004 fue muy contestada en Francia. París intentó retrasar el proceso todo lo posible. En 1990-1991, movido por el temor al desorden europeo una vez que las tropas estadounidenses se hubieran marchado, François Mitterrand lanzó un proyecto para crear una «confederación europea» que habría reunido a todos los países europeos, incluida la URSS, sin Estados Unidos11. El presidente francés promovió el proyecto ante su homólogo checo, Vaclav Havel, que aceptó organizar una «Conferencia» en Praga en 1991. Sin embargo, cuando François Mitterrand declaró en Praga que el proceso de adhesión de los países de Europa Central y Oriental podría llevar «decenas y decenas de años» y corría el riesgo de transformar la Comunidad en una zona de libre comercio, muchos dirigentes se dieron cuenta de que esta Confederación corría el riesgo de convertirse en una alternativa a la ampliación. El proyecto fracasó pronto.
Una vez acordada la ampliación en 2004, los responsables franceses tuvieron dificultades para integrarla en su modus operandi12. Además, la integración en la Unión de diez países más pobres, a menudo neoliberales, minó las perspectivas de una Europa social e industrial. Se produjo en un momento en que algunos Comisarios europeos profesaban un celo neoliberal mesiánico, como Frits Bolkestein, que prometió una amplia liberalización de la prestación de servicios gracias a la directiva que lleva su nombre13. La combinación de todo ello tuvo un efecto desastroso, ya que la ampliación hacia el Este generó el temor del fontanero polaco, denunciado tanto en Francia como en algunos de sus vecinos. Del mismo modo, la directiva de 1996 sobre los trabajadores desplazados se volvió problemática cuando la reserva de trabajadores móviles mal pagados se amplió considerablemente. Francia obtuvo una revisión de la directiva en 2018, aliándose con algunos países de Europa Central y Oriental, lo que demuestra un efecto de aprendizaje en el funcionamiento de una Europa ampliada.
Los países de Europa Central y Oriental también fueron laboratorios de formas extremas de neoliberalismo, como los impuestos no progresivos (flat tax), la privatización de los sistemas de pensiones y el monetarismo punitivo de austeridad14. A la inversa, ciertos recortes de las prestaciones sociales, como la reducción del subsidio de desempleo alemán en el marco de las leyes Hartz de 2003-5, se inspiraron en parte en la competencia salarial provocada por esta ampliación15.
En el plano político, se critica la ampliación por haber hecho excesivamente complejo el proceso de toma de decisiones al duplicar el número de miembros. Los europeístas lamentan el apego de estos países a la lógica intergubernamental y su rechazo a la inmigración no europea. Por último, pero no por ello menos importante, los ataques más graves contra el Estado de Derecho han venido de esta zona, de Hungría desde 2010 y de Polonia desde 201516.
Los países de Europa Central y Oriental reprochan a los países occidentales haberles impuesto una transición brutal al neoliberalismo y dominar la Unión. De hecho, un reciente estudio sobre la distribución de las distintas nacionalidades en las instituciones europeas confirma que los países de Europa Central y Oriental están infrarrepresentados17. La asociación franco-alemana puede haber perdido parte de su brillo, pero sigue desempeñando un papel decisivo a la hora de alcanzar compromisos importantes.
Por el contrario, un enfoque más positivo de la ampliación hacia el Este no la ve como una limosna, sino como la reunificación de Europa. El historiador y líder político polaco Bronislaw Geremek ya promovió esta expresión en 2004 para definir este proceso de reencuentro con países que siempre han formado parte del espacio europeo. El propio término «Europa del Este» relega a esta zona a la condición de eterno satélite de Rusia, mientras que la mayoría de los países que se unieron a Europa en 2004 están situados geográficamente en su centro, de ahí su denominación oficial de «Países de Europa Central y Oriental». En 1983, el escritor checo Milan Kundera describió la Europa al este del Telón de Acero como un «Occidente secuestrado por la URSS», al que la violencia soviética impedía llegar a su hogar natural18. Más allá de esta expresión tantas veces citada, da su definición de la especificidad de esta zona: «¿Qué es Europa Central? La zona incierta de pequeñas naciones entre Rusia y Alemania. […] Una pequeña nación es aquella cuya existencia puede ponerse en entredicho en cualquier momento, que puede desaparecer y que lo sabe. Los franceses, los rusos y los ingleses no tienen la costumbre de cuestionar la supervivencia de su nación. Sus himnos sólo hablan de grandeza y eternidad. Sin embargo, el himno polaco comienza con la frase: «Polonia aún no ha perecido…» […].» Esto explica el apego de los nuevos miembros al enfoque intergubernamental y su reticencia a poner en común sus políticas migratorias, especialmente en un contexto de declive demográfico.
El telón de acero hizo añicos una unidad cultural de larga data. Incluso Francia tenía relaciones de larga data con esta zona, en particular con Polonia –Enrique III fue elegido Rey de Polonia antes de llevar la corona francesa, y Luis XV se casó con la hija del Rey de Polonia–. La alianza franco-polaca de 1919 desencadenó una oleada de emigración que aún se manifiesta en los apellidos de muchos franceses del norte del país. Pero también la República Checa –la universidad más antigua de la región, en Praga, fue fundada por Carlos IV de Luxemburgo, educado en la corte francesa– y Rumanía, país de lengua latina. Incluso durante la Guerra Fría, la construcción europea no ignoró la relación Este-Oeste. Un historiador reveló recientemente que los servicios secretos polacos intentaron incluso infiltrarse en el Colegio de Brujas, pero que los candidatos seleccionados no superaron el examen de ingreso19.
Por último, las recientes crisis de la Unión, con la excepción del Estado de Derecho, no proceden de estos nuevos europeos: la crisis del euro, la llamada crisis «migratoria», el Brexit, el Covid-19, la guerra en Ucrania. Al contrario, este último conflicto demuestra que estos países pueden convertirse en el motor de la Unión. Económicamente, estos países muestran un dinamismo sostenido y siguen convergiendo con la media europea.
La guerra en Ucrania y la clarificación de las fronteras
La guerra en Ucrania es una oportunidad para clarificar las fronteras de la Unión, poniendo así una perspectiva de fin a la ampliación. En Occidente, el Brexit había creado una nueva e incierta frontera para la Unión, ya que inicialmente parecía posible renegociarla, bien mediante un nuevo referéndum, bien mediante un acuerdo que preservara una relación muy estrecha con la Unión (el «Brexit blando»). Al final, el Brexit duro que surgió fijó esa frontera en piedra. La guerra ruso-ucraniana, al facilitar una reconciliación entre Londres y el continente, demuestra que el Reino Unido puede seguir siendo un socio fiable y eficaz sin estar en la Unión. Fue este conflicto el que impulsó al presidente francés Emmanuel Macron a lanzar el proyecto de Comunidad Política Europea el 9 de mayo de 2022. Este foro de 47 países podría proporcionar un marco para estabilizar la relación de la Unión con sus socios de Europa Occidental que no desean unirse a ella, el Reino Unido, Noruega y Suiza. A diferencia del proyecto Mitterrand de Confederación Europea, excluye a Rusia y no se concibe como alternativa a la ampliación de la Unión hacia el Este. Por otra parte, el informe franco-alemán del «Grupo de los 12» habla de un continente organizado en cuatro círculos concéntricos, con la zona euro, muy integrada, en el centro, la Unión, los países asociados y, más allá, la Comunidad Política Europea20.
En el Este, la movilización militar de la Unión contra Rusia, su exclusión del Consejo de Europa y el hecho de que incluso un país neutral como Suiza participe en las sanciones contra Moscú demuestran que la frontera de Europa discurre ahora claramente entre Ucrania y Rusia. En su famoso libro de 1923 «Pan-Europe», Richard de Coudenhove-Kalergi veía el expansionismo ruso como una constante, que obligaba a Europa a unirse si no quería convertirse en rusa, como podría haber hecho en 1915 si Nicolás II hubiera ganado, y en 1917-1918 si la revolución marxista hubiera triunfado en Alemania. En su opinión, este peligro ruso era una continuación de las invasiones asiáticas de Atila y Gengis Kan21. Este enfoque cultural también lo adopta el historiador polaco Dariusz Kołodziejczyk, que considera que Europa Central y Oriental, incluidas las zonas que en su día formaron parte de la URSS, como los países bálticos, Bielorrusia y Ucrania, se distingue de Rusia por la influencia del cristianismo latino, incluso en las zonas ortodoxas22. El rumano, por ejemplo, sustituyó el alfabeto cirílico por el latino en el siglo XIX. También revela la antigua influencia de los estados alemán, polaco y húngaro, visible en el asentamiento de poblaciones de estos tres Estados por toda la región. Por supuesto, también hay muchos indicios de que Rusia pertenece al espacio cultural europeo, pero la guerra ruso-ucraniana tiende a eufemizarlos.
En el frente diplomático, este conflicto marca el final del intento de integrar a Rusia en un orden mundial occidental posterior a la guerra fría, ya que Moscú se había irritado con la ampliación de la OTAN y el abandono de la «Asociación para la Paz», que en su día había propuesto el Presidente Clinton como alternativa a la ampliación de la Alianza, pero que parecía ilusoria a medida que se deterioraba la situación rusa23.
Aunque Rusia ya no es una potencia ideológica como la URSS, su modelo autoritario y antiliberal atrae a la extrema derecha occidental y despierta cierto interés entre una franja de la extrema izquierda. La guerra ruso-ucraniana le ha llevado a estrechar lazos con sus socios no occidentales: China y Corea del Norte de forma espectacular, India más discretamente a través de sus compras de hidrocarburos rusos.
En el Sur, la solidaridad europea hacia los emigrantes ucranianos contrasta con las tensiones provocadas por la llegada de emigrantes no europeos procedentes de África y Asia. Es cierto que la situación no es estrictamente idéntica, ya que la mayoría de los refugiados ucranianos son mujeres con niños, pero, lo deploremos o no, una forma de apego identitario se manifiesta aquí de forma preferente con los ucranianos. La Unión les concedió rápidamente protección temporal con derechos de circulación, trabajo y acceso a prestaciones sociales, así como financiación nacional y comunitaria.
En el sudeste, la línea divisoria entre Turquía y la Unión es cada vez más clara: aunque Turquía sigue siendo candidata a la adhesión a la Unión y uno de los pilares de la OTAN, su neutralidad en el conflicto ruso-ucraniano la acerca claramente al Sur Global y la aleja de Occidente. Ankara suministra armas tanto a Kiev como a Moscú. Su imparcialidad le permitió garantizar un acuerdo sobre cereales entre los dos beligerantes en julio de 2022. Turquía aparece así como lo que es: un antiguo imperio egocéntrico, un mundo propio, como Rusia o China.
Sin embargo, esta clarificación de las fronteras de la ampliación no significa que el proceso vaya a detenerse pronto. La admisión de Ucrania y Moldavia como candidatos a la ampliación no significa en absoluto que esta vaya a ser rápida, ni siquiera efectiva. Desde 2014, Ucrania se beneficia de un acuerdo de libre comercio con la Unión (la Zona de Libre Comercio Amplia y Profunda, DCFTA, por sus siglas en inglés) que ha contribuido a reorientar su comercio de Este a Oeste, acercando a Kiev y Bruselas sin abrir la puerta a la ampliación24. En 2016, un referéndum celebrado en los Países Bajos rechazó este acuerdo, lo que obligó a Bruselas a conceder a La Haya una declaración interpretativa del acuerdo, insistiendo en que no daba automáticamente acceso a una ayuda significativa ni al estatus de candidato a la ampliación y la asistencia. En consecuencia, la admisión de Ucrania en la Unión sólo era una perspectiva muy lejana antes de 2022, y sigue dependiendo de la reconstrucción de un país democrático, liberal y poco corrupto.
Por último, Europa se revela a través de la ampliación. Este largo y agotador proceso es salvador, tanto para la propia Unión como para sus vecinos. Está empujando a los europeos a definirse a sí mismos. Como aconsejaba Albert Camus: «debemos imaginarnos a Sísifo feliz».
Notas al pie
- Report of the Franco-German working group on EU Institutional reform, Sailing on High Seas : Reforming and Enlarging the EU for the 21st Century, Paris-Berlin, 18 September 2023.
- Megan Brown, The Seventh Member State. Algeria, France and the European Community, Cambridge (Mass.), Harvard University Press, 2022.
- « We need foreign investment because it also gives us security. Having a Frenchman or an Englishman here with his factory is like having a division of troops ». Cité in : Vera Šćepanović, “National interests and foreign direct investment in East Central Europe after 1989”, in Stefan Berger, Thomas Fetzer (éd.), Nations and Nationalism in Economic Perspective, Budapest, Central European University, 2019, pp. 209-236.
- Sylvain Kahn, Histoire de la construction de l’Europe depuis 1945, Paris, PUF, 2021.
- Varios responsables franceses previeron explícitamente esta escala de cooperación: Laurent Warlouzet, Europe contre Europe. Entre liberté, solidarité et puissance, París, Cnrs éditions, 2022, p. 65.
- En 2002, el ex Presidente francés declaró que «Turquía es un país cercano a Europa, un país importante con una verdadera élite, pero no es un país europeo. Su capital no está en Europa, el 95% de su población vive fuera de Europa, no es un país europeo». Su inclusión en la Unión la transformaría en «una especie de zona de libre comercio común a Europa y Oriente Próximo»; citado en «Pour ou contre l’adhésion de la Turquie à l’Union européenne», Le Monde, 8 de noviembre de 2002; Sylvie Goulard, Le Grand Turc et la République de Venise, París, Fayard, 2004.
- Wolfram Kaiser, Johan Schot, Writing the rules for Europe: Experts, cartels, and international organizations, Basingstoke, PalgraveMacmillan, 2014; desde el siglo XIX el comercio británico era más global y menos europeo que el de sus socios: Yaman Kouli, Léonard Laborie, The Politics and Policies of European Economic Integration, Londres, Palgrave Macmillan, 2022.
- A excepción de los Países Bajos, que no participaron en la Primera Guerra Mundial.
- Kiran Klaus Patel, Projekt Europa. Eine kritische Geschichte, Munich, C.H. Beck, 2018, pp ; 156-7 [publicado en inglés: Kiran Klaus Patel, Project Europe. A History, Cambridge, Cambridge University Press, 2020]
- Perry Anderson, The New Old World, Verso Editions, 2009, p. 39.
- Sobre este proyecto: Frédéric Bozo, Mitterrand, la fin de la Guerre froide et l’unification allemande, Paris, Odile Jacob, 2005, pp. 344-361.
- Christian Lequesne, La France dans la nouvelle Europe. Assumer le changement d’échelle, Paris, Presses de Sciences Po, 2008.
- Amandine Crespy, Qui a peur de Bolkestein ? : conflit, résistances et démocratie dans l’Union européenne, Paris, Economica, 2012.
- Ferenc Laczo and Vera Scepanovic, “Eastern Europe in the history of European integration : From the periphery to the centre ?”, in Brigitte Leucht, Katja Seidel, Laurent Warlouzet (eds), Reinventing Europe. The History of the European Union, 1945 to the Present, London, Bloomsbury, 2023, pp. 281-298.
- Philipp Ther, Europe since 1989. A History, Princeton, Princeton UP, 2016.
- Para una perspectiva más amplia de los ataques al Estado de Derecho en Europa Central y Oriental, incluidos los casos rumano, búlgaro, checo y eslovaco, véanse: Ramona Coman, «How authoritarianism has gained ground in Central Europe», The Conversation, 7 de diciembre de 2020; Ramona Coman & Clara Volintiru, «Anti-liberal ideas and institutional change in Central and Eastern Europe», European Politics and Society, 24:1, 2023, pp. 5-21.
- L. Drounau « Geographical Representation in EU Leadership Observatory 2021 of European Democracy Consulting ».
- Milan Kundera, « Un Occident kidnappé : ou la tragédie de l’’Europe centrale », Le Débat, 5, 1983, pp. 3-23. Véase también: Paul Gradvohl, Antoine Marès, « Enjeux historiques de l’approche de l’Europe médiane », in Monde(s), 14, 2018, pp. 7-30.
- Aleksandra Komornicka (2020), « The Unity of Europe is inevitable » : Poland and the European Economic Community in the 1970s, Cold War History, 20:4, p. 483-501.
- Report of the Franco-German working group on EU Institutional reform, Sailing on High Seas, op. cit., p. 35.
- Richard de Coudenhove-Kalergi, Pan-Europe, reeditado por Cent-Mille Milliards (París) en 2022 con un prefacio de Michel Barnier, p. 92-94.
- Dariusz Kołodziejczyk, « Central-Eastern Europe in the Global Context », Monde(s), n°14, 2018, p. 53-70.
- Mary E. Sarotte, Not One Inch : America, Russia, and the Making of Post–Cold War Stalemate, New Haven, Yale University Press, 2022.
- En el caso moldavo, también se había firmado un acuerdo de asociación en 2014, que sancionaba una evolución interna del país hacia una europeización de la identidad nacional: Vincent Henry, Sergiu Mișcoiu, «Le discours politique et la quête identitaire en République de Moldavie», en Sergiu Miscoiu y Nicolae Paun (eds.), Intégration et désintégration en Europe Centrale et Orientale. Cahiers FARE, 9, 2016, pp. 221-254.