¿Qué es Europa? El nombre de un continente que se ha convertido en la abreviatura de la Unión Europea. Sin embargo, evidentemente, «Europa» también se refiere a algo mucho más amplio —en términos históricos y geográficos— que el proyecto de integración económica y política de la posguerra que se inició en 1950 con el Plan Schuman. De hecho, si políticos como Emmanuel Macron hablan ahora de «Europa» de forma indeterminada en lugar de especificar la Unión Europea, es en parte para vincular el proyecto de integración a una idea más amplia de Europa. En mi nuevo libro, Eurowhiteness, exploro la larga historia de la idea de Europa y destaco las tensiones en el corazón del «proyecto europeo» de posguerra… y su evolución actual en una dirección preocupante.

Últimamente han surgido dos versiones diferentes de lo que yo llamo regionalismo europeo, es decir, algo parecido al nacionalismo, pero a una escala continental más amplia. Es necesario distinguir entre regionalismo cívico y regionalismo etnocultural, de forma similar a la distinción entre nacionalismo cívico y nacionalismo étnico establecida originalmente por Hans Kohn1. En su larga y compleja historia, la idea de Europa ha incluido tanto elementos cívicos como etnoculturales. Tras la Segunda Guerra Mundial, surgió una nueva identidad más cívica, al menos entre las élites, centrada en lo que se convertiría en la Unión. Sin embargo, cuando esas élites trataron de dar legitimidad y sentido al proyecto europeo, se basaron sistemáticamente en la versión anterior, más etnocultural, de la identidad, y aún hoy se mezclan las ideas cívicas y etnoculturales de Europa.

Vista de una luna gibosa, llena en un 98,2% antes de la luna «azul», el 30 de agosto de 2023 en Dunsden, Oxfordshire, Reino Unido © Geoffrey Swaine/Shutterstock

Ideas medievales y modernas de Europa

Fue durante el periodo medieval cuando Europa dejó de ser un espacio para convertirse en una identidad. La primera vez que se describe a ciertas personas como «europeos» parece ser la referencia a los europenses en la Crónica Mozárabe, una historia en latín de la conquista omeya de la península Ibérica, escrita de forma anónima y publicada en 754. La palabra aparece en el contexto de una descripción de la Batalla de Tours —también conocida como Batalla de Poitiers— en 732, durante la cual el líder franco Charles Martel derrotó a las fuerzas omeyas; en concreto, los «europeos» se enfrentan a los «árabes». Durante los siglos siguientes, ser europeo significó ser cristiano, frente a muchos otros no cristianos, en particular los musulmanes.

En la Edad Moderna, surgió una idea nueva y mucho más compleja de Europa, basada en la idea de que era una civilización distinta, más avanzada o desarrollada porque era más racional. En el centro de esa idea moderna de Europa, la revolución científica y la Ilustración crearon una concepción secular y racionalista de la identidad. Pero la formación de la identidad europea moderna basada en la Ilustración también tuvo lugar en el contexto de los encuentros de los europeos con las poblaciones de África, Asia y América a partir del siglo XV, y es imposible disociarla de ellos.

En ese contexto, la idea de Europa que surgió era más racial que religiosa. En concreto, el desarrollo de la identidad europea moderna coincidió con la aparición de la idea de blancura y se superpuso en gran medida a ella. Como escribe David Theo Goldberg, «la Europa moderna imaginó su europeidad como constitutivamente blanca»2. Durante lo que Fernand Braudel ha llamado el «largo siglo XVI», los colonizadores españoles todavía veían las diferencias entre ellos y las poblaciones indígenas de América, por ejemplo, en términos religiosos más que raciales. Sin embargo, a lo largo de los siglos siguientes, el aspecto racial iba a «asumir la labor de narrativización y autoidentificación que había desempeñado el religioso», en palabras de Goldberg.

El desarrollo de la identidad europea moderna coincidió con la aparición de la idea de blancura y se superpuso en gran medida a ella.

HANS KUNDNANI

Teniendo en cuenta esta historia —y, en particular, el estrecho vínculo entre las ideas de Europa y de blancura en la época moderna— la cuestión es hasta qué punto la nueva identidad europea centrada en la Unión surgida tras la Segunda Guerra Mundial representó una ruptura con ella. Si esto es difícil de debatir, se debe en parte a la automitologización de la Unión. A muchos «europeístas» —es decir, partidarios de la integración europea en su forma actual— les gusta pensar que 1945 fue una especie de Stunde Null, u hora cero, de la que surgió una nueva idea puramente cívica de Europa: como una mariposa que saliera de una crisálida, por tomar prestada una imagen de Edgar Morin3. Pero la historia real no es tan lineal como lo sugiere ese mito: la idea de Europa de la posguerra estaba menos peleada con las ideas de la preguerra de lo que imaginan los «europeístas».

Colonialismo y misión civilizatoria

En primer lugar, la historia del colonialismo europeo que dio lugar al concepto de blancura no terminó antes del inicio del proyecto europeo de posguerra, como a muchos «europeístas» les gusta pensar, sino que se superpuso a él. Además, la integración europea fue en parte un medio para que Bélgica y Francia consolidaran las posesiones coloniales que les quedaban en África Central y Occidental en un momento en que eran incapaces de mantenerlas por sí solas4. Así pues, las primeras etapas de la integración europea no fueron tanto el «rescate europeo del Estado-nación», como dijo el famoso historiador británico Alan Milward, sino el rescate europeo del Estado imperial, como ha sugerido recientemente la historiadora estadounidense Megan Brown5.

Vista de una luna gibosa, llena en un 98,2% antes de la luna «azul», el 30 de agosto de 2023 en Dunsden, Oxfordshire, Reino Unido © Geoffrey Swaine/Shutterstock

Los elementos étnicos y culturales de la identidad europea tampoco desaparecieron tras la pérdida de las últimas colonias belgas y francesas en África. Los europeos siguieron imaginando el proyecto europeo en términos de civilización y se inspiraron en antiguas ideas de una Europa cristiana o blanca. El Premio Carlomagno, concedido cada año en nombre de la persona que encarna la idea medieval de Europa, sinónimo de cristianismo, es un buen ejemplo de ello.  No sólo se llama así porque, tras la pérdida de las colonias belgas y francesas en África, el territorio de la Comunidad Económica Europea coincidía con el Imperio carolingio, sino también porque el proyecto europeo se concebía como una continuación de aquel imperio. En su discurso tras recibir el primer Premio Carlomagno en 1950, Richard Coudenhove-Kalergi describió la Comunidad Europea del Carbón y del Acero como el principio de una «renovación del imperio de Carlomagno»6.

Al mismo tiempo, se estaba articulando una nueva idea de identidad europea en torno a dos modelos distintos que habían surgido en la Europa Occidental de la posguerra: un modelo socioeconómico basado en la idea de la economía social de mercado y el Estado del bienestar, y un modelo político basado en el modo de gobierno despolitizado de la Unión Europea. Muchos «europeístas» llegaron a creer que eso era lo que representaba «Europa» hoy en día, lo más parecido a un regionalismo puramente cívico. Pero incluso durante el auge de la Posguerra, cuando esos modelos parecían funcionar, no bastaban por sí solos para legitimar la CEE. Por ello, los «europeístas» siempre tuvieron la tentación de invocar antiguas ideas étnicas y culturales sobre Europa.

Los «europeístas» siempre tuvieron la tentación de invocar antiguas ideas étnicas y culturales sobre Europa.

HANS KUNDNANI

Por otra parte, la idea de una misión civilizatoria europea permaneció e informó a la Unión y al pensamiento «europeísta». Tras la Segunda Guerra Mundial, evolucionó de la misión racionalista y racializada del periodo moderno a una misión mucho más tecnocrática. En particular, en el contexto de la ampliación tras el final de la Guerra Fría, la Unión emprendió una nueva misión civilizatoria en Europa Central y Oriental, como ha argumentado Jan Zielonka7. Más allá de la «vecindad» de la Unión, la idea de una misión civilizatoria también ha influido en los debates sobre la Unión como nuevo tipo de potencia. Concebida como una potencia «civil» o, más tarde, como una potencia «normativa», se imaginó que civilizaría la propia política internacional, especialmente en oposición a Estados Unidos.

Un civilizacionalismo defensivo

En retrospectiva, ese periodo de optimismo —o quizás de arrogancia— por parte de los «europeístas» llegó a su fin con el estallido de la crisis del euro en 2010. Durante dos décadas, fue posible imaginar que el mundo se modelaría a imagen de la Unión, que así «lideraría el siglo XXI». Pero la crisis del euro sacudió la confianza en la Unión, que se encontró cada vez más dividida internamente, primero entre el norte y el sur, luego entre el este y el oeste. En lugar de ver la Unión como un modelo, los «europeístas» empezaron a verla como un competidor. El resultado fue una Unión mucho más defensiva, que se sentía cada vez más rodeada de amenazas: un «arco de inestabilidad» en su vecindario y grandes potencias que intentaban aprovecharse de la interdependencia que había fomentado.

Fue esa sensación de amenaza la que llevó a los «europeístas» a pensar de nuevo en términos de «geopolítica». La idea de una Europa «geopolítica» se remonta a la década de 1920, cuando los europeos empezaron a preocuparse porque veían venir el final del periodo de dominación que habían iniciado en el siglo XVI. Ese temor a un declive relativo dio lugar a la idea de que los europeos necesitaban unirse en un bloque económico y político capaz de competir con potencias emergentes como Rusia y Estados Unidos, y condujo a un nuevo discurso defensivo que recordaba momentos del periodo medieval en los que la Cristiandad se vio amenazada por el Islam. Fue en ese contexto que nació el movimiento paneuropeo liderado por Coudenhove-Kalergi, que inspiró el «europeísmo» de la posguerra.

Tenemos que empezar a pensar en la posibilidad de una Unión Europea de extrema derecha, algo que durante mucho tiempo ha parecido inconcebible, incluso contradictorio.

HANS KUNDNANI

El segundo momento crítico de la década de 2010 fue la crisis de los refugiados de 2015. Si la crisis del euro había llevado a los «europeístas» a ver el mundo en términos de amenazas, la crisis de los refugiados les hizo ver tales amenazas en términos cada vez más civilizacionales, lo que he llamado el giro civilizacional del proyecto europeo. Influenciados por Samuel Huntington, algunos «europeístas», como el comisario europeo holandés Frits Bolkestein, ya habían pensado en un choque de civilizaciones en el periodo posterior al 11 de septiembre. Pero con el auge de la extrema derecha en toda Europa en la segunda mitad de la década de 2010, incluso en los países del sur de Europa que hasta entonces habían producido principalmente partidos radicales de izquierda, ese tipo de pensamiento civilizacional se extendió aún más al interior de la Unión.

Este civilizacionalismo defensivo ha llevado a una transformación en el enfoque de la UE hacia su «vecindario» meridional, donde su principal objetivo era detener el flujo de migrantes hacia Europa. Está perfectamente encarnado en el nuevo cargo de Comisario Europeo para la Promoción del Estilo de Vida Europeo, responsable de la migración. En una fase anterior del proyecto europeo, algunos «europeístas» como Lionel Jospin hablaban de «modo de vida europeo» para referirse al modelo socioeconómico de la Unión y, en particular, al principio de solidaridad que expresaba, es decir, una idea más cívica de Europa8. Pero el vínculo entre esta expresión y la inmigración muestra claramente que la Unión piensa ahora en términos mucho más culturales: la inmigración es una amenaza para el modo de vida europeo.

Vista de una luna gibosa, llena en un 98,2% antes de la luna «azul», el 30 de agosto de 2023 en Dunsden, Oxfordshire, Reino Unido © Geoffrey Swaine/Shutterstock

¿Una Unión de extrema derecha?

Como la Unión se ha imaginado durante mucho tiempo como una expresión de cosmopolitismo y no de regionalismo, era difícil incluso ver los elementos étnicos/culturales de la identidad europea que no habían desaparecido por arte de magia después de 1945, sino que persistieron y alimentaron el pensamiento «europeísta» en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Al igual que en los nacionalismos existe una tensión entre los elementos étnicos/culturales y los cívicos —pensemos en Estados Unidos, por ejemplo, que se fundó sobre la base de las ideas de democracia y supremacía blanca—, siempre ha existido una tensión similar en la idea de Europa. Considerar el regionalismo europeo como análogo al nacionalismo nos permite ver esa tensión con mayor claridad. Conocemos el etnonacionalismo, pero también puede haber etnorregionalismo.

Sin embargo, lo que resulta especialmente inquietante es que los elementos etnoculturales de la identidad europea ya no parecen debilitarse y dar paso a una versión más cívica de la identidad europea. Si acaso, la evolución de la Unión Europea en la última década sugiere lo contrario: que los elementos étnico-culturales de la identidad europea pueden, de hecho, estar reforzándose y suplantando la idea cívica de Europa. Lo que representa «Europa» quizá no sea tanto el modelo socioeconómico centrado en la economía social de mercado, cada vez más vacío de significado, en parte por culpa de la propia Unión, sino la blancura. En otras palabras, tenemos que empezar a pensar en la posibilidad de una Unión Europea de extrema derecha, algo que durante mucho tiempo ha parecido inconcebible, incluso contradictorio.

Notas al pie
  1. Hans Kohn, The Idea of Nationalism : A Study in Its Origins and Background, Londres, Macmillan, 1944.
  2. David Theo Goldberg, Is Europe White ? Assessing the Role of Whiteness in Europe Today, 15 de marzo de 2021.
  3. Edgar Morin, Penser l’Europe, Paris, Gallimard, 1990, pp. 251-253.
  4. Peo Hansen/Stefan Jonsson, Eurafrica. The Untold Story of European Integration and Colonialism, Londres, Bloomsbury, 2014.
  5. Megan Brown, The Seventh Member State. Algeria, France, and the European Community, Cambridge, Harvard University Press, 2022, p. 3.
  6. Extracto del discurso de Richard Nicolaus, Conde de Coudenhove-Kalergi en el sitio del Premio Carlomagno.
  7. Jan Zielonka, “Europe’s new civilising missions : the EU’s normative power discourse”, Journal of Political Ideologies, Volume 18, Issue 1, 2013, pp. 35-55.
  8. Discurso de Lionel Jospin sobre «El futuro de la Europa ampliada», 28 de mayo de 2001.