Política

Postliberalismo: el mundo de Viktor Orbán

Viktor Orbán siempre dice las cosas claras. El sábado 23 de julio, en uno de sus discursos mejor elaborados, el Primer Ministro húngaro expuso nada menos que su visión global -desde un posible renacimiento de la Gran Hungría hasta la posición de Europa frente a China-. A un año de las elecciones europeas, parece más decidido que nunca. Hay que leerlo para comprender su estrategia. Lo traducimos, presentamos y comentamos ampliamente.

Autor
Baptiste Roger-Lacan
Portada
© BENKO VIVIEN CHER

El sábado 22 de julio de 2023, Viktor Orbán pronunció un largo discurso ante miles de seguidores. Pero no se trataba de un mitin cualquiera, ya que hablaba en suelo rumano. De hecho, el primer ministro húngaro era el invitado de honor de la Universidad de Verano de Bálványos, que se celebra cada año en Transilvania desde 1990. Allí, en 2014, abordó con el politólogo estadounidense Fareed Zakaria el concepto de «democracia antiliberal», afirmando en particular que «no porque un Estado no sea liberal no puede ser una democracia». El año pasado, condenó la «mezcla de razas», provocando la desaprobación unánime en Europa. 

En resumen, la universidad de verano de Bálványos es una plataforma para que Viktor Orbán se dirija no sólo a los húngaros, sino también al resto del continente europeo. En un contexto relativamente informal –habló sin corbata– pudo poner a prueba los límites de su radicalismo y comprobar si sus nuevos eslóganes resonaban. 

Un año y medio después de la agresión de Vladimir Putin a Ucrania, Viktor Orbán sigue muy aislado dentro de la Unión Europea, donde es el único dirigente que ha expresado algún tipo de indulgencia hacia el Presidente ruso. Pero Rusia es sólo una ínfima parte de este discurso, que puede leerse a tres escalas: regional, continental y global. 

A escala regional, Viktor Orbán recurre constantemente al imaginario cultural de la Gran Hungría. Estas referencias le permiten enviar algunas señales al gobierno rumano en el momento en que se inician las negociaciones cruciales. ¿Debemos entender que el líder del Fidesz se dispone a abrazar por completo el irredentismo húngaro? Es demasiado pronto para decirlo, pero lo cierto es que estas referencias también sirven para dar contenido a la política histórica de Viktor Orbán. Su intención es adoptar una visión a largo plazo de su acción política. Mira al futuro, por supuesto, detallando sus objetivos y éxitos económicos. Pero también mira al pasado, pues pretende salvar dos brechas históricas: la era comunista, aludida como el espantapájaros definitivo, y la Ilustración, cuyos efectos sociales, políticos y espirituales pretende combatir. 

En este marco, no puede sino oponerse a la política actual de la Unión Europea. Como en otros discursos, presenta a Bruselas como la encarnación de una forma de totalitarismo cosmopolita que pretende disgregar las naciones y las culturas europeas, empezando por la más esencial de todas ellas, el cristianismo. A escala continental, Viktor Orbán tiene una cita clara con las elecciones europeas de 2024. El impulso actual de los partidos de derecha europeos, aunque a un ritmo más lento en España, sin duda le da esperanzas de recuperar un papel más central en la política europea. Para él, el Brexit fue un desastre porque habría privado a la Unión Europea de un poder soberanista absolutamente esencial para impedir que Francia y Alemania avanzaran en su agenda federalista. A lo largo de su discurso, se esforzará por demostrar por qué el federalismo ha sido un fracaso, empezando por su primer logro –el euro–, que nunca ha permitido a los europeos convertirse en iguales a Estados Unidos. 

A escala mundial, Viktor Orbán propone una forma de no alineamiento que no dice su nombre. En primer lugar, señala con el dedo los repetidos errores de Estados Unidos, que habría resucitado a China para combatir mejor a la URSS en los años setenta, antes de darse cuenta de que había creado un rival formidable. Luego, en breves ráfagas, señala que Estados Unidos sería un mal aliado para los europeos. Por último, utiliza la trampa de Tucídides para sugerir que las probabilidades de un conflicto mundial son altas y que Estados Unidos tendría pocas posibilidades de ganarlo. En este contexto, los europeos deben intentar evitar una guerra que seguramente sería su perdición. Para ello, deben ser capaces de comerciar con todo el mundo, empezando por los chinos e, implícitamente, los rusos. Por supuesto, esto significa alejarse de Estados Unidos, pero también redescubrir lo que ha estado en el corazón de la civilización europea durante miles de años: el cristianismo. En el discurso de Viktor Orbán, el cristianismo tiene una triple función: identitaria, ya que es el denominador común de todos los europeos; espiritual, ya que proporciona el impulso para el ideal antiindividualista y comunitario que fortalecería una Europa debilitada por dos siglos de liberalismo; social, ya que proporcionaría un marco para la población. 

En algunos aspectos, este discurso representa una evolución o, al menos, una profundización de la línea de Viktor Orbán desde que volvió al poder en 2010. Ahora está claro que abraza el posliberalismo, el movimiento conservador estadounidense promovido por Patrick Deneen (Notre Dame), Chad Pecknold (The Catholic University of America) y Adrian Vermeule (Harvard) en sus libros y en su boletín The Post-Liberal Order. Junto a ellos, Gladden Pappin, antiguo empleado de la Universidad de Dallas, ha dado recientemente el salto: tras ser profesor visitante en el Mathias Corvinus Collegium, universidad presentada generalmente como el corazón intelectual de Fidesz, en 2023 se convirtió en Presidente del Instituto Húngaro de Asuntos Exteriores y Comercio, un think tank recientemente adscrito a la oficina del Primer Ministro. Aquí es donde se supone que desarrollará el pensamiento político y geopolítico de Viktor Orbán. Los dos hombres tienen mucho en común: son conservadores estatistas, sobre todo en el ámbito de la política familiar. Gladden Pappin ha elogiado en varias ocasiones el «modelo húngaro» en este ámbito, lamentando que los republicanos estadounidenses se hayan centrado únicamente en prohibir el aborto sin ofrecer incentivos económicos para tener hijos. En términos geopolíticos, los posliberales no creen que el Imperio liberal estadounidense tenga futuro. Frente a una realidad multipolar, afirman buscar nuevos acuerdos. Dieciocho meses después de la invasión de Rusia, parece que Viktor Orbán ha abrazado esta visión del mundo. Queda por ver si resonará en Europa –¿y en los círculos conservadores estadounidenses?–. 

Buenos días, señoras y señores, estimado campamento de verano:

Llegamos hasta aquí tras avanzar a través de las tropas rumanas, pero preferiríamos verlas como un comité de bienvenida y tenemos una buena razón para ello: en nuestra lucha europea por la cristiandad, los debilitados cristianos también necesitaremos la ortodoxia rumana. Así que les damos la bienvenida a los rumanos interesados que se encuentran entre el público.

El campamento de verano y la universidad de Bálványo se celebran todos los años desde 1990. Creado a raíz de la caída de los regímenes comunistas, se concibió inicialmente como un campamento de verano, pensado como plataforma informal para que los líderes políticos rumanos y húngaros se reunieran e intercambiaran opiniones en Transilvania, en la ciudad balneario de Bálványos (hasta 1997) y luego en Băile Tușnad, donde Viktor Orbán habló el sábado pasado. A principios de los años 2000, se añadió una universidad de verano a las reuniones existentes, lo que abrió el evento a muchos estudiantes. La llegada al poder de Viktor Orbán en 2010 transformó aún más el acto. Empezó a utilizar el evento para promover sus políticas y la línea política de su partido, el Fidesz. La elección de este foro no es baladí. Desde la firma del Tratado de Trianon entre Hungría y los Aliados en junio de 1920, la Transilvania rumana ha sido una de las principales reivindicaciones del irredentismo húngaro, del que el almirante Horthy, regente de Hungría entre 1920 y 1944, fue uno de los portavoces más virulentos, defendiendo el renacimiento de la Gran Hungría –que habría incorporado todos los territorios de Europa Central donde hubiera magiar-hablantes–. 

Suprimidas durante el periodo comunista, estas reivindicaciones han resurgido en las últimas décadas. Entre 2003 y 2014, Jobbik, entonces en la extrema derecha del espectro político húngaro, fue el principal exponente de estas reivindicaciones. Viktor Orbán, por su parte, opta por no hacer reivindicaciones territoriales, aunque muestra constantemente su apoyo y defensa de los derechos de los magiares que viven al otro lado de la frontera, algo que hace implícitamente en la primera parte de su discurso. Vuelve sobre ello de forma mucho más explícita al final.

Dicho esto, no se trata de oponerse frontalmente al gobierno rumano: al tiempo que multiplica las provocaciones en la primera parte de su discurso, Orbán recuerda también que todas las iglesias cristianas deben unirse para defender la civilización europea, amenazada por la llegada de oleadas de emigrantes.

Cada año, nos ponemos a pensar en qué deberíamos centrar nuestras discusiones porque, por supuesto, sabemos de antemano lo que todos acabaremos pensando, pero la cuestión es cómo llegaremos a ese punto. Este año, recibí material útil al respecto porque el Ministerio de Asuntos Exteriores de Rumania –que, según tengo entendido, pertenece, más bien, a la rama presidencial del poder– acudió en mi ayuda y me envió una démarche. En ella, me dijeron de qué no debo hablar, de qué puedo hablar –y cómo– y qué debo evitar. Es un documento oficial del Estado. Voy a compartir su contenido con ustedes. Se nos aconseja no hablar de nada que pueda herir la sensibilidad rumana. Se marcan. Símbolos nacionales. Bien, creo que podemos estar de acuerdo en eso. No hablaré de eso, pero les doy la bienvenida a nuestros amigos que vinieron con banderas húngaras y Szekler. 

Los Szekler –también conocidos como Sicules– son un subgrupo magiar. La mayor parte de su población vive en Rumanía, principalmente en Transilvania. Constituyen la mitad de la comunidad húngara de Rumanía, dentro de la cual reivindican su propia identidad, encarnada en una bandera específica. Este grupo expresa fuertes reivindicaciones regionalistas en Rumanía.

No debemos hablar de los derechos colectivos de las minorías. Tampoco hablaré de ellos, sino que me limitaré a decir que existen y que son un derecho de los húngaros que viven aquí. Dicen que no hablemos de zonas administrativas inexistentes en Rumania. He reflexionado mucho sobre lo que podrían querer decir con eso. Creo que se refieren a Transilvania/Erdély y Szeklerland, pero nunca hemos afirmado que sean zonas administrativas rumanas. Luego, dicen de qué cosas podemos hablar –pero sólo si no las presentamos bajo una mala luz. Por ejemplo, los valores occidentales. Si uno se dedica a la política europea, como es mi caso, hoy en día, los «valores occidentales» significan tres cosas: migración, LGBTQ+ y guerra. Mis queridos amigos rumanos, no hace falta presentarlos bajo una mala luz, puesto que ya se presentan bajo una mala luz por sí mismos. Y, por último, hay una perla más que se refiere a lo que debe omitirse: «tintes xenófobos relacionados con un enfoque revisionista sobre la migración». Esto sí que es viajar en el tiempo comunista. Me recuerda los chistes de Hofi que consistían en ver quién era capaz de decir esto en un suspiro: «imperialista, revisionista, burgués, clerical, chovinista, fascista». Uno casi se estremece al pensarlo. Así que evitaremos esos temas.

Géza Hofi (1936-2002) fue un cómico húngaro, activo desde los años 1960 hasta principios de los años 2000. Se le conoce sobre todo por su talento como parodista e imitador. Durante el periodo comunista, Hofi fue vigilado de cerca, sobre todo por sus críticas al sistema político, y a veces encarcelado. En sus espectáculos aludía regularmente a la dictadura, dirigiéndose en broma a miembros del partido, agentes secretos y soplones del gobierno entre el público. También era vigilado por el Servicio de Seguridad del Estado (StB). Aunque criticaba al gobierno, y János Kádár, entonces jefe de estado/gobierno, era a menudo objeto de sus parodias –Hofi era conocido por su perfecta imitación de sus discursos–, a veces era señalado para recibir elogios. En los años que siguieron a la terrible represión del levantamiento de 1956, parece que Hofi proporcionó una forma de respiro político cuidadosamente controlado por el régimen. Evidentemente, referirse a él no es neutral para Orbán. Por un lado, juega con una referencia popular. Por otro, nos recuerda su anticomunismo visceral y sigue estableciendo un vínculo casi genealógico entre el totalitarismo comunista y el cosmopolitismo de la Unión Europea.

Viktor Orban en su encuentro en la universidad de verano de Bálványos el 23 de julio de 2023. © Benko Vivien Cher

A cambio, tras haber recibido semejante démarche, ¿qué les ofreceremos a nuestros amigos rumanos? En primer lugar, si el presidente rumano viene a Hungría y pronuncia un discurso, a lo que está invitado, no le dictaremos de qué temas puede hablar ni cómo puede hacerlo. También, les recomendamos a nuestros hermanos y hermanas rumanos que tomen nota del hecho de que Hungría apoya plenamente la principal ambición nacional de Rumania en este momento: la adhesión al espacio Schengen. Nos gustaría llamar su atención sobre el hecho de que, a partir del 1° de julio de 2024, Hungría ocupará la presidencia de la Unión Europea y de que el objetivo destacado de nuestro programa es que Rumania obtenga la adhesión a Schengen. Hasta entonces, todo lo que podemos decir es que Rumania tiene un nuevo primer ministro. ¡Que Dios la bendiga! Un nuevo primer ministro, una nueva oportunidad, y es posible que salga algo bueno de esto para ambos. Desde que soy primer ministro, es mi vigésimo homólogo rumano; así que esperamos tener éxito en la vigésima ocasión. Ahora, después de la démarche, veamos de qué debemos hablar. 

En primer lugar, Viktor Orbán hace una exageración colosal: entre 1989 y 2023, Rumanía tuvo diecinueve primeros ministros. Al hacerlo, nos está recordando su longevidad. Además de su primera etapa al frente del Gobierno, entre 1998 y 2002, ha logrado mantenerse en el poder desde 2010, ganando tres veces la reelección en 2014, 2018 y 2022. En las últimas elecciones, obtuvo una aplastante victoria sobre sus oponentes, una coalición de seis partidos que van desde el ultraderechista Jobbik hasta los Verdes y los Socialistas. La magnitud de esta victoria fue inesperada, poniendo de relieve la popularidad duradera del Primer Ministro en determinadas zonas –a menudo las más alejadas de los centros urbanos– y, sobre todo, su capacidad para transformar el mapa electoral para favorecer mejor a sus candidatos. Sea como fuere, Viktor Orbán se presenta repetidamente como un líder experimentado ante un público que lo aprecia, lo que da más peso a la discusión de las tres temporalidades de la acción política que desarrolla en los párrafos siguientes. 

Este pasaje también es característico de las tácticas del Primer Ministro húngaro a escala europea. En la medida en que es hostil a priori a cualquier iniciativa –lo que describe más adelante en el texto como un enfoque «soberanista»–, puede entrar fácilmente en una lógica de trueque: a cambio de levantar su bloqueo sobre una cuestión determinada, pide otra ventaja. Al afirmar que apoya la entrada de Rumanía en Schengen, busca claramente desarmar a los críticos rumanos tras este discurso tan ofensivo. En realidad, es difícil ver qué podría hacer en este tema concreto: es Austria la que bloquea la entrada de Rumanía en el espacio Schengen. Esta cuestión es tanto más complicada cuanto que la entrada de Rumanía está vinculada a la de Bulgaria. Sin embargo, es posible otro análisis de lo que dice Orbán: decir que apoya la entrada de Rumanía es también sugerir que podría cambiar de opinión. Orbán, cuya posición en Europa se ha debilitado desde 2022, demuestra que sigue siendo un interlocutor a tener en cuenta.

Queridos amigos:

Vivimos un periodo especialmente peligroso en la historia de la humanidad. Son años de grandes cambios. Este cambio repercute en todos los rincones del planeta y en todos los países, por lo que, si queremos decir algo válido sobre Hungría, sobre los húngaros de la cuenca de los Cárpatos, primero, debemos hablar del mundo. La esencia de mi mensaje es que el equilibrio de poder en el mundo ha cambiado y, ahora, estamos sufriendo las graves consecuencias de ello. Remontándonos a años anteriores, vemos que, durante ochenta años, después de la Segunda Guerra Mundial, hubo un equilibrio de poder en el mundo. Para nosotros, los húngaros, este periodo constó de dos partes. Hubo los primeros cuarenta y cinco años, cuando los anglosajones nos entregaron a los comunistas soviéticos –y, por cierto, en ese entonces, no eran tan aprensivos con los rusos como ahora. Y, luego, vino  el segundo periodo, de treinta y tres años hasta ahora, en el que hemos podido vivir en libertad sin ocupación militar ni la Unión Soviética ni los comunistas. Aunque fue un cambio enorme en ochenta años, el equilibrio del mundo no se alteró porque logramos sacar a la Unión Soviética del desfile de la historia sin una guerra. Sin embargo, ahora, China ha alterado el equilibrio del mundo. Éste es uno de los viejos temores del mundo occidental. Incluso, Napoleón dijo: «Dejen dormir a China porque, cuando despierte, sacudirá el mundo». La manera en la que se ha llegado a esta situación nos enseña mucho.

Esta cita de Napoleón es perfectamente apócrifa. Parece que apareció por primera vez en la película de Nicholas Ray de 1963 Los 55 días de Pekín. En este drama histórico, ambientado durante la rebelión de los bóxers en 1900, es el embajador británico, interpretado por David Niven, quien cita a Napoleón (en realidad, los historiadores Peter Hicks y Jean Tulard creen que la frase fue escrita por el guionista de la película). En Francia, la hizo famosa Alain Peyrefitte, que publicó en 1973 Quand la Chine s’éveillera… le monde tremblera, un ensayo del que se vendieron más de 800.000 ejemplares. Con el paso de los años, esta cita incorrecta se ha convertido en una especie de tópico sobre China.

Haré una breve digresión, una digresión sobre metodología. Según mi experiencia, cuando se toma una decisión política, hay que visualizar, simultáneamente, tres marcos temporales. La cuestión sobre la que hay que decidir debe, en primer lugar, clasificarse en uno de estos marcos temporales y sólo debes tomar una decisión concreta sobre ella una vez que la hayas clasificado. Así pues, existen tres marcos temporales en los que se desarrolla la política: el tiempo táctico, el tiempo estratégico y el tiempo histórico. Si te equivocas en la clasificación, tu decisión tendrá consecuencias imprevistas. Permítanme darles dos ejemplos. Cuando la excanciller Merkel se enfrentó a la invasión de migrantes de 2015, clasificó el problema en tiempo táctico y dijo lo siguiente: «Wir schaffen das» («Podemos manejarlo»). Hoy, está claro que, en realidad, la cuestión pertenecía al tiempo estratégico porque las consecuencias de su decisión transformaron toda la cultura de Alemania. Ahora, llegamos a China. El segundo ejemplo es el de Estados Unidos a principios de los años setenta. Por aquel entonces, Estados Unidos decidió liberar a China de su aislamiento, obviamente, para que le resultara más fácil tratar con los rusos; así, situó esa cuestión en el tiempo estratégico, pero resultó que, en realidad, esta cuestión, la liberación de China, pertenece al marco temporal histórico porque, como resultado de esa liberación, Estados Unidos –y todos nosotros– nos enfrentamos, ahora, a una fuerza mayor que la que queríamos derrotar. 

La elección de estos ejemplos no tiene nada de trivial. Al apuntar a Alemania y Estados Unidos, Viktor Orbán ataca a las dos principales potencias económicas de la alianza atlántica. Un poco más adelante en el texto, también se burla del sentido que tienen los franceses de su propia «gloria». Este es sin duda un aspecto destacado del renovado pensamiento geopolítico de Viktor Orbán. Gracias a que Hungría es un país pequeño sin influencia directa en los asuntos mundiales, ha desarrollado una combinación de perspicacia y habilidad que le permite ver lo que sus socios no ven.

Clasificación errónea: consecuencias inesperadas. No obstante, pasó lo que pasó y, ahora, el hecho es que nunca ha habido un cambio tan rápido y tectónico en el equilibrio de poder mundial como el que estamos viviendo hoy. Recuerden –o tomen nota– de que la forma en la que China está surgiendo es diferente de la forma en la que surgió Estados Unidos: Estados Unidos surgió; China fue y es. En otras palabras, estamos hablando, realmente, de un retorno: estamos hablando del retorno de una civilización de 5000 años de antigüedad y de 1400 millones de personas. Y éste es un problema que hay que resolver porque no se va a resolver solo. China se ha convertido en una potencia de producción. De hecho, ya superó a Estados Unidos (o es lo está haciendo en este mismo momento): fabricación de automóviles, de computadoras, de semiconductores, de productos farmacéuticos, de sistemas de infocomunicación. Hoy en día, es el país más fuerte del mundo en todos estos ámbitos. Lo que ocurrió es que China ha recorrido el camino de, aproximadamente, trescientos años que separa la revolución industrial occidental de la revolución mundial de la información en sólo treinta años. Como resultado, ha sacado a cientos de millones de personas de la pobreza y, hoy, la prosperidad y el conocimiento combinados de la humanidad son mayores de lo que eran, pero, si esto es así, ¿cuál es el peligro? El peligro, la razón por la que la situación es peligrosa, queridos amigos, es que la medalla de oro ya tiene dueño: tras su propia guerra civil, a partir de la década de 1870, Estados Unidos creció hasta convertirse en el país preeminente y su derecho inalienable a la supremacía económica mundial forma parte de su identidad nacional y es una especie de artículo de fe. Y, siempre que se ha cuestionado esa posición, Estados Unidos ha rechazado el desafío con éxito. Siempre ha repelado a la Unión Soviética. Y, recordemos, también, lo hacía con la Unión Europea. Hace unas décadas, el plan de la Unión Europea era promover el euro como moneda mundial junto con el dólar. Podemos ver dónde está el euro hoy. Y, también, teníamos un plan que expresamos como la necesidad de crear una gran zona de libre comercio que se extendiera desde Lisboa hasta Vladivostok. ¿Qué vemos hoy? Hoy, la zona de libre comercio se extiende desde Lisboa hasta las afueras de Donetsk como máximo. En 2010, EEUU y la Unión Europea aportaban entre el 22 % y el 23 % del total de la producción mundial; hoy, EEUU aporta el 25 % y la Unión Europea el 17 %. En otras palabras, EEUU ha rechazado con éxito el intento de la Unión Europea de avanzar hacia su lado o, incluso, por delante.

El fracaso del euro es otro fracaso para los federalistas europeos, a los que ataca violentamente en el resto de su discurso. En el fondo también se trata de recordarles a los europeos que Estados Unidos es un aliado tóxico, más preocupado por frenar a sus socios que por apoyarlos.

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Estimado campamento de verano:

En política internacional, existe una simple correlación: cuanto mayor es tu PIB, tu producto interno bruto, más influencia tienes sobre los asuntos internacionales. En otras palabras, lo que estamos viendo hoy es un declive constante del dominio americano en la escena mundial. Y ninguna potencia mundial preeminente verá con buenos ojos este tipo de cosas. Su razonamiento es simple. Se puede resumir, a grandes rasgos, de la siguiente manera: «Estamos en la cima del mundo. Hemos llegado hasta aquí para quedarnos para siempre. Por supuesto, existe esa cosa llamada historia, que es desagradable, pero la cuestión es que lo que siempre les ha pasado a otros países y a otros pueblos ha llegado a su fin con nosotros y nos quedaremos aquí, en la cima del mundo, para siempre». Es un pensamiento tentador, pero la desagradable verdad de nuestra vida actual es que, en la política mundial, no hay ganadores eternos ni perdedores eternos. Una verdad aún más desagradable es que las tendencias actuales favorecen a Asia y China, ya sean tendencias económicas, de desarrollo tecnológico o de poder militar. Una verdad aún más desagradable es que, también, se están produciendo cambios en las instituciones internacionales. Todos conocemos la correlación que demuestra que quien crea instituciones internacionales se beneficia de ellas. China ha creado las suyas: los BRICS, la iniciativa One Belt One Road, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, cuyos recursos de desarrollo son varias veces superiores a los de todos los países occidentales. 

En otras palabras, Asia, o China, se presenta ante nosotros, plenamente ataviada, como una gran potencia. Tiene un credo civilizatorio: es el centro del universo y esto libera energía interior, orgullo, autoestima y ambición. Tiene un plan a largo plazo, que se expresa como «Ponerle fin al siglo de humillación» o, parafraseando a los americanos, «Make China Great Again«. Tiene un programa a mediano plazo: restaurar en Asia el dominio que existía antes de la llegada de Occidente. Y puede neutralizar la principal arma americana, la principal arma de poder de Estados Unidos, que nosotros llamamos «valores universales». Los chinos, simplemente, se ríen de esto, lo describen como un mito occidental y señalan que hablar de valores universales es, de hecho, una filosofía hostil hacia otras civilizaciones no occidentales. Y, visto desde allí, esa opinión contiene algo de verdad.

En otras palabras, señoras y señores, estimado campamento de verano, la situación en la que vivimos hoy es una situación en la que, día a día, avanzamos hacia el conflicto. La cuestión –la pregunta del millón– es si este conflicto puede evitarse. Cada vez, hay más estudios y libros al respecto. Un trabajo destacado afirma que, en los últimos trescientos años, ha habido dieciséis ocasiones en las que un nuevo «campeón» se ha alzado para tirar del carruaje –o superar– a la primera potencia mundial. La mala noticia es que, de los dieciséis casos así identificados, doce han terminado en guerra y sólo cuatro se resolvieron pacíficamente. En otras palabras, queridos amigos, nos encontramos en el momento más peligroso de la política mundial actual, cuando la gran potencia líder se ve a sí misma hundiéndose hacia el segundo lugar. La experiencia demuestra que la gran potencia dominante tiende a verse a sí misma como más benévola y mejor intencionada de lo que realmente es y que le atribuye malicia a su contrincante más a menudo de lo que está –o debería estar– justificado. En consecuencia, el punto de partida para cada parte contraria no son las intenciones de la contraparte, sino sus capacidades: no lo que la contraparte quiere hacer, sino lo que es capaz de hacer. Y, así, la guerra ya está en ciernes. Esto es lo que se conoce como «trampa de Tucídides», llamada así por el hombre que escribió la historia de la Guerra del Peloponeso entre Esparta y Atenas y que fue el primero en identificar el problema.

Señoras y señores:

La implicación para nuestras vidas es que un enfrentamiento entre las dos grandes potencias –incluso entre sus soldados– es más probable de lo que somos capaces de ver hoy desde aquí, en Tusnádfürdő. 

Tusnádfürdő es el nombre húngaro de Băile Tușnad.

La buena noticia –o, al menos, un rayo de esperanza– es que la guerra no es inevitable. Su evitación está condicionada a la capacidad del mundo para encontrar un nuevo equilibrio que sustituya al que está en marcha ahora. La cuestión es cómo hacerlo. La verdad es que se trata de una tarea para los «grandes». No nos han repartido una mano en esa partida de cartas. No juzguemos mal nuestro papel. Lo único que podemos decir es que, ahora, hay que hacer algo que nunca se ha hecho: los grandes deben aceptar que hay dos soles en el cielo. Esta mentalidad es, radicalmente, distinta de aquella con la que hemos vivido durante los últimos cientos de años. Independientemente del equilibrio de poder actual, los bandos enfrentados deberían reconocerse como iguales. Se puede ver que hay una cinta transportadora de funcionarios americanos de alto nivel que van a Pekín, lo que es señal de que, en Estados Unidos, ven el peligro y los problemas. El Secretario de Estado ha estado allí; el Secretario del Tesoro ha estado allí y –más recientemente– el antiguo consejero de seguridad nacional, el Sr. Kissinger, ha estado allí. Y, si han estado leyendo las noticias, habrán visto que, hace unos días, los japoneses anunciaron que van a duplicar su gasto militar y que van a construir uno de los ejércitos más poderosos del mundo. 

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Entonces, a partir de este análisis de la situación, ¿qué debemos hacer? Lo que conviene comprender, queridos amigos, es que el establecimiento del nuevo equilibrio no se producirá de la noche a la mañana, ni siquiera de un mes a otro. El establecimiento de ese nuevo equilibrio llevará toda una generación. Esto significa que no sólo nosotros viviremos nuestras vidas dentro de este sistema global de relaciones, dentro de esta era mundial, de este zeitgeist: también, lo harán nuestros hijos. Y nosotros, los húngaros, debemos avanzar en esta situación mundial y en este zeitgeist y debemos configurar nuestros planes nacionales húngaros tomando esto en cuenta. 

Demos un paso más hacia Tusnádfürdő y digamos unas palabras sobre la Unión Europea. Al observar la Unión Europea, hoy en día, se puede tener la impresión de que está plagada de ansiedad y de que se siente acorralada. Hay buenas razones para ello. La UE tiene unos 400 millones de habitantes y, si añado al resto del mundo occidental, son otros 400 millones. Es decir, 800 millones de personas rodeadas por otras 7000 millones. Y la Unión Europea tiene una visión precisa de sí misma: es una unión rica, pero débil. Es una unión rica y débil que ve a su alrededor un mundo en revuelta, un mundo en confusa agitación, de viejos agravios, de muchas bocas hambrientas, de un desarrollo vertiginoso, de un consumo colosal y de millones de personas a punto de partir; una ola de millones de personas que se concentra en el Sahel y que, si no somos capaces de contenerla, podría desbordarse hacia la orilla europea del Mediterráneo. A principios de esta semana, se celebró, en Bruselas, una cumbre América Latina-UE, donde vi y oí todo esto con mis propios ojos y oídos. En el vocabulario de los líderes latinoamericanos, los términos más comunes eran estos: «genocidio indígena» –creo que significa exterminio de los pueblos indígenas–, «esclavitud y trata de esclavos» y «justicia reparadora», que significa reparación de las injusticias. Éstos son los términos en los que están pensando. No es de extrañarse que la Unión Europea se sienta acorralada. 

Viktor Orbán se refiere aquí a la cuestión de las reparaciones, planteada desde hace décadas por los descendientes de esclavos y por las comunidades amerindias. El concepto de reparaciones surgió en la filosofía del derecho; también puede encontrarse en la práctica de la justicia transicional. Las reparaciones pueden adoptar muchas formas, como asistencia práctica a los descendientes de personas esclavizadas, reconocimientos o disculpas a pueblos o naciones afectados por la esclavitud, u honrar la memoria de las personas esclavizadas dando su nombre a objetos.

En los años 2010, a pesar de los numerosos llamamientos a la reparación, los ejemplos de reparaciones internacionales por la esclavitud consisten en un reconocimiento de los crímenes que se hayan podido cometer, sin ninguna compensación material. Desde principios de los años 2010, en Estados Unidos, la cuestión de las reparaciones ha sido uno de los aspectos más debatidos de las guerras culturales, con ciertas figuras republicanas acusando a los demócratas de querer organizar importantes transferencias de riqueza a las comunidades afroamericanas. Como ocurre a menudo, Viktor Orbán sabe adaptar al contexto europeo las polémicas originadas en América para presentarse mejor como el defensor de una Europa esencialmente amenazada por el resto del mundo, desde las migraciones procedentes del África subsahariana hasta las reivindicaciones de memoria formuladas por algunos Estados latinoamericanos.

Y, si le echamos un vistazo a la lista del Fondo Monetario Internacional que clasifica a los países por el tamaño de sus economías, por sus PIB nacionales, vemos que, en la clasificación de 2030, Gran Bretaña, Italia y Francia habrán salido de los diez primeros puestos, donde siguen hoy y que Alemania –que, ahora, es cuarta– habrá descendido al décimo lugar. Ésta es la realidad. Hoy en día, este miedo, este sentimiento de estar encerrada, está llevando a nuestra Unión Europea hacia la reclusión. Le tiene miedo a la competencia, como un campeón de boxeo ya viejo que exhibe sus cinturones de campeón, pero que no quiere volver a subirse al ring. De ahí, la reclusión: reclusión en un gueto económico, político y cultural. Han desarrollado el lenguaje para ello, algo para lo que son muy buenos: aún son los más fuertes a la hora de formular y describir brevemente situaciones complejas. Le llaman, a esta reclusión, «desvinculación» o, más sutilmente, «des-riesgo», que es una forma de reducción del riesgo. Si lo vemos desde esta perspectiva, la política hacia Rusia también es un desacoplamiento: un intento de desvincular a Rusia de la economía europea mediante sanciones de guerra. Y, por supuesto, Europa puede quedar aislada de la energía rusa, pero, de hecho, esto es ineficaz e ilusorio porque Rusia no puede quedar aislada del resto del mundo. Las materias primas rusas serán compradas por otros, mientras que nosotros sufriremos la inflación de la guerra y perderemos nuestra competitividad. Les citaré dos cifras. El importe pagado por las importaciones de gas y de petróleo de la Unión Europea –los dos juntos– era de 300000 millones de euros antes de la guerra rusa y de 653000 millones de euros el año pasado. Así que la forma en la que funciona, hoy, la economía europea –la forma en la que queremos competir hoy– es una energía que cuesta el doble de lo que costaba antes, mientras que, en muchas partes del mundo, sigue estando disponible al precio que tenía en el periodo anterior. Éste es el gran debate para Europa en los próximos años. Para eso, tenemos que prepararnos los húngaros: desacoplarnos o participar en la competencia internacional. Como se dice en Bruselas: «desvincularse o conectarse».

Aquí, haré una digresión informativa. Las grandes empresas europeas no quieren desvincularse, ni siquiera quieren salirse de Rusia. Investigué sobre las estadísticas pertinentes. De las 1400 mayores empresas occidentales, el 8.5 % se retiró de Rusia, ¡el 8.5 %! De la industria farmacéutica, el 84 % se quedó; el 79 % de la industria minera europea sigue en Rusia, al igual que el 70 % de las empresas energéticas y que el 77 % de las empresas manufactureras. 

Esta cifra del 8,5% se aproxima a la propuesta en un estudio disponible en prepublicación, aparecido en enero: los autores sugerían que menos del 9% de las empresas occidentales se habían retirado de Rusia. Más recientemente, un estudio publicado por la Yale School of Management calificó a 1.585 multinacionales –no específicamente occidentales– de la A a la F para determinar si se habían retirado de Rusia: sólo una pequeña minoría (222) no se había retirado de Rusia en absoluto, mientras que 1.033 empresas recibieron una calificación de A o B.

Y nunca lo adivinarán: el año pasado, en 2022, las empresas occidentales que se quedaron ingresaron un total de 3500 millones de dólares para el presupuesto central ruso. Ahora bien, visto así, el ataque que los ucranianos lanzan contra nuestro pobre banquito húngaro OTP no es más que una manifestación de hungarofobia. Por lo tanto, debemos rechazarla. Ni siquiera voy a hablar de los pequeños e ingeniosos trucos europeos, como la repentina duplicación –en un solo año– del volumen de mercancías exportadas desde Alemania a Kazajstán. Me pregunto por qué. 

OTP es un banco húngaro con sede en Budapest. No es un banco pequeño, ya que se trata de la principal institución bancaria del país, con una fuerte presencia en Europa Central y Oriental. El 5 de mayo de 2023, las autoridades ucranianas incluyeron al Banco OTP en su lista de patrocinadores internacionales de la guerra ruso-ucraniana. El banco refuta estas acusaciones, mientras sigue operando en Rusia, empleando a 13.300 personas en 135 centros. El gobierno húngaro declaró entonces que bloquearía cualquier otra ayuda de la Unión a Ucrania hasta que el banco fuera retirado de la lista. Reafirmó esta postura el 20 de julio, bloqueando un intento de la Unión de crear un fondo a largo plazo de hasta 20.000 millones de euros para abastecer al ejército ucraniano.

Otro acontecimiento europeo ante el que los húngaros tendrán que posicionarse en los próximos años es la lucha entre federalistas y soberanistas. ¿Imperio o naciones? Aquí, sufrimos un serio golpe en la caja torácica inferior, cuando el Brexit provocó que nuestros amigos británicos abandonaran la Unión Europea. Esto alteró el equilibrio entre soberanistas y federalistas dentro de la UE. La configuración anterior era la de los franceses y los alemanes como federalistas, por un lado, y la de los británicos y nosotros –los V4 [Visegrád 4]–, por otro. Si los británicos estuvieran, hoy, en la Unión Europea, ni siquiera tendríamos que aprender términos como «mecanismo del Estado de derecho», «condicionalidad» ni «gobernanza económica», ya que no existirían. Éstos sólo pudieron introducirse en la Unión Europea porque los británicos se fueron y porque nosotros, los miembros del V4, no pudimos impedirlo –y, de hecho, el V4 fue atacado por los federalistas–. Todos podemos ver el resultado. Los checos han cambiado, básicamente, de bando; Eslovaquia se tambalea y sólo los polacos y los húngaros resisten. Por supuesto, tenemos la oportunidad de aumentar el número de soberanistas. Veo esa posibilidad, ya que se ha formado un gobierno de este tipo en Italia; también, hay movimientos en esa dirección en Austria y, mañana, habrá elecciones en España. No nos hagamos ilusiones: los federalistas están llevando a cabo un intento de desbancarnos; dijeron, abiertamente, que querían un cambio de gobierno en Hungría. Han utilizado todos los medios de corrupción política para financiar la oposición húngara. Están haciendo lo mismo en Polonia y recuerden cómo intentaron impedir que la derecha de Meloni ganara en Italia. Todos estos intentos han fracasado y espero que las elecciones de la Unión Europea de junio de 2024 y la consiguiente redistribución del poder den lugar a un equilibrio de poder en Europa más favorable que el que tenemos hoy. Esto nos lleva a Hungría, señoras y señores.

La reciente dinámica de la derecha europea explica la confianza de Viktor Orbán en su futuro: el debilitamiento del PPE y el auge de los neonacionalistas en todo el continente han dado lugar a varias coaliciones en las que el centro-derecha y los partidos clasificados como de extrema derecha forman coaliciones de gobierno. Incluso la derecha alemana parece vacilar: Friedrich Merz, que preside la CDU, abrió la puerta a alianzas locales con la AfD antes de volver a cerrarla rápidamente ante las reacciones indignadas de varios altos directivos de su partido. Aunque este giro y los malos resultados de los partidos de derechas españoles (en comparación con su victoria prevista) demuestran que los neonacionalistas no han ganado la partida en el continente, no obstante parece que su impulso sigue siendo favorable a escala continental: por el momento, a menos de un año de las elecciones europeas, la cuestión es qué partido de derechas gobernará Europa. Viktor Orbán cuenta con este éxito para recuperar un lugar más central en el juego político continental, y este discurso debe leerse también como una primera intervención en la campaña. Sin duda habrá muchas más.

¿Qué puede, y qué debe, hacer Hungría en esta situación internacional, en este entorno europeo, en medio de esta gran fractura? Lo más importante es conocernos a nosotros mismos. Y no me refiero a nuestros once siglos de historia, ni siquiera al brillante resumen de la RMDSZ (Alianza Democrática de los Húngaros de Rumania): «Mil años en Transilvania/Erdély; cien años en Rumania». Lo que, ahora, debemos tener presente es el camino que, finalmente, pisamos en 2010, tras los veinte caóticos años de la transición desde el comunismo. En 2010, abrimos una nueva era y no debemos perderlo de vista, cualesquiera que sean las dificultades a las que nos enfrentemos, cualesquiera que sean las tormentas, rayos y relámpagos que nos acechen. La nuestra es una nueva era, que tiene fundamentos espirituales y económicos.

En primer lugar, recordemos, brevemente, los fundamentos espirituales de esta época. Estos fundamentos espirituales se resumen en la Constitución. Y la nueva Constitución de Hungría es el documento que, más claramente, nos distingue de los demás países de la Unión Europea. Si leen las constituciones de otros países europeos, que son constituciones liberales, verán que, en el centro de ellas, está el «yo». Si leen la Constitución de Hungría, verán que está centrada en el «nosotros». La esencia de la Constitución de Hungría, su premisa fundacional, es que hay un lugar que es nuestro: nuestro hogar. Hay una comunidad que es nuestra: ésta es nuestra nación. Y hay un modo de vida –o, quizás, más exactamente, un orden de vida– que es el nuestro: nuestra cultura y nuestra lengua. Por eso, en la Constitución, nuestro punto de partida espiritual es que las cosas más importantes de la vida humana son las que no podemos conseguir solos. Por eso, el «nosotros» está en el corazón de la Constitución. No podemos obtener la paz ni a la familia ni la amistad ni el derecho ni el espíritu de comunidad solos. Y, estimado campamento de verano, ni siquiera la libertad puede obtenerse estando solos: la persona que está sola no es libre, sino solitaria. Todas las cosas buenas de la vida se basan, esencialmente, en la cooperación con los demás y, si éstas son las cosas más importantes de nuestras vidas, según la Constitución, entonces, éstas son las cosas que la sociedad y el sistema legal deben proteger. Ahora, como fundamento conceptual de nuestra nueva era, este reconocimiento y estas cosas compartidas se manifiestan en la vida del individuo como vínculos con los demás. Por lo tanto, la Constitución de Hungría es una constitución de lazos comunitarios, que busca fortalecer estos lazos, y, por lo tanto, se erige sobre el terreno de una cultura de fortalecimiento. Las constituciones liberales no describen un mundo de apego, sino de desapego; no buscan afirmar algo, sino rechazar algo, en nombre de la libertad individual. Nuestra Constitución, sin embargo, afirma que el lugar donde vivirán nuestros hijos es nuestra patria. Afirma nuestras identidades como hombres y mujeres porque eso es lo que llamamos familia. También, afirma nuestras fronteras porque, así, podemos decir con quién queremos vivir. Cuando, en 2011, creamos la nueva Constitución –una constitución húngara, nacional, cristiana, diferente de otras constituciones europeas–, no tomamos una mala decisión. De hecho, digamos que no tomamos una mala decisión, sino que tomamos la correcta porque, desde entonces, nos hemos visto acosados por la crisis migratoria, que, claramente, no puede abordarse sobre una base liberal. Y, luego, tenemos una ofensiva LGBTQ+, de género, y resulta que sólo puede repelerse sobre la base de la comunidad y de la protección de la infancia.

Viktor Orban en su encuentro en la universidad de verano de Bálványos el 23 de julio de 2023. © Benko Vivien Cher

El fracaso de los países de base liberal radica en que pensaban que sus viejas comunidades serían sustituidas por otras nuevas, pero, en lugar de eso, lo único que ocurrió es que, en todas partes, ha surgido una extraña alienación. Por supuesto que Francia, que está sufriendo esto, es una gran nación; tiene «la gloire» y, seguramente, encontrará algún tipo de solución. No obstante, pensando en los fundamentos espirituales y cavando una palada más hondo, también, vale la pena decir que, en la base de la Constitución de Hungría y de los fundamentos intelectuales de la nueva era, hay una intuición antropológica. Hace doscientos cuarenta años, durante la Ilustración, los intelectuales y líderes políticos de izquierda, internacionalistas y liberales pensaban que, al rechazo de la religión y del cristianismo, le seguiría el surgimiento de una comunidad ideal e ilustrada basada en la comprensión del bien y del bien común, que viviría una vida libre y superior de acuerdo con verdades sociales reconocidas y basadas en la sociología. Esto es lo que esperaban del rechazo del cristianismo y de la religión. En aquella época, hace doscientos años, eso no estaba descartado. Podría haber sido una posibilidad, pero han pasado doscientos años y, hoy, podemos ver que era pura ilusión: al rechazar el cristianismo, nos hemos convertido, de hecho, en paganos hedonistas. Ésta es la realidad. Por eso, a mis ojos, estaba predestinado que nuestra Constitución de 2011 se proclamara en Pascua y que su nombre de nacimiento fuera Constitución de Pascua.

La noción de anti-Ilustración o contra-Ilustración ha sido desarrollada por historiadores como Zeev Sternhell y Darrin McMahon para designar una corriente de pensamiento que surgió durante el siglo XVIII para oponerse a las diversas corrientes de filosofía y economía política que se agrupan bajo el término Ilustración. Aunque se han criticado algunos aspectos de su razonamiento –en particular su tendencia a presentar una interpretación un tanto monolítica de la Ilustración–, han demostrado no obstante que la crítica radical al individualismo, al liberalismo político y económico y a la democracia representativa había surgido mucho antes de la Revolución Francesa. En este discurso, Viktor Orbán se presenta claramente como el heredero de esta tradición anti-ilustración. Su razonamiento histórico tiene aquí un profundo eco biográfico: al decir que hace doscientos años no estaba «fuera de lugar» adherirse a estas ideas, se hace eco directamente de su propio compromiso político en los años posteriores a la caída del comunismo. Del liberalismo político al conservadurismo antiliberal, Viktor Orbán ha recorrido el camino que le gustaría que siguiera Europa.

Al vincular explícitamente su antiliberalismo a su defensa espiritual del cristianismo, se alinea con las tesis de los posliberales estadounidenses, con los que se ha acercado recientemente. Desde un punto de vista ideológico, el objetivo de Viktor Orbán es promover una Europa alternativa en la que se cerraría la brecha abierta en el siglo XVIII. La larga y admirativa digresión que dedica a China quizá debería releerse desde esta perspectiva: en la Guerra Fría que está a punto de comenzar, por un lado estaría Estados Unidos, un Estado joven definido por su apego al liberalismo, y por otro, una potencia milenaria que a largo plazo tendría todas las de ganar –por razones casi aritméticas–. En este contexto, ¿no le convendría a Europa reencontrarse con su propia civilización milenaria –el cristianismo– para comprender mejor el resurgimiento chino?

Señoras y señores:

Esto también se encuentra en el corazón de los conflictos entre la Unión Europea y Hungría. La Unión Europea rechaza la herencia cristiana, está gestionando la sustitución de la población a través de la migración y está llevando a cabo una ofensiva LGBTQ+ contra las naciones europeas amigas de la familia. Hace apenas unos días, vimos la caída de Lituania, que tenía una ley de protección de la infancia realmente buena, destacada, estupenda, que utilizamos como punto de partida al construir la nuestra. Y veo que, bajo una gran presión, los lituanos retiraron y anularon las leyes de protección de la infancia que habían aprobado por allá del 2012. «Les temo a los griegos, incluso cuando traen regalos…». ¡A esto conduce la amistad americana, queridos amigos!

Pues bien, tenemos que decir que Europa ha creado, hoy, su propia clase política, que ya no rinde cuentas ni tiene convicciones cristianas ni democráticas. Y tenemos que decir que la gobernanza federalista en Europa ha conducido a un imperio que no rinde cuentas. No tenemos otra opción. Por todo nuestro amor a Europa, por todo lo que es nuestro, debemos luchar. Nuestra posición es clara: no queremos que todos compartan la misma fe ni que todos tengan la misma vida familiar ni que celebren los mismos días festivos, pero insistimos en tener nuestro hogar común, nuestra lengua común, nuestra esfera pública común y nuestra cultura común y en que ésta es la base de la seguridad, de la libertad y de la prosperidad de los húngaros. Por lo tanto, esto debe protegerse a toda costa. Por eso, no transigiremos. No retrocederemos. En Europa, insistiremos en nuestros derechos. No cederemos ante chantaje político ni financiero. Se puede negociar sobre cuestiones relacionadas con el tiempo táctico, o, incluso, estratégico, pero nunca sobre cuestiones que pertenecen al tiempo histórico.

Señoras y señores:

Y, por último, si Zsolt me lo permite, diré unas palabras sobre los fundamentos económicos de la nueva era. Llevamos trece años construyendo nuestro nuevo sistema económico. En ese tiempo, se ha construido bastante bien y ha funcionado bien. Nuestro plan era que, hasta 2030, le sirviera a Hungría sin grandes cambios: daría lugar a una Hungría segura y próspera y a una población húngara en la cuenca de los Cárpatos. Estamos en vías de cumplir nuestros objetivos. En trece años, el rendimiento global de la economía húngara se ha triplicado: de 27 billones de forintos a 80 billones. Y, aunque, en las escuelas de política, te enseñan que, cuando hablas, nunca debes poner un número y una fecha juntos en la misma oración, nuestro objetivo es tener un PIB de 160 billones de forintos en 2030. Si nos fijamos en nuestros objetivos de desarrollo, puedo decirles que, en 2010, nos situábamos en el 66 % del promedio europeo; en 2022, estábamos en el 78 % y, para 2030, queremos estar entre el 85 % y el 90 %. Si nos fijamos en la competitividad de la economía húngara, es decir, en sus exportaciones, puedo decir que, en trece años, las hemos duplicado; dentro de ellas, la cuota de productos húngaros –productos de empresas de propiedad húngara– ha aumentado. Nuestra dependencia energética se ha reducido según lo previsto: la electricidad importada proporciona, actualmente, el 28 % del consumo y, para 2030 –con Paks II [ampliación de la central nuclear], la energía solar y el desarrollo de la red–, queremos llegar a cero. Estamos construyendo nuestras centrales y gastaremos 11500 millones de forintos en ello. En 2010, la tasa de empleo era del 62 %; hoy, es del 77 % y, para 2030, queremos haberla aumentado al 85 %. Tenemos un enorme programa de desarrollo universitario. En 2010, ninguna universidad húngara estaba entre las cinco mejores del mundo, pero, el año pasado, once universidades húngaras estuvieron entre las cinco mejores. En cuanto al apoyo a la familia, solíamos tener una tasa de natalidad de 1.2, pero la hemos elevado a 1.5. Esto se llama tasa de fertilidad o tasa de natalidad. Sin embargo, para que nuestra población deje de descender, necesitamos que sea de 2.1. Esto demuestra que tenemos un gran problema y que debemos seguir movilizando toda nuestra fuerza,  energía y recursos –recursos presupuestarios del gobierno– hacia la política familiar. Y la defensa, también, empieza a recuperarse. Tenemos, o empezamos a tener, un ejército eficaz. Tendremos guerreros en lugar de empleados de uniforme. Junto a ellos, tenemos, ahora, una industria nacional de defensa. Somos uno de los pocos países miembros de la OTAN que puede dedicarle, al menos, el 2 % de su PIB anual. Y no nos quedamos atrás en nuestro programa de unificación nacional para 2030. Hemos multiplicado por diez el nivel de financiamiento para la unificación nacional más allá de las fronteras y, este año –en un momento en el que nos enfrentamos a todo tipo de dificultades–, estamos quintuplicando el apoyo a la educación y a la formación: un 500 %. Puedo decir que estamos viendo los resultados. Quiero felicitar a los szeklares y a los  transilvanos que participaron en la recolección de firmas para la iniciativa Minority SafePack y para la iniciativa ciudadana europea sobre regiones nacionales; lograron reunir más de un millón de firmas sobre cada tema. Esto requiere fuerza, gente y fuerza. Fue un gran logro. ¡Felicidades!

«Minority SafePack – one million signatures for diversity in Europe» es una iniciativa ciudadana europea en curso sobre los derechos de las minorías nacionales en la Unión Europea. Surgió de una disputa: en 2013, la Comisión Europea, apoyada por Eslovaquia y Rumanía, se negó a registrar una iniciativa inicial. En 2017 comenzó la recogida de firmas a nivel europeo para impulsar este proyecto, que encontró especial eco en los territorios de habla magiar de Rumanía y Hungría.

En esta parte de su discurso, Viktor Orbán retoma el tema donde lo había dejado. En este caso, vincula explícitamente el fortalecimiento económico de su país a su programa de unificación nacional, es decir, el apoyo a los magiares al otro lado de la frontera.

No en vano menciona a su viceprimer ministro, Zsolt Semjén, también líder del Partido Popular Demócrata Cristiano, principal socio de coalición de Fidesz. Durante el campamento de verano, Semjén anunció una importante iniciativa: el gobierno está construyendo un «espacio nacional virtual» que dará a cada magiar al otro lado de la frontera acceso a todos los medios de comunicación y servicios públicos del Estado. Según Semjén, el objetivo es permitir el acceso a los programas culturales de los medios públicos húngaros en los países vecinos a partir del 1 de enero del año que viene. También añadió que, para garantizar la supervivencia de las comunidades étnicas húngaras, es necesaria «una Hungría fuerte». En resumen, la idea de una Gran Hungría pervive en los discursos de Orbán y Semjén, aunque en voz baja y parcialmente adaptada al contexto europeo. Forma parte del largo plazo, como subraya la referencia que hace antes en el texto al eslogan de la RMDSZ [Alianza Democrática de los Húngaros de Rumanía].

Y, por último, estos fundamentos económicos –los fundamentos económicos de la nueva era– están bien y suenan bien, pero hay un inconveniente y, con esto, me gustaría terminar. El problema es que, en un periodo de tres años, nos golpearon dos meteoritos. El primero fue el COVID, en 2020. De alguna manera, logramos defendernos de él y, relativamente rápido, volvimos a la senda que nos habíamos marcado, la senda que planeamos para 2030. Sin embargo, en 2022, nos atacó otro meteorito: una guerra. Ése es un hueso más duro de roer. Este meteorito nos desvió del camino. Y puedo decirles que, hoy, Hungría, el pueblo húngaro y el gobierno húngaro están luchando y peleando para salir de este rumbo desviado y volver al camino normal que nos llevará a 2030. Considero que la fecha más temprana para volver a este camino es alrededor de julio de 2024. En ese momento, espero poder informarles que el crecimiento económico en Hungría vuelve a ser significativo, con un crédito bancario fuerte de nuevo y con un regreso a una senda de crecimiento muy por encima del promedio europeo.

El periodo más difícil quedó atrás. La inflación estaba por las nubes, pero, ahora, le estamos rompiendo el espinazo y tenemos todas las posibilidades de situarla por debajo del 10 % a finales de año, es decir, en un solo dígito. La primera mitad del año fue muy difícil porque, en Hungría, la inflación subió más deprisa que los salarios. Esto no ocurría desde hace mucho tiempo, quizás, en más de diez años. No obstante, en la segunda mitad del año, nos enderezaremos y, si el buen Dios nos ayuda, podremos anular la depreciación de los salarios en todo el año, para 2023. Las tasas de interés de los préstamos en Hungría, también, están, hoy, por las nubes, pero creo que podremos normalizarlos y devolverlos a un nivel aceptable en el segundo trimestre del año que viene. Esto significa que, si lo hacemos todo bien, si tenemos suerte y si Dios nos ayuda, para cuando se celebren las elecciones del Parlamento Europeo y locales, en 2024, estaremos en la senda que nos llevará a 2030 otra vez. Y, entonces, en el campamento de Tusványos de 2024, podré hablar tranquilamente de los planes para los años 2030 a 2040.

En resumen, señoras y señores, puedo decirles que uno debe ser astuto en grandes asuntos mundiales, establecer conexiones en la economía mundial, luchar en las disputas de la UE, perseverar en asuntos espirituales y mantenerse firme en la unificación nacional.

Dios por encima de todos; Hungría ante todo. 

¡Vamos Hungría, vamos húngaros! 

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