Tras la Acrópolis de Andrea Marcolongo, Los Ángeles de Alain Mabanckou, la Provenza de Carlo Rovelli, Beirut de Joana Hadjithomas y Khalil Joreige y la Casa Malaparte de Pierre de Gasquet y la Sicilia de Jean-Paul Manganaro, o la Apulia de Nicola Lagioia, ponemos rumbo al Reino Unido. En este nuevo episodio de «Gran Tour», nuestra guía se llama Lea Ypi, la aclamada autora de Libre (Anagrama, 2023).

Suscríbase para leer nuestros análisis y mantenerse al día, en tiempo real, con nuevos mapas y gráficos cada día.

En Libre, nos cuenta que el día de su nacimiento, su madre se encerró en el cuarto de baño «intentando peinarse como alguien a quien había visto hacía poco en televisión, una mujer que acababa de convertirse en la primera primera ministra del Reino Unido». Esa persona era, por supuesto, Margaret Thatcher. ¿Por qué contar esa anécdota? ¿Qué opina de su primer contacto con Reino Unido?

De niña no sabía mucho sobre Thatcher, aparte de su nombre y el hecho de que fuera primera ministra de Reino Unido. Al haber crecido en la Albania comunista, la veía simplemente bajo ese prisma: era una mujer al frente de un país no comunista.

Menciono esta anécdota sobre todo porque Margaret Thatcher era el modelo a seguir de mi madre. Ambas eran fervientes anticomunistas, aunque mi madre lo ocultara a todo el mundo —incluida yo— hasta la caída del comunismo. Mi madre procedía de una familia de antiguos terratenientes que habían sido expropiados. Sentían que el comunismo los había privado injustamente de su riqueza. Por eso admiraba tanto a Thatcher. En los años ochenta, si el comunismo se derrumbaba, mi madre quería ver restaurado exactamente lo que ella había encarnado.

Toda una generación, incluida mi madre, admiraba a Thatcher porque consideraba que había desempeñado un papel importante en la caída del Muro. Se había enfrentado a todos sus oponentes para lograr las políticas que defendía, incluso cuando le dijeron que serían muy difíciles de conseguir. Thatcher estaba dispuesta a asumir su costo social, y precisamente por eso esta gente la admiraba. Reflejaba la ideología liberal, capitalista y libertaria que se apoderó de Albania tras la caída del comunismo. Mi madre también creía en dejar que el mercado funcionara sin preocuparse de sus consecuencias a corto plazo. Para ella, Thatcher fue un ejemplo de valentía cuando aplicó su terapia de choque. A pesar de la alienación social que podría crear esa reforma, mi madre consideraba que Albania estaba lista para asumir esos costos, porque serían beneficiosos a largo plazo. 

Thatcher reflejaba la ideología liberal, capitalista y libertaria que se apoderó de Albania tras la caída del comunismo.

LEA YPI

Contar esa anécdota sobre mi madre al principio de Libre fue una forma de anticipar la revelación de sus opiniones políticas que viene después. Como el libro está escrito desde el punto de vista de una niña que no revela ninguna información, ese recurso narrativo me permitió introducir el tema sin explicar nada.

¿Cuándo empezó a formarse su propia opinión sobre Thatcher?

En Italia, en mi primer año de filosofía en La Sapienza. Uno de mis primeros exámenes era sobre historia contemporánea y tuve que leer La edad de los extremos, de Eric Hobsbawm. Fue mi primera revelación.

De hecho, cuando salí de Albania, yo era muy liberal, al igual que mi madre, a pesar de haber vivido la dolorosísima transición de los años noventa y las duras consecuencias de la terapia de choque. Había estado inmersa en una ideología antiestatal que propugnaba la apertura al mercado y el desmantelamiento del sector público para sustituirlo por empresas privadas y la apertura al libre comercio, lo que provocó tasas de desempleo altísimas. Fue una auténtica tragedia social.

Cuando empecé a leer a Hobsbawn y a los pensadores de la escuela de Chicago, empecé a comprender que lo que había vivido en Albania era el resultado de una teoría muy constituida, que Thatcher había encarnado. En otras palabras, les empecé a poner nombre y rostro a unas reformas que llevaban mucho tiempo sin tenerlos. También empecé a leer más sobre el liberalismo —su historia, sus tradiciones— y sobre diferentes modelos de democracia. Fue entonces cuando empecé a hacer conexiones, y mis experiencias de la vida real empezaron a corresponderse con otro modelo teórico.

Hasta entonces, en Albania, había vivido en un mundo donde todo era blanco o negro: la ideología de Thatcher era la única alternativa al comunismo que sufríamos.

lea ypi

Hasta entonces, en Albania, había vivido en un mundo donde todo era blanco o negro: la ideología de Thatcher era la única alternativa al comunismo que sufríamos. En Italia, descubrí otra forma de pensar la tradición de izquierda leyendo a Gramsci y Berlinguer. No era ni comunismo de Estado ni neoliberalismo thatcheriano. Esa tradición eurocomunista era tan diferente del comunismo albanés que Enver Hoxha había escrito un libro titulado El eurocomunismo es anticomunismo.

Escribe que a menudo pensaba en los «niños extranjeros» con curiosidad, y menciona las revistas y programas de televisión en los que se representaba a las sociedades occidentales. ¿Cómo se representaba a los británicos? ¿Perduró de alguna manera ese primer contacto con el mundo inglés?

En Albania, lo que podíamos ver estaba cuidadosamente seleccionado. Cuando se proyectaban películas o programas de Occidente, tenían que servir a un mensaje político, directa o indirectamente. Eso creó algunas asociaciones inesperadas. Algunas eran bastante obvias. Estaba el fútbol, con el que la población albanesa está obsesionada: a mi padre le encantaba Inglaterra, así que solía ver los partidos de su selección. También veíamos muchas comedias: Benny Hill, Laurel y Hardy y, más inesperadamente, Norman Wisdom. Creo que es un comediante que sólo los británicos y los albaneses conocen. Nos dejaban ver sus sketches porque era un personaje de clase trabajadora que se burlaba de los ricos. Las películas de Norman Wisdom no eran explícitamente políticas, pero revelaban aspectos de la sociedad británica que a los comunistas no les parecían problemáticos y que, hasta cierto punto, eran incluso compatibles con lo que querían que el público nacional supiera de Inglaterra.

En Albania, lo que podíamos ver estaba cuidadosamente seleccionado.

lea ypi

Muy pronto supe que las universidades y la enseñanza superior británicas eran de buena calidad. Esa era la paradoja de la propaganda comunista. Por un lado, Reino Unido era el corazón del imperio capitalista. Por otro, Engels y Marx habían vivido en Reino Unido y escrito sobre las condiciones de la clase obrera.

Con el tiempo, descubrí otro vínculo muy antiguo con Gran Bretaña. Se remonta a mi historia familiar. Durante la Segunda Guerra Mundial, Albania fue uno de los únicos países de Europa, junto con Yugoslavia, en liberarse de los nazis sin ayuda extranjera. No obstante, los británicos tenían muchos agentes en Tirana. Algunos de ellos estaban emparentados con mi familia, que era progresista pero no comunista. Cuando los británicos abandonaron Albania, dejaron atrás a las élites intelectuales con las que habían cooperado. El motivo oficial del encarcelamiento de mi abuelo durante 15 años fue que se le acusó oficialmente de agitación, propaganda y colaboración con los británicos durante la Segunda Guerra Mundial.

Actualmente estoy escribiendo un nuevo libro sobre ese aspecto de la historia de mi familia. He podido encontrar y estudiar los expedientes de los interrogatorios de mi abuelo, en los que confiesa los nombres de los funcionarios británicos con los que cenaba y lo que decían contra el gobierno. Cuanto más trabajo en este asunto, más me extraña que los agentes británicos pudieran marcharse sin saber qué había sido de las élites albanesas con las que habían colaborado. Para ellos fue simplemente una operación fallida, para mi abuelo y mi abuela significó ver sus vidas arruinadas.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Albania fue uno de los únicos países de Europa, junto con Yugoslavia, en liberarse de los nazis sin ayuda extranjera.

lea ypi

Sus primeros contactos con el extranjero fueron en Grecia e Italia, durante el traumático periodo que siguió al final del comunismo. ¿Qué la llevó finalmente a Reino Unido?

Después de mis estudios, escribí mi tesis doctoral en inglés en el Instituto Universitario Europeo. Estudiaba a Isaiah Berlin, Bernard Williams y John Rawls y trabajaba sobre teoría política contemporánea, cuestiones de justicia global, democracia y liberalismo. En aquella época me atraía mucho el debate intelectual angloestadounidense, así que decidí solicitar un posdoctorado en Oxford. En comparación con Italia, donde había asistido a una universidad de masas, Oxford ofrecía una cultura intelectual muy diferente. Era imposible olvidar ni por un segundo que se trataba de una institución elitista, que esencialmente seleccionaba a personas de una determinada procedencia. Trabajé como tutora en el Worcester College de Oxford: cuando organizaba las entrevistas de admisión para los estudiantes de nuevo ingreso, las dificultades de Oxford para aceptar a estudiantes que no procedían de escuelas privadas eran absolutamente flagrantes. También fue uno de los primeros malentendidos culturales que tuve: durante mucho tiempo me pareció absolutamente absurdo que las public schools fueran privadas.

¿Sentía que sus compañeros tuvieran curiosidad por su país de origen?

Inglaterra está poblada por tantos extranjeros que no había mucha curiosidad por mis orígenes. Recuerdo que cuando estudiaba en Italia había muchos prejuicios antialbaneses debido al alto nivel de inmigración de los años noventa. En Inglaterra, era perfectamente posible ser albanés sin sufrir ningún tipo de discriminación. Los prejuicios contra los albaneses aún no existían. Se fueron inventando en las décadas siguientes, a medida que los debates sobre Europa se volvían más tensos. El año pasado fue especialmente problemático. El gobierno decidió atacar explícitamente a los inmigrantes irregulares albaneses y muchos albaneses que viven en Reino Unido han sido discriminados. Pero en general, Reino Unido me parece una sociedad más abierta y multicultural que aquellas en las que he vivido antes: en Reino Unido, la gente es tolerante incluso cuando el gobierno no lo es. Es casi una ventaja ser extranjero: tener un acento no británico te permite escapar a ciertos determinismos sociales, es una sociedad en la que las diferencias de clase son tan importantes como las étnicas. Es mucho más difícil que la gente con la que hablas te sitúe en un contexto social.

En Reino Unido, la gente es tolerante incluso cuando el gobierno no lo es.

lea ypi

¿Cuál es su relación con la lengua inglesa? En su opinión, ¿el inglés es más británico o estadounidense?

Tras la ruptura de relaciones entre Albania y la Unión Soviética en 1960, el ruso dejó de enseñarse. Fue sustituido por el francés y el inglés. Como hablaba francés gracias a mi abuela, recibí clases de inglés durante la época comunista: los libros de texto enseñaban inglés británico. En la preparatoria, el comunismo había caído y era Estados Unidos quien ejercía una mayor influencia: fue entonces cuando empecé a descubrir el inglés estadounidense. Más tarde, durante el doctorado, empecé a practicar el inglés internacional. En resumen, cuando llegué a Oxford ya había practicado el idioma en todas sus formas. 

Sin embargo, no fue sino hasta llegar a Oxford cuando me encontré por primera vez con el verdadero inglés británico. Fue muy difícil, porque es un idioma extraordinariamente traicionero. Es muy sencillo a primera vista, pero extremadamente complicado cuando se profundiza en él. Como hablante no nativa, es fácil creer que es fácil alcanzar el mismo nivel que los nativos, sobre todo porque el lenguaje académico es deliberadamente muy seco y conciso. Pero para alcanzar ese grado de sencillez, ya es necesario tener un excelente dominio de la lengua y, en particular, de sus estructuras más complejas. Es lo contrario del francés, el italiano o el alemán, que son inmediatamente difíciles y tienen una progresión lineal.

Tras la ruptura de relaciones entre Albania y la Unión Soviética en 1960, el ruso dejó de enseñarse. Fue sustituido por el francés y el inglés.

lea ypi

¿Le agrada esa complejidad?

Sí, porque activa otra parte de mi cerebro. Cuando escribo algo más emocional, lo hago en albanés o italiano. Cuando escribo algo conceptual, lo hago mucho más claramente en inglés.

Libre es a la vez una reflexión sobre la experiencia del socialismo y del liberalismo. En cierto modo, Reino Unido ha sido un país clave en la historia de esas dos tradiciones políticas. ¿Cree que puede seguir siendo una especie de laboratorio político?

En el siglo XIX, durante la época victoriana, Gran Bretaña era a la vez el corazón del capitalismo mundial y el mayor imperio colonial. Sin embargo, a pesar de ese poderío —o debido a él— era una sociedad algo diferente de los demás países europeos. Uno de sus rasgos distintivos era su tolerancia política: por eso Marx y Engels acabaron en Inglaterra tras ser perseguidos en Francia y Bélgica. Por fin encontraron un país donde podían trabajar sus ideas estudiando directamente el capitalismo, sin que nadie se preocupara por ellos.

Fue porque Gran Bretaña era una sociedad conservadora en la que la crítica no hacía olas. El cambio en Gran Bretaña se produce a un ritmo muy lento y sólo porque las élites toman consciencia de la necesidad de hacer concesiones, no por una revolución. Cuando el sistema liberal y las estructuras capitalistas se consolidaron, hubo una extraña mezcla de apertura intelectual y resistencia social a los cambios fundamentales y radicales de los que hablaban Marx y Engels. Pero para ellos, Gran Bretaña era un laboratorio: al fin y al cabo, era el lugar donde el capitalismo estaba más avanzado. Debido a su estructura parlamentaria relativamente funcional, creían que la transición al socialismo podría ser pacífica en Gran Bretaña: las instituciones democráticas y liberales podrían llevar a cabo esas reformas sociales.

El cambio en Gran Bretaña se produce a un ritmo muy lento y sólo porque las élites toman consciencia de la necesidad de hacer concesiones, no por una revolución.

lea ypi

En el siglo XX, la trayectoria paralela de socialismo y liberalismo continuó sin interrupción. El ejemplo de la LSE es sorprendente. Por un lado, la escuela fue fundada por miembros de la Sociedad Fabiana: era una institución socialista. También era una universidad donde las élites de las colonias podían aprender ideas radicales antes de difundirlas por todo el imperio. Por otro lado, la LSE también acogió a algunos de los neoliberales más eminentes, empezando por Friedrich Hayek.

Es difícil saber si el Reino Unido ha seguido siendo un laboratorio político. Muchas personas argumentarían que el Brexit fue sintomático de su declive intelectual y geopolítico. Incapaz de aceptar su declive, optó por un movimiento radical para recuperar la impresión de ser una superpotencia. Siete años después, estamos empezando a ver los efectos de ese voto. Gran Bretaña está más aislada que nunca, y dudo que en nuestro mundo un actor aislado pueda tener una influencia real.

El Reino Unido lleva mucho tiempo marcado por una tradición de aislacionismo que culminó en 2016. De niña, usted creció en uno de los países más aislacionistas del mundo. ¿Existe un eco entre esas dos experiencias aislacionistas?

En primer lugar, las relaciones de poder eran muy diferentes. El aislamiento de Albania era el de un país periférico que había sido víctima del imperialismo en varias ocasiones. No era el de un antiguo centro imperial al que le costaba aceptar su declive. Los albaneses no podrían identificarse realmente con el aislacionismo británico.

Dicho esto, como Albania no forma parte de la Unión, viví el Brexit de forma algo diferente a la mayoría de la gente. A menudo veía la situación como un tercero, ya que no era ni británica ni ciudadana de la UE. Cuando escuchaba los debates sobre la privación de derechos de los ciudadanos de la UE en caso de Brexit, lo vivía sobre todo como una manifestación del privilegio que conllevaba la Unión. Desde mi punto de vista, el Brexit simplemente niveló por lo bajo la situación de todos los inmigrantes en Gran Bretaña: todos los europeos descubrieron lo que estaban pasando los albaneses. Tener que hacer enormes colas en la frontera era lo que siempre había vivido.

Desde mi punto de vista, el Brexit simplemente niveló por lo bajo la situación de todos los inmigrantes en Gran Bretaña: todos los europeos descubrieron lo que estaban pasando los albaneses.

lea ypi

En ese sentido, fue una llamada de atención para mucha gente que se dio cuenta de que los derechos siempre están estratificados. Desde este punto de vista, la experiencia de unidad que sienten los europeos es en gran medida la experiencia de una unidad de privilegiados de la que muchas otras comunidades siempre han estado excluidas.

Además, yo tenía una doble visión de la Unión Europea. Por un lado, procedía de un país, Albania, que quería adherirse a ella. Por otro, vivía en un país, Gran Bretaña, que quería abandonarla. Esto me permitió escuchar a menudo las dos caras del debate. Podía entender las críticas, procedentes de la izquierda británica, a la forma en que las instituciones europeas ejercían su poder. Procedente de los Balcanes, había experimentado el paternalismo de la Unión más de una vez. Pero a pesar de todos sus defectos, también comprendía lo importante que podía ser esa asociación transnacional.

En el extranjero, la monarquía es uno de los rasgos más distintivos de Gran Bretaña. Nacida en un país comunista, ¿cómo fue trasladarse a la monarquía más famosa del mundo?

Para ser sincera, uno de mis primeros encuentros con Gran Bretaña fue con la monarquía. Poco después de la caída del comunismo, recuerdo haberle escrito a la reina para decirle que, ahora que mi país ya no estaba cerrado al resto del mundo, quería ir a estudiar a su país. Incluso recibí una respuesta del palacio diciendo que no había becas para niños de mi edad, ¡pero que podría solicitarlas en el futuro! Creo que en aquel entonces le atribuía un poder inmenso a la reina.

Con el tiempo, y sobre todo tras mudarme a Reino Unido, mi comprensión de esa institución cambió mucho. Me di cuenta de que el poder de la monarquía existía, pero que era difícil de captar a primera vista. Al fin y al cabo, Reino Unido no es muy diferente de otros países capitalistas, con sus divisiones de clase y sus desigualdades, y la monarquía no desempeña realmente ningún papel en esos fenómenos, salvo a nivel simbólico.

No obstante, vivir en una monarquía era una especie de paso atrás. ¿Cómo aceptar que la soberanía la encarne en parte alguien que ha nacido para ocupar ese puesto? Dadas mis opiniones políticas, me pregunté por el lugar que quería darle en mis batallas. ¿Es prioritario derrocar a la monarquía siendo socialista en el Reino Unido?

¿Cómo aceptar que la soberanía la encarne en parte alguien que ha nacido para ocupar ese puesto?

lea ypi

Mi primer roce con la monarquía, o al menos con la forma en que la ve la sociedad británica, fue cuando mi hijo, que entonces tenía tres años, empezó a tener fobia a los ladrones. Para que tuviera menos miedo, le expliqué que no debía temer a los ladrones de poca monta, sino sólo a los ladrones de verdad, a los que nadie ve porque controlan sobre todo a la policía. Cuando me pidió un ejemplo, le dije que la reina era la jefa de esos ladrones porque la monarquía llevaba siglos robando dinero y creando una autoridad que no se podía cuestionar. Terminé mi lección diciéndole que era mejor preocuparse por el ladrón que controlaba la prisión que por el que corría el riesgo de acabar tras las rejas. El problema fue que mi hijo repitió en el colegio que la reina era una ladrona y un padre de familia fue a verme para decirme que en Gran Bretaña no se hablaba así de la reina. Creo que así experimenté el poder simbólico de la monarquía y, al mismo tiempo, el hecho de que mi integración cultural era aún muy rudimentaria. 

Cuando murió la reina, fuimos testigos de algo que ya no ocurre en el mundo occidental: la exhibición de su cuerpo en varias ciudades; enormes multitudes de personas que acuden a presentar sus respetos; la puesta en práctica de un complejo ritual. Curiosamente, ese momento no fue muy diferente de lo que usted describe del luto nacional que siguió a la muerte de Enver Hoxha.

Fue muy parecido y no me pasó desapercibido. En ambos casos, la nación temía derrumbarse tras la muerte del líder. A fin y al cabo, en los tiempos turbulentos de los últimos años, la reina había sido tal símbolo de estabilidad que el temor era comprensible. Pero hay una diferencia importante. Creo que todos los que lloraron a la reina lo hicieron de verdad. En Albania —y ésa era una de las características de aquel régimen— era imposible saber si las lágrimas eran sinceras.

¿Cómo describiría la vida intelectual británica? 

Me parece que, por un lado, sigue marcada por una profunda tradición empírica y, por otro, que la impronta del neoliberalismo sigue siendo extremadamente fuerte. Su encarnación thatcheriana ha dado lugar a un utilitarismo desenfrenado en el que una cierta cantidad de conocimientos —en particular las lenguas, las humanidades y las ciencias sociales— debe reservarse a una élite que pueda permitírselo. Hoy en día, los conservadores hablan incluso de suprimir el financiamiento de ciertas disciplinas en las universidades públicas, explicando que los ingleses deberían dedicarse a materias más productivas…

Eso es, por supuesto, una consolidación más del atrincheramiento y la estratificación de clases, porque ahora sólo los más ricos tendrán acceso a esas asignaturas. Eso es muy evidente en la sociedad británica, donde el griego y el latín sólo pueden estudiarse en escuelas privadas muy caras, todo lo contrario que en Italia, donde esas lenguas se enseñan en todas las escuelas públicas. El mensaje es muy claro: en Gran Bretaña, la alta cultura está reservada a la élite. Así es como los conservadores están destruyendo el Estado. Al entregarlo todo al sector privado, sólo los ricos pueden permitirse una educación de calidad.

En Gran Bretaña, la alta cultura está reservada a la élite. Así es como los conservadores están destruyendo el Estado. Al entregarlo todo al sector privado, sólo los ricos pueden permitirse una educación de calidad.

lea ypi

Pero el verdadero problema es que también el Partido Laborista sigue profundamente transformado por el legado de Margaret Thatcher. La idea de que en Gran Bretaña sólo puede llegar al poder una izquierda muy centrista es omnipresente: la opinión pública sigue convencida de que es imposible ganar elecciones haciendo campaña por la izquierda. Ese lugar común es indicativo de la hegemonía thatcherista.

El asunto es especialmente disparatado ahora. Tras el año pasado y el cataclismo político tory, los laboristas están ahora 25 puntos por delante en las encuestas: la legislación tory ha fracasado en todo, desde el Brexit hasta la economía, pasando por las cuestiones sociales. Y, sin embargo, Keir Starmer [el líder del Partido Laborista] es incapaz de transformar su discurso hasta el punto de postularse como defensor de la austeridad, como los conservadores… Tiene tanto miedo de perder el liderazgo que no propone nada nuevo… y se aleja de sus apoyos históricos: el Partido Laborista salió de los sindicatos y sus líderes no dicen ni una palabra en apoyo a los huelguistas… Es una renuncia histórica.

¿Hay algún lugar del Reino Unido que le guste en particular?

Me encanta mi barrio, Acton, que está al oeste de Londres. Es una zona muy mezclada, con gente de Europa del Este, el Caribe y Pakistán. En general, la heterogeneidad es algo que aprecio mucho en Londres. Me gusta mi barrio porque es un ejemplo de cómo puede funcionar la integración. En el colegio de mis hijos, que es uno de mis lugares favoritos, hay alumnos asiáticos, negros y blancos de todas las clases sociales. Siempre es una locura ver que los niños no notan ninguna de esas diferencias.

Cuando veo que en Francia sigue habiendo debates sobre el multiculturalismo, siempre me quedo muy sorprendida, y un poco triste. No me gusta la idea de que el Estado deba forzar la integración de grupos minoritarios. En ese ámbito, me parece que los británicos tienen una visión más tolerante de la cultura, quizá también gracias al pragmatismo británico.

Me parece que los británicos tienen una visión más tolerante de la cultura, quizá también gracias al pragmatismo británico.

lea ypi

Pero tampoco hay que idealizar demasiado.  Si salgo de mi barrio de Acton, puedo acabar en las zonas más lujosas de la ciudad o en las más desfavorecidas. Esa proximidad es muy simbólica del mundo en que vivimos, del que Londres es un microcosmos tanto por su diversidad cultural como por sus jerarquías sociales. Creo que da qué pensar a los niños que crecen en esos lugares: les hace estar políticamente alertas, conscientes de sus privilegios y de las injusticias sociales. Creo que es importante estar en lugares donde no olvidemos que nuestra experiencia puede ser radicalmente distinta de la de los demás y sigamos preguntándonos qué podemos hacer para mejorar la sociedad.