«Mi noche en el museo de la Acrópolis», una conversación con Andrea Marcolongo

En este segundo episodio de verano de nuestra serie "Gran Tour", Andrea Marcolongo comparte con nosotros una experiencia única en el Museo de la Acrópolis de Atenas. Ante los frisos del Partenón, se pregunta: nos gusta situar el origen de nuestra "identidad" en Grecia. Pero, ¿de qué Grecia hablamos? Una vigilia nocturna frente a los mitos griegos...

Andrea Marcolongo, Déplacer la lune de son orbite, París, Stock, 2023, 240 páginas, URL https://www.editions-stock.fr/livres/ma-nuit-au-musee/deplacer-la-lune-de-son-orbite-9782234093751

Pueden encontrar los demás episodios de nuestra serie de verano «Gran Tour» aquí.

Sacar a la luna de su órbita: ¿por qué ese título?

«Sacar a la luna de su órbita» es una frase que un arqueólogo que asistió a la retirada de los mármoles del Partenón a principios del siglo XIX habría oído pronunciar a los atenienses. La expresión me parece fascinante. Se puede oír en ella la presciencia de una catástrofe, la idea de que la retirada no es sólo un error o una injusticia, sino un gesto de mucha mayor magnitud, a través del cual se produce una ruptura de un orden superior, casi cósmico.

El libro forma parte de una serie llamada «Mi noche en el museo» (publicada por Stock), cuya idea es permitir a los autores pasar una noche entera en el museo que elijan y escribir un relato sobre ello. Usted eligió pasar la noche en el Museo de la Acrópolis de Atenas, frente a lo que queda de los frisos del Partenón, la mayoría de los cuales salieron de Grecia a principios del siglo XIX con destino al Museo Británico y luego a otros museos europeos. En su caso, ¿fue la noche en el museo un pretexto, o determinó su forma de escribir este libro? 

Es una buena pregunta. Este tipo de experiencia es siempre una apuesta editorial. Una noche puede ser intensa, poderosa y conmovedora, pero obviamente eso no basta para escribir un libro. Evidentemente, la noche no es el momento de la escritura en sí: todo el libro se preparó antes y se escribió después. La experiencia en sí puede ser un buen reportaje, pero eso no lo convierte a priori en literatura. También se puede imaginar pasar una noche en un museo sin convertirlo en un libro, por supuesto. En mi caso, tuve la suerte de que el gobierno griego y la administración del museo tardaran casi un año en darnos permiso. Este año de preparación fue para mí una forma de documentarme, de anticipar el momento de la noche en sí – y por tanto de empezar a construir el libro, adelantándome a ese momento, según una dinámica que en última instancia da una especie de impaciencia, expectativa y tensión a mi historia, al menos eso espero. Así que yo diría que la experiencia de aquella noche en el Museo de la Acrópolis no fue sólo un pretexto en la génesis del libro.

Su historia se construye, como una epopeya griega, en torno a un antihéroe, Lord Elgin, el hombre que ordenó el robo de los frisos del Partenón, y su heroico opuesto, Lord Byron, que transformó nuestra visión de Grecia sólo unos años después. 

De hecho, la historia es muy novelesca, y más aún, tan poderosamente trágica, que parece inverosímil. Lord Elgin, embajador en Constantinopla, lo tenía todo y luego lo perdió todo. Afectado por lo que el propio Byron llamó «la maldición de Minerva», acabó perdiendo algunos de «sus» mármoles (en naufragios), su fortuna, su reputación, a su esposa, sus obligaciones, e incluso su aspecto físico, ya que se vio aquejado de una especie de gangrena que le carcomía la cara, como las estatuas que mutiló y retiró del Partenón. 

Pero la tragedia es también geopolítica hasta la médula. El papel de Elgin podría haberlo desempeñado cualquier otro embajador inglés, aprovechando como hizo la nueva alianza entre la Corona y el Imperio Otomano tras la retirada de los ejércitos franceses de Egipto bajo el Consulado. Lord Elgin no es un héroe (o antihéroe) de la tragedia por derecho propio. Para mí, encarna la síntesis de la visión que Europa tenía de Grecia a finales del siglo XIX. En aquella época, Grecia era una especie de suburbio de Europa, una región pobre del Imperio Otomano. Nadie tenía la idea de proteger o defender Grecia.

A finales del siglo XIX, Grecia era una especie de suburbio de Europa, una región pobre del Imperio Otomano. Nadie tenía la idea de proteger o defender Grecia.

andrea marcolongo

¿Cuál fue el origen de la arrogancia de Lord Elgin y de su pasión desmedida por los frisos del Partenón, que al principio desconocía y que hizo retirar sin siquiera verlos?

Atenas era entonces una ciudad pequeña, sucia e inculta, donde se dice que sólo quedaba un anciano que supiera hablar griego antiguo. Lord Elgin, como muchos aristócratas europeos de finales del siglo XVIII, no sabía casi nada de Grecia. Sólo veía en ella una oportunidad de satisfacer sus ambiciones, un medio de promocionarse a los ojos de la Corona británica. 

El «robo» era a título privado. Elgin, embajador de Inglaterra en Constantinopla, usó su poder para obtener un firman, un documento oficial del sultán que lo autorizaba a retirar los frisos del Partenón y llevárselos a Inglaterra. Más tarde, el secuestro individual y privado se convirtió en el problema geopolítico que es hoy. Esta es otra cara de esa historia tan novelesca. Todo lo que hizo Lord Elgin fue a título privado, protegido por la autoridad de su título de embajador. Si finalmente vendió los mármoles -muy por debajo de su valor- al Museo Británico, fue en un intento de saldar las colosales deudas que le había costado la aventura. Pero el Museo Británico comprendió enseguida la importancia de la adquisición. 

En el siglo XIX, Elgin se llevó mármoles que pertenecían a una ciudad del Imperio Otomano; hoy, el Estado griego pide que se devuelvan al Reino Unido. Todos los protagonistas de la historia han cambiado.

Adentrarme en esta historia me ha hecho reflexionar profundamente sobre nuestra relación con el patrimonio histórico, el significado de los museos, el propio concepto de museo y su dimensión universal. Cuando empecé a escribir el libro, no se había hecho ninguna restitución. Entretanto, el Vaticano, Italia y, más recientemente, Austria han devuelto a Grecia los mármoles del Partenón que poseían. 

Adentrarme en esta historia me ha hecho reflexionar profundamente sobre nuestra relación con el patrimonio histórico, el significado de los museos, el propio concepto de museo y su dimensión universal.

andrea marcolongo

¿Existen similitudes entre el caso griego y el de las obras de arte africanas, el 90% de las cuales se encuentran ahora en museos occidentales? 

Hace 200 años, Grecia era el África de Europa. Las críticas y excusas que durante décadas se lanzaron a Grecia para no devolver los frisos del Partenón –no podrían conservarlos, sus museos no son lo suficientemente grandes, modernos o seguros, etc.- son exactamente las mismas que se lanzan ahora a África.

Es un tema fascinante y, al mismo tiempo, infinitamente delicado. Los dos escollos son la hiperemotividad y el nacionalismo brutal. Evidentemente, no todas las obras extranjeras de los museos son fruto de un robo. Sería absurdo asignar a cada obra la «nacionalidad» del país que corresponde al lugar donde fue creada. Pero al igual que Europa inventó la idea misma del museo universal, creo que a Europa le corresponde inventar la próxima etapa de la historia del museo. Por supuesto, debemos asociar a la reflexión a los países que solicitan restituciones, pero no podemos pedirles que realicen en nuestro lugar la crítica interna de nuestra concepción del museo. 

Al igual que Europa inventó la idea misma del museo universal, creo que a Europa le corresponde inventar la próxima etapa de la historia del museo.

ANDREA MARCOLONGO

El informe Savoy-Sarr me parece un buen comienzo. Sus conclusiones no se limitan a observaciones logísticas sobre la restitución. También piden que se inventen nuevas formas de hacer circular el patrimonio artístico. Hoy en día, nuestros museos están tan abarrotados que se han convertido en atracciones turísticas que casi no tienen nada que ver con el arte. La gente recorre miles de kilómetros para ver obras de arte. ¿Por qué no imaginar lo contrario y pensar en museos itinerantes, donde las obras de arte que constituyen un verdadero patrimonio universal salgan al encuentro del público de todo el planeta?

En 1812, Lord Byron revolucionó la mirada de las élites europeas sobre Grecia: la publicación y la amplia difusión de Childe Harold produjeron realmente un milagro geopolítico. Existe un círculo virtuoso entre los mundos intelectual, público y político. Tal circularidad sería obviamente deseable hoy en día. No pretendo que haya un Lord Byron en cada país. Pero sí creo que los intelectuales deben tratar esas cuestiones con sinceridad y desempeñar su papel en el debate, entablando un diálogo con el mundo de la toma de decisiones políticas.

¿Por qué no imaginar lo contrario y pensar en museos itinerantes, donde las obras de arte que constituyen un verdadero patrimonio universal salgan al encuentro del público de todo el planeta?

andrea marcolongo

Usted escribe en la p. 185: «Las raíces culturales de las que decimos ser fruto, al igual que el retorcido mundo que habitamos, no son nuestras, pero necesitamos desesperadamente creer que lo son». ¿Qué quiere decir con eso?

Nos gusta situar el origen de nuestra «identidad» en Grecia. Pero, ¿de qué Grecia estamos hablando? ¿La Grecia del siglo V a. C., la de Pericles o la de Aristóteles 100 años después? ¿El Peloponeso, Atenas, Esparta? A la luz de estas distinciones, creo que se trata de una Grecia imaginaria que nos legaron los latinos. Es una Grecia que seguimos inventando. Pero tenemos que situar la idea de las raíces en algún lugar. Unas raíces muy tangibles, aunque imaginarias: podemos proyectarlas en textos, mármoles y paisajes mediterráneos. 

Pero ¿a dónde nos lleva esto? Sabemos hasta qué punto las nociones de raíces e identidad pueden utilizarse con fines nefastos. Creo que debemos asumir estos conceptos sabiendo matizarlos y despojarlos de sus aspectos negativos. No podemos vivir como rizomas, flotando sin raíces. Por utilizar una metáfora, me sorprende oír hablar tanto de las llamadas raíces -griegas, romanas, judeocristianas, etc.-, que sin duda existen en cierta medida y figuran en el árbol que constituye nuestra sociedad; pero oímos mucho menos hablar de los frutos, que son lo que realmente cuenta, lo que está sucediendo en el presente. Nuestras raíces no determinan lo que elegimos hacer hoy, son simplemente un hecho histórico. 

Nuestras raíces no determinan lo que elegimos hacer hoy, son simplemente un hecho histórico. 

andrea marcolongo

Entonces, ¿debemos aceptar los términos de la acusación de apropiación cultural, que convierte en una farsa abordar un tema que pertenece a un ámbito cultural en el que no nacimos?

Yo creo que no. La palabra raíces va de la mano de posturas muy conservadoras: de ahí venimos, no debemos cambiar nada, y lo que se desvía de donde venimos no tiene derecho a acceder al árbol. Y de hecho, esa postura es en última instancia la misma que la de la apropiación cultural, aunque desde un ángulo político aparentemente opuesto, que convierte en una impostura, o incluso en un delito, apoderarse de cualquier forma creativa o lúdica de una cultura a la que uno no «pertenece». En ese caso, sin la «apropiación cultural», la idea misma de Grecia habría desaparecido hace 2 mil años. Cuando estaba escribiendo este libro, experimenté a menudo el «síndrome del impostor», y hablo de él en varias ocasiones. Creo que tenemos que vivir con esta precaución, pero saber superarla.

¿Cuál es el mayor sacrilegio, el robo o la amnesia?

La amnesia, la amnesia colectiva, sin duda. En nuestra relación con Grecia siempre ha habido un elemento de robo y un elemento de amnesia. Pero en cierto modo es incluso menos grave cuando el robo se apodera de todo, porque es un signo de curiosidad, interés, fascinación, actividad imaginaria, que cuando se permite que la idea misma se hunda en un olvido silencioso.

Podría pasarme toda la vida haciendo campaña por la devolución de los mármoles del Partenón. Pero si nos centramos en las piedras, en las bellas piedras -las más bellas del mundo, quizá-, podemos perder de vista la defensa de la cultura humanista, que está desapareciendo exactamente del mismo modo que los frisos abandonaron Atenas hace más de 200 años: con indiferencia general. Para mí, el Partenón es un símbolo de la cultura que estamos dejando desaparecer pasivamente, quizá pensando a veces que estamos viendo a la luna salirse de su órbita. 

Para mí, el Partenón es un símbolo de la cultura que estamos dejando desaparecer pasivamente, quizá pensando a veces que estamos viendo a la luna salirse de su órbita. 

andrea marcolongo

Su visión de Grecia parece haber evolucionado de un enfoque escolástico y académico a un conocimiento más íntimo de la Grecia contemporánea. ¿Qué ve de diferente? 

En efecto, nuestra relación con Grecia es cautiva del pasado. Si busca autores griegos en una librería, siempre encontrará más autores que murieron hace más de 2 mil años que autores vivos. La propia Grecia está atrapada en este imaginario turístico, del que sufre. Hablar de la edad de oro de la Grecia clásica y del eclipse de la época otomana crea una especie de esquizofrenia histórica. Sin embargo, los griegos que dicen esto hoy no tienen nada que ver con los griegos de la Liga de Delos. Es tan absurdo esencializar esa filiación como hablar, en Francia, de «nuestros ancestros los galos». De eso se trata también, de aceptar la parte imaginaria de esta herencia, y de saber que la fecundidad imaginaria tiene sentido si nos libera, no si nos aprisiona. 

Es importante saber mirar a Grecia de otra manera: no sólo desde la perspectiva de Roma, sino también desde la de Turquía y los Balcanes. Grecia es también un país de Asia Menor. Los escritos de Orhan Pamuk son quizá los que mejor lo han captado. Su último libro traducido al español, Las noches de la peste (Literatura Random House, 2022), describe una isla imaginaria en la que la población es mitad griega y mitad turca, quizá una versión ficticia de Esmirna. La más bella revisión de un mito griego que he leído es la de Pamuk, que ha sabido mezclar el mito de Medea con un mito otomano. También podemos y debemos intentar leer y mirar a Grecia desde una perspectiva turca, para que nuestra visión sea más matizada y compleja.

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