La danza entre el pacto y la furia va a determinar los próximos años en España.
Puesto que no poseo una bola de cristal no me atrevo a iniciar un juego de adivinanzas. La prospectiva no es mi especialidad. Sólo tengo una certeza: la política exterior va a moldear de una manera decisiva la política española en los próximos tiempos. La dialéctica entre política interior y política exterior será muy intensa. Me refiero al rumbo que pueda tomar la Unión Europea a partir del verano del 2024 y a la deriva de los Estados Unidos después de las elecciones presidenciales de noviembre. Es posible un regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y también es posible una mayor inclinación conservadora de la política europea después de las elecciones al Parlamento de Estrasburgo que tendrán lugar durante la primera semana de junio de este año.
Cabe la posibilidad de una mayor acentuación conservadora a ambos lados del Atlántico. Esa constelación podría colocar al actual Gobierno de España en una posición claramente defensiva. Cabe la posibilidad de que una parte de la península Ibérica se acabe convirtiendo en uno de los últimos reductos de la izquierda reformista en Europa. En Portugal ya sabemos que no va a ser así. La izquierda portuguesa acaba de ser derrotada. Cabe también la posibilidad de que la izquierda española no logre resistir la presión del nuevo ciclo histórico y sucumba antes de que concluya la actual legislatura, caracterizada por un agónico pacto con los independentistas catalanes. Cualquier traspié, cualquier error grave, cualquier escándalo (acaba de destaparse un sucio caso de cobro de comisiones en el suministro de mascarillas médicas a distintos organismos gubernamentales durante la hora más grave de la epidemia) podrían acabar con la ‘excepción’ española. El PSOE, junto con el Partido Socialdemócrata Sueco y el Partido Laborista de Malta, son las únicas formaciones socialdemócratas que han logrado superar el 30% de los votos en las últimas elecciones generales celebradas en sus respectivos países.
“El cadáver del autoritarismo todavía está tibio en España”
“El cadáver del autoritarismo todavía está tibio en España y Portugal, y por consiguiente hay cosas que todavía no se pueden hacer en la Península Ibérica. De momento, claro”. Ese fue el diagnóstico que me transmitió mi amigo portugués Gabriel Magalhães después de conocer los imprevistos resultados de las últimas elecciones generales españolas. En Italia, país que recuperó las libertades democráticas en 1945, tras el hundimiento político y militar del régimen fascista, el cadáver de Benito Mussolini está mucho más frío y la vieja tradición transformista italiana ha comenzado a borrar las líneas divisorias que durante decenios trazó el antifascismo militante. Gracias al desgaste histórico de la cultura política dominante entre 1945 y el 2000, gracias a la antipolítica tenazmente sembrada por Silvio Berlusconi y sus canales de televisión, y gracias a los estragos de la última crisis económica, los nietos de Mussolini que se han refugiado en la mitología del Señor de los Anillos han conseguido hacerse con el gobierno del tercer país más poblado de la Unión Europea. En Italia no gobiernan fascistas con la camisa negra. Gobiernan conservadores que admiran a Donald Trump, que juegan al despiste con J.R. Tolkien y que se niegan a proclamarse antifascistas. Cuando la memoria se enfría y la precariedad se instala en una sociedad que en los años ochenta del siglo pasado tocó con la punta de los dedos una prosperidad espumante, esos giros de guión son posibles. Veremos qué pasará en Francia dentro de un par de años.
En España esas piruetas se han empezado a ensayar en algunas comunidades autónomas, pero no pudieron triunfar en las últimas elecciones generales. Lo impidieron el voto de las mujeres, temerosas de una regresión de sus derechos si la extrema derecha llegaba al poder, y los catalanes, mayoritariamente hostiles o refractarios al nacionalismo español. En las próximas elecciones generales, el Partido Popular será especialmente cuidadoso con las mujeres y no se sabe muy bien qué hará con Cataluña.
Al acecho, la estrategia del Partido Popular
El PP podría intentar desbordar el voto reactivo catalán con una movilización nacional española que agrupase su alrededor a más de la mitad de los votantes de Vox, en la medida que esa formación parece haber entrado en una fase de debilidad orgánica. Un gran rassemblement national (reagrupación nacional, en español), para poner fin al ciclo de la izquierda y sus alianzas territoriales. El principal dirigente de Vox, Santiago Abascal, tiene motivos más que suficientes para temer una investigación sobre el uso de los fondos cobrados del Estado por su formación y no sabe en qué momento se moverá esa espada de Damocles. El PP mejorará sus relaciones con el Partido Nacionalista Vasco y también podría ensanchar sus incipientes vías de comunicación con Junts per Catalunya, para evitar que la derecha independentista catalana vuelva a dar su voto al PSOE en el Congreso de los Diputados en una nueva legislatura, dentro de cuatro años o quizás antes según cual sea la evolución de los acontecimientos.
Probablemente la derecha española, no sabemos con qué liderazgo, intentará realizar los dos movimientos simultáneamente: atacar y buscar alianzas en el campo contrario. La furia y el pacto. Promoverá una ola nacionalista española capaz de desbordar el voto defensivo catalán y a la vez dibujará discretamente líneas de pacto con los herederos de Convergencia -la formación nacionalista catalana fundada en 1974 por Jordi Pujol- que pronto estarán más interesados en el endurecimiento de la política de inmigración que en una nueva y folclórica proclamación de independencia. Seguramente se les prometerá un progresivo y discreto perdón de los asuntos penales que puedan haber quedado fuera de la ley de amnistía y se les ofrecerá complicidad en las políticas económicas y sociales.
Las claves de un mundo roto.
Desde el centro del globo hasta sus fronteras más lejanas, la guerra está aquí. La invasión de Ucrania por la Rusia de Putin nos ha golpeado duramente, pero no basta con comprender este enfrentamiento crucial.
Nuestra época está atravesada por un fenómeno oculto y estructurante que proponemos denominar: guerra ampliada.
Cataluña en el centro del momento político español
El pacto y la furia también saben bailar el vals cuando conviene. Por consiguiente, el resultado de las próximas elecciones al Parlament de Catalunya van a ser muy importantes para el desenlace de la actual legislatura española. En Cataluña vuelve a estar la clave de bóveda del momento político español. Así ha ocurrido en varias ocasiones desde que en 1868 el general Joan Prim Prats mandó al exilio a Isabel II y ofreció el trono a Amadeo de Saboya, previo cásting europeo. No me atrevo a efectuar pronósticos. Poco después de las últimas elecciones generales, le comenté lo siguiente a Pablo Iglesias, con el que sigo manteniendo una relación cordial pese a nuestras diferencias. Le dije: “Los momentos catalanes en la política española suelen ser interesantes. Suelen acabar mal, pero vale la pena vivirlos”. La estresada Cataluña, como les decía, es hoy la clave de bóveda. El PSC -partido socialista catalán federado con el PSOE- se halla bien situado para volver a ser el partido más votado en las próximas elecciones al Parlament. La batalla se dirimirá en el terreno de las políticas concretas, puesto que los problemas ignorados durante diez años por el utopismo independentista resurgen ahora todos de golpe: desde la sequía a la degradación del sistema escolar. No hemos de descartar la aparición, con cierta energía, de un partido de extrema derecha de habla catalana, que aúne una retórica independentista radical con una mirada agresiva hacia los inmigrantes, en definitiva la Liga Norte catalana, de la que algunos venimos hablando desde hace tiempo. El espíritu de la Liga Norte estaba implícito en el movimiento independentista bajo la capa de radicalidad democrática, bajo la intensa emoción que genera todo movimiento social que tenga como lema “empezar de nuevo”.
Los líderes independentistas no tenían el propósito de romperlo todo para conseguir la secesión. Creo que los hechos demuestran esta afirmación. Competían de manera insomne entre ellos, se detestaban y creían que la realización del referéndum del 1 de octubre del 2017 podría abrir paso a una negociación con el Estado español, bajo los auspicios de la Comisión Europea. En la medida que esa negociación les fue negada, se sintieron obligados a efectuar una proclamación de independencia –la proclamación de independencia más triste de la historia de la humanidad–, y en las horas siguientes no hicieron nada para aplicarla. No quisieron arriesgarse más y no quisieron colocar a sus seguidores en una situación objetiva de peligro. En este punto fueron responsables. Ni arriaron banderas, ni publicaron la declaración de independencia en el boletín oficial de la Generalitat. Una parte de sus seguidores intuían cual era el juego; otra parte, no. Esa otra parte, quizás la menos politizada antes de iniciarse el procés, ahora se siente profundamente engañada y desilusionada. De esa desilusión saldrán los votos para la Liga Norte catalana, que hablará como Vox en muchos temas. El surgimiento de esta nueva corriente puede volver a trastocar el sistema de partidos catalán. El futuro de Junts es la principal incógnita y de los siete diputados de Junts depende la estabilidad de la actual legislatura española. Será muy interesante observar cómo se combina la aparición de una ultraderecha independentista con los mensajes en morse que Junts y el Partido Popular se seguirán enviando. Las elecciones catalanas determinarán si el PSC podrá seguir ejerciendo de cojinete de la enrevesada situación política española.
El horizonte del Gobierno español
La cuestión está en saber qué márgenes reales de maniobra tendrá el Gobierno PSOE-Sumar en los próximos dos años. Podría acabar siendo el único gobierno de izquierdas en toda la Unión Europea. Nada les será fácil. Eso lo sabe todo el país después de las tres primeras votaciones importantes de la nueva legislatura. España está empatada por abajo y puede quedar bloqueada por arriba, mientras Europa se mueve más hacia la derecha y el fenómeno Maga pugna por regresar a la presidencia de los Estados Unidos.
Pese a la fragilidad de la mayoría parlamentaria, el Gobierno español puede estabilizar la legislatura si logra aprobar de manera definitiva la ley de amnistía. La economía resiste más de lo esperado en su dimensión macro. Muchos gobiernos europeos celebrarían alborozados un crecimiento del 2,5% del PIB en 2023. No ha habido recesión, ni parece que la vaya a haber en los próximos tiempos. La coalición de izquierdas cuenta con fondos e ideas para proseguir con una política moderadamente socialdemócrata, a su vez respetuosa de la pluralidad cultural y lingüística del país, una política que en línea de máximos podríamos llamar plurinacional.
Esa España es posible, pero tiene una significativa carencia de signos populares. Estamos ante una voluntariosa ideación que algunas mañana nos remite a las efervescencias de la Primera República (1871-1873), tan interesantes como estigmatizadas. El discurso más convincente de los plurinacionales es el de intentar lograr una convivencia española más trabada por abajo que impuesta por arriba. Servicios públicos, derechos laborales, mayores cuotas de igualación social y una cierta tranquilidad civil, frente al griterío iracundo que la derecha no acaba de canalizar con acierto. El pacto que se sobrepone a la furia. Esta es la idea. Una fantasía, quizás. Una fantasía que nada tiene que ver con la implantación de una futura República Confederal. Creer que España marcha en esa dirección es un auténtico desvarío.
Navegar en los estrechos
No es fácil dibujar una perspectiva para los próximos años en un mundo en el que mandan los malos augurios. Más guerras, más gasto militar, más miedo, más nacionalismo, más desmantelamiento del estado social, más desigualdades, más debilidad de las democracias, más tentaciones autoritarias, más efectos del cambio climático, más luchas por el aprovisionamiento energético, más luchas por el agua, más luchas por los minerales estratégicos, más luchas por las localizaciones industriales, más enfrentamientos territoriales, más interrogantes sobre el vertiginoso despliegue de la Inteligencia Artificial, más oportunidades y más incertidumbre, más posibilidades de morir después de los cien años, más medicina sofisticada, pero también más pobreza. Dos mundos que se alejan, abriendo entre ellos un gran foso de desesperación y rencor.
Pese a vivir una de las etapas más pacíficas de la historia de España, mucha gente tiene hoy miedo al futuro y a las noticias. Es algo perfectamente comprensible. No son pocos los que deciden desconectar para vivir más tranquilos. La nueva normalidad consiste en un pesimismo difuso y constante, en el interior del cual una parte de la población vive muy bien, algunos mejor que nunca, y otra parte, cada vez más numerosa, vive en una creciente precariedad o en una deprimente sensación de fragilidad. Quizás tengamos una sorpresa y los países del sur de Europa, más acostumbrados a las carencias y a la inestabilidad, resistan mejor que los del organizado norte. Quizás nuestro fundamento democrático sea más fuerte de lo que pensamos. Quizás nuestras capacidades sean más sólidas de lo que imaginamos.
El pacto y la furia bailarán muy agarrados en los próximos años. Las nuevas generaciones, educadas en la escuela democrática, marcarán el ritmo de ese baile. Suya es la época y no creo que a los mayores, los que hemos vivido y recibido los mejores beneficios de la posguerra europea, nos asista ahora el derecho a convertirnos en heraldos de la desgracia y en propagandistas del malestar. Por mi parte, seguiré tomando notas y ampliaré estudios de mi asignatura preferida, la que pone en danza a la Geografía y la Política. Me interesan los estrechos lejanos y me gustaría conocerlos. Intuyo que el mundo se decidirá en los estrechos y me atrae esa cartografía. Malaca me espera.