Esta entrevista también está disponible en inglés en la página del Groupe d’études géopolitiques.
Desde el 24 de febrero de 2022, la guerra ha vuelto al continente europeo. Los miembros de la Alianza Atlántica han apoyado cada vez más a Kiev desde el comienzo de la guerra; ahora envían armas pesadas. Al mismo tiempo, se han cuidado de no verse arrastrados a un conflicto directo con Rusia. Esto plantea dos preguntas: en primer lugar, ¿cuánto pesa el riesgo de un conflicto mayor con Rusia en el apoyo que la OTAN está dispuesta a dar a Ucrania? Y, en segundo, ¿cuánto tiempo puede durar el acto de equilibrio de la OTAN en este respecto?
La OTAN tiene dos tareas fundamentales en lo que respecta a la brutal guerra de Rusia contra Ucrania. Una es aportarle apoyo a Ucrania, y la segunda es evitar una escalada del conflicto más allá de Ucrania. En parte, cumplimos esos dos objetivos proporcionándole un nivel de apoyo sin precedentes a Kiev. Concretamente, los aliados de la OTAN le proporcionan sistemas de armas cada vez más avanzados, así como equipos pesados y modernos, incluyendo sistemas de defensa aérea, artillería de precisión de largo alcance, lanzacohetes, drones y otras armas, que están marcando la diferencia en el campo de batalla todos los días. También coordinamos nuestros esfuerzos a través del grupo de contacto para Ucrania liderado por Estados Unidos, llamado «grupo Ramstein», que se creó a principios de esta primavera.
Al mismo tiempo, también dejamos claro que, aunque apoyamos a Ucrania, incluso a través del apoyo militar, financiero y humanitario, y de las sanciones económicas contra Rusia, no formamos parte de la guerra y la OTAN no está presente en el terreno. Hablé con el presidente Zelenski cuando pidió, por ejemplo, una zona de exclusión aérea, y entiendo que Ucrania la pidiera. Pero sigo creyendo que fue la decisión correcta que no nos involucráramos directamente, porque eso habría llevado a un conflicto abierto entre la OTAN y Rusia. No queremos eso porque conduciría a más sufrimiento, más daños y más destrucción.
Sin embargo, lo segundo que hacemos para evitar que se produzca una situación así, además de no implicarnos directamente, es, por supuesto, aumentar significativamente nuestra presencia militar en la parte oriental de la alianza. Ahora tenemos más de 40,000 soldados directamente bajo el mando de la OTAN, la mayoría de ellos en el este (Francia forma parte de este esfuerzo, con el aumento de su presencia en Rumanía) y estas fuerzas están respaldadas por fuertes activos navales y aéreos.
¿Cuánto puede durar esto? Dejamos claro en la Cumbre de Madrid que prestaremos apoyo durante el tiempo que sea necesario. Las guerras son impredecibles. Nadie puede prever con exactitud cuánto durará ésta, pero estamos preparados para mantener el rumbo, prepararnos para el largo plazo y proporcionar apoyo a Ucrania durante mucho tiempo. Ése fue el mensaje de los líderes en la cumbre de la OTAN en Madrid.
En Madrid, precisamente, la OTAN adoptó su nuevo Concepto Estratégico, cuyos contornos esbozó el pasado mes de mayo el ministro de asuntos exteriores español, José Manuel Albares, para el Grand Continent. El documento sostiene que el «propósito clave y la mayor responsabilidad de la OTAN es garantizar nuestra defensa colectiva», pero también que la Alianza Atlántica «seguirá cumpliendo tres tareas fundamentales: disuasión y defensa; prevención y gestión de crisis; y seguridad cooperativa». ¿Existe ahora un verdadero consenso a favor de que la defensa colectiva es la principal prioridad de la OTAN? Y, si es así, ¿qué significará esto en el terreno, tanto a nivel convencional como nuclear?
La defensa colectiva es una de las tres tareas principales de la OTAN, tal y como se refleja en el Concepto Estratégico que acaba de mencionar. Al mismo tiempo, por supuesto, la principal responsabilidad de la OTAN es proteger y defender a todos los aliados contra cualquier amenaza. Esta tarea sigue siendo la misma desde la fundación de la Alianza en 1949. Pero el entorno de seguridad y la forma en que cumplimos y llevamos a cabo nuestra responsabilidad dependen del tipo de amenazas a las que nos enfrentamos. Durante cuarenta años, nuestro objetivo principal fue disuadir a la Unión Soviética de atacar a cualquier país aliado de la OTAN. Tras el fin de la Guerra Fría, la gente se preguntaba si seguíamos necesitando la Alianza Atlántica, y se decía que la OTAN tenía que «salir del negocio» (‘out of business‘) o «salir del área» (‘out-of-area‘), y claramente salimos del área. La OTAN desempeñó un papel muy importante para ayudar a poner fin a dos brutales guerras étnicas en los Balcanes, en Bosnia-Herzegovina y en Kosovo. Después, tras el 11 de septiembre y los ataques terroristas contra Estados Unidos, la OTAN ha estado en la primera línea de la lucha contra el terrorismo. A partir de 2014, hemos vuelto a centrarnos más en la defensa colectiva y en la amenaza procedente de Rusia.
Así que mi respuesta es que nuestra tarea principal, la responsabilidad de proteger a los aliados, no ha cambiado desde la fundación de la Alianza. Pero el tipo de entorno en el que realizamos nuestra tarea varía, y la OTAN es la alianza más exitosa de la historia porque hemos sido capaces de adaptarnos a medida que el mundo ha ido cambiando. En 2014, el mundo cambió con la anexión ilegal de Crimea y el apoyo de Rusia a los separatistas del Donbas. Desde entonces, la OTAN ha puesto en marcha el mayor refuerzo de nuestra defensa colectiva desde el final de la Guerra Fría, con una mayor cantidad de fuerzas listas para la acción, grupos de combate en la parte oriental de la alianza, un aumento en el gasto en defensa, revirtiendo años de recortes presupuestarios, y también con el establecimiento de nuevas esferas militares, como el ciberespacio.
Así pues, la guerra en Ucrania no comenzó el 24 de febrero de 2022, sino en 2014. Sin embargo, la brutal invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022 hizo que un entorno de seguridad difícil fuera aún más peligroso y desafiante. Ahora nos encontramos en medio de la crisis de seguridad más grave desde la Segunda Guerra Mundial, con una guerra abierta a una escala nunca vista desde entonces.
Por eso es aún más importante que sigamos invirtiendo en capacidades convencionales, como ya hemos hecho. En realidad, es notable que, tras años de reducir los gastos de defensa, todos los aliados los hayan aumentado y hayan añadido 350,000 millones de euros adicionales desde que hicimos ese compromiso en la Cumbre de Gales de 2014. Así pues, vemos que los aliados están desplegando muchas capacidades nuevas y modernas, como aviones de quinta generación, sistemas no tripulados y otros equipos avanzados, como resultado directo de la adaptación de la OTAN.
Lo que también hicimos en la Cumbre de Madrid, tal y como se refleja en el Concepto Estratégico, fue invertir más para mantener nuestra ventaja tecnológica. Creamos un nuevo Fondo de Innovación de la OTAN y un Acelerador de Innovación de Defensa para el Atlántico Norte (DIANA, por sus siglas en inglés), con oficinas y sedes en toda la Alianza, para reforzar la forma en que trabajamos juntos como aliados, pero también con actores públicos y privados.
Y, por supuesto, tenemos que seguir garantizando que nuestra disuasión nuclear siga siendo segura y eficaz. Francia desempeña un papel fundamental en este sentido. Dispone de capacidades clave de alto nivel, está muy cerca de cumplir el objetivo del 2% de gasto en defensa y es una potencia nuclear.
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Acaba de mencionar los nuevos proyectos de la OTAN en materia de tecnologías militares emergentes. En los últimos años, la Unión Europea también ha desarrollado una serie de iniciativas en el campo de la industria de defensa. ¿Cómo puede la Alianza Atlántica asegurarse de que sus proyectos no dupliquen los de la Unión, que, por su parte, siempre ha reconocido que la OTAN sigue siendo la piedra angular de la defensa colectiva de sus miembros? En otras palabras, ¿cómo asegurarse de que la complementariedad entre la OTAN y la Unión vaya en ambos sentidos?
La principal forma de hacerlo es colaborar más estrechamente e incluir también a los aliados no europeos en la medida de lo posible en los esfuerzos de la Unión en materia de defensa. Celebro con satisfacción estos esfuerzos porque creo que pueden ayudar a proporcionar nuevas capacidades que son muy necesarias. También creo, por ejemplo, que el Fondo Europeo de Defensa (FED) y la PESCO (cooperación estructurada permanente) son instrumentos que pueden ayudar a superar la fragmentación de la industria europea de defensa. Por supuesto, cualquier esfuerzo significativo de la Unión en materia de defensa requerirá más gasto. Pero si hay una organización que ha pedido más gasto en defensa por parte de los aliados europeos en los últimos años es la OTAN. Así que, naturalmente, nos alegramos de que los aliados europeos estén aumentando sus inversiones.
La Unión y la OTAN tienen mucho en común. Compartimos vecindario, compartimos la mayoría de los retos y cada vez compartimos más miembros: con la adhesión de Finlandia y Suecia, el 96% de la población de la Unión vivirá en un país de la OTAN. Así que hay muchas formas de reforzar los esfuerzos en materia de defensa de la Unión y al mismo tiempo de la OTAN.
Sin embargo, también es importante resaltar que, aunque tenemos mucho en común, somos dos organizaciones diferentes. Lo hemos visto a lo largo de la crisis de Ucrania, ya que la OTAN y la Unión han colaborado estrechamente. Por primera vez, yo, como secretario general de la OTAN, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, fuimos juntos a Lituania y Letonia al principio de la crisis, para enviar un mensaje muy claro.
Pero lo que tenemos que evitar es que los esfuerzos de la Unión se traslapen con las estructuras existentes de la OTAN. Por ejemplo, tenemos una estructura de mando de la OTAN que también es vital para la defensa de Europa. Cualquier duplicación de esa estructura de mando socavaría nuestras fuerzas. Tenemos la Fuerza de Respuesta de la OTAN (NRF, por sus siglas en inglés), que es una fuerza de reacción inmediata, y cada vez que Europa pide esa ayuda, nosotros cumplimos. Lo vimos en Bosnia-Herzegovina y Kosovo, pero también en Libia. Hay que recordar que Libia no fue una operación de la OTAN. Al principio fue una iniciativa europea. Y recuerdo que cuando se lanzó la iniciativa en el Palacio del Elíseo (yo estaba allí como primer ministro de Noruega), la OTAN no estaba en la mesa. Al cabo de un tiempo, los aliados europeos pidieron ayuda a la OTAN y, por supuesto, la alianza respondió. Además, el Proceso de Planificación de la Defensa de la OTAN es un proceso bien establecido que ha servido a los aliados europeos durante muchos años para definir sus capacidades de defensa. Éste tampoco debería duplicarse, porque corremos el riesgo de acabar con demandas contradictorias dirigidas a los mismos capitales.
Lo que acabo de decir también aplica, por supuesto, al ámbito nuclear. Tenemos una disuasión nuclear europea bien establecida, que es la disuasión nuclear de la OTAN, con fuerzas en Europa, doctrina, mando y control, ejercicios y aliados europeos que trabajan juntos y proporcionan diferentes capacidades en este sentido.
Lo que también es importante subrayar cuando se trata de la complementariedad Unión-OTAN es que la OTAN incluye en total unos mil millones de personas, tanto de Norteamérica como de Europa, y que hay aproximadamente 150 millones de europeos que no viven en un país de la Unión, pero sí en uno de la OTAN. Y los aliados no miembros de la Unión son importantes para la defensa de Europa: el 80% de los gastos de defensa de la OTAN proviene de ellos. La geografía también importa, con Noruega al norte, Turquía al sur, y Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido al oeste. Y con la crisis actual, hemos visto a Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido desempeñar un papel fundamental tanto en el aumento de la presencia en la parte oriental de la alianza como en el apoyo prestado a Ucrania. Pero, sobre todo, se trata de política: cualquier intento de debilitar el vínculo transatlántico no sólo debilitaría a la OTAN, sino que también dividiría a Europa.
Para seguir con el caso de Finlandia y Suecia que mencionó: durante la Cumbre de Madrid se llegó a un acuerdo con Turquía sobre la adhesión de ambos países a la OTAN. Sin embargo, las autoridades turcas han seguido amenazando con vetar la adhesión de Helsinki y Estocolmo, insistiendo en particular en la necesidad de cumplir con sus exigencias de extradición. ¿No es un problema que Ankara utilice su poder de veto bajo el ala de la OTAN de esta manera, poniendo en riesgo los valores democráticos y el Estado de derecho en Finlandia y Suecia?
Cuando hay diferencias al interior de la OTAN, tenemos que sentarnos y encontrar puntos en común. Eso fue lo que hicimos en este caso y, por supuesto, no es la primera vez que un aliado tiene problemas con una decisión concreta. Es natural para una organización basada en el consenso que, de vez en cuando, tengamos que dedicar algo de tiempo a abordar preocupaciones específicas. Mi responsabilidad y la fuerza de la OTAN consisten en que seamos capaces de abordarlas. Eso fue lo que hicimos con las preocupaciones turcas.
Tenemos que recordar que ningún otro aliado de la OTAN ha sufrido más ataques terroristas que Turquía. El memorando de entendimiento trilateral acordado por Finlandia, Suecia y Turquía no es un documento de la OTAN, sino uno que ayudamos a facilitar. Fue el resultado de un duro trabajo de muchas semanas y agradezco a los tres países su enfoque constructivo. El principal mensaje del documento es que van a colaborar más estrechamente en la lucha contra el terrorismo. El Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK, por sus siglas en kurdo) está proscrito por la Unión Europea y los aliados de la OTAN como organización terrorista. Al mismo tiempo, todas las decisiones sobre la extradición o la expulsión de personas de Finlandia y Suecia se tomarán de acuerdo con la legislación finlandesa y sueca, y serán tomadas por las instituciones jurídicas de estos países.
El nuevo Concepto Estratégico mencionó por primera vez a China. Otra cosa que sucedió por primera vez en Madrid fue que los socios del Indo-Pacífico —a saber, Australia, Japón, Nueva Zelanda y Corea del Sur— participaron en una cumbre de la OTAN. ¿Significa esto que la OTAN considera ahora que existe una summa divisio del panorama geopolítico mundial entre Estados Unidos y sus aliados por un lado y un eje Rusia-China por el otro? Y, si es así, ¿es esta división producto de una vuelta a la competencia entre grandes potencias o de una lucha ideológica entre regímenes autoritarios y democráticos?
Creo que vemos ambas cosas. Vemos más competencia entre grandes potencias, pero también que potencias autoritarias como China y Rusia están desafiando nuestros valores de forma más abierta y agresiva que antes. También vemos que China y Rusia están colaborando más estrechamente. Hacen ejercicios militares conjuntos y aumentan su colaboración en el ámbito diplomático. Lo hemos visto en particular en relación con la invasión rusa de Ucrania, en la medida en que China no ha querido condenarla. De hecho, las autoridades chinas no se refieren a ella como una guerra, sino que utilizan el término «operación militar especial», imitando la retórica de Rusia. También están difundiendo la misma narrativa falsa sobre las causas de esta guerra que Rusia. También vimos que en el período previo a la guerra el presidente Xi y el presidente Putin hicieron una declaración conjunta a principios de febrero en la que China desafió a la OTAN por primera vez. De hecho, desafiaron el principio básico del derecho de cada nación a elegir su propio camino.
Al mismo tiempo, China y Rusia son, por supuesto, dos naciones diferentes. Esto se refleja en el Concepto Estratégico, en el que nos referimos a China como «un reto para nuestros intereses, seguridad y valores», mientras que nos referimos a Rusia como «la amenaza más urgente e inminente para nuestra seguridad». Así que los dos países no son iguales, pero cada vez colaboran más y no comparten nuestros valores. Son dos potencias autoritarias que no creen en la democracia ni en el Estado de derecho. Lo hemos visto, por ejemplo, en Hong Kong o en la forma en que tratan a las minorías en China, al igual que lo vemos en la forma en que el presidente Putin está reprimiendo a las diferentes fuerzas democráticas en Rusia.
En este panorama geopolítico global, la unidad de la OTAN sigue siendo una cuestión clave. Sin embargo, la división ideológica entre democracia y autocracia también atraviesa la organización, si nos fijamos por ejemplo en Turquía, pero también en Hungría o Polonia. Además, hay disputas entre los miembros que amenazan la cohesión de la Alianza Atlántica, con tensiones renovadas, por ejemplo, entre Grecia y Turquía en el Mediterráneo oriental. ¿Está la OTAN realmente tan unida como lo parecía durante la Cumbre de Madrid, tanto en términos de valores como de intereses?
La OTAN está basada en algunos principios clave, como el Estado de derecho, las libertades individuales y la libertad. Estos valores son extremadamente importantes, yo mismo les doy mucha importancia. Al mismo tiempo, tiene razón en que vemos, tanto en la Unión Europea como en la OTAN, que algunos países invitan a dudar sobre su grado de adhesión a estos valores. No me corresponde hablar en nombre de la Unión Europea, pero puedo decir que creo que la OTAN es una plataforma importante para que los países planteen estas preocupaciones y aborden precisamente esas cuestiones. Durante los años en que he sido secretario general de la OTAN, he planteado estas preocupaciones en diferentes capitales. Creo que es mejor que discutamos dichas cuestiones abierta y francamente dentro de la organización, porque es la mejor manera de garantizar que los valores —la democracia, la libertad— se respeten al máximo.
Lo que vimos en Madrid fue una alianza de treinta aliados. Cuando hay tantos países de ambos lados del Atlántico, con culturas diferentes, con una historia diferente, con partidos políticos diferentes en el gobierno, obviamente habrá diferencias importantes entre ellos. Así que, si definimos la unidad como algo monolítico, donde todos están de acuerdo en todas las cuestiones en todo momento, por supuesto que no es así como yo lo veo. Somos diferentes, habrá desacuerdos entre los aliados, como ha ocurrido durante toda la historia de la OTAN. Podríamos remontarnos a la crisis de Suez en 1956 o a cuando Francia decidió abandonar la cooperación militar en la OTAN en 1967, o a la guerra de Irak y muchas otras cuestiones. Ha habido diferencias en el pasado y las habrá en el futuro.
Pero la unidad de la OTAN queda demostrada por el hecho de que, a pesar de esas diferencias, nos unimos en torno a nuestra tarea principal de protegernos y defendernos mutuamente. Lo hemos logrado hacer durante más de setenta años, impidiendo cualquier ataque armado contra cualquier aliado de la OTAN desde nuestra fundación en 1949 y ayudando a garantizar la paz en toda Europa y el área del Atlántico Norte. La guerra solía ser lo normal en esta zona, pero ahora hemos atestiguado un periodo de paz sin precedentes. Esto se debe al papel desempeñado por muchas instituciones diferentes: la Unión, en particular, ha desempeñado un papel clave, así como la OTAN. También es importante no olvidar que la ampliación de la OTAN ha contribuido a allanar el camino para la ampliación de la Unión. Así que creo firmemente que en tiempos de incertidumbre es aún más importante contar con instituciones internacionales fuertes.
En la Cumbre de Madrid, la OTAN también anunció que empezará a abordar la cuestión del cambio climático. ¿Qué importancia tiene esta cuestión para la Alianza, especialmente en lo que respecta a la geopolítica de la energía? Por un lado, existe la absoluta necesidad de reducir la dependencia de los combustibles fósiles, especialmente los provenientes de Rusia, tanto por razones medioambientales como de seguridad. Pero, por otro lado, las energías verdes crean nuevas dependencias, especialmente con China, en lo relativo a materiales y cadenas de producción críticos. ¿Ha integrado la OTAN suficientemente este doble problema en su visión estratégica?
El cambio climático constituye un reto definitorio de nuestro tiempo y la OTAN está comprometida a desempeñar su papel para mitigar el impacto sobre nuestra seguridad. Para la OTAN esto significa tres cosas: aumentar nuestra comprensión, adaptar nuestra forma de trabajar y operar, y reducir nuestras propias emisiones. La OTAN llevó a cabo la primera evaluación de la historia sobre cómo el cambio climático afecta nuestra seguridad, nuestros activos, instalaciones y actividades militares, así como nuestra capacidad de recuperación y preparación civil. Identificamos los pasos iniciales de nuestra adaptación y ahora tenemos en cuenta el cambio climático al planificar nuestras misiones y al desarrollar nuevas capacidades. Los aliados también acordaron una nueva metodología para cartografiar las emisiones militares de gases de efecto invernadero y objetivos concretos para reducir las emisiones de la OTAN, con el objetivo de contar con cero emisiones netas en 2050.
La guerra de Ucrania muestra el peligro de depender demasiado de las materias primas de los regímenes autoritarios. Durante la guerra de Rusia, hemos visto cómo Moscú ha manipulado los suministros de energía, utilizándolos como instrumento de chantaje. Esto ha demostrado la importancia de desarrollar fuentes alternativas para el suministro de energía a Europa. Al mismo tiempo, no debemos cambiar una dependencia por otra. Muchas de las nuevas tecnologías y los minerales de tierras raras que requieren proceden de China. Debemos diversificar nuestras fuentes de energía y nuestros proveedores. En el nuevo Concepto Estratégico de la OTAN, los aliados acordaron mejorar nuestra seguridad energética e invertir en un suministro, proveedores y fuentes de energía estables y fiables.
Usted es secretario general de la OTAN desde 2014. En los últimos ocho años, ha visto cómo la OTAN responde y se adapta a las convulsiones geopolíticas, sobre todo a la primera y segunda guerra de Ucrania. También ha tenido que mantener unida la Alianza Atlántica, especialmente durante los turbulentos años de Trump, y algunos afirmarían que esos años turbulentos podrían volver en 2024, con las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos. ¿Ha habido un conjunto de principios, una doctrina que le haya ayudado a sortear estos tiempos difíciles?
En primer lugar, la importancia de permanecer juntos: la importancia de darse cuenta de que mientras Norteamérica y Europa permanezcan juntas dentro de la OTAN, estaremos a salvo. Juntos representamos el 50% del poder económico mundial y el 50% del poder militar del mundo. También tenemos el ingenio y la tecnología que hacen posible que seamos fuertes juntos. No creo en Estados Unidos solo, como tampoco creo en Europa sola. Creo en Norteamérica y Europa juntas, en solidaridad estratégica, la misma solidaridad que nos ha mantenido seguros durante décadas y que nos mantendrá seguros en décadas futuras, a pesar de nuestras evidentes diferencias.
Por supuesto, nadie puede predecir quién será elegido presidente de Estados Unidos o de cualquier país europeo en el futuro. Pero lo que sí puedo decir es que, si te preocupa que algún líder político no esté entusiasmado con el vínculo transatlántico, entonces es importante reforzar las instituciones que tenemos. Durante los años de Trump, vimos la fortaleza de la OTAN como institución, gracias a su organización, a su estructura de mando, a toda la gente que trabaja en el edificio en el que estamos ahora y a todo lo que hacemos juntos. Todo eso nos convierte en una organización todoterreno que no puede ser disuelta por un individuo o una elección. Así que, sí, en las democracias nunca podemos garantizar quién será elegido. Pero lo que sí puedo garantizar es que la probabilidad de que la OTAN continúe independientemente de los líderes políticos individuales será mucho mayor si garantizamos la fortaleza del vínculo transatlántico, institucionalizado a través de la OTAN. Por eso, y de nuevo, soy partidario de unas instituciones internacionales fuertes en tiempos imprevisibles e inciertos.