La industria microelectrónica, y en particular la producción de microchips, ocupa una posición importante en las cadenas de valor mundiales. En muchos sectores de producción, los microprocesadores son un componente esencial. Por eso no es de extrañar que tanto los gobiernos como la comunidad empresarial le presten cada vez más atención. Tampoco puede ignorarse en las reflexiones y debates sobre la evolución de las principales cadenas de valor mundiales.
Como es sabido, la situación de creciente desequilibrio en el mercado de los componentes microelectrónicos y de los microchips en particular, en el que la oferta era en gran medida insuficiente para satisfacer una demanda que crecía exponencialmente, ya existía desde hacía varios años -y, por tanto, mucho antes del 24 de febrero de 2022, fecha del inicio de la guerra de Rusia en Ucrania-: factores cíclicos -entre los que destaca la recuperación pospandemia- y estructurales -en particular, la inevitabilidad de la transformación digital en muchos sectores de producción- contribuyeron a esta situación1.
La escasez de suministros de chips representaba, por tanto, desde 2021, uno de los mayores obstáculos para la recuperación pospandemia de sectores productivos clave para la economía europea, como el automóvil, la energía, la automatización industrial y diversos sectores de la electrónica de consumo. Hay que reconocer que estos sectores expresan una demanda muy diversa de microchips: desde la « tradicional » y menos avanzada tecnológicamente en el caso de, por ejemplo, la industria del automóvil -aunque su conversión a los coches eléctricos tendrá pronto efectos importantes también en este sentido, y un fabricante líder como Tesla ya está utilizando microchips muy pequeños (siete nanómetros)- hasta la más « sofisticada » tecnológicamente en el caso de las empresas que producen ordenadores, tabletas y otros dispositivos, es decir, productos que requieren una miniaturización progresiva de sus componentes microelectrónicos.
Estos obstáculos en la cadena de suministro de microprocesadores se ven ahora dramáticamente agravados por la guerra en Ucrania. Tomemos el ejemplo del gas neón, una sustancia utilizada para alimentar los láseres que graban patrones en los chips de los ordenadores: hasta el pasado febrero, Ucrania era el líder mundial en la producción de gas neón; aproximadamente la mitad de la producción mundial procedía de dos empresas ucranianas, Cryoin e Ingas, que tenían sus principales instalaciones de producción en la región de Odessa.
Actualmente es imposible predecir cuánto durará la guerra en Ucrania y qué forma adoptará la necesaria reconstrucción industrial en ese país. En cualquier caso, además de esta incógnita de carácter -esperemos- coyuntural, existen factores estructurales que hacen que la crisis de suministro de microchips y sus importantes efectos en muchos sectores de la economía europea y mundial se prolonguen durante varios años.
Para contrarrestar estos factores estructurales y coyunturales, ya se han planificado y decidido -y en algunos casos ya se han puesto en marcha- potentes inversiones para fomentar la investigación y la producción de semiconductores. Se trata de inversiones públicas, como las previstas por Estados Unidos, China, la Unión Europea, India, Japón y Taiwán por valor de varios cientos de miles de millones de dólares (50.000 millones de dólares en el caso de Estados Unidos, 50.000 millones de euros en el de la Unión Europea); o privadas, como las incluidas en los planes industriales de las principales empresas del sector: entre ellas, Intel (que tiene previsto invertir 80.000 millones en una década sólo en Europa) y la empresa taiwanesa TSMC (que tiene previsto invertir entre 40.000 y 44.000 millones de dólares en los próximos cinco años, en parte en Europa). En Extremo Oriente, principalmente -pero no sólo- las inversiones públicas y privadas no se solapan ni compiten, sino que tienden a estar en sinergia.
Hay razones económicas y productivas evidentes para esta importante aceleración de los planes de inversión, especialmente en el sector público, vinculadas a la necesidad de eliminar un cuello de botella que, de lo contrario, corre el riesgo de bloquear o al menos frenar el crecimiento de la producción industrial y de la economía mundial en general. Pero también hay razones y motivaciones, no menos importantes, vinculadas a los imperativos de la seguridad nacional y la defensa, exacerbados por las fuertes tensiones que atraviesan actualmente el escenario político internacional.
Según esta lógica, no se trata sólo de contribuir al crecimiento de la economía mundial, sino de perseguir -mediante la apertura de nuevas fábricas o la deslocalización de las existentes- el objetivo de aumentar la producción nacional (o la situada en el territorio de los países « aliados »2) hasta alcanzar la independencia nacional (o europea) en el suministro de componentes esenciales de la producción tecnológicamente avanzada -en el caso que nos interesa aquí, los chips electrónicos-.
Por lo tanto, podemos hablar con razón de inversiones estratégicas porque contribuyen a este proceso de reestructuración de las cadenas de valor mundiales que tiende a garantizar lo que se conoce como « autonomía estratégica ». Los actores implicados son, en primer lugar, los Estados (y, en Europa, la Unión Europea), pero también las empresas y, en particular, los Gigantes Tecnológicos, como demuestra la elección de Apple de producir internamente los chips que necesita. La estructura actual de la división internacional del trabajo en el sector se ve afectada en su conjunto; las posiciones adquiridas están siendo cuestionadas tanto por los países como por las grandes multinacionales del sector.
La reorganización se acelera considerablemente por la acumulación de numerosos factores de cambio, por la sucesión de diferentes game changers: los que ya hemos mencionado, como la transformación digital de la industria y los servicios, la transición energética (acelerada para hacer frente al cambio climático), la pandemia (con la explosión del teletrabajo y la formación a distancia y la aceleración, en perspectiva, de la transformación digital de los servicios de prevención y tratamiento de enfermedades), y por último, la guerra de Ucrania y las nuevas inversiones en tecnologías militares. Pero también, en lo que respecta a los desarrollos tecnológicos más recientes, la evolución hacia formas de miniaturización cada vez más avanzadas y la disponibilidad de repositorios abiertos, alternativos a los de las grandes multinacionales.
Se trata de procesos en curso, a veces demasiado recientes para evaluar plenamente sus efectos en la actualidad. Del mismo modo, sólo veremos los efectos de las inversiones mencionadas a medio y largo plazo. Sin embargo, ambos fueron analizados en el seminario cuyos resultados publicamos aquí, obviamente sobre la base de los datos y conocimientos disponibles hoy3.
Sobre este último aspecto de las propuestas de políticas públicas, el seminario Astrid del que se extraen estas reflexiones se dedicó principalmente a reflexionar sobre el papel y las políticas de la Unión Europea en la reestructuración de la industria mundial del microchip. La Comisión Europea ha abierto el camino con la Ley Europea de Fichas. Evidentemente, en un futuro próximo será necesario seguir el proceso de adopción del reglamento propuesto y, sobre todo, controlar su aplicación.
La experiencia del pasado demuestra que no es raro que excelentes programas de acción y medidas reguladoras aprobadas por las instituciones europeas produzcan resultados muy inferiores a los esperados: la Unión de mercados de capitales, por citar un ejemplo. También es cierto que la experiencia del pasado más reciente -a partir del estallido de la pandemia- parece demostrar una capacidad sin precedentes de la Unión -o, al menos, de la Comisión presidida por Ursula von der Leyen- no sólo para definir y aprobar las medidas (reglamentos, directivas) necesarias para hacer frente a las crisis que se han producido en los últimos años, sino también para darles seguimiento con medidas rápidas y eficaces, incluyendo las necesarias excepciones a normas y limitaciones no diseñadas para tiempos de crisis: por ejemplo, la suspensión del Pacto de Estabilidad y Crecimiento o el marco temporal sobre la prohibición de las ayudas estatales. Precisamente en lo que respecta a la prohibición de las ayudas estatales, la Ley Europea de Fichas introduce importantes aperturas: en un sector muy intensivo en capital y sujeto a una innovación acelerada, y en un mercado dominado por las grandes empresas asiáticas y americanas, todas ellas más o menos apoyadas por subvenciones públicas, la prohibición de las ayudas estatales ha representado de hecho hasta ahora un freno objetivo al desarrollo de la investigación y la inversión de las empresas europeas.
Las primeras contribuciones de este volumen convergen para indicar la necesidad de una estrategia europea que actúe simultáneamente y en sinergia a diferentes niveles: I+D e innovación tecnológica, modelos de negocio, especialización de la industria europea. Así pues, no se trata sólo de recuperar cuotas de mercado en la producción de microprocesadores, sino también de recuperar para Europa, si no el liderazgo, al menos una presencia y en el futuro una autonomía estratégica en las producciones más avanzadas tecnológicamente: no quedarse confinado en el desarrollo y la producción de microprocesadores de unos 40 nanómetros, mientras que en los países más avanzados la producción alcanza los 10 nanómetros y se prevén microprocesadores de 5 e incluso 2 nanómetros para 2025. Si bien es cierto que siguen existiendo limitaciones tecnológicas para una mayor miniaturización de los microchips para las aplicaciones en las que se ha centrado la industria europea de los semiconductores, es probable, no obstante, que el desarrollo tecnológico consiga eliminar estas limitaciones -como se ha mencionado anteriormente, Tesla ya utiliza microchips de 7 nanómetros- y está claro que en el futuro, Europa no puede permitirse renunciar a ser competitiva en la producción que requiere microprocesadores tecnológicamente más avanzados. La estrategia europea debe ser el marco de referencia en el que deben insertarse los distintos planes nacionales. Esta es también una etapa extremadamente delicada pero obligatoria. Al igual que ocurrió con las vacunas contra el Covid, y como debería ocurrir con el suministro de energía tras la invasión de Ucrania, la Unión Europea debe definir primero una estrategia común para los microchips y, en este marco, conseguir evitar que las iniciativas nacionales por separado promuevan una competencia no virtuosa entre los países miembros en lugar de una cooperación necesaria.
Notas al pie
- El análisis de estos factores estructurales es el motivo principal del seminario que sirve de base a las contribuciones recogidas en el próximo Cahier d’Astrid (Passigli, Florencia, 2022), del que este texto es el prefacio.
- Consideremos, por ejemplo, la decisión de Intel, guiada por las indicaciones de la administración Biden, de ampliar su presencia productiva en Europa, al tiempo que redimensiona su actividad productiva en China.
- Por supuesto, somos conscientes de que este análisis puede quedar rápidamente desfasado, si es que no lo ha estado ya en los dos meses que ha durado la impresión de este volumen. Pero mientras tanto, pensamos que sería útil hacer un balance. Y luego, como acostumbra a hacer Astrid, nos proponemos seguir vigilando el mercado de los microprocesadores, analizar su evolución en el tiempo y, en consecuencia, actualizar las propuestas de políticas públicas necesarias para hacer frente a los problemas que esta evolución plantea.