Tras la Acrópolis de Andrea Marcolongo, Los Ángeles de Alain Mabanckou, la Provenza de Carlo Rovelli, la orilla de Beirut en la mirada de Joana Hadjithomas y Khalil Joreige y los escalones de la Casa Malaparte de Pierre de Gasquet y la Sicilia de la infancia de Jean-Paul Manganaro, la Apulia literaria de Nicola Lagioia y el Reino Unido política de Lea Ypi, la isla de Manhattan a través de la mirada de Antoine Compagnon, los territorios de lo universal y lo intraducible por Barbara Cassin y el secreto de Cathérine Clément, el último episodio 2023 de nuestra serie de verano «Gran Tour» nos lleva a Madrid.
Este Gran Tour es un poco particular porque vamos a hablar de lo que es para usted un lugar de exilio. Llegó a España para huir de la dictadura nicaragüense de Ortega. ¿Cuál fue su primer encuentro con Madrid?
Yo vine aquí por primera vez cuando tenía 14 años y estuve interna en un colegio de monjas. Me quedaba en la misma calle donde ahora queda el Museo Reina Sofía. Era un colegio de monjas hecho en un edificio muy gris. Una salía del colegio y le daba enfrente a la morgue: había un hospital y, al lado, un convento de monjas de clausura. Las íbamos a ver como curiosidad, porque solo sacaban la cabeza cuando iban a comulgar. Mi primera impresión de Madrid fue fatal, porque era el tiempo de Franco. Yo estaba en ese colegio interna y me sentía muy encerrada. Me volví visitante asidua todos los domingos –porque no tenía familia en Madrid– del Museo del Prado, porque quedaba cerca del colegio y me lo llegué a conocer muy bien. Tenía una maestra de Historia del Arte maravillosa y ella me introdujo en la pintura. Era un paseo perfecto para mí ir los domingos al Paseo del Prado. Te podés imaginar que una muchacha jovencita tampoco estaba muy feliz solamente caminando por el Paseo del Prado y llegando al Museo del Prado, pero me encantó, fue bien formativo.
Después volví a Madrid muchas veces durante el transcurso de mi carrera como escritora y fui viendo el cambio que vino con la Transición, con la modernidad, con la liberalidad; realmente fue impresionante cómo se cambió la mentalidad de los españoles que habían estado reprimidos. Hubo una época de una euforia tremenda. Yo veía y visitaba Madrid de vez en cuando.
La decisión de venirme a vivir a Madrid fue efectivamente porque fui expulsada de Nicaragua. Yo me había ido de Nicaragua por dos meses para visitar a mis hijas que viven en Estados Unidos después de la pandemia y pensaba regresar. Pero no pude volver. El asunto era dónde quería estar. Yo vine a Madrid al jurado del Premio Loewe de Poesía del que formo parte y, en ese mes que yo estuve aquí, realmente me trataron muy bien. Todo el afecto, el cariño, la gente que estaba aquí, mi hermana que lleva viviendo en Madrid desde hace muchos años, me convencieron de que este era el lugar para venirme a vivir. Tuve sueños toda mi vida de vivir en Europa: en París, por ejemplo, como todo el mundo escribe; pero nunca pensé que se iban a realizar. Pues estoy ya en la tercera parte de mi vida, pero fue y ha sido maravilloso. Realmente me siento contenta de haber tomado la decisión que tomé, porque no solo me han acogido con enorme cariño, aprecio y calor; sino que también para mí ha sido importante estar aquí y tener otra visión del mundo. Ha sido fantástico.
¿Por qué eligió Madrid? Ha hablado de París, Gabriel Boric también le ofreció la nacionalidad chilena después de que Ortega le quitara la nacionalidad nicaragüense. ¿La decisión fue fruto de la convergencia de circunstancias que mencionaba o hubo algo más?
Mira, la nacionalidad chilena más bien es una posición política más que una realidad. Afortunadamente nos ofrecieron muchas nacionalidades como la colombiana o mexicana. Y luego decidí que iba a tomar la nacionalidad chilena, pero realmente yo no tengo esa nacionalidad todavía. La nacionalidad que sí tengo es la italiana por origen familiar; siempre he tenido un pasaporte italiano, eso me salvó de quedarme apátrida, me hizo mucho más fácil integrarme y hacer todo lo que tenía que hacer para quedarme a residir aquí.
En Madrid está mi hermana, pero también tengo amistades como, por ejemplo, mi editor con quien tengo más tiempo de tratar, que es mi editor de poesía. Se llama Chus –Jesús García Sánchez–, es el editor de Visor, la editorial de poesía más importante de España.
Tenía intelectuales acá amigos míos. Además, a diferencia de los años 60 y de los tiempos del boom, realmente Madrid se ha convertido en la capital literaria no solo de España, sino de América Latina. En este momento aquí coincidimos una serie de escritores latinoamericanos –los conocía casi todos–. Tenemos una especie de nicho en Madrid muy importante, porque nos están escuchando, están valorando también nuestro trabajo: tenemos la Casa de América, por ejemplo, que es una institución cultural de primer orden en Madrid y que ha sido muy importante para nosotros, porque tenemos una casa donde se da lugar para que haya presentaciones de libros, recitales, etc. Tenemos espacio en la vida cultural de Madrid.
Es más, a mí me ofrecieron un pequeño trabajo por un tiempo en la Real Academia Española. Yo soy académica de número en Nicaragua y eso me hace inmediatamente académica correspondiente en España. Entonces, por 4 meses estuve trabajando en la Real Academia Española que es maravillosa. No solamente es un edificio hermoso, sino que también en los pasillos hay grabados de Goya, reproducciones de El Quijote –tienen la primera y la segunda edición–. Yo tenía mi escritorio y lo tengo todavía. Conocí a los académicos y estaba en los plenarios: me siento parte de la Academia. Fue como crear una comunidad otra vez de personas muy letradas admirables que fueron además sumamente acogedoras para recibirme en su seno. Y eso también me enamoró de España, esa posibilidad de tener un trabajo recién aterrizando en España. Eso me ayudó mucho.
¿Cuál es según usted el texto que represente la ciudad de Madrid que usted nos cuenta y que logre captar la esencia de la ciudad?
Yo creo que la persona que mejor ha escrito sobre la ciudad de Madrid es Almudena Grandes. Hizo su serie de relatos sobre la Guerra Civil, pero donde hay una vinculación bien especial con Madrid. Ella era madrileña hasta los tuétanos y tenía más que lectores; eran más bien hinchas, gente verdaderamente enamorada de su obra. Almudena creo que sería la persona que ha escrito sobre Madrid de una manera que te acerca a la ciudad, a su vida interior, a su historia. Otro escritor que me encanta también es Luis García Montero, su esposo, cuya poesía es muy especial y profunda. Y aunque él es granadino, es un inmigrante en Madrid –otro más, y la verdad es que eso también tiene que ver–.
El Instituto Cervantes es otro lugar donde hemos podido hacer cosas. Por ejemplo, Sergio Ramírez es otro escritor nicaragüense que está aquí y también ha tenido varias actividades con el Cervantes. Yo di un recital allí hace como mes y medio con Luis Enrique Mejía Godoy –otro nicaragüense–. Como dicen “no hay mal que por bien no venga”, es como una segunda oportunidad para mí de poder vivir otro tipo de vida: una vida más entregada a la literatura, a la cultura, a la belleza.
Otra cosa que me impresiona mucho de Madrid es su belleza, sus edificios. Por ejemplo, cuando trabajaba en la Academia tomaba el autobús frente a la Fuente de Neptuno. Entonces yo me sentaba para contemplar y darme cuenta de la suerte que tengo de tener a una ciudad tan hermosa frente a mí. No puedo quejarme de la vida, porque también me ha dado algo a cambio de mi posición política. Siempre se cree que la posición política va a terminar haciéndote daño, causándote problemas. Yo creo que la valentía en la vida y la capacidad de uno de defender sus principios también crea un espacio importante que se resuelve de muchas maneras. En mi caso se resolvió estando aquí.
¿Hay algo de Madrid que le recuerde América Latina?
Es bien interesante porque la memoria es rara, es como un órgano de la mente. A veces la memoria te mezcla lo que ves y, a veces se me olvida que estoy en Madrid. A veces no sé dónde estoy. Por otro lado, otra cosa que hay que destacar y que incluso me hizo venir a Madrid fue y es el idioma. Si me hubiera ido a Italia, no hubiera tenido la posibilidad de ser inteligente en italiano porque hablo muy mal italiano. Es bien importante que uno sienta que puede participar en la conversación más intelectual. Y eso fue posible, porque estoy en España y porque siempre escribí en español. Viví muchos años en Estados Unidos, pero siempre escribí en español. Realmente es una patria de palabras y aquí estoy conectada con ella.
Si querés tengo poema; creo que sería muy bonito para esta entrevista. El poema es de cuando llovió. El olor a tierra mojada y la lluvia son tremendamente importantes para mí. Entonces recuerdo la primera vez que llovió aquí. Yo estaba sentada donde escribo –ahora trabajo en una silla de la sala con la computadora sobre las piernas– y tenía miedo de abrir la ventana de la casa, porque no sabía si iba a oler a tierra mojada, si ese olor lo había perdido para siempre. El poema se llama “Huele la lluvia en Madrid” y es el momento en el que me atrevo a abrir la ventana y sí, huele, sí sentí el olor de la lluvia. Entonces sentí que eso me salvó, sentir la lluvia en Madrid.
*
La lluvia huele en Madrid
Alzo la cabeza del libro que leo
refugiada del aliento del dragón que escupe fuego
sobre la ciudad.
El árbol fuera de mi ventana,
hermano del farol,
agita alegre sus brazos.
Algo sentí. Un apagón del sol,
el ruido mojado del asfalto.
Dejo el libro y salto para abrir la ventana
grande como una puerta
con ínfulas de balcón.
Hay un instante de espanto.
Pienso en Managua y sus tardes de lluvia,
el olor de la tierra mojada.
Si abro la puerta, ¿olerá la lluvia en Madrid?
¿estará exiliado de mi vida ese olor?
En mi alma hay un claustro vegetal
donde se guardan los olores de la lluvia
y el tambor batiente de los truenos.
Temo en el umbral del balcón,
pero al fin me atrevo. Abro.
Pasan los coches arrollando aguas,
la calle está cubierta de florecillas de árboles
recién duchados.
El olor irrumpe. El olor.
Vegetal, intenso.
Estoy a salvo.
*
Lo espacial tiene un papel importante en su obra, pienso por ejemplo por supuesto en El país bajo mi piel: ¿cuál diría que es el papel que tiene Madrid en su trabajo de escritura?
La última novela que acabo de terminar se desarrolla aquí en Madrid durante el confinamiento. El confinamiento que tuvieron aquí en Madrid fue tan absolutamente confinado, por decirlo de alguna manera. Nosotros en América Latina no vivimos eso, por lo menos en Nicaragua. Por irresponsable el gobierno nicaragüense ni siquiera cerró las fronteras. Entonces yo estuve muy confinada, porque mi marido tenía bastante miedo de que me muriera y no me dejaba salir a ninguna parte. Pero yo estaba feliz. La verdad es que pasé una pandemia muy recluida, pero tranquila. El confinamiento en Madrid fue un ejercicio de soledad extraordinario y, entonces, me metí en ese mundo de la soledad del confinamiento como una historia nicaragüense: alguien que viene de Nicaragua y se encuentra ante esta situación, cómo la vive y pasan muchas cosas en la novela. No digo más, porque no se ha publicado todavía.
Pero sí, a mí me afecta el lugar donde estoy: he escrito poesía sobre Madrid, sobre esa sensación de todas las personas de América Latina que han venido aquí y que estamos reinventándonos de alguna manera. Pues estamos un poco horrorizados con lo que está pasando en América Latina; yo, horrorizada con lo que está pasando en Nicaragua, en El Salvador. De repente sentís que ya no sabés qué hacer. Después de hacer una revolución que se llevó la mitad de mi vida y muchísimos amigos, es difícil pensar que volvimos al punto de partida. Pero siento que ya no me toca a mí hacer otra revolución, sino que tiene que ser la nueva generación. Yo ahora tengo otro papel importante, siento que tengo que contar mi palabra, mis recuerdos, mi opinión política. Creo que es una función que me toca hacer en esta nueva etapa. Y aquí en Madrid tengo esa oportunidad con esos foros y lugares donde decir esas cosas: hay un interés por Nicaragua.
Otro gran leitmotiv que recorre toda su obra es un tema del que se ha hablado mucho estas últimas semanas en España: el feminismo. En su obra encontramos una suerte de tríada: poesía, mujer, revolución. ¿Diría que hay algo similar con los grandes avances que se han dado en España últimamente?
Sí, por supuesto. Yo admiro lo que se ha hecho aquí en España, han avanzado muchísimo las feministas españolas. Me encantan. He tenido bastante relación con Yolanda Díaz y creo que tienen las ideas correctas de lo que hay que hacer.
He estado muy preocupada con la posibilidad de que ganaran Vox y el PP; vamos a ver si eso no va a suceder, porque todavía no estamos totalmente seguros de ello. Pero es preocupante, porque ya en las Comunidades Autónomas donde lograron el poder han empezado a censurar: censuraron Orlando de Virginia Woolf, censuraron una obra de Lope de Vega, censuraron una película de Disney porque dos mujeres se besaban, censuraron hace poco una obra, La infamia, de la escritora mexicana Lydia Cacho que está aquí exiliada. Entonces preocupa que estas personas hayan sido elegidas en todas esas autonomías. Eso sí, tengo un profundo respeto por la democracia española. Pienso que han logrado un nivel de vida para sus gentes que es muy notable. Yo, por ejemplo, uso aquí el transporte público; no tengo coche por primera vez en mi vida. Y eso que yo soy de carro –como lo somos todos en Centroamérica cuando tenemos la posibilidad de tener uno–. Nunca había andado en bus en Nicaragua, pero aquí he andado en buses a todas partes, en metro: ¡y es maravilloso! Sin hablar del sistema de salud. Todo funciona. Te sentís seguro de que tenés un Estado de Bienestar. Eso para mí como nicaragüense también ha sido una experiencia que me ha abierto los ojos y que me ha dado mucha envidia. Además, yo pude votar como italiana por los concejales de Madrid. Ir a votar en una votación limpia, eso es una experiencia para mí. Y también debo decir que admiro mucho a todas las mujeres que hay en el Gobierno de España.
En 2010 publicó su novela El país de las mujeres, una utopía feminista en un país imaginario donde triunfa el PIE (Partido de la Izquierda Erótica). ¿Hay algún lugar que puede asemejarse a lo que ocurre en Faguas?
¡En Barbie! No, todavía no, solo en una fantasía. Pero se va a aparecer; lo lindo de aquí es que El país de las mujeres ha tenido mucho éxito e hicieron una nueva edición. Realmente tengo un montón de fans de esta obra y muchas mujeres que tienen esas ideas de lo que se puede lograr si la energía femenina fuera tomada en cuenta de una manera más activa y positiva.
La piel es central en su obra. Hace un momento hablábamos de El país bajo mi piel; ¿diría que si Nicaragua está bajo su piel, Madrid está de cierto modo sobre su piel?
Sí, es como cuando tenés frío y alguien te pone una colcha, eso ha sido España para mí: un abrazo.
Aquí hay un espíritu alegre: una de las cosas que me han impresionado de Madrid es eso, la alegría, el dinamismo, la energía. Yo estoy viviendo en un barrio del casco antiguo, del Madrid de los Austrias. Aquí cerca queda el Palacio Real, un montón de callecitas en el barrio de La Latina. Y está toda esta gente joven y divertida: a las 2 de la tarde ya no encontrás lugar en ninguna parte. Tienen un gozo de vivir que es impresionante. También tenemos el Mercado de la Cebada cerca, y mi marido al que le encanta cocinar está feliz, porque ahí encuentras las verduras, el pescado, todo fresco. Hablas con todas las personas y la gente es súper amable. La gente te ayuda. Aquí no he encontrado esa hostilidad que se siente en otras ciudades; aquí he encontrado más bien una apertura, una alegría. Otra cosa que es muy interesante es que aquí los perros son muy educados. No andan ni con correa y casi nunca oí ladrar a un perro.
La comida me encanta, el vino es fantástico y barato. Esto es importante: también el costo de la vida es impresionantemente bajo. ¡Aquí yo gasto menos de lo que yo gasto en Nicaragua!
Pero, claro, extraño Nicaragua. Todos los días empiezo leyendo el periódico nicaraguense y viendo qué está pasando allá. Imagínate que dejé mi casa entera, mis libros, ¡todo! Porque, además, nos confiscaron la casa. Nos quitaron la pensión de jubilación, nos borraron de los libros, del Registro Civil. La crueldad con la que se han comportado cuando lo único que hicimos fue opinar y decir lo que pensábamos es inaudita.
¿Cree que esa experiencia ha tenido alguna influencia en la evolución de su trabajo hacia una poesía quizás más amarga u oscura?
Yo soy una persona bien optimista y yo creo que no podría vivir amargada y triste, porque no me sale, porque yo trato de encontrar lo bueno dentro de lo difícil. Pero es bien duro. Ha sido difícil dejar mis plantas, mis paisajes… Yo tengo efectivamente una relación profunda con Nicaragua a nivel de la piel. El calor de Nicaragua, el sol, las nubes, el paisaje, son parte mía. Dejé allá una parte mía. Pero al mismo tiempo siento que la ando, que es algo que nadie me puede quitar. Es como la nacionalidad, ¿quién me va a quitar mi nacionalidad? Daniel Ortega está delirando, a ninguno de nosotros nos va a quitar la nacionalidad. La nacionalidad es más que un papel.
Entonces todo eso no me ha amargado, pero claro que me ha hecho pensar mucho sobre la vida misma y lo que puede ocurrir de manera tan inesperada. ¿Qué iba a esperar yo que aquel día que salía de mi casa a ver a mis hijas con una maletita solo con ropa de verano ya no iba a regresar más a ese lugar? ¿Cómo me iba a imaginar que todo se iba a quedar ahí, mis recuerdos, mis papeles, mis libros? Ahorita estoy viendo cómo los recuperamos, aunque es bien difícil. Pero también uno no es eso; mi sensación es que todo lo que tenés de tu vida te lo llevás con vos. Por eso uno se puede acomodar, yo creo que si uno tiene claro que el centro de la vida es uno mismo, que de vos depende cómo te hallás en otro lugar, cuál es tu decisión de cómo vivir, entonces te podés sentir menos triste y podés encontrar la parte positiva de la experiencia. Al final siempre nos adaptamos.
¿Cuál es su lugar favorito en Madrid para leer, escribir, pasear?
Fíjate que uno de los lugares es la Academia, tengo la gran suerte de poder ir ahí cuando me dé la gana. Tienen una biblioteca espectacular y me encanta simbólicamente; es un lugar donde ha estado tanta gente que me ha impresionado y ha marcado en mi vida: los escritores del 98, la gente que escribe ahora. Por ejemplo, he visto muchas veces ahí a Mario Vargas Llosa, al escritor Carlos García Gual que es una maravilla… El Director de la Academia, Santiago Muñoz Machado, ha sido fantástico, es un escritor fantástico que escribió hace poco un libro sobre Cervantes que es buenísimo.
Están por supuesto todos los museos. Hay muchos en Madrid, pero mi preferido es tal vez el Thyssen. Otro lugar es aquí por mi casa, que es una terraza que se llama Las Vistillas, que es la terraza más linda de Madrid, creo yo, porque tiene una vista única del atardecer, del Palacio y de la Almudena. Además, todos los meseros son muy simpáticos y ahí voy bastante con mi esposo.
Y el restaurante al que más vamos se llama Rayuela. Entonces hay como un eco. Julio Cortázar es uno de los escritores que más he querido a nivel personal y como escritor, ha sido muy importante en mi vida. Hay muchas cosas que se conectan; en cualquier parte siempre hay algo que me trae de vuelta a mi lugar, a mi historia: la gente quiere mucho a Nicaragua, saben dónde queda mi país.