Usted coescribió Guía de lugares imaginarios, pero hoy vamos a hablar de una ciudad real o al menos eso vamos a ver: ¿cuál fue su primer encuentro con Lisboa?, ¿fue justamente a través de la literatura?

Sí, fue a través de la literatura. Sobre todo, a mi edad, formamos una geografía imaginaria compuesta de lugares reales, por supuesto, y también de lugares ficticios. Y esa biografía geográfica se arma a través de experiencias vividas y de experiencias imaginadas. Curiosamente, mi Lisboa, mi Portugal, formaban parte de mi geografía imaginaria, lo que los franceses llaman “imaginaire”, y es curioso como a mi edad -ahora tengo 74 años-, se hace de pronto un encuentro entre un individuo y un lugar que define al individuo de una forma contundente.

Yo había estado en Lisboa varias veces en mi vida, invitado generalmente por la Fundación Gulbenkian para dar conferencias. Pero no conocía verdaderamente la ciudad. Iba del hotel a la Fundación y de la Fundación al hotel y me volvía a casa. Fui invitado también a Oporto, a Coímbra, pero también visitas esporádicas y breves. Cuando me fui de Francia, empaqueté mis libros y me instalé en Nueva York, mis libros quedaron en un depósito en Canadá y yo me hacía la pregunta de cuándo iban a resucitar esos libros. Y como sucede frecuentemente, o como me sucede a mí, la vida nos abre capítulos completamente inesperados, inauditos. Recibo una invitación del alcalde de Lisboa para traer mi biblioteca a Lisboa. 

Yo había recibido algunas ofertas para instalar mi biblioteca en varios lugares del mundo: en México, en Estambul, en la ciudad de Quebec y así sucesivamente. Pero todos esos proyectos cayeron al agua por razones burocráticas, económicas y otras. Entonces, con poca fe, acepté la invitación, llegué a Lisboa, tuve una conversación con el alcalde y su asesora y de pronto el proyecto estaba en marcha. Aceptaron la donación, me ofrecieron instalar la biblioteca en uno de varios palacios que pertenecen a la municipalidad. Elegí uno magnífico, del siglo XIX, un palacete del Marqués de Pombal, y entonces decidieron cerrar el trato, aceptar la donación y en septiembre de 2020 vine a Lisboa y vivo aquí desde entonces. 

Yo tengo un afecto muy grande por lugares en los que viví pero que ya no existen.

Alberto manguel

Claro, la epidemia contribuyó a que no saliese de mi casa una vez instalado en Lisboa. Pero no me importó porque conocí una ciudad extraordinaria con características muy particulares en una sociedad que quizás sea una de las últimas democracias del mundo. 

Dice que aceptó la propuesta de Lisboa con “poca fe”, ¿fue por los problemas burocráticos que ya había tenido antes o porque tenía algún a priori sobre la ciudad?

No había ningún a priori sobre la ciudad. La burocracia me preocupa siempre porque es un mecanismo que consiste en poner obstáculos, pero no tenía ninguna idea de lo que Lisboa o Portugal pudieran ser. Solo a través de la literatura, pero aun ahí, era una memoria vaga de literatura, por ejemplo, gallega similar a la del Portugal en la Edad Media. De algunos autores, Pessoa, Saramago, Lobo Antunes, a quien admiro mucho y que escribe, sobre todo, sobre el imperio portugués y su derrumbe. Entonces, no había nada para identificar a la ciudad con mis lecturas. 

¿Por qué entre todos los lugares que ha visitado eligió Lisboa para esta entrevista?

Quizás porque el último amor es el amor más contundente. Yo sé que la mitología quiere que nuestro primer enamoramiento sea el que defina nuestra relación con el mundo. Yo no creo que sea así, en todo caso no es así conmigo. Yo tengo un afecto muy grande por lugares en los que viví pero que ya no existen: el Buenos Aires de mi adolescencia es un invento mío; París a los fines de 1960-1970 ya no existe; Barcelona tampoco; siempre está Venecia, pero Venecia está siempre, aunque uno no haya vivido allí. Tengo lugares que forman parte de esta geografía imaginaria de la que hablé, pero lo que me ocurrió con Lisboa es lo que me ocurrió con Canadá cuando llegué allí a principios de 1980. Era un país del que no sabía nada y descubro que la sociedad en la que yo creía, una sociedad democrática, activa, interesada por las artes, existía. Existió en Canadá en ese momento, sigue existiendo, por supuesto, pero en ese momento fue una gran sorpresa y un maravilloso regalo para mí. 

Lisboa es mi último amor, el más contundente.

alberto manguel

Pero Canadá pertenece a mi pasado y mi presente ahora está en Portugal, y encuentro esa misma generosidad y una nobleza de espíritu, algunos valores que asociamos con la época feudal, un sentido del honor. No hay nada peor para un portugués que una mentira, un mal trato o una incorrección. No hablan de dinero, yo compro lo que necesito en mi barrio y tengo grandes dificultades para pagar porque cuando empiezan una conversación sobre temas culturales, movimientos sociales o a base simplemente de simpatía, pero no voy a llegar nunca al momento de pagar, y tengo que encontrar estrategias para que la deuda no se acumule. 

Es una ciudad tranquila que conviene mucho al ritmo de mi edad, es una ciudad de muchas colinas, mucho más que Roma. Y me permite, desde un punto de vista físico, un ejercicio que no tendría en otros lugares. Los portugueses de 100 años suben y bajan estas calles como si fuesen cabras, y yo me estoy acostumbrando a este ejercicio que me gusta mucho. El clima es espléndido, aun cuando llueve, las lluvias pueden ser torrenciales, pero acaban muy pronto y sale el sol y todo se ilumina. Lisboa es una ciudad de colores extraordinarios, no conozco un azul como el de Lisboa, o los colores de las paredes, amarillo, rosa, azul, que alternan en estas calles de colinas. Yo me siento muy cómodo aquí, y aprendí a no apurarme. 

Tiene sus ventajas y sus desventajas naturalmente. Las ventajas de vivir en una sociedad que no está apurada son que los defectos del mundo llegan muy tarde aquí. Todas estas tonterías que se están manifestando en Estados Unidos, por ejemplo, el clima de censura académica, las noticias falsas. Todo eso está, hasta un cierto punto, en Portugal, pero muy lentamente. El partido de extrema derecha llegó tarde y con poco impulso, y espero que se muera de su propia inacción. Como desventajas, vuelvo al tema de la burocracia, que es imposiblemente lenta aquí. Pero a diferencia de la burocracia, por ejemplo, italiana, argentina o turca, que yo conocí, cuando alguien le dice que va a hacer algo, lo consigue, tal vez después de muchas semanas o meses, pero termina por hacerse. El acuerdo que firmé para mi biblioteca, la creación del centro que se llama ahora Espacio Atlántida en un centro para el estudio de la historia de la lectura, estamos esperando desde hace dos años que se inicien los trabajos de renovación. Ahora, finalmente, van a ser iniciados y estamos previendo una inauguración en 2024. Quiero decir que hay que tener paciencia aquí, la impaciencia en Portugal está asociada a la mala educación. Todas las comunicaciones empiezan por “buen día”, “¿cómo está?, “¿cómo está su familia?” y luego vamos al tema que nos interesa. Pero uno debe tomarse el tiempo para ser amable. 

¿Siente que la ciudad lo ha cambiado, transformándose usted también en una suerte de “cabra” que puede subir y bajar sin parar? 

Sí, desde un punto de vista físico me siento mucho mejor. Desde un punto de vista espiritual, siento que estoy aprendiendo a ser paciente como nunca en mi vida. Yo soy la persona más impaciente que conozco, quiero que todo ocurra ayer y esto lo estoy aprendiendo aquí y en el trato con la gente. Tuvimos en un barrio viejo que está entre Chiado, que es el centro turístico, y Santos, que es el barrio donde está nuestro Palacio, el Museo de Arte Antiguo. En esa zona hay muchas librerías, eso es una indicación justamente de un país civilizado, de una ciudad civilizada que tiene aún sus librerías, muchas librerías de viejos que se llaman en portugués alfarrabistas, quizás en homenaje a Al-Farabi, el filósofo árabe. Nunca pude saber por qué se llaman alfarrabistas, pero en esas librerías uno puede conversar. Yo tuve siempre un sentimiento adverso a la conversación en librerías, yo quiero que en la librería a uno lo dejen tranquilo, yo quiero ver las estanterías, consultar los libros y que no me hablen. Pero en cambio aquí, los libreros le hablan a uno, pero de una forma tan amable e inteligente, y lo guían hacia ciertos libros que sino uno no puede conocer. Y me acostumbré, y ese también fue un cambio para mí, a las conversaciones en las librerías. 

Lo que me ocurrió con Lisboa es lo que me ocurrió con Canadá cuando llegué allí a principios de 1980. Era un país del que no sabía nada y descubro que la sociedad en la que yo creía.

Alberto manguel

Tengo algunas librerías favoritas. A dos pasos de mi casa está la librería Letra Libre, que es una alfarrabista que fue al principio un editor de poesía contra la dictadura y ahora es una pequeña librería donde encuentro joyas. Y mi librería, por llamarle así, en la que compro los libros que me interesan en todos los idiomas se llama Palabras de viajante, de una librera, Ana Cuello, con quien tengo constantes conversaciones. Ella me recomienda libros en todos los idiomas, yo le hablo de autores que me interesan, y siento que hemos formado una suerte de sociedad de amigos. 

Y no solo con los libreros, hay una tienda que vende té, que es la Companhia Portugueza do Chá, que es una maravilla, una tienda que parece salida del siglo XIX, con tés exquisitos de todo el mundo, pero, sobre todo, de la zona portuguesa. Mi carnicero se convirtió en un amigo. Yo tengo un programa de televisión -lo que demuestra la generosidad del portugués porque yo hablo muy mal portugués y me han dado un programa todos los sábados quince minutos para hablar de un libro: A vida privada dos livros se llama, en RTP3-. Este carnicero, con su señora, todos los sábados rigurosamente se sientan y ven mi programa y luego me habla de los libros que elegí. 

Me ocurrió en otros lugares, por ejemplo, el pescado de aquí es extraordinario. Cuando llegué compraba el pescado en una pequeña pescadería donde conocí al señor que me vendía pescado, un chico muy joven. Descubro que es un artista visual, que hace obras, magníficas, relacionadas a libros de artistas, y es un señor que vende pescado. Y así me ha ocurrido, pero con muchos lugares en la ciudad, y voy descubriendo otros. 

¿Considera que hay algún libro en particular que describa o que capte bien la ciudad de Lisboa y su esencia? 

Los libros que yo siento que captan mejor a Lisboa son libros que ocurren durante la dictadura, como la novela de Saramago, El año de la muerte de Ricardo Reis, o la de Antonio Tabucchi, Declares Pereira, que describen muy bien la ciudad, y muchos lugares que existen todavía, pero con la atmósfera de la dictadura. Los autores que descubro ahora son autores jóvenes que parecen interesarse más, no en la ciudad, sino en otros lugares de Portugal. Por ejemplo, un chico que se llama Rui Cardoso, que escribió una novela sobre un pueblo del Alentejo; Teresa Veiga, que es una autora que me gusta mucho y tiene algunos cuentos que ocurren en Lisboa; Matilde Campilho, tiene pequeñas joyitas de textos que ocurren aquí en esta ciudad. Pero no conozco ninguna novela que sea el equivalente a una novela de Londres de Dickens o una novela sobre Buenos Aires de Manuel Puig. Quizá sea mi ignorancia, pero los autores que estoy descubriendo abren su campo geográfico y hablan de muchos lugares de Portugal, sin que el argumento suceda específicamente en la ciudad de Lisboa. 

¿Se podría decir que Lisboa es una ciudad literaria?

Sí, Lisboa es una ciudad literaria. No solo por las muchas librerías y los muchos lectores, sino por los muchos escritores que están aquí. Yo sé que las estadísticas me contradicen y afirman que los lectores portugueses son pocos y leen poco, pero la gente con la que yo me encuentro en el mercado, en un café, son lectores y se interesan por la lectura. La Feria del Libro de Lisboa es muy concurrida, igual que otras ferias de libros en otras partes de Portugal. Entonces, tal vez las estadísticas no son un reflejo fiel del clima cultural de esta ciudad y de este país. 

Lisboa es una ciudad de colores extraordinarios, no conozco un azul como el de Lisboa, o los colores de las paredes, amarillo, rosa, azul, que alternan en estas calles de colinas.

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¿Cuál es el mejor lugar para leer o para escribir en Lisboa?

A mí me gusta mucho un lugar donde voy todos los domingos por la mañana. Portugal tiene cafés que son quioscos con mesas afuera y sillas alrededor. El quiosco que me gusta a mí está en el mirador de Santa Catarina, y se llama el mirador Adamastor. En una de las alturas sobre el río, uno puede ver los barco pasar por la mañana y está bajo una enorme estatua de un gigante que se llama Adamastor, que aparece en Camoes como gigante, una suerte de Polifemo enamorado de una ninfa que no corresponde, y ruge de rabia allí en ese lugar de Lisboa vigilando la entrada al río. Yo me siento allí todos todos los domingos por la mañana, lo abren a las 9:30-10:00h, y voy a las 9:00h y ya me sirven, tomo un café doble y lo que llaman torradas, que son unas tostadas con manteca y les ponen hierbas encima, y me siento, leo, tomo notas y escribo. Es el momento más apacible para mí en toda la semana.

¿Tiene algún recuerdo literario concreto en Lisboa? 

El recuerdo concreto en la relación que hago con Adamastor es con Camoes. Lusiadas es un poema que define, de alguna manera, el sentimiento épico, heroico, que todavía existe en el fondo del alma portuguesa. Obviamente después del colonialismo y la toma de conciencia de los horrores de colonialismo, Camoes se ha regido de una forma distinta. Pero yo sigo pensando que es un poeta importante y tiene una imaginación extraordinaria.

Acaba de hablar del alma portuguesa. En relación con la melancolía que se le suele atribuir a Lisboa -pienso por ejemplo en el fado-, ¿comparte usted esta imagen? Y, si es el caso, ¿qué puede decir esta melancolía sobre la relación de Portugal o Lisboa con Europa continental?

El gran filósofo portugués Eduardo Lourenço escribió un ensayo sobre la saudade, que es la melancolía portuguesa. Pero decir que es melancolía, yo creo que conduce a un error. Esta saudade es una suerte de calma que desciende sobre el espíritu, no es necesariamente triste. Es un momento de reflexión que se aproxima más a la idea de melancolía que tenían los filósofos en la Edad Media y el Renacimiento, una melancolía creativa. Y esta saudade también se relaciona con un sentido de la dignidad, de cómo conducirse en la sociedad con sus responsabilidades y sus exigencias. 

Esta saudade es una suerte de calma que desciende sobre el espíritu, no es necesariamente triste. Es un momento de reflexión que se aproxima más a la idea de melancolía que tenían los filósofos en la Edad Media y el Renacimiento, una melancolía creativa.

alberto manguel

Hay código, quizás de la saudade, secreto, que se siente en la poesía portuguesa, que se siente en el fado, por supuesto. Pero también yo creo que se siente en otros lugares, por ejemplo, en la cocina portuguesa. La cocina portuguesa es muy sencilla, es deliciosa porque los productos son muy frescos, pero hay una cierta calma en la gastronomía, en los peces preparados a la parrilla o al horno, las legumbres, las sopas, una cierta modestia. Y yo creo que estas características de la saudade, el sentido del honor, la calma, la necesidad de respetar al otro y de ser respetado se manifiestan como cualquier característica humana de manera positiva y negativa. De manera positiva porque le da al portugués un sentido de identidad relacionado, por un lado, a Europa, pero sabiendo que está en el extremo de Europa, que si se va un poco más hacia el oeste se cae al mar. Una ciudad supuestamente fundada por Ulises, de manera que una ciudad en camino a otra parte. Y también con un fondo árabe, un sentimiento de África, Mediterráneo, que impregna la atmósfera. En el sentido negativo, esto produce una suerte de modestia que hace que los portugueses no hablen de sí mismos, no alaguen su propio país, no se promocionen. Una de las sorpresas mayores que tuve cuando me instalé en Portugal fue cubrir esta enorme literatura portuguesa y ver que nadie la conocía. Son muy pocos los libros portugueses traducidos al inglés, al francés, al italiano, al español porque no se promocionan. A los escritores portugueses con los que hablo, por supuesto, les gustaría ser leídos en otros idiomas. Pero no van a hacer ningún esfuerzo comparado a lo que hace un americano o un francés que inmediatamente busca ser traducido y ser el mejor de todos, pero este es un sentimiento o una actitud que no existe en Portugal. 

¿Cómo explicaría esto? ¿Podría ser por la geografía y la ubicación de Portugal en un extremo de Occidente?

En suma, decía que era porque el portugués no tenía un sentido de la ironía. La ironía, generalmente, está asociada a la mala educación, a la grosería. Un escritor no puede ser irónico, hay un grano de maldad en la ironía. La falta de ironía en Portugal, el hecho de estar en el extremo de Europa, pero también ese sentido, digamos, africano del honor, ese sentido árabe del honor es muy importante. No es importante en otros países de Europa, España tuvo ese sentido del honor en la edad media y después lo perdió absolutamente; Francia nunca lo tuvo, lo reemplazó con el sentido del ridículo, lo peor no era ser deshonorado sino no ser ridículo; Alemania tampoco, era una cuestión de poder casi, poder físico que contaba con el valor supremo del alemán; y los ingleses ni hablemos. Entonces, yo creo que algo en ese sentido del honor explica esta modestia. Usted no se rebaja a hacerse su propia propaganda, si usted va hacia algo que tiene valor, será o no reconocido, pero la satisfacción está en hacer lo que usted sabe hacer mejor, 

El terremoto de 1755, seguido de un tsunami y un incendio fue un momento traumático para Lisboa pero también una catástrofe y un fenómeno europeos. Releyendo a Voltaire, ¿fue también un momento fundacional para cierto movimiento intelectual europeo? 

Para Voltaire era un ejemplo de que las catástrofes sucedían porque sucedían, no porque fuese un castigo de Dios o algún destino del país en el que ocurría la catástrofe. Para Portugal fue catástrofe física y espiritual, porque murió mucha gente, pero también fue un momento de cambio que permitió una reconstrucción, una renovación y el surgimiento de un nuevo país. Después, con la dictadura de Salazar las cosas cambiaron. Volviendo a ese sentido del honor, este año están festejando un año más de democracia que dictadura. Hay celebraciones que se llaman Un día más. Nuestro centro participó, y a mí me parece tan importante que se recuerde que algo como la dictadura acabó y que un movimiento de democracia pudo surgir, y que vamos a festejar en 2024 cincuenta años de democracia. Es como decirle a la dictadura, de forma muy educada y compuesta: “ganamos”. 

Creo que algo en el sentido del honor de los portugueses explica su modestia.

alberto manguel

Conocemos la importancia que le otorga a las palabras, pienso por supuesto en La ciudad de las palabras, ¿qué le inspira el nombre de la ciudad de Lisboa y su eventual etimología?

Se supone que estuvo fundada por Ulises. Quizá, Ulises y el nombre de Lisboa estén asociados a un nombre mitológico. Asocio ese nombre ahora, con la experiencia que tengo en la ciudad, antes no la asociaba con nada. Entonces, es una experiencia nueva, como una nueva fundación en mi geografía imaginaria. 

Volviendo a su Guía de lugares imaginarios, ¿cuál es su lugar imaginario preferido? 

No tengo ningún lugar imaginario preferido porque casi todos son horribles, y eso es lo que hace que la novela sea interesante. Lugares que son para el autor perfectos, como una cristianópolis o una utopía, no son perfectos para mí por cuestiones de diferencia de género o esclavitud u otro tipo de características. Una pregunta que yo me he hecho siempre, como puse en el libro con Gianni Guadalupi, La guía de lugares imaginarios, se refiere al cómo es posible que, desde la época de las cavernas, con toda la ingenuidad humana, con toda nuestra inteligencia, con nuestra capacidad de inventar, no hemos podido inventar una sociedad que sea más o menos justa, igualitaria y feliz.

En toda nuestra historia humana no hubo eso, no hay ningún momento en que podamos decir que la sociedad entera, para una cierta parte sí, fuese más o menos feliz. Yo creo que tenemos que seguir intentándolo ahora que vemos que el socialismo no funciona, el comunismo no funciona, el fascismo no funciona y la democracia no funciona, como vemos en Estados Unidos. Hay, tal vez, un ideal democrático que puede surgir en algún lugar, y Portugal está manteniendo algunos aspectos de lo que llamábamos democracia, pero ¿cuánto tiempo puede aguantar una sociedad en medio de un mundo corrupto como el nuestro donde los poderes extremos de Rusia, China, Estados Unidos están cayendo en un caos de ambición y agresión como no tuvimos nunca antes?

Ha dicho que ha conocido y vivido en varios lugares que ya no existen. ¿Ya no existen por un mecanismo de recuerdo un poco proustiano o también porque estas ciudades han realmente cambiado? 

Por otros motivos, todo recuerdo es un invento. Hablamos lo que recordamos de lo que recordamos de lo que recordamos, donde el original es inhallable. El recuerdo que yo tengo de mi adolescencia en Argentina antes de la dictadura militar es un recuerdo maravilloso de aprendizaje, de encuentros, de descubrimientos. Pero eso no existe, Argentina es uno de los países más corruptos del mundo ahora. Quizá siempre lo fue, pero mi recuerdo está en esa utopía de mi adolescencia. El Canadá que yo conocí era un Canadá que tenía un impulso que el siglo XXI no le permitió por razones económicas y políticas. Y puedo decir lo mismo de tantos otros lugares que conocí. Pero eso no importa, el hecho de que un lugar sea imaginario no quiere decir que no exista. 

Nuestra noción del tiempo está siempre equivocada, no es que haya un pasado que hemos perdido y un futuro que todavía no tenemos. “Vivimos en un presente que es nuestra única realidad”, eso es absolutamente falso desde un punto de vista matemático, astrofísico y también espiritual. Estamos siempre en todos los tiempos y lugares, no necesitamos inventar un universo paralelo porque estamos en un universo paralelo. Mi ser en Argentina en 1960 sigue existiendo y existirá hasta que yo me muera dentro de unos pocos años. Seguiré existiendo en algunas relaciones que tuve, en algunos libros que he escrito. No tenemos que creer que porque nuestra memoria fabrica eventos, esos eventos no son ciertos, no tienen nada que ver con las fakenews.

Estamos siempre en todos los tiempos y lugares. No necesitamos inventar un universo paralelo porque estamos en un universo paralelo.

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¿Tiene alguna idea o sueño de vivir en otro lugar en algún momento?

En varios momentos de mi vida tuve la posibilidad de vivir en lugares en los que no viví, como en Japón. Me invitaron a vivir en Tahití porque imprimíamos libros allí. En San Francisco también, cuando se mudó el editor y me invitó a ir con él. Posibilidades siempre hubo, pero nuestro camino es un camino de encrucijadas, y tenemos que elegir la izquierda o la derecha, lo que determina una suerte de mapa en el que nos reconocemos. Borges tiene un pequeño texto que dice “un hombre elabora a través de su vida un dibujo de las personas que conoció, las cosas que hizo, los lugares a los que fue y al final de su vida se da cuenta que ese dibujo es el dibujo de su cara”. 

Chateaubriand decía que uno no puede descubrir lugares porque siempre lo asocia con otro lugar que ya ha visto. ¿Ha tenido en Lisboa la impresión de ver algo que ya existía o ha descubierto ciertas cosas? 

Nunca es un descubrimiento total porque nosotros, los humanos, trabajamos por asociación. Yo veo una casa amarilla y enlazo con una casa amarilla que vi en Maldonado, en Uruguay, cuando era niño; veo un tranvía y pienso en el tranvía que pasaba por mi casa en Buenos Aires. Siempre hay asociaciones, no podemos ver algo por primera vez porque no lo reconoceríamos. Si estamos viendo, quizás, un unicornio, como no hemos visto un unicornio nunca, no sabremos que lo estamos viendo. Eso ocurre con las ciudades, con los lugares. Entonces sí, Lisboa se traduce en mi imaginación en retazos, en fragmentos de otros lugares y otras experiencias. 

Lisboa se está expandiendo, de forma discontinua pero real, ¿qué ha visto cambiar desde su primera visita?

Es difícil decir porque esta experiencia fue única en mi vida, en el sentido que nunca llegué a una ciudad y me tuve que encerrar durante dos años. Ahora estoy saliendo un poco más, pero tenemos que ser vigilantes todavía. Entonces, descubro algunos lugares, pero no sé si han cambiado desde que yo llegué. 

Se está construyendo mucho Lisboa, tiene un trabajo de renovación de sus viejos edificios que están muy bien llevados. Hay casas, calles, que adquieren un aspecto nuevo a pesar de conservar su carácter antiguo. Afortunadamente, el programa de televisión que estamos haciendo consiste en filmar la conversación sobre un libro en un lugar que corresponda, más o menos, a la atmósfera del libro, y me hacen recorrer Lisboa de una forma en que no hubiese conocido antes. Fui a la vieja sinagoga, a la mezquita, al invernadero y lugares fuera de Lisboa también. Estoy descubriendo una Lisboa, no como turista, sino como un viajante, una persona que tiene que ir a esos lugares, pero al mismo tiempo disfruta del descubrimiento de esos lugares. 

¿Hay algo que Lisboa tenga que no exista en otras partes?

Vuelvo a algunas características que ya mencioné. Lisboa es una ciudad calma, lenta, luminosa, amable, respetuosa. Es acogedora pero sin imponerse. Vuelvo a este adjetivo: respetuosa. Usted siente que la ciudad lo recibe, pero la ciudad no se precipita sobre usted como hace Nueva York, por ejemplo.

¿Cuál sería su paseo ideal en Lisboa? 

Mi paseo ideal empezaría por donde estoy, porque es mi centro. Iría hacia Santos tomando la calle de As Janelas Verdes, hacia el barrio de Alcântara, pasando por el maravillosamente llamado Tapada das necesidades, que es un jardín hermoso, no hermoso en el sentido francés, no está manipulado, sino que está allí y todo florece, pero no está recortado prolijamente. Y luego, del otro lado, tomaría el tranvía que pasa por la puerta de mi casa, que es el célebre 28 que todos los turistas toman. Es un tranvía que no es llamado Deseo como el de Tennessee Williams si no se llama Placeres, porque el cementerio se llama Prazeres, que es el nombre de un personaje histórico. El 28 lo lleva a uno hacia la Plaza de Comercio que es una maravillosa plaza abierta sobre el río. Uno puede entonces caminar por el borde del río o subir hacia la Catedral y más allá de la Catedral ver el Museo de Aljube, que es un museo de resistencia contra la dictadura instalado en la antigua cárcel del Aljube. Después, iría a los barrios más populares donde los turistas no van como los Altos de Eira, que tienen muchos cafés populares. Una cosa que cambió en Lisboa es que surgieron muchos cafés franceses o americanos donde usted tiene 15 tipos de capuchinos y bollos franceses. Los portugueses no van a esos lugares, hay todavía muchos cafés portugueses donde uno toma su café, pero con repostería portuguesa que es muy dulce y esos lugares están en los barrios más populares, pero uno los encuentra en todas partes si los busca. 

Mi paseo ideal empezaría por donde estoy, porque es mi centro.

¿Cuál es su museo favorito en Lisboa? 

El Museo de Arte Antiguo es extraordinario. El Museo de Aljube es muy importante para conocer la historia de Portugal. Pero mi museo favorito es el Museo de las Marionetas, que está en la zona de Santos y fue creado a partir de una colección importante de marioneta de todo el mundo. Está montado de una forma espectacular, es un pequeño museo y yo recomiendo a cualquiera que vaya a Lisboa que vaya a ver ese museo.