¿Cómo llegó a trabajar sobre Portugal? 

Esto se debe en gran medida a una serie de coincidencias, que han encontrado una coherencia a posteriori.

Llegué a Portugal en el verano de mis 20 años. Eran los años 80 y el país era muy diferente de lo que conocemos hoy. Inmediatamente me dio un shock. En ese momento nació una pasión que luego traté de desarrollar de forma más racional a través de mis estudios de historia.

Como sucede a veces, vine como turista a los veinte años y nunca me fui. Podría haber sido uno de los muchos viajes -en la misma época, fui en los Estados Unidos para estudiar – y al final Portugal se convirtió en un lugar al que volvía continuamente. Este viaje, y los primeros encuentros que tuve allí, provocaron un verdadero choque de pasiones, me planteé muchas preguntas, sobre todo porque no tenía ningún conocimiento previo de este país, empezando por el idioma, del que no sabía nada. Tenía que construir y aprender todo. 

Usted habla de una coherencia a posteriori. ¿Cómo se explica este shock, esta pasión repentina? 

Probablemente porque tenía 20 años… Por ejemplo, intentaba comprender la importancia del mar, que trataba de racionalizar. Soy mitad bretón, estuve inmerso en esta cultura marítima, y eso fue muy importante en mi primera impresión de Portugal. Encontré paisajes, mentalidades, una forma de ver el Atlántico que se acercaba bastante a lo que había conocido y de lo que me había impregnado a través de mis orígenes. También tuve una especie de ilusión retrospectiva de la fatalidad… 

Además, cuando se quería ver lo que ocurría en Portugal desde el punto de vista de los estudios históricos en Francia, había muy poca información. Y aún menos en el caso del periodo contemporáneo, que era el que más me interesaba. En la EHESS había algunas cosas sobre la expansión marítima: Jean Robin y Frédéric Moreau trabajaron mucho sobre el comercio transatlántico. Pero quería enfocarme en los siglos XIX y XX. 

Así que tuve que buscar profesores que estuvieran dispuestos a ayudarme. Afortunadamente, encontré en mi camino personas que estaban de acuerdo sin ser necesariamente especialistas en Portugal. Al principio, trabajé en las Guerras Peninsulares, lo que me permitió mantener una dimensión francesa en mi investigación. Más tarde me alejé de esto porque este periodo es un recuerdo traumático para los franceses, y desastroso en Portugal… Esto complicaba bastante mi trabajo de esclarecer la historia contemporánea.  

En Science Po, unos profesores que, a priori, no tenían nada que ver con Portugal, me acogieron. En particular Serge Berstein, que me escuchó con gran benevolencia e interés, y que se convirtió en mi director de maestría y de doctorado. En este marco institucional pude desarrollar mi investigación. En ese entonces, a finales de los años 80, la historia contemporánea se estaba gestando en Portugal. En la época de Salazar y las dictaduras, la historia contemporánea no existía. Estaba prohibido hablar de ella o interesarse por el presente. Este periodo estaba reservado a los responsables de la propaganda y a los periodistas identificados como capaces de escribir sobre la actualidad. La única historia que podían contar era la narrativa nacional que Salazar había construido. Por lo tanto, era imperativo centrarse en el periodo de la Edad Media y la expansión colonial conocida como «los descubrimientos». Era imposible hablar de otros temas como la historia del fin de la monarquía constitucional, la República y el Estado Nuevo. Algunos pioneros lo intentaron, pero se vieron obligados a exiliarse en Suiza o Inglaterra. Con la Revolución de los Claveles, las cosas cambiaron mucho. En diez años se movilizó toda una estructura y unos medios para que se escribiera la historia contemporánea. 

Cuando llegué quince años después de la Revolución de los Claveles, pude beneficiarme de las primeras obras que intentaban contar la historia del Estado Nuevo. En esa época conocí a jóvenes y experimentados investigadores que procuraban crear temas, reflexiones y centros de investigación en torno a la historia contemporánea. Esta primera fase de mi trabajo culminó en 1997, cuando organicé un coloquio en Science Po, que no supuso un avance epistemológico en sí mismo, pero que sí, suscitó un gran revuelo, sobre todo porque Mario Soares, cuyo mandato acababa de terminar, había aceptado presidir los debates. Esto lógicamente despertó una forma de curiosidad. Fue un primer momento de encuentro entre historiadores franceses y portugueses que contribuyó a legitimar la historia contemporánea de Portugal.

Usted aprendió el portugués de adulto. En su libro, destaca a menudo que esta lengua es consustancial al imaginario de los portugueses sobre la construcción nacional. ¿Cómo describiría su relación con el portugués? 

Aprendí sobre la marcha. Al principio no fue fácil porque había aprendido alemán e inglés en la escuela, así que tenía pocos puntos de referencia. En retrospectiva, creo que no fue tan malo después de todo: no hablar castellano me impidió hacer «portuñol», esa dudosa mezcla de las dos lenguas que muchos francófonos usan.

Hoy lo hablo correctamente, es decir, tengo acento portugués y no francés, español ni brasileño, lo cual no está tan mal. Siempre hay pequeños errores sintácticos y gramaticales porque la cultura del imperfecto de subjuntivo que tanto gusta a los portugueses no es natural para mí. Para evitar este obstáculo, a veces construyo las frases de forma diferente, pero eso no engaña a nadie después de un tiempo… 

Vuelvo a ello, pero al menos no me contaminó el prisma distorsionador de España, algo que tienen muchos franceses cuando van a Portugal. Es decir, no era un hispanohablante varado en Lisboa, lo cual no es neutral porque siempre hay preconceptos, un poco de denigración o una percepción más bien despectiva del país por el peso del vecino castellano. No tener estos estereotipos era una ventaja. 

También tuve que luchar contra una forma de incomprensión en el sentido de que siempre sentí una forma de interés cortés por parte de mis interlocutores que enmascaraba mal una pregunta subyacente: «¿pero por qué Portugal? En aquella época, para los franceses, Portugal no era más que un pequeño país proveedor de mano de obra… Todos los estereotipos que teníamos se hacían sentir cuando uno se interesaba en un tema de estudio que no era natural, aparte del periodo sagrado de expansión marítima que era valorado. Sobre la época contemporánea, la reticencia era muy explícita. 

¿Aprendió el castellano después?

Sí, vino después, pero sólo para poder leer las fuentes acerca de Portugal. Es necesario para hacer un trabajo serio. 

¿Qué le parece especialmente atractivo en el portugués?

Cuando descubres un idioma tan diferente, la primera vez no entiendes nada y cuando lo intentas, no es muy natural para un francés. Me gustó la dificultad del ejercicio, sobre todo porque esta lengua y su cultura son objeto de prejuicios bastante negativos en Francia. Me dieron ganas de escuchar: una vez que te obligas a hacer este trabajo, creo que encuentras lo que escuchas más hermoso. Y aprender portugués fue también una forma de no dejar que se desvanezca el recuerdo de mi primer viaje a Portugal. 

Por otro lado, tengo una verdadera fascinación por los sonidos del italiano -que hablo muy mal-, pero me parece que la lengua portuguesa también tiene muy buenos sonidos cuando sabemos escucharla. Mucho más que el castellano, por ejemplo. 

Y luego, aún más que el idioma, me sedujo la extrema apertura de la cultura portuguesa, esa disponibilidad y esos contactos tan agradables que dan inmediatamente la impresión de formar parte de una familia. Creo que esa fue una de las claves de mi motivación. 

Creo que todas estas razones explican mi atracción por el portugués: son concomitantes y me resultaría difícil elegir una más que las otras. 

Aún más que el idioma, me sedujo la extrema apertura de la cultura portuguesa, esa disponibilidad y esos contactos tan agradables que dan inmediatamente la impresión de formar parte de una familia.

yves léonard

Usted es un historiador sobre Portugal, ¿cuál es su relación con la literatura portuguesa? ¿Cómo la aborda usted como historiador? 

Lo que intento mostrar en L’histoire de la nation portugaise (Historia de la Nación Portuguesa) -sin caer en el cliché de un país de poetas- es que la historia de Portugal está ligada a su literatura. Muchos autores portugueses están muy implicados en la historia de su país, empezando por Pessoa, que me ayudó mucho en mi investigación sobre el salazarismo.

Uno de mis primeros choques literarios fue el descubrimiento de Eça de Queiroz. Es un autor de la segunda mitad del siglo XIX, de tradición más bien realista: estuvo muy influenciado por Flaubert. Sus novelas son a la vez muy sutiles y están fuertemente influenciadas por su época. Pienso en particular en Los Maia, la historia de una familia que es una mise en abyme del siglo XIX portugués. La Ilustre Casa de Ramires es también una novela muy importante para mí: es a la vez una historia acerca del tiempo presente y una mirada retrospectiva muy fina sobre la Edad Media portuguesa. 

Estoy terminando la última novela de Javier Cercas, Independencia, que es la segunda parte de un ciclo abierto con Terra Alta. El protagonista, un detective que ha vivido experiencias atroces, es un gran lector, y en una página nos enteramos de que está leyendo La casa ilustre de Ramires. Aunque esta novela no es su más conocida, este intertexto nos recuerda la obra maestra que es. Además de conmoverme, debo decir que me fascina la vida de su autor. Cónsul portugués, escribió mucho en los periódicos lisboetas de la época: en particular «borderías», que son peleas oratorias y epistolares. Es muy representativo de la generación «casino», caracterizada por una forma de desencanto. 

Un otro autor, José Saramago ha tenido mucha influencia en mí, especialmente porque me ayudó a entender el salazarismo. La visión que tiene sobre los heterónimos de Pessoa llama la atención, y les da una increíble encarnación literaria en El año de la muerte de Ricardo Reis. Se dice que este último sobrevivió un año al poeta en la Lisboa de 1936. En este libro, nos cuenta los primeros años del salazarismo y la omnipresencia de la policía política. Es un novelista fundamental para entender cómo era la vida cotidiana bajo la dictadura: pienso en particular en Levantado del suelo, que me parece uno de los mayores textos sobre la cuestión social en Portugal en el siglo XX. 

Me gustaría añadir a Miguel Torga a este breve resumen. Tanto sus poemas como sus testimonios sobre la realidad de las cárceles salazaristas fueron muy importantes. Este médico anónimo de Coimbra, que ejerció su profesión hasta su muerte, publicó textos sorprendentes sobre los cuentos y las leyendas de Portugal, algunos poemas muy bellos y un diario, traducido al francés, que constituye un inmenso texto literario.

Los ejemplos podrían multiplicarse, ya que la literatura portuguesa es muy rica. Como historiador, me ha nutrido mucho y encuentro en ella una resonancia, una relevancia y un ojo perspicaz. Seguramente porque estos autores también están impregnados del pasado de su país. Para Saramago, la historia de la nación portuguesa es un hilo conductor, especialmente sus experiencias durante la dictadura, ya que empezó a escribir bastante tarde, en los años 70, cuando ya tenía cincuenta años.

Al trabajar en Portugal, que ha perdido tardíamente su imperio, ¿se ha interesado usted por el resto del mundo lusófono?

Sí y no. Por un lado, es difícil trabajar durante tantos años en Portugal sin mirar a varios continentes y a todos los océanos. Es una parte esencial de la historia del país. 

Pero sería muy presuntuoso pretender ser tan experto en las antiguas posesiones coloniales portuguesas como en la metrópoli. Creo que para conocer un país hay que intentar vivir en él lo máximo posible, instalarse allí en algún momento. Sin embargo, la vida me ha impedido vivir en esos países, aparte de viajes ocasionales que a menudo eran escapadas muy rápidas e insuficientemente construidas. 

Sin embargo, como mi tema de tesis era la idea colonial en Portugal, estudié estos países a través del prisma del colonizador, a través de los ojos de las élites portuguesas. Intenté articular un análisis de este fenómeno a largo plazo con un estudio centrado en la crisis del ultimátum en la década de 1890. Evidentemente, era una visión sesgada, lo que me llevó a interesarme y conocer a actores no portugueses que habían sufrido la ocupación, la colonización y el yugo portugués. 

Es una respuesta a medias, porque es uno de los temas que me hubiera gustado desarrollar mucho más por diferentes vías. Las circunstancias hicieron que esta oportunidad no se presentara. ¿Quizás no las provoqué lo suficiente? Se necesita tiempo y disponibilidad para realizar este tipo de estudios. Y luego hay que tomar decisiones: me ofrecieron la posibilidad de ir a trabajar a Mozambique, pero no pude aceptar por toda una serie de razones personales. 

En pocas palabras, conozco bien los fundamentos de la historia de estos países, así como sus relaciones con Portugal, pero me falta la mezcla de cercanía y distancia que confiere una larga estancia como extranjero. 

Portugal es a la vez uno de los escalones meridionales del continente europeo y, con la excepción de Bretaña, su escalón más occidental. ¿Vivir en Portugal le ha llevado a considerar Europa de forma diferente? ¿Le ha influido la visión portuguesa de Europa?

Sí, indiscutiblemente. Portugal es, en efecto, un poco otro Finistère de Europa, lo sentí inmediatamente. Cuando conocí Portugal, éste había solicitado su ingreso en la CEE y las negociaciones para su adhesión estaban en marcha. Era lenta porque en 1984, Portugal estaba en recuperación económica. Era un país que sentía muy fuertemente la expectativa de su admisión, quería ser aceptado en la unión tal como era y por lo que era para encontrar relevos para el desarrollo y consolidar la democracia en el país. Se trataba también de curar ciertas heridas vinculadas a la pérdida, aún muy reciente, del imperio colonial. Este ambiente estaba muy presente en el momento en que conocí el país. 

También viví el periodo de la adhesión, es decir, los años 1985-86, cuando había un entusiasmo muy fuerte entre las élites y parte de la población. Sin embargo, el significado de la adhesión a la CEE no estaba del todo claro. Hasta entonces, sólo los portugueses que habían emigrado a Francia y Alemania habían experimentado esta Europa unida. 

Todo esto estaba muy presente en la mente de la gente. Lo sentí con más fuerza porque, en los años 90, fui bastante militante de la causa de la construcción europea. Participé en varios movimientos en los que me involucré con mucha fe y determinación. Encontré en el ejemplo portugués una ilustración casi perfecta, o al menos bastante buena, de lo que buscaba en la construcción europea. Aunque este caso no tuvo mucha difusión en su momento, para mí sigue siendo una ilustración muy reveladora de lo que puede conseguir Europa. 

Encontré en el ejemplo portugués una ilustración casi perfecta, o al menos bastante buena, de lo que buscaba en la construcción europea. Para mí sigue siendo una ilustración muy reveladora de lo que puede conseguir Europa. 

yves léonard

A principios de la década de 2010, la visión de Europa volvió a cambiar. Fue un periodo muy difícil para los portugueses, que sintieron una fuerte desilusión con su anclaje europeo. Durante el período de la Troika en los años 2011-2014, fui allí regularmente y pude observar la situación. Fue muy duro porque esta crisis había sacudido un cierto número de convicciones europeas, como en Grecia, especialmente porque un cierto número de socios europeos reaccionaron con mucha condescendencia y desprecio – estoy pensando en particular en la expresión «PIIGS», que fue muy popular en ese momento. Para mí, un francés que visita regularmente Portugal, me fue doloroso ver que Portugal estaba pagando un precio tan alto. 

A pesar de ello, observo que es uno de los países que más apoyan a Europa. La crisis de la deuda no ha alterado fundamentalmente este estado de cosas. Sin embargo, ha llevado a la izquierda portuguesa a evolucionar su doctrina buscando una forma original de combinar el respeto a los compromisos europeos con el deseo de invertir a escala continental para abrir alternativas. Este periodo de rebote me pareció absolutamente fascinante, y me parece que ha cambiado un poco la forma en que otros países europeos miran al país, además de su inmenso éxito turístico en los últimos años. 

Vuelvo a lo que usted dijo sobre el periodo de adhesión. En un texto importante para le Grand Continent, Timothy Snyder invitó a los europeos a abandonar uno de sus mitos fundacionales: para él, Europa no está fundada en un ideal pacífico como se suele decir. Es el resultado de una elección muy pragmática de las antiguas potencias imperiales que optaron por invertir en la escala comunitaria tras la pérdida de sus imperios. ¿Tiene la impresión de que esta realidad, que se aplica bien al caso portugués, se reivindicó de forma más explícita?

No cabe duda de que, para muchos portugueses, la proyección naval y ultramarina ha sido un motor de su desarrollo y su futuro.

Hasta 1974-1975, cuando la dictadura se negó obstinadamente a cambiar las cosas, los portugueses miraban a Europa con mucha desconfianza y distancia. Esto cambió cuando las colonias desaparecieron, y con ellas los fundamentos de un discurso y una narrativa nacional que venía explicando desde el siglo XIX que Portugal desaparecería si perdía sus colonias. No es baladí que la Revolución de los Claveles se inspirara en el rechazo a la carga colonial: fue, en efecto, el rechazo al imperio lo que provocó la caída de la dictadura.  Sobre este tema se dio el golpe de Estado del 25 de abril. Para los principales actores de la revolución y los políticos, era entonces necesario escoger Europa. En definitiva, se trataba de una vuelta a la alternativa, o al menos a la falta de alternativa, que se les había presentado a los reyes portugueses en los siglos XIV y XV por estar atrapados en el escenario continental. Por lo tanto, su solución fue inventarse un destino como héroes del mar, que es lo que intento demostrar en mi libro. Hicieron esta elección por ensayo y error, probando cosas más o menos arriesgadas, pero impulsadas por la motivación de probar suerte en otros lugares dado que estaban limitados dentro de sus fronteras terrestres. 

Esta inversión de perspectivas fue la que afrontaron las élites portuguesas a mediados de los años 70. No había otra alternativa que mirar a Europa y anclarse definitivamente en ella. Es una respuesta muy clara, aunque más o menos formulada entre las élites. 

Al final, creo que la cultura política portuguesa está dividida entre los que consideran que el destino de Portugal se juega en el exterior -este fue el caso de Salazar- y los que, por el contrario, vieron en la presencia en el exterior una de las razones de la decadencia de Portugal. De los defensores de esta tradición surgió la convicción de que era mejor anclarse en el lado de Europa. 

En la adhesión a la CEE se observa, sin embargo, un intento de conciliar estas dos tradiciones. Cuando Mario Soares y las autoridades portuguesas firmaron el Tratado de Adhesión, eligieron hacerlo en el patio ceremonial del Monasterio de los Jerónimos de Belém, un lugar de gran poder simbólico en Portugal. Además, los discursos del presidente portugués y de Jacques Delors insistieron en que este tratado representaba un vínculo entre el pasado y el futuro del país. A pesar de la Revolución de los Claveles y sus consecuencias, hubo continuidad entre el Portugal imperial y el europeo. 

Además, la paz no tenía el mismo significado en este país que en otros. En los siglos XIX y XX, Portugal se mantuvo muy periférico en los asuntos europeos: aunque participó en la Primera Guerra Mundial, estuvo lejos de los distintos frentes, mientras que Salazar eligió el camino de la neutralidad ambivalente, entre las potencias del Eje, con las que tenía ciertas convergencias ideológicas, y los aliados angloamericanos, a los que pudo dar suficientes señales de amistad para evitar ser derrocado en 1945. 

En general, desde las Guerras Peninsulares, Portugal se había librado de la guerra. Por otro lado, Europa ofrecía la posibilidad de un nuevo destino, vinculado a un espacio territorial que no era el suyo, ya que se había mantenido alejado de él durante la dictadura. Esta nueva realidad no impide la persistencia de un imaginario oceánico. Portugal siempre ha tratado de mantener relaciones con sus antiguas posesiones de ultramar, ya que no sólo es una forma de preservar ciertos intereses comerciales, sino también una forma de estar en el mundo diferente a la de los países más importantes de Europa. El Océano Atlántico, espacio privilegiado para la diplomacia portuguesa, es un espacio importante en la proyección imaginaria del país. 

Ya que hablamos del mar, su libro se abre con la desaparición de Sebastián de Portugal. ¿Este «rey oculto» sigue presente en el imaginario portugués contemporáneo o se ha desvanecido? 

A finales del siglo XIX, algunos decían que todos teníamos un toque de sebastianismo. Sebastián es la gran catástrofe, es la caída, es una forma de decadencia, pero también es una esperanza de renacimiento. Esta dimensión es especialmente fuerte en lo que se ha llamado sebastianismo, es decir, la esperanza mesiánica siempre presente de ver al príncipe regresar para salvar a su pueblo. Yves Marie Bercé en El rey oculto: salvadores e impostores: mitos políticos populares en la Europa, dedicó un capítulo pionero a este fenómeno. Es interesante ver que todas estas imposturas, todas estas personas que decían ser Sebastián llevaban estas viejas profecías, estos sueños de renacimiento que supuestamente iban a permitir a Portugal recuperar una forma de preeminencia. Este aspecto ha permanecido muy presente en el imaginario colectivo. 

Hoy en día es muy difícil valorar la supervivencia de un mito popular que parece marchitarse. Esta dimensión popular es fundamental: a diferencia de los elementos estructurantes del mito de la construcción nacional, que halagaban especialmente las representaciones que las élites portuguesas tenían de ellas mismas, el sebastianismo imagina que Sebastián está escondido en medio de su pueblo, donde sobrevive a la espera de volver para salvarlo. El mito se difundió a través de los sermones, de las prédicas, de toda una tradición oral que se desarrolló e incluso cruzó el Atlántico porque se encuentra en el noreste de Brasil. Se trata de un mito popular extremadamente fértil que continuó extendiéndose a lo largo del siglo XIX y hasta el siglo XX. 

Hay una profunda ambivalencia en el sebastianismo. Por un lado, este mito mantiene una especie de sueño excesivo y una nostalgia muy pesimista. Por otra parte, tiene una forma de resiliencia, que constituye su parte positiva y dinámica. Esta dimensión, que a menudo se traduce en la esperanza en el mito del salvador, por utilizar la taxonomía de Raoul Girardet, fue muy utilizada por las élites del siglo XX, incluso Salazar, que pretendía presentarse como el rey deseado y oculto. 

A escala europea, ¿podemos considerar a Salazar como el dictador oculto del continente europeo en el siglo XX? Me explico: a pesar de que Salazar tuvo una gran influencia en las derechas conservadoras y radicales de Europa, su recuerdo se ha borrado en gran medida. ¿Cómo se explica esto? 

José Gil ha escrito un hermoso ensayo en portugués, sobre la retórica de la invisibilidad de Salazar. Este bellísimo texto dice muy bien las cosas, transcribe este deseo de ser lo más invisible posible para ser omnipotente. Es una especie de ambivalencia total con la que Salazar jugó todo el tiempo: la falsa humildad, la reserva natural del personaje que no quería aparecer. Creo que era su naturaleza más profunda, una persona muy tímida y torpe ante un público de más de tres personas. Sobresalía en el uno a uno o por teléfono, mientras que era incapaz de arengar a una multitud. Creo que tuvo que lidiar con estas deficiencias mientras trataba de llevar a cabo una propaganda extremadamente activa. 

Salazar también se nutrió del sebastianismo, que era muy fuerte en su cultura personal. Estaba firmemente convencido de que con unos pocos ingredientes -una narrativa nacional bien construida, un control riguroso de las almas y las conciencias- reviviría el país, que volvería a los tiempos inmemoriales de la expansión marítima. Ciertamente, quiso crear esta forma de ilusión exagerando su discreción. Era alguien que venía de un entorno modesto, se había criado en el interior del país. La relación con la modernidad y la influencia de la vida intelectual no era en absoluto lo que había conocido durante su infancia y adolescencia. Era alguien que se nutrió de la cultura de los hombres y mujeres de la tierra, y entonces quiso recrear eso de manera caricaturesca estableciendo un silencio humilde y respetuoso. 

Así que se convirtió en su marca, que en los años 30 funcionó bastante bien. La población era sensible a este discurso y a esta actitud general de humildad y relativa discreción en la escena mediática. El aparato de propaganda estaba allí para hacer audible a este personaje. Hicieron todo lo posible para que funcionara. Al jugar con esta cultura de la discreción del hombre de la tierra, también pretendía destacar que era diferente de todos los políticos lisboetas que procedían de un entorno demasiado privilegiado para comprender la importancia del «rey oculto y deseado». 

¿Se podría pensar que el corpus ideológico de Salazar corresponde con lo que espera la franja más conservadora de las derechas europeas y americanas, pero que su estilo político no encaja con la omnipresencia mediática que requiere la política contemporánea? 

Estoy bastante de acuerdo: Trump, o Bolsonaro, ambos utilizan un discurso de esencia salazarista, pero son personajes totalmente antinómicos a la figura. El estilo salazarista, hecho de discreción y aparente reserva, es perfectamente ortogonal a esta forma de funcionar. Sin embargo, Salazar pulió temas que han llegado a dominar la mayoría de los partidos nacional-populistas: la obsesión por la probidad y la honestidad -que siempre choca con la realidad de la corrupción interna de estos movimientos, al igual que el Estado Nuevo era corrupto-; el rechazo a la democracia liberal; el anti-elitismo; la fantasía imperial; el conservadurismo social.  

Salazar pulió temas que han llegado a dominar la mayoría de los partidos nacional-populistas: la obsesión por la probidad y la honestidad; el rechazo a la democracia liberal; el anti-elitismo; la fantasía imperial; el conservadurismo social.

yves léonard

Por último, ¿puede hablarnos de un lugar de Portugal que le resulte especialmente querido?

Respondería, no sin dificultad, el Cabo da Roca, el lugar simbólico más occidental del continente europeo. Situado a unos cuarenta kilómetros al noroeste de Lisboa, cerca de Sintra, con su faro sobre el océano, el lugar es mágico frente al Atlántico. Camões lo describió como «el lugar donde se acaba la tierra y empieza el mar». En resumen, otro Finistère que lo tiene todo para seducir al bretón que hay en mí… ¡Y esta respuesta me permite no ofender a ninguno de mis amigos portuenses o lisboetas, entre los que la rivalidad puede ser a veces feroz!