Hay momentos en la Historia en los que el destino de los pueblos da un vuelco, momentos que elevan a las civilizaciones o las hunden en el abismo. En 2024 vivimos en Europa uno de esos momentos decisivos.
Todo a nuestro alrededor y dentro de nosotros parece frágil, inestable y, en cierto modo, ya condenado. La guerra en nuestro continente, el colapso climático, la crisis social, el rechazo de las instituciones, el aumento de la ira y la extensión de la violencia, la ola de extrema derecha que recorre nuestras naciones: estamos sumidos en el caos que los antiguos griegos situaban en el origen y el fin del mundo.
La cuestión que se nos plantea es sencilla: ¿es éste el principio o el fin? ¿Es la renovación o la caída de Europa?
La respuesta a esta pregunta existencial depende de nosotros, de nuestra capacidad para superar nuestros miedos, tomar decisiones y sacar de nuestro interior la energía, los recursos y el coraje necesarios para tomar las grandes decisiones y librar las grandes batallas.
Durante mucho tiempo, el recuerdo de los crímenes del pasado bastó para legitimar el proyecto europeo. Según Imre Kertész, «la Constitución silenciosa e implícita de Europa es la memoria, la experiencia del siglo XX». Pero la memoria se erosiona, la «Constitución silenciosa» se desvanece, y es en las amenazas del momento, en los retos de la época, donde debemos encontrar la razón de ser de la Unión Europea.
La agitación actual podría llevarnos al espasmo, pero en cambio debería espolearnos, y las palabras de Hölderlin, «Donde crece el peligro, crece también lo que salva», deben guiar nuestros pasos. Porque es afrontando la posibilidad de la muerte del proyecto democrático europeo como lo restauraremos y le daremos el vigor que hoy le falta.
La agenda «Europa 2030» que proponemos en esta campaña no es utópica ni idealista. De hecho, es profundamente realista.
No en el sentido, por supuesto, que dan a este término los cínicos que lo confunden con la renuncia a las grandes ambiciones y a las grandes luchas. No, el realismo del que hablamos aquí nace de la confrontación cara a cara con el caos, conoce el poder de las ideas y exige transformaciones radicales.
Enfrentarse a los regímenes autoritarios que tratan a nuestras naciones como trapos, deshacerse de los combustibles fósiles que nos esclavizan, romper con la religión del libre comercio que nos debilita y luchar contra la explosión de desigualdades que socava nuestras democracias: eso es lo realista en 2024.
Todos los cambios aquí esbozados tienen como objetivo crear la potencia ecológica europea que por sí sola nos permitirá abrir la posibilidad de un nuevo siglo europeo.
Construir un poder soberano
Nuestra primera prioridad es básica: dotar a Europa de los medios para defenderse.
¿Qué ocurriría si Donald Trump fuera elegido presidente de los Estados Unidos el 5 de noviembre de 2024? Europa se encontraría sola. Sola frente a la guerra, sola frente a Putin.
Ha llegado el momento de que Europa salga del estado de adolescencia en el que ha vivido durante décadas, protegida por un paraguas estadounidense que creía que duraría para siempre. Ha llegado el momento de que Europa se vuelva adulta.
Y este paso a la edad adulta comienza con Ucrania, con el frente ucraniano que es nuestra primera línea de defensa.
No se equivoquen: no se trata de un simple conflicto territorial en Ucrania, sino de la brutal materialización de la guerra lanzada por Vladimir Putin contra nuestras democracias mucho antes del 24 de febrero de 2022. El objetivo no son el Donbas ni Crimea, es la propia Europa.
Esto debería haber estado claro desde el verano de 2008 y la invasión de Georgia, que nuestros líderes toleraron e incluso recompensaron redoblando sus reverencias al Kremlin. O al menos desde 2014 y la anexión de Crimea, que nuestros dirigentes permitieron que se produjera en aras de unos cuantos contratos de gas.
Fue para abrir los ojos a los sonámbulos que nos gobiernan por lo que pedí la creación de una comisión especial sobre la injerencia extranjera el primer día de mi mandato, en julio de 2019.
En agosto de ese mismo año, Emmanuel Macron pronunció un discurso ante los embajadores que ilustra perfectamente la ceguera de las élites francesas y de los europeos occidentales en general. En un momento en que la guerra asolaba Ucrania, en que los ataques híbridos contra nuestras naciones se multiplicaban, declaró: «Creo que para alcanzar el objetivo de reconstruir un verdadero proyecto europeo en este mundo que corre el riesgo de bipolarizarse, debemos lograr forjar un frente común entre la Unión Europea y Rusia.»
«Un frente común entre la Unión Europea y Rusia»: esta idea no sólo era poco realista, sino que negaba la posibilidad misma del poder europeo. ¿Cómo se puede esperar reunir a los bálticos o a los polacos para la autonomía estratégica europea cuando se aboga por un frente común con la Rusia de Putin en agosto de 2019? El discurso de la Sorbona murió de esa vieja contradicción francesa: promover líricamente la soberanía europea mientras se ignoran soberbiamente los intereses vitales de medio continente.
Todo cambió, me dicen, el 24 de febrero de 2022. Efectivamente, han cambiado muchas cosas. Pero, ¿han comprendido nuestros dirigentes que somos el objetivo de Putin?
Si es así, ¿por qué, tras dos años de guerra, Francia es incapaz de entregar más de 5 mil proyectiles al mes a la resistencia ucraniana cuando los rusos disparan hasta 20 mil al día? ¿Cómo explicar la falta de orientación de nuestro sistema de producción? ¿Cómo explicar que el gobierno francés haya suprimido el término «priorización», es decir, dar prioridad a Ucrania sobre todos los demás pedidos de armas, de la directiva ASAP sobre la producción y entrega de municiones, valientemente presentada por el comisario Thierry Breton? ¿Cómo explicar la insistencia en suministrar armas a Doha o Abu Dabi en plena escasez en el frente ucraniano? ¿Cómo explicar la persistente negativa a embargar los 206 mil millones de activos públicos rusos actualmente congelados en nuestros bancos y destinarlos a ayudar a la resistencia ucraniana?
En 2023, el ejército francés se enfrentó a un centenar de actos hostiles directos de las fuerzas rusas. En este mismo momento, los Estados bálticos están cavando trincheras y construyendo búnkeres. El primer ministro polaco, por su parte, habla de un «estado de preguerra» en Europa. La defensa europea no es un tema abstracto; de hecho, es probablemente la cuestión más concreta que los eurodiputados elegidos el 9 de junio encontrarán sobre su mesa.
Para rearmar nuestro continente, crearemos un fondo de defensa de 100 mil millones de euros, financiado por un nuevo préstamo europeo. Lo que Europa ha hecho frente a la pandemia, debe hacerlo frente a la guerra. La Comisión Europea se ha convertido en una central de compras y pedidos de vacunas, y debe hacer lo mismo con las armas, dando prioridad a la producción europea. Este giro beneficiará masivamente a la industria armamentística, en particular a la francesa. Por tanto, exigirá un nuevo contrato con esas industrias, que incluya el control europeo de las exportaciones. La «priorización», es decir, la orientación de los poderes públicos, se convertirá en la regla.
Los políticos recuperarán el puesto de mando que nunca debieron abandonar. Y harán de la seguridad de Europa su brújula absoluta. Y, evidentemente, la seguridad no es sólo defensa. También tiene que ver con la energía, la industria, la salud, la agricultura… De aquí a 2030, volveremos a hacer de Europa un gran continente de productores.
No podemos ser libres y soberanos si somos simples consumidores de seguridad producida en Estados Unidos, de energía producida en el Golfo o de mercancías producidas en China en todos los sectores estratégicos.
En la dialéctica del amo y el esclavo, el filósofo alemán Hegel describió el destino al que se enfrentaría Europa si no despertaba. El amo de Hegel es un puro consumidor. Disfruta de las mercancías fabricadas por el esclavo hasta el día en que éste comprende la omnipotencia que le confieren sus funciones productivas y decide derrocar al amo cuya dominación se ha convertido poco a poco en dependencia e impotencia.
He aquí, dos siglos después, la historia de nuestras relaciones con China y de lo que se llama erróneamente globalización, es decir, el desplazamiento del mundo fuera de Europa. No cabe duda de que los grandes grupos europeos se han beneficiado enormemente de este proceso, que ellos iniciaron, pero nuestras naciones se han visto considerablemente debilitadas.
No olvidemos nunca el sentimiento de humillación que todos sentimos durante la pandemia, cuando nos dimos cuenta de que nos habíamos vuelto incapaces de producir cubrebocas, paracetamol o curare. No se trata de un sentimiento de vanidad o de orgullo mal entendido. Es un sentimiento poderoso que debemos aprovechar si queremos detener el declive de Europa.
Este declive no es fruto del destino divino. Es el producto de una multitud de decisiones humanas, de una búsqueda frenética de los menores costos de producción, de una búsqueda codiciosa de los mayores márgenes y, sobre todo, de sucesivas renuncias políticas.
En Europa, no podemos ser los últimos fieles seguidores de una religión de libre comercio en la que ya nadie cree. A partir de ahora, debemos defender ante todo los intereses de los europeos.
Pondremos en marcha una estrategia «Made in Europe» destinada a repatriar la producción más estratégica y a asegurar las cadenas de suministro críticas. Adoptaremos una «Buy European Act«, que dará prioridad a la reserva de contratos públicos europeos para la producción europea.
A partir de ahora, todas nuestras políticas se medirán con el rasero de la soberanía europea.
Para garantizar nuestra soberanía alimentaria, reformaremos radicalmente la Política Agrícola Común (PAC). La Europa agrícola de 2030 ya no debe pagar por hectárea, sino subvencionar el empleo, estabilizar los precios y las rentas de los agricultores, y constituir las reservas que necesitamos; en resumen, romper con la lógica liberal de los años 1990-2000.
Para garantizar nuestra soberanía en materia de salud, vamos a repatriar las cadenas de valor de los medicamentos esenciales, lanzar un Airbus de los medicamentos, crear un servicio público europeo de salud y hacer valer un derecho europeo de compra frente a adquisiciones como la del gigante francés de los medicamentos genéricos Biogaran.
Para garantizar nuestra soberanía digital, crearemos un fondo soberano para la transición digital. Durante esta legislatura, hemos logrado imponer un marco reglamentario innovador: ahora es el momento de pasar a la inversión y la protección. Queremos hacer de Europa la campeona mundial de la innovación digital.
Estos proyectos de soberanía europea empezarán por la energía.
Construir una potencia ecológica
La invasión de Ucrania nos ha hecho darnos cuenta de que nuestra adicción al petróleo y al gas nos ha hecho débiles en una situación histórica —la guerra— que prohíbe cualquier debilidad.
En el centro de nuestra agenda para 2030 está, por tanto, la revolución energética: el rápido declive de los combustibles fósiles y el desarrollo masivo de las energías renovables, con una parte de energía nuclear en nuestro mix. No se trata sólo de un imperativo climático, sino también de un imperativo de seguridad y un antídoto contra el sentimiento de decadencia que nuestras naciones han experimentado desde la primera crisis del petróleo en 1973, cuando nos dimos cuenta de que dependíamos de potencias extranjeras sobre las que ya no teníamos ningún control, ni siquiera en nuestra vida cotidiana.
Las petromonarquías del Golfo pueden amenazar con reducir su producción de petróleo, pero no pueden impedir que el viento sople en Saint Nazaire o Dublín. Vladimir Putin puede cortar el suministro de gas a Europa, pero no puede impedir que el sol brille en Marsella o La Valeta.
Para llevar a buen puerto esta revolución, hay que invertir masivamente. No sólo en la instalación, sino también en la producción de páneles solares y turbinas eólicas. De lo contrario, nuestras inversiones en energías renovables serán subvenciones al sistema de producción chino.
En la actualidad, China controla el 60% de las cadenas de valor de las industrias ecológicas. Y este dominio no es producto de una simple lógica de mercado, sino el resultado de un plan. Romper la soga que tenemos al cuello exige una ruptura limpia con la actual blandura.
Aumentaremos masivamente nuestra capacidad de inversión pública y privada poniendo en marcha un fondo soberano europeo de 200 mil millones de euros para la bifurcación ecológica y creando una unión de mercados de capitales. Y, para garantizar que estas inversiones no sean mera agua vertida en un barril agujerado, introduciremos el proteccionismo ecológico en las fronteras de la Unión.
Las cuestiones de la soberanía europea y la ecología son inseparables. El poder que queremos construir encontrará en la transformación ecológica tanto su horizonte de sentido como los medios de su afirmación.
Por un lado, nos preguntamos cómo hacer frente a la catástrofe climática y a la sexta extinción masiva de especies. Por otro, nos preguntamos cómo garantizar nuestra seguridad y restaurar la primacía del poder público sobre los poderes privados. Estas dos cuestiones son una misma y tienen una respuesta única en el surgimiento del poder ecológico europeo, piedra angular de nuestra agenda.
Estamos convencidos de que la unión de estos dos términos, que no suelen asociarse, poder y ecología, dará lugar a una nueva oferta política capaz de contrarrestar la tentación del repliegue nacionalista.
Esto supone, ante todo, no ceder al asalto político y cultural contra la ecología lanzado por la derecha y la extrema derecha. Defenderemos todos los textos del Pacto Verde, que se ha convertido en el chivo expiatorio de todos nuestros problemas. Pero haremos algo más que defender lo que hemos iniciado: iniciaremos una nueva fase en la revolución ecológica de Europa: la fase de la planificación, la inversión y el acompañamiento. Daremos la respuesta europea a la Ley de Reducción de la Inflación de Joe Biden, añadiendo una dimensión al planteamiento estadounidense que éste ignora: la sobriedad.
La sobriedad no tiene buena prensa. Sin embargo, es un instrumento esencial de soberanía para Europa, porque toda energía ahorrada es un paso más hacia la autonomía de un continente que importa combustibles fósiles. Y es también un instrumento de justicia social, porque significa volver a poner límites a la exuberancia de los poderosos.
En las ciudades republicanas del Renacimiento italiano, la cuestión de la opulencia de los grandes suscitaba debates interminables. En Florencia y Bolonia se temía que la exhibición indecente de la riqueza privada en la escena pública rompiera el pacto cívico. Los primeros en volverse sobrios serán los más ebrios, y limitaremos las actividades más contaminantes de los más ricos.
La sobriedad significa salir de la sociedad donde “todo es desechable” y dar a cada europeo un nuevo derecho: el derecho a la reparabilidad. Apoyaremos este derecho, reduciremos el peso de los coches y exigiremos periodos mínimos de garantía de los productos.
Pero la sobriedad ecológica no es sólo un conjunto de reglas. Es también una política de inversión. Significa apoyar el desarrollo de industrias: una industria europea de reparación, una industria europea de producción de piezas, una industria europea de reciclaje.
Pondremos en marcha el plan «Europa en tren», organizando una transferencia de fondos de los medios de transporte contaminantes —impuesto sobre la parafina, contribuciones de las empresas de autopistas, etc.— al tren, desarrollando la red ferroviaria en todo el continente, y apoyando al mismo tiempo las líneas locales de pasajeros y las líneas de alta velocidad.
Invertiremos masivamente en la renovación térmica de las viviendas y lanzaremos el plan «Nuestras Escuelas», que garantizará la renovación térmica de todas las escuelas públicas del continente europeo de aquí a 2030.
Pero debemos ir más allá: nuestra agenda pretende hacer de Europa la primera fuerza mundial en la protección de la vida y la biodiversidad. No sólo mediante una «ética de la consideración» hacia los seres vivos. Porque sin biodiversidad no comeríamos, no respiraríamos y no podríamos luchar contra el cambio climático, ya que el secuestro de carbono por los ecosistemas, como los océanos y los bosques, regula el clima.
Nos basaremos en las recomendaciones tanto de la IPBES —el equivalente en biodiversidad del IPCC— como de la UICN —la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza— y toda política pública será validada en función de su impacto sobre la biodiversidad.
Apoyaremos el «objetivo 30×30» establecido en 2022 en la COP15 sobre biodiversidad de Montreal, cuyo objetivo es proteger el 30% de las zonas terrestres y el 30% de las zonas marítimas de aquí a 2030, lanzaremos un «pacto azul» para proteger los océanos y revisaremos la Política Agrícola Común.
Construir una potencia democrática
La soberanía de Europa depende también de la fuerza de su sistema político y de su democracia.
¿Qué es la identidad europea? Sin embarcarnos en una larga exposición histórica o filosófica, podemos hacer una simple observación: de Riga a Lisboa, de Atenas a Praga, todas las ciudades europeas se organizan en torno a sus plazas públicas.
Esta característica, heredada de la Antigüedad y del Renacimiento, es fundamental. Distingue nuestras ciudades de las estadounidenses, por ejemplo. Identifica nuestro paisaje urbano y revela una relación específica con la ciudad y la ciudadanía, que se remonta a la Antigua Grecia y luego al Renacimiento. La Unión Europea es heredera de este humanismo cívico. Es un proyecto político, y aún más: un proyecto democrático.
Durante mucho tiempo, los europeos creyeron que la democracia era irreversible en su continente. Pero no es así. La democracia es un proyecto ideológico en competencia con otros, en el mundo y en la propia Europa. Es una construcción histórica frágil que se derrumbará si no se cultiva y defiende. Pero hoy no se cultiva ni se defiende con suficiente constancia y seriedad.
Los sucesivos escándalos de corrupción e injerencia extranjera conocidos como Qatargate, Rusiagate y Chinagate nos recuerdan que el primer bien público, el que condiciona todos los demás, es la integridad de la democracia europea. En el centro de nuestra Agenda está, por tanto, la necesidad de reforzar y proteger esta integridad, de acuerdo con las siete propuestas de Antoine Vauchez, Thomas Piketty y sus coautores, publicadas en estas páginas.
Ya no es aceptable que los eurodiputados puedan trabajar para los gigantes de la energía durante su mandato, o para cualquier otro lobby, que los dirigentes europeos puedan trabajar para Huawei o para cualquier otra empresa extranjera que suponga la más mínima amenaza para nuestra soberanía, que simples comités consultivos internos sin poder sancionador se encarguen de comprobar la probidad de directivos y cargos electos, o que las presidencias rotatorias del Consejo estén apadrinadas por grandes grupos privados.
Devolveremos a las instituciones el «arte de la separación» que es consustancial a la democracia liberal y protege la esfera pública de la penetración de los intereses privados. Propondremos una «directiva sobre la protección penal de la integridad de la democracia», dotaremos a la Fiscalía Europea de poderes específicos y crearemos una alta autoridad para la integridad de la vida pública Europea con las mismas prerrogativas que la institución francesa en la que se inspira.
No se trata de una cuestión de moral, sino, una vez más, de soberanía. Decenas de antiguos jefes de gobierno y ministros europeos, de todos los Estados miembros y de todos los colores políticos, se han puesto al servicio de los intereses rusos, chinos o qataríes. Al mismo tiempo, partidos y ONG de la Unión han sido financiados por oligarcas rusos, algunos de los cuales han comprado literalmente pasaportes europeos a gobiernos europeos. Se trata de un enorme agujero en nuestra seguridad. Presentaremos una versión reforzada del Paquete de Defensa de la Democracia propuesto por la Comisión Europea para combatir estas injerencias.
Se han creado granjas de trolls para manipular nuestro debate público, y las principales plataformas no ven nada malo en animar a las tiranías extranjeras a atacar nuestro espacio informativo. Presionaremos a la Comisión para que imponga multas disuasorias a estas plataformas de acuerdo con las normas adoptadas por la Unión. Como Tik Tok plantea problemas específicos de seguridad e injerencia, crearemos una comisión especial sobre la plataforma china en los primeros días de mandato para que se pronuncie sobre su prohibición.
La resistencia del ecosistema democrático europeo depende de la existencia de una prensa libre e independiente. Pero las fuerzas del mercado amenazan ahora su supervivencia. Lanzaremos una segunda versión de la Ley de Libertad de los Medios, que irá mucho más lejos contra la estructura cada vez más oligárquica de la propiedad de los medios en Europa, y crearemos un fondo europeo para financiar el periodismo de investigación.
La debilidad mostrada por el Consejo y la Comisión frente a Viktor Orbán allana el camino para un retroceso general del Estado de derecho en la Unión y siembra las semillas de su descomposición política. Comprobaremos que el pago de los fondos europeos esté condicionado al respeto de los principios fundamentales de la democracia liberal, y empujaremos al Parlamento a entablar una lucha de poder más asertiva con las demás instituciones comunitarias para conseguirlo, en particular bloqueando el presupuesto si es necesario.
La construcción de una Europa verdaderamente poderosa presupone una toma de decisiones coherente y eficaz en el seno de la Unión y, por tanto, reformas institucionales de gran calado. Defenderemos el fin de la unanimidad, que da a Hungría el derecho a vetar sanciones contra Rusia, por ejemplo, o a los paraísos fiscales el derecho a vetar cuestiones fiscales, y el paso a la mayoría calificada en el Consejo. Reforzaremos las prerrogativas del Parlamento Europeo otorgándole iniciativa legislativa y derecho a recaudar impuestos. Es imposible construir un poder político europeo sin un avance federal, y nosotros somos los portadores de un auténtico «Pacto Girondino» para Francia y Europa.
Tenemos ante nosotros una doble misión histórica: profundizar en la construcción europea y ampliar la Unión. Lejos de oponer estas dos ambiciones fundamentales, las unimos y las abordaremos de frente. El momento de la ampliación a Ucrania y a los demás países candidatos que hayan cumplido las especificaciones establecidas por la Unión será también el momento de una revisión de las instituciones europeas. Haremos de 2030 el año de la reunificación del continente europeo y de la democratización de la Unión.
Nuestro mandato será que el Parlamento elabore un tratado de ampliación que sea también un tratado de democratización de la Unión. El año 2030 debe ser el gran momento constituyente que Europa necesita para afirmarse como potencia.
Construir una potencia solidaria
La democracia no es sólo un marco institucional, es también un sistema de solidaridad. No puede haber democracia estable sin solidaridad social.
Los trabajadores polacos que crearon el primer sindicato libre del mundo comunista, llamándolo «Solidarnosc» («Solidaridad»), lo entendieron bien. Esa es la palabra clave: solidaridad. Lo que nos mantiene unidos. Ninguna comunidad de destino puede mantenerse unida sin un fuerte mecanismo de solidaridad y redistribución de la riqueza.
En tiempos de guerra, la solidaridad y la redistribución son mecanismos de autodefensa de las democracias. La cohesión de la Unión, base de su poder, exige que los europeos más ricos compartan el esfuerzo colectivo.
Nuestras democracias no sobrevivirán si el 31% de los padres europeos se saltan comidas para alimentar a sus hijos mientras los multimillonarios tienen una tasa impositiva sobre su riqueza inferior al 0.5%. La Unión debe convertirse en un vehículo de redistribución.
Junto con Paul Magnette, Aurore Lalucq y activistas ecologistas como Claire Nouvian y Camille Etienne, hemos lanzado una Iniciativa Ciudadana Europea (ICE) para gravar las mayores fortunas a escala continental con el fin de financiar una transición ecológica socialmente justa. Llevaremos este proyecto al Parlamento.
En la práctica, se trata de garantizar que los contribuyentes con un patrimonio superior a 100 millones de euros paguen el equivalente al 2% de su riqueza en impuestos en Europa. Los demócratas de todo el mundo se preguntan cómo pueden participar los ultrarricos en el mundo común, y en Estados Unidos Joe Biden defiende una medida en el mismo sentido.
Ese es el primer paso. El segundo es la justicia y la equidad en el impuesto sobre las empresas. No hay ninguna justificación para que las multinacionales paguen menos impuestos que las PYME. El acuerdo internacional de tributación mínima al 15%, que empezó a aplicarse en la Unión el 1 de enero de 2024, es un primer paso, pero sigue siendo insuficiente, y vamos a elevar la tasa al nivel de la media del impuesto para las empresas en la Unión. Condicionaremos el acceso al mercado europeo, nuestra principal palanca en la escena mundial, al pago de este impuesto mínimo. Cualquier multinacional que opere en Europa tendrá que pagar un impuesto cuando sus productos entren en nuestro mercado si su tasa impositiva efectiva es inferior al estándar europeo.
Nuestra Agenda 2030 pretende volver a conectar con la larga búsqueda de igualdad y justicia que ha dado forma a las democracias europeas. En el corazón del continente más rico del mundo, millones de familias no pueden encontrar una vivienda digna.
Al menos 900 mil personas en Europa dormirán sin techo por la noche o en alojamientos de emergencia que tendrán que abandonar a la mañana siguiente. Esto no puede continuar. Impulsaremos un gran plan de «Vivienda primero» inspirado en la política finlandesa para que no haya gente sin hogar.
El precio de los alquileres es una urgencia social en casi todas las grandes ciudades europeas, que afecta sobre todo a los jóvenes, y entre ellos a los más vulnerables. Esta crisis les impide abandonar el hogar familiar, emanciparse y construir una vida independiente y libre. Adoptaremos un Plan Marshall europeo para la vivienda, que financiará inversiones masivas en la construcción y renovación energética de viviendas asequibles para todos. También movilizaremos el dinero privado mediante la creación de una plataforma europea específica y el establecimiento de garantías europeas para la inversión en vivienda asequible.
Tener un techo es un derecho del que se ven privados demasiados ciudadanos europeos, pero un techo no basta: los ciudadanos europeos deben poder calentarse en invierno. La energía es un bien de primera necesidad y lo volveremos a tratar como tal, reformaremos el mercado europeo de la energía y defenderemos una tarifa energética social a escala europea.
La lucha por los derechos sociales es una continuación de la larga lucha por los derechos humanos que ha dado forma a las democracias europeas. La primacía concedida durante demasiado tiempo únicamente a las libertades económicas en las instituciones europeas ha socavado el proyecto de una Europa democrática. Si la Unión Europea quiere conservar su sentido y su razón de ser, debe encontrar su verdadero centro de gravedad o, mejor aún, su fuerza propulsora, en la ampliación de la aplicación de los derechos humanos fundamentales que constituyen la base misma de su proyecto.
La búsqueda de la igualdad empieza por la igualdad entre mujeres y hombres. Construiremos una Europa feminista. En un momento en que el gobierno francés se ha esforzado tanto por deshacer la directiva europea sobre la violencia contra las mujeres, reintroduciremos la definición europea de violación que Emmanuel Macron había suprimido. Adoptaremos la cláusula de la mujer europea más favorecida, que garantizará a todas las mujeres europeas los derechos más protectores que existen en la Unión, para que todas las mujeres europeas puedan beneficiarse de la política de lucha contra la violencia contra las mujeres que se lleva a cabo en España o de la política de igualdad salarial que se lleva a cabo en Escandinavia. Defenderemos sin descanso la inclusión del derecho al aborto en la Carta Europea de Derechos Fundamentales.
La potencia europea será una potencia humanista, que defienda los derechos humanos desde el Karabaj hasta Gaza, y que se niegue a considerar el derecho internacional como de geometría variable. Lejos de ser idealista, una política exterior europea basada en la promoción de los principios en los que se fundan nuestras democracias es el requisito previo para una Europa creíble y, por tanto, poderosa a escala mundial.
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Este es un breve esbozo del horizonte que nos movilizará en las próximas semanas, meses y años. Este es el camino que proponemos para lanzar un nuevo siglo europeo.
La Unión Europea ha estado dirigida durante mucho tiempo por demócratas cómodos; necesita demócratas luchadores. Nosotros seremos esos demócratas luchadores en el Parlamento Europeo.
Yo forjé mis convicciones europeas en los conflictivos márgenes de la Unión. Para mí, Europa no es un eslogan de campaña, ni una tecnoestructura, ni un conjunto de normas. Europa es un ideal, es una lucha.
He visto a hombres y mujeres en Georgia y Ucrania arriesgar su vida por este ideal europeo. En 2014, vi a jóvenes ucranianos desafiar las balas de francotiradores en la plaza Maïdan con una bandera azul en la mano.
Las personas que aspiran a formar parte de la gran familia europea no se alzan por una tecnoestructura o un conjunto de normas. Se alzan por una visión del mundo. Se alzan por la libertad, por la igualdad, por una cierta idea de justicia que Europa encarna a sus ojos.
Es hora de que la Unión Europea demuestre que es digna de la inmensa promesa que encierra. De eso trata nuestra agenda «Europa 2030».