Como británico residente en Estados Unidos cuyo trabajo se ha centrado también en Europa, debe de sentirse tentado a establecer comparaciones. ¿Cómo ve la situación actual de la Unión?

Aunque vivo y trabajo en Estados Unidos desde hace casi veinte años, mis opiniones sobre la evolución reciente de la Unión están, en efecto, profundamente influidas por mis raíces escocesas y mi identidad británica –a pesar de mi ciudadanía estadounidense desde 2018–. La identidad europea siempre ha sido un sentimiento muy fuerte para mí.

Durante la saga del Brexit, me alineé con los partidarios del Remain, siendo testigo de lo que percibí como un momento crucial en la historia británica y europea. Hoy, mientras observo las cosas desde otra orilla del Atlántico, me sorprende el hecho de que el Brexit puede haber facilitado, casi inadvertidamente, una integración mucho más coherente en la Unión. Es una evolución que parece haber cogido por sorpresa a algunos críticos en el Reino Unido.

En lo que respecta a Estados Unidos, la historia es diferente. Aunque hay que reconocer que la Unión ha actuado para gestionar las recientes crisis a las que se ha enfrentado –incluida su estrategia económica y sus esfuerzos para hacer frente a una desaceleración o recesión–, también hay que reconocer que esta actuación ha seguido siendo insuficiente. La situación económica de Alemania, por ejemplo, que coquetea con la recesión, ha suscitado comparaciones con los retos económicos de Japón, a pesar de las diferencias en el nivel de intervención fiscal y monetaria. Desde una perspectiva estadounidense, el contraste entre las respuestas a estas crisis es especialmente llamativo. A fin de cuentas, hay algo difícil de ignorar: a Estados Unidos le ha ido mejor económicamente que a Europa durante estos años de crisis.

A fin de cuentas, hay algo difícil de ignorar: a Estados Unidos le ha ido mejor económicamente que a Europa durante estos años de crisis.

NIALL FERGUSON

A medida que nos adentramos en un año electoral muy cargado y la guerra sigue extendiéndose, ¿en qué situación se encuentra hoy Estados Unidos?

Washington define hoy su papel esencialmente por su adhesión bipartidista a la agenda de «America first«. Esta frase, resucitada casi accidentalmente durante la campaña de Trump en 2016 –en su momento quizá fue sugerida por David Ignatius o David Sanger– se ha hecho eco, sin saberlo, de un importante sentimiento histórico.

Sorprendentemente, al parecer, para la mayoría de los europeos, este enfoque ha continuado bajo la presidencia de Joe Biden. En los últimos tres años, los europeos se han sentido desilusionados porque esta presidencia no ha representado la mejora que esperaban. A pesar de la esperanzadora retórica de «America is back» y del regreso de los «adults in the room«, es difícil discutir que Joe Biden ha perseguido una política exterior pone América primero con al menos tanto fervor –si no más– que Donald Trump. Y quizá también con más eficacia.

En algunos aspectos, la Ley de Reducción de la Inflación se considera más proteccionista que cualquiera de las políticas arancelarias de Trump. La política exterior de Joe Biden, en particular la caótica retirada de Afganistán y el fracaso a la hora de disuadir a Putin de invadir Ucrania, ha sido una serie de decepciones. Esto se extiende al manejo de Irán y sus proxies contra Israel. A medida que entramos en un nuevo año de la administración Biden, el entusiasmo europeo inicial por su victoria en 2020 ha disminuido considerablemente.

Al entrar en un nuevo año de la administración Biden, el entusiasmo europeo inicial por su victoria en 2020 ha disminuido considerablemente.

NIALL FERGUSON

Sin embargo, en el contexto de lo que podría llamarse la Segunda Guerra Fría, Estados Unidos sigue siendo una de las dos superpotencias –un estatus que ahora depende no sólo de sus capacidades nucleares, sino también de la destreza tecnológica en áreas como la inteligencia artificial y la computación cuántica–. En estos ámbitos, Europa está lejos de ser un actor importante, lo que subraya la creciente brecha entre las dos superpotencias y el resto del mundo.

¿No podría ser ésta una oportunidad para reforzar la autonomía estratégica de la Unión?

Para decirlo brutalmente: no. 

La idea de que Europa podría elegir su camino de forma independiente –un tema de debate en Berlín y Francia– es una pista falsa ante una crisis potencial, como la que podría estallar en torno a Taiwán tras las elecciones. En realidad, Europa, que sigue dependiendo en gran medida de Estados Unidos para su seguridad, no tiene realmente opciones. Si bien el concepto y el modelo de no alineamiento pueden haber tenido sentido durante la primera Guerra Fría, es poco probable que podamos articular una posición similar durante la segunda.

El intento de la Unión de mantenerse no alineada ante estos nuevos retos globales no sería una opción viable. Puede que los votantes alemanes, por ejemplo, aún no lo reconozcan plenamente, pero es inevitable. El camino hacia la autonomía estratégica –y quizá incluso hacia el estatus de superpotencia– es largo. Requiere transformaciones a lo largo de varios años. Pero sería poco realista esperar el rápido desarrollo de un complejo militar-industrial a escala europea, especialmente dada la naturaleza inmediata y urgente de los retos que tenemos por delante. El tiempo de que disponemos para actuar es limitado.

Europa, que sigue dependiendo en gran medida de Estados Unidos para su seguridad, no tiene realmente opciones.

NIALL FERGUSON

Dada esta urgencia, ¿cómo ve las elecciones estadounidenses?

Bidenomics han sido una política pública excelente sobre el papel, pero los estadounidenses la odian. La percepción del estado de la economía es alarmante y negativa. Las encuestas de opinión son similares a las de 2009, tras la mayor crisis financiera desde los años setenta o incluso los treinta. Esto supone un grave problema para los estrategas demócratas, que pretendían hacer campaña precisamente sobre los méritos de Bidenomics. Los sondeos actuales muestran que son superados ampliamente por los republicanos, sobre todo en el terreno económico, donde Donald Trump está mostrando una fuerza y una resistencia considerables.

Los demócratas se encuentran pues en un callejón sin salida, sin solución aparente. Las limitaciones de tiempo no permitirán sustituir a Biden y, si él no pudiera hacerlo, la vicepresidenta Kamala Harris tomaría el relevo. En cuanto a la nominación republicana, Donald Trump se perfila como un formidable favorito –posiblemente el más fuerte desde que se introdujo el sistema moderno de primarias a principios de la década de 1970–. Es poco probable que se materialicen las especulaciones sobre alternativas como Nikki Haley, con una probabilidad de éxito de sólo alrededor del 10%.

Por otro lado, cada acción legal contra Trump parece reforzar su apoyo entre los potenciales votantes republicanos. Esto me lleva a la preocupante conclusión de que existe una alta probabilidad –que yo estimo en torno al 60%– de que Donald Trump vuelva a la Casa Blanca, convirtiéndose en el primer presidente desde Grover Cleveland que cumple dos mandatos no consecutivos. Un potencial segundo mandato que, por supuesto, es probable que sea muy diferente al de Grover Cleveland.

Estimo que las probabilidades de que Donald Trump vuelva a la Casa Blanca rondan el 60%.

NIALL FERGUSON

¿Cómo sería ese segundo mandato?

Muy poca gente, incluso en Estados Unidos, entiende realmente lo diferente que sería del primero. Muchos asumen que sería como lo que Trump hizo entre 2017 y 2020: una política caracterizada por una gobernanza caótica y una presencia controvertida en las redes sociales. Pero en este segundo mandato, no habría establishment republicano ni generales del Pentágono para atemperar sus acciones. Trump ha llegado a ver a la élite militar como un adversario y se espera que dote a su administración de figuras de think tanks como la Heritage Foundation y America First. A diferencia de 2017, cuando el enfoque era improvisado, ahora tiene un plan –más radical y mejor definido–.

¿Cuáles son sus líneas generales?

En política interior, parece centrarse en purgar la burocracia federal de figuras disidentes, empezando por el Departamento de Justicia y bajando hasta los niveles más profundos de la administración. En política exterior, la dirección es menos predecible, pero podría implicar distanciarse de alianzas tradicionales como la OTAN, que él ve como una relación entre una América agraviada y una Europa aprovechada. Por no mencionar el hecho de que figuras clave del primer mandato, como H.R. McMaster y James Mattis, ya no estarán para ejercer su influencia moderadora.

Este escenario potencial subraya la crisis más amplia en la que ha entrado «Occidente», un concepto cada vez más marginado en los círculos académicos progresistas. Las implicaciones de un segundo mandato de Trump serían profundas. Ofrecerían importantes oportunidades a rivales geopolíticos como China, Rusia e Irán. La crisis pondría a prueba la resistencia de las instituciones y alianzas occidentales.

A diferencia de 2017, cuando el planteamiento fue improvisado, Trump tiene ahora un plan –más radical y mejor definido–.

NIALL FERGUSON

¿Hay remedios para un escenario así?

En este contexto –y no me canso de repetirlo–, el mantenimiento de la alianza transatlántica se vuelve crucial. La idea de una autonomía estratégica europea, aunque atractiva, no es viable a corto plazo. La prioridad debe ser preservar la Alianza, proporcionar un apoyo eficaz a Ucrania e impedir que China explote las divisiones existentes, que ya han alcanzado un nivel estratégico crítico. Este planteamiento resulta esencial si queremos hacer frente a los retos y crisis del futuro.

Pero también nos incita a adoptar una perspectiva más amplia: el aislacionismo es un elemento estructurador de la filosofía «America first«, que resuena en todo el espectro político de Estados Unidos. Este sentimiento es especialmente relevante en el contexto de la administración de Joe Biden, donde cualquier implicación que plantee la perspectiva de un conflicto prolongado es recibida con críticas bipartidistas…

La situación en Ucrania es otro claro ejemplo de esta tendencia.

Precisamente. E incluso antes de que Donald Trump gane la nominación republicana, Ucrania ya se enfrenta a graves dificultades, como la escasez de municiones y la falta de apoyo financiero, mientras la Cámara de Representantes sigue mostrándose reacia a aprobar los fondos necesarios. Esta difícil situación no necesita la victoria de Trump para empeorar; los problemas ya están ahí.

Estos desarrollos subrayan la urgente necesidad de que Europa consolide su posición y su respuesta. Las implicaciones de una derrota ucraniana serían devastadoras para el continente; sus consecuencias son demasiado importantes para subestimarlas. En Oriente Próximo, una victoria de Trump podría verse paradójicamente como favorable a Israel y perjudicial para Irán. Pero tal resultado probablemente ahondaría las desavenencias entre Estados Unidos y Europa sobre la región, ya que sus perspectivas son marcadamente diferentes.

En Oriente Medio, una victoria de Trump podría verse paradójicamente como favorable a Israel y perjudicial para Irán.

NIALL FERGUSON

¿Cree que la reelección de Trump podría provocar disturbios masivos? 

Por desgracia, me temo que sea cual sea el resultado de las elecciones del próximo noviembre, la otra parte no lo aceptará como legítimo. Las encuestas actuales, que muestran a Trump por delante en estados clave, sugieren una alta probabilidad de victoria. Si Trump es declarado vencedor la noche de las elecciones, creo que eso desencadenará protestas masivas, que podrían superar la intensidad de las que siguieron al asesinato de George Floyd.

El aspecto alarmante de tal escenario es la respuesta potencial, particularmente en los estados republicanos. La represión de los manifestantes podría ser mucho más dura que en 2020. Esta posibilidad es profundamente preocupante y plantea serias dudas sobre la estabilidad y la seguridad de la propia república. Creo que tenemos razón al sentirnos aprensivos ante tal desenlace. Nuestra aprensión está justificada y subraya el precario estado de la política estadounidense y la estabilidad social en caso de reelección de Trump.

Ante este sombrío panorama, ¿qué debe hacer Europa? 

Su respuesta será crucial, sobre todo si tenemos en cuenta la situación de la política interna alemana: el ascenso de la AfD, que alcanza el 20% en las encuestas, es quizá lo que más preocupa. Este ascenso no sólo refleja cambios políticos internos, sino que también envía una señal de aliento a Putin, sobre todo dada la postura derrotista de la AfD respecto a Ucrania.

Hacer frente a esta situación no es sólo una cuestión de estrategia política; es un imperativo urgente para la supervivencia de los valores europeos. Hay mucho en juego y el futuro de Europa depende de su respuesta a estos nuevos desafíos. 

Sin embargo, como ahora soy estadounidense, intentaré terminar con una nota de esperanza. Reflexionando sobre la historia de Europa, está claro que los grandes avances hacia la integración y la unidad a menudo han sido catalizados por crisis. La situación actual, con su miríada de crisis en ciernes, podría impulsar a Europa hacia una mayor integración. Esta vía de integración cada vez más estrecha me parece estratégica si queremos evitar el desastre. Teniendo esto en cuenta, los numerosos retos a los que nos enfrentamos son intimidantes y aterradores. Pero debemos obligarnos a verlos como oportunidades para un progreso significativo y la unidad de Europa.