Afrontar la realidad: realismo geopolítico 

No tiene sentido soñar que el mundo es diferente. Juntos y por separado, Estados Unidos y China hacen gala de un claro realismo geopolítico, característico de los sistemas de equilibrio de poder que se remontan a Metternich y Bismarck. Su comportamiento se ajusta a la dinámica clásica de las grandes potencias, es decir, la lucha por el equilibrio de poder y la búsqueda de ventajas definidas dentro de una matriz estrictamente nacional. 

La redefinición de Asia como región indo-pacífica, el fortalecimiento de la Cuadrilateral formada por Estados Unidos, la India, Japón y Australia, el anuncio del G7 como alianza de valores en la lucha «democracia frente a autocracia», el acuerdo AUKUS para desplegar submarinos nucleares en Australia y la ampliación de la influencia de la OTAN en Asia son todos movimientos evidentes para equilibrar el poder como parte del reposicionamiento estratégico de Estados Unidos en sus relaciones con China. 

China ha reforzado rápidamente su poder militar, en particular, su capacidad naval y sus arsenales nucleares, ha extendido su influencia regional a través de la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, ha intensificado sus relaciones con los países del Sur, ha insistido en poner a Taiwán bajo su control, se ha reunido con Rusia para contrarrestar la dominación occidental y parece decidida a provocar un «cambio sistémico en el orden internacional con China al centro», en palabras de Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea

En cierto modo, todo esto es bastante «normal», pero lo inusual, hoy en día, es la proliferación de escenarios de confrontación entre Estados Unidos y China, por un lado, y entre China y Estados Unidos, por otro. Se trata, claramente, de una vía de doble sentido. Lo que parece impulsar estos escenarios de confrontación tiene menos que ver con valoraciones estratégicas internacionales que con factores políticos internos de ambos países. Este momento de polarización global tiene sus raíces en la polarización interna: la exhibición de fuerza nacional se ve como una forma de recuperar una especie de unidad política. 

Lo que parece impulsar estos escenarios de confrontación tiene menos que ver con valoraciones estratégicas internacionales que con factores políticos internos de ambos países.

COLIN BRADFORD

El mejor ejemplo es que el único punto de unanimidad entre republicanos y demócratas en Washington es «China». Del mismo modo, mientras el presidente Xi Jinping ganó un histórico tercer mandato y trata de consolidar su poder interno dentro del Estado de partido único, también, ha utilizado la lucha contra Estados Unidos para reforzar su posición en casa. Los medios de comunicación de ambos países están intensificando esta retórica y la están incorporando al discurso público. Pensar fuera de la caja no está en la agenda. Y tomar otras decisiones tampoco parece ser una opción.

Las consecuencias del enfrentamiento

A decir verdad, es natural que las dos mayores economías del mundo adopten una actitud competitiva entre sí. Y, hasta cierto punto, no puede haber nada malo en ello… excepto que tiene consecuencias. 

Entre ellas, se encuentra la prevalencia de escenarios de confrontación entre Estados Unidos y China: no sólo han dominado la geopolítica en los últimos cinco años, sino que, también, han impregnado, sumergido y socavado las relaciones internacionales, en general, y la gobernanza mundial para la resolución de problemas globales, en particular. 

En la actualidad, el mundo se enfrenta, simultáneamente, a una multiplicidad de retos sistémicos globales como nunca antes en la historia de la humanidad. El cambio climático, la biodiversidad, la salud mundial, las fracturas sociales y la guerra representan amenazas existenciales para la supervivencia de la humanidad y, juntos, constituyen un reto histórico. Los escenarios de confrontación amenazan con dividir a la comunidad internacional y obliga a los países a elegir bandos, mientras que el contexto actual exige que se unan y se fortalezcan colectivamente para enfrentar la plétora de riesgos actuales. 

Lo que está en juego es nada menos que la capacidad de la humanidad para dominar estas cuestiones y asumir la responsabilidad de lidiar con los desafíos globales. Si permitimos que la polarización se instale a escala mundial, no podremos salvar el planeta de la catástrofe ni a nuestras sociedades de la implosión. 

Esta vez, los juegos geopolíticos protagonizados por dinámicas de compensación corren el riesgo de dividir y destruir a la comunidad internacional, que debe unirse para hacerle frente a amenazas existenciales.

COLIN BRADFORD

Aunque existe una forma de normalidad histórica en estas tensiones entre grandes potencias, como un tipo de ejercicio habitual de política de equilibrio, hoy, todo es nuevo. Esta vez, los juegos geopolíticos protagonizados por dinámicas de compensación corren el riesgo de dividir y destruir a la comunidad internacional, que debe unirse para hacerle frente a amenazas existenciales.

Volver a las causas

La dinámica subyacente al conflicto geopolítico entre China y Estados Unidos es la reducción del discurso público a formulaciones simplistas y eslóganes mediáticos, lo que alimenta verdaderas divisiones ideológicas a escala nacional y en las relaciones internacionales. En la búsqueda del poder interno, el discurso político busca ganar adeptos apoyándose en la emoción y el fervor. En Estados Unidos, al menos, el énfasis en la buena gobernanza, prácticamente, ha desaparecido, ya que la política se ha transformado en una batalla de posturas en torno a cuestiones sociales y culturales. El debate político ha sido eclipsado por el teatro político. Y, tal como están las cosas, los debates políticos también se ven empañados por simplificaciones excesivas y diferencias ideológicas. 

El problema central es que plantear todos los problemas políticos en forma de preguntas binarias que sólo ofrecen la posibilidad de elegir entre puntos de vista diametralmente opuestos es un marco que fomenta las luchas de poder, pero que no avanza en la resolución de los problemas. Hay vacíos en los debates públicos donde la sustancia queda ahogada por florituras retóricas, eslóganes y simplificaciones excesivas. 

Las categorías binarias crean falsas opciones basadas en el miedo a alternativas brutales. Presentar la política económica como una elección entre mercados libres y economías dirigidas por el Estado distorsiona las alternativas reales. Todas las economías son economías mixtas. Incluso China se define a sí misma como una economía de mercado. Así que presentar la fiscalidad como una fuente de financiamiento del «gran gobierno» en lugar de como un recurso necesario para financiar infraestructuras, inversión en recursos humanos, investigación básica, desarrollo científico y tecnológico, mejora de competencias profesionales y sostenibilidad medioambiental es mantener la polémica en el debate público, no promover la comprensión ni el consenso en torno a políticas públicas esenciales. 

Hay vacíos en los debates públicos donde la sustancia queda ahogada por florituras retóricas, eslóganes y simplificaciones excesivas. 

COLIN BRADFORD

Del mismo modo, la presentación de la política exterior americana como una lucha entre «democracia y autocracia» genera un discurso ideológico cuando, en realidad, en el siglo XXI, todos los países se enfrentan al creciente reto de equilibrar representatividad y control, de gobernar de forma eficaz y creíble y de lograr resultados políticamente sostenibles para sus ciudadanos. 

El gobierno chino no se escapa de estas tendencias. La presión por obtener resultados para 1400 millones de personas con el objetivo de ganarse el apoyo de su gobierno es una urgencia constante y una necesidad absoluta desde el punto de vista de la gobernanza. Esta presión, intensa, dado el tamaño de China, no legitima las prácticas autoritarias, pero ayuda a los de afuera a comprender la enormidad del reto que supone dirigir un país con cuatro veces la población de Estados Unidos. 

Hacer de la elección binaria entre «democracia y autocracia» una pieza central de la política exterior americana se ha arraigado con cierto escepticismo en el resto del mundo, ya que parece enfrentar el bien contra el mal, a los virtuosos y honestos contra los malvados, a nosotros contra ellos, definitivamente. Estiliza y estereotipa las relaciones de un modo que trivializa las complejidades reales de un buen gobierno y crea divisiones y fracturas en un momento en el que necesitamos convergencia y unidad globales para gestionar el futuro. Crea bloques y alianzas de contestación en lugar de fomentar la fluidez, la flexibilidad y el pragmatismo, que facilitan la toma de decisiones prácticas y la resolución de problemas.

Juan Genovés, Pintura, 2007 © Adagp, París, 2023

Una dinámica política diferente para un futuro global

Es cierto que la geopolítica de las grandes potencias se basa en la búsqueda de un equilibrio de poder, pero, también, es cierto que sería posible concebir otras dinámicas que podrían facilitar las relaciones internacionales con vistas a enfrentar los desafíos globales y a reforzar la gobernanza mundial para resolver los problemas a escala planetaria. Desde un punto de vista teórico, así como por mi larga experiencia de diálogo entre China y Occidente, estoy convencido de que el plurilateralismo puede funcionar. 

  • El plurilateralismo reduce la intensidad de las tensiones de un mundo bipolar y los efectos polarizadores de las formulaciones binarias. 
  • La diversidad de perspectivas que hace del plurilateralismo un punto fuerte genera una complejidad que profesionaliza las relaciones, en lugar de exacerbar las tensiones mediante la polémica. 
  • Los resultados: el entendimiento reduce la discordia; la confianza limita el desacuerdo; la sustancia sustituye la pose; la reciprocidad prevalece sobre el egoísmo y el diálogo conduce a soluciones. 
  • La diversidad, la plurilateralidad y la complejidad priman sobre los planteamientos ideológicos simplistas y fomentan el pensamiento estratégico y el progreso en la resolución de problemas. 

El plurilateralismo reduce la intensidad de las tensiones de un mundo bipolar y los efectos polarizadores de las formulaciones binarias. 

COLIN BRADFORD

La dinámica dominante del orden mundial contemporáneo se basa en el deseo de independencia, de espacio político, de no alineamiento y de autonomía estratégica. El hecho innegable es que la mayoría de los países del mundo actual quieren evitar verse obligados a elegir bando en un mundo polarizado. Su libertad y su posicionamiento estratégico dependen del fortalecimiento del plurilateralismo en las relaciones globales, no de la adhesión a bloques o sistemas de alianzas. 

El mundo en el que vivimos hoy es un mundo multivalente. No es un mundo multipolar basado en un equilibrio de poder. Tampoco es un mundo unipolar ni, siquiera, un orden internacional basado en valores compartidos. El mundo actual se caracteriza por una asombrosa simultaneidad de crisis sistémicas, por una multitud de canales de influencia, de comunicaciones y de transacciones, por una plétora de intereses y valores y por una conectividad y ciclos de información instantáneos. 

Éste no es un mundo en el que puedan funcionar las categorías binarias porque constituyen compensaciones lineales a través de una dicotomía: forman la base de un marco de suma cero, ya que cualquier desplazamiento a la derecha o a la izquierda del espectro tiene un costo para una u otra de las partes implicadas. Si se añade una segunda dimensión a una categoría binaria, la toma de decisiones se sitúa, al menos, en un espacio bidimensional, no en una sola línea. 

El mundo actual se caracteriza por una asombrosa simultaneidad de crisis sistémicas, por una multitud de canales de influencia, de comunicaciones y de transacciones, por una plétora de intereses y valores y por una conectividad y ciclos de información instantáneos. Éste no es un mundo en el que puedan funcionar las categorías binarias.

COLIN BRADFORD

El mundo actual no se compone sólo de espacios de decisión tridimensionales; es un mundo en el que múltiples vectores se cruzan e interactúan en lo que puede describirse como un espacio de decisión multivalente. Reina la complejidad. El pragmatismo y la profesionalidad prevalecen, por necesidad. 

Las propuestas ideológicas no son viables en los complejos espacios de toma de decisiones que caracterizan las opciones políticas del siglo XXI. Hay una desconexión total entre gran parte del discurso político público y la sustancia de las decisiones de la vida real, lo que significa que el discurso interfiere en la buena formulación de políticas. Esta desconexión entre el discurso público y la sustancia es un factor clave de división.

El común denominador fundamental de la plurilateralidad en un mundo multivalente es la diferenciación, que constituye una fuerza poderosa para la identidad social e individual. Los elementos más estimulantes para la creatividad y la innovación son la distinción, la singularidad, la excelencia más allá de las normas existentes, la plena realización del potencial, la negativa a aceptar lo que es por lo que podría ser, la ambición, la superación de límites, la imaginación, la inspiración y la ambición. La diferenciación es la clave de la diversidad cultural y de la plurilateralidad en el ámbito público. Seguir modelos ideológicos preconcebidos no es lo suficientemente atractivo en nuestro mundo. 

El plurilateralismo como motor de un orden mundial multivalente 

La política de «autonomía estratégica» de la Unión Europea es esencial para pluralizar las relaciones bilaterales que tienen Estados Unidos y China en relaciones entre China y Occidente. De hecho, ahora, creemos que, debido a este efecto de pluralización, la autonomía estratégica europea redunda en beneficio de Estados Unidos. 

Esta política refuerza el plurilateralismo y reduce las tensiones geopolíticas y profesionaliza las relaciones mundiales junto con las interacciones geopolíticas en curso. Le permite al mundo avanzar para hacerle frente a los retos globales y demuestra que el plurilateralismo es un planteamiento de juego de suma positiva y no de suma cero. El enfoque «nosotros contra ellos» se desvanece y no destruye las relaciones interestatales en otros ámbitos. 

La política de «autonomía estratégica» de la Unión Europea es esencial para pluralizar las relaciones bilaterales que tienen Estados Unidos y China en relaciones entre China y Occidente.

COLIN BRADFORD

Aunque las relaciones trilaterales de poder entre Europa, China y Estados Unidos son necesarias, no son condición suficiente para un nuevo orden mundial que preserve la integridad de la comunidad internacional. La diversidad, el plurilateralismo y la complejidad son ya fuerzas poderosas en el Sur y lo han sido durante algún tiempo. Está claro que, hoy, Narenda Modi y Lula son líderes del Sur global que desean afirmar su independencia y generar un mayor plurilateralismo global. Varios académicos chilenos han compilado un volumen de ensayos de líderes de opinión latinoamericanos que abogan por un «no alineamiento activo» en favor de los intereses estratégicos de América Latina expuestos en estas páginas. El número de mayo-junio de 2023 de Foreign Affairs se centró en los nuevos no alineados. Ya en 2012, Charles Kupchan había percibido la emergencia de un «punto de inflexión global» basado en «múltiples versiones de la modernidad».

  • No cabe duda de que China se beneficia de un mundo más plural, que le proporciona un mayor margen de maniobra y un mayor marco político como potencia emergente. No obstante, también, es cierto que el plurilateralismo limitará las ambiciones hegemónicas de China. 
  • No estamos en el proceso de pasar de un orden mundial liderado por Estados Unidos a un orden mundial liderado por China. Nos encontramos ya en un orden mundial pluralista que a todo el mundo le interesa fomentar. 
  • El plurilateralismo no sólo ofrece mayor «autonomía» para todos los países, sino que, también, constituye una nueva «dinámica política global» que permite avanzar en la gobernanza mundial, aunque la geopolítica siga una forma más antigua de equilibrio de poder. 

El G20 es uno de los «espacios» donde pueden florecer las relaciones globales y ponerse en práctica la gobernanza mundial. Los grupos de trabajo, las reuniones ministeriales y los grupos de ejecución del G20, que se celebran a lo largo del año y que culminan en las cumbres anuales del G20, de dos días de duración, constituyen valiosas oportunidades para abordar los retos mundiales y para ser más ambiciosos y eficaces en la gestión de dichos retos. 

No estamos en el proceso de pasar de un orden mundial liderado por Estados Unidos a un orden mundial liderado por China. Nos encontramos ya en un orden mundial pluralista que a todo el mundo le interesa fomentar. 

COLIN BRADFORD

El G20 está formado por las veinte mayores economías del mundo. El criterio para ser miembro se basa en la influencia, no en el tipo de régimen ni en el sistema de valores. En comparación con el G7, el G20 es un grupo secular, ecléctico y agnóstico en cuanto a valores. Rusia es miembro del G20 y no hay ningún deseo de mantenerla fuera, a pesar de la guerra contra Ucrania. La presencia de Rusia en el G20, a diferencia de su exclusión del G7, en 2014, tras la anexión de Crimea, obliga a Rusia a sentarse a la mesa de negociaciones y obliga a sus adversarios a tratar con este país, les guste o no. A largo plazo, este eclecticismo beneficia a todas las partes implicadas. 

El G20 podría convertirse en una plataforma para el florecimiento de relaciones plurilaterales entre China y Occidente. La presencia de grandes potencias y de potencias medias de todas las regiones del mundo constituye un crisol en el que las tensiones con China, en su forma «multivalente», pueden abordarse implícita o explícitamente. La multivalencia es una manifestación de complejidad que exige pragmatismo y profesionalidad, no polémica. El número limitado de 20 grandes economías hace que el G20 sea más manejable que otros organismos más grandes. 

El problema del G20, en los últimos años, es que las consecuencias de las tensiones geopolíticas con Rusia y China no sólo limitan la eficacia de las deliberaciones del G20 a la hora de obtener resultados, sino que desbordan la gobernanza mundial en su conjunto. La situación actual, tal y como se ha desarrollado en los últimos meses, no sólo está debilitando la cooperación mundial, sino que la está destruyendo. El mundo se está fragmentando inexorablemente. Las posiciones se endurecen. Los expertos se divierten presentando las fricciones y fracturas como características inevitables de un nuevo orden mundial.

La presencia de Rusia en el G20 obliga a Rusia a sentarse a la mesa de negociaciones y obliga a sus adversarios a tratar con este país, les guste o no. A largo plazo, este eclecticismo beneficia a todas las partes implicadas. 

COLIN BRADFORD

Perspectivas por explorar 

Necesitamos una comprensión realista y lúcida de las tensiones entre Estados Unidos y China. La élite dirigente americana ha abandonado la idea de que la liberalización económica de China y su integración en la economía mundial conducirían a la liberalización política. China considera que el ejemplo de Rusia, donde la reforma política fue lo primero y la reforma económica lo segundo, es un desastre que no quiere repetir. Para China, controlar su propio destino es vital. Para Estados Unidos, sus valores liberales basados en la libertad individual y la democracia son fundamentales. Para ambos países, el liderazgo mundial forma parte de su identidad nacional. Estados Unidos quiere preservar su papel en un orden internacional basado en normas y liderado por ellos mismos, Estados Unidos, mientras que China considera que su restablecimiento como «Imperio del Medio» es clave para su afianzamiento como civilización universal. 

Son orientaciones históricas profundamente arraigadas que hacen inevitable su rivalidad, su confrontación e, incluso, el conflicto. 

La pregunta es ésta: ¿estas dos superpotencias con ambiciones globales pueden crear un espacio de comunicación, de diálogo y de interacción funcional que, junto con otros, contribuya a la gobernanza mundial, en lugar de continuar por el camino de la divergencia, de la confrontación a distancia y de las maniobras que dividen a la comunidad mundial? 

El hecho es que el momento que vivimos ahora podría haber sido, decididamente, distinto. En la cumbre del G20, celebrada en Indonesia en noviembre de 2022, Joseph Biden y Xi Jinping se vieron en persona. El resultado fue positivo. Las declaraciones de la Casa Blanca y del Ministerio de Asuntos Exteriores de China fueron prometedoras. Xi y Biden acordaron que el secretario de Estado americano, Anthony Blinken, viajaría a China y se reuniría con el presidente Xi Jinping. La visita estaba prevista para finales de enero. 

Sin embargo, el 28 de enero, un «globo espía» chino penetró espacio aéreo americano. La visita de Blinken fue cancelada. La esperada reanimación de los seis grupos de trabajo oficiales de China y Estados Unidos, suspendidos o paralizados tras la visita de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, a Taiwán, en agosto de 2022, se detuvo. Las tensiones han ido en aumento desde entonces, exacerbadas, a ojos de Estados Unidos, por la reunión entre Xi Jinping y Vladimir Putin en Moscú, a finales de marzo, y, a ojos de China, por el encuentro entre el presidente de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, y la presidenta taiwanesa, Tsai Ing-wen, en California, a principios de abril. 

En la cumbre del G20, celebrada en Indonesia en noviembre de 2022, Joseph Biden y Xi Jinping se vieron en persona. El resultado fue positivo.

COLIN BRADFORD

A pesar de las promesas de evitar una nueva Guerra Fría, lo cierto es que el mundo actual es muy distinto del que podría haber existido si no hubiera habido el globo. Un observador chino declaró, para el New York Times, que «según China, aunque Biden mostró una buena actitud en Bali, no está firmemente comprometido con la mejora de las relaciones sino-americanas». 

Es necesario otro cambio de dinámica: Washington y Pekín deben hacer un examen de conciencia. ¿Cuáles son los intereses estratégicos fundamentales que están en juego para China y Estados Unidos? ¿Cuáles son los medios que les permitirían a Estados Unidos y a China superar juntos el peligroso giro de los acontecimientos? 

El hecho es que los globos no son una nueva amenaza para la seguridad. Son un fenómeno relativamente común. Un informe gubernamental afirma que se han registrado 163 globos o «entidades similares a globos» sobre Estados Unidos desde marzo de 2021. El espionaje entre rivales no es nada nuevo, pero el globo del 28 de enero se ha convertido en una cuestión política. Se mantiene la escena de teatro. 

Juan Genovés, Oro 150 x 180, acrílico sobre lienzo, 2009 © Adagp, París, 2023

El hecho es que no hay ninguna razón para que una presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU visite Taiwán. No tiene autoridad constitucional para implicarse directamente en las relaciones entre Estados Unidos y China como actor independiente.

El hecho es que no hay razón para reavivar los rescoldos de la cuestión de Taiwán mediante gestos públicos y contactos de alto nivel entre Estados Unidos y los dirigentes de Taiwán ni para hiperventilar sobre un nuevo mundo con tres superpotencias nucleares en lugar de dos, cuando lo que realmente está ocurriendo en ambos lados de un conflicto entre grandes potencias es el fortalecimiento de las capacidades de disuasión mutua. 

Estados Unidos ya dijo bien que reforzará los sistemas de defensa de Taiwán no sólo para resistir una posible invasión de China, sino, también, para disuadirla. Toda la historia de la fabricación de armas nucleares ha consistido en crear capacidades defensivas equivalentes para evitar que el adversario las utilice primero. China ha dejado muy claro que se opone al uso de armas nucleares por parte de Rusia en la guerra contra Ucrania y que la política de defensa nacional china se centra en la disuasión. 

La entrada del globo chino en espacio aéreo americano, el 28 de enero, marcó un punto de inflexión. La visita de Blinken a China, que podría haber seguido adelante, se canceló comprensiblemente. Desde entonces, las relaciones oficiales entre Estados Unidos y China se han enfriado. No hay señales de deshielo. Ya llegó el momento de que personas serias den un paso al frente y cambien la dinámica.

La posición internacional de China sobre los principios fundamentales de las relaciones internacionales difiere de la de Rusia.

COLIN BRADFORD

No hay razón para dejar que una sola bola intrusa cambie el curso de la historia. El principal reto es proteger la singularidad de la comunidad internacional como concepto unitario al servicio de todo el planeta. Un orden mundial fragmentado no es el futuro que el mundo desea.

El hecho es que China ha reconocido la importancia de los principios de la Carta de las Naciones Unidas; ha declarado que las armas nucleares son medios de guerra inaceptables; ha afirmado que la seguridad y la protección de las centrales nucleares son sacrosantas e inviolables en caso de guerra; ha hecho, junto con Francia, «un llamado a las partes para que protejan a las mujeres y los niños víctimas de conflictos, para que aumenten la ayuda humanitaria en zonas de conflicto y para que permitan el acceso libre a ayuda humanitaria, de conformidad con los compromisos internacionales». 

Estos elementos demuestran que la posición internacional de China sobre los principios fundamentales de las relaciones internacionales difiere de la de Rusia. Estas diferencias deben reconocerse y el mundo debe trabajar con China para reforzar la firmeza de su compromiso con estos principios, que constituyen la base de la cooperación internacional y los fundamentos estructurales de la unidad de la comunidad internacional, como baluarte contra un orden mundial fragmentado. 

Para mantenerla unida, la dinámica política tiene que cambiar. El mensaje del Secretario de Estado Blinken del 26 de mayo de 2022 –»competir cuando tenemos que, cooperar cuando podemos y disputar cuando debemos»– ya no es pertinente. Demasiados intentos de colaboración se están desmoronando y se ven desbordados por la confrontación, la contestación y la competencia.

Tenemos que suspender los escenarios de confrontación, promover el diálogo y reimaginar el panorama geopolítico distinguiendo la colaboración de la competencia y la competencia del conflicto. Un punto de inflexión decisivo sería reflexionar sobre cómo se perciben, en China, las acciones americanas y asegurarse de que los extranjeros vean a China tal como es y no a través de un prisma simplista. No es difícil comprender, hoy, lo explosiva que fue la visita de Pelosi a Taiwán desde el punto de vista de China. Y no era necesaria para la política americana. 

Tenemos que suspender los escenarios de confrontación, promover el diálogo y reimaginar el panorama geopolítico distinguiendo la colaboración de la competencia y la competencia del conflicto. 

COLIN BRADFORD

Si Occidente se limita a ver a China como un rival estratégico dispuesto a desafiar su liderazgo mundial, no comprenderá el peso de su política interna en sus ambiciones globales ni cómo esta compleja ecuación conduce a resultados heterogéneos. Si Occidente pudiera ver a China de forma más completa, sus reacciones estarían menos motivadas por el miedo y favorecerían el diálogo frente a la fricción.

La diversidad de perspectivas alimenta una dinámica pluralista que genera resultados compuestos más acordes con los intereses de la comunidad internacional en su conjunto. Xi y Biden deben restablecer los seis grupos de trabajo oficiales que se cerraron o suspendieron tras la visita de Pelosi a Taiwán. Tienen que volver a entablar los intercambios oficiales de alto nivel. Deben fomentarse los diálogos entre líderes de la sociedad y entre funcionarios. Hay que ponerle fin a las respuestas oficiales que convierten los acontecimientos cotidianos en crisis. 

La competencia continuará, pero la interacción, el intercambio y la comunicación no sólo deben restablecerse, sino reforzarse, ya que son vitales para el futuro de la comunidad internacional en su conjunto. Sin ser ingenuos en cuanto a la ambición estratégica, reconocer que el plurilateralismo es el motor contemporáneo de la dinámica política mundial contribuirá a modificar, a contener y a mitigar la pretensión de hegemonía que yace en el corazón de las ficciones estratégicas actuales. Las cumbres anuales sobre soluciones globales de Berlín son una de las plataformas en las que se ha iniciado el diálogo y en las que las tensiones geopolíticas pueden compensarse con intercambios profesionales entre intelectuales de todo el mundo sobre cuestiones de fondo. 

Xi y Biden deben restablecer los seis grupos de trabajo oficiales que se cerraron o suspendieron tras la visita de Pelosi a Taiwán. Tienen que volver a entablar los intercambios oficiales de alto nivel.

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Algunas iniciativas para reforzar la gobernanza mundial en un orden pluralista 

En concreto, ¿qué podría significar el auge del plurilateralismo como motor del orden mundial para las relaciones entre Estados Unidos y China y para la gobernanza mundial? ¿Qué dinámicas políticas podrían complementar, reforzar y sostener una gobernanza mundial basada en relaciones internacionales secularizadas y no en afiliaciones basadas en valores? ¿Puede evolucionar este orden en función del plurilateralismo, en el que los logros en las relaciones globales profesionalizadas crean vías para el progreso mutuo? 

Es probable que una serie de factores favorezcan el cambio: las actitudes de los miembros del G7 dentro del G20; la evolución de coaliciones de consenso que sustituyan la política de bloques; una mayor implicación en el G20 como plataforma única que permita que prevalezcan los intercambios complejos; la identificación de áreas específicas de convergencia para que Estados Unidos y China puedan trabajar juntos. 

El G7 tiene sentido como alianza de países que comparten los mismos valores, que se coordinan entre sí en las cuestiones que más les preocupan y que refuerzan la unidad occidental frente a la agresión rusa en Ucrania. No obstante, el G7 ya no es un foro legítimo para abordar cuestiones globales, salvo para alinear las posiciones de sus miembros. El G7 no es un foro mundial, aunque sus pocas economías representen el 30 % del PIB mundial, lo que equivale a la parte del PIB mundial que generan los BRICS. En resumen, el G7 no puede actuar en nombre de todo el mundo y ya no puede reclamar preeminencia frente al plurilateralismo global. Por el contrario, el G20 es, sin duda, un foro donde la diversidad conduce a la plurilateralidad.

Por lo tanto, es imperativo que EEUU, Canadá, Japón, Francia, Alemania, Italia y el Reino Unido decidan no actuar siempre como un grupo y que cambien, realmente, su comportamiento en el G20 para reflejar la base ecléctica, diversa y secular del grupo de países del G20, que se basa en el peso del PIB mundial y en la diversidad, no en valores ni en la similitud de regímenes. 

Incorporar la noción de «coaliciones de consenso cambiantes» como modalidad para movilizar la convergencia en la acción, con diferentes grupos de países del G20 liderando en diferentes temas debido a la complejidad y a la variación de intereses entre temas, es esencial para hacer efectiva la gobernanza global en un mundo multivalente. No hay ninguna razón por la que una única coalición dominante, como el G7 o los BRICS, deba o pueda dirigir la toma de decisiones en el G20. De hecho, los resultados serían más sólidos y el proceso más saludable si la fluidez y la flexibilidad de los posicionamientos variaran de un asunto a otro en lugar de basarse en formulaciones ideológicas y falsas dicotomías. 

No hay ninguna razón por la que una única coalición dominante, como el G7 o los BRICS, deba o pueda dirigir la toma de decisiones en el G20.

COLIN BRADFORD

Alan Alexandroff señaló, en 2008, que «un multilateralismo eficaz [dependía] de la construcción de un grupo de Estados que expresara una determinación colectiva de la legitimidad del liderazgo». La promesa de legitimar el liderazgo y la gobernanza mundial a través de un grupo diverso de países podría conducir a un cambio de comportamiento dentro del G20, lo que evitaría bloques, alianzas y agrupaciones fijas y fomentaría agrupaciones basadas en intereses diferenciados, dada la complejidad de las cuestiones en juego. 

El G20 es una plataforma en la que pueden entrar en juego nuevos comportamientos de gobernanza mundial y producir resultados diferentes. Esto se debe a que el G20 no consiste, únicamente, en cumbres anuales de dos días, sino en una serie de procesos de un año de duración que juntan a los líderes de los miembros del G20 en grupos de trabajo y reuniones ministeriales para desarrollar soluciones viables para una acción coordinada. Estos procesos anuales del G20 son intercambios profesionales. Los detalles importan. Reina la complejidad. Ningún político intenta reforzar su base política en las rondas de prensa posteriores a las reuniones oficiales del G20. 

El mundo no les presta atención –y esto no es, fundamentalmente, un problema– a estas reuniones de trabajo de funcionarios que intentan definir un terreno común, comprender los límites de lo factible y ampliar el horizonte de lo posible. Estos procesos del G20, que duran un año, pueden ser plataformas para construir relaciones de trabajo, alcanzar acuerdos y desarrollar la confianza. 

Éste es un buen momento para reflexionar sobre algunas áreas de convergencia que Occidente y China –más concretamente, Estados Unidos y China– podrían identificar y en las que podrían avanzar juntos. Se me ocurren algunos ejemplos breves:

  • Gestión global de la deuda. El sobreendeudamiento de los países de ingresos bajos y medios es un reto urgente que supera con creces las disposiciones que, actualmente, prevé la arquitectura financiera internacional para solucionarlo. Es evidente que se necesita nuevo financiamiento para completar la reestructuración de la deuda a medida que evoluciona. Sin embargo, los presupuestos de los países avanzados que contribuyen al financiamiento internacional y a las instituciones de desarrollo están sujetos a enormes restricciones fiscales y parlamentarias. Cabe preguntarse si la recientemente creada Mesa Redonda Mundial sobre la Deuda Soberana (Global Sovereign Debt Round Table) del G20 es un órgano consultivo o decisorio. China ha tomado ciertas medidas para aliviar la deuda de varios países y apoya el papel del FMI dentro de la GSDRT. China también asignó 10000 millones de sus 40000 millones de DTS a países de ingresos bajos. EEUU y Occidente deben reconocer estas contribuciones y proponer ellos mismos una serie de medidas y fuentes de financiamiento para reforzar las respuestas dadas hasta la fecha en materia de gestión de la deuda mundial. Los acuerdos entre EEUU y China tienen el potencial de reforzar la respuesta mundial ante la magnitud de los riesgos financieros mundiales que están en juego. 
  • Inclusión social. Las divisiones sociales generan una polarización política interna que alimenta el nacionalismo y las tensiones geopolíticas. La Cumbre de Cooperación Económica Asia-Pacífico, que se celebrará en San Francisco en noviembre de 2023, bajo la presidencia americana, se centrará en las «comunidades desatendidas y subrepresentadas» para «avanzar en una agenda práctica de política económica que beneficie a los trabajadores, a las empresas y a las familias de todas nuestras economías». Este tema será una oportunidad para que EEUU destaque la innovación de la legislación reciente, la Ley de Reducción de la Inflación y la Ley de Inversión en Infraestructuras, que le da prioridad a la inversión pública en capital humano para avanzar en la inclusión social. Para destacar un caso de éxito en el acceso para los desfavorecidos, sería una buena idea invitar al presidente del G20 para 2024, Lula, a la cumbre de la APEC. Sería una buena manera de llegar al Sur y de salvar la brecha entre el G7 y los BRICS. 
  • Desarrollo sostenible. EEUU haría bien en reconocer hasta qué punto el resto del mundo considera que los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) tienen sentido en el Sur global y que cuentan con el apoyo de importantes actores mundiales como China. EEUU y Europa podrían desempeñar un papel más importante en el desarrollo sostenible para demostrar que han «escuchado» las preocupaciones del resto del mundo. El G20 respaldó los ODS como un compromiso con los países en desarrollo «para enfrentar los desafíos globales».
  • Biodiversidad. China copresidió la COP 15 sobre biodiversidad y le prometió 288 millones de dólares al Fondo de Kunming para proyectos que, según las estimaciones, necesitarán, acumulativamente, 1 billón de dólares al año para alcanzar los objetivos de sostenibilidad. Estados Unidos podría hacer una contribución significativa para este esfuerzo, como muestra de colaboración con China en un riesgo global compartido. Brasil es un actor importante en la conservación de la biodiversidad, lo que brinda la oportunidad de fomentar la colaboración entre los BRICS y el G7 para sustituir la competencia entre los bloques. 
  • Océanos. Francia y China copresidirán la próxima gran conferencia de las Naciones Unidas sobre los océanos, que se celebrará en Niza, en 2025. Este liderazgo conjunto debería permitirle a Occidente desempeñar un papel activo en la aceleración de esfuerzos para gestionar las múltiples dimensiones del riesgo que corren los océanos del mundo. 

El mundo no les presta atención –y esto no es, fundamentalmente, un problema– a estas reuniones de trabajo de funcionarios que intentan definir un terreno común, comprender los límites de lo factible y ampliar el horizonte de lo posible.

COLIN BRADFORD

Estos ejemplos ilustran el potencial de convergencia y colaboración entre las grandes potencias que aprovechan las fuerzas del plurilateralismo que actúan en el orden mundial; las utilizan para estimular la ambición y los resultados que animan a todos a actuar a escala nacional, debido a los efectos sinérgicos de las posibles complementariedades internacionales. El principal riesgo es que un orden mundial fragmentado socave permanentemente la gobernanza global, lo que crearía riesgos sistémicos adicionales para la humanidad. El potencial de colaboración y acción simultánea en la gobernanza mundial, aprovechando los puntos fuertes del plurilateralismo, debe usarse para mitigar esta divergencia y liderar los esfuerzos para hacerle frente a los retos mundiales. Son vías prometedoras para preservar a la comunidad internacional y a la humanidad en su conjunto.