El «no alineamiento activo» y América Latina en el orden global

Un nuevo concepto está definiendo el posicionamiento estratégico de América Latina. Presentado por Jorge Heine en las columnas del Grand Continent con motivo de la Cumbre de las Américas, el "no alineamiento activo" ha adquirido una nueva relevancia tras la invasión de Ucrania. Kevin Parthenay hace una lectura crítica de esta publicación de referencia y propone pistas para prolongar la reflexión.

Carlos Fortín, Jorge Heine et Carlos Ominami (dir.), El no alineamiento activo y América Latina: una doctrina para el nuevo siglo, Santiago de Chile, Editorial Catalonia, 2021, 383 páginas

El no alineamiento activo y América Latina: Una doctrina para el nuevo siglo (2021), llega al final de un mundo y al comienzo de uno nuevo. Los tres autores de este libro -que ya es un clásico en la comunidad internacionalista latinoamericana- abordan una cuestión crucial: ¿estaría América Latina condenada, de diversas formas, a jugar el juego de los poderosos en el siglo XXI? Carlos Fortin, Jorge Heine -que presentó este concepto en las columnas del GC tras la Cumbre de las Américas– y Carlos Ominami, antiguos diplomáticos (embajadores en el extranjero o representantes en organismos internacionales) y cercanos al mundo académico, han elaborado una publicación colectiva que intenta dar una respuesta contemporánea a esta recurrente «cuestión latinoamericana», actualizada por la dinámica reconfiguración del orden global. 

Un contexto político, geopolítico e intelectual 

Para comprender plenamente el alcance de este libro, que reúne a veintiún colaboradores, es necesario situarlo en su contexto. El concepto de «no alineamiento activo» (NAA) es el resultado de un proceso de reflexión iniciado en 2020 y cuyos principales rasgos han sido publicados en revistas académicas (Foreign Affairs Latinoamérica, Global Policy, Nueva Sociedad) e informes o notas de think-tanks (IRIS, IISS, WSO) y surge en y desde un escenario continental convulso. América Latina se ve muy afectada por el resurgimiento de crisis políticas de diversa índole que afectan a la mayoría de los Estados de la región (Parthenay 2020)1, por lo que su papel y su lugar en la escena internacional están muy cuestionados. Es en esta perspectiva que algunos teorizan la «insignificancia» de América Latina (Malamud y Schenoni 2021). En términos más matizados, Jorge Heine se refiere en este libro más bien a una tendencia caracterizada por el riesgo de pasar de la «periferización» a la «marginalidad internacional». Sean cuales sean los términos utilizados, estos diagnósticos están vinculados a una concepción clásica de América Latina como un lugar secundario en los asuntos internacionales. Las escuelas de pensamiento incluso se han estructurado históricamente en torno a esta idea, esencialmente para superarla. Podemos mencionar las teorías estructuralistas de la dependencia (Escuela de la Dependencia, 1960-1970) o, más tarde, la escuela de la autonomía (1970-1980). En esta trayectoria, y alimentada por las crisis políticas, esta posición periférica de América Latina se confirmó durante la crisis sanitaria. Las consecuencias del Covid-19 fueron devastadoras en sociedades muy desiguales y debido a la escasa capacidad reguladora de los Estados. En consecuencia, los Estados se vieron obligados a abastecerse de vacunas y dispositivos médicos en el extranjero, lo que situó al continente en el centro de una «diplomacia de las vacunas» orquestada por potencias externas (Parthenay 2022).  

Al mismo tiempo, el orden mundial también está en constante cambio. Sin entrar de inmediato en el rico debate terminológico que ofrece este libro, surgen varias concepciones que describen la distribución global del poder como una carrera por la hegemonía, una «disputa hegemónica» (Actis y Creus 2020). Esta nueva rivalidad daría lugar a lo que algunos ven como una «Nueva Guerra Fría», renovando una lógica de confrontación bipolar entre China y Estados Unidos. Esta lectura de la transformación contemporánea del orden global se basa en argumentos tanto ideológicos (desafío a un modelo occidental) como prácticos (guerra comercial), tomados de la situación actual, salpicada por la administración estadounidense de Donald J. Trump. Otros trabajos ampliamente difundidos han contribuido a esta lectura caricaturesca de la reconfiguración en curso del orden global (Allison 2017). En esta dinámica, se plantea automáticamente la cuestión del lugar que ocupan las naciones no dominantes, las potencias medias o los pequeños Estados, o las regiones del mundo. ¿Qué lugar para América Latina, tan cercana a Estados Unidos y geográficamente distante de China o Rusia? ¿Qué lugar ocupa América Latina en esta reconfiguración global? ¿Cómo se sitúa el continente en esta dinámica de redistribución del poder? Como en varias ocasiones en el pasado, con el advenimiento del orden internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial (conocido como «liberal»), o el advenimiento de la era neoliberal, se vuelve a plantear la cuestión del lugar que el continente y sus Estados podrán ocupar en el siglo XXI. 

Por último, es importante precisar el contexto intelectual en el que se inscriben las reflexiones propuestas por Fortin, Heine y Ominami. En efecto, si los factores endógenos y exógenos son objeto de perturbación para el continente latinoamericano, observamos paralelamente la producción de trabajos historiográficos que han pretendido revisar las concepciones dominantes relativas en particular a la posición periférica de los Estados latinoamericanos, y del continente en su conjunto, en la construcción del orden internacional de los siglos XIX y XX. Como han demostrado varios trabajos, los Estados latinoamericanos sí han contribuido directa e indirectamente a la elaboración de normas globales, desde la constitución del orden económico internacional (Helleiner 2009), pasando por los derechos humanos (Sikkink 2014), hasta las principales generales del derecho internacional (Schulz 2017). Todos estos trabajos son contrapuntos necesarios que han enriquecido las reflexiones sobre la autonomía o la forma en que el continente puede pesar en los asuntos internacionales frente a las concepciones de insignificancia (irrevelancia) o «marginalidad». De hecho, es en este registro donde la reflexión sobre el «no alineamiento activo» se hace eco de la forma en que el continente ha podido, o puede, existir por sí mismo y posicionarse de forma diferente a una lógica de alineamiento o seguimiento diplomático de una o varias grandes potencias. De hecho, como nos recuerdan los cuatro últimos capítulos del libro, el concepto de NAA se sitúa en la prolongación histórica de las políticas exteriores o iniciativas diplomáticas anteriores implementadas en Chile (la política antiimperialista y anticolonialista de Salvador Allende), Argentina (la «tercera vía» de Perón o el estructuralismo de Prebisch) o Brasil (a través de la promoción de la visión «unctadiana» -la UNCTAD (United Nations Conference for Trade and Development)- y la inversión en el «Sur-Sur» posterior con Lula Da Silva).

Es en este triple contexto, político, geopolítico e intelectual, donde el libro de Fortin, Heine y Ominami ocupa su lugar. Este libro no sólo era bienvenido sino también esperado por toda una comunidad de internacionalistas latinoamericanos. Esta publicación es oportuna en tres aspectos: en primer lugar, porque este libro pretende hacer un balance de una serie de cuestiones que plantea la redistribución de las cartas del poder a escala mundial; en segundo lugar, porque pretende hacer un balance de la inserción internacional de América Latina en la escena mundial a principios del siglo XXI, golpeada por la incertidumbre generalizada resultante de crisis multifacéticas; y, en tercer lugar, porque busca, para los lectores más avezados de las relaciones internacionales y, en particular, de las relaciones internacionales latinoamericanas, proponer una reactivación y un enriquecimiento de un debate antiguo, pero vuelto a hacer relevante en la época contemporánea, estructurado en torno a los conceptos de autonomía y dependencia.

América Latina en el orden global emergente: un pesimismo constructivo

Los autores articulan el concepto de «no alineamiento activo» en torno a cuatro debates: primero, cómo definir el orden global emergente; segundo, cómo se articula el NAA con los desafíos que presenta la gobernanza global; tercero, cómo se entrelaza el NAA con las lógicas de la nueva economía política internacional; cuarto, cómo se articula el NAA con las políticas exteriores anteriores implementadas por algunos Estados del continente (Chile, Brasil, Argentina, Perú). 

¿Cómo definir la reconfiguración del orden mundial? En el primer debate, este libro muestra que el orden global emergente se estructura esencialmente en torno a la rivalidad entre Estados Unidos y China. El libro comienza con una comparación entre la Guerra Fría entre Estados Unidos y la URSS y una «Nueva Guerra Fría» contemporánea. En un panorama geopolítico en el que Europa lucha por afirmar su autonomía estratégica (p. 47-48), es el equilibrio de poder entre Estados Unidos y China el que se plantea con determinación. Las rivalidades en el sector digital (5G), en las infraestructuras (Belt and Road Initiative vs. Growth for America (Trump) / Building Back a Better World (B3W, Biden)), o más ampliamente en el comercio, así lo atestiguan. En un mundo estructurado de esta manera y, además, post-pandémico, la posición de América Latina se considera ampliamente desfavorable. Aunque la mayoría de los colaboradores comparten este diagnóstico, el debate conceptual sigue abierto. Se hacen muchas propuestas conceptuales para definir la naturaleza de este «orden mundial emergente». Jorge Heine sostiene (con Khanna 2019) que el siglo XXI será el «siglo asiático», marcado en particular por el advenimiento de un mundo «postoccidental» (p. 56, véase también el capítulo de Stuenkel), caracterizado actualmente por una disputa por la hegemonía y actualmente a favor de Estados Unidos. Estaban Actis y Nicolas Creus proponen el concepto de «bipolaridad entrópica», refiriéndose a la idea de un mundo vulnerable a las pandemias y en el que «la cooperación internacional y la acción concertada -sobre todo multilateral- no son suficientes para garantizar un cierto orden y eliminar la incertidumbre» (p. 101). Este contexto, que da rienda suelta a la lucha por el poder hegemónico, da lugar a una «gran insignificancia sistémica» para América Latina (p. 104). Leslie Elliott Armijo comparte este análisis y propone el concepto de «bipolaridad-multipolaridad» (pero que resulta ser sinónimo de «multipolaridad global», p. 117) y concluye que será «difícil ver cómo los {Estados latinoamericanos} pueden ser tomados en serio en los foros globales en ausencia de una unidad regional o subregional» ante un enfrentamiento entre (dos) potencias dominantes, rodeadas de potencias emergentes. Sin embargo, algunos colaboradores no comparten esta idea de una disputa hegemónica exclusiva, ni de una «nueva guerra fría». Juan Gabriel Tokatlian menciona otras realidades que complican la naturaleza del orden global emergente, como la irrupción del Sur Global o el resurgimiento de una Rusia disruptiva. En este escenario, señala que «la región {América Latina} coexiste con una superpotencia en relativo declive, lo que podría llevar a la apertura de posibles márgenes de maniobra para una relativa autonomía» (p.79). En este sentido, el establecimiento de una «diplomacia equidistante» frente a las grandes potencias debería ofrecer oportunidades de autonomía a los Estados del continente. A pesar de esta observación y de la de una vía de escape a través del regionalismo, está claro que en este orden mundial emergente, el destino de América Latina parece ya sellado. Sólo las opciones de definir el orden global emergente como policéntrico y flexible, la idea del «orden global múltiple» formulada por Acharya (2019) y retomada por varios de los colaboradores, ofrece un rayo de esperanza para los Estados latinoamericanos 

¿Cómo se relaciona el NAA con los retos de la gobernanza? La ambición de los autores es explorar los desafíos puramente «políticos» y «diplomáticos», frente a una sección dedicada esencialmente a la economía y el comercio (titulada «nueva economía política internacional»). En este terreno político-diplomático, con la excepción del capítulo de Andrés Serbín, el diagnóstico de una «disputa sistémica» entre Estados Unidos y China que estructura el orden global es un hecho. A partir de ahí, los colaboradores vuelven tanto a los orígenes de la relegación de América Latina como a los «remedios» y las estrategias articuladas en el concepto de NAA. 

Sobre la explicación de los orígenes, Herz, Ruy de Almeida Silva y Marcondes explican que la falta de autonomía y la limitada capacidad de influir en los asuntos internacionales, especialmente en los aspectos de seguridad y defensa, tienen dos determinantes: el predominio histórico de la diplomacia de seguridad estadounidense (pero un argumento poco convincente cuando se combina con la idea de un distanciamiento de Estados Unidos del continente desde principios de la década de 2000), y la ausencia y los fracasos de los proyectos regionales latinoamericanos. Roberto Savio habla incluso de la «camisa de fuerza» de Estados Unidos hacia el continente. Jorge Castañeda evoca una relación estructuralmente más estrecha con Estados Unidos que con China, resultante tanto de la proximidad geográfica como de la presión diplomática. 

Ante estas observaciones, surgen dos visiones: una visión optimista y otra pesimista. Entre los pesimistas, existe la idea de que, ante la confrontación de grandes potencias, América Latina no cuenta con instrumentos suficientes para remediar el círculo vicioso de la dominación o de quedar encerrada en la rivalidad entre Estados Unidos y China. Roberto Savio subraya que, en este contexto, es necesario ante todo permanecer «atentos a la defensa de los propios intereses», y que la estrategia de retirada permite a los Estados del continente mantenerse al margen de esta disputa hegemónica. La unidad regional, argumenta, es la única salvación posible, pero al mismo tiempo, esta unidad sigue mostrando su fragilidad y fracaso. Desde una perspectiva más optimista, Andrés Serbin comienza rompiendo con una visión demasiado reductora de la «disputa hegemónica». Habla de una dilución más compleja de las formas tradicionales de poder con la aparición de nuevos polos que contribuyen a definir órdenes regionales y un orden global distinto (p.151). Al presentar lo que está en juego en la constitución de un nuevo espacio euroasiático, argumenta principalmente en torno a la idea de las oportunidades que ofrece la aparición de este espacio regional para construir relaciones no condicionadas por la rivalidad entre Estados Unidos y China, en una «dimensión policéntrica y diversificada, no subordinada a una lógica binaria» (p. 166). En una línea diferente, Olivier Stuenkel se refiere al advenimiento de un mundo post-occidental como una oportunidad para América Latina. Considera que América Latina podrá seguir manteniendo vínculos constructivos tanto con China como con Estados Unidos, porque «la región no es claramente occidental ni no occidental, no forma parte de una alianza rígida, lo que le permite producir acciones únicas» (p.185). Un caso típico es el de Brasil, que se encuentra en un punto intermedio: miembro de los BRICS, del G77 y de la OCDE. Añade que el continente se encuentra en una buena posición en la mesa de negociaciones estratégicas contemporáneas, en particular sobre el cambio climático. Sin embargo, Olivier Stuenkel nos recuerda que la consolidación de estas ventanas de oportunidad sigue estando condicionada por la capacidad de los Estados latinoamericanos de hacer converger sus intereses. 

Más allá de esta dicotomía, el capítulo de Jorge Castañeda destaca por su posición intermedia. Señala que la propuesta del NAA es atractiva, pero se enfrenta a tres grandes retos: la división geopolítica y económica de América Latina (especialmente en su variada forma de insertarse en la economía global); la dificultad de equidistancia de posiciones (los regímenes de condicionalidad económica de Estados Unidos y China son radicalmente distintos y politizan las posiciones diplomáticas); y un distanciamiento de ciertas causas que, sin embargo, permitirían una posición efectiva de no alineados (por ejemplo, el cambio climático, los derechos humanos o la democracia). En este último punto, plantea contradicciones que limitan la oportunidad de una posición «no alineada»: el ámbito de los derechos humanos frente al fuerte apego del continente al concepto de no intervención; y el compromiso con el cambio climático frente a la búsqueda del desarrollo socioeconómico.

¿Cómo encaja el NAA en la lógica de la nueva economía política internacional? La atención se centra en cómo se inserta América Latina en la economía internacional. También en este caso, los resultados establecen un escenario bastante pesimista para el continente. Hay muchas pruebas de cómo América Latina está poco integrada en las cadenas de valor globalizadas, cómo sufre los ciclos económicos y cómo su inserción económica internacional sigue siendo un reto, en una tendencia hacia la centralización de los asuntos globales en Asia (o el «espacio euroasiático»). La valoración de un estancamiento de la inserción la plantean Bárcena y Herreros, con un nivel comparable de exportaciones al exterior entre 1970 y 2019 (es decir, en torno al 5,5%). Estos análisis económicos muestran que el continente es frágil y está debilitado por la reprimarización de las exportaciones (vinculada a la relación con China), el atraso tecnológico (y la producción de bienes de bajo valor añadido), el bajo crecimiento económico, la limitada consolidación del mercado intrarregional, una balanza comercial deficitaria y la escasa inversión extranjera directa. Cabe añadir que el deterioro del multilateralismo económico afecta a la capacidad de anticiparse a los fenómenos, en particular a la volatilidad financiera y monetaria (que afecta a las inversiones en el continente). Todos estos elementos contribuyen a reforzar la observación implícita de una incapacidad para moverse, resistir o simplemente existir en el modelo descrito de lucha de poder global entre Estados Unidos y China. Sin embargo, la región sigue siendo heterogénea y los patrones de inserción internacional varían según los países. Existe una clara división entre México, Centroamérica y Sudamérica en particular. Estos análisis coinciden en señalar la insignificancia. Esta tesis se ve alimentada por el hecho de que uno de los pocos remedios posibles para los Estados latinoamericanos es la cooperación regional, la convergencia de intereses y la acción diplomática coordinada. Sin embargo, esta oportunidad no es aprovechada por los gobiernos latinoamericanos por razones que tienen que ver tanto con la alternancia o la inestabilidad de los gobiernos como con la fuerte prevalencia de la soberanía y los intereses nacionales. Frente a este panorama más bien sombrío, hay una serie de elementos que pretenden alimentar una posición de «no alineamiento activo»: una apuesta decidida por el multilateralismo; una acción coordinada en materia de propiedad intelectual (en particular los ADPIC en la OMC, para garantizar la transferencia de tecnología); el establecimiento de mecanismos de consulta para hablar en nombre de la región en el G20; y una mayor orientación hacia la UE (reforzando el diálogo). Todos estos elementos pretenden garantizar la coordinación regional para limitar la capacidad de una gran potencia de imponer sus preferencias y aumentar el margen de maniobra y las coaliciones de contrapeso. La herramienta esencial es la coordinación de las acciones diplomáticas. Como sugiere Diana Tussie, el regionalismo es una herramienta para que América Latina se posicione en un proceso de construcción de un metadiscurso para el siglo XXI (p.295). 

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Los límites del “no alineamiento activo”

Sin duda, este libro de Fortin, Heine y Ominami abre una reflexión sobre un debate estratégico para América Latina en el siglo XXI: ¿qué lugar ocupar en el orden global contemporáneo? Si bien el concepto de NAA ofrece una continuidad y una necesaria actualidad a las ideas que han estado presentes en el continente desde los años 1950, este libro nos invita a profundizar en algunos de los puntos y argumentos que ahora estamos considerando. 

Consolidación de los contornos del concepto

El rápido éxito editorial del libro en América Latina y fuera de ella (en Norteamérica y Europa) se explica en parte por la actualización del concepto histórico de no alineamiento en un momento en que el espectro de la dependencia reaparece en el continente. Sin embargo, si el «no alineamiento» tiene una conocida carga histórica y simbólica, desde el Movimiento de los No Alineados (MNA) hasta el Sur Global, pasando por el tercermundismo o el desarrollismo, la adición del término «activo» no permite definir los contornos de una nueva doctrina para América Latina, como pretenden los autores al convertirlo en el subtítulo de su libro. Aunque no todos los colaboradores se refieren explícitamente al NAA ni contribuyen al debate conceptual, las propuestas existentes tampoco permiten consolidar con precisión sus contornos. Los objetivos del NAA, así como las estrategias, son objeto de concepciones muy heterogéneas. En consecuencia, el NAA se convierte a menudo en sinónimo de una mejor «inserción económica internacional», de una convergencia regional de intereses o de una coordinación de las acciones diplomáticas, o incluso más regularmente de una búsqueda de autonomía. Aunque hay consenso sobre el objetivo (la defensa de un estatus internacional) y el instrumento (la cooperación y coordinación regional) del NAA, su verdadera naturaleza sigue sin estar clara. Los autores señalan la diferente naturaleza del NAA respecto a la neutralidad, pero algunos colaboradores mencionan la idea de que el NAA invita principalmente a los Estados latinoamericanos a mantenerse alejados de las disputas hegemónicas. Por otro lado, ¿es el NAA sinónimo de equidistancia diplomática? El debate iniciado por Tokatlian, que apoya esta opción y se opone a los autores, no permite zanjar y aclarar el concepto. Los tres autores han aclarado en otro lugar que NAA no significa «equidistancia» (NUSO 2020). Si bien la utilidad de la reflexión y el debate es innegable, hay que señalar que en el plano conceptual, la propuesta del NAA -como doctrina, además- sigue sin consolidarse. La riqueza de este libro consistirá, sin embargo, en haber abierto una brecha importante al entablar un diálogo tanto entre académicos como entre profesionales (muchos ex-diplomáticos contribuyen al libro) en un terreno diplomático altamente estratégico para el futuro de los Estados del continente.

¿De qué Estados latinoamericanos estamos hablando?

Si bien el NAA abre la reflexión sobre la autonomía o independencia de los Estados en relación con los poderes externos, no está de más cuestionar la naturaleza y la posición de los Estados en cuestión. A este respecto, cabe señalar que son esencialmente los Estados más desarrollados económica y socialmente y los que cuentan con un aparato diplomático más robusto los que más a menudo son objeto de la reflexión del libro. Sin embargo, no es neutral alimentar una reflexión sobre la autonomía internacional tomando, como ilustración y objeto de estudio, los casos tradicionalmente catalogados como «potencias medias». De hecho, los cuatro países destacados al final del libro -Chile, Argentina, Perú y Brasil- son casos que desdibujan la distribución del poder a escala internacional. Estos países se encuentran a veces tanto en los clubes y escenarios multilaterales de los llamados Estados desarrollados (OCDE, G20, BRICS, etc.) como en los espacios ocupados por los Estados menos desarrollados o en desarrollo (LAM, G77+China, etc.). Ante esta observación, podemos añadir naturalmente a México, que sigue una lógica dual similar. Sin embargo, esta singularidad puede inducir un importante sesgo analítico, ya que se trata de alimentar una reflexión sobre el no alineamiento activo para los Estados que tienen suficientes capacidades materiales y simbólicas para posicionarse internacionalmente, o incluso para desafiar potencialmente a ciertas potencias (en particular Brasil y México). Es la omisión de los Estados pequeños o frágiles, que son numerosos en la escala del continente, lo que invita a una mayor reflexión conceptual. Esta fragilidad, que puede expresarse tanto en el plano económico (retraso en el desarrollo, Honduras, Guatemala, por ejemplo) como en el político (regímenes políticos a la deriva, como en el caso de Venezuela y Nicaragua), no tiene las mismas implicaciones para el concepto de NAA. El no alineamiento activo no será el mismo para los países pertenecientes a la OCDE (Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica) que para los que se enfrentan a repetidas crisis económicas y/o políticas (Argentina, El Salvador, Ecuador). El no alineamiento activo no tendrá la misma resonancia para una democracia consolidada que para una nación que experimenta el ascenso del populismo y/o el autoritarismo. Tener en cuenta los intereses y las estrategias de los Estados pequeños, así como la variación de los regímenes políticos latinoamericanos, nos permitiría introducir una mayor solidez conceptual al posibilitar la superación de los debates relativos a la neutralidad o la equidistancia y razonar a través de un enfoque relacional basado en las posiciones diferenciadas y fluctuantes de los Estados en la escena internacional. Por último, cabe señalar que la cooperación regional no es la única ayuda o estrategia movilizada por los Estados. Entre estos «pequeños Estados», la búsqueda de prestigio invirtiendo en nichos diplomáticos o la contestación son medios que hoy completan el abanico de estrategias diplomáticas de las que disponen los Estados que carecen o buscan un estatus internacional. 

¿De qué tipo de diplomacia(s) estamos hablando?

Con la ola progresista que recorrió el continente a principios de los años 2000 (llegada masiva al poder de los llamados gobiernos de izquierda o «progresistas»), y la fuerte personalización del poder por parte de los líderes políticos de la época, se podría distinguir entre «diplomacia presidencial» y «diplomacia profesional». La primera se inscribe en un corto período de tiempo, el de la «responsabilidad democrática», que, para producir resultados y visibilidad, debe formar parte del debate público en una lógica de ruptura y/o activismo. Así, tanto desde el escenario nacional como en el exterior, durante las visitas oficiales o en las cumbres multilaterales (regionales o mundiales), los presidentes asumen compromisos retóricos (Jenne et al. 2017), dirigidos a la opinión pública. Las relaciones de poder políticas nacionales e internacionales han justificado regularmente el uso de la diplomacia que busca lo espectacular, a menudo alimentada por los propios líderes populistas. Sin embargo, paralelamente a esta «diplomacia presidencial», existe otra diplomacia, denominada «profesional» porque la llevan a cabo los diplomáticos de carrera de los ministerios de relaciones exteriores, de las embajadas o de las representaciones permanentes, que se inscribe en el largo plazo y juega el juego de la estabilidad y la continuidad. Esta continuidad es la garantía de credibilidad y confianza ante los socios internacionales en los foros multilaterales. Este vacío fue descrito recientemente por Mélanie Albaret y Elodie Brun en relación con la política exterior de Venezuela en las Naciones Unidas. Demuestran que más allá de la virulenta y vehemente retórica de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, la acción diplomática de Venezuela en el Consejo de Seguridad es en realidad mucho más apagada, consensuada y colaborativa (Albaret y Brun 2022). Esta es una faceta de la realidad que queda oculta en el libro de Fortin, Heine y Ominami. Sin embargo, tener en cuenta este posible desacoplamiento ayuda a matizar la idea de una degradación sistemática de América Latina en los asuntos internacionales. La observación de que existe una tendencia a que América Latina pase de la periferia a la marginalidad internacional, o de que el continente es insignificante, oscurece una serie de dinámicas que no se desarrollan en el «escenario iluminado» de las relaciones internacionales, sino más bien entre bambalinas y en la oscuridad de la fábrica (de la ONU o no) de normas globales. Como prueba, pero sin ser exhaustivo, cabe mencionar la continuidad de los compromisos diplomáticos brasileños -sobre todo en materia de derechos de género y reproducción sexual negociados en Ginebra- a pesar de la presidencia ultraconservadora de Jair Bolsonaro; la influencia decisiva de los Estados continentales y caribeños en el desarrollo de normas globales sobre la protección de la biodiversidad marina y, más ampliamente, sobre el cambio climático (Edwards y Roberts 2015); y el papel de América Latina en las negociaciones sobre la prohibición de las armas nucleares (Patti 2021, Rodríguez y Mendenhall 2022). Sobre esta base, la observación de la desclasificación merece no sólo ser matizada sino, sobre todo, sometida a la prueba de los hechos contemporáneos. Si América Latina parece estar ausente del equilibrio de poder internacional, ¿lo está también en la elaboración de normas globales para el siglo XXI? El libro invitará inevitablemente a ampliar este debate.

Notas al pie
  1. Todas las referencias entre paréntesis remiten a la siguiente bibliografía:

    Rodriguez J.L., Mendenhall E., “Nuclear Weapon-Free Zones and the Issue of Maritime Transit in Latin America,” International Affairs, vol. 98, no. 3, 2022, pp. 819-836. 

    Albaret, M., Brun, É. (2022) “Dissenting at the United Nations : Interaction orders and Venezuelan contestation practices (2015–16)”, Review of International Studies, 48(3), 523-542

    Parthenay Kevin, Crises en Amérique latine. Les démocraties déracinées, Paris, Armand Colin, 2020. 

    Parthenay Kevin, “La diplomatie des vaccins anti-covid en Amérique latine et Caraïbe. Repenser la dichotomie dépendance versus autonomie  », Annuaire français des Relations internationales, vol.23, p.332-362, 2022,  

    Edwards, Guy, J. Timmons Roberts, A Fragmented Continent : Latin America and the Global Politics of Climate Change, Cambridge, MA : MIT Press, 2015

    Patti Carlos, Brazil in the Global Nuclear Order, 1945-2018. Baltimore : Johns Hopkins University Press, 2021

    Jenne, N., Schenoni, L. L., Urdinez, F., “Of words and deeds : Latin American declaratory regionalism, 1994–2014”, Cambridge Review of International Affairs30(2-3), 195-215, 2017.

    Fortin C, Heine J, Ominami C, «  El no alineamiento activo  : un camino para América Latina”, Nueva Sociedad, septembre 2020. https://nuso.org/articulo/el-no-alineamiento-activo-una-camino-para-america-latina/ 

    Actis Esteban, Creus, Nicolas (Eds), La Disputa por el poder global. China contra Estados Unidos en la crisis de la pandemia, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2020

    Allison Graham, Destined For War : Can America and China Escape Thucydides’s Trap ?, Mariner Books, 2017

    Helleiner Eric, Forgotten Foundations of Bretton Woods : International Development and the Making of the Postwar Order, Oxford University Press, 2014

    Sikkink, Kathryn. “Latin American Countries as Norm Protagonists of the Idea of International Human Rights.” Global Governance, vol. 20, no. 3, 2014, pp. 389–404

    Schulz Andreas-Carsten, “Accidental Activists : Latin American Status-Seeking at The Hague”, International Studies Quarterly, 61:3 (2017), 612-622.Schenoni, Andrés Malamud (2021), «  Sobre la creciente irrelevancia de América Latina  », Nueva Sociedad (NUSO) Nº 291, 66-79

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