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La larga lucha por la integración

Las ideas sobre integración y unión de la región surgen estrechamente relacionadas con la independencia y el periodo inmediato posterior. Fue a partir de las luchas independentistas y de su conclusión en las nacientes Repúblicas que cobraron fuerza los esfuerzos por la unión, en principio para enfrentar amenazas comunes y, en seguida, para la construcción de objetivos comunes. Dentro de este primer momento, destacan los esfuerzos de Simón Bolívar, Francisco de Miranda y Francisco Morazán.

Según Da Silva y Orso1, Bolívar planteaba en sus escritos que las razones para la unidad hispanoamericana se encuentran en la similitud y coincidencias en la lengua, religión, orígenes y costumbres comunes en las entidades que otrora conformaban el imperio español; pero también pudo identificar claramente los principales obstáculos como el clima, idiosincrasias diversas, intereses opuestos entre los centros y las periferias, distancias remotas y dificultades de comunicación.

Francisco de Miranda creía en una unión americana independiente, donde observaba que el continente podría devidirse en dos grandes sectores: la América, al norte del hemisferio, con Estados Unidos y Canadá; y la Colombia, al sur, con todas las naciones independizadas.

Morazán, por su parte, luchó por la unidad centroamericana y llegó a gobernar la República Federal de Centroamérica en el turbulento periodo de 1830 a 1839, realizando varias reformas liberales en los campos de la educación, la libertad de prensa y la religión. Además, limitó el poder del clero con la abolición del diezmo y la separación del Estado y la Iglesia.

¿Pero qué tienen en común esos proyectos y la forma en que se realizó su desenlace? La principal similitud es que todos estuvieron contrastados con factores favorables y factores adversos que posibilitaron, algunas veces, un mayor empuje y, otras, un retroceso en los procesos de unidad o integración latinoamericana. Lo cierto es que, desde la época de la independencia, estos procesos han sufrido una serie de altos y bajos hasta llegar a la situación actual.

Posterior a esos esfuerzos iniciales encontramos una serie de ofensivas y contra ofensivas relativas al proceso de integración y unidad latinoamericanas.

Un hito fundamental en dicho proceso fue el Congreso Anfictiónico o Congreso de Panamá, realizado en 1826, y al que asistieron Perú, América Central, México y Colombia. Algunos de los objetivos de dicho congreso fueron: el afianzamiento de la independencia, una paz firme y duradera, la seguridad, la no intervención, la igualdad jurídica de los Estados, la creación de un congreso permanente de plenipotenciarios, la constitución de un tratado de unión, la posibilidad de crear un Derecho Internacional Americano para solucionar las diferencias, la defensa de la integridad territorial de los países y la abolición de la esclavitud. Luego de dicho congreso hubo varios encuentros y tentativas, pero no derivaron en una instancia de integración, mucho menos de unidad latinoamericana.

Ya para finales del siglo XIX y principios del siglo XX, Estados Unidos, al verse fuera de los esfuerzos del sur, algunos de los cuales estuvieron aglutinados alrededor de enfrentar el intervencionismo en la región, comenzó a mover sus fichas para gestar una empresa continental basada en el concepto del panamericanismo. Así, se organizó en Estados Unidos la Primera Conferencia Panamericana, entre finales de 1889 y principios de 1890. La propuesta consistía en la creación de una unión aduanera entre las repúblicas americanas y la creación de un sistema de arbitraje para la resolución de conflictos.

Ya para finales del siglo XIX y principios del siglo XX, Estados Unidos, al verse fuera de los esfuerzos del sur, algunos de los cuales estuvieron aglutinados alrededor de enfrentar el intervencionismo en la región, comenzó a mover sus fichas para gestar una empresa continental basada en el concepto del panamericanismo.

Hugo Martínez

Estados Unidos pretendía con esta propuesta, dado su poder económico y militar crecientes, ser, en el fondo, el gran árbitro que decidiera qué país estaba haciendo bien las cosas y cuál no; como lo diría Theodore Roosevelt más adelante, “si una nación demuestra que sabe comportarse con eficiencia y decencia razonables en los asuntos sociales y políticos, si mantiene el orden y cumple con sus obligaciones, no tiene por qué temer a una injerencia de los Estados Unidos”2.

Varios esfuerzos concurrentes llevaron a la fundación, en 1948, de la Organización de Estados Americanos (OEA), que, si bien en su génesis recogía incluso algunos postulados de Bolívar y ha desarrollado iniciativas provechosas para la región, también en algunas ocasiones ha actuado como  un instrumento de intervención en sí mismo. Valga recordar, en ese sentido, la intervención armada en República Dominicana y el aval explícito o implícito para otros penosos hechos.

Paralelo a la OEA se desarrollan esfuerzos de integración tanto en Suramérica como en Centroamérica, de los cuales surgen la Organización de Estados Centroamericanos (ODECA), La Alianza Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), el Pacto Andino y la Asociación Latinoamérica de Integración (ALADI). Algunos de estos esfuerzos derivaron en iniciativas más recientes como el Sistema de Integración Centroamericana (SICA) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).

Esta última nace de la conjunción del Grupo de Río y la Cumbre de América Latina y el Caribe (CALC) y su acto constitutivo se desarrolló en Playa del Carmen, México, el 23 de febrero de 2010. Eran épocas de tensión en algunos países y en el retiro privado de mandatarios se desarrollaron fuertes enfrentamientos, como el protagonizado por los expresidentes Álvaro Uribe, de Colombia, y Hugo Chávez, de Venezuela. A pesar de esos acontecimientos, la CELAC inició oficialmente su proceso de constitución, el cual once años después aún no ha concluido. Desacuerdos sobre política exterior, el papel del Estado y, principalmente, posicionamientos frente a situaciones internas de algunos países no han permitido avanzar con la celeridad que se necesita.

Por su parte, el SICA, que inicia como un esfuerzo de relanzamiento de la ODECA, ha tenido un camino menos accidentado, pero que no ha estado exento de la inercia y de la burocracia; cuenta con cinco ejes estratégicos de trabajo y varias políticas comunes de los países de la región. Sin embargo, no se han podido lograr los sueños iniciales como la libre movilidad de personas y la libre movilidad de mercancías (Mercado Común Centroamericano).

Así pues, todos estos procesos han sufrido los vaivenes de la geopolítica global y continental. Por ejemplo, cuando Estados Unidos lanzó el Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA), algunos países de la región lanzaron la Alianza Bolivariana de los Pueblos (ALBA); pero lo cierto es que esas iniciativas no han alcanzado los ambiciosos objetivos con los que fueron creados.

La acumulación de las divisiones, la llegada al poder de gobiernos conservadores y la multiplicación de las crisis políticas en varios Estados de la región alimentaron una dinámica de politización de varias formas de cooperación

Hugo Martínez

Mas recientemente se crearon también el Grupo de Lima que dejó de lado el criterio geográfico de agrupamiento (uno coincidente en la mayoría de los anteriores esfuerzos) para dar paso a supuestas coincidencias ideológicas pero que tuvo en su alfa y omega el posicionamiento sobre la situación interna de Venezuela.

La acumulación de las divisiones, la llegada al poder de gobiernos conservadores y la multiplicación de las crisis políticas en varios Estados de la región, nutridas por la recomposición de balances internacionales de poder, alimentaron una dinámica de politización de varias formas de cooperación3.

En este contexto, la región ha sufrido flujos y reflujos que hacen ver el proceso de integración y unidad como la búsqueda de un horizonte que aparentemente está cerca; pero, cuando se camina a su encuentro y se avanza un trecho, otra vez parece inalcanzable y de nuevo hay que impulsar más esfuerzos para seguirse acercando a ese horizonte, en nuestro caso a ese objetivo, porque no se logra alcanzar plenamente.

Obstáculos y motores para la integración

Por todo lo anterior, es importante que la región recupere su propia identidad, que las decisiones que tomen los países sean con base en el interés supremo de sus pueblos y no con base en los deseos o intereses de una potencia extranjera o de una élite regional o global.

Y es que, precisamente, uno de los principales obstáculos a la integración ha sido que, por lo general, se han puesto por encima de la aspiración regional ciertos intereses que no son necesariamente los nacionales de un país, sino más bien los de ciertas élites.

Además, como ya se ha señalado, ha sido una constante el intervencionismo de fuerzas foráneas que, estando claras que la región unida se convertiría en una potencia, tratan de bloquear e interferir a toda costa en los procesos de unidad e integración de la región.

Ha sido una constante el intervencionismo de fuerzas foráneas que, estando claras que la región unida se convertiría en una potencia, tratan de bloquear e interferir a toda costa en los procesos de unidad e integración de la región.

Hugo Martínez

Pero aun con estas dificultades, no hay duda de que, durante los diferentes periodos históricos en este andar, han existido también factores que han sido catalizadores del proceso de integración. Dichos factores están más relacionados con ciertas similitudes culturales, amenazas coyunturales como invasiones y desastres naturales, o con los estilos de liderazgo de los dirigentes de la región. Precisamente el momento que atravesamos representa una de esas coyunturas que amenazan el desarrollo de América Latina y que bien pueden ser motor para relevantes esfuerzos integracionistas, a fin de atenuar el impacto de la pandemia de COVID sobre los pueblos de nuestra región. 

En ese sentido, igual de importantes serán, como lo han sido ya en otras etapas determinadas de la historia latinoamericana, aspectos como la coincidencia de principios o la voluntad política que tengan los tomadores de decisiones.

Latinoamerica Hoy


El 2020 ha sido un año sumamente adverso para América Latina, pues, además de la pandemia, ha tenido varios desastres naturales, crisis democráticas (golpes de Estado), en algunos casos gobiernos populistas; la región arrastraba ya varios años de desaceleración económica y tiene poca capacidad fiscal para enfrentar dichas dificultades.

Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)4, el Producto Interno Bruto cayó un 7.7% en la región, se perdieron unos 47 millones de empleos en el segundo trimestre del año pasado y en el tercero solamente se han podido recuperar 12 millones, pero realmente son trabajos de menor calidad que los anteriores; como resultado, unos 45 millones de personas han entrado en la pobreza. Por otra parte, el Programa Mundial de Alimentos ha proyectado que unos 14 millones de personas estarían padeciendo de inseguridad alimentaria severa en la región5.

Antes de la pandemia, la región ya mostraba un bajo crecimiento económico: en promedio un 0,3% en el sexenio 2014-2019, y, específicamente en 2019, una tasa de 0,1%. A ese bajo crecimiento económico se suman ahora los choques externos negativos y la necesidad de implementar políticas de confinamiento, distanciamiento físico y cierre de actividades productivas, lo que hizo que la emergencia sanitaria se materializara en la peor crisis económica, social y productiva que ha vivido la región, según plantea CEPAL en su balance preliminar de las economías de América Latina y el Caribe6.

¿Tiene futuro la integración?

La unidad latinoamericana ha sido el sueño de muchos, también ha sido una lucha constante, pero, como se ha dicho, siempre han existido catalizadores y obstáculos a dicho proceso.

Pero la integración no es solamente un sueño o una coincidencia de intereses, sino también una necesidad imperativa con base en los desafíos que enfrenta la región actualmente. Aun así, tampoco se puede aspirar a la idea utópica de unicidad dada la diversidad de pensamientos en la región. La fórmula que mejor expresa esa posibilidad de unidad es la enunciada en la Cumbre de la CELAC que tuvo como sede La Habana, Cuba en 2014: Unidad en la diversidad.

La integración no es solamente un sueño o una coincidencia de intereses, sino también una necesidad imperativa con base en los desafíos que enfrenta la región actualmente.

Hugo Martínez

Esa es la posibilidad realista de tener a una Latinoamérica unida que sume esfuerzos para enfrentar pandemias, desastres naturales, flagelos como la inseguridad alimentaria, negociaciones comerciales con otros bloques; para hacer también una cooperación sur-sur que permita sinergias para enfrentar los grandes desafíos. Mientras prevalezcan esos retos y oportunidades, siempre habrá suficiente espacio para la integración y unidad latinoamericanas.

Latinoamérica debe verse a sí misma preferiblemente, antes de ver al norte, al oriente o al occidente, y construir cimientos sólidos en una parte del planeta que tiene gran biodiversidad, grandes reservas energéticas, amplias posibilidades de extender el uso de energías renovables, pues, por ejemplo, es una región que tiene viento, sol y mar por todos sus costados.

La región debe aprovechar su potencial para convertirse en un actor más protagónico, más proactivo en un mundo cada vez más complejo y en dificultades. Es una región de paz cuyos países fueron superando sus conflictos armados internos o bilaterales, una región libre de armas nucleares a la luz del Tratado de Tlatelolco, con procesos de paz ejemplares como el de El Salvador, que ha servido de referente para otros procesos en el mundo. Estos y otros puntos a favor deben ser tomados en cuenta para que Latinoamérica luzca su mejor rostro y recupere su autoestima frente al mundo. 

Premisas básicas para avanzar hacia una mayor integració

La premisa básica para la construcción de un verdadero bloque regional es, como se ha dicho, Unidad en la Diversidad; pero, aunados a esta, deben considerarse factores como el respeto a la soberanía y la autodeterminación, el respeto al estado de derecho y al ordenamiento interno de cada nación, la consolidación de la paz, la democracia y los derechos humanos.

Por otra parte, deben fortalecerse las instancias regionales y subregionales como verdaderos actores que diseñan, proponen e implementan, con el aval de los países miembros las diferentes políticas, planes y proyectos para avanzar en el proceso de integración y, a la postre, de unidad latinoamericana.

Deben fortalecerse las instancias regionales y subregionales como verdaderos actores que diseñan, proponen e implementan, con el aval de los países miembros las diferentes políticas

Hugo Martínez

Esta región, a pesar de ser rica en recursos, sigue siendo una de las más desiguales en el mundo; entonces el problema no es que no haya riqueza, sino la forma en que esta se aprovecha.

Es probable que ningún político en la región diga que está a favor de la pobreza y la desigualdad. Las campañas políticas están llenas de declaraciones de buenas intenciones, pero definitivamente no basta con esas buenas intenciones; son necesarias acciones concretas que ayuden a sacar a millones de latinoamericanos de la pobreza y lograr que la región sea menos desigual.

No ver esto como un asunto estratégico es definitivamente un grave error. Aun aquellos que solamente piensan en sus negocios deberían pensar que una mayor pobreza y desigualdad siempre traen consigo mayor inestabilidad y, por consiguiente, más riesgo y dificultad para hacer negocios.

Para avanzar en esta necesaria integración se deben desmontar (o al menos disminuir) las barreras político-ideológicas y se debe avanzar en una visión más pragmática que permita construir un consenso a partir de los desafíos urgentes que se enfrentan.

Para avanzar en esta necesaria integración se deben desmontar (o al menos disminuir) las barreras político-ideológicas y se debe avanzar en una visión más pragmática.

Hugo Martínez

Es necesario construir un nuevo consenso, un nuevo pacto social, basado en la reducción de la pobreza y la desigualdad, pero que, al mismo tiempo, genere prosperidad, seguridad y estabilidad en la región. Y, por supuesto, teniendo en cuenta también dos factores fundamentales: la igualdad de género y el respeto al medio ambiente.

Se debe avanzar entonces paralelamente en garantizar las medidas que nos permitan alcanzar mayor prosperidad, así como que nos garanticen que más gente tenga acceso a los frutos de esa prosperidad y que la región sea cada vez menos desigual.

En el documento citado anteriormente, CEPAL plantea la necesidad de priorizar el gasto para la reactivación y transformación económica y social mediante el fomento de la inversión intensiva en empleo y ambientalmente sostenible en sectores estratégicos; extender el ingreso básico a personas en situación de pobreza; otorgar financiamiento a micro, pequeñas y medianas empresas (MIPYMES); entregar incentivos al desarrollo productivo, revolución digital para la sostenibilidad y tecnologías limpias; y universalizar los sistemas de protección social7.

Asimismo, es necesario remarcar que la ayuda financiera internacional ha sido limitada en los últimos años y está claro que los esfuerzos nacionales de cada país no son suficientes para lograr la reactivación y la transformación económica, por lo que la región, como bloque, debe hacer un llamado a la comunidad internacional a fin de lograr el financiamiento y la cooperación necesarias.

Otro gran componente tendría que ser la búsqueda de una mayor inversión nacional y extranjera directa, sobre todo en rubros que signifiquen un giro en la matriz productiva de América Latina, como son las energías renovables, el turismo sostenible, las nuevas tecnologías (incluyendo inteligencia artificial) y la biotecnología.

Otro gran componente tendría que ser la búsqueda de una mayor inversión nacional y extranjera directa, sobre todo en rubros que signifiquen un giro en la matriz productiva de América Latina

Hugo Martínez

Para todo esto, la región debe cultivar sus relaciones no solamente desde el punto de vista comercial, sino también estas deben ser vistas desde una perspectiva estratégica. Teniendo en cuenta que los primeros socios comerciales son Estados Unidos, China y la Unión Europea, debe haber un esfuerzo hacia fortalecer la relación con estos, pero también hacia ampliar la relaciones con socios emergentes que le permita tener un abanico de opciones.

De igual forma, se debe valorar la coincidencia en visión y valores sobre el futuro del planeta. Ya en 2017 CELAC y la Unión Europea habían avanzado en la definición de tres ejes fundamentales de trabajo: un multilateralismo fuerte y efectivo, la lucha contra el cambio climático y el respeto a los derechos humanos.

Ahora la relación birregional se está intentando relanzar con nuevos brillos, con México al frente de la CELAC y con Portugal, que será sucedido por Eslovenia y Francia en los siguientes semestres, al frente de la Unión Europea. En ese sentido, es importante resaltar que, en su reciente reunión informal, los cancilleres de Europa y América Latina y el Caribe subrayaron la necesidad de garantizar una recuperación sólida y sostenible, y de construir economías y sociedades más innovadoras, inclusivas y resilientes, incluso aprovechando mejor las oportunidades comerciales y de inversión, y fortaleciendo la participación de las mujeres en todos los ámbitos8.

La región debe aprovechar también el cambio de administración en Estados Unidos para fundar una nueva era en las relaciones con esa potencia global. Afortunadamente, han quedado atrás los delirios narcisistas y racistas del presidente Trump, pero sin duda se enfrentarán otros desafíos que pueden ser sorteados de mejor manera si Latinoamérica se encuentra unida. Hay que aprovechar los anuncios realizados para avanzar en temas tan delicados como la migración y el cambio climático, sin perder de vista que habrá temas más complejos y que no en todos se estará de acuerdo.

La relación, como bloque latinoamericano, con China es relativamente reciente y, por tanto, esa posibilidad de construir sobre algo nuevo debe ser aprovechada

Hugo Martínez

El presidente Biden y su equipo trabajaron de cerca con la región y la conocen muy bien, la visitaron varias veces (unas 16) durante la administración Obama y estuvieron al frente de iniciativas como la Alianza para la Prosperidad en Triángulo Norte. 

En tanto, la relación, como bloque latinoamericano, con China es relativamente reciente y, por tanto, esa posibilidad de construir sobre algo nuevo debe ser aprovechada para trabajar con base en principios y valores compartidos que, a su vez, permitan descartar cualquier asomo de hegemonismo, que sería más de lo mismo, solamente que con diferente actor.

Como se ha mencionado, es importante valorar otros espacios, otros países, otros bloques como los países escandinavos, países asiáticos, Canadá, Medio Oriente, India, Australia, Sudáfrica y el continente africano en su totalidad. De todos tenemos algo que aprender, algo que recibir, pero también algo que enseñar y que dar.

Siempre se ha dicho que cada crisis representa una oportunidad y, si bien es cierto esta es la crisis más grande que enfrenta la región durante los últimos cien años, también es cierto que la región tiene un gran potencial para salir adelante.

Un día, en una visita de campo en el norte de Morazán, departamento de El Salvador que lleva su nombre en honor al prócer unionista Francisco Morazán, un excombatiente miembro de una cooperativa me mostró unos palillos de madera en sus manos y me dijo “Mira, esto es lo que hemos aprendido nosotros, si tomo un palillo lo puedo quebrar sin ninguna dificultad con los dedos de mi mano, pero si los tomo todos al mismo tiempo es imposible quebrarlos, por eso estamos unidos y por eso formo parte de esta cooperativa”. Ojalá nuestros liderazgos puedan comprender esa humilde pero contundente lección: si estamos unidos, no habrá nada que nos pueda destruir como bloque regional.