Tim Walz: un populista de las praderas se une a la candidatura de Kamala Harris

Princeton, NJ, 6 de agosto de 2024

Hace apenas dos semanas y media que Joe Biden decidió poner fin a su campaña de reelección, y en ese tiempo la carrera por la presidencia ha cambiado radicalmente.

La mayoría de los demócratas estaban preocupados por la elección de la vicepresidenta Kamala Harris, por las razones que explicaba en mi última crónica. Pero hay que decir que, hasta ahora, no ha dado ningún paso en falso. En pocos días, ha conseguido la nominación, se ha ganado el apoyo de todas las grandes figuras del partido y ha organizado animados mítines que han puesto inmediatamente de relieve el contraste entre ella y el tambaleante presidente —por no hablar del que existe entre ella y Donald Trump—. Los sondeos la sitúan ahora a la par o ligeramente por delante de Trump1

El 6 de agosto, eligió al gobernador de Minnesota, Tim Walz, como candidato a la vicepresidencia, creando un impulso de energía y entusiasmo renovados de cara a la convención demócrata que comienza dentro de dos semanas.

Según todos los indicios, la elección del vicepresidente se reducía a dos gobernadores demócratas: Walz y Josh Shapiro, de Pensilvania. Las diferencias eran evidentes: Shapiro tiene 51 años pero parece más joven; es brillante, dinámico y pertenece a la élite de la Costa Este; es hijo de un médico judío de los suburbios de Filadelfia y licenciado en Derecho por Georgetown. Walz tiene 60 años pero aparenta más edad de la que tiene; desprende bonhomía y un aire relajado. Luterano, antiguo profesor de geografía y entrenador de fútbol americano, procede de la agricultura y sirvió mucho tiempo en la Guardia Nacional. En resumen, es un hijo del Medio Oeste —un «populista de las praderas»—.

Ambos han sido gobernadores de especial éxito y mantienen posturas de izquierdas relativamente similares, aunque Shapiro es un poco más conservador: está a favor de bajar los impuestos de sociedades y de que el Estado subvencione la matrícula de los colegios públicos. Walz procede de la larga tradición del partido demócrata-agricultor-laborista de Minnesota y ha firmado leyes que codifican el derecho al aborto, legalizan el cannabis y garantizan almuerzos escolares gratuitos.

Tim Walz parece la opción más prudente.

DAVID A. BELL

La popularidad de Josh Shapiro en su crucial y muy dividido estado de Pensilvania —con sus 19 cruciales votos del colegio electoral— le convertía en muchos sentidos en la opción más obvia.

El encuestador Nate Silver afirmó que esa elección habría aumentado las posibilidades de Kamala Harris de ser elegida más que cualquier otro posible candidato a vicepresidente2. Pero el ala más a la izquierda del partido se opuso firmemente a él por su inquebrantable apoyo a Israel3 y sus duras críticas a los estudiantes propalestinos que se manifestaron la pasada primavera, llegando incluso a ponerle el apodo de «Genocide Josh». La elección de Shapiro podía dividir al partido y provocar protestas en la convención. El periodista progresista David Klion, autor de un influyente artículo contra Shapiro4, cree que «el objetivo era dejar claro que la izquierda ve el sionismo duro (hardcore Zionism) como un lastre para la política demócrata, ¿y saben qué? Creo que lo hemos conseguido»5. Como era de esperar, los republicanos recibieron la elección de Walz acusando a Harris de complacer al antisemitismo6.

Tim Walz parece entonces la opción más prudente, aunque su historial liberal, sobre todo en materia de inmigración, dará a la campaña de Donald Trump abundante material para sus anuncios de ataque. 

Pero no es sólo una elección cómoda —sino también inteligente—. 

En primer lugar, Kamala Harris hace bien en no subestimar hasta qué punto el enfado del ala izquierda del partido podría dañar su campaña a estas alturas. Aunque el número de votantes que ven el conflicto de Oriente Medio como una cuestión realmente decisiva sigue siendo bajo, la percepción de un partido dividido y desanimado a sólo tres meses de las elecciones podría perturbar significativamente el impulso que Kamala Harris ha logrado construir.

Otro factor importante es que, por el momento, el propio Trump parece estar perdiendo impulso. La retirada de Biden y el rápido ascenso de Harris han roto el impulso creado por su debate con Biden y el intento de asesinato que sufrió. La elección del abiertamente hipócrita e impopular J. D. Vance como candidato republicano a la vicepresidencia fue un redoble de la ideología MAGA de línea dura que reflejaba el exceso de confianza de Trump. Hasta ahora ha resultado bastante desastroso. Las extrañas, incoherentes y siniestras declaraciones públicas de Trump se han vuelto aún más extrañas, incoherentes y siniestras. Le hemos visto comparecer ante un grupo de periodistas negros y cuestionar el hecho de que Kamala Harris sea negra, o declarar a un grupo de cristianos que con él «[ya no tendrían] que votar»7.

Kamala Harris aplica a la perfección la máxima napoleónica: «Nunca interrumpas a un adversario mientras comete un error».

DAVID A. BELL

Algunas personas de dentro del Partido Republicano han llegado a decir a los periodistas que están preocupados por lo que describen como un «public nervous breakdown«8 de Donald Trump. En las redes sociales, Trump ataca a Harris con su estilo habitual, llamándola «idiota», «estúpida» y de «bajo coeficiente intelectual». Los demócratas, por su parte, llaman la atención sobre el impresionante número de personas nombradas por Trump que le consideran no apto para el cargo9.

Aprovechando esta dinámica, Harris está aplicando a la perfección la máxima napoleónica: «Nunca interrumpas a un oponente mientras comete un error».

Pero el elemento clave es el propio Walz.

Entusiasmó a los demócratas con una línea de ataque contra Trump que funcionó sorprendentemente bien: se limitó a llamar «raro« (weird) al expresidente. Pero sobre todo, más que Shapiro, es extremadamente simpático. Se comunica fácilmente con los votantes. Entiende las preocupaciones cotidianas. En una reveladora entrevista con Ezra Klein, del New York Times, destacó la desconexión de Donald Trump con los estadounidenses ordinarios de la siguiente manera: «Intente por un segundo imaginar a Donald Trump llegando a casa después de un día de trabajo, cogiendo un frisbee y lanzándolo. Su perro lo atrapa, corre hacia él y le frota la barriga porque es un buen perro». En una foto que se ha convertido en meme, Walz posa con un cerdito. Como congresista en 2016, fue reelegido en un distrito que votó a Trump por un margen de 17 puntos.

Todas estas dimensiones son importantes para los demócratas. Lo que motiva a los votantes de Trump más que cualquier otra cosa es el resentimiento y la ira contra las élites estadounidenses: la sensación de que los graduados ricos de prestigiosas universidades, fuera de alcance, carentes de patriotismo tanto como de sentido común, están inundando deliberadamente el país de inmigrantes, enviando puestos de trabajo al extranjero, provocando una inflación ruinosa y, en general, «destruyendo Estados Unidos». Fox News, Newsmax, Sinclair Media, los locutores de radio conservadores y los sitios web de la nebulosa MAGA repiten este mensaje ad nauseam, veinticuatro horas al día, y está teniendo un claro impacto en los swing states, aumentando la participación republicana y marcando la diferencia al menos con algunos votantes indecisos. En términos de posiciones políticas reales, con su historial marcadamente de izquierda, Walz es más fácil de caricaturizar de esta manera que Shapiro. Pero cuando se trata de contexto y personalidad, no hay discusión posible.

Walz ayudará a tranquilizar a los votantes que ven a Kamala Harris desconectada de la realidad o que, al oír silbidos racistas, se preguntan si es una «auténtica estadounidense». Irónicamente, son Trump y J.D. Vance —dos ricos graduados de la Ivy League— quienes en realidad tienen muchas más probabilidades de ser asociados con esta élite estadounidense que Harris, que asistió a la históricamente negra Universidad de Howard, y Walz. Trump, por supuesto, ha construido su imagen y su carrera presentándose como un outsider furioso: el hijo de Queens que despotrica constantemente contra la gente brillante de Manhattan —con la que, en realidad, ha intentado con uñas y dientes ganarse la aceptación durante varias décadas, pero da igual—.El posicionamiento de izquierdas de Walz —que se acentuó tras su elección como gobernador— es importante, como también lo es el historial liberal de Harris, que al fin y al cabo creció en la política californiana. Como ha escrito Jonathan Chait, tras haber satisfecho a la izquierda con su elección de Walz, la candidata demócrata debe ahora pivotar hacia el centro10. Los republicanos, por supuesto, la acusarán de hipocresía. Pero viniendo del partido cuyo candidato a la vicepresidencia llamó a su compañero de fórmula «el Hitler de América» y que ahora se postra a sus pies alabando un libro que literalmente llama «inhumanos» (Unmenschen)11 a los liberales de izquierdas, esta acusación no parecería especialmente convincente.

© AP Foto/Jacquelyn Martin

¿Qué pasa ahora? Tres previsiones tras la histórica decisión de Biden

e dice y se puede decir mucho sobre la política estadounidense, pero no se puede decir que sea aburrida. En menos de dos meses, hemos visto: al ex Presidente y candidato republicano ser condenado por un delito (30 de mayo); un debate desastroso en el que el actual Presidente, Joe Biden, demostró ser incapaz de hacer una campaña eficaz (27 de junio); un intento de asesinato del que Donald Trump escapó in extremis (13 de julio). Hoy (21 de julio), el presidente Biden se retira de la carrera y apoya a su vicepresidenta, Kamala Harris, para el puesto. A este ritmo, sería muy imprudente hacer predicciones sobre el resultado de esta carrera hacia la Casa Blanca.

Sin embargo, nos aventuraremos a hacer tres sobre lo que podría ocurrir en las próximas semanas y en el periodo previo a la Convención Nacional Demócrata que se celebrará en Chicago en agosto.

¿Una recuperación para los demócratas?

En primer lugar, como ya pudimos ver en las redes sociales en las horas siguientes, la reacción inmediata de los líderes demócratas a la decisión de Joe Biden fue un enorme suspiro de alivio y una nueva oleada de entusiasmo por las posibilidades del partido en noviembre. Los demócratas recaudaron más de 5 millones de dólares en poco más de una hora tras el anuncio del Presidente estadounidense. Esta reacción es totalmente razonable. Como he escrito antes en estas páginas, con Biden como candidato, salvo algo imprevisto y catastrófico, los demócratas estaban seguros de perder. Hoy, muchas cosas están en suspenso —lo que significa que tienen, al menos, una oportunidad de ganar—.

Kamala Harris es considerada una figura competente y seria, ex fiscal y senadora. Si sale elegida en noviembre, se convertirá en la primera mujer presidenta, el segundo presidente afroamericano y la primera presidenta de origen asiático de Estados Unidos —su madre, originaria de Tamil Nadu, tiene nacionalidad india—.

Además, tiene una gran ventaja sobre el actual presidente: la cuestión de la edad, que tanto perjudicó a Biden, puede volverse ahora contra Trump, quien, a sus 78 años, es la persona de más edad nominada a la presidencia en la historia de Estados Unidos. El discurso de investidura de Trump en la convención republicana celebrada el jueves en Milwaukee —sinuoso, engañoso y a menudo incomprensible— ya empieza a aparecer en los anuncios de campaña de los demócratas, que ya no tienen que preocuparse de que los republicanos contraataquen con clips de un Biden envejecido. 

Kamala Harris también recibirá otro impulso a la hora de elegir a su candidato a la vicepresidencia. Lo más probable es que sea un gobernador popular: Jay Pritzker en Illinois, Joshua Shapiro en Pensilvania, Gretchen Whitmer en Michigan o Andy Beshear en Kentucky. 

Por último, el propio Joe Biden es ahora aclamado como un patriota que antepuso el interés nacional al suyo propio —el hecho de que fuera presionado para hacerlo se pasa hábilmente por alto—. Las donaciones al Partido Demócrata, que habían ido disminuyendo a medida que se reducían las posibilidades de Joe Biden, ya se han recuperado: se recaudaron cinco millones de dólares para el Partido una hora después del anuncio de su retirada.

El efecto resaca

A este estallido de entusiasmo le seguirá probablemente una especie de efecto resaca marcado por una renovada incertidumbre, dudas e incluso arrepentimiento por parte de los demócratas.

Se recordará que Kamala Harris, a pesar de todas sus cualidades personales, no realizó una campaña muy impresionante para la nominación presidencial en 2020, y que se retiró de la carrera bastante pronto. También se recordará que su historial como vicepresidenta no es sobresaliente —lo cual, en sí mismo, no es inusual para un cargo con pocas responsabilidades, que el primer compañero de fórmula de Franklin Roosevelt comparó con una «pitcher of warm piss«—. También se recordará que, hasta ahora, no le ha ido bien con los votantes independientes y de los estados indecisos; que los prejuicios contra las mujeres y las personas de color le costarán inevitablemente algunos puntos porcentuales de apoyo en noviembre. Merece la pena señalar que los votantes de las primarias demócratas no la eligieron a ella, y es probable que sus oponentes califiquen su nombramiento de antidemocrático —los republicanos ya están lanzando esta acusación contra ella—.

Es más, Kamala Harris tendrá que empezar a posicionarse en temas que causan grandes divisiones. En algunos casos, perderá inevitablemente apoyos, como en el conflicto israelí-palestino, que evidentemente no puede plantearse hoy en Estados Unidos sin suscitar una condena generalizada. También podemos anticipar cierto grado de confusión y retraso —quizás incluso contestaciones jurídicas— cuando los demócratas lucharán para reorganizar su convención y transferir los fondos y la organización establecidos para Biden a Kamala Harris. ¿Llevarán estas dudas a otro demócrata a disputarle seriamente la candidatura a Harris? Parece poco probable, ya que esos candidatos serían acusados inmediatamente de sembrar la discordia y traicionar el legado de Joe Biden. Aunque sigue siendo posible en este momento, Harris tendría que cometer un gran paso en falso para provocar realmente un desafío serio.

Frente al contraataque trumpista

Finalmente, los republicanos lanzarán de inmediato una feroz andanada contra Harris, llena de silbidos misóginos y racistas.

Es poco probable que Trump considere que la retirada de Biden sirva a sus intereses. Desde el debate del 27 de junio, se había subido a la ola de la senilidad de su oponente y lideraba las encuestas, tanto a nivel nacional como en la mayoría de los estados clave. Toda su estrategia de campaña se basaba en el supuesto de que tendría que enfrentarse a Biden; ahora tendrá que reorganizarse. Los republicanos podrían haberse beneficiado del caos si Biden no hubiera nominado inmediatamente a Harris: ese titubeo habría llevado a una lucha desordenada en la convención y quizás a un candidato diferente. 

Aun así, es probable que Trump prefiera enfrentarse a Harris antes que a un popular gobernador demócrata. Está claro que puede vincular fácilmente a Harris con la «fracasada» administración de Biden y las políticas que ha tergiversado repetidamente de mala fe a lo largo de la campaña, como la supuesta «apertura» de la frontera sur por parte de Biden o su supuesta tolerancia con una inflación «fuera de control». Los estadounidenses están de mal humor y han desaprobado en gran medida la presidencia de Biden —o más bien la presidencia de Biden-Harris, como la llamarán ahora los republicanos—. Trump y los republicanos en el Congreso culparán también a Kamala Harris por haber ocultado supuestamente el estado de salud del presidente estadounidense. Incluso podrían pensar en utilizar este argumento como base para un procedimiento de destitución.

Por último, podemos esperar que miembros del partido republicano empiecen a hacer circular falsas acusaciones sobre la elegibilidad de Kamala Harris para la presidencia, como propuso por primera vez en 2020 el abogado de Donald Trump, John Eastman —que ha sido acusado y se enfrenta a la inhabilitación por su papel en el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021—. La Constitución estadounidense limita el acceso a la presidencia a los ciudadanos «nacidos por naturaleza» en Estados Unidos —lo que generalmente se interpreta como «personas nacidas en Estados Unidos»—, como es el caso de Kamala Harris, aunque ninguno de sus progenitores era ciudadano estadounidense en el momento de su nacimiento —su padre era jamaicano y su madre india—. Sin embargo, Eastman afirmó dudosamente que, por este motivo, no debería haber adquirido automáticamente la ciudadanía estadounidense. Es probable que cualquier impugnación legal de su elegibilidad fracase en los tribunales, aunque cabe esperar cualquier cosa tras la última decisión del Tribunal Supremo a favor de Donald Trump. Pero obtener una sentencia judicial, una condena legal de la candidata, no es el objetivo principal de las polémicas fabricadas por los «birthers» —como las que surgieron en torno al nacimiento de Barack Obama y ayudaron a llevar a Donald Trump al primer plano de la escena política—. El objetivo más inmediato es poner de relieve la dimensión supuestamente extranjera y no-americana de esta persona. Un partido cuyos miembros más extremistas ya están atacando a su propio candidato a la vicepresidencia, J.D. Vance, por casarse con una mujer sij, tendrá pocos reparos en hacer algo mucho peor con Kamala Harris en este sentido.

A estas tres predicciones, parece natural añadir una última: pase lo que pase, habrá que aguantar. Las próximas semanas y meses serán especialmente turbulentos en los Estados Unidos de América.

Después de Butler: el fuego de la campaña y la batalla de la personalidad

Princeton, NJ, 15 de julio de 2024

Como historiador, me gusta pensar que es posible encajar el curso de los acontecimientos humanos en patrones que un observador atento podría descubrir y explicar estudiando su existencia y regularidad. Algunos días me recuerdan, de forma demasiado brutal en este caso, que las pequeñas coincidencias pueden tener consecuencias masivas, explosivas e imprevistas. Que pueden incluso volcar a la historia en una nueva dirección. 

El 13 de julio, esa casualidad fue la trayectoria de una bala, determinada por la vacilante precisión de un joven tirador inestable y por el viento. Si esa trayectoria se hubiera alterado unos milímetros, Donald Trump estaría hoy muerto —y Estados Unidos podría estar sumiéndose en el caos—.

Imaginemos por un momento. El Partido Republicano no tiene candidato alternativo. Su convención nacional comienza hoy. Los partidarios de Trump culpan a los demócratas del asesinato. Exigen la dimisión inmediata de Biden. El nivel de ira en el país aumenta exponencialmente, aumentando la amenaza real de violencia masiva a gran escala. Imaginemos aún más: los gobernadores republicanos y las asambleas estatales desafían la autoridad del gobierno federal para impedir la reelección de Joe Biden.

En su lugar, Trump vive.

La actitud heroica de Trump frente a las balas podría dar un giro a su mayor debilidad en estos momentos: su personalidad.

DAVID A. BELL

Para sus partidarios, es más héroe que nunca. Su notable actitud durante el tiroteo aumentó la ya alta probabilidad de su elección para un segundo mandato en noviembre. ¿Estaba en estado de shock cuando, con la sangre corriéndole por la cara, se levantó rodeado de miembros del Servicio Secreto, levantando el puño y gritando «Fight ! Fight ! USA ! USA !»? Tal vez. Pero fue difícil, en ese momento, no sentir simpatía y admiración por él. Seamos claros: sigo pensando que Trump es el peor presidente que ha conocido Estados Unidos, además de un peligroso narcisista y la encarnación viviente de los siete pecados capitales. Nunca votaré por él. Sin embargo, incluso yo sentí simpatía y admiración por él en ese momento. Eso es humano.

La forma en que se desarrollaron las horas locas que rodearon el intento de asesinato de Butler beneficia a Trump de muchas maneras. Algunas obvias, otras no tanto. En primer lugar, despertará el entusiasmo y la movilización de sus ya fervorosos partidarios. Después, atraerá a su lado a los votantes indecisos. Al desviar la atención de los demócratas, finalmente aliviará la presión sobre Joe Biden para que se retire y deje que otro candidato, más elegible, se presente en su lugar.

Esta semana se celebra en Milwaukee la Convención Republicana. Antes del asesinato, la cobertura mediática se habría centrado probablemente en el radicalismo del partido y su insana lealtad a su líder indiscutible. El acontecimiento habría dado a los demócratas la oportunidad de desviar la atención de la debilidad de su propio candidato a los defectos del otro. Ahora, la Convención Republicana se verá ampliamente como el triunfo personal de Trump, y las preocupaciones sobre su extremismo se equilibrarán con la cuestión de si las advertencias apocalípticas sobre Trump desde el otro lado -uno piensa, por ejemplo, en la reciente portada de New Republic que literalmente lo retrata como Hitler— contribuyeron al intento de asesinato.

Y lo que es más importante, la actitud heroica de Trump frente a las balas podría dar un giro a su mayor debilidad en estos momentos: su personalidad.

Hasta ahora, incluso muchos de sus más acérrimos partidarios reconocían que el ex presidente no es en absoluto un good man. Algunos incluso han recurrido a improbables comparaciones bíblicas para retratarlo como un «instrumento imperfecto» del plan de Dios12. Imperfecto, por decirlo suavemente. Y nada lava más rápido la reputación de un monstruo moral que imágenes de victimización y heroísmo como las que actualmente dominan las pantallas de televisión, las portadas de los periódicos y casi cualquier página de Internet en las redes sociales. Esta es la línea que el partido republicano va a impulsar con todas sus fuerzas de aquí a noviembre.

Es posible que el tiroteo cambie finalmente menos cosas de las que pensamos o anticipamos. Debemos tener siempre presente que las divisiones políticas en Estados Unidos no sólo son gigantescas —sino que también están completamente petrificadas—. Pase lo que pase, la mayoría de los votantes no van a cambiar de opinión a estas alturas. Políticamente, seguimos viviendo en un mundo en el que la elección presidencial dependerá probablemente de la participación y de las decisiones de una pequeña minoría de votantes en Arizona, Nevada, Wisconsin, Michigan, Georgia, Carolina del Norte y Pensilvania. De aquí a noviembre, el flujo constante de mentiras y amenazas escandalosas que Trump proferirá cada vez que abra la boca podría eclipsar el recuerdo del intento de asesinato de Butler y la desastrosa actuación de Joe Biden en el debate de hace quince días. Esta inercia constante ha dado consuelo y munición retórica a los demócratas, que han insistido durante las dos últimas semanas en que Joe Biden aún podría ganar y que sería un peligroso error sustituirle.

Seguimos viviendo en un mundo en el que las elecciones presidenciales dependerán probablemente de la participación y de las decisiones de una pequeña minoría de votantes en Arizona, Nevada, Wisconsin, Michigan, Georgia, Carolina del Norte y Pensilvania.

DAVID A. BELL

Es una apuesta. En última instancia, estos argumentos no son convincentes. Los votos no están totalmente predeterminados: siempre hay al menos margen para el cambio. Incluso antes del debate, las encuestas daban a Biden, en el mejor de los casos, empatado con Trump, y en el peor, con varios puntos de desventaja en los principales estados disputados. ¿Acaso el debate, y luego la imagen de Trump enfrentándose a las balas, animaron a alguien a votar a Biden? Obviamente, no. Tal y como están las cosas, salvo otro acontecimiento catastrófico e imprevisto, si Biden sigue siendo el candidato demócrata, es casi seguro que perderá. Tendría sentido que los demócratas le sustituyeran. 

Otro candidato —muy probablemente la vicepresidenta Kamala Harris— también perdería probablemente. Pero al alterar la contienda e introducir un nuevo grado de incertidumbre en una campaña ya de por sí de alta tensión, este candidato podría al menos tener una oportunidad13. Las encuestas actuales no ofrecen ningún indicio real de lo que podría conseguir en noviembre, ya que el juego cambiará enormemente si Joe Biden se retira. Pero el hecho es que el propio Biden parece decidido a seguir en la carrera. Se engaña pensando que es el único que puede salvar a Estados Unidos de una segunda presidencia de Trump, desarrollando también su propio narcisismo. 

La percepción pública de este narcisismo sólo puede perjudicar aún más a Biden. Entre las preocupaciones, desgraciadamente fundadas, sobre su fuerza y su capacidad mental, está perdiendo en el terreno en el que tenía ventaja: la personalidad. La imagen que está adquiriendo —la de un anciano tosco y testarudo, aferrado a su elección como Don Quijote a su Dulcinea y llevando a su partido contra la pared— parece ahora acercarse a él. Al mismo tiempo, es la personalidad de Donald Trump la que impone respeto y le da ventaja. Gracias a la trayectoria de una bala.

El presidente Joe Biden, a la derecha, y el candidato presidencial republicano Donald Trump, a la izquierda, durante el debate presidencial de la CNN en Atlanta el jueves 27 de junio de 2024 © AP Foto/Gerald Herbert

El debate de la debacle

Princeton, NJ, 29 de junio de 2024

Durante meses, la carrera por la presidencia de Estados Unidos parecía casi fija, con los dos candidatos ya elegidos y la mayoría de los acontecimientos clave celebrándose dentro de los tribunales y no en los mítines de campaña. Pero el jueves, todo cambió. El primer encuentro televisado entre Joe Biden y Donald Trump se convirtió rápidamente en el debate presidencial más importante desde el Kennedy-Nixon de 1960 —quizás incluso el más importante de todos los tiempos—. A diferencia de 1960, fue una debacle para el demócrata. Tartamudo, vacilante, a veces confuso e ininteligible, el presidente Biden no sólo parecía dolorosamente viejo: fue totalmente incapaz de contrarrestar eficazmente el torrente de insultos y afabulaciones de Donald Trump —que le llevó bien—.

En la última entrega de esta crónica, escribía que, tras su condena penal en Nueva York, Trump parecía agitado y que parecía tener aún menos sentido común que de costumbre. Incluso especulé que, de los dos ancianos que compiten por la presidencia, Trump bien podría ser el primero en ceder bajo la presión de una campaña presidencial. 

Al parecer, era una ilusión.

Es cierto que hace apenas tres meses y medio, Joe Biden pronunció un enérgico discurso sobre el Estado de la Unión que consiguió, durante un tiempo, disipar las preocupaciones sobre su avanzada edad. Trump y sus aliados llegaron a afirmar que el Presidente había tomado medicinas para mejorar su actuación. Pero el envejecimiento no siempre es un proceso suave y gradual. Es muy posible que entre el Biden fogoso del discurso de marzo y el Biden confuso y frágil del debate de junio se haya producido una grave ralentización.

Aunque esto no cambiará la crisis política a la que se enfrentan actualmente los demócratas, Joe Biden no mostró de hecho ningún signo de senilidad el jueves. Muchas personas mayores conservan capacidades mentales esenciales, aunque se vuelvan más lentas y vacilantes, más propensas a errores verbales y lapsus de memoria, sobre todo bajo presión. De hecho, si dejamos a un lado la actuación y juzgamos el debate únicamente por los méritos de los argumentos y la exactitud de los hechos presentados, Biden ganó fácilmente. Pero en política, como en la mayoría de los campos, la actuación es una parte importante de la ecuación. El Biden que se presentó ante el pueblo estadounidense el jueves por la noche ya no era un candidato eficaz. Es muy posible que ya no sea un presidente eficaz.

Es muy posible que entre el Biden fogoso del discurso de marzo y el Biden confuso y frágil del debate de junio se haya producido una grave ralentización.

DAVID A. BELL

Como también debería haber señalado, la presión sobre Biden ha sido mucho mayor que la presión sobre Trump. Después de todo, Biden se toma muy en serio su trabajo como presidente, sobre todo al tratar de gestionar las dos enormes e insolubles crisis de política exterior de Ucrania y Gaza. También se toma en serio su campaña. Trump, en cambio, pasa mucho menos tiempo haciendo algo que una persona normal consideraría trabajo. A diferencia de Biden, es evidente que no se ha molestado en prepararse para el debate del jueves por la noche: es más fácil, es cierto, inventarse cosas que aprender sobre un tema y memorizar datos. La actuación de Trump en el debate fue en todo momento mendicidad y fantasía. Sus afirmaciones de que Estados Unidos era un paraíso bajo su presidencia e inmediatamente se convirtió en un infierno bajo la de Biden eran absurdas a primera vista y fáciles de refutar. Biden intentó rebatir a Trump diciendo repetidamente que mentía. Pero todo lo que Trump tuvo que hacer fue devolver la acusación: tú eres el mentiroso. Como era de esperar, el intercambio se convirtió rápidamente en algo más parecido a una pelea en el comedor de una guardería que a un debate.

Trump, por su parte, demostró una cierta desoladora coherencia. Los críticos han hecho demasiado hincapié en el hecho de que a menudo divaga de forma incoherente durante sus mítines. A diferencia de Biden, que intenta comprender la complejidad del mundo, la visión de Trump es unidimensional. Lo juzga todo según el único criterio de la ventaja y el placer inmediatos para él. Es una criatura amoral y puramente idiomática —el único éxito tangible de Biden el jueves fue su ocurrencia de que Trump tiene la moral de un «gato callejero»—. Aunque Trump puede divagar en sus monólogos, una vez que se ve obligado a responder a preguntas —como en un debate— sus respuestas son, de hecho, bastante predecibles e invariables. Se podría decir que no sólo son sistemáticamente engañosas, sino también monstruosamente coherentes.

Dada la magnitud del desastre del jueves, ¿puede Estados Unidos salvarse de una segunda presidencia de Trump? A menos que haya una crisis de salud del ex presidente, o una recuperación milagrosa de Biden, parece poco probable que el actual abanderado demócrata pueda imponerse en noviembre. No puede contar con ninguna ayuda adicional de la economía, que ya va muy bien. No puede contar con ninguna mejora de la situación internacional.

El intercambio se convirtió rápidamente en algo más parecido a una pelea en el comedor de una guardería que a un debate.

DAVID A. BELL

¿Podría dimitir Biden? Muchos comentaristas estadounidenses ya le están pidiendo que lo haga, aunque —notablemente— ninguno de los principales demócratas lo ha hecho, con Barack Obama incluso renovando su apoyo. En cualquier caso, los medios por los que el partido podría sustituirle no están nada claros. Michael Tomasky, editor del New Republic y uno de los mejores comentaristas liberales actuales de política, ha estudiado la cuestión en profundidad: para que un candidato demócrata aparezca en las papeletas de los cincuenta estados, el partido tendría que nominarlo oficialmente antes de principios de agosto, lo que deja dos semanas antes de la convención, que es el único escenario posible para elegir a un sustituto. No hay pruebas de que a la impopular vicepresidenta Kamala Harris le fuera a ir mejor contra Trump que a Biden. Al mismo tiempo, si el partido la deja caer, un sector de los afroamericanos —en particular las mujeres afroamericanas— podría negarse airadamente a votar en noviembre. Y los gobernadores demócratas que podrían haber tenido una oportunidad de vencer a Trump si hubieran ganado la nominación en una campaña normal de primarias —Gretchen Whitmer (Michigan), Gavin Newsom (California), Jay Pritzker (Illinois) o Joshua Shapiro (Pensilvania)— siguen siendo en gran medida desconocidos para el público.

El día después del desastroso debate, Biden, hablando desde un discurso preparado en un teleprompter, parecía mucho más confiado y enérgico que el día anterior. 

En mi humilde opinión, los dirigentes del partido demócrata, sin saber cómo sustituirle, animados por esta actuación y esperando contra toda esperanza que en noviembre el recuerdo del debate se haya desvanecido, harán lo que les viene a la cabeza con toda naturalidad: nada. Por supuesto, algún acontecimiento imprevisto puede todavía trastornar esta extraña campaña presidencial. Pero por el momento, en la conmoción de todo ello, parece que la campaña de Biden ha recibido un golpe fatal.

Donald Trump habla con los medios durante su regreso a la Sala de lo Penal de Manhattan, el jueves 30 de mayo de 2024, en Nueva York © AP Foto/Seth Wenig, Pool

Split screen: los campus y los tribunales

Princeton, NJ, 13 de mayo de 2024

Durante las últimas semanas, las elecciones presidenciales se han desarrollado a través de dramas intermedios: los dos candidatos están involuntariamente implicados en asuntos cuyo desenlace escapa en ambos casos en gran medida a su control. Para Donald Trump, se trata de su juicio penal en Nueva York. Para Joe Biden, es la guerra de Gaza y el consiguiente malestar en las universidades estadounidenses.

En el primer caso, el drama está circunscrito y los protagonistas son conocidos. Durante las últimas dos semanas, Trump se ha sentado, incómodo, en el banquillo de los acusados, escuchando día tras día a los fiscales presentar su caso por falsificación de documentos comerciales y a los testigos relatar los sórdidos detalles de su aventura con la actriz pornográfica Stormy Daniels. El expresidente publica mensajes diarios sobre su juicio,14 que van desde la ira hasta la autocompasión. Trump también está jugando un peligroso juego con el juez Juan Merchan: ha violado repetidamente sus órdenes de mordaza, acumulado multas y desafiado a este experimentado jurista a encarcelarlo por desacato al tribunal. A la edad de 78 años, está claro que no tiene ningún deseo de pasar tiempo en una celda de la cárcel. Pero las imágenes de él bajo custodia policial podrían enardecer a sus bases, que ya han perdido interés en el juicio —a juzgar por el puñado de simpatizantes15 que se reúnen a diario ante el tribunal—, por lo que esta opción parece tentarlo claramente. Estos días, la fiscalía está llamando a declarar a su principal testigo, el exabogado de Trump Michael Cohen, y está previsto que el juicio dure varias semanas más. También parece cada vez más seguro que este será el único caso penal16 contra Trump que podría llegar a su conclusión, o incluso comenzar antes de las elecciones.

Si el drama de Trump tiene un toque cómico —con las revelaciones17 sobre su pijama de satín y su afición a los azotes—, el de Biden es totalmente serio. La guerra de Gaza, con sus decenas de miles de muertos palestinos, está provocando las mayores manifestaciones estudiantiles en Estados Unidos desde los años sesenta. Los propios manifestantes han sido acusados de antisemitismo, dividiendo los campus y ejerciendo una presión sin precedentes sobre las administraciones para que apliquen estrictas medidas disciplinarias. En varias instituciones —la Universidad de Columbia18 es el ejemplo más visible— la policía intervino para desmantelar los «campamentos» de protesta, desalojar a los estudiantes de los edificios ocupados y arrestar a los manifestantes. Estas acciones, a su vez, provocaron una intensa ira entre los estudiantes. Gran parte de esa ira se trasladó a las elecciones, con los estudiantes condenando al «genocida Joe» por la ayuda estadounidense a Israel y por ponerse del lado de los administradores universitarios en nombre de la lucha contra un «feroz aumento del antisemitismo»19 en el campus.

Si el drama de Trump tiene un toque cómico, el de Biden es totalmente serio.

David A. Bell

¿Tendrá la ira algún efecto en las elecciones? Es muy posible.

Es cierto que las encuestas siguen mostrando20 que la mayoría de los estudiantes no cuentan la guerra entre sus principales preocupaciones. Pero el Partido Demócrata necesita activistas estudiantiles no sólo para votar por Biden, sino también para hacer campaña por él y movilizar votos en noviembre. Por el momento, Biden no está generando mucho entusiasmo en los campus, y es lo menos que se puede decir.

Existen precedentes. En 2000, la campaña progresista independiente de Ralph Nader, que logró atraer a muchos activistas estudiantiles, le costó la presidencia a Al Gore y condujo a los desastrosos ocho años de la administración de Bush. Dieciséis años después, la campaña aún más extravagante de Jill Stein tuvo probablemente consecuencias cruciales en varios estados clave, lo que ayudó a llevar a Donald Trump al poder. Los cuatro años de presidencia de Trump conmocionaron a la izquierda progresista, que se movilizó en favor de Biden en 2020. Pero la gente tiene poca memoria, y el ambiente en los campus es bastante tenso.

En la izquierda, se está formando una nueva visión política que ve a los liberales como Biden no como aliados demasiado cautelosos y pusilánimes en la lucha por la justicia social, sino como adversarios «neoliberales» por derecho propio. Un reciente artículo en Jacobin,21 por ejemplo, se burla de ellos por ver el trumpismo como un resurgimiento del fascismo. «Para los liberales es más fácil culpar al ‘fascismo’ —o a la ‘rabia rural blanca’ o a los ‘deplorables’ o a los ‘nacionalistas cristianos’— de los problemas de nuestro país que al neoliberalismo desregulador, financiarizado y militarista de Bill Clinton y Barack Obama», se lee en sus páginas. Un ensayo publicado en The London Review of Books22 va más allá y se pregunta si realmente existe una diferencia entre «un gobierno liberal supuestamente progresista» y Trump. Su autor continúa: «Hay un rechazo por parte de los liberales a aceptar la responsabilidad por el mundo que han creado, a través de su apoyo a las guerras en Medio Oriente, su aceptación de la creciente desigualdad y pobreza, los recortes a los servicios públicos, la mínima acción climática y el fracaso en la creación de empleos estables y significativos». El influyente historiador Samuel Moyn ha proporcionado una base intelectual para esta visión con una serie de libros —el más reciente Liberalism Against Itself23 que critican a los liberales por abandonar una antigua fe progresista más amplia y aceptar tanto la espiral de desigualdad como el imperio estadounidense.

En la izquierda, se está formando una nueva visión política que ve a los liberales como Biden como adversarios «neoliberales» por derecho propio.

David A. Bell

Esta visión nos parece sesgada y engañosa.24 La mayoría de los liberales estadounidenses se opusieron a la guerra de Irak y lucharon duro en las cuestiones de los servicios públicos y el cambio climático. Barack Obama sacó a Estados Unidos de Irak y dio seguro médico a millones de personas. Joe Biden nos sacó de Afganistán y aprobó importantes leyes sobre infraestructuras y cambio climático. Pero la izquierda progresista considera que esos logros tan reales, conseguidos frente a la feroz resistencia republicana en un país extremadamente polarizado, son medias tintas intrascendentes, cuando no complicidad efectiva con las siniestras fuerzas del neoliberalismo y el imperio. También considera que las medidas quedan eclipsadas por el apoyo de Joe Biden a Israel y su aparente aprobación del despliegue de una policía «militarizada» en los campus universitarios. Este punto de vista resuena entre los manifestantes enojados, a quienes les resulta demasiado fácil presentar a Biden como el desafortunado juguete de los megadonantes multimillonarios de las universidades, los fabricantes de armas y Benjamin Netanyahu: el nexo de unión entre el neoliberalismo y el imperio estadounidense. Un profesor de Historia de la Universidad de Chicago habló en nombre de muchos cuando tuiteó:25 «No deseo otra presidencia de Trump, pero tengo que admitir que mi desprecio por Biden es ahora más profundo que por Trump, que es simplemente un fascista descerebrado instintivo, a diferencia de Biden, que decide deliberadamente alinear el liberalismo estadounidense con la extrema derecha mundial». Es posible que la gente que piensa así no vote por Trump, pero tampoco es probable que hagan mucho por detenerlo.

Es muy posible que en noviembre estas protestas pesen menos en las elecciones de lo que parece ahora. Si Israel y Hamás acuerdan un alto al fuego, si la convención demócrata de Chicago se desarrolla sin grandes alteraciones y si la realidad de una segunda administración de Trump empieza a emerger, los estudiantes bien podrían olvidar sus consignas de «genocida Joe» y trabajar por una victoria demócrata. Si Donald Trump llega a las elecciones como un delincuente convicto, en libertad bajo fianza a la espera de sentencia mientras su retórica se vuelve aún más delirante y paranoica, si es que eso es posible, entonces las elecciones podrían decantarse a favor de Biden. Pero a estas alturas, todo es posible. Las encuestas más recientes26 indican que las elecciones podrían ser un cara o cruz.

Pero a estas alturas, todo es posible.

David A. Bell

El único otro acontecimiento electoral destacable de las últimas semanas ha sido de baja comedia: las maniobras desesperadas de los republicanos para convertirse en el candidato a vicepresidente de Trump. Kristi Noem, la explosiva gobernadora de Dakota del Sur, parecía estar en buena posición en las encuestas, a pesar de las historias sobre su aventura adúltera27 con el exasesor de Trump, Corey Lewandowski. Pero probablemente hundió sus posibilidades con la publicación de sus memorias en las que presume de haber disparado a un perro de 14 meses difícil de adiestrar en una cantera de grava.28 El senador Tim Scott, que parece haber superado incluso a su colega de Carolina del Sur Lindsay Graham en el concurso de «partidario más servil de Trump», está diciendo ahora esencialmente que las elecciones no serán legítimas29 si Trump no gana. Pero por ahora, todas las apuestas están en la representante de Nueva York, Elise Stefanik, una antigua moderada (y exalumna de Harvard) que se ha convertido en la Gran Inquisidora de la Ivy League.30 Si Trump gana en noviembre, bien podría convertirse en la primera mujer presidenta de Estados Unidos.

Unas elecciones a merced de abogados y expertos médicos

Princeton, NJ, 18 de febrero de 2024

Como era de esperar, la campaña presidencial de las dos últimas semanas se ha adueñado en gran medida de los tribunales. Pero también se está adentrando en otro terreno más inusual: la medicina gerontológica.

En teoría, sigue en marcha una auténtica campaña de primarias en el bando republicano. A pesar de sus derrotas ante Donald Trump en Iowa y New Hampshire, Nikki Haley se ha negado a ceder ante el hombre que la llama «cerebro de pájaro» y «Nimbra» –una distorsión deliberada de su nombre de nacimiento, Nimarata Nikki Randhawa–. Ha puesto todas sus esperanzas en una buena actuación en las primarias republicanas del 24 de febrero en Carolina del Sur, su estado natal.

Según los sondeos, en las últimas dos semanas ha ganado algo de apoyo allí, pasando de alrededor del 25% al 30%. Desgraciadamente para ella, las mismas encuestas dan a Trump el 65% de los votos. A menos que se produzca un acontecimiento inesperado, Carolina del Sur marcará el entierro de su campaña y la coronación de Trump como candidato republicano indiscutible.

Nikki Haley intenta desesperadamente presentar a Donald Trump como errático, confuso y caótico. Pero los votantes republicanos han visto muchas pruebas de estas cualidades en Trump durante muchos años. Si aún no le han dado la espalda, es poco probable que lo hagan ahora.

Se ha prestado mucha más atención al asombroso número de casos judiciales en los que está implicado Trump: el jurado que le impuso una multa de 83 millones de dólares por difamar a E. Jean Carroll, la mujer que le acusó de haberla violado en la década de 1990; el juicio en Nueva York por fraude en transacciones inmobiliarias por el que fue condenado a 355 millones de dólares; y el caso que actualmente tiene ante sí el Tribunal Supremo, que debe determinar si los Estados tienen el derecho –o quizá la obligación– de eliminar a Trump de sus papeletas para las elecciones presidenciales por haber incurrido en «insurrección». Este último caso dependerá de cómo interprete el Tribunal la Decimocuarta Enmienda de la Constitución, redactada originalmente para impedir que antiguos confederados ocuparan cargos federales.

Si los votantes republicanos aún no han dado la espalda a Trump, es poco probable que lo hagan ahora.

DAVID A. BELL

Por otra parte, Donald Trump afirma que goza de inmunidad general por sus acciones como presidente, lo que le protegería de un juicio como insurrecto. Un tribunal federal de apelaciones ha rechazado esta alegación, pero el caso va camino del Tribunal Supremo. Luego están las causas penales en curso contra Trump: por incitar a la insurrección e intentar anular los resultados de las elecciones nacionales; por intentar hacer lo mismo en Georgia; por manejo indebido de documentos clasificados; por fraude comercial cuando utilizó fondos de campaña para comprar el silencio de una actriz porno con la que tuvo una aventura, etc.

En la mayoría de estos casos, Trump está utilizando la misma estrategia que perfeccionó durante muchos años como magnate inmobiliario corrupto que se enfrentaba a demandas de empresas, trabajadores e inquilinos: retrasar, retrasar aún más, retrasar siempre. Hace que sus caros abogados utilicen todos los trucos legales posibles para alargar los casos hasta que la otra parte finalmente se rinda. Por encima de todo, Trump quiere hacer todo lo posible para impedir que los juicios finalicen –o, en el mejor de los casos, comiencen– antes de las elecciones de noviembre.

Estados Unidos se enfrenta, por tanto, a una situación extraña: la elección de su próximo presidente bien podría depender de cuestiones procesales muy técnicas y de la forma en que los abogados de Donald Trump las exploten. El país ya ha vivido una situación similar. En 2000, la decisión del Tribunal Supremo de elegir a George W. Bush también dependió de cuestiones técnicas de derecho electoral, procedimiento legal y cómo leer las minúsculas papeletas de voto en el Estado de Florida. Si parece que el destino de una república no debería depender de cuestiones tan minúsculas, así es.

Trump quiere impedir que los juicios finalicen –o, en el mejor de los casos, comiencen– antes de las elecciones de noviembre.

DAVID A. BELL

Mientras tanto, el mundo político bulle por el informe de otro fiscal especial, un abogado llamado Robert K. Hur, a quien el Departamento de Justicia encargó investigar el manejo de documentos clasificados por parte del presidente Biden. Mientras Donald Trump se enfrenta a múltiples cargos por el mismo delito, Hur exoneró a Biden de cualquier responsabilidad penal. Pero también describió al presidente como «un hombre mayor con una memoria defectuosa», y afirmó que Biden parecía confuso durante sus conversaciones, luchando por recordar fechas importantes, incluyendo su propia vicepresidencia y la muerte de su hijo Beau. Como era de esperar, los republicanos aprovecharon alegremente este informe como prueba de la senilidad e incapacidad de Joe Biden para el cargo, mientras que los comentaristas demócratas y centristas se retorcían las manos.

Estas acusaciones de senilidad son infundadas. Joe Biden es un hombre de 81 años al que a veces le falla la memoria, como es de esperar a su edad. Ya tenía una merecida reputación de meteduras de pata y errores verbales antes de llegar a la vejez. Cada día se reúne con decenas de personas, y es difícil creer que todas se confabulan para ocultar la noticia de una grave discapacidad mental. Hace unas semanas, por ejemplo, almorzó con un grupo de historiadores, a varios de los cuales conozco personalmente. Dijeron que escuchaba atentamente y hacía preguntas inteligentes. Pero parece frágil e inseguro, y bastan tres o cuatro secuencias de sus meteduras de pata verbales y/o físicas para que parezca completamente gagá.

Ha reducido sus apariciones ante la prensa para evitar ofrecer más de estos clips, que sus oponentes han tomado como una prueba más de que es, de hecho, un viejo baboso incapaz de aparecer en público. Trump comete regularmente muchos más errores y deslices verbales que Biden, pero gracias a su innegable vigor y resistencia, no parece ni de lejos tan viejo –sólo tiene cuatro años menos–.

A diferencia de Trump, Biden no tiene un núcleo duro de seguidores fanáticos que lo ven como un salvador, o incluso como un extraño cruce entre Jesús y Superman.

DAVID A. BELL

Los medios de comunicación han cubierto obsesivamente este informe, ignorando en gran medida el hecho de que Hur es cercano a los candidatos republicanos y que fue nombrado por el fiscal general Merrick Garland de forma bipartidista. También restaron importancia al hecho más importante del caso: que Robert K. Hur no encontró ningún motivo para acusar a Biden de manipulación indebida de documentos clasificados, mientras que Trump se enfrenta a 37 cargos y a una pena de 20 años de prisión por el mismo delito. La cobertura mediática recordó demasiado a cuando, poco antes de las elecciones de 2016, el entonces director del FBI, James Comey, exoneró a Hillary Clinton de los cargos relacionados con el uso de un servidor privado de correo electrónico para asuntos oficiales del Departamento de Estado, al tiempo que criticaba duramente su comportamiento. Los medios de comunicación se centraron más en las críticas que en la exoneración, lo que contribuyó considerablemente a la derrota de Clinton.

Biden tiene mucho que perder en este asunto. Al igual que Clinton, y a diferencia de Trump, no tiene un núcleo duro de seguidores fanáticos que lo ven como un salvador, o incluso como un extraño cruce entre Jesús y Superman. Por su parte, la persecución de Trump ha contribuido en realidad a consolidar su apoyo dentro del Partido Republicano, aunque aún podría perjudicarle ante el electorado en general, sobre todo si un jurado le declara culpable de un delito antes de las elecciones.

Pero los informes sobre el mermado estado mental de Joe Biden no le ayudan. Están alejando a algunos votantes en favor de su oponente y animando a otros a no votar. ¿Podría el daño ser lo bastante grave como para obligar a Joe Biden a retirarse de la campaña? El columnista del New York Times Ross Douthat ha sugerido que Joe Biden debería anunciar su retirada justo antes de la convención demócrata de este verano en Chicago, permitiendo a los delegados elegir a un candidato más joven y enérgico31. Es una perspectiva tentadora, pero el proceso electoral estadounidense parece haberse esclerotizado demasiado, de modo que un efecto de inercia hace difícil creer en esta hipótesis. Desgraciadamente, a estas alturas, lo único que podría evitar que Estados Unidos tuviera que elegir entre Donald Trump y Joe Biden el próximo noviembre sería una grave crisis médica –o algo peor–.

El candidato presidencial republicano, el ex presidente Donald Trump, habla en un acto de campaña, el sábado 27 de enero de 2024, en Las Vegas. © AP Photo/John Locher

Princeton, NJ, 14 de enero de 2024

En democracia, decide el pueblo, no los tribunales

Las elecciones presidenciales son momentos de dramatismo e incertidumbre. Los candidatos pueden surgir de una relativa oscuridad y abrirse camino hacia la Casa Blanca, como Jimmy Carter en 1976 o Barack Obama en 2008. Los favoritos pueden ver cómo se evaporan sus posibilidades como consecuencia de escándalos o meteduras de pata, como Gary Hart en 1988 -un escándalo sexual- o Howard Dean en 2004 -por comportamiento extraño-. Una sola frase memorable -por ejemplo, Ronald Reagan diciendo «Yo pago este micrófono» durante el debate de las primarias de New Hampshire en 1980; o Walter Mondale preguntando «¿Dónde está la carne?» contra Hart en 1984- o incluso una imagen televisiva desastrosa -Michael Dukakis intentando sin éxito dirigir un tanque en 1988- pueden marcar más la diferencia que cien ejes programáticos cuidadosamente redactados por ejércitos de asesores.

Las elecciones de 2024 prometen ser tan dramáticas como las anteriores. Pero en un giro sin precedentes en la historia de Estados Unidos, lo más probable es que el principal drama de los próximos meses se desarrolle en los tribunales, no en los mítines de campaña. De hecho, los dos grandes partidos ya tienen a sus presuntos candidatos. Cuando mañana, 15 de enero, comiencen las primarias en el caucus de Iowa -con un frío casi polar-, el único drama muy secundario será cuál de los aspirantes del Partido Republicano se quedará con el segundo puesto en la carrera por la nominación, muy lejos de Donald Trump. Porque cuando se trata de escándalos y meteduras de pata, Donald Trump ya ha demostrado ser totalmente impermeable a sus efectos, al menos entre sus leales seguidores MAGA, mientras que prácticamente cualquier cosa que diga o muestre habría destruido una campaña presidencial normal. Y con el presidente Biden comportándose con la cautela propia de un octogenario que se acerca de puntillas al borde de un precipicio, los escándalos y meteduras de pata parecen improbables en el bando demócrata.

Las decisiones de los tribunales tienen el potencial de alterar profundamente la carrera electoral.

DAVID A. BELL

Por otra parte, las decisiones de los tribunales tienen el potencial de alterar profundamente la carrera electoral. Dentro de unos meses, es probable que el Tribunal Supremo de Estados Unidos se pronuncie sobre la decisión del Tribunal Supremo de Colorado que prohíbe a Trump participar en la elección en ese estado en virtud de la disposición de la Decimocuarta Enmienda que excluye a las personas que «hayan participado en una insurrección». Ya a finales de enero, un tribunal federal de apelaciones se pronunciará sobre una moción de los abogados de Trump en la que reclaman inmunidad absoluta por sus acciones como presidente, lo que anularía el juicio federal presentado contra él por el fiscal Jack Smith por subversión electoral, cuyo inicio está previsto actualmente para el 4 de marzo. Es probable que la decisión del tribunal de apelación sea recurrida ante el Tribunal Supremo. El expresidente está acusado de falsificación de registros comerciales relacionados con los sobornos pagados a la estrella porno Stormy Daniels, en un proceso cuyo inicio está previsto para el 25 de marzo en Nueva York, y de manipulación grosera de documentos secretos, en un proceso federal cuyo inicio está previsto para el 20 de mayo. Otros procesos penales por subversión electoral en Georgia aún no tienen fecha de juicio. Además, Trump se enfrenta a demandas civiles en un caso de difamación presentado por su presunta víctima de violación, E. Jean Carroll, en un juicio cuyo inicio está previsto para el 16 de enero, así como a una sentencia en un caso de fraude en Nueva York, en el que el juez Arthur Engoron ya los declaró responsables a él y a sus socios y podría imponerles una multa de hasta 250 millones de dólares. También es posible que el presidente Biden se enfrente a otro tipo de procedimiento legal: una votación de destitución en la Cámara de Representantes, controlada por los republicanos.

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En el peor de los casos, el día de las elecciones Trump habrá sido condenado por delitos y tendrá que cumplir una pena de prisión; los casos civiles habrán destruido en gran medida su imperio comercial y los estados donde se celebran las elecciones lo habrán excluido de las papeletas. En el mejor de los casos, las causas penales aún no habrán llegado a juicio o habrán terminado en absolución, y mientras que las causas civiles habrán causado poco o ningún daño, el Tribunal Supremo habrá anulado la decisión de Colorado y asegurado su presencia en las papeletas electorales de todos los estados. Sea cual sea el resultado, las decisiones de los tribunales serán a la vez extremadamente espectaculares y cargadas de consecuencias.

Sea cual sea el resultado, las decisiones de los tribunales serán a la vez extremadamente espectaculares y cargadas de consecuencias.

DAVID A. BELL

Tanto si se ama a Donald Trump como si se detesta, es difícil no deplorar el cariz que están tomando los acontecimientos. En una democracia, es el pueblo el que decide, no los tribunales. Si el Tribunal Supremo confirma la decisión de Colorado (lo que es poco probable, pero no del todo imposible) y los estados donde se celebran las elecciones excluyen a Trump, una gran parte del electorado considerará que las elecciones son fundamentalmente ilegítimas, lo que no es en absoluto saludable para la democracia estadounidense. Si una serie de condenas penales obligaran de algún modo a Trump a abandonar la carrera electoral, el resultado sería efectivamente el mismo. Sí, se puede argumentar que, ante un candidato tan nocivo, incluso potencialmente tiránico como Donald Trump, pueden ser necesarios medios antidemocráticos para salvar la democracia, pero este recurso está en sí mismo plagado de peligros.

Una bandera del expresidente y actual candidato republicano Donald Trump ondea frente a una casa en Des Moines, Iowa. El caucus de Iowa de 2024 comienza este lunes 15 de enero. © Bryon Houlgrave/Shutterstock

En teoría, el Partido Republicano tiene mucho menos derecho a quejarse de la influencia del poder judicial en las elecciones que los demócratas. Se trata de un partido a cuyos principales ideólogos les gusta afirmar regularmente que Estados Unidos no es una democracia, sino una república constitucional, para justificar cosas como la asignación de dos senadores cada uno a la demócrata California y a la republicana Wyoming, a pesar de la disparidad de población de 77 a 1 entre ambos estados. También es un partido cuyos candidatos presidenciales, a lo largo de este siglo, han ganado dos veces las elecciones perdiendo el voto popular, gracias al Colegio Electoral. Es un partido cuya victoria en 2000 (Bush sobre Gore) sólo fue posible gracias a una sentencia del Tribunal Supremo de EUA. 

Pero la coherencia no es el punto fuerte del partido.

Para los demócratas, en cambio, hay importantes razones prácticas y de principios para lamentar que el camino a la Casa Blanca pase actualmente por los tribunales. Y no es solo porque los diversos casos hayan dado a Trump y a sus partidarios un gran impulso y hayan dado credibilidad a la idea de que el Estado profundo y las élites estadounidenses utilizarían medios ilegítimos para impedir que volviera a la presidencia. El giro judicial de los acontecimientos también envía el mensaje no tan subliminal de que un Joe Biden profundamente impopular no puede ser reelegido por sus propios méritos.

El giro judicial de los acontecimientos también envía el mensaje no tan subliminal de que un Joe Biden profundamente impopular no puede ser reelegido por sus propios méritos.

DAVID A. BELL

Irónicamente, el procedimiento judicial con más probabilidades de ayudar a Biden es uno que iría dirigido contra él, y no contra Trump. El 13 de diciembre, la Cámara de Representantes votó unánimemente, sin distinción de partidos, a favor de abrir una investigación formal de destitución contra el presidente. No tenían motivos para hacerlo. Los acusadores republicanos afirman, sin la menor prueba, que Joe Biden intervino en varios asuntos de manera corrupta mientras era vicepresidente, entre 2009 y 2017, para ayudar a los negocios de su hijo Hunter. Sin embargo, aunque sus acusadores logren encontrar pruebas que puedan utilizar de alguna manera para inculparlo, algunas figuras destacadas del partido republicano -por ejemplo, el senador Markwayne Mullin, de Oklahoma- ya han advertido a la Cámara que no puede procesar legalmente a un presidente por delitos cometidos antes de que asumiera el cargo. Aunque el Comité Judicial de la Cámara de Representantes acabe recomendando la destitución al pleno, es posible que los republicanos no consigan los votos necesarios, dada su escasa mayoría -221 votos frente a 213-. E incluso si la Cámara de Representantes votara a favor de la destitución de Biden, es seguro que el Senado no lograría condenarlo con los dos tercios de los votos necesarios. En resumen, el impeachment sólo avergonzaría a los republicanos al tiempo que ayudaría a la campaña de Biden. Los republicanos harían bien en abandonar el asunto, pero tal es el odio a Biden entre los fieles a Trump que probablemente no puedan darse por vencidos.

Para el verano, es probable que todas o la mayoría de estas cuestiones legales se hayan resuelto de un modo u otro, y por fin pueda tener lugar una campaña presidencial en la que el historial, los programas, el comportamiento y, por supuesto, las réplicas de los candidatos ocupen un lugar central. Seguirá sin ser una campaña normal, ni mucho menos, dado el papel de Donald Trump como el agujero negro de la política estadounidense, arrastrando irresistiblemente y destruyendo toda la sustancia y la energía de la política estadounidense. Pero al menos estas elecciones serán verdaderamente democráticas.

Notas al pie
  1. Fuente: FiveThirtyEight.
  2. Silver Bulletin, « Why she should pick Shapiro », 3 de agosto de 2024.
  3. Gabby Deutch, « Anti-Israel activists organize against Josh Shapiro for veepstakes », Jewish Insider, 26 de julio de 2024.
  4. David Klion, « The One Vice Presidential Pick Who Could Ruin Democratic Unity », The New Republic, 24 de julio de 2024.
  5. David Klion en X.
  6. Erick Erickson en X.
  7. Ian Swanson, « Trump urges Christians to vote : ‘You won’t have to do it’ in 4 years », The Hill, 27 de julio de 2024.
  8. Matt Young, « GOP Insiders Are Horrified by Trump’s Undisciplined Attacks on Kamala Harris », The Daily Beast, 6 de agosto de 2024.
  9. Peter Dreier, « The Democrats’ Secret Weapon », Talking Points Memo, 6 de agosto de 2024.
  10. Jonathan Chait, « Kamala Harris and Tim Walz Need to Pivot to the Center Right Now », New York Magazine, 6 de agosto de 2024.
  11. John Ganz, « These People Are Nazis », Unpopular Front, 6 de abril de 2024.
  12. Tara Isabella Burton, « The biblical story the Christian right uses to defend Trump », Vox, 5 de marzo de 2018.
  13. David A. Bell, « The Biden Tragedy », French Reflections (Substack), 7 de julio de 2024.
  14. Donald J. Trump Posts From His Truth Social (@TrumpDailyPosts) / X
  15. Jonathan Swan, Maggie Haberman y Nate Schweber, The Circus Trump Wanted Outside His Trial Hasn’t Arrived, The New York Times, 22 de abril de 2024.
  16. William Brangham, Ali Schmitz y Saher Khan, Where Trump’s classified documents case stands after judge indefinitely postponed start, PBS, 8 de mayo de 2024.
  17. Adam Reiss, Gary Grumbach, Jillian Frankel y Dareh Gregorian, Silk pajamas, spanking and questions about STDs : Stormy Daniels details sexual encounter with Trump, NBC News, 7 de mayo de 2024.
  18. Isabella Ramírez, Amira McKee, Rebecca Massel et al., Inside the Columbia University Protests Over Israel and Gaza, New York Magazine, 4 de mayo de 2024.
  19. In Speech, Biden Describes Surge of Antisemitism in U.S., The New York Times.
  20. Sareen Habeshian, Exclusive poll: Most college students shrug at nationwide protests, Axios, 7 de mayo de 2024.
  21. Daniel Bessner y Daniel Steinmetz-Jenkins, Liberals’ Heated Fascism Rhetoric Sidesteps Self-Reflection, 18 de abril de 2024.
  22. Gareth Fearn, Liberalism without Accountability, London Review of Books, 2 de mayo de 2024.
  23. Samuel Moyn, Liberalism Against Itself, Yale University Press, 2023.
  24. Para mi reseña del libro de Moyn, ver aquí.
  25. Ver en X (Twitter).
  26. Breaking down the latest presidential battleground polls, CBS News, 7 de mayo de 2024.
  27. Ken Silverstein y Laura Collins, Married South Dakota governor Kristi Noem and Trump advisor Corey Lewandowski have been having a years-long clandestine affair, Daily Mail Online, 15 de septiembre de 2023.
  28. Bess Levin, Puppy Slayer Kristi Noem Had a Very, Very Bad Day on Conservative TV | Vanity Fair, Vanity Fair, 8 de mayo de 2024.
  29. Hafiz Rashid, Tim Scott’s Election Results Answer Shows Exactly Where GOP Is Headed, The New Republic, 6 de mayo de 2024.
  30. David A. Bell, Elise Stefanik, Dean of Faculty, The Chronicle of Higher Education, 22 de abril de 2024.
  31. Ross Douthat, « The Question Is Not if Biden Should Step Aside. It’s How », The New York Times, 10 de febrero de 2024.
Créditos
Este diario se publica en colaboración con Tocqueville 21.