¿Cómo explicar un punto de inflexión? Para ver con claridad las macrocrisis, a veces necesitamos aumentar la escala de análisis, hasta el final del año. Para ayudarnos a pasar de 2023 a 2024, pedimos al historiador francés Pierre Grosser que encargue diez textos, uno por cada década, para estudiar y contextualizar puntos de inflexión más amplios. Tras los dos primeros episodios sobre 1913-19141923-19241933-19341943-1944 y 1953-1954, he aquí el sexto episodio sobre el fin de la coexistencia pacífica, en 1963-1964.

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La primera mitad del año 1963 anunciaba una edad de oro de coexistencia pacífica. Tras haber estado tan cerca de la guerra nuclear con la crisis de los misiles de Cuba el año anterior, las superpotencias estadounidense y soviética se dieron cuenta de la importancia de establecer comunicaciones fiables. Para evitar la necesidad de mensajeros intermediarios y largos procesos de descifrado, Washington y Moscú establecieron una línea directa en junio de 1963 y pocas semanas después, el 5 de agosto de 1963, concluyeron un tratado que prohibía parcialmente las pruebas de armas nucleares. A todas horas, Washington y Moscú intercambiaban mensajes a través de un teletipo, más conocido con el engañoso nombre de «teléfono rojo». Así, el mundo podía estar seguro de que una guerra nuclear no se desencadenaría por un simple malentendido. 

El asesinato de un jefe de Estado perturbó esta aparente estabilidad y sumió de nuevo a la Guerra Fría en una escalada de violencia. El asesinato del Presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy el 22 de noviembre de 1963, al paso de la comitiva presidencial por las calles de Dallas en Texas, viene inmediatamente a la mente. La trágica muerte del presidente estadounidense más joven jamás elegido supuso un verdadero punto de inflexión en la Guerra Fría. Como señala el historiador Fredrik Logevall, Estados Unidos entró en el «largo 1964», un periodo que se extiende desde agosto de 1963 hasta finales de febrero de 1965, cuando Washington anunció la intervención directa en Vietnam del Sur1. Durante este periodo de incertidumbre, el nuevo Presidente, Lyndon Baines Johnson, decidido a proteger su reputación y a poner en marcha grandes proyectos en materia de sanidad, educación y lucha contra la pobreza, no quería verse superado por los acontecimientos de Vietnam. Convencido de que tenía que establecer su credibilidad en política exterior para poder realizar mejor su visión en política interior, Johnson tuvo que convencer al Congreso estadounidense de la amenaza que suponía Hanoi, hacerse elegir y finalmente anunciar la intervención armada en Vietnam. Fue durante este periodo cuando Johnson se aseguró de tener todas las cartas en la mano antes de ir a la guerra. 

El asesinato de John Fitzgerald Kennedy fue un verdadero punto de inflexión en la Guerra Fría.

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Sin embargo, desde una perspectiva más global, el asesinato de Ngô Đình Diệm, presidente de la República de Vietnam (RVN) tres semanas antes, fue un reflejo aún mejor de las transformaciones que estaba experimentando la Guerra Fría en aquel momento. La coexistencia pacífica y su mantenimiento mediante una línea directa de comunicación partían del principio de que existían dos bloques liderados por Moscú y Washington. Sin embargo, la forma en que degeneró la situación en Vietnam del Sur e implicó a múltiples actores en todo el mundo nos demuestra que, en realidad, esta organización bipolar no reflejaba la realidad. En el campo comunista, el liderazgo de Moscú ya no era representativo, pues Hanoi quería retomar la lucha y el caos reinante en el sur le convenció para redoblar su determinación. China, a pesar de los reveses del Gran Salto Adelante, seguía persiguiendo sus ambiciones de convertirse en potencia nuclear y suscitando rebeliones maoístas. El campo occidental no estaba más unido, ya que varios actores intentaban profundizar en la coexistencia pacífica para neutralizar el conflicto de Vietnam, iniciativa apoyada por varios países afroasiáticos. Las dos superpotencias veían con preocupación cómo esta desestabilización procedía de su periferia. Mientras la Unión Soviética atravesaba una crisis para sustituir a Nikita Jruschov, Estados Unidos, que también atravesaba un periodo de transición, optó por intervenir directa e indirectamente fuera de sus fronteras para frenar cualquier evolución contraria a sus intereses. Aunque esta política proactiva había comenzado con Kennedy, Johnson dirigió la política estadounidense más claramente en una dirección intervencionista. El despliegue del ejército estadounidense en Vietnam en marzo de 1965 confirmó el fin de la coexistencia pacífica y aceleró la fragmentación, llevando a cada vez más actores del bloque occidental a cuestionar esta evolución. 

Un miembro de las fuerzas militares rebeldes de Vietnam del Sur en el interior del salón de recepciones del palacio presidencial durante el intento de golpe de Estado contra Ngo Dinh Diem en Saigón el 1 de noviembre de 1963. © Horst Faas/AP/SIPA

Vietnam del Sur, epicentro de las tensiones locales e internacionales

Desde 1959, Saigón era escenario de un conflicto armado protagonizado por insurgentes bajo la bandera del Frente de Liberación Nacional (FLN), creado por Hanoi. En consecuencia, Kennedy aumentó el número de fuerzas especiales y asesores, incrementando el personal militar estadounidense de unos 3.000 efectivos en 1961 a más de 11.000 a finales de 1962 para apoyar a un ejército survietnamita de unos 200.000 hombres. Vietnam del Sur había establecido aldeas estratégicas, aislando a la población campesina de los insurgentes. Pero Saigón sufrió un humillante revés. En enero de 1963, 350 combatientes del FLN consiguieron infligir una derrota a las unidades survietnamitas acompañadas por sus asesores estadounidenses. Ni siquiera los equipos de alta tecnología, como los helicópteros estadounidenses, que debían facilitar las operaciones de contrainsurgencia, habían servido de ayuda. Los periodistas estadounidenses Neil Sheehan y David Halberstam describieron la batalla de Ap Bac como una auténtica debacle, que alertó a la opinión pública estadounidense, que hasta entonces había pensado que el comunismo no podía extenderse por el Sur. Saigón, a pesar de toda la ayuda estadounidense, fue incapaz de frenar la expansión del comunismo. 

El despliegue del ejército estadounidense en Vietnam en marzo de 1965 confirmó el fin de la coexistencia pacífica y aceleró la fragmentación, llevando a cada vez más actores del bloque occidental a cuestionar esta evolución. 

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El descontento urbano también minó la legitimidad de Ngo Dinh Diem, presidente de Vietnam del Sur. El hombre al que la prensa había apodado «America’s Miracle Man» en 1955 por acoger a refugiados de Vietnam del Norte, derrotar a sus adversarios políticos y construir un bastión contra la amenaza comunista, aparecía bajo una nueva luz. Los límites que impuso a las libertades democráticas reforzaron la sensación de que se había convertido en un dictador sostenido por la ayuda estadounidense. En el centro del problema estaba la enorme influencia de los católicos en el régimen, a pesar de que sólo representaban el diez por ciento de la población. El propio Presidente procedía de una antigua familia católica del centro del país. Los militantes budistas establecidos en el centro, en Hué, y politizados por los contactos con activistas ceilaneses, se oponían abiertamente al gobierno. En su opinión, una minoría religiosa imponía su autoridad a una mayoría budista. 

En mayo de 1963, la celebración del Vesak, aniversario del nacimiento de Buda, degeneró cuando las autoridades locales de Hué prohibieron el uso de la bandera budista. A partir de entonces, las manifestaciones budistas se multiplicaron en las principales ciudades. El gobierno insistió en restar importancia a las protestas, calificándolas de infiltración comunista, y reprimió duramente a los manifestantes. La crisis se volvió crítica para Saigón cuando los corresponsales extranjeros fueron testigos de la determinación budista. La fotografía del monje Thich Quang Duc prendiéndose fuego en un cruce de Saigón saltó a los titulares, ganando el premio World Press de 1963 y el Pulitzer al año siguiente. A los ojos del mundo, Ngo Dinh Diem se había convertido en un auténtico déspota. 

A partir de entonces, los asuntos survietnamitas se convirtieron en una preocupación diaria para Washington, y las relaciones entre ambos países se complicaron aún más cuando su embajador en Saigón, Frederick Nolting, ferviente partidario de Ngo Dinh Diem, fue sustituido por Henry Cabot Lodge, un republicano mucho más distante del presidente survietnamita. Así que cuando un grupo de oficiales atacó el Palacio de la Independencia, donde se alojaba el Presidente, el 1 de noviembre de 1963, Ngo Dinh Diem y su hermano Ngo Dinh Nhu huyeron, pero todos sabían que no podían esperar protección estadounidense. El ejército los encontró en una iglesia de Cho Lon, la ciudad china adyacente a Saigón, y fueron asesinados cuando regresaban al cuartel general del ejército. 

El derrocamiento de Diem dejó un vacío político que nadie fue capaz de llenar. En los meses siguientes hubo cuatro golpes de estado en Vietnam del Sur y ocho gabinetes sucesivos. Esta sucesión de gobiernos no sólo reflejó el creciente papel del ejército en la gestión del país, sino que también fue el resultado de una oleada de manifestaciones que sacudió las principales ciudades del país. Por un lado, los manifestantes budistas se consideraban los líderes de la Revolución del 1 de noviembre y se negaban a que los miembros del nuevo gobierno estuvieran vinculados al antiguo régimen, la religión o la región de origen del ex presidente. Por otra parte, los partidarios del antiguo régimen y los católicos se movilizaron para que la Revolución derrocara a Ngo Dinh Diem sin hacerles quedar como reaccionarios. En otras palabras, Saigón estaba paralizada y la población de las ciudades survietnamitas se debatía entre la revolución y la contrarrevolución, un proceso cuyo contenido, alcance y dirección en relación con la guerra aún estaban por determinar.

Miembros del movimiento juvenil del Partido Comunista Indonesio son custodiados por soldados mientras son trasladados en un camión abierto a la prisión de Yakarta, 30 de octubre de 1965. © PW/AP/SIPA

El despertar de las rebeliones maoístas

El Partido del Trabajo de Vietnam aprovechó el caos político que paralizaba Vietnam del Sur. En enero de 1964, el ejército survietnamita sufrió otro revés aún más devastador. El FLN se impuso a algunas de sus unidades de élite en una región, Binh Gia, al sureste de Saigón, donde la mayoría de los pueblos, poblados por refugiados católicos del Norte, les eran hostiles. Las fuerzas armadas del FLN, incluso lejos de su patria natural, podían hacer frente al ejército. Este avance reflejaba la determinación del partido de continuar la lucha armada. 

Un nuevo liderazgo comenzó con el ascenso de un comunista del sur, Le Duan, al puesto de Secretario General en 1960, pero se hizo oficial en el 9º Pleno del Partido de los Trabajadores de Vietnam en diciembre de 19632. El partido empezó por ajustar su posición frente al bloque comunista. Las tensiones entre Moscú y Pekín habían seguido aumentando. Los dirigentes soviéticos desaprobaban el Gran Salto Adelante y creían que Mao estaba lamentablement equivocado si pensaba que podía acelerar las etapas de desarrollo del capitalismo analizadas por Karl Marx. Mao, por su parte, consideraba el desenlace de la crisis cubana como un auténtico fracaso. Para Mao, la retirada de los misiles demostraba no sólo que la Unión Soviética se había vuelto revisionista, sino que había un vacío en la dirección de la revolución del Tercer Mundo que China podía llenar. Esta brecha cada vez mayor entre los dos gigantes tuvo un claro impacto en los vietnamitas y en su renovada lucha por unificar el país. 

El Partido del Trabajo vietnamita nunca renunció abiertamente al liderazgo de Moscú, pero sí se apartó de su línea general e incluso se permitió criticar a la Unión Soviética de forma indirecta. Una revista publicó una serie de artículos acusando a Tito de revisionismo por abandonar la colectivización de la tierra. También describió el tratado de prohibición parcial de pruebas nucleares firmado por Moscú y Washington en agosto de 1963 como una maniobra de los «imperialistas estadounidenses», dando a entender que los dirigentes soviéticos habían sido engañados. Por otra parte, los comunistas vietnamitas se acercaron a la línea china. La visita de Liu Shiaoqi a Hanoi en mayo de 1963 reafirmó la determinación de China de acudir en ayuda de su vecino en caso de ataque norteamericano. Antes de esta visita, Le Duan había inculcado en el partido el deseo de lograr la autosuficiencia económica desarrollando la industria para satisfacer las necesidades económicas del país una vez reunificado, porque no era realista confiar totalmente en la solidaridad económica entre países comunistas, ya que cada uno de ellos se enfrentaba a condiciones diferentes. 

El Partido Comunista Vietnamita adoptó también una visión del mundo resueltamente orientada hacia el retorno a la lucha, tanto a escala nacional como mundial. El Pleno votó una resolución destinada a transformar un mundo basado en la explotación de los «antagonismos» que se manifestaban no sólo en las poblaciones colonizadas, sino también en el seno de los países capitalistas. La guerra de Vietnam iba a inspirar una lucha mundial y encontrar eco en lugares tan lejanos como Estados Unidos, entre la población afroamericana por ejemplo. El discurso de Le Duan ante el Pleno garantizó la lealtad de Vietnam al bloque comunista y siguió reconociendo a la Unión Soviética como su líder. Al mismo tiempo, sin embargo, afirmó su determinación de reanudar la lucha. 

Para el Partido Comunista vietnamita, la guerra debía inspirar una lucha mundial y encontrar eco en lugares tan lejanos como Estados Unidos, entre la población afroamericana, por ejemplo.

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Para Pekín, este apoyo oficial a una lucha liderada por Vietnam confirmaba la idea de que China debía convertirse en el nuevo líder del mundo asiático, africano y latinoamericano. Pekín acababa de salir de la hambruna provocada por el Gran Salto Adelante. A pesar de ello, China adoptó una postura agresiva, reafirmando su compromiso de proteger a Vietnam del Norte en 1964 y proporcionando inmediatamente la ayuda solicitada por los comunistas laosianos. Además, el éxito de la prueba atómica de octubre de 1964 demostró que Pekín no había abandonado su deseo de dominar las armas nucleares. Después del Reino Unido y Francia en el bloque occidental, el acceso de China al rango de potencia nuclear añadió un grado mucho mayor de incertidumbre, ya que Pekín se mostró mucho más agresiva y dispuesta a desafiar el liderazgo comunista de la Unión Soviética. De hecho, las ambiciones de China se extendían mucho más allá de la península de Indochina3, pero por el momento, una lucha armada dirigida por los comunistas vietnamitas le permitió evitar una confrontación directa con los estadounidenses. El plan chino de liderar una revolución mundial tomó forma principalmente a través de su apoyo a los vietnamitas, pero la ambición última del gigante chino ya no era un secreto. Todo esto, por supuesto, se sumó a las crecientes ansiedades de Moscú, cada vez más preocupado por Pekín y que habría preferido preservar la coexistencia pacífica en un momento en que atravesaba una crisis en la sucesión de Jruschov. Fue precisamente por el temor a una oleada de rebeliones maoístas por lo que otras tensiones se convirtieron en verdaderos conflictos, esta vez perturbando otros procesos de descolonización. 

La proclamación de la Federación de Malasia en septiembre de 1963 desencadenó un periodo de confrontación (Konfrontasi), que se tradujo en batallas fronterizas con la vecina República de Indonesia4. Yakarta soñaba con ampliar su territorio para crear una Gran Indonesia, que reuniera a todos los malayos del archipiélago y la península en un solo Estado. Sin embargo, la decisión británica de reunir Borneo, Sarawak y Singapur en una Federación de Estados Malayos le pareció a Sukarno una maniobra para limitar las ambiciones regionales de Indonesia. En cuanto se proclamó la Federación, estallaron enfrentamientos armados a lo largo de la frontera, que enfrentaron al ejército indonesio con las fuerzas malayas y las tropas de la Commonwealth. Es cierto que China se reunió con representantes comunistas de Vietnam, Laos e Indonesia en dos ocasiones, en 1963 y 1964. Pero las representaciones malayas exageraron la naturaleza maoísta del conflicto. También daban la impresión de que el Partido Comunista Indonesio, el PKI, había adquirido demasiada importancia en el país y que Sukarno se inclinaba demasiado claramente hacia Pekín, cuando en realidad mantenía las distancias. La salida de Indonesia de la ONU en enero de 1965, cuando la Federación de Malasia fue admitida con el apoyo de Estados Unidos, formalizó la oposición pública de Indonesia a un sistema internacional que consideraba a sueldo de los norteamericanos. Nueve meses después, una facción del ejército derrocó a Sukarno y eliminó a casi medio millón de miembros del PKI en un genocidio del que Estados Unidos, Reino Unido y Australia fueron cómplices, según una sentencia del Tribunal de La Haya de 2016. La propagación real o imaginaria de las rebeliones maoístas contribuyó innegablemente al fin de la coexistencia pacífica, incluso en otros conflictos no directamente vinculados a la Guerra Fría. 

Un tanque monta guardia frente al Ministerio de Guerra en Río de Janeiro. El ejército fue puesto en alerta el 2 de octubre de 1963. Al día siguiente, se colocaron tanques y tropas armadas en lugares estratégicos de la ciudad. © AP/SIPA

Neutralización en términos tercermundistas

El endurecimiento de la Guerra Fría fue también una reacción a los diversos intentos de los países afroasiáticos de influir en las relaciones internacionales a través de su visión. De hecho, la literatura reciente ha destacado la importancia de considerar el Tercer Mundo, no como un espacio que debe entenderse en negativo, porque no formaría parte ni del bloque capitalista ni del comunista, sino como un proyecto liderado por los países afroasiáticos para constituir un contrapeso a las superpotencias. Fue inicialmente en las instituciones de la ONU, en particular en la Asamblea General, donde este grupo intentó ejercer su influencia. Uno de sus mayores éxitos fue la intervención de la ONU en la independencia de Indonesia, pero la posibilidad de un auténtico bloque afroasiático se vino abajo tras la guerra chino-india de 19625. A pesar de ello, y precisamente para contrarrestar a China y su apetito por la rebelión armada, varios países afroasiáticos intentaron influir en el resultado de conflictos como el de Vietnam. 

La propagación real o imaginaria de rebeliones maoístas contribuyó innegablemente al fin de la coexistencia pacífica.

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De hecho, estos países afroasiáticos desempeñaron un papel en el punto de inflexión de 1963 en Vietnam del Sur. En efecto, cuando la crisis budista sacudió al gobierno de Ngo Dinh Diem, catorce Estados de la Asamblea General, todos ellos del Tercer Mundo, solicitaron en septiembre de 1963 la creación de una comisión de investigación sobre «la violación de los derechos humanos en Vietnam del Sur». Al recibir una respuesta positiva de Saigón, la Asamblea General envió una delegación cuya misión era establecer los hechos relativos a las diversas acusaciones de violación de los derechos humanos6. Los delegados comenzaron su trabajo el 24 de octubre de 1963, reuniéndose con varias personalidades y esperando concluir su labor el 3 de noviembre. Su presencia confirmó la gravedad de la situación para Vietnam del Sur y a los ojos del mundo. Sin embargo, el golpe de Estado del 1 de noviembre interrumpió bruscamente su investigación. Debido a los combates en la ciudad, los delegados permanecieron confinados en el hotel Majestic hasta que fueron escoltados al aeropuerto para abandonar el país en la fecha prevista, el 3 de noviembre. Esta investigación se menciona a menudo de forma anecdótica en las historias de la guerra de Vietnam. Sin embargo, el fracaso de esta comisión tuvo un significado más importante. La Declaración Universal de Derechos Humanos adoptada en 1948 nunca pretendió ser vinculante para sus Estados. Pero nada impidió que la Asamblea General utilizara este texto como norma a la que debían ajustarse todos los Estados que aspiraran a ser miembros de la ONU. El fracaso de la Comisión de Investigación puso fin de forma bastante clara a la utilización de los derechos humanos como herramienta para controlar mejor la actuación de los Estados. También demostró a los países afroasiáticos que la vía de la ONU tenía serias limitaciones. Además de los vetos, a veces insuperables, de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, las circunstancias locales también podían truncar las iniciativas de la ONU. 

Quizá por este motivo, estos países afroasiáticos intentaron otra vía multilateral para neutralizar la guerra de Vietnam. Surgió una oportunidad con la conferencia afroasiática prevista en Argelia en 1965, que preveía la posibilidad de que Hanoi y Saigón mantuvieran conversaciones. En esta sucesión de gobiernos survietnamitas, el gabinete de Phan Huy Quat gozaba de un considerable margen de maniobra, ya que había sido nombrado por el general Nguyen Khanh justo antes de ser expulsado del poder. Este nuevo gabinete estaba preocupado por una escalada incontrolada de la guerra. Pocos días antes, el gobierno estadounidense había desembarcado sus tropas en Danang sin avisar siquiera al nuevo gobierno. Por ello, Phan Huy Quat y su equipo pensaron que la neutralización podría servir a los intereses vietnamitas. 

La conferencia se pospuso por razones logísticas. También se planteó la cuestión de si la Unión Soviética podría participar como gran potencia asiática, algo a lo que China se negó categóricamente, pero que los países organizadores estaban considerando seriamente para mostrar su independencia de Pekín. Finalmente, la conferencia no llegó a celebrarse. Miembros del ejército derrocaron al gobierno argelino de Ben Bella y con él el plan de albergar dicho foro. Pero los países afroasiáticos habían intentado neutralizar el conflicto de Vietnam, y la posibilidad de que Saigón se uniera a las discusiones reforzaba las posibilidades de un alto el fuego. 

Helicópteros estadounidenses abandonan un campo de batalla en el delta del Mekong, Vietnam del Sur, tras dejar caer tropas vietnamitas sobre el terreno pantanoso en preparación de un asalto a una aldea al fondo, 11 de julio de 1964. © AP/SIPA

Un bloque occidental desunido

Estas iniciativas de neutralización tenían más posibilidades de éxito porque una parte del mundo occidental también creía que había que reforzar la coexistencia pacífica y no abandonarla. Este deseo debilitó el papel de Estados Unidos como líder del bloque occidental y contribuyó a la erosión de su poder. Es bajo esta luz que debemos entender las acciones de la Iglesia Católica, que durante tanto tiempo había apoyado los esfuerzos estadounidenses para contrarrestar la expansión del comunismo. Enfrentada a un proceso de descolonización que amenazaba con expulsarla de varios países de misión, tuvo que revisar su posición en un mundo en el que los imperios coloniales se derrumbaban uno tras otro. De hecho, muchos movimientos independentistas sentían poca simpatía por una institución que a menudo se había desarrollado bajo la protección del Estado colonial. En Argelia, por ejemplo, la guerra llevó al arzobispo a ceder una serie de propiedades al nuevo Estado independiente y a aceptar que era una Iglesia que ya no pretendía propagar su fe. 

Esta nueva postura tomó forma en el Segundo Concilio Ecuménico, celebrado entre 1962 y 1965, cuyo objetivo era actualizar la posición de la Iglesia ante las circunstancias del mundo moderno. Pero esta adaptación se aplicó también a la convivencia pacífica. La encíclica Pacem in terris del Papa Juan XXIII, publicada en abril de 1963, exhortaba a todos los hombres de buena fe a detener la proliferación de armas nucleares y a proteger la paz. Los papas posteriores continuaron esta política, abriendo relaciones con Polonia y acogiendo con satisfacción el anuncio de Hanoi de una tregua de Navidad en 1965. El mundo católico se acercó cada vez más a otros cristianos en sus demandas de paz y, en los años siguientes, varios miembros de la Iglesia –a veces en contra de los deseos de su jerarquía– se opusieron a la guerra de Vietnam. 

Enfrentada a un proceso de descolonización que amenazaba con expulsar a la Iglesia católica de varios países de misión, la Iglesia tuvo que revisar su posición en un mundo en el que los imperios coloniales se derrumbaban uno tras otro.

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Otros actores comprendieron que la coexistencia pacífica era una salida a un mundo estrictamente bipolar. El primero en aprovechar esta oportunidad fue Charles de Gaulle, que quiso sacar partido de la ruptura chino-soviética y de la movilización de varios países del Tercer Mundo para señalar una mayor independencia del gigante estadounidense7. Tras concluir la guerra de Argelia con los Acuerdos de Evian en 1962, el general dirigió su atención a Vietnam. Había presentado a Estados Unidos la idea de neutralizar el país, sin éxito. Pero en diciembre de 1963, de Gaulle volvió con un plan de tres puntos para un alto el fuego en Vietnam. En enero de 1964, el reconocimiento de la República Popular China supuso un paso más en este acercamiento al Tercer Mundo. Muchos survietnamitas, algunos de los cuales estaban más dispuestos a librar una guerra contra el comunismo, protestaron por la injerencia de la antigua potencia colonial. Pero De Gaulle prosiguió su política y se acercó al ex rey Norodom Sihanouk, que había defendido el neutralismo durante años, pero que rechazó toda ayuda estadounidense a Camboya en noviembre de 1963. Fue en Phnom Penh donde el General pronunció un discurso en apoyo del «derecho de los pueblos a la autodeterminación» en septiembre de 1966. Francia también desempeñó un papel en este vuelco, reforzando los llamamientos del Tercer Mundo en favor de la coexistencia pacífica. 

El 1 de enero de 1966, dos niños survietnamitas observan a un paracaidista estadounidense que sostiene un lanzagranadas M79 mientras ellos se aferran a sus madres que se acurrucan contra la orilla de un canal para protegerse del fuego de los francotiradores vietnamitas en la región de Bao Trai, 30 km al oeste de Saigón. © Horst Faas/AP/SIPA

Escalada y radicalización 

En este contexto de rivalidad chino-soviética, de reanudación de los combates, de movilización del Tercer Mundo y de desunión del bloque occidental, hay que entender el «largo 1964» estadounidense. Lyndon B. Johnson tuvo varias oportunidades de neutralizar la guerra y proteger la coexistencia pacífica. Pero la intensificación del conflicto y el caos político en Vietnam le llevaron a optar por la intervención y a adoptar un enfoque más receloso hacia un Tercer Mundo que Kennedy había intentado cooptar8. En agosto de 1964, Washington anunció al Congreso que barcos estadounidenses habían sido atacados por torpedos norvietnamitas y obtuvo la Resolución del Golfo de Tonkin, que otorgaba al Presidente el derecho a tomar «todas las medidas necesarias, incluido el uso de la fuerza para acudir en ayuda de un Estado signatario o protocolario del Tratado de Defensa Colectiva del Sudeste Asiático». Tras ser debidamente elegido en noviembre de 1964, Johnson sacó a Estados Unidos de la reserva impuesta por la coexistencia pacífica. 

La guerra de Vietnam fue la manifestación más visible de una política de anticipación y reacción que Kennedy había aplicado poco después de la revolución cubana en América Central y Latina. Había que neutralizar cualquier acontecimiento que pudiera ir en contra de los intereses geopolíticos estadounidenses. En abril de 1963, por ejemplo, Estados Unidos alentó un golpe de Estado en Guatemala que impidió la vuelta al poder de Juan José Arévalo. Washington sabía que el ex presidente, que se presentaba de nuevo a la campaña de 1963, no era comunista. Pero a veces hacía comentarios excesivamente antiamericanos y favorecía medidas sociales que podían afectar a los intereses estadounidenses. Johnson tomó la misma decisión en Brasil. La política izquierdista del presidente Goulart llevó a los generales a tomar medidas el 31 de marzo de 1964 para derrocar a la Cuarta República, con el beneplácito de Washington. Estados Unidos también intensificó su ayuda a Edouardo Frei para impedir la victoria del socialista Salvador Allende en las elecciones chilenas de septiembre de 1964. 

La guerra de Vietnam fue la manifestación más visible de una política de anticipación y reacción que Kennedy había aplicado poco después de la revolución cubana en América Central y América Latina.

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A finales de febrero de 1965, Johnson anunció su intención de intervenir directamente en Vietnam. Pocos días después, ésta tomó la forma de una campaña de bombardeos masivos, seguida de un desembarco de tropas terrestres. Otra intervención armada llevó a Estados Unidos a la República Dominicana en junio de 1965, con el objetivo de impedir otra revolución similar a la de Cuba, pero fue inmediatamente criticada. La legalidad de tal intervención, ya planteada durante el desembarco en Bahía de Cochinos en abril de 1961, demostró que Washington tenía poco en cuenta el derecho internacional. Varios acontecimientos percibidos desfavorablemente por Washington –la reanudación de los combates en Vietnam del Sur, la radicalización de China y una serie de conflictos o movimientos políticos considerados demasiado a la izquierda– llevaron a Washington a alentar derrocamientos o a apoyar a dirigentes políticos que daban la impresión de una contrarrevolución mundial en 1964 y 1965. Pero la manifestación más clara y duradera de esta nueva política estadounidense fue su intervención en Vietnam. Con Estados Unidos dispuesto a desplegar sus tropas tan lejos de sus fronteras, la Guerra Fría había pasado decididamente de una coexistencia pacífica a una escalada de tensiones.

Notas al pie
  1. Fredrik Logevall, Choosing War : The Lost Change for Peace and the Escalation of War in Vietnam, Berkeley, University of California Press, 1999.
  2. Pierre Asselin, Vietnam’s American War, Cambridge, Cambridge University Press, 2018, p. 99-110. Tuong Vu, Vietnam’s Communist Revolution : The Power and Limits of Ideology, Cambridge, Cambridge University Press, 2017, p. 158-177.
  3. Jian Chen, Mao’s China & The Cold War, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 2001.
  4. Ang Cheng Guan, Southeast Asia’s Cold War : An Interpretive History, Honolulu, Hawai’i University Press, 2018.
  5. Lorenz Lüthi, Cold Wars : Asia, the Middle East, Europe, Cambridge, Cambridge University Press, 2020, capítulo 11.
  6. La delegación incluía representantes de Afganistán, Brasil, Ceilán, Costa Rica, Dahomey, Marruecos y Nepal.
  7. Frédéric Turpin, De Gaulle, les gaullistes et l’Indochine, Paris, Les Indes savantes, 2005. Pierre Journoud, De Gaulle et le Vietnam, Paris, Tallandier, 2011.
  8. Mark Atwood Lawrence, The End of Ambition : The United States and the Third World in the Vietnam Era, Princeton, Princeton University Press, 2021.