¿Cómo hemos llegado a la situación actual, marcada por el retorno de graves crisis de deuda?

Joseph Stiglitz

Las raíces de los problemas de deuda actuales se remontan a acontecimientos que tuvieron lugar a finales del siglo XX y que guardan sorprendentes similitudes con lo ocurrido en América Latina en la década de 1980.

En la década de 1970, el mundo experimentó una serie de crisis del petróleo, provocadas principalmente por países como Irán y Arabia Saudita, que aumentaron drásticamente sus precios en 1973 y 1979. Mientras que muchos países tuvieron que hacer frente a la inflación resultante, América Latina evitó una catástrofe económica inmediata, lo cual es bastante singular. Esta relativa estabilidad se consiguió gracias al endeudamiento a gran escala, a menudo denominado «reciclaje de petrodólares». La subida de los precios del petróleo provocó una afluencia de dinero a los países productores, y parte de ese dinero se prestó al exterior, siendo América Latina la principal beneficiaria. Esta estrategia ayudó a estabilizar la economía de la región en un momento en que otras partes del mundo sufrían inflación y recesión. Sin embargo, la oleada de préstamos tuvo un gran inconveniente: condujo a una acumulación sustancial de deuda en las naciones latinoamericanas.

Mientras las condiciones mundiales siguieran siendo favorables, la carga de la deuda parecía manejable. Sin embargo, Estados Unidos estaba lidiando con su propio problema de alta inflación, que alcanzaba niveles superiores al 10%, niveles no vistos desde hacía mucho tiempo. El nombramiento de Paul Volcker al frente del banco central estadounidense introdujo una nueva doctrina económica basada en la creencia de que la inflación es ante todo un fenómeno monetario, y proponía que la oferta monetaria sólo debía aumentar en función de la tasa de crecimiento de la economía. Volcker, influido por esa doctrina, tomó medidas sin prever plenamente sus implicaciones. En su intento de controlar la inflación, elevó drásticamente las tasas de interés, que superaron en un momento dado el 20%.

Para América Latina, las consecuencias fueron desastrosas. Las altas tasas de interés precipitaron lo que ahora se conoce como la «década perdida» para la región, ya que los países endeudados empezaron a dejar de pagar su deuda.

La doctrina Volcker, basada en la creencia de que la inflación es ante todo un fenómeno monetario, proponía que la oferta monetaria sólo debía aumentar en función de la tasa de crecimiento de la economía.

JOSEPH STIGLITZ

Si establecemos un paralelismo con un periodo más reciente, ciertas partes del mundo, en particular África, han sido testigos de una afluencia de capitales durante las dos últimas décadas. El comienzo del siglo XXI estuvo marcado por altas tasas de crecimiento en África, que a veces alcanzaban una media del 7% anual. Muchos eran optimistas al pensar que los problemas de crecimiento de África se habían resuelto definitivamente. Sin embargo, ese crecimiento se atribuyó en gran medida a la subida de los precios de las materias primas. Las consiguientes turbulencias financieras mundiales, incluida la respuesta de Estados Unidos a sus propios problemas económicos, provocaron involuntariamente importantes flujos de capital hacia otras partes del mundo, incluida África.

Por otra parte, la iniciativa de China, conocida como la Iniciativa de la Franja y la Ruta, puede debatirse en diferentes contextos, tanto por sus retos inherentes como por su significado pionero. La innegable influencia de la Iniciativa reside en su capacidad para remodelar la arquitectura económica mundial. Si bien ha canalizado fondos hacia los países en desarrollo, especialmente en África, para apoyar proyectos de infraestructuras, no pueden ignorarse sus implicaciones más amplias. En un contraataque estratégico, Estados Unidos también canalizó fondos, pero no directamente; lo hizo a través de mecanismos respaldados por garantías del gobierno estadounidense.

El panorama financiero mundial resultante presentaba un escenario de importante sobreendeudamiento, que abarcaba tanto al sector privado como a los gobiernos. La llegada de la pandemia no hizo sino exacerbar las tensiones financieras, paralizando bruscamente los flujos financieros. Con el endurecimiento de las políticas monetarias en Estados Unidos y la percepción de la poca fiabilidad de los préstamos a China, muchos países se encontraron en una situación financiera precaria que guardaba similitudes con el fenómeno del «alto repentino» observado en América Latina, caracterizado por el cese inmediato de los flujos monetarios.

Estos problemas se vieron agravados por la escalada de los precios del petróleo debida al conflicto de Ucrania y la subida de los precios de los alimentos. Muchos países estaban al borde de la crisis financiera. La delgada línea que separa la solvencia de la capacidad de recaudar fondos se hizo patente, y subrayó la necesidad de una gestión y reestructuración eficaces de la deuda.

Sin embargo, la comunidad internacional carece de un marco coherente para la reestructuración de la deuda soberana. Si bien existen mecanismos para las empresas o particulares sobreendeudados dentro de un país, la esfera soberana sigue vacía. Tras la crisis de 2008 se propuso un conjunto de principios para guiar esta reestructuración. Aunque la Asamblea General de la ONU aprobó estos principios por abrumadora mayoría, la oposición de las principales economías, entre ellas la de Estados Unidos, hizo que no surgiera un marco universalmente aceptado. Esta falta de estructura ha provocado problemas de coordinación, con acreedores que compiten por el reembolso y carecen de confianza con las otras partes interesadas.

La comunidad internacional carece de un marco coherente para la reestructuración de la deuda soberana.

JOSEPH STIGLITZ

El panorama actual de la deuda se complica por la variada naturaleza de los acreedores. Desde instituciones multilaterales como el FMI y el Banco Mundial hasta entidades privadas y fondos de alto riesgo, el escenario es más polifacético que nunca. Una base de acreedores tan diversa no hace sino exacerbar el reto de la coordinación, lo que conduce a esfuerzos inadecuados de reestructuración de la deuda y a un estancamiento financiero prolongado en las regiones afectadas.

Es innegable que hay mucho en juego. Muchos países y sus poblaciones están al borde de graves dificultades económicas. Al mismo tiempo, se está haciendo aún más evidente la acuciante necesidad de cooperación mundial en ámbitos como el cambio climático. Sin embargo, a las naciones endeudadas les resultará difícil realizar las inversiones necesarias, lo que obstaculizará aún más los esfuerzos mundiales. Esta situación subraya la importancia de la cooperación mundial, no sólo en el ámbito financiero, sino también para resolver problemas urgentes como el cambio climático y los conflictos regionales. Tal y como están las cosas, fomentar dicha cooperación a la sombra de una deuda aplastante sigue siendo un reto de enormes proporciones.

Kemi Adesosun, como exministra de Economía de Nigeria, ¿qué opina de estas dos fases distintas: el flujo de capital hacia África y la situación actual en la que nos encontramos? 

Kemi Adeosun

En efecto, la afluencia de capitales a África suscitó un gran entusiasmo. Esta abundancia financiera ha sido como un depósito inesperado en una cuenta bancaria, abriendo oportunidades y generando cierta ilusión. África se ha convertido en un destino atractivo para diversos actores: China, entidades europeas y numerosas organizaciones multilaterales.

África se ha convertido en un destino atractivo para diversos actores: China, entidades europeas y numerosas organizaciones multilaterales. Sin embargo, esta sensación de prosperidad nacional fue algo efímera.

KEMI ADEOSUN

Sin embargo, la sensación de prosperidad nacional fue algo efímero. Dependía de intereses concretos y estaba ligada al crecimiento que estas naciones habían fomentado. La caída de los precios del petróleo es un ejemplo llamativo. Una vez que los precios se desplomaron, el atractivo financiero de África disminuyó. Para poner el cambio en contexto, países como Nigeria, que antes habían sido pilares financieros, empezaron a mostrar signos de tensión financiera que se extendieron. Hoy, muchas regiones lo están experimentando o están a punto de experimentarlo.

La decisión de muchos países de subir sus tasas de interés ha contribuido en gran medida a esta tensión financiera. Esta política ha reducido el atractivo de los flujos de capital hacia los países africanos. El problema es que una parte considerable de ese capital extranjero se ha canalizado hacia iniciativas sociales como los programas de lectura en las escuelas y las transferencias condicionadas de efectivo. Estos programas esenciales son difíciles de cuestionar, sobre todo en los sistemas democráticos, donde resulta políticamente desfavorable restringirlos.

La política de subida de las tasas de interés ha reducido el atractivo de los flujos de capital hacia los países africanos. Ante la tensión de la deuda, la respuesta lógica habría sido adoptar medidas de austeridad, pero esto va en contra del mandato popular y democrático de prestar servicios sociales y mantener los programas. De hecho, los gobiernos se han mostrado reacios a abordar de frente la incipiente crisis de la deuda, y muchos han optado por aplazar el problema, agravándolo en el proceso. 

Lo más intrigante de la dinámica financiera de la década de 2000 es la clara desconexión entre deuda y crecimiento. Idealmente, el endeudamiento de los países debería fomentar el crecimiento, y permitirles gestionar y compensar la deuda en un momento dado. Sin embargo, la deuda contraída por muchos países africanos no se ha traducido en un crecimiento tangible. Una posible razón, como menciona nuestro colaborador, es la naturaleza del crecimiento registrado por países como Nigeria. Su crecimiento estaba ligado al precio de las materias primas, en particular del petróleo. Esta forma de crecimiento no sólo es exclusiva, sino también inestable. Cuando los precios de las materias primas cayeron, los países entraron en recesión.

La deuda contraída por muchos países africanos no se ha traducido en un crecimiento tangible.

KEMI ADEOSUN

Esto nos lleva a la pregunta central: ¿por qué la importante deuda contraída por los países africanos no se ha traducido en un crecimiento sostenido? ¿Es culpa de la calidad o la naturaleza del capital prestado? ¿Podría estar relacionado con los sectores y proyectos en los que se inyectaron los fondos? En resumen, el vínculo (o la falta de vínculo) entre la deuda y el crecimiento en África es una cuestión profunda que requiere un análisis y un debate a profundidad. 

Martín Guzmán, como exministro de Economía de Argentina, ¿qué se puede hacer para poner en marcha una gestión eficaz de la deuda, tanto a nivel nacional como internacional? 

Martín Guzmán

Las crisis económicas tienen una enorme importancia para las sociedades a las que afectan, ya que suelen marcar la vida de varias generaciones. Muchos recuerdan aún las crisis de los años ochenta en América Latina. Provocadas por las fuertes subidas de las tasas de interés en Estados Unidos, tuvieron un impacto duradero en el continente, que ya luchaba contra una espiral de deuda. Momentos como esos están grabados en la memoria colectiva y subrayan la naturaleza profundamente entrelazada de la economía, la política y la experiencia vivida.

Momentos como esos están grabados en la memoria colectiva y subrayan la naturaleza profundamente entrelazada de la economía, la política y la experiencia vivida.

MARTÍN GUZMÁN

Se pueden establecer paralelismos históricos entre entonces y ahora. Si entonces fuimos víctimas de la contracción de las políticas monetarias en las economías avanzadas, hoy observamos pautas similares. Tales contracciones conducen a menudo a un endurecimiento de las condiciones financieras en los países del Sur, provocando dificultades económicas. Sin embargo, una diferencia clave radica en la naturaleza de los tenedores de deuda. En los años ochenta, el sistema financiero estadounidense estaba profundamente enredado en la deuda latinoamericana. Si esas deudas no se hubieran reembolsado, ello habría provocado sin duda una crisis bancaria en Estados Unidos, que, gracias a su aparato de política exterior, pudo evitar tal desenlace. Hoy, sin embargo, el panorama de la deuda está más fragmentado, con una mayor exposición a los bonos del sector privado.

Esto tiene implicaciones políticas. Antes, el interés directo del Norte por evitar una crisis de deuda en el Sur era más pronunciado. Hoy, con menos consecuencias sistémicas, es menos urgente para el Norte atajar las crisis de deuda en el Sur.

Uno de los principales retos a los que se enfrenta el sistema financiero mundial es la falta de un marco internacional para resolver las insolvencias soberanas. Mientras que las empresas pueden declararse en quiebra, lo que ofrece cierto grado de previsibilidad y respeto a los principios establecidos, las naciones carecen de tales medios. Esto conduce a crisis de deuda prolongadas, como señala Joe Stiglitz, por ejemplo. 

Hoy, con menos consecuencias sistémicas, es menos urgente para el Norte atajar las crisis de deuda en el Sur.

MARTÍN GUZMÁN

Para resolver esas crisis hay que abordar dos problemas principales: determinar el monto de la deuda que hay que condonar y decidir cómo distribuir esa condonación entre los distintos acreedores. Se trata de procesos con una fuerte carga política, y entidades como el FMI desempeñan un papel central en estas discusiones. 

Para garantizar la sostenibilidad de la deuda, dos variables son cruciales: la tasa de interés (i) y la tasa de crecimiento (g). El equilibrio entre estos dos factores es fundamental para la capacidad de un país de hacer frente al servicio de su deuda. La carga de la deuda de un país es más fácil de gestionar si su economía crece con solidez y genera mayores ingresos fiscales. Por el contrario, una tasa de interés elevada sin el crecimiento correspondiente puede sumir a los países en una situación económica difícil.

La tecnología, en particular los avances en inteligencia artificial, representa tanto un reto como una oportunidad para esta dinámica. Esos avances pueden impulsar la productividad y promover el crecimiento económico. Sin embargo, también pueden perturbar los sectores tradicionales, lo que hace incierta cualquier previsión sobre las tasas de crecimiento.

También es esencial reconocer las implicaciones geopolíticas más amplias. Históricamente, las políticas y decisiones de préstamo del FMI han sido objeto de un intenso escrutinio, y los críticos señalan la influencia de la institución sobre las políticas internas de los países prestatarios. Algunos argumentan que las condiciones de préstamo del FMI pueden limitar el espacio político de las naciones, lo que podría restringir las estrategias para promover el crecimiento o los programas sociales.

Además, la naturaleza de la deuda mundial ha cambiado. A diferencia de los años ochenta, cuando la mayor parte de la deuda estaba en manos de instituciones bancarias del Norte, el panorama actual está más diversificado, con una proporción significativa en forma de bonos. La fragmentación de los tenedores de deuda, combinada con la ausencia de un marco internacional para las insolvencias soberanas, plantea grandes problemas. Los países se enfrentan no sólo a la realidad económica del servicio de la deuda, sino también a las implicaciones políticas y sociales de un posible impago o reestructuración.

Ishac Diwan, ¿qué opina de la afirmación de que no existe un mecanismo estructurado para gestionar la reestructuración de la deuda soberana? Dado el sistema actual, ¿defendería usted reformas, o cree que es necesaria una revisión más radical, que implicaría reconstruirlo todo, para prever soluciones?

Ishac Diwan

Su pregunta aborda un tema importante, especialmente en estos tiempos volátiles. Aunque no comparto totalmente el punto de vista de Martín, creo que hay algunos elementos esenciales que merecen ser destacados.

En estos momentos, la principal emoción que emana de los países en desarrollo es la ira. Tras dos décadas de crecimiento acelerado, caracterizado por una tasa media de crecimiento de entre el 5% y el 5.5%, impulsado por factores como el acceso a los fondos chinos, la expansión del sector privado y la subida de los precios de las materias primas. Tal progreso ha llevado a estos países de la pobreza a la renta media. Pero la euforia duró poco. La pandemia de COVID-19 en 2019, cuyas consecuencias se agravaron por la falta de vacunas para los países africanos y otros países pobres, combinada con el conflicto ucraniano que disparó los precios de los alimentos y el combustible, invirtió la trayectoria. Con la postura de Estados Unidos frente a la inflación, que hace subir las tasas de interés y el mercado de bonos se tensa, esos países se enfrentan a retos financieros inminentes.

En estos momentos, la principal emoción que emana de los países en desarrollo es la ira.

ISHAC DIWAN

Esta difícil situación se ve agravada por los discursos sobre el cambio climático que, aunque esenciales, eclipsan la desastrosa situación en la que se encuentran actualmente esos países. Existe una profunda sensación de abandono y de que las cuestiones de desarrollo se han dejado de lado.

Aunque con razón se alzan muchas voces para denunciar la inmoralidad del endeudamiento excesivo, es esencial distinguir entre naciones. Tras esta fase de crecimiento sin precedentes, los países se encuentran en situaciones financieras diferentes. Mientras que algunos han canalizado sabiamente los fondos hacia el desarrollo de infraestructuras, otros los han desviado hacia la corrupción y el consumo insostenible.

Daniel Cohen, nuestro estimado colega y miembro fundador del Finance for Development Lab, destacó esta elección en uno de sus recientes artículos titulado «The Fork in the Road of Development». Ilustró el dilema de elegir entre la dependencia exclusiva de las instituciones públicas y la creación de una vía equilibrada que incluya los mercados privados, sobre todo teniendo en cuenta las importantes inversiones realizadas por esas naciones.

Para hacer frente al desafío climático mundial, está claro que los fondos públicos no serán suficientes. Mientras que la reducción de la deuda puede ser la solución para algunos, otros se enfrentan a problemas de liquidez debido a la maraña de acreedores. La actual desconfianza entre gigantes mundiales como China y Estados Unidos, unida a la aprensión de los mercados, lo complica aún más.

Para hacer frente al desafío climático mundial, está claro que los fondos públicos no serán suficientes.

ISHAC DIWAN

Aunque el discurso internacional suele centrarse en las complejidades de la reducción de la deuda, urge abordar los problemas de liquidez. Ello requiere esfuerzos coordinados entre el sector privado, los bancos multilaterales de desarrollo y países como China. El reto subyacente consiste en diseñar una estrategia que vincule nuestras actuales dificultades financieras con un futuro que haga hincapié en la inversión en adaptabilidad climática. Las deliberaciones de las reuniones del FMI y el Banco Mundial en Marrakech y los debates de hoy parecen estar moviendo la conversación en esa dirección, ofreciendo la esperanza de una estrategia financiera mundial más completa y con visión de futuro.

A la luz de las recientes declaraciones, ¿cómo ve los debates actuales sobre la fragmentación geopolítica? ¿Es posible llegar a una comprensión más global de las situaciones de cada país y evitar centrarse únicamente en las crisis? ¿Percibe un impulso creciente a favor de la reforma de las arquitecturas financieras mundiales o, por el contrario, estamos lejos de ello?

Joseph Stiglitz

Si consideramos la escala de los fondos necesarios para una auténtica transición climática, en lugar de meras intervenciones a corto plazo, la demanda supera con creces lo que el mercado financiero contemporáneo puede proporcionar. Los recientes debates en Marrakech, durante las reuniones de otoño del FMI y el Banco Mundial, pusieron de manifiesto esta disparidad. Se calcula que se necesitan billones de dólares para cerrar esa brecha. El nuevo liderazgo del Banco Mundial, que refleja el reconocimiento de la realidad del cambio climático, es un hecho positivo. Existe un entusiasmo palpable sobre el papel potencial que podría asumir la institución, acompañado de debates sobre el aumento de su capital para incrementar su capacidad de préstamo.

Si consideramos la escala de los fondos necesarios para una auténtica transición climática, en lugar de meras intervenciones a corto plazo, la demanda supera con creces lo que el mercado financiero contemporáneo puede proporcionar.

JOSEPH STIGLITZ

Sin embargo, estos esfuerzos apenas si rozarán la superficie de lo que realmente se necesita. Un tema recurrente en estos discursos es el imperativo de implicar al sector privado. El razonamiento es claro: aunque exista un gran interés en conceder préstamos a regiones como África, el riesgo percibido es un factor disuasorio, como subrayan las elevadas primas de riesgo. Esta realidad no ha cambiado desde hace más de una década, lo que lleva a muchos a cuestionar la pertinencia de confiar en los mercados financieros privados, dada su histórica falibilidad. La crisis financiera mundial de 2008 es un recordatorio pertinente de ello. Nacida de la excesiva asunción de riesgos por parte de los mercados financieros, fue seguida de un gran debate sobre las insuficiencias del mercado y su orientación excesivamente cortoplacista. Dado que el cambio climático requiere soluciones a largo plazo y que la inversión conlleva riesgos en un clima mundial incierto, existe escepticismo sobre la capacidad del sector privado. Al fin y al cabo, el sector privado no se dedica tradicionalmente a proporcionar bienes públicos mundiales. Así que la pregunta pertinente es: ¿por qué esperamos que un sector privado inherentemente imperfecto y corto de miras financie una causa global como el cambio climático?

El problema de la liquidez complica aún más las cosas. Los bancos centrales han inyectado enormes sumas de dinero en el sector privado. El paradigma resultante implica que los bancos centrales prestan a los fondos de alto riesgo y a otras entidades privadas, que luego invierten en los países en desarrollo. Este enrevesado sistema lleva a preguntarse: ¿por qué no financiar directamente a los bancos multilaterales de desarrollo?

Hay que reconocer que los bancos multilaterales de desarrollo no están libres de defectos. Sin embargo, dadas las evidentes deficiencias del sector privado y la ineficacia del sistema actual, podría ser prudente reforzar el papel de esos bancos. En lugar de depositar todas las esperanzas en el sector privado, una expansión más significativa del sistema de bancos multilaterales de desarrollo podría ser el camino a seguir.

A la luz de la próxima COP 28 y de la cumbre africana sobre el clima que se celebrará en Nairobi en septiembre, ¿cómo caracterizaría el cambiante panorama de los acreedores y las soluciones, tanto en el sector público como en el privado?

Kemi Adeosun

El clima es un bien público mundial. En consecuencia, la respuesta a este problema debe ser también global y pública. Hemos visto acciones colectivas en el pasado y soy optimista sobre un enfoque de colaboración similar hoy. Parece que se está estableciendo una dinámica, ya que el Norte global ha progresado en los últimos tres años, mientras que el Sur global se enfrenta a sus propios retos. Crece el interés por iniciativas como los proyectos de compensación de emisiones de carbono y, aunque existen acuerdos bilaterales que en principio considero válidos, es posible que aún no se hayan desarrollado plenamente. Sin embargo, son un paso en la buena dirección.

En el ámbito financiero, organizaciones como el Banco Mundial ofrecen fondos, pero exigen a cambio normas y la obligación de rendir cuentas. Son pasos positivos, pero puede que no siempre sean la prioridad inmediata cuando urgen necesidades básicas como la electricidad y los alimentos. La rápida evolución de las tendencias multilaterales presenta sus propios retos. Creo que necesitamos instrumentos financieros innovadores, como un instrumento verde del Banco Mundial, o herramientas que reduzcan los riesgos de transacción para el sector privado. Tales innovaciones podrían ser esenciales para África, especialmente si vinculamos esos fondos a proyectos tangibles.

Hablando de proyectos, los préstamos chinos son a menudo objeto de debate. Por mi experiencia personal en la negociación de varios de estos préstamos, aprecio su naturaleza basada en proyectos. Es posible saber dónde se utilizan los fondos, lo que es esencial para garantizar un crecimiento real. Hay, por supuesto, fuertes limitaciones, como la obligación de emplear a empresarios chinos, pero en conjunto, estas estructuras tienen méritos que no deben pasarse por alto.

Dado el diagnóstico actual, ¿qué nuevos instrumentos y procesos prevé?

Martín Guzmán

En cuanto a la cuestión urgente de la financiación del desarrollo, es imperativo que el apoyo financiero sea estable. Debemos distinguir entre la financiación que se utiliza simplemente para paliar crisis inminentes y la financiación que realmente apoya el desarrollo sostenible. Se me ocurren dos tipos de financiación: la que depende de una base estable de inversionistas y la que se nutre de fondos públicos.

En el contexto actual, la refinanciación a través de instituciones multilaterales regionales está ganando importancia. Esto se debe a su proximidad al país beneficiario y a una mejor representación de este último. Por lo tanto, es esencial fomentar el crecimiento de las instituciones financieras regionales.

En cuanto a la cuestión urgente de la financiación del desarrollo, es imperativo que el apoyo financiero sea estable.

MARTÍN GUZMÁN

Sin embargo, muchas regiones se enfrentan a la imprevisibilidad de la financiación extranjera, sobre todo cuando procede del sector privado, está denominada en divisas extranjeras y se rige por leyes extranjeras. Esos fondos pueden fluir de forma inesperada y detenerse con la misma brusquedad, dando lugar no sólo a crisis presupuestarias sino también a vulnerabilidades sistémicas.

Para quienes estén familiarizados con la teoría económica, el concepto de «mercados completos» puede sonar familiar. Este concepto subraya la importancia de contar con instrumentos financieros que ajusten los pagos a las posibles contingencias, garantizando que los contratos permanezcan intactos en cualquier circunstancia. En un sistema ideal, determinados desencadenantes o condiciones justificarían ajustes o reconfiguraciones financieras para hacer frente a los retos de forma eficaz. Si existiera un sistema así, sin duda habría más interés en este tipo de financiación. Sin embargo, la realidad es que muchos países están dando prioridad al desarrollo de los mercados de capitales nacionales y abogando por la consolidación de los bancos multilaterales de desarrollo regionales.

¿Qué opina del cambiante panorama del endeudamiento?

Ishac Diwan

En el ámbito de las instituciones financieras mundiales, es imperativo reconocer la naturaleza evolutiva de la relación de África con entidades como el FMI y el Banco Mundial. África sigue siendo la única región del mundo sin un equivalente regional al FMI, lo que subraya la necesidad de mecanismos para gestionar y estabilizar su deuda.

Si echamos la vista atrás, África se enfrentó a una profunda crisis de deuda en la década de 1990. Esta crisis, derivada principalmente de las obligaciones contraídas con organismos gubernamentales multilaterales y bilaterales, se resolvió finalmente en la década de 2000 gracias a la iniciativa para los países pobres muy endeudados. Esa iniciativa condujo a importantes reducciones de la deuda, dada la mínima deuda privada que existía entonces.

África sigue siendo la única región del mundo sin un equivalente regional al FMI.

ISHAC DIWAN

Sin embargo, la situación actual pinta un panorama diferente. Ya no estamos en los años noventa. La naturaleza y la composición de la deuda africana han cambiado radicalmente. Hoy en día, la proporción media de la deuda externa con respecto al PIB se sitúa en torno al 30-35%, una reducción significativa con respecto al 60% observado antes de la iniciativa en favor de los países pobres muy endeudados, a finales de los años noventa. Esta reducción ha ido acompañada de un aumento de la deuda interna, reflejo del vigoroso desarrollo de los mercados nacionales de deuda y del aumento de las tasas de ahorro. África se ha vuelto cada vez más autosuficiente, pues ha recurrido a su pujante sector privado y al ahorro interno, lo que constituye un progreso innegable.

Si analizamos la deuda externa con más detalle, el desglose es variado: el 40% se destina a deudas multilaterales, el 40% al sector privado y el 20% restante a acreedores chinos. Esto desmiente la idea simplista de que China es ahora «dueña» de África. La base de acreedores es diversa, lo que refleja la complejidad del continente y cómo ha evolucionado desde su imagen en la década de 1990.

Ante este complejo panorama, se requiere un enfoque matizado para resolver el problema de la deuda de África. Las soluciones que exigen los retos actuales son intrínsecamente polifacéticas. Pero, como es consenso, estos retos deben abordarse de frente. Es mucho lo que está en juego: un África económicamente estancada no sólo pone en peligro su propia prosperidad, sino que también socava los esfuerzos mundiales para combatir el cambio climático. Es esencial que África disponga de los medios necesarios para desempeñar un papel activo, en concertación con la comunidad mundial, en la aceleración de la transición ecológica que nuestro planeta necesita desesperadamente.

¿Qué reformas deben ponerse en marcha y, sobre todo, cómo deben aplicarse? 

Joseph Stiglitz

La financiación del desarrollo es una cuestión importante. ¿Cómo canalizar los recursos para facilitar el crecimiento en estos países? Esto me lleva a defender firmemente el mecanismo de los Derechos Especiales de Giro (DEG) del FMI. Aunque preferiría que se modificaran las normas de distribución de los DEG, este mecanismo sigue siendo esencial, sobre todo para los países muy endeudados. Para los países desarrollados, los DEG pueden parecer poco importantes: simples apuntes contables. Sin embargo, para los países en desarrollo tienen un valor sustancial. Por eso hay que esforzarse por animar a los países ricos a reorientar sus DEG no utilizados hacia la ayuda a los países en desarrollo.

Kemi Adeosun

En cuanto a la duración de los procesos de reestructuración, ha habido señales de alarma, evidentes por muchos canales, que se remontan quizás a mediados de los años ochenta. Uno de los principales obstáculos son los holdouts, un problema agravado por la falta de transparencia, como pone de relieve el ejemplo de la deuda de Zambia con China. Otros países han visto cómo esta dinámica opaca puede acarrear complicaciones. Una buena gestión de la deuda es crucial, aunque la necesidad inmediata no sea obvia. Varios países son reconocidos y discutidos en el contexto de la deuda, y la resolución de este problema requiere medidas proactivas.

Martín Guzmán

Está claro que la deuda en moneda extranjera puede a veces exacerbar la inestabilidad financiera. El aumento de los flujos de liquidez, sobre todo en los países con mayores niveles de inversión extranjera, puede atribuirse a la era de tasas de interés cero en las economías avanzadas y a la afluencia de liquidez tras las grandes crisis financieras. En particular, tras la recesión financiera precipitada por acontecimientos como la quiebra de Lehman Brothers, muchos países en desarrollo se endeudaron a tasas que reflejaban el costo de la financiación en las economías más avanzadas. 

Posteriormente, perdieron el acceso a los mercados comerciales internacionales y lucharon por reembolsar estas deudas en un entorno económico inestable.

Está claro que la deuda en moneda extranjera puede a veces exacerbar la inestabilidad financiera.

MARTÍN GUZMÁN

Cabe señalar que incluso cuando sólo el 30% de la deuda de un país está denominada en divisas, la mera percepción de una posible inestabilidad fiscal puede suscitar inquietud por la fuga de capitales, deprimiendo aún más el valor de las monedas locales. La forma en que los países estructuran su deuda y gestionan sus cuentas de capital es, por tanto, crucial para su estabilidad económica.

Ishac Diwan

Las políticas del FMI no pueden ignorarse, sobre todo si tenemos en cuenta sus procesos de aprobación. ¿Por qué el FMI apoya a unas naciones y no a otras? Algunos críticos apuntan a la influencia indebida de poderosos gobiernos extranjeros, susceptibles de manipular la institución al servicio de sus intereses geopolíticos. Las peticiones de reforma del FMI para reforzar su eficacia como «bombero» de la economía son oportunas y necesarias.

El papel de China en el FMI es parte integrante de esta cuestión. ¿Deberían reforzarse los derechos de voto de China para reflejar su estatura económica mundial? El debate sobre si la gobernanza mundial está convergiendo hacia un sistema único o divergiendo hacia dos sistemas paralelos es crucial.

¿Por qué el FMI apoya a unas naciones y no a otras?

ISHAC DIWAN

El largo proceso de reestructuración de la deuda de Zambia es un ejemplo conmovedor. Incluso después de tres años, los problemas financieros del país siguen sin resolverse, en parte debido a las tensiones geopolíticas entre China y Occidente. Este escenario pone de relieve la necesidad de una mayor coordinación y comprensión mutua entre las superpotencias mundiales. La cuestión es si las disparidades existentes son auténticos desacuerdos o simples problemas de sincronización.

Joseph Stiglitz 

Incorporar las lecciones aprendidas de las crisis financieras pasadas a las estructuras de gobierno de las instituciones financieras es tan complejo como crucial. 

Un aspecto importante del problema es la previsibilidad de las crisis y el olvido de las lecciones del pasado. Si tomamos como telón de fondo las crisis financieras estadounidenses, podemos fijarnos en la crisis de las cajas de ahorro y de crédito (S&L) de finales de los ochenta y principios de los noventa. La conclusión era obvia: los bancos poco regulados tienen una propensión innata a asumir riesgos excesivos. En un intento de frenar esa tendencia, Estados Unidos aprobó la Ley Dodd-Frank en 2010. Sin embargo, los vientos políticos cambiaron bajo la administración del presidente Trump. Influido por intereses bancarios opuestos a la regulación, ha puesto en cuestión algunas de esas medidas de protección. Esto tuvo graves consecuencias: mientras el presidente de la Reserva Federal, Jay Powell, supervisaba las pruebas de resistencia para determinar la viabilidad de los bancos, se pasaron por alto aspectos críticos, como el impacto del aumento de las tasas de interés en los precios de los bonos del Estado. Ese descuido contribuyó a la quiebra del Silicon Valley Bank en marzo de 2023, una de las mayores quiebras bancarias de la historia de Estados Unidos.

¿Fue accidental esta negativa a aprender la lección? ¿O es una consecuencia arraigada en la dinámica de poder? La relación entre los organismos de vigilancia financiera y las entidades que supervisan es problemática: el presidente del Silicon Valley Bank ocupaba simultáneamente un cargo en la Reserva Federal de San Francisco. Aunque no se aprecien irregularidades directas, estas relaciones crean un entorno en el que la supervisión rigurosa puede verse comprometida.

Las condiciones de los préstamos son un problema acuciante. El préstamo del FMI a Argentina es un buen ejemplo. El principal defecto del acuerdo fue la falta de estipulaciones claras sobre cómo debía utilizarse el préstamo, lo que le permitió al país subsanar deudas incobrables anteriores. Sin embargo, cuando surgió la propuesta de unas condiciones de préstamo más estrictas, se encontró con la resistencia, sobre todo del gobierno estadounidense. Los escépticos afirman que los intereses de Wall Street, en particular su propensión a recuperar las inversiones a costa del erario público, pueden haber influido en esta postura. Aunque las pruebas directas siguen siendo escasas, los datos circunstanciales plantean cuestiones cruciales. 

Se conocen las lecciones que hay que aprender de las crisis financieras del pasado, pero su aplicación choca a menudo con las estructuras de poder y los intereses creados existentes. Las reformas, asociadas con normas estrictas de condicionalidad, tienen el potencial de alinear la ayuda financiera con un auténtico desarrollo nacional y desalentar posibles abusos.

Kemi Adeosun

Con el tiempo, se ha ido extendiendo la percepción de que las instituciones financieras mundiales operan a un ritmo y con unas prioridades que no siempre se corresponden con las necesidades inmediatas de las distintas regiones. En el centro del problema está la cuestión de la representación y la comprensión. Las regiones se sienten eclipsadas y creen que las instituciones mundiales se están volviendo más insulares y menos receptivas a sus necesidades específicas.

Con el tiempo, se ha ido extendiendo la percepción de que las instituciones financieras mundiales operan a un ritmo y con unas prioridades que no siempre se corresponden con las necesidades inmediatas de las distintas regiones.

KEMI ADEOSUN

Para concluir con una nota más amplia, la estabilidad y el crecimiento de los mercados emergentes, como los africanos, no deben considerarse de forma aislada. Su crecimiento está estrechamente vinculado con la salud de la economía mundial. Aunque esta interconexión pueda sonar a cliché, es una realidad económica innegable. Mientras el mundo navega por las complejidades de la geopolítica y las finanzas, urge que las instituciones mundiales presten más atención a todas las regiones del mundo. 

Martín Guzmán

Hay un optimismo excesivo en las finanzas internacionales. Cada ciclo de endeudamiento tiende a suscitar grandes expectativas, que a menudo terminan en decepción. Históricamente, ha habido muchos casos de mala gestión de la deuda. La adopción por los países de las políticas del Consenso de Washington es un ejemplo significativo. Se suponía que esas reformas anunciarían un aumento considerable de la prosperidad y garantizarían una distribución equitativa. Desgraciadamente, ese optimismo ha resultado a menudo injustificado.

Argentina es un excelente ejemplo de ese ciclo. A finales de la década de 1990, el país fue elogiado por sus políticas y estrategias económicas. En 1997, Argentina era tan admirada que su presidente fue invitado a los foros mundiales para dar testimonio del éxito de su gobernanza financiera. Sin embargo, apenas un año después, el país se sumió en una recesión que desembocó en una de las peores crisis financieras de la historia del país, caracterizada por un aumento del 50% del desempleo y una devaluación del 57% de su moneda.

Este patrón repetitivo de endeudamiento y recesión financiera no es simplemente una cuestión de errores presupuestarios. Puede atribuirse a un desajuste de incentivos. Los dirigentes que pueden obtener préstamos suelen ver aumentar su popularidad y, en consecuencia, logran éxitos electorales. A la inversa, las consecuencias de estos préstamos suelen conducirlos a la derrota. La ironía reside en el sistema de reembolso: aunque un país obtenga préstamos a tasas de interés favorables, la responsabilidad del reembolso suele recaer en la siguiente administración o, peor aún, en el público. Esto conduce no sólo a dificultades económicas, sino también a graves disturbios sociopolíticos. Argentina, consciente de esos retos, ha tomado medidas legislativas para mitigar esos riesgos: se presentó un proyecto de ley que pretende regular la capacidad del gobierno para obtener préstamos en divisas, imponiendo la supervisión del Congreso. Estas medidas pretenden romper el ciclo de endeudamiento imprudente y las recesiones económicas que le siguen.

Ishac Diwan

Los bancos multilaterales de desarrollo han desempeñado históricamente un papel crucial en el desarrollo mundial, pero no sin suscitar ciertos interrogantes. Uno de los principales argumentos a favor de esas instituciones es la equilibrada mezcla de intereses públicos y privados que fomentan. 

La ayuda financiera del Banco Mundial es conocida por ser relativamente asequible en términos de costos de préstamo, y su brazo, la Asociación Internacional de Fomento (AIF), ofrece tasas aún más bajas. Si esta ayuda está financiada principalmente por los contribuyentes de los países occidentales, es natural que esos contribuyentes tengan expectativas y normas específicas vinculadas a la ayuda que proporcionan.

Etiopía es un ejemplo perfecto de esa complejidad. Cuando el gobierno etíope solicitó la ayuda del Banco Mundial para financiar una presa en Sudán, las condiciones del Banco no se limitaron a consideraciones monetarias. También pretendían garantizar que no se desplazaría a ninguna población sin compensación y que se preservarían todos los artefactos históricos y culturales. Además, se encargó un amplio estudio medioambiental para garantizar que el proyecto no perjudicara a la ecología local. Sin embargo, estas amplias condiciones y las prolongadas deliberaciones dieron lugar a complicaciones imprevistas. Justo cuando el Banco Mundial estaba dispuesto a seguir adelante, China intervino para financiar la presa, lo que llevó a Etiopía a apartarse del Banco Mundial para ese proyecto concreto. No obstante, siguió queriendo al Banco en ámbitos como las redes de seguridad social, la sanidad y la educación, ámbitos en los que las condiciones del Banco Mundial se ajustaban más a las aspiraciones de Etiopía.

El Fondo Monetario Internacional tiene problemas similares. Considerado a menudo como un «cuerpo de bomberos» para las crisis financieras graves, el FMI proporciona ayuda financiera condicionada a determinados ajustes por parte del país receptor. Sin embargo, el alcance y la profundidad de estos ajustes, en particular los que son políticamente viables, siguen estando definidos de forma ambigua. 

En esencia, estas instituciones internacionales, aunque ofrecen un apoyo financiero crucial, vienen con condiciones. Estas condiciones, ya estén relacionadas con la preservación del medio ambiente, la justicia social o la reforma económica, representan los intereses y normas más amplios de la comunidad internacional. Como actores globales, es imperativo que sometamos a estas instituciones a una serie de normas universalmente reconocidas, garantizando que su influencia beneficie en lugar de perjudicar a las naciones a las que pretenden ayudar.

Créditos
Este texto es una versión transcrita y editada de una conversación organizada en colaboración con el Finance for Development Lab del Columbia Global Center de París.