De Dubái a Angers

La triple crisis mundial (el cambio climático, el colapso de la biodiversidad y la proliferación de la contaminación) enfrenta a la humanidad a opciones cruciales para su futuro. Pero también está sacudiendo nuestras certezas y trastornando nuestros instrumentos políticos tradicionales. Dipesh Chakrabarty nos enseña que esta desorientación de la política procede de la ruptura de nuestra relación con la historia y el tiempo1. Estoy de acuerdo con esta observación, pero me gustaría completar el análisis con otro basado en el otro eje de la acción política: el espacio. El cambio climático se caracteriza por el hecho de que el carácter universal del desafío coexiste con el carácter profundamente local de las políticas que deben aplicarse, e incluso con el carácter íntimo de los cambios que deben realizar los seres humanos. 

Esta brecha sin precedentes entre un nivel de ambición global y un ámbito de actuación local o incluso individual, entre el mapa y el territorio, está en el centro de la aporía política del nuevo régimen climático que hay que construir. La cuestión a la que se enfrentan ahora los políticos es cómo crear coaliciones respetuosas con el clima en todos los niveles políticos -desde la COP28 y el Parlamento Europeo hasta el ayuntamiento de Angers- y, al mismo tiempo, crear una continuidad de acción coherente entre estas geografías políticas. En efecto, la ecología es una geopolítica que debe integrar estas diferentes dimensiones (mundial, europea, nacional, local) o corre el riesgo de volverse ineficaz o inaceptable. Como antiguo alcalde, como antiguo parlamentario francés y europeo, ahora jefe de la delegación francesa en las grandes negociaciones internacionales sobre medio ambiente, enfrentado en mi vida política a cada una de estas escalas, soy consciente de la envergadura de esta tarea, una tarea crucial.

El nivel local, la escala de la acción

Todo empieza y acaba en el ámbito local. El nivel local es ante todo la escala sensible de la conciencia climática, porque es allí donde la gente construye su identidad y su relación con el mundo. Fernand Braudel2 y Emmanuel Le Roy Ladurie3 han demostrado hasta qué punto la identidad de nuestro país y de sus habitantes ha sido modelada por nuestros paisajes, nuestros climas y nuestros terruños. Ver cómo estos componentes de nuestra identidad nacional e íntima cambian ante nuestros propios ojos como consecuencia del cambio climático, y ser testigos de la pérdida de biodiversidad año tras año, es a la vez profundamente traumático y, estoy convencido, un formidable motor para la acción. Veo una equivalencia muy clara entre preservar nuestro medio ambiente y preservar lo que somos, como pueblo y como individuos. Cambiar para seguir siendo nosotros mismos significa cambiar nuestros hábitos cotidianos, la forma en que consumimos, la forma en que viajamos, la forma en que utilizamos recursos vitales como el agua y la energía. Cambiar para seguir siendo nosotros mismos es el eje principal de las políticas que estoy llevando a cabo, por ejemplo para controlar la expansión urbana, cuyos excesos de los últimos 50 años han desnaturalizado nuestro país, o para lanzar el plan de adaptación de nuestro país a un aumento de la temperatura de 4°C de aquí a finales de siglo, que presentaré en enero de 2024.

Veo una equivalencia muy clara entre preservar nuestro medio ambiente y preservar lo que somos, como pueblo y como individuos.

CHRISTOPHE BÉCHU

El lado más oscuro de esta hipersensibilidad local al cambio climático se plasma en la reacción contra las políticas medioambientales que está estallando en toda Europa. Estas reacciones reflejan el surgimiento de una nueva división ecológica europea, con la aparición del «populismo climático”, que retoma las recetas del populismo tradicional (esencialización del pueblo, rechazo de las élites, oposición de lo cercano y lo lejano) y las aplica a la protesta contra las políticas medioambientales: miremos en Holanda al Movimiento Ciudadano Campesino y el reciente triunfo del Partido de la Libertad en las elecciones legislativas, en Alemania a la AfD, en España a Vox… 

En Francia, el escepticismo climático tradicional de la extrema derecha se ha desplazado en los últimos meses hacia este discurso populista climático, que apela incluso a la derecha tradicional: cada medida tomada para defender el medio ambiente se presenta como inevitablemente punitiva, inevitablemente contraproducente, inevitablemente perjudicial para el poder adquisitivo. Hay que «dejar de fastidiar» a los franceses con el medio ambiente porque las realidades locales son incompatibles con las medidas que vienen de «arriba», ya sea París o Bruselas. Otra manifestación de esta división es el rechazo o la relativización de la ciencia, necesariamente alejada del sentido común: a la extrema derecha le gusta presentar a los científicos, en particular del IPCC, como «exagerados»…

Tras la globalización de los mercados en los años 2000, la lucha contra el calentamiento climático se ha convertido en el nuevo fantasma de los populistas. Para combatir esta retórica populista climática, hay que jugarle su propio juego conciliando las escalas, «localizando lo global» parafraseando a Bruno Latour4. La clave de la aceptabilidad reside en un enfoque territorializado de la transición ecológica. Implicar a los franceses y a los europeos en la transición ecológica significa darles la palabra en la definición de los resortes de la acción a escala local y dar un margen de maniobra a los actores públicos sobre el terreno, en particular a los alcaldes. Es esta convicción la que guía mi «Tour de France de la ecología» y el principio de las COP regionales que hemos puesto en marcha para aplicar la planificación ecológica a escala local: responsabilizar a los agentes de cada territorio significa crear a la vez un fenómeno de apropiación de los condicionantes y de adaptación de las soluciones a la situación local. Con este enfoque, conciliamos la emoción con la acción a escala local, único antídoto contra la frustración que alimenta el populismo.

La Vía Láctea, los planetas y miles de estrellas se reflejan en los inmensos paneles solares del parque solar de Gansu Dunhuang © Jeff Dai /Animal News Agency/SIPA

La Nación, la escala de la visión

No puede haber transición ecológica en un solo país. Pero el nivel nacional es central, porque es el mejor lugar para el debate democrático y para construir nuestra imaginación colectiva. De hecho, estas dos dimensiones van de la mano: la narrativa nacional es la construcción en curso, a través del proceso democrático, del «sueño del futuro» que Renan utilizó para describir la nación. Estoy convencido de que la transición ecológica debe convertirse en una dimensión esencial de esta ambición, de esta visión nacional del futuro. Para lograrlo, corresponde a nuestros procedimientos democráticos definir el futuro deseable hacia el que debemos tender y crear las condiciones políticas para llegar a él. Es una tarea enormemente compleja, pero es la clave del éxito de nuestro modelo frente a las autocracias que denuncian la ineficacia y la lentitud de las democracias para destruirlas.

No puede haber transición ecológica en un solo país. 

CHRISTOPHE BÉCHU

En este contexto de lucha por la democracia, Emmanuel Macron habla de una «ecología a la francesa». Tiene la intuición, que comparto plenamente, de que existe un camino nacional específico, marcado por nuestra historia política, administrativa y social, hacia una transición justa. Este camino se compone de una mezcla de planificación «a la francesa», a la vez democrática e incitativa, y de liberalismo «a la francesa», es decir, plenamente atento al respeto de las libertades políticas y al lugar del ser humano en la economía. Concretamente, con la planificación ecológica, el Estado se ha fijado objetivos ambiciosos de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, preservación de la biodiversidad y adaptación al cambio climático. Corresponde ahora a los agentes económicos, sociales y locales hacer suyos esos objetivos e identificar los medios para alcanzarlos.

Más allá de este método nacional de transición, tenemos que librar la batalla de la imaginación para definir la civilización que queremos. Me he propuesto combatir algunas narrativas muy poderosas que son totalmente contrarias al modelo de sociedad sostenible que necesitamos construir: la narrativa de la fast fashion y la narrativa del Black Friday, que ensalzan un modelo de consumo excesivo que es insostenible no sólo para el planeta, sino también para nuestra soberanía económica. ¿Cómo podemos reconfigurar nuestro sistema de producción para hacerlo más soberano, más circular y más eficiente en el uso de los recursos? ¿Cómo podemos avanzar hacia un consumo más sobrio y local? ¿Qué modelo de sociedad podemos definir colectivamente que concilie la preservación de nuestras libertades, nuestra prosperidad y nuestro medio ambiente? Éstas son las aspiraciones profundas de la mayoría de los franceses. Y nos corresponde a nosotros, como políticos, desarrollar democráticamente las vías y los medios para hacer realidad esas esperanzas. 

[Leer más: nuestra cobertura exclusiva de la COP28]

Europa, la escala del poder

En materia de medio ambiente, como en otras cuestiones, Europa ha sido durante mucho tiempo la escala de la norma, y ahora debe asumir la del poder. La lucha contra el cambio climático puede ser el proyecto unificador que, como la construcción del mercado común en el siglo XX, una a las naciones de Europa y profundice la Unión en el siglo XXI. Pero la violencia de las crisis medioambientales, en un contexto postpandémico y con tensiones geopolíticas sin precedentes en la historia de la Unión, también puede destruir la solidaridad europea que tanto nos ha costado construir. Las elecciones europeas de junio de 2024 deben ser, por tanto, una oportunidad para que los europeos asumamos el reto y cortemos varios nudos gordianos si queremos convertirnos en la primera potencia ecológica del mundo.

En materia de medio ambiente, como en otras cuestiones, Europa ha sido durante mucho tiempo la escala de la norma, y ahora debe asumir la del poder.

CHRISTOPHE BÉCHU

Convertirse en una potencia ecológica significa ante todo aceptar el vínculo existente entre el desafío climático y nuestra capacidad para innovar y desarrollar las tecnologías del mañana. Si no hacemos de Europa un líder tecnológico en inteligencia artificial y tecnologías verdes, nos enfrentaremos tanto al declive económico como a la catástrofe climática. Convertirse en una potencia ecológica significa aprovechar el poder del mercado y las credenciales medioambientales ejemplares de Europa al servicio de una diplomacia medioambiental más eficaz. La Unión Europea se ha fijado el objetivo de convertirse en el primer continente neutro en carbono para 2050 y de reducir sus emisiones netas de gases de efecto invernadero en un 55% para 2030 respecto a los niveles de 1990. Esta ambición nos da la palanca necesaria para convencer y obligar a más socios nuestros a esforzarse por eliminar progresivamente los combustibles fósiles y reducir sus emisiones. El mecanismo de ajuste del carbono en frontera, que entró en vigor el 1 de octubre, nos permite utilizar la palanca de nuestro poder comercial para provocar cambios en nuestros socios. Lo mismo cabe decir de la deforestación: la UE era responsable del 16% de la deforestación mundial a través de sus importaciones agrícolas (sobre todo de soya y aceite de palma). A partir de ahora, sólo se permitirán en el mercado europeo los productos garantizados como libres de deforestación. Hago un llamado para que la dimensión medioambiental y la reciprocidad en este ámbito se conviertan en prioridades de la diplomacia de la Unión Europea, que tendrá que asumir el equilibrio de poder que necesariamente se producirá. 

Europa es una escala pivote, capaz de influir en todas las demás, ¡siempre que quiera!

El mundo, la escala de la ambición

Escucho el escepticismo creciente de quienes han renunciado a la acción internacional en un mundo fragmentado por la rivalidad sino-americana y por la afirmación del Sur global en la escena internacional. Limitan el campo de posibilidades a la dimensión nacional o local. Estas personas no esperan nada de la COP28, ni de ningún otro gran acontecimiento internacional. Siento discrepar: para mí, los intereses fragmentados nunca han significado la certeza de la inacción. Crear coaliciones y equilibrios de poder para hacer avanzar una visión en medio de intereses diversos es lo que hacen los diplomáticos y los concejales locales. Se nos dice que los objetivos climáticos de los Acuerdos de París no se cumplirán. Se trata de un riesgo real. Pero, ¿quién puede creer que sin las COP y sin ambición internacional los resultados habrían sido mejores? Crear una arquitectura global para la gobernanza medioambiental en un mundo multipolar y con el retorno de la lógica del poder es un verdadero reto. Supone replantearse las prácticas, las instituciones y las normas del multilateralismo tradicional. Pero la reconfiguración del mundo deja margen para encontrar compromisos, acuerdos y coaliciones de intereses que, a pesar de todo, hagan avanzar a la humanidad.

En diciembre de 2022, la COP15 Biodiversidad de Montreal vio la adopción por 196 países de un marco global para la biodiversidad. Es esta ambición compartida de proteger el 30% de la tierra y el mar del planeta, de restaurar los ecosistemas degradados por las actividades humanas, de reducir el uso de pesticidas y de reorientar toda la financiación perjudicial para la naturaleza lo que se ha plasmado desde el 26 de noviembre en la Estrategia Nacional para la Biodiversidad que presenté junto al primer ministro. En este mismo momento, un tratado internacional para acabar con la plaga de la contaminación plástica es objeto de intensas negociaciones. Quiero que seamos igual de ambiciosos en la COP28 sobre el cambio climático, en particular comprometiéndonos a abandonar los combustibles fósiles. El primer día de la COP se aprobó la puesta en marcha del fondo para financiar las «pérdidas y daños» climáticos: ¡vamos por buen camino! La diplomacia medioambiental no ha dicho su última palabra, y se está traduciendo en acuerdos concretos que luego se transforman en acciones sobre el terreno.

¿Quién puede creer que sin las COP y sin ambición internacional los resultados habrían sido mejores?

CHRISTOPHE BÉCHU

Con esta nota de esperanza quisiera terminar el recorrido por las geografías de la transición ecológica. La constatación de que cada vez somos más capaces de construir «pistas de aterrizaje», por utilizar la metáfora de Latour, entre las diferentes escalas de la acción medioambiental. Solo un ejemplo: durante los doce días de la COP 28 en Dubai, lanzaré ocho COP regionales en Francia para localizar nuestra planificación ecológica decidida a escala nacional, sobre la base de los compromisos adquiridos a escala europea en aplicación del Acuerdo de París. ¡Es un buen ejemplo de cómo los diferentes niveles de acción pueden trabajar juntos! No hemos elegido el nombre COP al azar. Al concebir estas COP regionales no como una mera comitología local, sino como la última milla de las COP mundiales, estamos construyendo una nueva forma de acción política a escala humana. Conseguir establecer una gramática común para la acción climática entre Dubai y Angers determinará no sólo la gramática de nuestras políticas, sino también y sobre todo su aceptabilidad por el mayor número de personas. Necesitamos una ecología que restaure, proteja y reencienda nuestra relación con el mundo, a la escala pertinente.

Notas al pie
  1. Dipesh Chakrabarty, Après le changement climatique, penser l’histoire, Paris, Gallimard, 2023.
  2. Fernand Braudel, L’Identité de la France, Tome 1 – Espace et histoire, Paris, Champs Histoire, 2009.
  3. Emmanuel Le Roy Ladurie, Histoire du climat depuis l’an mil, Paris, Champs Histoire, 2020.
  4. Bruno Latour, Où atterrir ? Comment s’orienter en politique, Paris, La Découverte, 2017.