Política

Giorgia Meloni en la Cumbre de la demografía de Viktor Orbán: ¿hacer Europa a través de la familia?

De Roma a Budapest, en todo el continente, las derechas iliberales pretenden dar forma al futuro de Europa. En plena angustia demográfica, lo construyen a la escala de la familia -con una solución y un eslogan sencillos: tener más hijos europeos-. Por primera vez en español, traducimos y comentamos línea por línea el discurso pronunciado por Giorgia Meloni en la cumbre de la demografía de Budapest.

Autor
Baptiste Roger-Lacan
Portada
© PRESIDENCIA DEL CONSEJO DE MINISTROS

Cada dos años, Viktor Orbán organiza una cumbre de la demografía en Budapest. Este acontecimiento le ha brindado a menudo la oportunidad de invitar a líderes políticos extranjeros cuyas posiciones coinciden con su nacionalismo conservador. A pesar de su relativo aislamiento en Europa desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania, ha conseguido atraer a Giorgia Meloni –ella misma algo debilitada dentro de su coalición, poco menos de un año después de llegar al poder–.

Ayer, jueves 14 de septiembre, pronunció un discurso en el que su visión de la familia es una oportunidad para presentar una visión de su lucha política. Por un lado, contribuye a reforzar el prestigio del «modelo húngaro» de política familiar, que se ha convertido en una referencia para los movimientos conservadores de Europa y Estados Unidos. Por otra, se inscribe claramente en ese posliberalismo –una nueva forma de decir antiliberalismo– que se está desarrollando a ambos lados del Atlántico y del que Budapest se está convirtiendo, si no en la capital, al menos en el campo de pruebas. La Presidenta del Consejo italiano se inscribe explícitamente en una tradición política que rechaza el individualismo y el liberalismo, ya sea político o económico, por considerar que han destruido progresivamente las sociedades europeas y han llevado a Europa al borde de la extinción. 

De hecho, su pensamiento sobre la política familiar se inspira en una observación que es tan cierta en Hungría como en Italia y en casi todo el continente: la tasa de fertilidad de los europeos es muy baja. Este hecho se interpreta sin ambigüedad como el signo de la decadencia de un continente abandonado a la desesperación e incapaz de preparar su propio futuro. Este temor demográfico, que desde hace mucho tiempo atormenta a los partidos conservadores de Europa Central y Oriental, cuyos países se enfrentan tanto a un descenso de la natalidad como a una emigración masiva de sus jóvenes, ha sido asumido ahora por una dirigente política de Europa Occidental. 

En un momento en que la cuestión de cómo financiar los modelos sociales de Europa va a ser un asunto de primer orden –como ilustra el largo conflicto social en torno a la reforma de las pensiones en Francia–, los neonacionalistas ya han encontrado la solución: animar a los europeos a tener más hijos. De hecho, es otra amenaza identificada por estos partidos la que hay que evitar: la inmigración masiva y la sustitución de las poblaciones blancas y cristianas por grupos de fuera del mundo occidental. En un momento en que Giorgia Meloni se ve amenazada en su derecha por Matteo Salvini, que ha endurecido aún más su postura sobre la inmigración, estas alusiones son también una forma de prepararse para los retos políticos nacionales que podrían surgir pronto. 

De Roma a Budapest –en todo el continente, de hecho–, las derechas antiliberales están pensando el futuro de Europa, y para ellos se construye ante todo a la escala de la familia. 

Buenas días a todos,

Por supuesto, debo dar las gracias a Katalin Novák, que también es una luchadora. Es una excelente madre, pero también una muy buena política y una amiga, al igual que el Primer Ministro Viktor Orbán, que también es un viejo amigo. También quiero saludar a todos los altos cargos, al Presidente Radev y al Vicepresidente Mpango.

Esta apertura es rica en implícitos. En primer lugar, la Presidenta del Consejo, hablando en inglés, da la bienvenida a las principales personalidades políticas: Katalin Novák, Presidenta de la República de Hungría desde 2022, y Viktor Orbán, el verdadero instigador de esta cumbre sobre la natalidad, por supuesto; pero también Roumen Radev, Presidente de la República de Bulgaria desde 2017, y Philip Mpango, Vicepresidente de la República de Tanzania desde 2021. Un poco más adelante en su discurso, Giorgia Meloni alude a la presencia de este último, señalando que esta cumbre reúne a personas de todas las «latitudes» –una forma de ahuyentar las acusaciones de eurocentrismo o incluso de etnonacionalismo que podrían lanzarse contra la iniciativa de Orbán–. 

La forma en que saluda a Orbán y a Katalin Novák también merece un comentario. En primer lugar, al describir a ambos como amigos –»viejo amigo» en el caso del Primer Ministro húngaro–, pasa por alto lógicamente el fracaso de su intento de mediar en la política migratoria de la Unión en el último Consejo Europeo: en aquel entonces, gracias a su proximidad ideológica con Viktor Orbán y Mateusz Morawiecki, su homólogo polaco, había intentado convencerles de que firmaran el nuevo reglamento sobre asilo y migración, sin éxito, lo que marcó una verdadera fractura entre los neonacionalistas europeos, divididos por imperativos, urgencias y situaciones geográficas muy diferentes frente a los inmigrantes que llegan por el Mediterráneo. Por otra parte, al referirse a Katalin Novák como una excelente madre, Giorgia Meloni alude a uno de sus discursos más célebres –que cita directamente, unos párrafos más adelante–. Al igual que ella, la Presidenta de la República de Hungría encarna una forma de coherencia entre la política pronatalista y profamilia que defienden y su vida privada. 

Creo que hoy tenemos una oportunidad importante para debatir una serie de cuestiones que Italia considera centrales, no sólo a escala nacional, sino también europea: la familia y el reto demográfico. El Gobierno italiano está situando estas cuestiones en el centro de su acción, con medidas específicas y centradas en las familias y los niños como parte de sus intervenciones en todos los ámbitos. Volveré sobre ello más adelante, pero lo que quiero decir desde el principio es que estamos trabajando ante todo para provocar un cambio cultural importante. En efecto, existe una grave crisis demográfica que afecta no sólo a Italia, sino a toda Europa, y que está en vías de contagiar a vastas regiones del mundo, y en particular a todo Occidente.

Aquí se toca la ambición declarada de esta cumbre sobre demografía, organizada cada dos años por Viktor Orbán desde 2015. Esta gran misa de la derechas radicales europea y estadounidense –Mike Pence fue invitado en 2021– está algo vacía este año, debido a la indulgencia de Viktor Orbán con Vladimir Putin, pero sigue siendo para él una forma de hacer frente a sus obsesiones. Para él, la fragilidad demográfica de la mayoría de los países europeos –con sus bajas tasas de fecundidad– es un síntoma de la decadencia de Occidente. También se plantea la cuestión de la inmigración, o más bien su rechazo. En 2021, Viktor Orbán dijo sin rodeos: «Algunos en Occidente creen que la inmigración detendrá el declive demográfico, pero no tienen en cuenta el choque cultural. Un país sólo es viable si sus ciudadanos comparten los mismos valores. De lo contrario, Europa se hundirá».

Si tratamos de entender esta crisis, nos damos cuenta de que tiene orígenes lejanos y de que sus raíces no sólo se encuentran en las fases contracíclicas de la economía, sino –y esto es más peligroso– en las arenas movedizas del mito de la denatalidad y de una cultura de hostilidad hacia la familia, ahora muy extendida. Hasta hace unas décadas, la gente tenía hijos incluso en tiempos de guerra o cuando vivía en la pobreza. 

La historia de Italia lo demuestra. Tras la Segunda Guerra Mundial, a pesar de quedar reducida a ruinas y encontrarse en una situación extremadamente difícil, Italia atravesó una fase de gran expansión económica y fuerte crecimiento demográfico. En 1964 nacieron en Italia más de un millón de niños y la tasa de fecundidad era de 2,7 hijos por mujer.

La fecha de 1964, y la tasa de fecundidad asociada a ella, no se han elegido por casualidad: era la tasa más alta que había registrado Italia en la posguerra, justo cuando el país empezaba a salir del «milagro económico» de los años de posguerra. Todos estos términos son palabras clave que evocan la imagen de una edad de oro en la que convergieron la expansión demográfica y la económica, sin tener en cuenta los efectos de la reconstrucción ni la situación económica europea.

Los niños representaban no sólo la regeneración de la familia, sino también un elemento indispensable del bienestar social, ya que con su trabajo aumentaban los medios de subsistencia del hogar y cuidaban de sus mayores. Si hoy nacen cada vez menos niños, y si a menudo son las naciones más desarrolladas las que corren más deprisa hacia el precipicio, no podemos reducir la cuestión a un hecho puramente material: debemos ir más lejos, y buscar nuestras respuestas en las profundidades. Pero, en nuestra opinión, la demografía no es una cuestión más para nuestras naciones. Es la cuestión de la que dependerá el futuro de nuestras naciones. No creo exagerar cuando digo esto, porque tenemos que tener el valor de decir que las proyecciones de los demógrafos para el futuro son muy desalentadoras.

Una de las razones de esta crisis es sin duda la forma en que se trata el tema desde el punto de vista cultural y mediático. Pensemos, por ejemplo, en lo mucho que han cambiado a lo largo de los años los modelos sociales que se nos proponen en la publicidad, en el mundo del cine y la televisión, en el mundo de los medios de comunicación en general. La imagen típica de la familia con hijos se ha ido desvaneciendo en favor de una comunicación orientada a las personas solas, que ve al ciudadano-consumidor como un individuo, desvinculado de sus lazos comunitarios, empezando por la primera de estas comunidades, la familia. Hace unos años me hice –por fin– un poco más popular, porque durante un discurso dije: «Soy Giorgia, soy madre, soy mujer, soy italiana, soy cristiana, eso no me lo podéis quitar». Alguien le puso música, era una forma de atacarme. No funcionó, se convirtió en un éxito. Quizá habían subestimado cómo serían recibidas esas palabras. Con estas palabras quería decir que vivimos en una época en la que se ataca todo lo que nos define. ¿Por qué? ¿Y por qué es peligroso? Es peligroso porque nuestra identidad –nuestra identidad nacional, nuestra identidad familiar, nuestra identidad religiosa– es también lo que nos hace conscientes de nuestros derechos y capaces de defenderlos. 

En un acto organizado por la Lega en Roma en 2019, Giorgia Meloni, invitada a hablar por sus futuros socios de coalición, criticó el supuesto plan de sustituir «padre» y «madre» por «progenitor 1» y «progenitor 2» en los documentos de identidad, concluyendo con la frase «Io sono Giorgia, sono una donna, sono una madre, sono italiana, sono cristiana». Dos DJ hicieron inmediatamente un remix de esa declaración, convirtiéndola en un éxito viral visto por millones de personas. Meloni no tardó en darse cuenta de los beneficios de este fenómeno, titulando su autobiografía política Io sono Giorgia (2021), una forma de reconocer que el éxito mediático de la remezcla había disparado su popularidad, transformando a la líder de un pequeño partido al margen de la derecha italiana –aunque ya había participado en coaliciones de gobierno bajo Berlusconi– en un objeto político pop.

Durante la campaña electoral de 2022, este discurso se convirtió en la piedra angular de su argumentación, al presentarse como la defensora más capaz de las diversas identidades que consagra, supuestamente amenazadas en la actualidad. Veremos que este discurso concuerda perfectamente con el nacionalismo conservador que la primera ministra húngara promueve con creciente determinación desde 2010. 

Sin esta identidad, no somos más que números, números sin conciencia, herramientas en manos de quienes quieren utilizarnos. Por eso creo que una batalla importante para quienes defienden la humanidad y los derechos humanos es también defender a las familias, defender a las naciones, defender la identidad, defender a Dios y todo lo que ha construido esta civilización.

Aquí estamos en el corazón del discurso de Giorgia Meloni, que se hace eco directamente de las posiciones que Viktor Orbán y sus partidarios afirman cada vez más explícitamente, tanto en Hungría como en el extranjero. Su matriz posliberal –nuevo nombre dado al conservadurismo antiliberal–  es un retorno al antiindividualismo de la contrailustración (especialmente católica) y la contrarrevolución. Estos movimientos rechazaron los diversos proyectos de emancipación presentados en el siglo XVIII por las revoluciones atlánticas, que tenían en común la afirmación de la primacía del individuo y de sus derechos inalienables. Contra la modernidad liberal (y la aparición del capitalismo industrial), estos antiliberales de derechas querían restaurar las solidaridades tradicionales; en el ámbito económico, reconstruir las organizaciones corporativas que habían desaparecido; en el ámbito institucional, devolver el poder a las autoridades tradicionales –e idealmente rurales–, desde el padre de familia hasta el noble local; en el ámbito espiritual, defender la autoridad y la primacía de la religión. La familia, entendida como una célula natural cuyo valor es mucho mayor que el de un agregado de individuos, es una de las piedras angulares de este proyecto. Es la primera línea de defensa contra un individualismo tanto más amenazador cuanto que es el caballo de Troya de dos males distintos pero igualmente peligrosos: el mercado y el Estado. Sin la intermediación de las organizaciones tradicionales –a menudo presentadas como «naturales», como veremos más adelante–, estas últimas utilizan a los seres humanos como «herramientas». Más aún cuando tanto el Estado como el mercado están en manos de fuerzas amenazadoras. Aquí, Giorgia Meloni se refiere simplemente a «los que quieren utilizarnos»: la amenaza está oculta. Viktor Orbán, que ha utilizado muchos tropos antisemitas para atacar a George Soros, ha sido a veces mucho más explícito al denunciar a quienes quieren manipular a las víctimas del individualismo moderno… 

Más allá de estos resurgimientos de un discurso bien afinado dentro de la derecha antiliberal, el primer ministro húngaro ha dibujado en los últimos años un nuevo antagonista, en el que el peligro que supone el Estado y el del mercado se combinan para destruir las sociedades tradicionales y a quienes pretenden defenderlas. En un discurso que pronunció en 2019 dijo: «Hay una burbuja en Bruselas, el mundo virtual de la élite europea privilegiada, fuera de contacto con la realidad, fuera de contacto con la vida real, que no tiene lugar en Bruselas, sino en los Estados miembros.»

Quieren convencernos de que hablar de este tema no está bien, que es una acción de retaguardia, por así decirlo, dirigida por gente que no sabe estar a la altura de los tiempos. Nunca nos convencerán. Y al margen de que probablemente no se hable de la iniciativa de hoy por su contenido, sino quizá por su trasfondo político, lo importante para nosotros hoy es que representantes gubernamentales e institucionales de diferentes naciones, diferentes latitudes y diferentes orientaciones políticas están hablando de este tema porque, sencillamente, son lo suficientemente responsables como para darse cuenta de que es decisivo. Y estoy aquí porque me interesa saber por qué los italianos ya no tienen los hijos que dicen querer en las encuestas; porque me interesa saber por qué toda Europa está por debajo de la tasa de reemplazo, es decir, de esos famosos dos hijos por mujer que mantienen constante la población. Hace tiempo que los expertos hablan de desaceleración. En algunas regiones, ya estamos en fase de despoblación. Pero el pronóstico a medio plazo, si no se invierte la tendencia, es crítico. Y, como ya he dicho, las perspectivas demográficas son inversamente proporcionales a la tasa de prosperidad. En pocas palabras, las naciones más ricas son las que tienen menos nacimientos. Por eso es esencial movilizar recursos para apoyar a las familias y a los niños. Y esto puede producir resultados concretos, como ha demostrado perfectamente Hungría. El Papa Francisco nos lo recordó durante su visita apostólica a Hungría el pasado mes de abril. El ejemplo húngaro nos dice que las cosas pueden cambiar, si queremos. Lo que hace falta es voluntad y valentía para tomar las medidas adecuadas y hacer grandes inversiones. 

Gracias a las políticas desarrolladas por el gobierno en los últimos años, en Hungría se ha invertido la tendencia negativa de la natalidad que afectaba al país desde principios de los años ochenta. Hoy en día, la tasa de natalidad ha aumentado, el número de matrimonios ha crecido, la tasa de empleo general ha aumentado y –lo que es muy importante– la tasa de empleo femenino ha aumentado. Quiero hacer hincapié en esto porque siempre me he opuesto a la idea que muchos defienden de que fomentar la natalidad equivale a disuadir a las mujeres de trabajar. Como si ambas cosas no fueran compatibles, como si las mujeres tuvieran que sacrificar en cualquier caso el trabajo o la maternidad. Pero esto no es cierto. El ejemplo húngaro nos dice exactamente lo contrario: nos dice que desarrollando políticas familiares que combinen un enfoque cultural favorable a la familia con políticas concretas de apoyo a las familias con hijos y de conciliación de la vida familiar y laboral –sobre todo para las madres– podemos devolver a las mujeres la libertad de tener hijos sin renunciar a una carrera profesional y de tener una carrera profesional sin renunciar a tener hijos. Porque esa es la verdadera libertad: poder elegir y poder tener una vida plena, porque los hijos no son un límite. 

La población húngara lleva disminuyendo desde 1980, lo que ha llevado a varios gobiernos a introducir medidas para combatir esta tendencia. Desde su vuelta al poder en 2010, Viktor Orbán ha hecho de la lucha contra el declive demográfico uno de los pilares de su política y su discurso. Se pusieron en marcha reformas sustanciales, ofreciendo importantes beneficios fiscales a las familias numerosas e introduciendo subsidios de vivienda basados en el número de hijos que las parejas planeaban tener. Además, se ofrecieron servicios destinados a mejorar el bienestar y la educación de los niños, como vacunas y libros de texto gratuitos. Los padres reciben días libres pagados adicionales en función del número de hijos que tengan, y el programa «Mujeres 40» permite a las madres jubilarse anticipadamente. Las madres con más de tres hijos también están exentas de impuestos. Los húngaros que viven en el extranjero también han sido tenidos en cuenta gracias a las prestaciones por maternidad y a un programa de vales para bebés. Estas reformas han aumentado considerablemente el gasto familiar en Hungría, convirtiéndola en uno de los países más generosos de la OCDE en este ámbito (aunque por detrás de los países escandinavos, Francia, Alemania y Polonia). En el espacio de una década, la tasa de fertilidad de Hungría ha pasado de 1,25 a 1,55 hijos por mujer. 

La política familiar de Viktor Orbán ha supuesto, sin embargo, una ruptura con el Estado del bienestar tal como se ha concebido en Europa desde 1945, en consonancia con su deseo de fundar una «sociedad basada en el trabajo». Junto a su política familiar, ha eludido cada vez más el diálogo social. Además, se han suprimido las pensiones de invalidez y de jubilación anticipada, excluyendo a los más vulnerables del sistema de seguridad social, al tiempo que se garantizaba la estabilidad de aquellos con largos periodos de cotización y mayores ingresos. Mientras que las reformas de la política familiar han beneficiado a los padres empleados con ingresos elevados a través de los nuevos subsidios familiares, las familias con oportunidades limitadas en el mercado laboral o ingresos más bajos se han visto desfavorecidas. La no mejora de las prestaciones universales, unida a los drásticos recortes del sistema de bienestar, ha agravado aún más las desigualdades entre las familias.

Sin embargo, el «modelo húngaro», que combina el gasto en política familiar con el conservadurismo social y el nacionalismo declarado, se ha convertido en un punto de referencia para las derechas antiliberal o posliberal tanto en Europa Occidental como en Estados Unidos. Ya en 2020, L’Incorrect, en la extrema derecha del espectro político francés, presentó la política húngara como un «ejemplo a seguir», dando una columna a Agnes Zsofia Magyar, miembro de un think tank conservador cercano al Primer Ministro. Al mismo tiempo, Gladden Pappin, una de las principales figuras del post-liberalismo estadounidense, defendía un modelo que se corresponde bien con el «constitucionalismo del bien común» defendido por esta rama bastante singular del conservadurismo estadounidense. Al considerar que el liberalismo ha fracasado tanto en la esfera política como en la económica, sus promotores adoptan una línea muy estatista –algunos dirían autoritaria– y son mucho más partidarios de que el Estado aplique la política social siempre que promueva una sociedad tradicional. Desde entonces, Pappin se ha convertido (en 2023) en Presidente del Instituto Húngaro de Asuntos Exteriores y Comercio, un think tank adscrito a la oficina del Primer Ministro. El sueño húngaro sigue vivo, y ahora lo promueve Giorgia Meloni. Es una señal, a nueve meses del inicio de la Presidencia húngara de la Unión Europea, durante la cual Viktor Orbán ya ha anunciado que dará prioridad a la política familiar.

Tengo un trabajo muy difícil, no dispongo de mucho tiempo para poner todo en su sitio, pero ¿saben qué? Me hice más fuerte cuando nació mi hija, y cada vez que la veo, sé mejor que aunque esté cansada o piense «vale, me rindo, ya no puedo hacer esto, esto no es vida», lo que hago, lo hago también por ella. Los hijos también hacen a las mujeres más fuertes en su trabajo, no son un límite. Por eso queremos garantizar esta libertad, y por eso es importante la experiencia húngara sobre la familia y el parto, y quiero decirlo porque Italia la mira con interés y admiración por los resultados obtenidos. Como saben, tengo el honor de presidir el Gobierno italiano, que es un Gobierno fuerte y coherente, que lleva menos de un año en el poder y que tiene la intención de trabajar junto durante muchos años (lo que es raro en Italia, a diferencia de aquí, donde las cosas son más estables). Nuestro gobierno ha hecho de la natalidad y la familia una prioridad absoluta.

Los comentarios sobre la estabilidad del modelo húngaro, que sería el reflejo de las frágiles coaliciones italianas, deben leerse a la luz de las recientes dificultades de Giorgia Meloni con uno de sus dos socios: Matteo Salvini, de la Lega. El 13 de septiembre, en la sede de la prensa extranjera en Roma, Salvini afirmó que los esfuerzos diplomáticos para gestionar la inmigración habían fracasado. Para él, Italia se enfrenta a una crisis parecida a una guerra, orquestada por fuerzas criminales. Por ello, anunció que estaba dispuesto a utilizar «todos los medios» para responder. Aunque Meloni no ha conseguido realmente hacer avanzar la cuestión en Bruselas –en parte debido a los bloqueos polaco y húngaro–, esta declaración sólo puede leerse como una crítica a sus acciones. Los comentarios de Salvini también revelan su intención de capitalizar el candente tema de la inmigración para reforzar su base de cara a las elecciones europeas de 2024, apuntando claramente al ala más radical de la coalición.

Además, la posibilidad de que el general Roberto Vannacci sea propuesto por la Lega, a pesar de haber sido sancionado recientemente por Guido Crosetto, ministro de Defensa y estrecho colaborador de Meloni, por sus escritos racistas y homófobos, refuerza esta impresión de cacofonía. Esta propuesta ha puesto a la Presidenta del Consejo en una posición delicada. En este contexto, Meloni también parece querer adoptar una línea más dura, para no verse superada por la derecha. Recientemente, no se anduvo con rodeos a la hora de criticar a Paolo Gentiloni, Comisario Europeo de Asuntos Económicos. También parece empeñada en eludir ciertas directivas europeas sobre competencia y ha dejado claro a Europa que Italia se está quedando sin fuelle, con sus centros de acogida saturados. Por último, su visita a Viktor Orbán, cuya falta de apoyo a la Ucrania atacada le ha aislado considerablemente –incluso dentro de las derechas radicales europeas–, es una señal de que busca estabilizar ciertas alianzas.

Tras un comienzo moderado, la coalición de derechas, enfrentada a una economía tambaleante y a un sentimiento de aislamiento europeo, parece adoptar una postura tanto más agresiva por sus rivalidades internas.

Y lo hemos hecho porque queremos que Italia vuelva a tener futuro, que espere y crea en un futuro mejor que el incierto presente en el que nos encontramos. Empezamos incluyendo la palabra «natalidad» en el nombre de un ministerio por primera vez en la historia, y vinculamos la cuestión de la natalidad a la de la familia y la igualdad de oportunidades. No es una elección de forma, sino de fondo. Es una elección para tener una perspectiva familiar en todas las políticas que el gobierno está llevando a cabo. Evidentemente estamos sólo al principio, pero ya hemos trazado un camino. Hemos aumentado la prestación por hijo único; hemos mejorado el permiso parental; hemos reformado los instrumentos de lucha contra la pobreza desplazándolos de una contribución social que desincentiva el trabajo a medidas de apoyo a las familias y a las situaciones de fragilidad real, situando una vez más a los niños y la lucha contra la pobreza infantil en el centro de nuestras preocupaciones. Una vez más, hemos elevado el umbral de las prestaciones exentas de impuestos para los trabajadores con hijos, hemos refinanciado los centros de ocio de verano, hemos ayudado a las parejas jóvenes a comprar una vivienda, y se está realizando una labor igualmente importante en el frente de la conciliación de la vida laboral y familiar. Pero, sobre todo, hemos situado el criterio de la familia, el criterio de la natalidad y el criterio de la conciliación de la vida laboral y familiar en el centro de todas las medidas que estamos tomando. Pero –y quiero repetirlo– queremos que todas nuestras acciones contribuyan a crear un nuevo clima cultural. Porque, como ven, cuando hablamos del descenso de la natalidad, todavía hay gente que sostiene que, después de todo, que la población disminuya no es malo. En el pasado, ha habido políticas explícitas a escala internacional para controlar la población y fomentar la baja natalidad. Ahora que nos enfrentamos claramente al problema contrario, paradójicamente situar esta cuestión en el centro de la política sigue causando inconvenientes. A menudo, la cuestión se explota en relación con la migración, de la que se espera que contribuya al bienestar que nuestras sociedades nacionales deberían resignarse a dejar de ofrecer. No comparto esta opinión; creo que las grandes naciones y los grandes pueblos deben asumir sus responsabilidades a la hora de forjar su propio futuro y el de su rincón del mundo. Creo que una cierta inmigración legal, cuando sea necesaria y esté plenamente integrada, puede contribuir positivamente a nuestras economías, pero sigo convencido de que la solución a la crisis de nuestro sistema social europeo debería confiarse con mayor responsabilidad a los ciudadanos de Europa que, en cambio, se están acostumbrando a la idea de que el declive es el destino. Pues bien, el declive no es el destino, el declive es una elección, y no es una elección que vayamos a hacer. Y al fin y al cabo, si lo pensamos bien, la baja natalidad no es más que otra cara del mito incapacitante del decrecimiento. Como si el decrecimiento pudiera ser feliz. Pero no, en mi opinión, el decrecimiento nunca es feliz. Y cuando se aplica a la demografía, no sólo significa un problema de sostenibilidad del sistema de protección social o de salud, sino una falta de inventiva, de creatividad y de innovación. Falta de esperanza. Falta de futuro. 

En este punto, Giorgia Meloni distingue claramente entre dos tipos de inmigración. La buena sería «legal» y «positiva»: en otros discursos e intervenciones públicas, ha sugerido explícitamente que también es europea. La mala sería incontrolada y masiva: en otras ocasiones, la ha descrito claramente como procedente de África. Sobre todo, la primera sería sintomática de una sociedad fuerte, capaz de identificar sus necesidades e integrar a los recién llegados. Mientras que la otra sería simplemente una medida provisional que encuentran las sociedades que se han vuelto incapaces de financiar su modelo social: la inmigración se convertiría entonces en un medio de apoyo a la producción nacional de riqueza. 

Me gustaría dar las gracias a Katalin Novák porque esta cumbre, esta sesión de trabajo, está dedicada a la familia como «clave de la seguridad»: un concepto que, hace algunos años, podría haber parecido trivial, pero que ahora es bastante valiente. Gracias, Kat. Parece que necesitamos coraje porque hoy en día parece que hablar de la familia significa quitarle algo a alguien, en lugar de añadirle algo a todos, que es lo que yo pienso. Como si todos y cada uno de nosotros, sea cual sea nuestra trayectoria vital, sea cual sea nuestro origen, no hubiéramos nacido en una red familiar. Yo mismo puedo decir que, como algunos de los presentes saben, no procedo de una familia con una dinámica «corriente». Y, sin embargo, me siento en todos los sentidos hijo de una familia. En las últimas semanas se han producido en Italia graves sucesos en Caivano, cerca de Nápoles, una supuesta «zona libre» de la que el Estado parece haberse retirado hace tiempo, dejando demasiada vía libre al crimen organizado a lo largo de los años. Nuestro Gobierno ha intervenido con decisión allí y en todos los Caivanos de Italia. Y una de las piedras angulares de esta intervención es precisamente la de animar a las familias a asumir sus responsabilidades en el ámbito de la educación, en la educación de sus hijos, en el control de los contenidos a los que están expuestos por la tecnología desde una edad temprana, y en la asistencia a la escuela. Del mismo modo, durante estos meses de gobierno, hemos tratado de promover la ética del trabajo y la libertad educativa, piedra angular de las libertades personales y de las responsabilidades parentales, que cierto enfoque ideológico ve más como una cortina de humo. 

La «clave de la seguridad» es el tema de la cumbre de 2023. Plantea la familia como bisagra y primer relevo de la acción política. Caivano, al que se refiere Giorgia Meloni, es un suburbio de Nápoles donde, en las últimas semanas, han sido violadas dos chicas jóvenes y se han producido varios tiroteos. La Presidenta del Consejo acudió allí y, a raíz de su visita, el gobierno aprobó un decreto para combatir la delincuencia juvenil, ampliando las condiciones en las que los menores de 14 años o más pueden ser encarcelados. Al vincular los supuestos ataques a la familia tradicional con el aumento de la inseguridad, Giorgia Meloni presenta una visión holística de la sociedad: se dice que el hundimiento de una está causado por el hundimiento de la otra. Sobre todo, culpa de la violencia en ciertas zonas de Italia a sus adversarios políticos. 

Es cierto que la «clave de la seguridad» es la familia. Pero por «clave de seguridad» no debemos entender, como algunos quieren hacernos creer, la idea hosca y un tanto retrógrada de una superestructura sociocultural que no acepta la libertad individual. Sino una «sociedad natural», como también la define la Constitución italiana, en la que crezcan y se formen los ciudadanos del mañana, en la que cada uno pueda aprender, descubrir sus talentos, desarrollar su personalidad en un marco que garantice seguridad y protección, aprender a amar y a ser amado, aprender lo que significa la solidaridad. Hoy, tras una larga ofensiva ideológica que ha visto cómo la familia recibía poca ayuda o apoyo, la institución familiar parece estar en crisis, y nosotros queremos defenderla y revivirla, porque la familia no limita la libertad de nadie y aumenta la riqueza de todos. 

El artículo 29 de la Constitución italiana dice: «La República reconoce los derechos de la familia como sociedad natural fundada en el matrimonio. El matrimonio se basa en la igualdad moral y jurídica de los cónyuges, dentro de los límites establecidos por la ley para garantizar la unidad familiar».

Creemos que el Estado no puede ocupar el lugar de la familia, y cuando la historia ha intentado hacerlo –como ocurrió en Europa del Este bajo el régimen soviético– los resultados son una advertencia para no repetir el experimento. Por cierto, en los últimos días me ha sorprendido leer el resurgimiento de la controversia histórica en torno a los acontecimientos de 1956, a los que Viktor, Katalin y yo nos hemos referido tantas veces como un momento fundacional de la Constitución y la democracia húngaras. La revolución de 1956 no fue sólo una revuelta contra la dominación extranjera, sino también una revuelta contra quienes intentaron destruir los cimientos de la identidad de un pueblo: su familia, su religión, su pertenencia nacional. Son páginas de la historia que no pueden reescribirse y que ninguna operación de propaganda de hoy podrá arrancar. Son páginas de la historia que volvemos a encontrar hoy en Ucrania y que no podemos aceptar.

Giorgia Meloni se refiere sin duda a una cuestión poco debatida en Europa Occidental. Los nuevos manuales escolares publicados en Rusia durante el verano presentan una visión muy revisada de la historia rusa: la desintegración de la Unión Soviética se describe como una tragedia; la presidencia de Vladimir Putin ocupa un centenar de páginas; y la invasión de Ucrania casi veinte… Por un efecto de aplastamiento histórico –en la política histórica del Presidente ruso y de sus allegados, el pasado se reproduce constantemente en el presente–, la revolución húngara de 1956 se trata como las revoluciones de colores que, de Georgia a Ucrania, afectaron a algunas antiguas repúblicas soviéticas en los años 2000 : todas se equiparan a complots fascistas.

Aunque la revolución húngara siempre ha sido una de las piedras angulares de la novela nacional orbaniana –hasta el punto de querer ahogar cualquier otro recuerdo del acontecimiento–, esta descripción supone un verdadero golpe. Curiosamente, el Primer Ministro húngaro no reaccionó directamente: en la entrevista que publicó con el presentador de extrema derecha Tucker Carlson, se limitó a decir que, a partir de 2010, él y Vladimir Putin habían acordado «no preocuparse por la historia». Algunos ministros también reaccionaron, sin mencionar directamente al Gobierno ruso, recordando que en 1956 el pueblo húngaro se levantó contra la «dictadura comunista». La vergüenza es palpable en un momento en que Viktor Orbán se ha aislado –incluso entre las derechas radicales europeas– al adoptar una postura indulgente con Vladimir Putin. Por otra parte, en su referencia a esta crisis político-histórica, Giorgia Meloni también se abstiene de mencionar directamente a Rusia. Al mencionarla, sin embargo, arroja luz sobre las razones de su visita a Hungría, decidida no hace mucho: es en un momento en que las amistades rusas de Viktor Orbán se están debilitando cuando ella ha venido a asistir a su conferencia demográfica. 

En conclusión, queridos amigos, las recetas para situar a la familia en el centro de las políticas de desarrollo pueden diferir y están claramente influidas por las culturas, identidades, hábitos y tradiciones nacionales. Pero hay muchas experiencias que han funcionado y que sería importante poner en red –como la experiencia que estamos viendo aquí en Hungría–.

Creo, y estoy de acuerdo con el Presidente Radev, que Europa debe dar un gran golpe en esta dirección, poniendo en el centro las políticas familiares y de natalidad, apoyando a los Estados nacionales hacia una mayor coordinación, en el verdadero respeto del principio de subsidiariedad. En definitiva, demostrar que ha comprendido plenamente la magnitud del reto cultural, social y económico al que nos enfrentamos. «Una Europa –en palabras del Papa Francisco aquí en Hungría– centrada en la persona y en los pueblos, donde existan políticas eficaces para la natalidad y la familia, (…) donde las distintas naciones formen una familia en la que se valoren el crecimiento y la singularidad de cada una». 

Esta es también nuestra esperanza, pero sobre todo nuestra voluntad. 

Muchas gracias a todos.

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