En un año normal –aunque todos los años bajo el cada vez más tumultuoso gobierno de Vladimir Putin pueden ser calificados como excepcionales–, millones de rusos habrían pasado los quince días previos al 9 de mayo en intensos preparativos. El Día de la Victoria, como denomina Rusia a la fecha en la que su «Gran Guerra Patria» terminó finalmente, en 1945; es la fiesta más importante del año. Una serie de rituales sagrados marcan este día tan especial, en el que los rusos recuerdan las 27 millones de vidas sacrificadas para contrarrestar la amenaza de aniquilación que suponía el avance de las potencias del Eje. Según la retórica oficial actual, fue el martirio más heroico y extraordinario de la historia; fue el momento en el que Rusia no sólo se salvó a sí misma de la maquinaria bélica nazi, sino, también, a la civilización y a la humanidad1.

Miles de estudiantes y miembros de grupos de jóvenes militares deberían haber participado en ensayos para exhibiciones, actuaciones y conciertos de todo tipo, para el desfile central de la nación en la Plaza Roja, en todas las plazas de las ciudades y en todas las escuelas del país. Las tropas deberían haberse reunido para hacer desfilar infantería en filas cerradas, columnas de blindados y exhibiciones aéreas. Los políticos deberían haber preparado discursos para ser pronunciados ante multitudes de oyentes: siempre la misma retórica, que incluye una evocación de la Santa Rusia, que habría pasado de la noche al día, de la destrucción a la construcción y de la muerte a la vida tras la derrota de la Wehrmacht. Los rusos deberían haber impreso pancartas con fotografías en blanco y negro y sepia de padres y abuelos que lucharon y, tal vez, murieron en la batalla: todos listos para marchar en los «regimientos inmortales» que se han celebrado en toda Rusia durante casi una década. 

Sin embargo, este año, no ocurrirá nada de lo previsto. Vladimir Putin aún saldrá para pronunciar un discurso ante las tropas y los partidarios reunidos en la Plaza Roja. Retransmitido por la televisión estatal, las palabras de Putin serán recortadas, insertadas en imágenes resplandecientes de soldados rusos y difundidas en una miríada de grupos de redes sociales. Las palabras de Putin resonarán por todo el país; sin duda, será otra de las peroratas anhistóricas que se han hecho tan familiares en los últimos quince meses, en las que se enfrenta la Rusia de hoy con el llamado «Occidente colectivo» en un gran conflicto civilizatorio.

Este año, el Día de la Victoria, no ocurrirá nada de lo previsto.

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No obstante, al menos desde fuera, más allá de este acontecimiento central, el Día de la Victoria de 2023 se prevé tranquilo. Se cancelaron los desfiles en la docena de grandes ciudades situadas a menos de seiscientos kilómetros de la frontera con Ucrania. El Regimiento Inmortal, que suele ver a más de un millón de rusos en las calles e, incluso, la participación personal de Putin, ve sus desfiles sustituidos por alternativas en línea2. El Estado explica que las cancelaciones son para garantizar la seguridad de los participantes, que podrían ser objetivo de lo que llama «terroristas», es decir, implícitamente, ucranianos. Vyacheslav Gladkov, gobernador de la provincia de Belgorod, que tiene frontera con Ucrania, fue más allá al sugerir que las cancelaciones no eran simplemente para garantizar la seguridad, sino para «no para provocar al enemigo con un gran número de vehículos y soldados»3.

Militares desfilan por la Plaza del Palacio durante un ensayo general del desfile militar del Día de la Victoria. © Alexander Demianchuk/TASS/Sipa USA/

Los comentaristas occidentales no perdieron la oportunidad de burlarse de esta «embarazosa» cancelación; un experto llegó a sugerir que «el hecho de que no se haya celebrado el Día de la Victoria indica graves problemas difíciles de ocultar, incluso, en el estrechamente controlado entorno informativo ruso»4. Rusia está sufriendo un duro golpe sobre el terreno en Ucrania, ya que su guerra de tres días se convirtió en una batalla de quince meses. Hasta cien mil rusos han muerto y resultado heridos. Sólo veinte mil de ellos han muerto en los encarnizados combates por Bajmut, una ciudad perdida en la Ucrania provincial cuyo nombre habría sido desconocido para la mayoría de los rusos hace seis meses. Ucrania ataca con facilidad en la Crimea ocupada y en las ciudades cercanas a la frontera. Los propagandistas del Estado han recibido instrucciones para ablandar la opinión pública ante un contraataque ucraniano potencialmente exitoso. El 3 de mayo, un dron que debía tener como objetivo al propio Vladimir Putin explotó sobre el Kremlin y golpeó, simbólicamente, el corazón del poder ruso. Las imágenes del ataque muestran una explosión que ilumina las pancartas ya desplegadas para el gran desfile del 9 de mayo. Si la guerra de Rusia contra Ucrania se lanzó, como afirma Putin, para defenderse de los agresores, el país ha demostrado, en última instancia, ser incapaz de mantener defensas aéreas en su propia capital. ¿Cómo puede el Estado celebrar los logros de su predecesor en la Segunda Guerra Mundial el Día de la Victoria, cuando, ahora, parece estar perdiendo en todos los frentes? ¿Y qué revela la continua obsesión por la victoria, incluso cuando Rusia sufre una derrota, sobre la naturaleza de la guerra y la paz en la era de Putin?

El 3 de mayo, un dron que debía tener como objetivo al propio Vladimir Putin explotó sobre el Kremlin y golpeó, simbólicamente, el corazón del poder ruso. Las imágenes del ataque muestran una explosión que ilumina las pancartas ya desplegadas para el gran desfile del 9 de mayo.

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La guerra de las memorias en línea

Las marchas en persona son un negocio arriesgado para un Estado autoritario como Rusia. Desde un puñado de manifestaciones en las principales ciudades tras el nuevo ataque a Ucrania, en febrero de 2022, no ha habido grandes concentraciones incontroladas en el país. Organizar marchas este año, cuando las protestas aumentan y el temor a los disturbios es real, es, quizás, un riesgo demasiado grande.

Sin embargo, el Estado tiene una opción mejor, que se ha estado cultivando cuidadosamente durante media década y que permite que el Día de la Victoria, a pesar de la oscura realidad que se cierne sobre Rusia, no deje de ser, como dicen los organizadores del Regimiento Inmortal, «la fiesta más brillante, feliz y valiosa para absolutamente todos los ciudadanos rusos»5. Gracias a las redes sociales y a las campañas en línea, los fieles rusos pueden seguir viviendo sus fantasías patrióticas sin verse perturbados por los desastres que se desencadenan a su alrededor y, este año, el Regimiento Inmortal y decenas de actos paralelos tendrán lugar únicamente en línea.

El Estado lleva varios años digitalizando sus celebraciones militares, un proceso que se aceleró durante la pandemia de COVID, cuando las concentraciones masivas amenazaron con empeorar la situación sanitaria de Rusia. En la actualidad, agentes estatales y personalidades de la cultura producen videos para redes sociales y medios de comunicación en los que recitan poemas de guerra y muestran sus carteles del Regimiento Inmortal6. Se exhorta a los rusos emular a estos influenciadores subiendo sus propias historias familiares, fotografías y relatos a repositorios de memoria como el sitio web «Mi Regimiento»7. Grupos de jóvenes participan en campañas digitales y producen videos brillantes y suavemente iluminados que combinan la estética de las campañas de propaganda estatal militarizada con el habitual feed de Instagram. Participan en campañas de hashtags y juegan a ganar premios mientras celebran la memoria de sus antepasados8. Incluso Putin participa en la guerra de las memorias en línea9.

Aquí, en Internet, es donde el régimen de Putin encuentra su razón de ser y, a medida que la realidad se aleja del heroísmo para acercarse a la humillación, el mundo virtual es el que le ofrece al régimen la mejor esperanza de satisfacer a su población en esta época de trastornos autoinfligidos.

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Las marchas multitudinarias en las calles de Rusia pueden servir como chispa potencial para el descontento; las manifestaciones, como frustración con el régimen. Sin embargo, este floreciente mundo virtual representa un punto de reunión mucho más insidioso para que el Estado heroice sus guerras. Aquí, en Internet, es donde un Estado cada vez más cómodo digitalmente puede crear y recrear la realidad a su medida; aquí, en Internet, es donde el régimen de Putin encuentra su razón de ser y, a medida que la realidad se aleja del heroísmo para acercarse a la humillación, el mundo virtual es el que le ofrece al régimen la mejor esperanza de satisfacer a su población en esta época de trastornos autoinfligidos. El gobierno trata de hacerlo persuadiendo a la población de que está viviendo una época de lucha épica en la que la nación rusa se reivindica y fortalece por el acto de luchar, no por la consecución de victorias reales y tangibles en el campo de batalla de Ucrania.

Militares marchan en formación por la Plaza del Palacio durante un ensayo general del desfile militar del Día de la Victoria. © Alexander Demianchuk/TASS/Sipa EE.UU.

Cómo el tiempo épico perpetúa el conflicto: coordenadas del ciclo ruso

El filósofo y crítico literario ruso Mijail Bajtin pasó años investigando cómo los seres humanos describen y experimentan el paso del tiempo. Observó que, de todos los géneros literarios, la épica era el más inflexible y resistente al cambio. Para Bajtin, la épica existía en un espacio-tiempo siempre cerrado, delimitado e inmutable: «‘Comienzo’, ‘primero’, ‘fundador’, ‘antepasado’, ‘lo que ocurrió antes’ y demás no son meras categorías temporales, sino categorías temporales valiosas»10. Para Bajtin, el tiempo épico es un tiempo donde nada cambia, donde no hay disenso, donde la ironía está ausente y donde todo está predeterminado. Es el mundo del heroísmo absoluto, de las grandes gestas, de las conquistas espirituales y de los mitos fundacionales de la nación.

El mundo épico es donde los héroes monumentales dan un paso al frente y conmueven a lo divino con sus grandes logros y este mundo imaginario es donde residen los héroes rusos de la Segunda Guerra Mundial11. Son los héroes que se encuentran en decenas de relatos soviéticos y postsoviéticos: desde el sargento Pavlov y sus hombres, defensores acérrimos de una casa de Stalingrado en la que quedan encerrados para siempre, hasta Aleksey Maresyev, el piloto de caza que, según el mito oficial, al menos, se arrastró durante días hasta las líneas amigas antes de volver a surcar los cielos, no sin sufrir una doble amputación. En el sinfín de películas, libros, canciones y documentos culturales sobre la Gran Guerra Patriótica, estos héroes son invocados constantemente en el presente, celebrados y elevados al panteón de los santos guerreros. Son el equivalente ruso contemporáneo de los personajes de la mitología griega: grandes héroes marciales cuyas hazañas salvan y crean un mundo nuevo.

En el sinfín de películas, libros, canciones y documentos culturales sobre la Gran Guerra Patriótica, estos héroes son invocados constantemente en el presente, celebrados y elevados al panteón de los santos guerreros.

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En la época épica, el sentido de Rusia, su historia y su futuro, está predeterminada: su presente está destinado a darle vida al pasado para siempre, del mismo modo que el futuro le dará vida al presente. De hecho, en la epopeya, la noción misma de tiempo lineal –el tic-tac de un reloj que nos arrastra inexorablemente por la vida– se derrumba por completo. La epopeya está repleta de relatos de construcción nacional, pero, como señala Bajtin, está fuera del alcance de la experiencia humana ordinaria: el desorden de la realidad siempre le impedirá a cualquiera habitar las vidas de los santos guerreros venerados. Sin embargo, hay una experiencia humana que le permite a la gente ordinaria convertirse en héroes épicos y habitar el espacio revolucionario de la épica: la guerra, donde se crean los mayores mitos nacionales.

Al elevar el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial a, casi, religión de Estado, el régimen de Putin no busca simplemente destacar frente al público el supuesto poderío militar de Rusia (después de todo, un simple desfile militar podría producir este efecto fácilmente). Más bien, el objetivo es inculcar en los ciudadanos rusos un sentimiento de deuda generacional12. Esta deuda, con la que nace todo ciudadano ruso, es una especie de pecado original: si los rusos no luchan ni mueren en pos de un conflicto épico que salve al mundo, como hicieron sus abuelos, son, inevitablemente, inferiores a sus antepasados. Como dice la rima: «spasibo dedu za pobedu» («¡Gracias por la victoria, abuelo!»). Los rusos salen a la calle y participan en actos conmemorativos en torno al 9 de mayo no sólo para recordar a sus antepasados, sino, también, mediante disfraces, imitaciones y actuaciones, para intentar acercarse a ellos, para intentar convertirse en ellos.

Mientras Rusia lucha por encontrar la manera de salvar una brecha insalvable, está atrapada tanto en un conflicto perpetuo como en la memoria perpetua del conflicto.

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Sin embargo, como señala Bajtin, la realidad mundana nunca podría permitirles a los rusos ordinarios entrar al espacio sagrado de la épica. En resumen, mientras Rusia lucha por encontrar la manera de salvar una brecha insalvable, está atrapada tanto en un conflicto perpetuo como en la memoria perpetua del conflicto. En los últimos meses, la retórica de Putin y sus propagandistas se ha vuelto cada vez más florida. El presidente afirma que «una y otra vez, debemos hacer que retroceda el Occidente colectivo», lo que sugiere que los límites del conflicto se extienden mucho más allá del territorio de Ucrania y que se trata de una batalla repetida sin fin con los enemigos tradicionales de Rusia13. Mientras tanto, algunos defensores, como el neofascista Alexander Dugin, sostienen que perder la guerra en Ucrania marcaría «el fin de Rusia»: si Rusia empieza a perder, sugiere, «podría utilizar armas nucleares» o «acabar en una guerra civil»14. El razonamiento compartido es que todos los acontecimientos conducen a un punto final: una mayor conflictividad. Y una mayor conflictividad, según la lógica de la religión del Estado, debe ser algo bueno porque la guerra es donde Rusia y los rusos pueden trascender su aburrida y mundana existencia y elevarse a los reinos de la épica. 

Militares participan en un ensayo general para el desfile militar del Día de la Victoria en la Plaza del Palacio. © Alexander Demianchuk/TASS/Sipa USA/

La guerra por la paz y el enfrentamiento como único horizonte

En los años posteriores al sangriento final de la Segunda Guerra Mundial, los ciudadanos soviéticos se acostumbraron cada vez más a una frase aparentemente contradictoria acuñada por las autoridades en el tejido cultural de la nación: «bor’ba za mir», la «batalla por la paz». Según la historiadora Sheila Fitzpatrick, la guerra no sólo se veía como algo inevitable, sino, también, como «la prueba definitiva de la fortaleza de la sociedad soviética y del compromiso de sus ciudadanos» -algo deseable15-. El conflicto iba a ser el parámetro con el que se podría comparar a la Unión Soviética con su oposición fascista e imperialista en Europa y Norteamérica.

La guerra no sólo se veía como algo inevitable, sino, también, como «la prueba definitiva de la fortaleza de la sociedad soviética y del compromiso de sus ciudadanos» -algo deseable-. 

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El uso del término se disparó en cuanto el triunfo en la Segunda Guerra Mundial parecía posible tras la victoria soviética en Stalingrado –a costa de un millón de soldados y ciudadanos sacrificados– a principios de 1943. Así, tan pronto como se alejó el peligro de las fuerzas genocidas de Hitler, que habían sembrado una destrucción sin precedentes en la nación soviética, surgió una nueva amenaza que le permitiría a la Unión Soviética estar a la altura de su mesiánico estatus de salvadora de los trabajadores del mundo. Un nuevo enemigo, Occidente, surgió como objetivo de la «batalla por la paz».

La experiencia soviética de posguerra se definió por el mito del sacrificio de la Segunda Guerra Mundial. El Estado transformó sus logros bélicos en un modelo épico que sirvió de base para la «batalla por la paz» en el presente16. Reescribió la historia para sugerir que el nuevo enemigo, Estados Unidos, era, en realidad, el verdadero instigador de la Gran Guerra Patriótica17. Todas las penurias de la posguerra, como la falta de bienes de consumo, de opciones y de libertades básicas, podían explicarse por la promesa de un futuro mejor en el horizonte18. Mientras la gente participara en la «batalla por la paz», un futuro mejor estaba al alcance de su mano. Imitando a los héroes de la guerra en sus acciones y actuaciones, los soviéticos ordinarios podían estar seguros –según esta retorcida lógica– de repeler la amenaza nuclear estadounidense y, así, esta vez, sí, ganar la paz para siempre. El futuro era pacífico, pero el presente siempre estaba definido por la lucha, el conflicto y las penurias. En otras palabras, la paz, en el sentido occidental de ausencia de conflicto, en esencia, nunca podría existir19.

El futuro era pacífico, pero el presente siempre estaba definido por la lucha, el conflicto y las penurias. En otras palabras, la paz, en el sentido occidental de ausencia de conflicto, en esencia, nunca podría existir.

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Aunque la lógica parece absurda, el planteamiento se mantuvo hasta la década de 1980, cuando la ideología formuló textos20 en los que declaraba su «deber» moral de participar en una «batalla por la paz»21 y el Estado organizó los mayores desfiles militares de su historia. De hecho, el concepto no desapareció con el fin de la URSS. Al contrario, sus defensores conservadores se retiraron a espacios aislados –periódicos oscuros y foros de debate– donde podían imaginarse a sí mismos continuando la lucha contra la cultura polifónica y subversiva que parecía desatarse más allá de los límites estáticos de la vida soviética. 

Karaganov, Putin y la guerra perpetua de la juventud rusa

De este modo, comprendemos mejor la evolución del Estado ruso desde el punto de vista de la experiencia que sus ciudadanos tienen del tiempo, la guerra y la paz. En la concepción soviética, la paz no era –como sigue sin serlo hoy– algo que se alcanzara mediante el debate y el compromiso ni mediante la adhesión a las normas internacionales ni mediante la participación en instituciones transnacionales. Era algo por lo que había que luchar en una batalla épica e interminable. El Estado estableció una verdad en la que la guerra existe como un fin en sí mismo. La guerra sólo existe para hacer la guerra, no como medio para alcanzar fines concretos.

La guerra sólo existe para hacer la guerra, no como medio para alcanzar fines concretos.

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Aunque, que yo sepa, Vladimir Putin nunca ha utilizado públicamente la expresión «batalla por la paz», sus principales acólitos sí lo han hecho. Sergei Karaganov, académico y director del Consejo Ruso de Política Exterior y de Defensa conocido por su cercanía al presidente ruso, publicó, en 2018, un artículo casi académico titulado «Sobre la batalla por la paz» (О борьбе за мир). En este artículo, Karaganov argumenta que las décadas postsoviéticas se han caracterizado por la ausencia de guerra –desglosa hábilmente las guerras que asolaron Medio Oriente, África y Yugoslavia durante este periodo– y que, como resultado, tanto civiles como estadistas están empezando a asumir que la paz sería un «estado dado por Dios». En el mundo retórico de Karaganov, la paz siempre está a punto de ser destruida. ¿La respuesta? Rusia, según Karaganov, debe adoptar un nuevo tipo de política, que «debe comprometerse en la batalla por la prevención de la guerra». La militarización y el lenguaje marcial –una «batalla»– son la forma de prevenir la «guerra».

Militares participan en una competición de tira y afloja en la Plaza del Palacio tras un ensayo general para el desfile militar del Día de la Victoria. © Alexander Demianchuk/TASS/Sipa EE.UU.

De hecho, para Karaganov, el mundo ya está sumido en un estado de guerra debido a la creciente amnesia de sus habitantes. Los dirigentes soviéticos de la posguerra, supone, habían vivido la Segunda Guerra Mundial y, por lo tanto, recordaban sus horrores por experiencia directa (de nuevo, olvida mencionar las numerosas guerras que tuvieron lugar en todo el mundo durante la Guerra Fría: su lectura de las relaciones internacionales es una en la que sólo cuentan las relaciones entre grandes potencias). Hoy, un Occidente debilitado, cuyas «clases dirigentes» se deterioran tanto en América como en Europa, ha olvidado, supuestamente, el significado de la paz: «América intenta lanzar un contraataque» mediante la hegemonía económica, el rearme masivo y mediante una carrera de armas cibernéticas cada vez más intensa, según Karaganov. Así pues, la «batalla por la paz», en la concepción de Putin, está dominada por un enfrentamiento permanente entre las grandes potencias, que mantienen una guerra en las esferas cultural, económica, militar y, sobre todo, conmemorativa. El peligro para Rusia sería su población «pasiva» –los jóvenes, los ingenuos, los olvidadizos–, que no aspira a esas epopeyas en las que los conflictos definen la forma del mundo.

El peligro para Rusia sería su población «pasiva» –los jóvenes, los ingenuos, los olvidadizos–, que no aspira a esas epopeyas en las que los conflictos definen la forma del mundo.

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La «energía creativa» de la destrucción

Para justificar cada una de las grandes guerras de Vladimir Putin, el líder y sus propagandistas han afirmado que Rusia no es un agresor, sino un defensor. En Chechenia, Georgia y Ucrania, se presenta a Rusia como un «pacificador» –el dirigente tiene cuidado de expresar sus ideas en el lenguaje de las normas políticas internacionales, aunque su concepto de «paz» sea diferente del de otros dirigentes– que impide la destrucción de partes constitutivas de un mundo ruso cuyas fronteras se extienden mucho más allá del territorio legal de la actual Federación de Rusia. De hecho, Putin ha afirmado, sistemáticamente, que Rusia es un país de paz en sus presentaciones ante las Naciones Unidas, ante los socios de la OTSC y ante la opinión pública rusa. Por ejemplo, en un discurso de Año Nuevo, en 2020, seis años después de que sus fuerzas iniciaran la guerra en el este de Ucrania, Putin destacó los servicios de «los primeros en responder, nuestros militares en puntos clave fuera de Rusia, las fuerzas de mantenimiento de la paz y las tripulaciones de combate del ejército y la armada» y sus sueños de «paz y prosperidad». Sin embargo, los análisis académicos han demostrado, en repetidas ocasiones, que la preocupación de Rusia por la «paz», en especial, cuando se trata del «mantenimiento de la paz», no está motivada por la preocupación por los derechos humanos ni por la protección de las personas o el derecho internacional. De hecho, como explican sucintamente S. Neil Macfarlane, Albrecht Neil Macfarlane y Albrecht Schnabel22, el mantenimiento de la paz está motivado por «cálculos de seguridad nacional, interés geoestratégico y estatus». Un factor de estos cálculos deben ser los aspectos culturales inherentes a la eterna «batalla por la paz».

Con respecto a la invasión de Ucrania, y a pesar de la conducta violenta de sus tropas sobre el terreno, Putin planteó la misma lógica de una «batalla por la paz». Al anunciar la decisión de lanzar la llamada «operación militar especial» la noche del 24 de febrero de 2022, afirmó: «durante ocho años, ocho interminables años, hemos hecho todo lo posible para resolver la situación por medios políticos pacíficos. Todo ha sido en vano»23. Y prosiguió: «El enfrentamiento entre Rusia y estas fuerzas no puede evitarse. Es sólo cuestión de tiempo». Para Putin, la guerra es, y era, inevitable. Para alcanzar la paz –por la que, aparentemente, Rusia está luchando–, la guerra es necesaria. Sin embargo, la guerra de hoy se presenta, una vez más, como perteneciente a un conflicto atemporal y épico que trasciende los límites del presente: incluso antes de que comenzara, la «operación militar especial» ya era «interminable» y el conflicto «no podía evitarse».

Para Putin, la guerra es, y era, inevitable. Incluso antes de que comenzara, la «operación militar especial» ya era «interminable» y el conflicto «no podía evitarse».

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De hecho, el mismo espacio retórico fue, inevitablemente, ocupado por una serie de referencias tanto a rencores como a héroes históricos: la infundada idea de otro genocidio (perpetrado por ucranianos contra rusos); la absurda idea de que los ucranianos de hoy son «nazis» y «fascistas». Así, el discurso de Putin avanzó hacia una conclusión en la que prometió que la guerra de hoy, sin duda, les permitiría a las tropas ascender al panteón épico –la historia «sagrada», en sus palabras– de los héroes sagrados: «Camaradas oficiales, sus padres, abuelos y bisabuelos no lucharon contra los ocupantes nazis ni defendieron nuestra patria común para permitir que los neonazis de hoy se hicieran con el poder en Ucrania. Ustedes le juraron lealtad al pueblo ucraniano y no a la junta, el adversario del pueblo que saquea Ucrania y humilla al pueblo ucraniano». Por último, Putin se dirigió a los civiles rusos y los invitó a compartir una experiencia histórica de heroísmo: «La cultura y los valores, la experiencia y las tradiciones de nuestros antepasados siempre han sido una base sólida para el bienestar y la existencia misma de Estados y naciones enteros, para su éxito y sostenibilidad. Esto, por supuesto, depende directamente de la capacidad de adaptarse rápidamente a los cambios constantes, de mantener la cohesión social y de estar preparados para consolidar y convocar todas las fuerzas disponibles para seguir adelante». La guerra es un medio para garantizar la cohesión, para relacionarse con el pasado y para mantener la tradición. La paz no se refiere a la ausencia de conflictos internacionales, sino a un estado de armonía que trasciende la violencia del presente.

Si se leen las palabras de Putin de manera literal, parece que la guerra de hoy es un acto revolucionario, no una preservación del statu quo. Los políticos del aparato del Estado siguen insistiendo en que el conflicto trata de crear un «nuevo orden mundial» que desplace el equilibrio de poder lejos del archienemigo, el «Occidente colectivo», y de su líder, Estados Unidos24. De hecho, el objetivo de crear un «orden mundial multipolar» forma parte de los conceptos de política exterior del régimen desde hace más de una década y ha sido reactualizado recientemente. En cierto sentido, la guerra parece, pues, una maniobra estratégica para acelerar el proceso histórico y alcanzar un objetivo utópico rápidamente.

El objetivo de crear un «orden mundial multipolar» forma parte de los conceptos de política exterior del régimen desde hace más de una década y ha sido reactualizado recientemente.

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Sin embargo, el objetivo, como sugerí, no es la creación de un orden mundial que funcione según cualquier regla o, incluso, según la lógica de «cuanto más fuerte, más fuerte», donde las grandes potencias tratan de imponerse. Más bien, el objetivo es un proceso constante de destrucción y construcción –lo que Sergei Karaganov denomina «destrucción creativa»25– que le permita a Rusia existir en un estado de conflicto perpetuo y revivir sin cesar los sacrificios y logros de su pasado mítico y épico. De hecho, el «nuevo orden mundial» de Putin y pensadores como Karaganov no es «nuevo» en absoluto. Es un mundo limitado, un mundo que sólo puede interpretarse y experimentarse en la medida en que recrea el pasado imaginado.

En respuesta al último concepto de política exterior de Rusia, un comentarista occidental describió la postura de la nación como «esquizofrénica»26. El concepto contempla la distensión y la paz, al mismo tiempo que se esfuerza por recrear radicalmente el orden mundial y, por supuesto, por hacer la guerra en Ucrania, un país que, a pesar de su importancia actual para el futuro estratégico de Rusia, sólo se menciona una vez en el libro. Sin embargo, si se lee entre líneas el lenguaje de las normas internacionales, se encuentra, una vez más, el marco de una visión épica de la realidad. 

Soldados rusos marchan durante un ensayo para el desfile militar del Día de la Victoria en Moscú, Rusia, el 7 de mayo de 2023. © Alexander Zemlianichenko Jr/Xinhua

«La humanidad atraviesa, actualmente, cambios revolucionarios», afirman los autores. El periodo de cambio, la lucha en sí, importa más que el resultado -el presente podría, o debería, ser un periodo épico de «comienzos» bajtinianos-. De hecho, en la concepción de los autores, la fuerza de Rusia proviene de una fuente misteriosa y espiritual: una «energía creativa» que desafía la lógica, pero que, presumiblemente, se inspira en los tonos épicos con los que el Estado representa sus guerras. Si la guerra de Rusia en Ucrania va a ser una «guerra eterna» con Occidente, como afirmó el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, no es porque la consecución de los objetivos estratégicos del país vaya a llevar muchos años, sino porque el acto de luchar en una guerra eterna es fundamental para la visión de heroísmo y valentía de la élite gobernante.

Para la política exterior rusa, el periodo de cambio, la lucha en sí, importa más que el resultado -el presente podría, o debería, ser un periodo épico de «comienzos» bajtinianos-.

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Desfiles militares virtuales: Mijaíl Bajtin en los parajes salvajes de la Internet rusa

Este año, el 9 de mayo, millones de rusos participarán en campañas en línea para celebrar el Día de la Victoria. Mijaíl Bajtin difícilmente podría haber previsto el modo en el que las redes sociales y la vida virtual están cambiando la percepción del tiempo y permitiendo que experiencias aparentemente contradictorias se amalgamen y coexistan. En la jungla de Runet, el sistema estatal paralelo de Internet, con sus propias redes sociales y otras plataformas, los usuarios pueden toparse con miles de canales y grupos promovidos por el Estado y dirigidos por grupos de rusos ordinarios. Al entrar en este mundo al revés, los rusos verán a los niños de hoy luchar en las guerras del pasado y a los soldados de hoy recrear la Segunda Guerra Mundial.

En este mundo, las muertes ucranianas salvan a los ucranianos y Rusia se defiende de un agresor y la guerra promete la paz. Aquí, todo el mundo puede jugar a ser héroe publicando memes, hablando el lenguaje de las guerras épicas de Rusia y adoptando una visión compartida y estable de un país que salvaría al mundo hoy como lo salvó ayer. La repetición perpetua de estas fantasías militarizadas es lo que les da valor a estas comunidades, lo que les permite funcionar como espacios donde puede tener lugar la heroización perpetua de la sociedad rusa. El experto en medios de comunicación Andrew Hoskins describe las redes sociales como un fenómeno que altera nuestra experiencia de la realidad, donde el individuo reina supremo como suscriptor y director de su propia «corriente de guerra», un fenómeno que trastoca los límites entre la guerra y la sociedad27. Sin embargo, al conectarse a «flujos de guerra» compartidos, los usuarios de las redes sociales rusas también se conectan a realidades épicas compartidas que el Estado promueve. La supresión de los desfiles presenciales del Día de la Victoria en las ciudades rusas no es una admisión de derrota. Es un intento de crear un espacio en el que los rusos puedan reimaginar el decepcionante presente como una época de heroísmo épico.

Al entrar en este mundo al revés, los rusos verán a los niños de hoy luchar en las guerras del pasado y a los soldados de hoy recrear la Segunda Guerra Mundial.

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Mientras tanto, en el Kremlin, el régimen siempre se resistirá a la paz tal y como nosotros la entendemos. Para Rusia, la paz no es la ausencia de guerra, sino el producto de un conflicto permanente. Tan pronto como termine la «batalla por la paz» de Rusia, la paz deberá, necesariamente, evaporarse con ella. La coexistencia mediante el debate y la negociación, el compromiso y las normas, tal y como se contempla en la teoría democrática de la paz o se consagra en las estructuras de la ONU, se vuelve imposible. Mientras Occidente piensa en la Segunda Guerra Mundial y susurra la frase «Nunca más», Rusia proclama con orgullo: «Mozhem povtorit» -«Podemos hacerlo de nuevo»-. De hecho, para alcanzar el estatus de santidad al que el país aspira, debe seguir haciendo la guerra hoy y mañana, sean cuales sean sus posibilidades de victoria.

Notas al pie
  1. Wood, E. A. (2021). Performing memory and its limits : Vladimir Putin and the celebration of World War II in Russia. In The Memory of the Second World War in Soviet and Post-Soviet Russia (pp. 249-275). Routledge.
  2. Naraeva, A. (2023). Svyshe 1 mln chelovek proshli v “Bessmertnom polku” v Moskve. Vedomostihttps://www.vedomosti.ru/society/articles/2022/05/09/921398-1-mln-proshli
  3. Balachuk, I. (2023). Russia’s Kursk and Belgorod Cancel 9 May ParadeUkrainska Pravda.
  4. Mordowanec, N. (2023). Putin Mocked for “Embarrassing” Cancellation of Victory Day ParadeNewsWeek. ; Dickinson, P. (2023). Putin Cancels Victory Day Parades as Ukraine Invasion Continues to UnravelAtlantic Council.
  5. N.A. (2023). Informatsiia o prazdnovanii 9 maiaPolk RF.
  6. Kamchatka Ministry of Culture (2020) [@mincultkam]. Davaite pomnit’.
  7. N.A. (2023). Bessmertnyi polk. Offitsial’nyi sait dvizheniia.
  8. N.A. (2023) [@vsezapobedu]. Nasha pobeda – onlain igra.
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  10. Bakhtin, M. M. (2010). The dialogic imagination : Four essays. University of texas Press.
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  13. Hartog, E. (2023). How Vladimir Putin Sells His War Against “The West.”Politico.
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