Este texto, disponible en inglés en la página web del Groupe d’études géopolitiques, es un avance del próximo número de la revista GREEN, que se publicará bajo la dirección científica de Laurence Tubiana.

En sólo dos años y a pesar de los resultados de las elecciones intermedias en Estados Unidos, los líderes europeos podrían contemplar una segunda presidencia de Trump por un lado, y por el otro, una China cada vez más asertiva y que mira hacia adentro. Aunque la crisis climática se está volviendo imposible de evitar para cualquier líder, es justo suponer que tal escenario sería sombrío para la acción climática colectiva, y para el multilateralismo en general.

La mera posibilidad de tal resultado aclara el camino a seguir por los líderes europeos de hoy. El papel fundamental de Europa entre Estados Unidos y China nunca ha sido más importante y, de hecho, la obliga a considerar su papel y su alcance mucho más allá de ese «G3».

Es tarea de Europa crear las condiciones -una amplia dependencia de trayectorias- que ayuden a que China y Estados Unidos se hagan responsables de sus compromisos climáticos, así como facilitar un sistema multilateral que funcione en general. La invasión rusa de Ucrania ha oscurecido aún más el mapa geopolítico desde el punto de vista de Europa y ha ampliado la necesidad de una voz europea más asertiva y coherente en la escena mundial.

Ambos retos están relacionados, pues están vinculados a la política macroeconómica y a la diplomacia energética. Los gobiernos europeos y la Unión se están adaptando a la crisis energética impuesta por Rusia, con el preexistente Acuerdo Verde Europeo y el plan de emergencia RePowerEU1 como principio organizador. Este enfoque es también, por mucho, el conjunto de herramientas institucionales y burocráticas más avanzado para prosperar en el Acuerdo de París, con los objetivos de alcanzar el cero neto para 2050, una reducción del 57% de los GEI para 2030 (55% antes de la COP27), y un conjunto detallado de paquetes sectoriales adecuadamente financiados para conseguirlo. Sin este marco, el impacto potencial de la guerra energética de Rusia sobre la solidaridad europea habría sido probablemente aún más grave.

La invasión rusa de Ucrania ha oscurecido aún más el mapa geopolítico desde el punto de vista de Europa y ha ampliado la necesidad de una voz europea más asertiva y coherente en la escena mundial.

BERNICE LEE y LAURENCE TUBIANA

Esto apunta, también, al necesario papel de liderazgo de Europa: apoyarse en su compromiso de ser la primera en la descarbonización y encontrar nuevas formas de hacer algo a su altura en el proceso. Debe hacerlo rápidamente, no sea que una crisis -la de hoy en Ucrania, u otra mañana- consiga finalmente fragmentar la unidad europea y dejar a China y a Estados Unidos con menos límites contra sus peores instintos en la escena internacional.

Europa y el nuevo no alineamiento 

Si Europa no quiere verse marginada por las arraigadas tensiones del «G2» y por un mundo cada vez más multipolar, debe convertirse en el puente hacia un sistema global de toma de decisiones más funcional en el contexto de la multipolaridad. Esto se sigue en el papel. Pero Europa está evaluando el desfase entre su retórica y la profundidad del resentimiento que ha engendrado en todo el mundo en los últimos años. La invasión rusa de Ucrania, lejos de aislar al Kremlin, ha puesto de manifiesto una dinámica de no alineamiento.   

En general, son los líderes europeos los que se encuentran más aislados en la escena mundial de lo que esperaban. Las sucesivas votaciones en la Asamblea General de la ONU para condenar la agresión rusa han mostrado cómo China se abstiene o se opone (aunque, para octubre de 2022, la tendencia marcaba un creciente aislamiento de Rusia en el “más estrecho” asunto de la integridad territorial ucraniana). Grandes democracias, como Brasil, Indonesia, India, Senegal y Sudáfrica, han mantenido distancia con respecto la guerra. Al acoger delegaciones y realizar visitas de alto nivel, Rusia ha competido con las propuestas de la Unión Europea y Estados Unidos a otros bloques regionales, cortejando intensamente a los miembros de la UA y la ASEAN.

A pesar del indescriptible sufrimiento de la población civil en Ucrania, gran parte del mundo se muestra receloso de tomar partido. Esto se debe a la percepción de un doble rasero europeo: Ucrania no es ni mucho menos el único conflicto o crisis del mundo actual. La gran influencia de Rusia sobre los precios de la energía y las materias primas, y la diplomacia desigual de Europa en temas como las vacunas Covid-19, la deuda, la migración y el financiamiento del clima también nos han traído hasta aquí.

El «no alineamiento» ofrece a los gobiernos vías para impulsar su autonomía en política exterior y energética. Indirectamente, esto reduce la presión sobre Rusia y le permite intentar una guerra de desgaste, en lugar de buscar un rápido fin de las hostilidades. 

Este contexto está empeorando las perspectivas macroeconómicas. En un momento en el que se teme una recesión mundial y un aumento de las tasas de interés, esto tiene implicaciones inmediatas para una acción climática ambiciosa y multilateral, especialmente en lo que se refiere a las cuestiones cruciales del financiamiento y la deuda. El 60% de los países de renta baja corren el riesgo de sufrir problemas de sobreendeudamiento2, y las perspectivas mundiales de crecimiento y comercio del FMI parecen cada vez más sombrías con cada mes que pasa3. Será difícil para las economías avanzadas argumentar a nivel interno la necesidad de ampliar la ayuda a otros países, o que esos mismos países receptores asuman más deuda en forma de financiamiento climático. 

El «no alineamiento» ofrece a los gobiernos vías para impulsar su autonomía en política exterior y energética.

BERNICE LEE y LAURENCE TUBIANA

Además, Europa está sometida a una enorme presión fiscal en todos los ámbitos. Parece difícil inyectar confianza en la arquitectura del financiamiento climático mientras se enfrenta a varias prioridades urgentes que compiten entre sí. Una, por supuesto, es seguir apoyando militarmente a Ucrania. Otra es preparar los próximos dos o tres inviernos. El consenso de los expertos es sencillo: a Europa le esperan meses difíciles y fríos4. El riesgo de escasez de suministro es real. Ninguna cantidad alternativa de importaciones de gas puede compensarlos. La combinación de las intensas presiones sobre el costo de vida requerirá medidas fuertes -y muy costosas- de política social para responder al aumento de la inflación, y atacar la pobreza energética con programas específicos de eficiencia energética, que costarán a los gobiernos europeos cientos de miles de millones de euros.

Steve Johnson

Europa como puente hacia una nueva realidad multipolar  

No obstante, Europa debería estar a la altura del reto del financiamiento global del clima de cualquier manera que pueda. Para empezar, si bien no es responsabilidad exclusiva de los países europeos alcanzar el umbral aún no alcanzado de 100 mil millones de dólares en financiamiento climático -a las economías avanzadas todavía les faltan 17 mil millones de dólares, según la OCDE5-, el contraste con su rápida capacidad para movilizar el gasto interno relacionado con la pandemia y con Ucrania es muy mal visto por los gobiernos necesitados de todo el mundo, lo que queda ilustrado en las tensiones en torno al fracaso del G20 este verano para acordar un comunicado sobre el clima. Aunque la Cumbre en Bali de noviembre de 2022 logró superar tales diferencias. Europa debe seguir haciendo todo lo posible por aumentar el volumen y la calidad del financiamiento climático, como señal de confianza y de fomento de la credibilidad con los países más vulnerables. La COP27 resaltó lo persistentes que son las tensiones.   

Europa también puede seguir impulsando el establecimiento de «Asociaciones para la Transición Energética Justa» (JET-P) con socios clave. La perspectiva de un acuerdo de financiamiento de 8,500 millones de dólares para la transición energética de Sudáfrica hacia afuera del sector del carbón, con el apoyo de los gobiernos europeos junto con el Reino Unido y Estados Unidos, fue uno de los puntos culminantes de la COP26 en Glasgow. También fue una señal crucial de intenciones dentro del G20, muchos de los cuales siguen proponiendo Contribuciones Nacionalmente Determinadas enormemente inadecuadas a pesar de representar el 80% de las emisiones mundiales. Desde el anuncio, el camino hacia la finalización de ese acuerdo ha parecido accidentado, entre otras cosas porque el presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, ha sido un abierto defensor de la no alineación, e incluso ha llegado a culpar a la OTAN por el ataque no provocado de Rusia a Ucrania y ha propuesto resoluciones contrarias en la Asamblea General de la ONU que intentan exculpar las acciones de Rusia de la gran crisis humanitaria que ha provocado. Paralelamente, las autoridades sudafricanas han planteado dudas sobre la estructura del financiamiento y las presiones que podría ejercer en medio de las limitaciones fiscales existentes. A pesar de estos vientos en contra, la asociación parece progresar, ya que Sudáfrica publicó su plan de inversión JET-P en agosto de este año. Más recientemente, el acuerdo de una segunda JET-P con Indonesia, anunciada al término de su presidencia del G20, demuestra que se trata de una plataforma viable para las negociaciones entre donantes y beneficiarios, basada en estándares altos y en la responsabilidad mutua, con financiamiento público y privado movilizado por valor de 20 mil millones de dólares para la transición del sector energético de Indonesia fuera del carbón. Codirigido por Estados Unidos y Japón, junto con Alemania, Canadá, Dinamarca, Francia, Italia, Noruega y Reino Unido, es un proyecto prometedor para profundizar las asociaciones con los países del G20 y fuera de él, especialmente los expuestos a las volatilidades del mercado de materias primas provocadas por el Kremlin.

Bajo la presidencia alemana del G7, los gobiernos donantes han entablado conversaciones con otros gobiernos como India (que asumirá la presidencia del G20 en 2023), Senegal y Vietnam. Todos esos países son no alineados en la cuestión de Ucrania. Un acercamiento concreto y bien financiado con dichos gobiernos en materia de cooperación energética -todos ellos líderes regionales y potenciales actores clave en la transición verde- sería positivo en todos los sentidos, y señala un camino a seguir para la diplomacia europea.

El reto institucional más crucial y necesario para los gobiernos europeos se refiere a la reforma de las instituciones de Bretton Woods y su adecuación a la magnitud de la crisis climática.

BERNICE LEE y LAURENCE TUBIANA

El reto institucional más crucial y necesario para los gobiernos europeos se refiere a la reforma de las instituciones de Bretton Woods y su adecuación a la magnitud de la crisis climática. El buen impulso en la cuestión de los Derechos Especiales de Giro (DEG) que se logró bajo el liderazgo de la primera ministra de Barbados, Mia Amor Mottley, fue un punto destacado de las COP26 y COP27, y debe mantenerse. Como miembros y accionistas clave del FMI y de los bancos multilaterales de desarrollo, los gobiernos europeos pueden aumentar sus préstamos y fomentar formas de hacer operativo el Fideicomiso de Resiliencia y Sostenibilidad del FMI, cuyo mandato es liberar DEG para las necesidades de financiamiento climático de los países, así como facilitar las condiciones en las que tales fondos pueden ser liberados a los bancos multilaterales de desarrollo y gastados posteriormente. Los Estados miembros europeos del FMI podrían seguir presionando para que el grupo «V20» de países vulnerables al clima se convierta en una agrupación oficial en el FMI, y reproducir el tipo de dinámica que hizo posible el éxito de las negociaciones de la COP21. También en este caso, la cumbre de líderes del G20 celebrada en Bali fue testigo de un anuncio muy satisfactorio por parte del presidente Macron de una cumbre especial en el verano de 2023 para ayudar a sacar adelante la «Agenda de Bridgetown» de Barbados como parte de un debate más amplio sobre nuevas herramientas de financiamiento en nuestra arquitectura financiera internacional. Esto supone un avance prometedor para los países de renta media vulnerables al clima, en particular, que se enfrentan a un riesgo creciente de endeudamiento debido a las crisis climáticas.

Nuevos canales Unión-China para tiempos de crisis  

La Ley de Reducción de la Inflación de la Administración de Biden, aprobada este verano, ha devuelto a Estados Unidos parte de su credibilidad en materia de acción climática. Esto parece crear nuevos y amplios incentivos para la economía neta cero a ambos lados del Atlántico, aunque la generosidad y la opacidad de las subvenciones de la Inflation Reduction Act también han alimentado la preocupación de que puedan alimentar la competitividad de las industrias europeas verdes

Sin embargo, este «acercamiento» corre el riesgo de hacer que Europa siga descuidando los canales Unión-China en materia de acción climática. Lo más significativo es que el comercio corre el riesgo de convertirse en un escollo en la diplomacia climática Unión-China. Esto es una mala noticia, ya que es difícil prever una transición global efectiva hacia el «cero neto» con esos dos grandes bloques económicos cerrándose las puertas a sus respectivos mercados.  

El Mecanismo de Ajuste Fronterizo del Carbono de la Unión Europea es un ejemplo de cómo la política comercial puede influir en la diplomacia climática, pero también señala una vía pragmática para alinear los bloques geopolíticos en la cuestión esencial de la descarbonización de la industria pesada. La decisión de implantar un Mecanismo de Ajuste Fronterizo del Carbono en la Unión tiene su origen en el reconocimiento de que su Sistema de Comercio de Emisiones es menos eficaz de lo que se esperaba en un principio para desencadenar la reducción de emisiones en su sector industrial. La reforma propuesta del Sistema de Comercio de Emisiones eliminará gradualmente la asignación de algunas cuotas de emisión gratuitas, lo que implica cobrar a las industrias por todas sus emisiones. El resultado sería un costo adicional inmediato para esas industrias, lo que pondría a los competidores de fuera de la Unión en una ventaja repentina. Lo que parece justo desde el punto de vista de la política climática de la Unión -un «impuesto» en la frontera para compensar un nuevo «impuesto» sobre las emisiones dentro de la Unión- fue inmediatamente propuesto por los socios comerciales de la Unión, incluida China, como una protección comercial disfrazada de acción climática. 

Corre el riesgo de hacer que Europa siga descuidando los canales Unión-China en materia de acción climática. Lo más significativo es que el comercio corre el riesgo de convertirse en un escollo en la diplomacia climática Unión-China.

BERNICE LEE y LAURENCE TUBIANA

Algunos formuladores de políticas públicas de la Unión argumentaron que los socios comerciales podrían aplicar políticas similares de fijación de precios del carbono para evitar pagar el costo total del Mecanismo de Ajuste Fronterizo del Carbono al vender sus productos industriales en la Unión. Se trata de una visión demasiado simplista, que pasa por alto que los países tienen derecho a adoptar las políticas de mitigación que deseen, y el propio planteamiento de China ilustra esta diversidad (con su propia versión de un régimen de comercio de derechos de emisión que se aplica sobre todo a la generación de energía, junto con un marco diferente de incentivos y regulaciones sobre la intensidad energética o el uso total de energía).

En última instancia, las tensiones en torno al Mecanismo de Ajuste Fronterizo del Carbono en China demuestran que Europa debe mejorar sus esfuerzos para comunicar su intención: se trata de la claridad en el contenido de carbono y de llevarnos hacia el cero neto, no de dictar la forma en que otros países deben descarbonizarse, ni tampoco de las tarifas punitivas.

El lado positivo del Mecanismo de Ajuste Fronterizo del Carbono es su eficaz contribución técnica a la gigantesca tarea de la descarbonización. Su aplicación conllevará una evaluación adecuada del contenido de gases de efecto invernadero de los productos básicos comercializados, como el aluminio, el cemento, la electricidad, los fertilizantes, el hierro y el acero (el Parlamento Europeo ha entrado en los diálogos tripartitas con una propuesta para ampliar el alcance al hidrógeno y los polímeros). Se trata de una cuestión que todos los grandes países industrializados deben abordar de una vez, ya que necesitan controlar el progreso de su propia industria hacia la descarbonización, independientemente de la herramienta política que se utilice. Cada vez más, las adquisiciones públicas y privadas de edificios o automóviles pasarán a exigir cemento, acero o aluminio con menos emisiones de carbono y surgirán normas para garantizar la integridad medioambiental de estos productos. 

Existe la oportunidad de adoptar un enfoque global para tales sistemas de medición y certificación de gases de efecto invernadero, y la Unión y China pueden ayudar a avanzar en el esfuerzo global en ese espacio, como dos grandes bloques comerciales con una gran ambición climática, y con retos muy similares en la descarbonización de la industria pesada. 

En este sentido, y si se aplica, podría ser un instrumento útil hacia la responsabilidad mutua y la transparencia del contenido de carbono: una herramienta clave para la creación de confianza para la acción climática.

La Unión y China pueden ayudar a avanzar en el esfuerzo global en ese espacio, como dos grandes bloques comerciales con una gran ambición climática, y con retos muy similares en la descarbonización de la industria pesada.

BERNICE LEE y LAURENCE TUBIANA

La inversión en infraestructuras es otro ámbito en el que es necesario fomentar la confianza. Sobre el papel, hay un amplio margen para mejorar la cooperación entre la iniciativa de la Franja y la Ruta de China, el Portal Global de Europa, la iniciativa Build Back Better World de Estados Unidos y la Asociación para la Inversión en Infraestructuras Globales del G7, para ayudar a que las dotaciones de gasto en infraestructura global sean más limpias y complementarias. El discurso actual en torno a esas iniciativas es únicamente contradictorio, cuando la prioridad debería ser volver a centrar la conversación en las necesidades inmediatas de los países receptores, así como en la necesidad macrofinanciera de movilizar inversiones de calidad y a gran escala hacia los objetivos del Acuerdo de París. Aunque hoy en día esto parece un objetivo lejano, existen sin embargo notables brotes verdes en forma de asociaciones bilaterales, por ejemplo entre China y Francia, para financiar una serie de proyectos de infraestructuras, principalmente en países africanos, por un importe (modesto) de 1,500 millones de euros6.

Una mejor relación en materia de comercio e inversión conllevaría, en un sistema internacional que funcione, a un mejor diálogo entre la Unión y China sobre la deuda, y una respuesta multilateral funcional a la deuda en general. En cualquier caso, es necesario un enfoque nuevo y concertado para el alivio y la reestructuración de la deuda, y los acreedores lo saben. El anuncio de China en agosto de aliviar la deuda de 17 países puede indicar la voluntad de emprender una mayor diplomacia de la deuda. El reciente acuerdo de alivio de la deuda que alcanzaron China y Zambia fue también una señal positiva. La negociación, copresidida por China y Francia bajo la égida del Club de París, es una prueba de que son posibles los espacios de discusión constructiva.

Esto es un formato que los gobiernos europeos pueden fomentar, ya que más países se enfrentan a crisis de deuda candentes empujadas por los altos precios de las materias primas que se agravaron por la guerra de Rusia, lo que los impactos climáticos podrían agravar aún más, como sucedió con las inundaciones en Paquistán: las estimaciones conservadoras indican que costarán 2% del PIB7. Con un acuerdo con el FMI alcanzado en los últimos meses en Sri Lanka, existe una prueba evidente para que la comunidad internacional responda a la volátil situación del país -cuyo gobierno también está muy endeudado con China-, ya que se enfrenta a una crisis generalizada de seguridad alimentaria provocada por sus agotadas finanzas. Los términos del acuerdo con el FMI requieren una nueva negociación de reestructuración entre Sri Lanka y sus acreedores bilaterales, entre los que se encuentran China, Japón e India8. Como en el caso de Zambia, los gobiernos europeos pueden desempeñar un papel clave para facilitar las discusiones bajo los auspicios del Club de París de acreedores soberanos. 

El efecto Bruselas y la vía hacia Pekín  

En última instancia, la mayor fuente de influencia de Europa frente a China y más allá de ella reside en el poder de seguir poseyendo -por ahora- la mayor zona de mercado único. El poder normativo que esto confiere es significativo, y Europa puede hacer más por afirmarlo. La Unión lleva años ejerciendo un poder blando en ámbitos como la eficiencia de los electrodomésticos, las emisiones de los vehículos y muchos otros sectores críticos. Cuando se trata del futuro de la energía, esta ventaja de poder blando puede extenderse a otras áreas técnicas, como las normas de los vehículos eléctricos y la aceleración del ritmo de salida del motor de combustión interna en todo el mundo, con el impulso de la eliminación progresiva prevista en Europa para 2035. Como destacó el reciente discurso del canciller alemán Olaf Scholz, Europa también tiene la oportunidad de liderar en áreas emergentes como el almacenamiento de energía, la energía hidráulica, la eólica, la solar y el hidrógeno.

La mayor fuente de influencia de Europa frente a China y más allá de ella reside en el poder de seguir poseyendo -por ahora- la mayor zona de mercado único. El poder normativo que esto confiere es significativo, y Europa puede hacer más por afirmarlo.

BERNICE LEE Y LAURENCE TUBIANA

En la actualidad, Europa también está explorando el alcance de su poder comercial «más duro» y cómo puede utilizarlo para avanzar en la ambición climática. Si el Mecanismo surgió de la necesidad interna y del diseño previo del ETS, el desarrollo de una legislación sobre la cadena de valor libre de deforestación es un avance significativo y visionario que ha creado un espacio para el diálogo con China en su intento de garantizar la sostenibilidad de sus importaciones de madera9. La propuesta de directiva de la Comisión sobre la sostenibilidad de las empresas es igualmente significativa. Al aumentar la ambición de los capítulos sobre comercio y desarrollo sostenible en sus acuerdos comerciales, Europa puede animar a sus socios comerciales a adaptarse a las crecientes ambiciones del mercado de la Unión en la creación de restricciones medioambientales, sociales y climáticas. La elección de Lula en Brasil promete introducir una nueva dinámica a las negociaciones de Mercosur, teniendo en cuenta que, como han demostrado las pasadas deliberaciones de Mercosur, el Parlamento Europeo no está dispuesto a comprometer la integridad medioambiental de los acuerdos comerciales propuestos.

Esto nos lleva al obstáculo más evidente para profundizar en la vía climática Unión-China. A pesar de los posibles ámbitos de colaboración multilateral -a los que podrían añadirse nuevos acuerdos positivos con el apoyo de China en la OMC, entre ellos el relativo a la contaminación por plásticos, así como el fin de las subvenciones a la pesca-, las conversaciones suspendidas sobre comercio e inversión entre la Unión y China demuestran que la relación se encuentra en una situación difícil. Desde la Comisión hasta el Parlamento, la retórica adversa es habitual, y el apoyo tácito -aunque ambiguo- de China a Rusia ha dañado evidentemente aún más el margen de diálogo. Esto también ha alimentado la dinámica de no alineación con respecto a Europa y Ucrania. Los insultos y señalamientos entre el vicepresidente de la CE, Frans Timmermans, y el Ministerio de Asuntos Exteriores de China tras el fracaso de las conversaciones sobre el clima del G20 a finales de agosto10 muestran lo lejos que hemos llegado desde la relación sobre la acción climática que los funcionarios europeos y chinos habían desarrollado durante la presidencia de Trump. La destitución este verano del primer ministro italiano Mario Draghi -Italia fue la primera potencia occidental en unirse a la BRI en 2019, construyendo una valiosa relación con China durante los años de Trump- es un nuevo golpe. La decisión de Olaf Scholz de visitar China en otoño -en desacuerdo con las opiniones predominantes entre los líderes europeos, así como dentro de su propia coalición- es difícil de analizar según cualquier tendencia que no sea el imperativo de alejar al mundo de las tensiones nucleares. Basta con decir que expone el persistente reto de mantener la unidad europea en su papel de «equilibrador».

Jan van der Wolf

Europa también debe anticiparse a las probables caídas que conlleva un mayor escrutinio: cuando la ambición climática de Europa flaquea -por ejemplo, al autorizar inversiones a largo plazo en combustibles fósiles dentro de su impulso de emergencia para diversificar su consumo de petróleo y gas- siempre puede esperar que esas acciones sean aprovechadas por los opositores a la acción climática, incluso en China. La inclusión del gas en la taxonomía de las finanzas sostenibles de Europa -a pesar de las condiciones y limitaciones de su uso- también fue suficiente para enviar una señal poco útil (y ampliamente publicitada), sobre todo porque la propia taxonomía de China excluye el gas y el GNL. 

Ya en septiembre de 2020, cuando el presidente Xi Jinping anunció el objetivo de China de ser neutra en carbono para 2060 y de alcanzar un pico de emisiones antes de 2030, la Unión ya estaba mostrando su capacidad para ayudar a elevar los objetivos de los grandes emisores: aunque el anuncio era, ante todo, un reflejo del compromiso nacional de China con la acción climática, la presentación previa del Green Deal de la Unión dio a China la oportunidad de encontrar un socio clave -y a los líderes europeos como interlocutores- con el que poder tener una línea de comunicación clara en el camino hacia este gran avance. También es razonable deducir que el momento del anuncio de China en el período previo a las elecciones presidenciales de 2020 en Estados Unidos fue también una cobertura diplomática sobre su resultado: reforzar su liderazgo climático en sintonía con las propias ambiciones declaradas por Europa era valioso, ya sea para burlar un segundo mandato de Trump, o para adelantarse a un impulso climático renovado y un acercamiento a Europa bajo una presidencia de Biden. En última instancia, la credibilidad de la acción climática de Europa debería incentivar la acción climática en general, independientemente de si el incentivo es la competencia o la cooperación.

La credibilidad de la acción climática de Europa debería incentivar la acción climática en general, independientemente de si el incentivo es la competencia o la cooperación.

BERNICE LEE y LAURENCE TUBIANA

Conclusión  

Para Europa, el reto consiste en equilibrar la afirmación de su poder comercial, la proyección de su ambición climática y la inversión en temas críticos en los que el diálogo puede seguir estando «compartimentado», en cuestiones como el clima, las infraestructuras o la deuda, entre otras. Aunque suene desalentador, esto pone de manifiesto el poder de puente inherente a Europa y su potencial para aprovechar lo mejor de ambas partes. Igual de desalentador: los errores de Europa, especialmente en relación con la política energética tras la invasión rusa, serán el argumento más fuerte esgrimido por los opositores a la acción climática al ritmo que impone la ciencia.  

Si no logran superar este reto, los diplomáticos, científicos y otros expertos europeos en materia de clima serán cada vez más incapaces de apuntalar a sus aliados y homólogos de China y Estados Unidos, que siguen estando más expuestos que los europeos a los opositores en sus entornos políticos nacionales. 

No es una amenaza descabellada. Cabe recordar que, tras la visita a Taiwán en agosto de la presidenta de la Cámara de Representantes, Pelosi, toda la cooperación bilateral en materia de clima entre ambos gobiernos se congeló, incluso hasta los niveles de trabajo más bajos, y se restableció en la COP27. Este tipo de postura diplomática, junto con sanciones en áreas de comercio y tecnología -desde paneles fotovoltaicos hasta semiconductores, como ha demostrado Estados Unidos-, presagia la amenaza permanente de una nueva ruptura de las relaciones entre China y Estados Unidos que podría encaminar al mundo hacia una prolongada y dolorosa caída: normalizar la falta de cooperación en un orden geoeconómico que se fragmenta, todo ello mientras se intensifican los impactos climáticos. Esto puede conducir a una mayor fragmentación, a falta de un esfuerzo concertado para utilizar la acción colectiva -o la «presión de los pares»- con el fin de cumplir con el impulso previsto en el Acuerdo de París.

Una última fuente de poder de puente europeo reside en el liderazgo moral. El éxito de los líderes de la Unión, incluido Frans Timmermans, al defender en la COP27 un «Fondo para pérdidas y daños», canalizando años de impulso político de los representantes de los países más vulnerables, demuestra que Europa desempeña un papel que pocos en las economías avanzadas pueden desempeñar. Al proporcionar el impulso adicional para consagrar las pérdidas y los daños dentro del proceso multilateral, Europa ha promulgado un cambio político tectónico a favor de los países vulnerables, lo cual ha creado una oportunidad emergente para construir y reforzar la justicia climática en nuestras instituciones. Incluso en las últimas horas de las negociaciones de la COP27, el mandato del Fondo -que ahora es una realidad- no era un hecho. Europa puede ser un ancla de seguridad para el mundo en la nueva realidad climática. Actos como estos demuestran por qué.