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A principios de mayo, The Guardian publicó los resultados de una encuesta sobre el mundo futuro según la visión de 380 autores y editores principales de los informes del IPCC desde 2018, casi la mitad de los investigadores participantes.1 Los resultados son indiscutibles: el 77% cree que las temperaturas aumentarán al menos 2.5°C a finales de siglo en comparación con la era preindustrial, e incluso más de 3°C para el 42% de ellos. Por abrumadora mayoría –tres cuartas partes– se considera que la falta de voluntad política es la principal culpable, lo que señala el fracaso climático del multilateralismo: el objetivo fijado por los acuerdos de París en 2015, de no superar 1.5°C, solo es considerado plausible por el 6% de estos científicos, que figuran entre los principales expertos mundiales en clima.

En un momento en que las guerras de Ucrania y Gaza demuestran también los límites del multilateralismo, ¿debemos considerar que el mundo roto de hoy es la sentencia de muerte del sistema internacional vigente desde hace un siglo? ¿O es más bien un llamado a reconstruirlo y darle un nuevo impulso? El multilateralismo desde abajo propuesto por el papa Francisco es una contribución importante, aunque poco conocida, a este debate. Desarrollado en respuesta a la crisis ecológica y climática abordada por la encíclica Laudato Si’, este concepto se presenta como un multilateralismo para la Tierra, que proponemos examinar aquí en términos que nos son totalmente propios.

¿Debemos considerar que el mundo roto de hoy es la sentencia de muerte del sistema internacional vigente desde hace un siglo?

Olric de Gélis y Grégory Quenet

Un concepto importante que ha pasado desapercibido

Ante todo, es necesario intentar una exégesis precisa de la frase propuesta por el papa Francisco, «multilateralismo desde abajo». Esta expresión aparece por primera vez en la enseñanza oficial de la Iglesia en el nº 38 de la exhortación apostólica Laudate Deum. Este documento, como sabemos, se publicó a finales de 2023 como continuación y complemento de la encíclica Laudato Si’ de 2015 sobre «la salvaguardia de la casa común». El calendario de esta nueva publicación vino dictado por la apertura de la COP28 en Dubai apenas dos meses después. Evidentemente, este apretado contexto brindó al pontífice la oportunidad de compartir un análisis renovado de la configuración política, e incluso geopolítica, de un mundo «multipolar» (LD n.º 42), asolado por el calentamiento global y la guerra. En este contexto, la noción de «multilateralismo desde abajo» se presenta como una propuesta de metodología diplomática para superar las dificultades de la comunidad internacional para superar estas fracturas.

A modo de preámbulo, cabe recordar que los últimos pontífices siempre han dado la bienvenida al multilateralismo en general, y a la ONU en particular, como resultado de la resolución del último conflicto mundial. Ante crisis cada vez más complejas, lo han visto como un instrumento a privilegiar, en el concierto de las naciones, frente a posiciones unilaterales o sólo bilaterales2 en la construcción del «bien común», noción que designa, en la doctrina social de la Iglesia, al conjunto de condiciones sociales y ambientales que permiten a las personas y a los grupos vivir una vida auténticamente humana. En Fratelli Tutti, el papa Francisco recuerda el apego de la Iglesia al multilateralismo (n. 174), al tiempo que subraya, como han hecho sus predecesores, que el multilateralismo no es inmune a la preponderancia del bien común por posiciones ideológicas que sólo beneficiarían a una de las partes. Es evidente que esta última preocupación debió de formar parte del llamado que quiso hacer con Laudate Deum a los dirigentes de la COP, en un momento en que, en todo el mundo, crecía el sentimiento de frustración ante la impotencia de las instituciones para trabajar en la resolución de esta crisis. De hecho, podría decirse que fue para los representantes de las naciones y para los negociadores para quienes acuñó la frase que pretendemos explicar. Como muestra de la importancia que concedía al proceso de negociación sobre el clima y, por tanto, del pensamiento que compartía con ellos, el papa había manifestado públicamente su intención de acudir allí, pero pero motivos de salud le obligaron a abandonar este plan. Desde entonces, la Santa Sede no ha publicado ningún comentario o añadido que arroje luz sobre esta extraña fórmula del interior, que pasó prácticamente desapercibida en la recepción de la exhortación apostólica. Para percibir mejor su densidad y su riqueza, debemos, pues, apoyarnos en nuestras propias fuerzas. Podemos proceder en cuatro etapas.

La noción de «multilateralismo desde abajo» se presenta como una propuesta de metodología diplomática.

Olric de Gélis y Grégory Quenet

La primera consiste en situar con mayor precisión su originalidad en el magisterio de los papas. Digamos de entrada que Francisco no parece ser el inventor de esta fórmula, sino que la ha tomado del mundo laico. La expresión inglesa multilateralism from below, por ejemplo, parece conocida al menos desde finales de los años noventa; un rápido repaso muestra que aparece regularmente en la bibliografía especializada desde entonces. Pero esto no impide que el uso que hacemos del término Laudate Deum sea original por derecho propio, en virtud del hecho de que el pensamiento del papa está enraizado en la tradición de sus predecesores. Esta inscripción implica un doble presupuesto. El primero es que no se puede renegar de la enseñanza tradicional de los papas Benedicto XVI y Juan Pablo II (especialmente), que insisten en que el curso de las negociaciones internacionales debe guiarse por valores éticos universales (en particular, el respeto de la dignidad de las personas, los grupos y las culturas, el derecho de los pueblos a la autodeterminación, el respeto de la creación, etc.). Recurrir a este «abajo» no puede ser una forma de dar la espalda a este patrimonio: es, ante todo, «otra manera de invitar al multilateralismo a resolver los verdaderos problemas de la humanidad, buscando ante todo el respeto y la dignidad de las personas, de tal modo que la ética prevalezca sobre los intereses locales o circunstanciales» (LD n°39). Por otra parte, no se trata aquí de sustituir un cierto idealismo por el pragmatismo, incluso si la expresión que estudiamos muestra la atracción definitiva del papa argentino por el gesto (designando un «abajo») más que por el logos de la dialéctica especulativa. De hecho, el genio de este papa se expresa aquí con toda seguridad, con su perfil marcado más por el ejercicio de la predicación profética que por el de la enseñanza escolástica… Podríamos decir lo siguiente, cuyo significado teológico y filosófico habría que medir cuidadosamente: el “abajo”, según el papa Francisco, aparece por tanto esencialmente como el lugar designado donde estos valores éticos universales y personales se cumplen y se revelan con preferencia, mientras que el “arriba” –habrá que ver lo que esto puede significar– se ha cerrado a ellos. El razonamiento pone en evidencia una polaridad (abajo/arriba) que ciertamente necesita ser aclarada, pero en esta primera formulación ya puede considerarse fundamental para comprender lo que el papa quiere indicar aquí.3

© Andrea Caruso/SIPA

En cuanto al segundo presupuesto, se basará en el mismo argumento que el primero: aunque el papa Francisco se haya declarado partidario del multilateralismo en el seno de las instituciones internacionales, apelar al abajo no es ciertamente una forma de descartar este inmenso mecanismo. “Abajo” no es una fórmula revolucionaria en el sentido de que indicaría una voluntad de acabar con las instituciones establecidas, o incluso con la política, sino que resuena sobre todo como un llamado a «reconfigurarlas», y a «recrearlas a la luz de la nueva situación mundial multipolar» (LD n°37). Esta reconfiguración y esta recreación llevarán consigo, evidentemente, la «vieja diplomacia, que también está en crisis» (LD n°41), y de la que habrá que hablar. Por la misma razón, el “abajo” también indica los recursos que la diplomacia y las negociaciones desprecian con demasiada frecuencia, a pesar de que podrían ser eficaces. En un discurso pronunciado ante la Fundación Líderes por la paz en septiembre de 2021, el papa dijo: «El desafío es ayudar a los gobiernos y a los ciudadanos a afrontar problemas críticos (…). En realidad, vemos que es ‘desde abajo’ desde donde llegan las peticiones y las propuestas».4

Como vemos, en todos los casos el «abajo» se refiere a un movimiento que debe imprimirse en las instituciones, en sus juegos diplomáticos, e incluso en la filosofía que las impregna, pero sin que tengan que negarse a sí mismas o incluso renunciar a su finalidad, que es la prevención de la guerra y la construcción de una paz justa. Como veremos más adelante, el movimiento hacia lo que está abajo constituye claramente para el papa el camino que puede guiarlos con seguridad hacia tal fin.

En todos los casos, el «abajo» se refiere a un movimiento que debe imprimirse en las instituciones, en sus juegos diplomáticos e incluso en la filosofía que las impregna.

Olric de Gélis y Grégory Quenet

Se abre entonces un segundo frente de reflexión. Una vez descartados los peligros de las comprensiones unilaterales –hiperpragmatismo frente a idealismo, y abolicionismo frente a conservadurismo institucional–, emerge otro rasgo del pensamiento del papa Francisco: la convicción de que es del descentramiento de donde procede la novedad. Este axioma opera directamente sobre la polaridad que el “abajo” forma con su opuesto, y que nos hemos apresurado a llamar el “arriba”. Pero esta expresión es simplista. Es mucho más pertinente identificar este arriba con el símbolo del centro de una periferia, y entender por «centro» una lógica de grupo que puede calificarse de autorreferencial. Bajo diversas formas, esta lógica de lo mismo está bajo el fuego de la crítica virulenta y constante del papa Francisco: la autoafirmación, la autoconservación, pero también la dominación, el antropocentrismo desviado,5 etc., son denunciados como cerrazón y violencia. Por el contrario, son los márgenes y las periferias los que se vuelven luminosos para un centro así: «Hay que ir a las periferias de la existencia si se quiere ver el mundo tal como es. Siempre he pensado que el mundo se ve más claro desde los márgenes».6 El “abajo” corresponde a esos márgenes, a esas periferias luminosas en las que se concentra el fenómeno de la vida y el movimiento de la historia, como muestra el caso de los emigrantes analizado en el discurso del Palacio del Faro, en Marsella: es desde esa periferia, señala a continuación el papa, desde donde «la historia nos llama, para evitar el naufragio de la civilización».7

Si seguimos al papa, la novedad de los tiempos no puede venir en ningún caso de los centros, mucho menos si están sometidos a este tipo de atropello de la historia que los historiadores (François Hartog) y los sociólogos (Hartmut Rosa) han analizado recientemente.8 Así pues, se puede llegar a esta conclusión provisional: el multilateralismo “desde abajo” es un concepto «situado», es decir, formulado específicamente para quienes tienen la responsabilidad de llevar a cabo las negociaciones, y que con demasiada frecuencia ocupan la posición de estos «centros» elitistas o autorreferenciales (sin duda, los occidentales, pero no sólo ellos). El “abajo” es una invitación para ellos para que vengan y saquen la verdad y la novedad de las periferias, que a menudo no ven, porque la salvación viene de los humildes. Esta es una constante. Ya en Laudato Si’, el papa había propuesto que los procesos de toma de decisiones para proyectos con un alto impacto medioambiental incluyeran a los habitantes de los lugares afectados en los debates para tomar una decisión.9 En la misma encíclica, indicaba que existía una vía de salvación similar para las comunidades amenazadas por la corrupción, el nepotismo o la apropiación indebida de los frutos del desarrollo en beneficio exclusivo de las élites.10 En Laudate Deum, añade que así se limpiaría el funcionamiento de las propias instituciones internacionales: «el hecho de que las respuestas a los problemas puedan venir de cualquier país, por pequeño que sea, termina por reconocer el multilateralismo como un camino inevitable» (LD nº 40). Cada vez, el “abajo”, como movimiento situado, designa este saludable descentramiento, digamos incluso la conversión hacia una alteridad muy a menudo despreciada. Ni siquiera la Iglesia, en su propio proceso sinodal, puede escapar a este mandato:11 en efecto, añade el papa, citando a Dostoievski al respecto, «la salvación vendrá del pueblo».12

El “abajo”, como movimiento situado, designa este saludable descentramiento, digamos incluso la conversión hacia una alteridad muy a menudo despreciada.

Olric de Gélis y Grégory Quenet

El tercer frente consiste en dar un paso atrás.

La refutación de las comprensiones unilaterales, y luego la comprensión del «abajo» como dinamismo situado, nos llevan a la cuestión de su carácter adecuado y operativo. ¿A qué convicciones quiere responder el papa con semejante propuesta? ¿A qué necesidades corresponde la mayor potencia del gesto comparado a los valores? El más fundamental de los motivos que podríamos invocar es, sin duda, la certeza de que el mundo está experimentando un completo cambio de paradigma: «este tiempo que estamos viviendo no es sólo un tiempo de cambio, sino un verdadero cambio de época».13 Esto significa que la única respuesta acorde con tal cambio tendría que ser una renovación de nuestras formas de pensar, dejando de lado el contenido perenne de los conceptos transmitidos por la tradición; el propio posicionamiento del papa Francisco en relación con sus predecesores es un ejemplo de ello– Sin embargo, la mejor manera de renovar un centro estancado en su presentismo o en su «deslumbrante inmovilidad» –condiciones en las que, siguiendo una sugerencia del historiador François Hartog,14 se extingue la visión y, con ella, la libertad y la creatividad– es precisamente llegar al fondo (hasta abajo) y a los márgenes. Hay que reemplazar así los puntos anteriores en el contexto de esta conciencia histórica. Recurrir al “abajo” o a las periferias pertenence a este ordo temporum; es una respueta a los «signos de los tiempos» que la Iglesia trata de discernir en la continuidad del Concilio Vaticano II.

© Andrea Caruso/SIPA

En Evangelii Gaudium (2013), el documento programático de su pontificado, el papa Francisco ya había adelantado las principales claves de su lectura evangélica de los tiempos. En él, proponía una serie de cuatro criterios de discernimiento que, a su juicio, permitirían promover el diálogo social en dicho contexto. Merece la pena mencionar uno de ellos: «la realidad es superior a las ideas».15 Por supuesto, lo que hemos dicho antes sobre la incomprensión por unilateralidad –hiperpragmatismo frente a idealismo– y sobre la consideración de la realidad como lugar privilegiado de la manifestación ética, también se aplica en este momento. Pero a reserva de esta doble garantía, este criterio se traduce en una afirmación cuya fecundidad llega a irrigar una cierta filosofía política: «el reinado de la idea pura (…) reduce la política o la fe a retórica».16

Es una respuesta a los «signos de los tiempos» que la Iglesia trata de discernir en la continuidad el Concilio Vaticano II.

Olric de Gélis y Grégory Quenet

Así pues, se rechazan las ideas «puras», incapaces de captar la complejidad de este mundo en rápida evolución y de captar las cuestiones éticas que están en juego; hay que examinarlas con gran cuidado crítico si se quiere devolver a la vida política y diplomática su poder de responder a la realidad y de transformarla. Pero sobre todo, más que ideas, ideologías o intereses ocultos, es mejor escuchar, investigar a detalle los casos individuales, ponerlos en relación (en confluencia, o en conjunción) para apoyar la emergencia resonante de su verdad «sinfónica»: en resumen, recoger de ellos un común que no niegue las singularidades. Es en este marco donde puede entrar en juego la diplomacia, en la escucha y la propuesta, pero también en la reelaboración incesante de enunciados cuya medida última sigue siendo siempre lo real en sus asperezas. Sólo al final de estas negociaciones la idea encontrará su legitimidad; será hibridada, retocada, sin duda menos pura, pero más fértil. El papa se propone describir este tour de force noético utilizando un nuevo par de metáforas: el pensamiento poliédrico frente al pensamiento esférico:

«El modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y donde no hay diferencia entre un punto y otro. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todos los elementos parciales que, dentro de él, conservan su originalidad. Tanto la acción pastoral como la política tratan de reunir en este poliedro lo mejor de cada uno. Los pobres entran con su cultura, sus proyectos y su propio potencial (…). Es la conjunción de pueblos que, en el orden universal, conservan su propia particularidad; es la totalidad de las personas, en una sociedad que busca un bien común, que las incorpora a todas en la verdad».17

Este proceso de generalidad poliédrica creciente, que rechaza toda universalización abstracta desde abajo, presupone necesariamente, además de la investigación que hemos mencionado, un método comparativo, el manejo de la analogía y, por supuesto, un diálogo interdisciplinario radicalmente abierto. También presupone una actitud fundamental de caridad hacia los individuos. Basta volver a los textos que el papa Francisco ha dirigido al mundo académico, y en particular a los teólogos profesionales, para comprobar que estas deducciones no nos llevarán por mal camino.18

Queda el cuarto y último ámbito de reflexión.

Después de haber denunciado los riesgos de la incomprensión, después de haber identificado la naturaleza dinámicamente situada de este concepto, después de haber captado su adecuación a la comprensión histórica de la situación mundial por parte del papa, es necesario subrayar su significado teológico. El multilateralismo desde abajo encuentra su razón de ser no sólo en un cambio de paradigma que requiere un desplazamiento del centro a los márgenes. En última instancia, corresponde al punto evangélico de la opción preferencial de la Iglesia por los pobres. Porque el “abajo” designa su voz. Por esta razón, el papa condena enérgicamente las estrategias que pretenden ahogarlos o, peor aún, enrolarlos en agendas e ideologías ocultas. Al contrario, la apuesta es la siguiente: entre los pobres, los más frágiles y los humildes, y de manera general en todas las realidades del “abajo” que son también las de la Tierra, existe un poder corrosivo de interpelación que tiene una auténtica legitimidad frente a las estructuras nacionales e internacionales. Por tanto, el «multilateralismo desde abajo» no es más que una respuesta al «clamor de la Tierra y de los pobres»,19 ya que estos seres están vinculados. Y en este sentido, es una formulación político-diplomática del mandamiento de la caridad que Cristo legó a sus discípulos. La misma idea puede expresarse diciendo que, para el papa Francisco, este multilateralismo es una forma de protegerse contra el adelantamiento de las vías de salvación en el orden internacional. Evocar este temas es una manera de rechazar nuevamente la tentación de tomar este “desde abajo” como un mero acercarmiento pragmático. Por el contrario, en contra de los paradigmas –de los que obviamente forma parte el pragmatismo–, se trata de trabajar escuchando la voz de los pobres y de los más frágiles, que la misma Escritura dice que se eleva hasta Dios (cf. Dt 24,15), así como el grito de la Tierra. Ahora bien, responder a este grito del Evangelio, tomar la medida de lo que impone este multilateralismo desde abajo, exige que nos interroguemos sobre la idoneidad de nuestras instituciones. ¿Cómo pueden responder a esta llamada, que implica una conversión tan hacia abajo, hacia los pobres y hacia lo terrestre?

En términos teológicos, el multilateralismo desde abajo corresponde al punto evangélico de la opción preferencial de la Iglesia por los pobres. Porque el “abajo” designa su voz.

Olric de Gélis y Grégory Quenet

Tres retos para el multilateralismo desde abajo

El análisis de la propuesta del papa muestra la coherencia de un planteamiento que aún está por desplegar y que, por tanto, todavía tiene todo su potencial para ser aplicado y puesto en práctica. Se trata de una empresa intelectual y diplomática que se enfrenta a tres obstáculos principales, que ponen a prueba la eficacia del multilateralismo desde abajo.

¿Qué futuro hay para el multilateralismo en una ecología de guerra?

Puede parecer ingenuo defender una nueva etapa del multilateralismo en un momento en que los marcos existentes se ven cuestionados por la afirmación de los imperios y la prevalencia de una ecología de guerra. En efecto, las tensiones geopolíticas y la cuestión de los recursos para garantizar la transición energética están creando una situación de “sálvese quien pueda” en la que las naciones tratan de asegurar las bases materiales de su poder al tiempo que trabajan en nuevos territorios que les proporcionarán una ventaja comparativa decisiva. El Grand Continent ha informado sobre este cambio en varios artículos importantes.20

Pero si bien la ecología de guerra es un hecho que hay que describir y analizar, no puede ser un horizonte: la guerra engendra guerra, y esta noción no ofrece ninguna salida a este estado de cosas, salvo la derrota de un bando cuya condición previa es la búsqueda ilimitada de un mayor poder. Este es el aspecto que tiene hoy el ecomodernismo en los países democráticos. Sin embargo, negarse a tomar en cuenta las realidades de esta ecología de guerra significaría condenarse a una pérdida de soberanía: éste es el sentido de la noción de autonomía estratégica promovida por Europa. ¿Cómo puede el multilateralismo salir de la contradicción entre dos vías que socavan sus fundamentos: por un lado, la negación de la guerra ecológica por un pacifismo cuyas ambigüedades históricas son bien conocidas y, por otro, la afirmación de una guerra justa pero en detrimento de la paz? ¿Es el multilateralismo desde abajo lo que nos salva de la guerra ecológica o lo que la acompaña?

© Andrea Caruso/SIPA

En realidad, el multilateralismo no está condenado a desmoronarse ante los anuncios de una próxima guerra; es lo que surge después, incluso en los peores momentos de sufrimiento y destrucción. La historia de las instituciones y los tratados internacionales así lo atestiguan, con los dos momentos fundacionales de la primera y la segunda guerras mundiales. La Declaración de Filadelfia, uno de los textos más importantes para afirmar un nuevo orden internacional basado en el derecho y la justicia, y no en la fuerza, se redactó en plena guerra y se adoptó el 10 de mayo de 1944, pocos días después del desembarco del Normandía.21 Es porque la guerra es posible que el multilateralismo es posible, y deseable. Es cuando se ha producido la guerra cuando hay que hacer todo lo posible para evitar que se repita. Pero, ¿qué podemos hacer cuando aún no se ha producido? Aquí es donde tenemos que proponer un gesto especulativo que cambie el alcance del multilateralismo desde abajo.

¿Qué podemos hacer cuando aún no ha estallado la guerra? Aquí es donde tenemos que proponer un gesto especulativo que cambie el alcance del multilateralismo desde abajo.

Olric de Gélis y Grégory Quenet

«La guerra ha tenido lugar», escribió Maurice Merleau-Ponty en un alarmante artículo publicado en 1945 en el primer número de Les Temps modernes.22 No se trataba de revelar un hecho conocido por todos, sino de tomar nota de lo que había sucedido y no se había visto. Lo mismo ocurre en este caso. La guerra entre humanos y no humanos ha tenido lugar. Comenzó después de la Segunda Guerra Mundial, cuando los humanos volvieron contra la naturaleza el mal que se habían hecho unos a otros, como si fuera la condición de posibilidad de la reconciliación entre los humanos gracias a un crecimiento económico ilimitado. Detrás de la realidad de la conversión de la economía de guerra a la agricultura industrial y del uso generalizado de combustibles fósiles se esconde un fenómeno antropológico más profundo: los seres humanos están haciendo a la naturaleza lo que se están haciendo a sí mismos. Lo que ocurrió con las plantas, los suelos, los insectos y los animales después de 1945 no tiene equivalente en la historia, y es el resultado de una guerra sistemática.

El proceso de modernización durante los Treinta Años Gloriosos se pudo ver aquí en toda su violencia, ya que los agricultores, las vallas y las materias primas fueron arrancados de la tierra. A su vez, los países descolonizados se vieron arrastrados a esta guerra por el proyecto de desarrollo definido en los términos de los países industrializados, una vez barridos los futuros alternativos del día después de la independencia. Así pues, no es casualidad que el Antropoceno comenzara después de la Segunda Guerra Mundial. El auge que se aprecia en las curvas materiales de la Gran Aceleración marca una ruptura con los siglos anteriores de colonización de la naturaleza, de la que la aparición de elementos radiactivos en los estratos geológicos es un síntoma. Mientras que el debate entre geólogos se ha centrado en la cesura justificada por un punto estratotípico, las ciencias sociales han abandonado desgraciadamente la raíz «-ceno» para concentrarse en la preposición, es decir, en la búsqueda de culpables –capitoceno, plantationoceno, etc.– en lugar de tomar nota de la ruptura histórica señalada por el paso de una época a otra. Cualquiera que sea el prefijo, el sustantivo revela una comunidad de experiencia sin conciencia de un destino compartido y, por tanto, incapaz de definir una responsabilidad común pero diferenciada.

El multilateralismo desde abajo es la doctrina geopolítica de la ecología de la reconstrucción necesaria en tiempos de guerra para ganar la guerra. En efecto, el objetivo de la paz por sí solo no basta para ganar una guerra; es necesario ponerse de acuerdo sobre las bases de una nueva sociedad capaz de impedir el estallido de un nuevo conflicto. La Segunda Guerra Mundial demostró que, para ganar la guerra, es necesario preparar la posguerra, pensar en la reconstrucción en medio del conflicto, porque es ese horizonte compartido de expectativas la condición de la paz y no al revés. La ecología de la reconstrucción que sigue a la guerra entre humanos y no humanos exige un esfuerzo gigantesco, en la línea de lo que se hizo tras 1945 y la guerra entre humanos. Todo lo que quede sin resolver volverá multiplicado por diez. Eso es lo que nos ha pasado por negarnos a ver los fundamentos materiales de la globalización: una guerra entre humanos y no humanos que no ha terminado y que sólo podría dar lugar al retorno de la guerra entre humanos que está en marcha hoy en día.

La Segunda Guerra Mundial demostró que, para ganar la guerra, es necesario prepararnos para la posguerra, y pensar en la reconstrucción en medio del conflicto, porque es ese horizonte compartido de expectativas la condición para la paz, y no al revés.

Olric de Gélis y Grégory Quenet

¿Se trata de una sobreinterpretación de la doctrina del multilateralismo desde abajo? Es cierto que la ecología de la reconstrucción no figura. Sin embargo, la crítica radical de los orígenes de la crisis ecológica puede leerse como una denuncia de un estado de guerra entre los seres vivos, mientras que el papa Francisco propone un ideal de fraternidad entre ellos. Esta es la primera diferencia notable entre el multilateralismo desde abajo y las formas tradicionales de multilateralismo. Este último sólo ha definido el riesgo de guerra como una guerra entre seres humanos y, por consiguiente, las instituciones del multilateralismo no se desarrollaron como respuesta a la destrucción de la Tierra. Sólo mucho más tarde se movilizaron con este fin, con todas las dificultades y limitaciones que conocemos. Los acuerdos internacionales tropezaron con la división ecológica entre los países del Norte y los del Sur, que desde entonces bloquea la posibilidad de un acuerdo, aunque la realidad de la existencia unitaria de estos bloques sea dudosa. Después de 1945, las instituciones internacionales achacaron los problemas ecológicos a los países en vías de descolonización, a los que acusaban de no ser capaces de gestionar racionalmente su medio ambiente, mientras que la aceleración de las curvas materiales se producían en los países del Norte.23 Desde 1997, con la firma del Protocolo de Kioto, los países del Norte han sido históricamente considerados responsables del cambio climático, mientras que en algunos países del Sur se ha impuesto el crecimiento, que ha sido desde entonces el principal motor de la aceleración del ritmo de cambio.

¿Qué se puede hacer cuando la resistencia a la transformación de los modos de vida viene de abajo?

El último volumen publicado por el Grand Continent, Portrait d’un monde cassé, da testimonio por sí mismo de la resistencia a la transformación ecológica que viene de abajo.24 En la radiografía del electorado europeo elaborada por Jean-Yves Dormagen, el campo identitario y conservador reúne a la mayoría de las clases populares frente al campo progresista, que se caracteriza tanto por su apoyo a las cuestiones ecológicas como por una actitud abierta hacia los extranjeros y las minorías. Pero –como señala Jean-Marc Jancovici en respuesta a la defensa que hace Julia Cagé de la redistribución como medio de reducir las emisiones de CO2– estos progresistas se caracterizan por un aumento paralelo del voto verde, de las emisiones de CO2 y de los ingresos. En cuanto a Paul Magnette, llama a no tener miedo al conflicto y a oponerse a las clases fósiles y no fósiles. Este breve panorama muestra que, a falta de un consenso sobre la posición ecológica de los más modestos, sería ilusorio afirmar que las voces de abajo son, por naturaleza, virtuosas y pueden apoyar colectivamente la expresión de un multilateralismo por el planeta. Sin duda, esto no es lo que dice el papa Francisco, y sería reductivo identificar su doctrina con una sociología.

El «abajo» es lo que establece el vínculo sustancial entre la Tierra y los pobres porque, para el papa Francisco, la Tierra pertenece a los más oprimidos. En este sentido hay que entender la famosa frase «el clamor de la tierra y el clamor de los pobres».25 A veces traducida como «el grito de la Tierra y de los pobres», la fórmula de referencia en latín significa el «clamor». Sin embargo, etimológicamente, el latín clamare designa un grito particular, que proclama, que clama, lo que dio lugar en latín medieval a «apelar a una autoridad judicial» (siglos VIII-IX).26 El multilateralismo desde abajo sitúa la justicia social en el centro del multilateralismo, definiéndolo como justicia terrenal. ¿Qué lugar ocupa hoy este doble horizonte indisociable en las negociaciones sobre el clima? ¿Acaso las COP y las políticas internacionales de adaptación no pretenden ante todo apoyar la competitividad en los términos del capitalismo liberal, permitiendo la adaptación de los sectores económicos dominantes? ¿Qué papel desempeñan los indicadores de justicia social y dignidad humana en la distribución de la financiación del Fondo Verde de Adaptación? ¿Están la alimentación y el agua en buen estado, la salud, la educación y la reducción de las desigualdades entre los objetivos prioritarios? Por ejemplo, bastaría que observáramos el conjunto de las políticas apoyadas por los organismos multilaterales en favor de los microestados insulares, para ver que han financiado, y siguen financiando masivamente, dos elementos: por un lado, la construcción de infraestructuras (aeropuertos y carreteras) que conectan estos territorios a la globalización y, por otro, el desarrollo de monoactividades especializadas que aportan divisas, ya sea a través de las exportaciones (textil, agricultura, etc.) o del turismo.27 Los efectos de estas políticas sobre los más pobres no se cuestionan: con el multilateralismo desde abajo, sí se cuestionarían. Las desigualdades entre naciones están en el centro de las negociaciones internacionales sobre el clima, pero no las desigualdades al interior de las naciones y, por tanto, la forma en que los gobiernos locales pueden capturar capital en beneficio de las élites.

Para el papa Francisco, la Tierra es una de las más oprimidas.

Olric de Gélis y Grégory Quenet

Incluso más que un objetivo común que uniría a la Tierra y a los pobres, el papa afirma la existencia de un vínculo antropológico: «La atención que nos prestamos unos a otros y la atención que prestamos a la Tierra están íntimamente ligadas», (LD 3). Se trata de un posicionamiento fuerte en relación con toda una tradición intelectual y política que opone la atención a los humanos y la atención a los no humanos, como si una excluyera a la otra, pero también en relación con ciertas ecologías que nos piden que elijamos una sobre la otra.28 Este vínculo sustancial puede basarse en dos elementos. El primero es una voluntad compartida de ver y sentir lo invisible, lo silenciado o lo que no tiene voz. Esta intuición es el fundamento científico y ético de la historia medioambiental, que, en el contexto de los Estados Unidos de finales de los años sesenta, vio en la movilización en favor de los animales, los ríos, los peces y el suelo la continuación exacta de la lucha por los derechos civiles.29

© Andrea Caruso/SIPA

El futuro terrestre de las ciencias apunta a una ampliación sin precedentes de los procesos de visibilización de las cosas, teniendo en cuenta que las movilizaciones anteriores han desatendido una multitud de entidades y, más aún, las cadenas y redes de interdependencia que las animan y hacen posible la vida. La segunda es que esta atención es un remedio contra la insensibilidad, que es a la vez social y ecológica. Esta disposición del corazón es central en el mensaje ecológico del papa y se encuentra, en particular, en su crítica al «paradigma tecnocrático» que, señala la Laudate Deum, es una expresión de pecado, e incluso una estructura de pecado (cf. LD n. 3) que pisotea la dignidad del hombre, especialmente de los pobres, y de la creación. También apunta a la autorreferencialidad, que cierra la atención a los demás, humanos y no humanos. Por tanto, es central tener en cuenta la alteridad y todo lo que reduce al ser y sus obras a una cosa y una mercancía, lo que el papa llama «cultura del despilfarro» (LS 20). El multilateralismo desde abajo, porque llama a escuchar la voz de los oprimidos, reconoce que éstos tienen un papel que desempeñar, y se dirige directamente a quienes presumen de hablar por ellos y en su lugar sin llamarlos a estar presentes. Por tanto, el multilateralismo desde abajo es también una poética de la Tierra que cuestiona los mecanismos de representación y visualización.

El multilateralismo desde abajo es también una poética de la Tierra que cuestiona los mecanismos de representación y visualización.

Olric de Gélis y Grégory Quenet

¿Cómo pueden equiparse los viejos y los nuevos actores del multilateralismo?

El multilateralismo desde abajo se diferencia del multilateralismo tradicional en que evalúa las herramientas necesarias para estas políticas en función de su capacidad para vincular lo social y lo ecológico, y para hacer visible lo invisible. Por tanto, exige un conocimiento situado, es decir, un conocimiento del terreno. Esta palabra tiene múltiples significados según las ciencias, pero marca claramente la diferencia con los enfoques normativos basados únicamente en ficciones jurídicas y económicas. En el marco de la cátedra Laudato Si’ del Collège des Bernardins, la doble experiencia del conocimiento de archivo que aporta la historia del medio ambiente y las visitas sobre el terreno fue la base del enfoque intelectual y de la colaboración entre disciplinas que no tenían experiencia previa de diálogo. Antes de buscar los conceptos que permitirían definir lo que es correcto, debemos examinar nuestra capacidad para describir la realidad.

¿Cómo desarrollan y movilizan los actores y las instituciones los mecanismos de descripción de una realidad situada y heterogénea? Esta es una de las grandes cuestiones que plantea el multilateralismo desde abajo, incluyendo a la propia Iglesia. En los siglos XVI y XVII, la Iglesia fue una de las principales productoras de conocimientos sobre los territorios que abarcaban el mundo, por utilizar la bella frase de Antonella Romano,30 pero, ¿es capaz ahora de hacer lo mismo con la terrestrialización del mundo? ¿Cómo se forma hoy a las administraciones, y a los diplomáticos en particular, en el arte de la descripción y el trabajo de campo? Sería interesante examinar desde esta perspectiva el contenido de los cursos obligatorios de formación sobre cuestiones climáticas y medioambientales propuestos para la función pública. Podemos apostar a que el resultado sería muy decepcionante. Las ciencias del clima no pueden propiciar el multilateralismo desde abajo porque, aunque se basan en una infinidad de datos obtenidos sobre el terreno, proceden agregando datos y fricciones hasta que surge un modelo científico, el sistema Tierra, que no es la Tierra de los seres vivos y las sociedades.31

La brecha entre ambos puede medirse en una discusión de detalle, antigua y poco conocida. En la COP15 de Copenhague, que suscitó tantas esperanzas como decepciones por considerarse la última oportunidad de alcanzar un acuerdo antes de que la COP21 de París lo relegara al olvido, el logotipo de la conferencia dio lugar a agrias discusiones. La imagen oficial elegido por la presidencia danesa –un globo terráqueo regular como la modelización digital del clima de la Tierra, que utiliza una resolución cada vez más fina para definir la malla a la que deben adaptarse las sociedades humanas– no correspondía con la propuesta inicial de los diseñadores: una bola abollada formada por sólidos y vacíos dibujados por los flujos de materia y energía, presentada idealmente en forma de animación más que de imagen. En 2009, la brecha entre el planeta tal y como lo veían los climatólogos y el mundo social de las personas perjudicaba a estas últimas. Hoy, en un mundo roto, medimos las consecuencias del retraso en captar una realidad que ya estaba ahí, con procesos de desglobalización en el corazón mismo de la mundialización. La cuestión de los «sensores» es, pues, fundamental.

Pero la situación ha cambiado profundamente. La aceleración de la globalización que siguió al hundimiento del bloque del Este favoreció las economías de escala y las medidas de estandarización que permitieron una producción masiva a menor costo para garantizar un auge del consumo y sacar a cientos de millones de personas de la pobreza. Cuando se toma el control del mundo, los economizadores de la complejidad siempre tienen razón, ya que son los más eficaces para enriquecerse y debilitar el poder público.

Por el contrario, la terrestrialización del mundo es un enriquecimiento de la complejidad, necesario para identificar las grietas y adaptarse a ellas. Así pues, la cuestión de la escala juega de forma diferente en las dos épocas: la que está llegando a su fin se basó en la ruptura de las escalas de generalidad, instaurando el mito de un vínculo directo entre lo global y lo local, ignorando todas las instancias intermediarias y la articulación de escalas que garantizaban la circulación de la información y la representatividad, pero también los límites físicos de los ecosistemas. Lo que surgió no es un paso atrás posible; a partir de ahora, lo local es lo terrestre, y todas las escalas son una dentro de la otra. El multilateralismo desde abajo es tanto una articulación de escalas como un multilateralismo que opera a todas las escalas. Por tanto, las solidaridades desempeñan un papel central, pero es necesario reconstruirlas todas.

La terrestrialización del mundo es un enriquecimiento de la complejidad, necesario para identificar las grietas y adaptarse a ellas.

Olric de Gélis y Grégory Quenet

Conclusión

El multilateralismo desde abajo no es un deseo irracional; es un programa de trabajo y acción. Porque combina normas con una descripción desde abajo, se propone reconstruir los términos de una «comprensión de la realidad y de la inteligibilidad», por retomar una bella frase de Claude Imbert.32 El multilateralismo del siglo XX se ocupaba de las naciones que luchaban por apropiarse de un suelo supuestamente estable; el multilateralismo del siglo XXI se ocupa de las fracturas de una Tierra que se ha vuelto inestable. La descripción de las condiciones de vida adquiere una dimensión totalmente nueva. La propuesta del papa Francisco puede verse, por tanto, como un llamado al conjunto de las ciencias sociales para que redescubran la vocación que presidió su nacimiento: comprender e influir en la modernidad mediante un doble programa de inteligibilidad y justicia social. Mientras que las ciencias naturales han dotado a la Tierra, desestabilizada por el cambio climático, de sensores, no se ha concedido la misma importancia institucional a las capacidades de las humanidades y las ciencias sociales para describir y documentar esta nueva condición terrestre, reduciéndolas a la producción de consignas e imaginarios, que sólo tienen interés si captan una realidad profusa y contradictoria. Los sensores que necesita el multilateralismo desde abajo no son, por tanto, sólo los de las ciencias de la tierra, aunque formen parte de él, sino cualquier dispositivo que ayude a las sociedades humanas a describir la tierra en la que –y de la que– viven, así como las relaciones con los demás que la condición terrestre produce. Este horizonte es portador de esperanza terrestre, incluso en medio de lo peor, porque invita a construir, desde abajo, solidaridades extendidas a todas las entidades existentes, es decir, a desarrollar una metodología para la acción.

Notas al pie
  1. Damian Carrington, “We asked 380 top climate scientists what they felt about the future”, The Guardian, 8 de mayo de 2024.
  2. Cf. Paulo VI, Populorum Progressio, n°52; Discurso de Juan Pablo II en la ONU del 5 de octubre de 1995; Carta de Benedicto XVI del 30 de marzo de 2019 en la cumbre del G20 en Londres: Discurso de Benedicto XVI en la ONU del 18 de abril de 2008; etc.
  3. Se sabe que el papa Francisco es aficionado a este tipo de pensamiento polar, siguiendo los pasos del teólogo Romano Guardini. Véase Un temps pour changer, Flammarion, París, 2020, p. 118-122.
  4. Discurso del 4 de septiembre de 2021 en la Delegación de la fundación Líderes por la paz.
  5. Cf. Evangelii Gaudium n°8, 94, pero también 222-225, etc.; Laudato Si’, n°68-69, y el capítulo III; Fratelli Tutti n°27, 35, 89, etc.
  6. Papa Franciso, Un temps pour changer, Flammarion, París, 2020, p. 24.
  7. Discurso del Santo Padre en la clausura de los encuentros mediterráneos, 23 de septiembre de 2024.
  8. Cf. Jonathan Martineau, «Du rapport au temps contemporain: l’accélération de l’histoire et le présentisme, entre historicité et temporalité…», Philosophiques, 50/1 (2023), pp. 175-189. Análisis similares se encuentran en Laudato Si’, n°18 sobre el fenómeno de la «rapidacion» (sic), que es también un inmovilismo histórico.
  9. Laudato Si’, n°179; 183; 187-188.
  10. Cf. Laudato Si’, n°182-183.
  11. Cf. Un temps pour changer, op. cit., pp. 122-134.
  12. Citado en Un temps pour changer, op. cit. p. 159. Deberíamos mencionar aquí, pero no tenemos tiempo para ello, la teología del «santo pueblo fiel», que el papa argentino quiso desarrollar cuando era arzobispo de Buenos Aires. Sin embargo, esta evocación bastará para mostrar que detrás de la expresión «abajo» se esconde todo un universo teológico, filosófico y sociocultural.
  13. Discurso a la Curia Romana, 21 de diciembre de 2019.
  14. Cf. François Hartog, Régimes d’historicité. Présentisme et expériences du temps, Seuil, París, 2012, pp. 12-13.
  15. Cf. Evangelii Gaudium, n°231-233.
  16. Cf. Evangelii Gaudium, n°232.
  17. Evangelii Gaudium, n°236.
  18. En particular, el discurso en Nápoles sobre «La teología después de Veritatis Gaudium en el área mediterránea», el 21 de junio de 2019. Los teólogos encontrarán también en esta imagen del «poliedro» una figura descriptiva de la obra del Espíritu de Cristo que constituye su Iglesia en la mañana de Pentecostés, haciendo de «cada uno» de los presentes (apóstoles y judíos de paso), «un» pueblo en el que las singularidades (lenguas, culturas, talentos, carismas) son respetadas y puestas al servicio de la riqueza del bien común (cf. Hch 2, 1-11).
  19. Laudato Si’, n°49.
  20. Pierre Charbonnier, “La naissance de l’écologie de guerre”, le Grand Continent, 18 de marzo de 2022.
  21. Alain Supiot, L’esprit de Philadelphie. La justice sociale face au marché total, París, Éditions du Seuil, 2010.
  22. Maurice Merleau-Ponty, “La guerre a eu lieu”, Les Temps modernes, n°1, 1945, pp. 48-49.
  23. Sobre este momento posterior a 1945, que se refiere al efecto combinado de la deforestación, la erosión y el crecimiento demográfico, es decir, a la capacidad de los países que se han independizado para garantizar la soberanía sobre su naturaleza, véase Sverker Sörlin, «Reconfiguring environmental expertise», Environmental Science and Policy, 28, 2013,p. 14-24.
  24. Grand Continent, Portrait d’un monde cassé, París, Gallimard, 2024.
  25. En la fórmula LS 49, el papa distingue dos gemidos. En cambio, en LS 53, tiene una fórmula en la que distingue dos gemidos, para fundirlos en un solo clamor: «estas situaciones provocan los gemidos de la hermana tierra, que se unen al gemido de los abandonados del mundo, en un clamor que nos exige otra dirección».
  26. “Clamer” en Alain Rey (ed.), Dictionnaire historique de la langue française, París, Le Robert, 2019, vol. I, pp. 764-765.
  27. Véase, por ejemplo, el folleto publicado en octubre de 2019, “World Bank Group Support to Small States”.
  28. Marcel Gauchet, “Sous l’amour de la nature, la haine des hommes”, Le Débat, 60-3, 1990, pp. 247-250.
  29. Grégory Quenet, Qu’est-ce que l’histoire environnementale?, Seyssel, Champ Vallon, 2014.
  30. Antonella Romano, Impressions de Chine. L’Europe et l’englobement du monde (XVIe-XVIIe siècle), París, Fayard, 2016.
  31. Para comprender los múltiples niveles de definición y las diferencias entre ellos, véase Sébastien Dutreuil, Gaïa terre vivante. Histoire d’une nouvelle conception de la Terre, París, La Découverte, 2024.
  32. Claude Imbert, “Le cadastre des savoirs. Figures de connaissance et prises de réel”, en Jean-Claude Passeron y Jacques Revel, Penser par cas, Enquête n° 4, París, Éditions de l’EHESS, 2005, pp. 255-280.