Jiang Shigong (nacido en 1967) es profesor de Derecho en la Universidad de Pekín, un importante portavoz de la Nueva Izquierda china y gran apologista del régimen de Xi Jinping. En este sitio hay una traducción al inglés de su ensayo de 2018, “Filosofía e Historia:  Interpretación de la ‘Era Xi Jinping’ a través del Informe de Xi al XIX Congreso Nacional del PCC», una explicación y defensa de peso del Pensamiento Xi Jinping y un ataque al pluralismo intelectual que se había desarrollado en China antes de que Xi llegara al poder. 

Es difícil saber hasta qué punto Jiang recibe órdenes del Comité Central ni hasta qué punto habla por sí mismo, pero, en cualquier caso, su público son otros intelectuales chinos. No es un propagandista ni un populista, sino un intelectual público, parte del vibrante mundo intelectual chino que surgió durante el periodo de reforma y apertura, aunque predique contra la globalización, la liberalización y el pluralismo del que forma parte, con la esperanza de convencer a otros intelectuales chinos de que se unan a él.

El texto traducido aquí 1 busca hacer lo mismo para el tema de las actuales relaciones sino-estadounidenses que su ensayo sobre «Filosofía e Historia» hizo para el Pensamiento Xi Jinping: proporcionar una interpretación de meta-nivel que señale el camino de China hacia adelante. En «Filosofía e Historia», Jiang situó el Pensamiento Xi Jinping (un nuevo y mejorado «socialismo con características chinas») como un faro para toda la humanidad. Tras el fracaso del comunismo soviético y de la democracia liberal estadounidense, Xi y China han demostrado cómo combinar los mercados y el control, la creatividad y la disciplina, en un nuevo modelo de desarrollo que libera a otros países de las cargas de la experiencia estadounidense o soviética. En este nuevo modelo de desarrollo, el «comunismo» ya no se basa en la «lucha de clases» —que ya no se ajusta a las necesidades de la sociedad china de clase media— sino que es una especie de «búsqueda de la perfección» que resuena con el confucianismo y la tradición china. Cuando Xi Jinping llega al poder en 2013, revive la importancia de la ideología y, sobre todo, inicia una gran purga contra todas las organizaciones de la sociedad civil, así como contra sus opositores dentro del propio Partido.

Las relaciones internacionales son, por naturaleza, más confusas que el «pensamiento», pero Jiang intenta ofrecer una gran narrativa similar de la historia y el futuro de las relaciones sino- estadounidenses. Enmarca su análisis en torno a dos fechas cruciales: 2008, el año que marcó el ascenso de China (los Juegos Olímpicos de Pekín) y el declive de Occidente (la crisis financiera), y 2018, el año en que el presidente Trump lanzó su guerra comercial contra China. 

Antes de 2008, las relaciones sino-estadounidenses en la era de la reforma y la apertura se habían caracterizado por un largo período de colaboración económica y un alto nivel de interés mutuo.  El fin de la Guerra Fría marcó el inicio de la era de la globalización, que Jiang considera una tapadera para la construcción del nuevo Imperio Romano estadounidense en un mundo unipolar.  La política estadounidense hacia China estuvo marcada por las inversiones masivas en el frente económico, y por la política de «compromiso» en el frente diplomático o político, que, desde la perspectiva china, Jiang ridiculiza como política de «evolución pacífica». 

Ambas significan lo mismo: que a medida que China se abre, que ve el beneficio de los mercados, que se enriquece y que crece su clase media, la democratización seguirá naturalmente. Jiang ve, en cambio, la «americanización», que no es algo bueno, pero admite que el largo período de crecimiento económico y la relativa armonía en las relaciones con la mayor potencia del mundo han hecho que muchos chinos acepten alguna versión de la visión estadounidense del mundo y, por tanto, no se preocupen demasiado por el poder arrogante de Estados Unidos. Hay cosas peores que no estar al volante si tu amigo tiene un buen coche.

La crisis financiera y los acontecimientos posteriores pusieron fin al ensueño. China logró sortear la crisis bastante bien —incluso apuntalando el capitalismo occidental, en palabras de Jiang—, pero su orgullo por haber capeado la tormenta se desvaneció rápidamente a medida que los mercados occidentales en los que confiaban como «fábrica del mundo» se secaron, y China se dio cuenta de que había enganchado su vagón a un caballo poco fiable: el imperio estadounidense, todavía en construcción, aunque en pausa por problemas temporales de liquidez. 

A continuación, China tomó una serie de decisiones que cambiaron el juego: abandonar su economía de mano de obra barata impulsada por las exportaciones y adoptar una alternativa de (más) alto valor añadido y (más) alta tecnología, utilizando el impresionante poder financiero e industrial chino para impulsarse hacia «China 2025» y el liderazgo económico y técnico mundial. Al mismo tiempo, el ascenso de China y los tropiezos de Occidente comenzaron a cambiar la política de «mantener un bajo perfil» en el frente internacional, y comenzó a involucrarse en el tipo de retórica de golpes de pecho que hemos visto recientemente a través de su diplomacia de «lobo guerrero», que Xiang Lanxin ha genealizado en el episodio 3 de esta serie.

Estados Unidos se lo tomó mal. Al parecer, de la noche a la mañana, China pasó de ser un socio menor relativamente dócil en la globalización liderada por Estados Unidos a convertirse en un competidor advenedizo, que se atreve a desafiar a Estados Unidos por su cuota de mercado, incluso en campos de alta tecnología como la telefonía móvil y la 5G. La presencia china en África, y el desarrollo de la iniciativa de «la Franja y la Ruta», representaron una competencia aún más inesperada. La comunidad estratégica estadounidense culpó a esos acontecimientos del fracaso de la política de compromiso de Estados Unidos, y además responsabilizó al Partido Comunista Chino y a su nuevo líder, Xi Jinping, de intentar abrir una brecha entre el pueblo y el Partido (una variación del tema de la «evolución pacífica»). La guerra comercial de Trump marcó el inicio de una «nueva Guerra Fría» lanzada por Estados Unidos, cuyo objetivo es «contener» a China.

Jiang podría haber contado esta historia a través de la lente de «misma cama, diferentes sueños», expresión china que describe a las personas que tienen diferentes puntos de vista de una experiencia compartida, pero como marxista y antioccidentalista no lo hace. En su relato, Estados Unidos ha estado tratando de acorralar a China en sus planes de construcción de un imperio mundial desde sus primeras relaciones diplomáticas tras la Guerra del Opio y, por tanto, toda la culpa es de los estadounidenses. A Jiang no le preocupa si resulta poco convincente para la mayoría de los lectores estadounidenses, porque su público, una vez más, son los intelectuales chinos. El objetivo principal de su ensayo es convencerlos a ellos, muchos de los cuales son liberales de una u otra tendencia, y están preocupados por el estado actual de las relaciones sino-estadounidenses, de que lo que ha ocurrido es inevitable, y es algo bueno. 

Alternativamente, los acosa, con un lenguaje de claras connotaciones maoístas, acusándolos de haberse ablandado a medida que sus vidas se volvieron más fáciles, y los calma con halagos sobre la libertad que acompañará a la era postestadounidense. ¿Cómo sé que se dirige a los intelectuales? Porque en sus argumentos finales cita a Fareed Zakari y, sobre todo, a Samuel Huntington —y no a Mao ni siquiera a Xi— para hacer valer sus argumentos.

Huntington, un conservador cultural, es extrañamente querido por muchos intelectuales chinos, incluso por los liberales chinos. Por eso podemos leer la conclusión del ensayo de Jiang como una rama de olivo, un grito de guerra a los intelectuales chinos para que renuncien a sus sueños americanos y vuelvan a la patria. Huntington habría estado de acuerdo, nos dice en esencia. Sus párrafos finales, en los que admite que China puede aprender de Occidente y debe seguir mejorando su poder duro y blando si pretende inspirar la emulación internacional, confirman que se trata de Jiang en modo «inclusivo» -porque esos temas son música para los oídos de los liberales-.

En mayo de 2020, el Departamento de Estado de Estados Unidos publicó el informe «United States Strategic Approach to The People’s Republic of China» (Enfoque estratégico de Estados Unidos hacia la República Popular China), en el que se señalaba claramente que: «Desde que Estados Unidos y la República Popular China (RPC) establecieron relaciones diplomáticas en 1979, la política de Estados Unidos hacia la RPC se basó en gran medida en la esperanza de que la profundización del compromiso estimularía una apertura económica y política fundamental en la RPC y conduciría a que ésta surgiera como actor global constructivo y responsable, con una sociedad más abierta. Más de 40 años después, se ha hecho evidente que tal enfoque subestimó la voluntad del Partido Comunista Chino (PCC) de limitar el alcance de la reforma económica y política en China… El rápido desarrollo económico de la RPC y su mayor compromiso con el mundo no condujeron a la convergencia con el orden libre y abierto centrado en el ciudadano, como esperaba Estados Unidos» 2.

A pesar de las persistentes críticas en la opinión pública estadounidense a la política de compromiso del gobierno con China desde el inicio de la guerra comercial entre ambos países, política que se ha convertido en uno de los principales motivos de los ataques de los conservadores a los liberales en el contexto de la campaña de reelección de Trump, la admisión abierta, en un documento gubernamental, de que la política de Estados Unidos hacia China en la era de la reforma y la apertura ha sido un fracaso sugiere, al menos, que tras la torpeza de la administración de Trump en China, Estados Unidos ha desarrollado una nueva estrategia para hacer frente al ascenso del país. Dicho informe, junto con el Informe de Seguridad Nacional de Estados Unidos de 2017, puede considerarse, con razón, una declaración programática de una nueva política de Estados Unidos hacia China.

La aparición de una nueva estrategia estadounidense confirma, de hecho, una conclusión básica a la que han llegado los observadores e incluso los ciudadanos de a pie de todo el mundo en los últimos años: la relación entre China y Estados Unidos no puede volver a su estado anterior.  En ese caso, ¿cuáles son las perspectivas de una nueva relación sino-estadounidense? ¿Cuál es, finalmente, la nueva estrategia estadounidense frente a China?

De hecho, los argumentos relativos al «desacoplamiento», la «trampa de Tucídides», la «nueva Guerra Fría» y el «choque de civilizaciones» hace tiempo que forman parte del discurso público estadounidense y, aunque Estados Unidos mencione diferencias de «principios» ideológicos para lanzar su nueva Guerra Fría, su punto de partida es la defensa de los intereses nacionales «realistas», y en este contexto de competencia, seguirá cooperando con China cuando dicha cooperación esté de acuerdo con los intereses nacionales estadounidenses.

Al tiempo que tal informe gubernamental anuncia el fracaso de la política de compromiso con China, también señala que el ideal estadounidense de construir un nuevo Imperio Romano en el mundo de la pos-Guerra Fría en realidad también ha fracasado, razón por la cual Estados Unidos planea ahora contener a China mediante un sistema atlántico y un sistema indo-pacífico de alianzas. Esto significa, a su vez, que el llamado «desacoplamiento de la relación sino-estadounidense» no será un desacoplamiento meramente técnico e industrial, sino que requerirá una reconfiguración geopolítica. En este sentido, podemos decir que la quiebra del sueño estadounidense de construir un nuevo Imperio Romano y el fracaso de su política de compromiso fueron dos caras de la misma moneda: al no poder conquistar China, al no poder obtener el apoyo de China, Estados Unidos fue incapaz de construir su imperio mundial. 

Sobre este punto, todos los gobiernos estadounidenses han sido claros desde que el país estableció su presencia en Asia. Desde 1949, cuando el gobierno estadounidense se preguntó «¿cómo perdimos a China?», hasta 2018, cuando la pregunta se convirtió en «¿por qué juzgamos mal a China?», la lógica subyacente ha sido la misma.

Entonces, ¿cómo llegaron las relaciones sino-estadounidenses a su estado actual?  ¿Cómo debemos entender la anterior relación sino-estadounidense? ¿Por qué cambió tan drásticamente la política estadounidense hacia China? ¿Cómo debemos responder en última instancia a la nueva Guerra Fría lanzada por los estadounidenses? En el contexto de la configuración global del poder, ¿cómo deberíamos posicionarnos y construir una nueva relación sino-americana? Son preguntas que los de esta época deben reflexionar y afrontar.

Este ensayo trazará una imagen sencilla de las relaciones sino-estadounidenses desde la reforma y la apertura, argumentando que, para entender el cambio estructural en dichas relaciones desde la política inicial de compromiso amistoso hasta la política de contención de la nueva Guerra Fría, debemos prestar suma atención a la década clave de 2008-2018 que determinó la dirección de las relaciones entre Estados Unidos y China. En 2008, cuando la crisis financiera estalló en Occidente, China celebró los Juegos Olímpicos de Pekín, un acontecimiento que cautivó al mundo entero y que suele tomarse como una señal del ascenso de China; en 2018, Trump lanzó la guerra comercial contra China, lo que señaló el cambio básico en la relación.

Para Estados Unidos, la razón por la que esa década fue crítica es que el gobierno de Obama había intentado, en el transcurso de esos diez años, ajustar sus políticas internas y externas; para China, fue una década de transición en el liderazgo central y una redefinición de su línea política, y también fue crítica porque fue una década de despliegue activo de la «gran lucha.» Detrás de esos cambios en la línea política y en la política nacional que se produjeron simultáneamente en ambos países, había una serie de preguntas compartidas sobre el futuro: ¿qué significaría el ascenso de China para el orden mundial?, ¿esperaba Estados Unidos utilizar la política de compromiso y las «revoluciones de colores» para incorporar a China al nuevo Imperio Romano de Estados Unidos y redefinir la relación sino-estadounidense como una alianza de «amo y seguidor», mientras que China definía la relación como la de “socios iguales» en una «nueva relación de grandes potencias»? 

Se podría decir que, dadas las enormes diferencias en la forma en que ambos países veían el mundo futuro, era inevitable que llegaran al impasse actual. Por esta razón, el futuro de las relaciones sino-estadounidenses se decidirá en gran medida por la forma en que ambas partes imaginen el mundo futuro. En otras palabras, la forma en que los chinos imaginemos el mundo futuro tendrá un impacto directo en la construcción de las relaciones sino-estadounidenses. 

El mandato de la historia: los destinos cruzados de China y Estados Unidos

En cierto sentido, la década comprendida entre la «polémica sino-soviética» de 1963 3 y la visita de Nixon a China en 1972 puede considerarse como la década crítica que decidió el destino de las relaciones sino-soviéticas y del orden mundial en general. Esa década cambió profundamente la historia de la Guerra Fría, tanto en términos geopolíticos como ideológicos, y estableció la base política para la conclusión de la Guerra Fría. Fue precisamente en ese contexto en el que, después de 1978, la China de la era de las reformas entró de lleno en el sistema capitalista global liderado por Estados Unidos, en el mismo momento en que la URSS entró en la era de la perestroika y la glasnost. En otras palabras, tanto la URSS como China se encontraron inesperadamente lidiando con el fin de la Guerra Fría. 

La reforma y la apertura en la Unión Soviética no sólo condujeron al colapso del socialismo en Europa del Este, sino también a la desintegración del imperio soviético, lo que dio a Estados Unidos la oportunidad de construir su imperio mundial. Con la Operación Tormenta del Desierto, Estados Unidos demostró perfectamente su idea de un nuevo orden mundial post-Guerra Fría: una era de imperio mundial. La descripción tradicional al respecto de los principales estudiosos de las relaciones internacionales era el «mundo unipolar» o Estados Unidos como la «única superpotencia».

Sin embargo, como sugirió el clásico comentario de Bill Clinton a George W. Bush en la campaña presidencial de 1992, «¡Es la economía, estúpido!»: al construir su imperio mundial, Estados Unidos no se basó únicamente en la conquista militar, sino sobre todo en establecer el control a través de medios económicos.  En consecuencia, la estrategia global de la administración de Clinton consistió en pasar de la expansión y el control militar a la expansión económica en todo el mundo, integrando así al mundo entero en el sistema económico gobernado por Estados Unidos.

En la estrategia económica global estadounidense, China era el mayor mercado con el mayor potencial y, por esa razón, la cuestión de la apertura del mercado chino y la consecución del control económico chino se convirtió en el núcleo de la estrategia de expansión económica del gobierno de Clinton. Además, la estrategia estadounidense encajó inesperadamente con la estrategia china de desarrollar su propia economía de mercado en el periodo posterior al «Giro hacia el Sur» de Deng Xiaoping en 1992, que supuso la vuelta a un enfoque primordial en la economía.  Esto se debe a que, habiendo pasado por un periodo de dificultades en 1989, China mantuvo su estabilidad política interna, mientras que en la escena internacional continuaba con su política de «mantener un bajo perfil», incluso mientras impulsaba un rápido desarrollo económico. Como resultado, en la década de 1990, los gobiernos chinos, desde el central hasta los niveles locales, parecían convertirse en una enorme empresa, enfocada día a día en las cifras económicas en rápida expansión.

En este contexto de transformación económica en ambos países, la relación política sino-estadounidense mantuvo un alto nivel de cooperación en términos económicos, a pesar de la existencia de diferencias ideológicas e incluso de conflictos políticos de diversa índole. Por un lado, el exceso de capital y tecnología de Estados Unidos eran complementos naturales de la mano de obra barata y el vasto mercado chinos; por otro, y más importante, en el contexto de la privatización de las empresas estatales chinas, los inversionistas estadounidenses podían adquirir fácilmente cualquier cantidad de esas empresas de alta calidad, lo que les confirió beneficios inimaginables. Esa cooperación económica impulsó la economía y el nivel de vida estadounidenses a cotas de prosperidad sin precedentes, al tiempo que impulsaba el rápido crecimiento económico de China. 

Se podría decir que la estrategia política internacional china de mantener un perfil bajo permitió la ambición estadounidense de construir un imperio mundial. China se alineó sistemáticamente y con cautela con Estados Unidos en las principales proyectos internacionales, y la estrategia económica china de reforma y apertura encajó perfectamente con la estrategia estadounidense de expansión económica mundial y establecimiento de una hegemonía económica. De este modo, la era de Clinton se convirtió en la edad de oro de la estrategia estadounidense post-Guerra Fría de construcción de un imperio mundial a través de la globalización, aunque China merece el crédito de buena parte de lo que Estados Unidos logró. 

El crecimiento del poder económico de Estados Unidos fomentó aún más las ambiciones políticas de Estados Unidos tras la Guerra Fría de construir su nuevo Imperio Romano, y cuando George W. Bush asumió el poder, bajo la influencia del pensamiento político neoconservador, llegó a definir a China como un enemigo político e ideológico, objeto del «fin de la historia», lo que finalmente dio pie a sucesos como el incidente de la isla de Hainan en abril de 2001, cuando aviones militares estadounidenses y chinos chocaron sobre el Mar del Sur de China. Inmediatamente, China y Estados Unidos se vieron enfrentados a tensiones políticas y militares sin precedentes. 

La referencia de Jiang es, obviamente, el libro de Francis Fukuyama de 1992, The End of History and the Last Man, una celebración estadounidense de la victoria del liberalismo durante la Guerra Fría. Casi veinte años después de su publicación, este libro sigue enfureciendo a los intelectuales chinos, especialmente a los de izquierda.

Sin embargo, tras el 11-S, Estados Unidos no tuvo más remedio que ajustar su estrategia, y lanzar una «nueva cruzada» contra el mundo islámico que duró una década. En ese contexto, China casi se convierte en el socio estratégico de Estados Unidos, especialmente porque su vigoroso crecimiento económico siguió alimentando la prosperidad económica estadounidense y proporcionando amplios recursos económicos a la construcción del imperio estadounidense.  Incluso después de que el sistema capitalista global liderado por Estados Unidos cayera en crisis en 2008, el continuo crecimiento económico chino ayudó al mundo capitalista occidental a atravesar la crisis sin problemas, hasta el punto de que algunos estudiosos sostienen que el rápido crecimiento económico chino durante ese periodo «salvó al capitalismo occidental».

En ese contexto, China y Estados Unidos establecieron gradualmente líneas algo separadas, aunque paralelas, en términos de política y economía. A pesar de las varias diferencias en términos de intereses políticos e ideología, la estrecha cooperación económica entre ambos les permitió resolver con éxito sus diferencias. China incluso aprendió a aprovechar gradualmente la fuerza de la industria y el comercio estadounidenses para ejercer presión política, y mediante concesiones económicas, redujo la presión política y militar que los estadounidenses ejercían sobre China en cuestiones como los derechos humanos, Taiwán, Hong Kong y el Mar del Sur de China. Como resultado, en la opinión pública china, vimos surgir durante un tiempo la idea de que China y Estados Unidos eran «marido y mujer 中美夫妻论» debido a la cooperación económica y la complementariedad entre ambos, y a la teoría del «lastre 压舱石», que significaba que, si las relaciones comerciales sino-estadounidenses eran estables, la relación general sino-estadounidense también lo sería.

Sin embargo, desde la perspectiva estratégica estadounidense, el «lastre» de la relación comercial sino-estadounidense estaba al servicio de la estrategia global estadounidense de construir un nuevo Imperio Romano. La enorme guerra que Estados Unidos lanzó contra el Islam necesitaba no sólo el apoyo político de China, sino también, y más importante, su apoyo económico.  Mientras que Estados Unidos se adentraba en su guerra contra el Islam, China continuaba con su rápido desarrollo económico de bajo perfil a nivel internacional. Esto fue especialmente cierto después de 2008, cuando la crisis financiera provocó una contracción económica en Estados Unidos sin que el rápido crecimiento de China se detuviera.

El estira y afloja entre el poder económico chino y el estadounidense llegó finalmente a un punto de inflexión que destruyó el equilibrio anterior. No sólo los inversionistas estadounidenses en las industrias chinas sintieron el cambio de actitud hacia ellos por parte de los funcionarios locales chinos, sino que en los medios de comunicación públicos pudimos ver a empresarios chinos atreviéndose a sermonear al presidente Trump, argumentando que la razón del declive de las infraestructuras básicas estadounidenses era el gasto militar de Estados Unidos. La arrogancia de algunos funcionarios y empresarios locales chinos ilustraba de hecho que no entendían realmente la naturaleza de la relación sino-estadounidense. No habían comprendido que, cuando el crecimiento económico chino alcanzara un determinado punto de inflexión en el que pareciera desafiar al nuevo Imperio Romano estadounidense, el «lastre» de la antigua relación también habría desaparecido. 

Aquí, Jiang seguramente quiere referirse a George W. Bush o a Barack Obama.

Por lo tanto, lo que ha frustrado a muchos chinos es la pregunta de por qué esos muchos empresarios e industriales estadounidenses que han hecho fortuna en China, no pidieron, como en el pasado, que el gobierno estadounidense adoptara políticas económicamente amigables con China, y en cambio apoyaron al presidente Trump cuando lanzó su guerra comercial. Hubo factores económicos involucrados, en el sentido de que esos empresarios estadounidenses en China estaban sintiendo la presión de las empresas y de los gobiernos chinos, presión que les impedía obtener los mismos beneficios que antes, pero el factor más importante no fue económico, sino político.

En cuanto a las personas que se aferran a la teoría del «lastre económico» de las relaciones sino-estadounidenses, si siguen creyendo que la protección política del imperio mundial puede obtenerse mediante el «tributo» económico, los conservadores estadounidenses responderán con palabras similares a las de Bill Clinton: «¡Es la política, estúpido!». La verdadera explicación del cambio en las relaciones entre China y Estados Unidos se encuentra en el cambio de intereses políticos provocado por los cambios económicos o, para decirlo más claramente, el ascenso de China amenaza la estrategia estadounidense de construir un imperio mundial. En consecuencia, la forma de integrar a una China económicamente ascendente a la política estadounidense de imperio mundial se convirtió en la clave para ajustar la política estadounidense sobre China.

En 2008, China organizó los espectaculares Juegos Olímpicos de Pekín, lo que permitió que Occidente viera por primera vez la cara del ascenso de China. La comunidad estratégica estadounidense comenzó a examinar los éxitos y fracasos de la estrategia de globalización de Estados Unidos. Muchos de esos pensadores estratégicos analizaron los errores estratégicos de Estados Unidos desde el 11-S y argumentaron que los neoconservadores se habían volcado en exceso en su cruzada ideológica contra el Islam y que habían invertido todas sus fuerzas en la guerra contra el terrorismo e ignorado el ascenso económico y geopolítico de China. Este punto de vista se convirtió más o menos en la corriente principal que impulsaba un cambio en la estrategia de Estados Unidos. En consecuencia, la estrategia del imperio mundial estadounidense volvió a pasar del mundo islámico a la búsqueda de una respuesta al ascenso de China.

Así, en 2009, la administración de Obama anunció la retirada de las tropas estadounidenses de Irak y, tras el ataque a Osama Bid Laden en 2011, la retirada de las tropas de Afganistán. En 2011, el gobierno de Obama anunció su estrategia de «pivote hacia Asia», y en 2012 su «estrategia de reequilibrio en la región Asia-Pacífico», según la cual Estados Unidos desplegaría gradualmente el 60% de sus buques de guerra en el Pacífico. En 2014, Estados Unidos incluso incitó a Filipinas a solicitar un arbitraje internacional sobre el Mar del Sur de China para presionar a China sobre el asunto. Ese mismo año, se produjo el «Movimiento del Girasol» en Taiwán, seguido del «Movimiento de los Paraguas» en Hong Kong y de graves atentados terroristas en Yunnan y Xinjiang. Está claro que la razón por la que Estados Unidos emprendió esta serie de acciones era contener el ascenso de China.

Sin embargo, tales movimientos estratégicos estadounidenses no tuvieron un impacto claro en China, cuya economía siguió creciendo, sobre todo en lo que respecta a la mejora de la capacidad industrial, especialmente visible en el espectacular crecimiento de las empresas de alta tecnología e Internet. En el frente político, una nueva generación de líderes gestionó sin problemas la transición y, mediante una serie de reformas políticas y legales, consolidó el liderazgo del Partido en varias empresas nacionales. En el frente militar, China no sólo comenzó a construir portaaviones, sino, lo que es más importante, a construir islas en el Mar del Sur de China para un despliegue militar estratégico, rompiendo así el control absoluto de Estados Unidos sobre el Estrecho de Malaca, al tiempo que desplegaba constantemente nuevo equipo militar. 

En el frente geopolítico, China construyó un nuevo paisaje político a través de la iniciativa de «la Franja y la Ruta» y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII).  Y en el frente ideológico, China planteó una versión modernizada de la «solución China 中国方案», así como el concepto de una «comunidad de destino común 类命运共同体». Todo esto representaba claramente un desafío básico al proyecto estadounidense de imperio mundial.

Con ese telón de fondo, la administración de Trump llevó a cabo una revisión exhaustiva de la respuesta política de la administración de Obama hacia China en el contexto de su estrategia de imperio mundial. A ojos del gobierno de Trump, la razón del fracaso de la administración de Obama fue su excesiva confianza en el multilateralismo tradicional, que había llevado a Estados Unidos a asumir obligaciones y responsabilidades internacionales demasiado pesadas, lo cual llevó a la política estadounidense con respecto a China a una postura contradictoria. Por un lado, Estados Unidos esperaba contener a China, pero por otro no podía evitar depender económicamente de ella, y esa dependencia económica no podía sino reducir la contención política. Esto llevó al eslogan de «make America great again» de la administración de Trump, que cambió el enfoque de la estrategia hacia la economía, transformando la dependencia de la administración de Obama de China en la guerra comercial de Trump y otros ataques, con la esperanza de mantener la hegemonía mundial estadounidense a través de la estimulación de la economía.

Se podría decir que los 16 años entre 1993 y 2009, cuando Clinton y George W. Bush estaban en la Casa Blanca, fueron los años dorados de relativa distensión política y estrecha cooperación económica entre China y Estados Unidos. Y los diez años transcurridos entre 2008, cuando China celebró los Juegos Olímpicos, y 2018, cuando Trump lanzó su guerra comercial contra China, fue la década crucial en la que China y Estados Unidos siguieron cooperando económicamente y trataron de encontrar una nueva relación política. Y fue durante esa década crucial que Estados Unidos decidió que su política de compromiso con China había sido un fracaso. Una razón importante por la que Trump fue elegido presidente fue el fracaso de tal política, que se identifica con los liberales y con el partido demócrata. Para ello, los liberales estadounidenses empezaron a examinar por qué China no ha estado a la altura de las «expectativas de Estados Unidos», remontándose incluso a los esfuerzos de George Marshall durante la Segunda Guerra Mundial para mediar entre el Partido Comunista y el Partido Nacionalista gobernante en China, y reflexionando sobre la sobreestimación de las sucesivas administraciones estadounidenses de su capacidad para influir en el futuro de China.

Sin embargo, desde la perspectiva de los conservadores estadounidenses, todo esto no ha hecho más que demostrar el fracaso de la estrategia de los liberales en China. Este fracaso no sólo ha impulsado a los conservadores estadounidenses a tratar de recuperar el poder recalentando la cuestión china, sino que también ha privado a los liberales estadounidenses de voz y liderazgo en la cuestión china. Cuando los académicos liberales estadounidenses se unieron para hacer un llamado político al presidente Trump diciendo que «China no es el enemigo» 4, los conservadores estadounidenses prometieron inmediatamente su apoyo a la firme postura de Trump respecto a China, entre otras cosas porque «los partidarios de la Escuela del Compromiso China les seguían diciendo a los formuladores de políticas públicas estadounidenses que China se convertiría en un ‘actor responsable’ una vez que su modernización económica alcanzara un nivel suficiente” 5. Por esta razón, si queremos entender el cambio en la política estadounidense hacia China, debemos entender la estrategia de compromiso de los liberales estadounidenses hacia el país durante esa década crítica.

«Evolución pacífica» y «cogobernanza sino-estadounidense». El «compromiso» estratégico de Estados Unidos con China

Cuando la administración Trump lanzó su guerra comercial con China, la comunidad estratégica de Estados Unidos inició una discusión sobre el juicio erróneo que se tenía de China. Tal discusión fue similar a la de «perder a China» después de la revolución de 1949, y revela la continuidad de la política estadounidense. Desde el Tratado de Wanghia de 1844, que marcó la entrada de Estados Unidos en la realidad china tras la Guerra del Opio, y especialmente desde que Estados Unidos comenzó a impulsar una política de «puertas abiertas» en China a finales del siglo XIX, Estados Unidos ha visto a China como un peldaño hacia el imperio mundial. Con miras a ello, Estados Unidos ha hecho continuas inversiones políticas, económicas y culturales en China, con la esperanza de convertirla en una fuerza política vinculada a Estados Unidos, y aunque esa postura, al menos superficialmente, sea la de una alianza estratégica entre iguales, en realidad la relación de China iba a ser la de un «estado vasallo» dentro de una estructura de «amo-seguidor».

En el imaginario estratégico estadounidense, China es para Estados Unidos lo que la India era para Gran Bretaña, una base importante para la construcción del imperio mundial. Por eso, la discusión interna estadounidense de «por qué perdimos a China» en 1949 fue en realidad un examen de por qué la política estadounidense había apoyado al corrupto e incompetente Partido Nacionalista (Guomindang), lo que finalmente significó perder todos los privilegios especiales obtenidos desde el último período Qing. Y en 2017, la discusión estadounidense sobre «por qué juzgamos mal a China» era en realidad una discusión sobre por qué la política estadounidense de depositar sus esperanzas en la liberalización interna china había fracasado, lo que significó perder una mejor oportunidad de contener el ascenso chino. Sólo si entendemos el plan estratégico estadounidense para establecer un imperio mundial comprenderemos que, detrás de la guerra comercial sino-estadounidense, vista como una trampa de Tucídides de competencia entre grandes potencias, hay una comparación más profunda en curso sobre las vías de desarrollo, los sistemas políticos, las tradiciones civilizatorias y la geopolítica.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la existencia de las armas nucleares significó que la competencia entre grandes potencias sólo podía recurrir con gran dificultad al conflicto armado, lo que a su vez significó que el ascenso y la caída de las grandes potencias debían realizarse de nuevas maneras, que se convirtieron en los métodos empleados durante la Guerra Fría. No es que no hubiera guerras durante la Guerra Fría, sino que no hubo conflictos nucleares a gran escala; por el contrario, a lo largo de la Guerra Fría, las grandes potencias utilizaron conflictos militares a pequeña escala y controlables llevados a cabo por terceros. Al mismo tiempo, la guerra abandonó el campo de batalla y se convirtió en una forma más insidiosa de guerra total, es decir, una «evolución pacífica» lograda a través de la competencia sin cuartel y la infiltración constante en los ámbitos político, económico, científico, tecnológico, financiero y cultural. Estas dos estrategias se convirtieron en las tácticas comúnmente empleadas durante la Guerra Fría, siendo la primera el cerco y la contención, y la segunda el compromiso y la inducción.

El término «ascenso pacífico» fue utilizado por primera vez por el Secretario de Estado estadounidense John Foster Dulles en 1957-58, en el contexto que describe Jiang: preveía que el comercio y otras formas de compromiso occidental podrían acortar la vida de los regímenes comunistas. Mao se tomó en serio los comentarios más bien inocuos de Dulles, y la oposición a esta «política» sigue siendo una característica de la política exterior china.

Por esta razón, la importancia de la Guerra Fría no fue sólo la competencia entre el socialismo y el capitalismo como los dos caminos hacia la modernidad, sino que lo más importante fue la competencia entre dos estrategias imperialistas. En su mayor parte, la URSS empleó medios militares más bien primitivos, violentos y coercitivos, mientras que Estados Unidos utilizó las estrategias más modernas y sutiles del compromiso y la inducción para guiar una evolución pacífica, con la esperanza final de ganar sin tener que luchar. Una simple comparación entre la forma en que la URSS influyó en China después de 1949 y la forma en que Estados Unidos influyó en China durante el período de reforma y apertura bastará para ver claramente las enormes diferencias en los métodos empleados por esos dos constructores de imperios mundiales.

La reforma del sistema y la estrategia de evolución pacífica

La estrategia estadounidense de evolución pacífica se basa, de hecho, en un conjunto de teorías simples de modernización —la economía privada y el mercado—, según las cuales se empieza por promover el surgimiento de la sociedad civil y la liberalización de los valores culturales, lo que después conduce a la liberalización política en forma de un sistema multipartidista. Sin embargo, una vez conseguida la democratización, toda la competencia política será decidida por la fuerza del capital. Tal y como Lenin señaló hace tiempo, la verdadera naturaleza del capitalismo multipartidista es en realidad un sistema de partido único bajo el control de la clase burguesa. A través del control del capitalismo global, Estados Unidos puede controlar la ideología, la fuerza política y, finalmente, establecer un imperio mundial con Wall Street a la cabeza. 

Por supuesto, el sistema financiero de Wall Street debe estar respaldado por una fuerza militar capaz de controlar el mundo entero. El imperio mundial construido por los liberales estadounidenses tiene muchos nombres bonitos, como «el imperio de la libertad», el «imperio de las finanzas», el «imperio del capitalismo», el «imperio de los derechos humanos», el «imperio de la democracia», etc., sin embargo, todos ellos son aspectos particulares del nuevo Imperio Romano, que se basaba únicamente en la violencia, pero que adopta un enfoque más complejo, abstracto, elaborado y multifacético. Esas múltiples técnicas funcionan en conjunto para conformar la estrategia de la evolución pacífica.

Durante la larga historia de la Guerra Fría, la perestroika y la glasnost de Gorbachov cayeron en la trampa de la estrategia estadounidense de la evolución pacífica, pues promovieron la privatización económica, la liberalización intelectual y la democratización política, lo que condujo a la rápida desintegración de la URSS. En la década de 1980, China también puso en marcha reformas del sistema económico y político, y se encontró igualmente con la evolución pacífica. Afortunadamente, China consiguió sortear ese difícil paso y, al mismo tiempo, mantener la estabilidad política y la unidad nacional. El colapso de la URSS fue una advertencia conveniente que le permitió a China seguir siendo muy sensible a las posibilidades de evolución pacífica mientras continuaba su proceso de desarrollo económico. No obstante, Estados Unidos nunca renunció a su estrategia de evolución pacífica en China, para la que la reforma, la apertura y el desarrollo de la economía de mercado proporcionaron, efectivamente, una sólida base social.

Desde el punto de vista económico, el desarrollo de una economía de mercado en China creó rápidamente una poderosa clase comercial que estableció estrechas relaciones con los capitalistas occidentales. Los más poderosos de entre ellos dependían en gran medida de los financieros capitalistas occidentales, y constituyeron así una clase transnacional e invisible de compradores. Esa clase rendía culto a la cultura occidental, se identificaba con el mundo occidental y empleaba el capital financiero y el poder gubernamental para obtener elevados beneficios monopolísticos. También penetró profundamente en los medios de comunicación, la educación y otros campos, en un intento de controlar el poder para dirigir la dirección del desarrollo cultural de China, y además esperaba obtener aún más riqueza y más poder directo mediante la privatización y la democratización.

A modo de comparación, tras la proclamación del Partido Comunista de la política de los «Tres Representantes» en 2002, la mayoría de los empresarios industriales privados se han preocupado constantemente por su «tratamiento político» y han buscado la seguridad política para sus propiedades y operaciones de mercado. Con tal fin, los empresarios privados han entrado cada vez más al establishment político a través de la Federación de Industria y Comercio, la Asamblea Consultiva Política, el Congreso del Pueblo y el Congreso del Partido a todos los niveles, y, en un momento dado, la capacidad de los empresarios privados para entrar al Comité Central se consideró incluso como un parteaguas para el tratamiento político que buscaban. 

Por supuesto, si vemos a toda la clase de los empresarios privados como una fuerza que impulsa la democratización, esto no sólo es erróneo a nivel teórico, sino que también es políticamente inmaduro. De hecho, la mayor parte de la clase empresarial privada espera que la política china se mantenga estable, y sobre todo, espera que un gobierno estable pueda contener la tendencia populista que trae la democracia. Sin embargo, como el desarrollo de la economía empresarial privada en China depende en gran medida del capital y la tecnología externos, no sólo son explotados por las fuerzas del capital, sino que también sufren la presión de las empresas estatales, y no tienen la capacidad de participar en los debates políticos nacionales sobre la economía virtual frente a la economía real. En ausencia de una opinión pública y una educación política adecuadas, este sector puede convertirse en una fuerza de evolución pacífica.

La política de las «Tres Representaciones», identificada con Jiang Zemin, afirma que el PCCh representa: las «fuerzas productivas avanzadas», el «curso progresivo de la cultura avanzada de China» y «los intereses fundamentales de la mayoría». Como representantes de las fuerzas productivas avanzadas, los capitalistas chinos fueron admitidos en el Partido como resultado de la aplicación de esta política.

Desde el punto de vista político, el proceso de reformas económicas que condujo a la mercantilización produjo enormes cambios en los valores culturales de toda la sociedad, y muchos funcionarios se volvieron cada vez más corruptos. O bien se dedicaron a buscar rentas por iniciativa propia o fueron «acechados» por los hombres de negocios, lo que llevó a la creación de «intereses de amigos» con la clase empresarial, hasta el punto de que el desarrollo económico de China ha sido criticado como «capitalismo de amigos». Esta colusión entre el gobierno y las empresas ha dado pie a la formación de diversas camarillas 山头, bandas y grupos de interés, con las fuerzas del capital constantemente infiltradas en el Partido y el gobierno, tejiendo y apoyando sus propias redes de intereses, e incluso buscando sus propios agentes políticos.

Muchas de las élites que detentan el poder de alto nivel y los bienes del Estado empiezan a fantasear con que, mediante la privatización y la democratización política, puedan repartirse los bienes del Estado de forma aparentemente legítima y convertirse en poderosos magnates como los altos funcionarios de Rusia. Como resultado, la «teoría del barco que se hunde 沉船论» difundida por la «cultura del círculo» tiene el efecto de debilitar el punto de vista político de muchos funcionarios, de modo que preparan una salida para sí mismos, hasta el punto de enviar su capital, a sus hijos y familiares al extranjero. Algunos hablan incluso de «trajes vacíos [literalmente «funcionarios desnudos 裸官»]», que están ahí sólo de nombre. En la estricta campaña anticorrupción lanzada posteriormente por el Gobierno Central, muchos funcionarios fueron castigados por perder el rumbo y la voluntad política, por la corrupción y la duplicidad.

La idea de una «cultura del círculo» proviene de un discurso contra la corrupción pronunciado en 2014 por Xi Jinping, en el que criticaba a los ejecutivos que dedican su tiempo a intentar averiguar quién sale con quién para explotar las relaciones personales en beneficio propio -leer más en este enlace-.

Los «trajes vacíos» se refieren a personas que vienen a trabajar pero no hacen nada porque son incompetentes o no tienen interés. En el contexto chino, la idea es que están «haciendo su tiempo», esperando el momento adecuado para salir al extranjero.

Desde el punto de vista intelectual, a lo largo de la era moderna, la penetración estadounidense en la cultura china ha producido una clase estable de personas muy cercanas a la cultura estadounidense. Creen en la ideología liberal y aceptan los puntos de vista estadounidenses sobre el «fin de la historia», y con el fervor religioso de «progresar un poco más cada día», se unen a la causa estadounidense de la evolución pacífica. Como resultado, el sistema de medios culturales controlado por el capital comercial y los intelectuales liberales predica sistemáticamente el relativismo de valores y el nihilismo histórico que traen la libertad y la igualdad. Esas tendencias culturales están distorsionando y vilipendiando sistemáticamente la historia del PCC y de la Nueva China, y mientras atacan y deconstruyen exhaustivamente los modelos morales y las imágenes heroicas establecidas por el Partido Comunista Chino, no escatiman esfuerzos para glorificar y difundir la nostalgia por la era republicana. Durante un tiempo, los «fans republicanos» se convirtieron en una tendencia cultural, de la misma manera que los chicos guapos de las boy bands 小鲜肉 se convirtieron en el ídolo estético de los jóvenes. En una palabra, toda la clase media cultural china se ha ido hundiendo cada vez más en la búsqueda de una vida de lujo y disipación. 

Aunque 2008 fue el año que marcó el ascenso de China, también fue el trigésimo aniversario de la reforma y la apertura.  Desde una perspectiva teórica, los liberales han utilizado los treinta años de reforma y apertura de Deng Xiaoping para negar los treinta años anteriores de construcción de la nación de Mao Zedong, y argumentan que, sobre la base de los logros de la reforma económica, debemos apresurarnos a promover la reforma del sistema político, ya que, de lo contrario, no sólo se estancarán las reformas económicas, sino que será difícil conservar los resultados de las reformas económicas realizadas hasta la fecha. Ese sector de la opinión pública esperaba aprovechar el período crítico de transición de poder entre los líderes políticos de China para impulsar la reforma del sistema político, como los derechos humanos y la democracia constitucional, y hacer avanzar a China hacia la democratización. 

En ese momento, las «revoluciones de colores» promovidas por Estados Unidos en Asia Central y Medio Oriente parecían estar teniendo éxito, sobre todo porque, en la práctica, tales movimientos se integraban con las fuerzas políticas internacionales y la tecnología de internet para convertirse en un conjunto de manuales de entrenamiento altamente técnicos y estandarizados para la subversión política de los gobiernos. Con ese telón de fondo, los liberales chinos también empezaron a intentar utilizar las nuevas técnicas de internet para organizar protestas públicas, e incluso el embajador de Estados Unidos en China apareció en una protesta pública para tantear la temperatura de una posible «revolución de colores» en China. En ese momento, el Movimiento de los Girasoles en Taiwán, la Revolución de los Paraguas en Hong Kong y el terrorismo de las fuerzas separatistas en Xinjiang ya estaban ejerciendo una enorme presión sobre el desarrollo político de China en la periferia.

El autor se refiere a Jon Huntsman y su visita a Wangfujing en un momento en que se hablaba de organizar una «revolución de colores» en China. Véase en particular este artículo.

La virulenta propagación del capitalismo de mercado y su ideología hedonista en China evocó inevitablemente la reacción de lo que el historiador económico Karl Polanyi (1886-1964) llamó el «mecanismo de autodefensa social». En China surgieron la «vieja izquierda», la «nueva izquierda» y los «conservadores».  Podría decirse que esa década y pico de profunda cooperación económica entre China y Estados Unidos fue tanto un período en el que la vibrante economía china se acercó a la estadounidense, como un período en el que aparecieron profundas divisiones en la economía, la sociedad, la política y la ideología cultural de China, y finalmente, un período en el que el autoconocimiento, la autoconciencia cultural y la autoconfianza cultural de China crecieron continuamente.  Y es especialmente cierto que en la década crucial entre 2008 y 2018, no sólo las relaciones sino-estadounidenses llegaron a una encrucijada, sino también la cuestión del futuro camino político de China.

Por un lado, los llamados a impulsar la reforma del sistema político no sólo resonaron en el campo liberal, sino que también surgieron demandas públicas similares desde el interior del Partido, con el argumento de que, sin reformas políticas, las reformas económicas no podrían continuar. Por otra parte, la política de izquierda también estaba en auge, haciendo causa común con los conservadores culturales.  En este contexto de polarización ideológica y cultural, el Comité Central subrayó constantemente que «nunca [seguiría] el camino heterodoxo del cambio de régimen» y que «nunca [seguiría] el viejo camino de ser cerrados y dogmáticos».

Pero, ¿qué camino seguiría finalmente China? Las fuerzas políticas y las ideologías se entrelazaron, y en un momento dado llegaron a un punto álgido. Especialmente durante el período crucial de incertidumbre en torno a la transición del liderazgo político en China antes de 2012, cuando los medios de comunicación y las fuerzas políticas estadounidenses estaban profundamente implicados en la transición del poder político en China, las noticias de la lucha política a menudo aparecían primero en los medios de comunicación occidentales, y se intentaba influir en el curso de la política china a través de los informes de los medios de comunicación occidentales. Se puede decir que fue una década clave no sólo en el desarrollo de la historia de China, sino también en la historia de las relaciones sino-estadounidenses, e incluso en la historia de la humanidad.

Jiang se refiere aquí al caso Bo Xilai en el que Bo, autor del «modelo Chongqing» alabado por muchos en la izquierda por representar una «tercera vía» entre el capitalismo y el socialismo, fue finalmente purgado y condenado a prisión en 2013. Se considera que Bo ha sido un importante rival de Xi Jinping.

La inducción estratégica de la «gobernanza conjunta sino-estadounidense»

En esa década crítica, aunque el pivote de la administración de Obama hacia Asia tuviera como objetivo a China, no adoptó una política de confrontación y contención directa como lo haría más tarde la administración de Trump, y en su lugar empleó la política de inducción estratégica conocida como evolución pacífica. La formulación de esta estrategia estuvo ciertamente influenciada por la antigua filosofía estadounidense de evolución pacífica, pero también estuvo relacionada con la política interna de Estados Unidos de ese momento. En 2008, estalló la crisis financiera en Estados Unidos, lo que significaba que dicho país necesitaba urgentemente la ayuda y la cooperación de la economía china, pero lo más importante era que el capital financiero estadounidense estaba en ese momento huyendo de la crisis en Occidente, con la esperanza de cosechar enormes beneficios en la economía china, en pleno desarrollo. Por esta razón, las fuerzas del capital occidental no querían saber nada de una política de contención.

Frente a esta oposición, la administración de Obama depositó sus esperanzas de contener a China en el multilateralismo, esperando encontrar un lugar apropiado para China en el imperio mundial liderado por Estados Unidos. Por un lado, en términos económicos, promovieron el establecimiento de la Asociación Transpacífica, con la esperanza de utilizar las nuevas normas comerciales cuyo establecimiento los estadounidenses liderarían para forzar a China a aceptar la gobernanza estadounidense y, por otro lado, en términos políticos y militares, buscaron reconstruir el sistema de alianzas, reforzando el cerco militar y político de China. Podría decirse que tales políticas representaban una presión externa, pero el principal ajuste estratégico de la administración de Obama era establecer la agenda para la evolución pacífica interna de China y, al mismo tiempo, atraer a China al sistema imperial mundial liderado por Estados Unidos, estableciendo el curso de la relación entre Estados Unidos y China.

Por esta razón, en ese mismo momento, los formuladores de políticas públicas estadounidenses propusieron una serie de ideas nuevas en el contexto de las relaciones sino-estadounidenses. Las más famosas fueron la noción del economista C. Fred Bergsten (nacido en 1941) de un «Grupo de los Dos» (G-2), una relación especial informal entre China y Estados Unidos, que podría llevar a una situación de «cogobernanza sino-estadounidense», así como la propuesta del expresidente del Banco Mundial Robert Zoellick (nacido en 1953) de que Estados Unidos convirtiera a China en un «actor responsable» en los asuntos internacionales. También está la noción de «Chimérica» del historiador Niall Ferguson (nacido en 1964) y la idea de Henry Kissinger (nacido en 1923) de un «mundo del Pacífico», entre otras. 

Por un lado, estos conceptos reflejan el hecho de que Estados Unidos había empezado a dar gran importancia a las relaciones sino-estadounidenses debido al crecimiento del poderío económico de China, pero por otro lado, sirvieron como alicientes estratégicos para llevar a China a vincular sus propios intereses con los de Estados Unidos, creando así una armonía de intereses en la que «salvar a Estados Unidos significa salvar a China». La idea era salvar el sistema de división del trabajo y cooperación en el que China exportaba y Estados Unidos importaba, China ahorraba y Estados Unidos consumía, y China fabricaba con financiamiento estadounidense, para integrar efectivamente a China en el sistema imperial mundial dominado por Estados Unidos y convertirse en el «ancla de Extremo Oriente» (el término es de Brzezinski) en el control estadounidense de Asia. Dentro de esta configuración, incluso si surgiera un «sistema del Pacífico», se basaría en el «sistema del Atlántico». La posición atribuida por Estados Unidos a China sería como la de Gran Bretaña o Japón, la de un útil ayudante en la gestión del dominio estadounidense del mundo.

Podría decirse que, ante el ascenso de China, promover una evolución pacífica en la política interna china que la llevara a tomar el camino de la democracia, e inducirla a cooperar con Estados Unidos a nivel internacional en forma de una cogobernanza sino-estadounidense, eran dos componentes de la misma política estadounidense hacia China. Una vez lograda la evolución pacífica de China, aparecería necesariamente en el país un régimen político altamente dependiente de Estados Unidos, que trabajaría entonces eficazmente para lograr los acuerdos estratégicos imaginados en la cogobernanza sino-estadounidense. Pero al mismo tiempo, una vez que China aceptara el acuerdo de la cogobernanza sino-estadounidense, entonces China sería necesariamente muy dependiente de Estados Unidos, un Estado vasallo como Japón.

Dicho esto, mucha gente en China se sintió muy tentada por la idea de la cogobernanza sino-estadounidense. En su opinión, en la historia de las relaciones de China con Occidente después de la Guerra del Opio, si bien China no fue invadida y colonizada, sí fue aislada y excluida, y ahora, con la ayuda de Estados Unidos, iba a poder dejar atrás los «tres desfiladeros de la historia» Seguramente habría que apresurarse a aceptar semejante regalo de la potencia número uno del mundo. De hecho, eso significaría volver a la posición de miembro de la alianza estadounidense de la época del Guomindang.

En este pasaje, Jiang retoma la idea de las «tres gargantas históricas» de la obra de Tong Tekong (1920-2009), un historiador chino-estadounidense que enseñó en la Universidad de Columbia y en la City University de Nueva York. Sus «tres gargantas» se refieren a las épocas feudal, imperial y democrática de China, y a las transiciones entre ellas. 

En aquella época, China era nominalmente un aliado en igualdad de condiciones de Estados Unidos y Gran Bretaña, que gestionaba los asuntos internacionales de Extremo Oriente, pero el hecho es que, tras la Segunda Guerra Mundial, incluso la petición de China, como país victorioso, de reclamar simplemente los Nuevos Territorios de Hong Kong fue rechazada por Gran Bretaña, y el gobierno republicano de China no tuvo ninguna influencia en la Conferencia de Yalta, cuyo propósito era determinar la situación política de posguerra en Asia Oriental, ya que los asuntos chinos siguieron en manos de grandes potencias como Estados Unidos y la Unión Soviética. Sin embargo, a la luz de la teoría del «fin de la historia», los liberales chinos siempre han sido políticamente inmaduros e ingenuos, tanto en su concepción de la política china como en su posicionamiento sobre la situación estratégica mundial, e incluso han tomado el estatus internacional del antiguo gobierno del Guomindang como su máximo ideal político, disfrutando de la «paz bajo el dominio de Estados Unidos» bajo la bandera de la democracia y la libertad.

Aun así, como representantes de las políticas chinas de las administraciones de Clinton y Obama, tanto la estrategia de evolución pacífica como la inducción estratégica de la cogobernanza sino-estadounidense tuvieron un gran éxito. Por «gran éxito» quiero decir que empujaron continuamente la economía, la política y la cultura de China hacia las de Estados Unidos, lo que a su vez estableció una comunicación mutua y canales de ayuda entre los ambos países dentro de los parámetros del sistema internacional existente. Aún más importante fue que varias décadas de relación amistosa sino-estadounidense produjeron una élite china familiarizada con Estados Unidos y que confiaba en él, lo que a su vez estableció una excelente base social e ideología cultural para una relación estable y amistosa.

Si hacemos una breve comparación con la relación sino-rusa, veremos que, incluso en términos internacionales, China ha establecido una relación política de más confianza y estabilidad con Rusia, sin embargo esa relación sigue careciendo de lazos económicos y culturales orgánicos, y ninguno de los dos países ha sido capaz de cultivar una élite que entienda y confíe en el otro en cuestiones de economía política o cultura. Y desde una perspectiva de largo plazo, tales lazos económicos y culturales benefician necesariamente el futuro desarrollo saludable de la relación sino-estadounidense.  Por lo tanto, era totalmente posible que esa fuerza económica y cultural en China se convirtiera en una fuerza positiva y saludable que promoviera un pronto fin del conflicto y la cooperación entre China y Estados Unidos, pero también podría convertirse en una fuerza destructiva que cooperara con la nueva Guerra Fría estadounidense, o incluso podría degenerar aún más en una fuerza maligna que destruyera el régimen chino y empujara a China hacia la secesión y la guerra civil.

«El período de la oportunidad estratégica»: la elección estratégica de China

 Ya en 2012, el politólogo estadounidense Graham Allison acuñó el término «trampa de Tucídides» para describir la realidad de la inevitable lucha por la hegemonía entre una potencia emergente y una potencia tradicional. Sobre esa base, en 2017 publicó una monografía sobre el peligro de que la relación sino-estadounidense cayera en esa trampa 6. La idea de una trampa de Tucídides tuvo un enorme impacto en Estados Unidos, y consolidó con éxito la fuerza de la facción militarista y de línea dura en la política estadounidense hacia China, ya que tanto liberales como conservadores podían utilizar la idea para buscar razones legítimas para librar una guerra económica, financiera e incluso militar contra China. En este sentido, la guerra comercial de Estados Unidos contra China no fue más que una prueba de fuerza para la política de línea dura de Estados Unidos respecto a China. Para complementar la guerra comercial, Estados Unidos está desplegando actualmente estrategias de contención en los campos de la alta tecnología, las finanzas, la política, la ideología cultural e incluso el ejército, siguiendo la lógica de una nueva Guerra Fría. 

Si tomamos la relación sino-estadounidense como un caso de estudio de la trampa de Tucídides, debería recordarnos que debemos prestar atención a las contradicciones estructurales de esa relación. Si nos fijamos únicamente en el desarrollo de la relación en 2007 y 2008, cuando estalló la crisis financiera en Estados Unidos, ¿salvó China a Estados Unidos?  Si China no hubiera salvado a Estados Unidos, el sistema del dólar estadounidense podría haberse derrumbado, lo que significaría no sólo que las reservas de divisas de China habrían perdido valor, sino, lo que es más importante, que la economía china se habría visto arrastrada a la crisis, y algunos argumentaban que Estados Unidos podría incluso lanzar una guerra para revertir la situación.  En este contexto, «salvar a Estados Unidos», por un lado, era la opción racional para dos economías tan estrechamente vinculadas, aunque desde otra perspectiva, el tema constante en la opinión pública de que «salvar a Estados Unidos es salvar a China» era un reflejo exacto de la relación amistosa de China con Estados Unidos. 

Sin embargo, mientras China compraba grandes cantidades de bonos del tesoro estadounidenses e impulsaba la economía china con 4 billones de RMB de inversión, ayudando así a Occidente a sobrevivir a la crisis del capitalismo, esa misma crisis revelaba la fragilidad de la propia economía china y los enormes riesgos a los que se enfrentaba en la economía mundial.  Ante eso, si la economía china quería mantenerse sana y seguir desarrollándose, era necesario realizar ajustes en su estrategia de desarrollo, pero desde una perspectiva objetiva, dichos ajustes supondrían un desafío a la hegemonía económica estadounidense. Podemos destacar tres aspectos de esto:

La política china de modernización industrial trastornó la división económica del trabajo existente entre China y Estados Unidos

La crisis financiera mundial de 2008 puso de manifiesto la debilidad de la economía china en su excesiva dependencia de las exportaciones, ya que, aunque el gobierno chino hizo todo lo posible por mantener una alta tasa de crecimiento económico mediante el gasto en inversiones, el modelo de desarrollo económico de «China como fábrica del mundo», que depende de enormes cantidades de importaciones y exportaciones, estaba teniendo dificultades por sí mismo. En primer lugar, el «dividendo poblacional» en el que se basa la industria manufacturera intensiva en mano de obra y de gama baja estaba desapareciendo gradualmente, y había grandes debates sobre la puesta en marcha de leyes laborales para proteger los derechos de los trabajadores, todo lo cual significaba que el costo de la mano de obra en China aumentaba continuamente, hasta el punto de que de vez en cuando había «escasez de mano de obra» en la costa del sur de China.  Además, la fabricación de gama baja utiliza grandes cantidades de materias primas, y genera contaminación ambiental y otros muchos problemas sociales, lo que significa que depender exclusivamente de la fabricación de gama baja e intensiva en mano de obra es insostenible, y si la economía de China quiere seguir manteniendo un desarrollo estable y saludable, tenía que actualizar su estructura industrial.

© Zhou Zhiyong/Sipa Asia

En ese contexto, en 2008, la provincia de Guangdong, que había estado en primera línea de la reforma y la apertura chinas, tomó la iniciativa de promover la estrategia económica de «vaciar la jaula y cambiar el pájaro 腾笼换鸟», con la idea de trasladar la fabricación de gama baja dependiente de mano de obra a las zonas atrasadas, y que las zonas costeras de Guangdong se dedicaran al desarrollo de la fabricación de gama media y alta. A partir de ese momento, el uso del «creado en China» para mejorar el eslogan anterior de «hecho en China» e indicar un mayor valor añadido se convirtió gradualmente en la política que marcaba el ritmo económico nacional, y la nueva tarjeta de presentación de China es su red ferroviaria de alta velocidad en lugar de la ropa y los zapatos tradicionales.

Si decimos que en la era de la 3G, la alta tecnología china iba a la zaga de las demás, que en la era de la 4G entró en el juego, y que en la era de la 5G está empezando a tomar la delantera, eso indica algo sobre la velocidad con la que la alta tecnología china se está poniendo al día: las empresas chinas de fabricación de alta tecnología, como Huawei y DJI, están creciendo rápidamente, mientras que las empresas de internet están floreciendo e incluso tomando la delantera en el mundo, y la última industria de la IA se ha convertido en una prioridad absoluta para el desarrollo industrial de China.

A lo largo de la historia, China se perdió tres olas de la revolución industrial, pero esta vez el gobierno chino está haciendo todo lo posible para estar en la misma línea de salida que los países occidentales en la «cuarta revolución industrial». Aunque China siga estando comparativamente atrasada, siempre tratando de alcanzar a Occidente, sin embargo, a lo que el gobierno y la opinión pública prestan atención constante es a cómo aprovechar nuestro atraso para «rebasar a Occidente en la curva 弯道超车». Por esta razón, guiar el desarrollo de la ciencia y la tecnología se ha convertido en el objetivo y la búsqueda de la innovación científica y tecnológica en China. Tales esfuerzos confluyeron en el plan de acción de 2016 titulado «China 2025», que proponía el objetivo estratégico de un «programa de tres pasos» para convertirse en una superpotencia manufacturera.

El primer paso es entrar en las filas de las potencias manufactureras para 2025; el segundo paso es alcanzar el nivel medio de las potencias manufactureras del mundo para 2035; el tercer paso es lograr la fuerza global y entrar en la vanguardia de las potencias manufactureras del mundo para el centenario de la fundación de la Nueva China en 2049. El fuerte ascenso de China en la fabricación de alta gama está socavando las ganancias del monopolio de la tecnología de alta gama de Estados Unidos. Un ejemplo es la competencia por la porción de mercado mundial entre los teléfonos móviles de Apple y Huawei. Esa trayectoria de desarrollo significa que están apareciendo grietas en el «lastre económico» que antes habían estabilizado la relación sino-estadounidense.     

Las Nuevas Rutas de la Seda como herramienta geoeconómica y el Banco Asiático de Inversión en las infraestructuras

Cuando China se convirtió en la fábrica del mundo, industrias como la del acero, el concreto y la energía eléctrica chinas acumularon enormes capacidades. Cuando se produjo la crisis financiera en Occidente en 2008, los cuatro billones de RMB en incentivos económicos crearon aún más capacidad. Sin embargo, no hay forma de agotar tal capacidad a nivel interno, y si no se puede reorientar a otro lugar, la economía china se estancará forzosamente. Aunque el gobierno chino haya adoptado una serie de medidas de reforma para «eliminar la capacidad de producción» y reducir la velocidad del desarrollo económico, no son suficientes para absorber el exceso de capacidad.

Sin embargo, en ese mismo momento, los estadounidenses y los europeos empezaron a escudriñar y restringir las actividades de inversión y compra chinas, lo que llevó a China a buscar lugares para aumentar sus inversiones fuera de Occidente. Para ello, el gobierno chino comenzó a desplazar su mirada hacia los países en desarrollo fuera de Occidente y a acelerar las inversiones y la construcción en África, hasta el punto de que las relaciones sino-africanas se convirtieron en un foco estratégico de la diplomacia china.

En 2009, Xu Shanda, exsubdirector de la Administración Estatal de Impuestos, propuso que China utilizara su exceso de capacidad para ayudar a los países de desarrollo tardío de Asia, África y América Latina en un «plan de desarrollo de economía compartida 共享经济发展计划», que se consideró inmediatamente como una «versión china del Plan Marshall». Esta propuesta se convirtió posteriormente en la iniciativa de «la Franja y la Ruta», propuesta oficialmente por el gobierno chino en 2015. La iniciativa estaba claramente dirigida a la región del Pacífico, ya que el desarrollo de China buscaba abrir nuevos espacios fuera de Estados Unidos y Europa, con el telón de fondo de la crisis financiera occidental y el hecho de que el exceso de capacidad china coincidía con las estrategias de desarrollo económico de esos países en desarrollo.

Sin embargo, la iniciativa de «la Franja y la Ruta» centra la cooperación económica en la antigua Ruta de la Seda terrestre y marítima, el espacio histórico donde se desarrolló el antiguo sistema de comercio de tributos de China. Ese tipo de visión estratégica hizo pensar inmediatamente en las dinastías Ming y Qing, cuando China estaba en la cima de la economía mundial antes de 1840, y parecía presagiar que se desprendería del sistema económico mundial moldeado por Estados Unidos y comenzaría a construir su propio sistema económico centrado en China.

Como los países de «la Franja y la Ruta» son predominantemente países en desarrollo, necesitan urgentemente inversiones internacionales para impulsar su crecimiento económico.  Para ello, China tomó la iniciativa de organizar la creación del BAII, una institución financiera internacional que se centra en apoyar el desarrollo de infraestructuras y promover la conectividad y la integración económica en la región asiática. Dado que China ha construido cadenas de suministro completas para la fabricación y construcción de equipos de infraestructura, su capacidad de ingeniería y fabricación es insuperable, lo que a su vez proporciona un fuerte apoyo financiero a medida que da rienda suelta a su capacidad de producción mundial. 

Aunque la creación del BAII requirió inversiones en dólares estadounidenses, en su calidad de primera institución financiera internacional patrocinada por China ayudará a promover la internacionalización de la moneda china, el renminbi (RMB). Dado que la inversión en infraestructura estimula el crecimiento económico, es necesario el apoyo gubernamental, y por ello, la construcción de la zona económica de la Franja y la Ruta no sólo tiene que ver con la cooperación económica, sino que también implica necesariamente la cooperación en los campos de la política y la seguridad, entre otros, formando así un apoyo mutuo con la Organización de Cooperación de Shanghai y ayudando a consolidar las buenas relaciones políticas entre China y los países implicados. Mientras que China considera que la Franja y la Ruta y el BAII son modelos de desarrollo para construir la conectividad y la cooperación en la que todos ganan, desde la perspectiva estadounidense, la iniciativa supone un claro desafío al orden económico y político mundial dominado por Estados Unidos, hasta el punto de que dicho país adoptó una postura negativa de resistencia desde el primer momento.

La internacionalización del RMB: un desafío a la hegemonía del dólar estadounidense

Tras el desarrollo de la economía china, ¿deberíamos internacionalizar el RMB y convertirlo en una moneda internacional que promueva el desarrollo económico mundial? Una razón importante por la que la economía china de la era de la reforma y la apertura se convirtió en una economía orientada a la exportación fue que China necesitaba desesperadamente «exportar para obtener divisas», ganar dólares y utilizarlos después para importar productos de alta tecnología de todo el mundo. En este sentido, la economía china estuvo «guiada por el dólar» desde el principio. Sin embargo, tras el crecimiento de la escala de las exportaciones globales chinas, las reservas de divisas en dólares estadounidenses también crecieron continuamente, especialmente después de 2008, cuando alcanzaron un máximo de 4 billones de dólares. 

Debido al bloqueo de Estados Unidos a China en materia de alta tecnología, China gana enormes cantidades de divisas en dólares estadounidenses, pero no puede comprar productos estadounidenses de alta tecnología, y al final suele utilizar esos dólares para comprar bonos del Tesoro de Estados Unidos, con lo que acaba estando «vinculada» al mercado del Tesoro de ese país. Ese tipo de profunda vinculación financiera requiere garantías económicas y políticas. Sin embargo, para estimular el desarrollo económico, Estados Unidos muchas veces usa una política de flexibilización cuantitativa y emite más divisas, lo que ha provocado la devaluación del dólar.  De este modo, las reservas de divisas de China, ganadas con tanto esfuerzo, corren el riesgo de una depreciación constante o incluso de caer en un impago de la deuda. Incluso preocupa si podrá mantener el crédito internacional para pagar su deuda nacional si las relaciones políticas entre China y Estados Unidos no se mantienen estables. Al mismo tiempo, el crecimiento económico chino requiere la importación de grandes cantidades de petróleo, y como el petróleo se negocia en dólares estadounidenses, se añade otro elemento de incertidumbre al funcionamiento de la economía china.

En este contexto, el desarrollo saludable de la economía china requiere que el país se aleje de la excesiva dependencia del dólar estadounidense en su actividad económica global, lo que disminuirá su riesgo económico y mantendrá su seguridad económica. De hecho, ya en la crisis financiera asiática de 1997, aunque el RMB no era una moneda internacional, la insistencia del gobierno chino en no devaluarla desempeñó, no obstante, un enorme papel en la estabilización de las economías de los países del Este y el Sudeste Asiático con estrechos vínculos económicos y comerciales con China, estableciendo así la credibilidad internacional del RMB por primera vez.

Después de 2008, la «desdolarización» se convirtió durante un tiempo en la opción estratégica de muchos países. En un momento dado, China, Japón y Corea del Sur propusieron establecer una zona de libre comercio de Asia Oriental, lo que hizo surgir la idea de crear un «dólar asiático» como moneda mundial. Sin embargo, las conversaciones sobre el tema se suspendieron después de que Estados Unidos sembrara la discordia entre los participantes. Posteriormente, China actuó por su cuenta y comenzó a promover la internacionalización del RMB, con la esperanza de desplegar su considerable poder económico para convertirla en una de las monedas internacionales para las transacciones económicas mundiales. En 2008, el Banco Popular de China comenzó a promover la circulación transfronteriza del RMB, y posteriormente estableció una cámara de compensación transfronteriza del RMB en Hong Kong. 

China también firmó acuerdos bilaterales de intercambio de monedas locales con Rusia, Corea del Sur, varios países del Sudeste asiático y países de África, América Latina y Europa. En 2015, el Fondo Monetario Internacional anunció la inclusión oficial del RMB en la cesta de monedas de derechos especiales de giro, convirtiéndolo en la quinta moneda internacional más importante después del dólar estadounidense, el euro, la libra esterlina y el yen japonés. China también está promoviendo gradualmente la conversión de Shanghai en un centro financiero internacional, muy parecido a Hong Kong. En enero de 2019, en medio de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, el Banco Popular de China y la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma (CNDR) publicaron conjuntamente el Plan de Acción para la Construcción del Centro Financiero Internacional de Shanghai (2018-2020), en el que se afirmaba claramente que Shanghai sería un mercado financiero global dominado por los productos en RMB, con una fuerte asignación de recursos financieros y alcance hacia el exterior para 2020.

Lo que es especialmente digno de mención es que, después de la desintegración del sistema de Breton Woods, la razón por la que el dólar estadounidense siguió desempeñando el papel de moneda internacional fue que, por un lado, Estados Unidos tiene un gran poder económico y militar, y por otro, que el dólar se definió hábilmente como la moneda para las transacciones de petróleo, lo que creó el sistema global de «petrodólares». Sin embargo, el continuo crecimiento económico chino no sólo mantuvo estable el RMB, sino que, además, la enorme y estable demanda de petróleo de China ha contribuido a estabilizar los precios mundiales del petróleo.

Siguiendo la tendencia mundial de desdolarización, los países exportadores de petróleo, especialmente Rusia, Irán, Venezuela y otros países exportadores sometidos a sanciones de Estados Unidos, se apresuraron a firmar acuerdos de suministro de petróleo con China que se calculan en RMB, lo que estabilizará el suministro de petróleo a China y también permitirá a los países exportadores de petróleo evitar la volatilidad y la inflación del dólar, lo que constituye una situación en la que todos los participantes salen ganando. Así pues, ¿puede el RMB establecer una relación comercial estable con el petróleo? China lleva mucho tiempo planeando un mercado de futuros del petróleo que se negocie en RMB, y fue en marzo de 2018, durante la guerra comercial entre Estados Unidos y China, cuando empezó a funcionar con bajo perfil el comercio de futuros del petróleo en Shanghai, cuyos planes llevaban más de una década en marcha.

Así, podemos ver que la década entre la crisis financiera estadounidense de 2008 y el lanzamiento de la guerra comercial de Trump en 2018 fue, por un lado, una década en la que Estados Unidos buscó acelerar el impulso de la evolución pacífica, mientras que, por otro lado, fue un período en el que China aprovechó la última ventana de oportunidad estratégica para acelerar la mejora de su economía. Y fue precisamente la mejora general de la economía china en el transcurso de esa década lo que transformó a China, a ojos estadounidenses, en la mayor potencia que desafía su hegemonía mundial. 

El temor de Estados Unidos al desarrollo chino puede verse de forma más concentrada en una serie de declaraciones de Stephen K. Bannon, el hombre que sirvió como estratega de la campaña de Trump y lo impulsó a la presidencia. Muchas de las iniciativas de la administración de Trump, como el nacionalismo económico, el populismo político, una cultura intelectual basada en la supremacía blanca y el conservadurismo, el incumplimiento de acuerdos internacionales, la prohibición de la inmigración musulmana y la guerra comercial con China, tienen como fuente directa las ideas del señor Bannon.

Como dijo Bannon, si Estados Unidos permite que China logre sus objetivos en tecnologías de vanguardia, como se indica en «Made in China 2025», la Franja  y la Ruta, y 5G, entonces China se convertirá primero en la superpotencia de alta tecnología de la revolución de la información, después en una superpotencia económica, y finalmente en una superpotencia financiera. Una vez que China logre tales objetivos, la hegemonía financiera estadounidense construida sobre el sistema del dólar se derrumbará. Según Bannon, Estados Unidos tiene unos cinco años para detener el desarrollo chino, lo que significa que nada es más importante que lanzar una guerra económica contra el país. Si Estados Unidos pierde esta oportunidad, será muy difícil enderezar las cosas en el futuro. Como resultado, Bannon no solo apoyó a Trump en sus ataques a Huawei, sino que argumentó que restringir y sancionar a la compañía no era suficiente; las empresas chinas deberían ser expulsadas del sistema económico y financiero mundial dominado por Estados Unidos.

A nadie le gustan las retóricas extremas como la de Bannon, pero son precisamente declaraciones como las suyas las que sacan a la luz la realidad de la política. La política no es como la moral, y debe incluir luchas desnudas por intereses y competencias de poder, el dominador y el dominado, el gobernante y el gobernado, todo ello a causa de la lucha y la competencia, los eternos temas de la política. La razón por la que las palabras de Bannon o de Trump pueden tener un impacto tan grande en la gente es que sus palabras hablan del miedo de los estadounidenses al desarrollo de China, y es ese miedo el que ha llevado la relación sino-estadounidense a una trampa de Tucídides. Lo que significa, a su vez, que China debe enfrentarse cada vez con más urgencia a una guerra comercial, financiera, geopolítica e incluso militar.

El retorno de la política: «la nueva gran lucha»

Es como dijo el CEO de Huawei, Ren Zhengfei (nacido en 1944): aunque Huawei pensó que un día habría un duelo con Estados Unidos en la cima de una montaña, y se preparó completamente para ello, cuando Estados Unidos atacó repentinamente, Huawei aún no esperaba que el ataque fuera tan amplio, ni que la fuerza de ataque fuera tan determinada. De hecho, el PCC sabía desde hace tiempo que algún día tendría que enfrentarse a un ataque estadounidense. Poco después de que ocurriera el 11-S, el PCC convocó el XVI CNP en 2002, que definió los primeros veinte años del siglo XXI como «un importante período de oportunidades estratégicas que debe ser aprovechado y que puede tener un gran efecto».

Lo que querían decir con «importante período de oportunidades estratégicas» es que China debía aprovechar la rara oportunidad de formar un alto nivel de cooperación con Estados Unidos como resultado de la guerra contra el terrorismo, y poner toda su energía para desarrollar su economía, porque «el desarrollo es la dura verdad». La «dura verdad» subraya aquí el hecho de que es la fuerza de la economía china la que decidirá el peso y la posición de China en la relación sino-estadounidense y en las relaciones internacionales de China en general. 

En la misma reunión, las autoridades centrales también propusieron hacer frente a una competencia internacional cada vez más feroz en los ámbitos tecnológico y económico, aprovechando plenamente las ventajas comparativas de China y sus ventajas como nación de desarrollo tardío, vinculando la industrialización con la digitalización, en suma, embarcándose en una «nueva trayectoria de industrialización» con alto contenido tecnológico, buenos beneficios económicos, bajo consumo de recursos, menos contaminación ambiental y pleno aprovechamiento de las ventajas de los recursos humanos. Esa trayectoria de industrialización se denominó, en sentido figurado, «rebasar en la curva», lo que significaba que, en términos de desarrollo económico, China y Estados Unidos competirían inevitablemente por la alta tecnología.

Las zonas de error de la «política»: la política mal entendida como técnica, derecho y gobernanza

A pesar de todo esto, cuando Estados Unidos lanzó su guerra comercial contra China, mucha gente no comprendió la importancia de la trampa de Tucídides y siguió creyendo en la teoría del «lastre» de las relaciones sino-estadounidenses, lo que los llevó a la siguiente opinión básica: la relación sino-estadounidense «nunca será tan buena cuando sea buena, y nunca será tan mala cuando sea mala». Por un lado, el origen de esta opinión se encuentra en la experiencia histórica de las últimas décadas, cuando la cooperación y una cierta división del trabajo en el frente económico condujeron a una cooperación de bajo nivel en el frente político, mientras se ignoraban los cambios en la relación provocados por el enorme progreso de China en la modernización industrial, el desarrollo de infraestructuras de la Franja y la Ruta y la internacionalización del RMB, todo lo cual cambió la dinámica de la competencia.

Por otra parte, la «no discusión» de la política por parte de China en las últimas décadas, y su enfoque en la cooperación sino-estadounidense como herramienta para el desarrollo económico chino, acabó produciendo en la sociedad china un tipo de pensamiento económico que carece de conciencia política, y que confunde la relación dialéctica entre la economía y la política:   en lugar de mirar la economía desde el punto de vista de la política, mira la política desde la perspectiva superficial de la gobernanza económica, pensando que la política es sólo un negocio, un mero intercambio de intereses, sin ver que la política implica la competencia entre individuos, pueblos y naciones en términos de valores y creencias, identidad cultural y estilos de vida.

De la «no discusión» a las «verdades duras», la clase política china, en el proceso de promover ambiciosamente el rápido desarrollo económico, ha aceptado consciente o inconscientemente la noción de utilizar el pensamiento económico como solución a todas las decisiones del gobierno y, en particular, a los problemas políticos, lo que ha llevado a la difuminación de la conciencia política, al estancamiento del pensamiento político e incluso a la desaparición de la capacidad política. El liderazgo ya no emplea medios ideológicos y políticos para resolver los problemas políticos, sino que utiliza medios económicos para mitigarlos o esconderlos bajo la alfombra. 

A nivel interno, ante la fragmentación social y los intereses divergentes, predican el mantenimiento de la seguridad económica, una especie de «solución del RMB al problema de las contradicciones entre el pueblo». Ante un «movimiento independentista de Taiwán» cada vez más fuerte, incluso buscan la solución en la ampliación de los lazos económicos. Ante las disputas por los tipos de régimen y la gobernanza de Hong Kong, buscan suavizar las cosas «haciendo grandes regalos». Ante el extremismo religioso y el terrorismo cada vez más virulentos en Xinjiang, ponen su esperanza en la promoción del desarrollo económico. Y ante el continuo estallido de incidentes masivos en el país, responden arrojando dinero sobre ellos.

Se podría decir que la élite china, en esta atmósfera de circo falso creado por el crecimiento económico sostenido y la estabilidad internacional y nacional, ha perdido lentamente su conciencia política, su voluntad política y quizás incluso su capacidad política, tras lo cual han llegado a confundir las cuestiones de «gobernanza 治理» con las de «política 政治». Dicho de otro modo, han confundido la «política de intereses 利益政治» [traducida al inglés como «politics» (política) en el original] con la «política cultural 文化政治» [traducida al inglés como «the political» (lo político) en el original], creyendo que la «política» es un mero regateo sobre el reparto de intereses y que, por tanto, puede «suavizarse con RMB», lo que significa que las cuestiones políticas son cuestiones de reparto de la riqueza, problemas de gobernanza que se resuelven con técnicas de mediación. 

Este tipo de «política de intereses» olvida que las personas, por naturaleza, no son animales que se limitan a prestar atención a la comodidad material, sino que son seres superiores con alma, espíritu y valores que perseguir. Y la naturaleza básica de la política está comprometida con la exploración y construcción de esta vida comunitaria de valores, aspiraciones, creencias e ideales. La política, por tanto, implica inevitablemente una exploración de valores y formas de vida, un choque de culturas e ideologías, una «batalla de dioses» o incluso un «choque de civilizaciones». 

En este sentido, la política es esencialmente el arte de ganar corazones y mentes. Los problemas a los que nos enfrentamos en Xinjiang, Tíbet, Taiwán y Hong Kong no tienen que ver, en primer lugar, con el desarrollo económico y la riqueza material, sino con la educación cultural, los valores y la filosofía política, cuestiones sobre cómo defender el territorio de los corazones y las mentes. Y ante la creciente fragmentación ideológica interna, lo que la gente necesita no es sólo un aumento de la riqueza; es mucho más importante renovar nuestra creencia de cómo actuar como personas, de las normas sociales y de los ideales de vida.

De hecho, desde el movimiento del 4 de mayo, lo que el PCC ha defendido es la noción básica de esa «política cultural». Sin embargo, el desarrollo económico de la reforma y la apertura ha llevado a la asfixia del tema. En particular, la proliferación del uso de técnicas, leyes y estrategias de gobernanza en la política basada en los intereses ha ahogado el desarrollo de una nueva conciencia política y un nuevo pensamiento político, y el partido gobernante se ha vuelto cada vez más burocrático, contentándose con dirigir a las masas con órdenes ejecutivas en lugar de llegar a las masas, de convertirse en uno con las masas 与群众打成一片.  La élite de la clase media recién ascendida ha perdido sus ideales y creencias, sus valores morales están en decadencia y el nihilismo histórico es galopante.

Ya no saben distinguir entre amigos y enemigos en política, ya no se preocupan por cómo ganar el apoyo de las masas a través del pensamiento político, ya no se preocupan por el espíritu nacional ni por la voluntad política. Ya no discuten la dirección del desarrollo histórico ni la trayectoria de desarrollo de China, y miran la política con una mentalidad del «último hombre» del «fin de la historia», pensando que el propósito fundamental de la política china es mantener relaciones estables entre China y Estados Unidos. Algunos incluso sostienen que el desarrollo económico chino consiste en beneficiarse de las ventajas comparativas creadas por la división del trabajo en el mercado global, mientras que se oponen a la promoción de la mejora industrial a través de la política industrial. Visto superficialmente, esto parece ser una cuestión económica, pero en realidad es una cuestión política, a saber, evitar el daño a la relación general entre Estados Unidos y China.

Siguiendo la lógica objetiva del desarrollo económico, el rápido crecimiento chino creó una situación competitiva con Estados Unidos, hasta el punto de enfrentarse al riesgo de la trampa de Tucídides; sin embargo, en el ámbito subjetivo y dinámico de la política, toda la élite social china carece de conciencia de crisis y de conciencia política, así como de confianza cultural e institucional, por lo que cae en el falso circo de nuestra «sociedad armoniosa» y del reino de la paz permanente entre China y Estados Unidos. La dinámica objetiva del desarrollo económico de China y la mentalidad subjetiva de la élite política china han creado una peligrosa ruptura, hasta el punto de que la gran mayoría de la población no es consciente de la crisis política sin precedentes que se avecina. 

En tales circunstancias, aunque el XVIII Congreso Nacional del PCC de 2012 llamó a todo el Partido a «prepararse para una gran lucha con muchas nuevas características históricas», mucha gente no entiende el verdadero significado de la «nueva gran lucha», y algunos incluso están preocupados de que el concepto de «lucha» vuelva a la lucha de clases de antaño, y por lo tanto, ven la «lucha» como la vieja ideología de los «viejos izquierdistas», sin ver que esta «nueva gran lucha» es contra la inevitable trampa de Tucídides, una lucha por el control y el contra-control frente al nuevo Imperio Romano construido por Estados Unidos.

El desafío de la «solución china» al «fin de la historia»

Ante esta peligrosa situación, después del XVIII CNPCC, la dirección central se volcó primero en la construcción del Partido y en la educación ideológica, dirigiendo la construcción ideológica y las iniciativas políticas de alta presión contra la corrupción, la construcción del estilo de trabajo y organizativa, reactivando la naturaleza ideológica, política y popular del Partido gobernante, inyectando de nuevo la vitalidad política al Partido y restaurando sus creencias, su cohesión política y su poder de lucha. Tal como dice el informe del XIX CNPCC, que resume los cinco años transcurridos desde el XVIII CNPCC: 

En los últimos cinco años, hemos actuado con valentía para afrontar los principales riesgos y pruebas a los que se enfrenta el Partido y para tratar los problemas prominentes dentro del propio Partido. Con firmeza, hemos reforzado la disciplina y mejorado la conducta del Partido, hemos combatido la corrupción y castigado las infracciones, y hemos eliminado los graves peligros potenciales en el Partido y en el país. Como resultado, tanto el ambiente político intrapartidario como el ecosistema político del Partido han mejorado notablemente. La capacidad de innovación, el poder de unión y la energía de lucha del Partido se han fortalecido notablemente; la solidaridad y la unidad del Partido se han reforzado, y nuestro compromiso con el pueblo ha mejorado mucho. El temple revolucionario ha fortalecido a nuestro Partido, que ahora irradia una gran vitalidad. Con ello, los esfuerzos por desarrollar la causa del Partido y del país han adquirido un fuerte apuntalamiento político.

Sobre la base de estos fundamentos, el PCC se dedicó a resolver el problema de los objetivos y la dirección de nuestras reformas, cuestiones que hemos tratado de resolver, sin éxito, a lo largo del período de reforma y apertura: la cuestión de hacia dónde se dirigirá en última instancia el  desarrollo de China. La Tercera y Cuarta Sesiones Plenarias del XVIII Comité Central del PCC promovieron claramente «la maduración gradual y la culminación del sistema de socialismo con características chinas», lo que está claramente relacionado con las cuestiones de promover la modernización del sistema de la capacidad de gobernanza del país.

Esto significaba que la reforma del sistema político de China ya no podía seguir el camino que conducía a la democracia occidental, sino que tenía que mantener el liderazgo del Partido y defender el socialismo con características chinas. En esa vía de desarrollo, el «liderazgo del Partido» no sólo se ha incorporado al sistema nacional del Estado de derecho a través de las leyes y reglamentos del Partido, sino que también se ha escrito explícitamente en el texto de la Constitución a través de enmiendas, lo que bloquea la posibilidad de una evolución pacífica. Y en la Cuarta Sesión Plenaria del XIX Comité Central se hicieron desarrollos institucionales más específicos relacionados con la adhesión y el perfeccionamiento del sistema de socialismo con características chinas y la modernización del sistema y la capacidad de gobernanza del país.

Y lo que es más importante, el sistema del socialismo con características chinas no solo permanece inalterado dentro de China, sino que hará una contribución cada vez mayor a la humanidad en su conjunto. En una conferencia celebrada en 2016 para conmemorar el 95 aniversario de la fundación del PCC, el secretario general Xi Jinping declaró públicamente que «la historia no ha terminado, ni puede terminar… los comunistas chinos y el pueblo chino confían plenamente en que pueden aportar una solución china a la búsqueda de la humanidad de un sistema social mejor.» Y el Informe del XIX Congreso Nacional de 2017 propuso además que la vía de desarrollo de China «puede ampliar el camino hacia la modernización de los países en desarrollo, ofrecer nuevas opciones a los países y pueblos del mundo que deseen tanto acelerar el desarrollo como mantener su propia independencia, y aportar sabiduría y soluciones chinas para resolver los problemas humanos».

Desde la perspectiva estadounidense, no cabe duda de que se trata de un desafío público a su ideología del «fin de la historia» y a su construcción del imperio mundial, un desafío que requiere un cambio en la actitud de Estados Unidos hacia China. Podría decirse que los cinco años transcurridos entre el XVIII CNPCC de 2012 y el XIX CNPCC de 2017 han sido un lustro crucial en el camino del gran resurgimiento de la nación china, cinco años de una carrera contrarreloj que preparan el terreno para la inevitable trampa de Tucídides, cinco años de resurgimiento político a gran escala en torno a esta gran lucha. 

Para ello, en el frente económico, China hizo todo lo posible por promover la producción nacional de tecnologías básicas relacionadas con la seguridad nacional, como las redes de información, para evitar que Estados Unidos utilizara dichas tecnologías básicas para controlar a China. A través de la Franja y la Ruta, China trató de ampliar los mercados de ultramar e impedir que Estados Unidos suprimiera los mercados de China en Europa y Estados Unidos. China promovió la internacionalización del RMB y el comercio de futuros de petróleo en RMB para evitar las guerras energéticas y monetarias iniciadas por Estados Unidos. 

En el frente militar, ha reconstruido el espíritu militar mediante iniciativas contra la corrupción, la reconstrucción política y la reforma institucional; ha acelerado la creación de islas artificiales en el Mar del Sur de China para ganar impulso geoestratégico; ha acelerado la modernización militar para que los militares se adapten a las necesidades de la guerra en ejercicios con municiones reales; y ha acelerado el desarrollo y la fabricación de nuevos tipos de armas para mejorar la fuerza general de la defensa nacional con el fin de hacer frente a cualquier conflicto militar que pueda surgir. En cuanto a las relaciones internacionales, China reforzó y consolidó la cooperación estratégica sino-rusa, fortaleció la cooperación con los países vecinos y la Unión Europea, amplió al máximo el espacio político internacional de China y respondió al concepto estadounidense de imperio mundial con el de «comunidad de destino humano».

Tras esos cinco años de esfuerzos, el Informe del XIX Congreso Nacional de 2017 anunció el amanecer de una nueva era, y los consiguientes cambios constitucionales [eliminando el límite de dos mandatos para el cargo de presidente], que privaron a Estados Unidos de la posibilidad de intervenir en la política china a través de un cambio de liderazgo generacional para diseñar una evolución pacífica. Desde el punto de vista estadounidense, esto equivalía a declarar el fracaso de la duradera estrategia estadounidense de evolución pacífica, y significaba que Estados Unidos tendría que ajustar su estrategia hacia China.

De hecho, China había anticipado desde hacía tiempo que Estados Unidos cambiaría su estrategia respecto a China. En el Informe del XIX CNPCC, «lucha» llegó a ser una de las principales palabras clave de todo el documento. Esto equivalía a anunciar antes del hecho el punto de vista político de China respecto a las medidas de ataque que Estados Unidos estaba preparando: atreverse a luchar, no rendirse nunca. A pesar de ello, incluso después de la conclusión del XIX CNPCC, mucha gente seguía sin entender el significado oculto de «lucha», hasta el punto de que, cuando Estados Unidos sancionó a ZTE e inició una guerra comercial contra China, muchos lo achacaron a la propaganda altisonante que surgió en la opinión pública china después del XIX CNPCC, y no vieron la contradicción estructural de la trampa de Tucídides a la que se dirigían las relaciones entre China y Estados Unidos.

No fue hasta que las exigencias estadounidenses en la guerra comercial se volvieron cada vez más costosas, y especialmente con la infundada detención de Meng Wanzhou y los ataques estadounidenses contra Huawei, que la cruel realidad empezó a calar en el pueblo chino, lo que llevó a mucha gente a cambiar de actitud y a darse cuenta de que, en ausencia de una serie de concienzudos esfuerzos proactivos desde 2012, en ausencia del fuerte liderazgo del Partido y de la sólida y decidida dirección en el núcleo del Partido, China simplemente no estaría en condiciones de hablar tranquilamente de una «guerra prolongada» en la forma en que lo hacemos hoy.

En resumen, en lo que respecta a las relaciones internacionales, China ha rechazado la tentación de la cogobernanza sino-estadounidense, se ha opuesto a atarse al carro de guerra del imperio mundial de Estados Unidos, se ha aferrado sistemáticamente a una política exterior independiente y soberana, y ha propuesto que Estados Unidos y China construyan un «nuevo estilo de relación entre grandes potencias” verdaderamente igualitaria, amistosa y cooperativa. Sin embargo, este tipo de relación sino-estadounidense claramente no encaja en los sueños estadounidenses de imperio mundial y representa una propuesta política que, en el Estados Unidos actual, ni un gobierno liberal ni uno conservador pueden aceptar. Esto significa que la esperanza liberal estadounidense de que un compromiso constructivo cambiaría a China para que ésta se sometiera a una Pax Americana ha resultado infructuosa. Como los conservadores estadounidenses expresaron en su carta abierta de apoyo a Trump: «Observamos que la RPC no reconoce los principios y las reglas del orden internacional existente, que bajo una Pax Americana ha permitido el mayor período de paz y prosperidad global en la historia de la humanidad» 7. Esto revela, sin duda, la verdad política del conflicto sino-estadounidense.

Hay que señalar que aquí, los conservadores estadounidenses están proclamando desnuda y abiertamente una Pax Americana. El concepto proviene de la Pax Romana creada por el Imperio Romano. En este contexto, los liberales estadounidenses empezaron a discutir la cuestión de por qué habían «juzgado mal a China», por qué, a pesar de la ayuda estadounidense al desarrollo económico chino, una China desarrollada no sólo no se convirtió en un socio estratégico del imperio mundial estadounidense, sino que se convirtió en un competidor estratégico que desafiaba la Pax Americana. Atribuyeron la razón al sistema político del PCC, e incluso a aspectos personales del liderazgo de Xi Jinping. Por lo tanto, siguiendo esta lógica, el liderazgo del Partido Comunista Chino y el sistema de socialismo con características chinas se convirtieron en escollos en la construcción del nuevo Imperio Romano de Estados Unidos. 

Siguiendo esta lógica, si quieren construir el nuevo Imperio Romano, primero tendrán que lanzar una nueva Guerra Fría contra el sistema político chino. Siguiendo la misma lógica, también podemos entender la decepción universal en Estados Unidos, especialmente entre aquellos que han sido amigos de China durante mucho tiempo, incluyendo las preocupaciones de conservadores como Kissinger. Esta decepción es seguramente similar a la que sintió el embajador estadounidense John Leighton Stuart (1876-1962) cuando dejó China en 1949. Y la reacción a ese tipo de decepción puede convertirse fácilmente en una especie de resentimiento psicológico que constituye el origen psicológico de la nueva Guerra Fría contra China defendida por muchas personas incluso en el Partido Demócrata.

Al mismo tiempo que la administración de Trump critica a las administraciones pasadas por haber «juzgado mal» a China, la sitúa claramente como un «competidor estratégico» y sustituye la definición anterior de «socio estratégico.» Se podría decir que el fracaso de la estrategia de compromiso con China liderada por los demócratas es la razón por la que tanto el partido demócrata como el republicano, por muy diferentes que sean en política interna, han pasado del compromiso a la contención y de la cooperación a la competencia en sus políticas hacia China. De hecho, la estrategia ha evolucionado a partir de la experiencia histórica de Estados Unidos en su trato con la Unión Soviética durante la Guerra Fría.

Si decimos que la anterior política de compromiso de Estados Unidos dependía de las fuerzas internas de China para tener éxito, entonces la política de contención que la reemplazó requiere que el propio Estados Unidos «se una a la batalla». Esto significa que la administración de Trump utilizará cualquier medio —político, económico, militar, de opinión pública, cultural— para contener y atacar a China. La represión no se limita a la guerra comercial entre Estados Unidos y China y al ataque a Huawei, sino que podría convertirse en una competencia en los ámbitos tecnológico, económico, financiero, de seguridad y militar. Esa competencia conducirá inevitablemente a propuestas para promover el desacoplamiento de los dos países.

En la actualidad, Estados Unidos ha iniciado una caza de brujas contra los chinos en los campos de la alta tecnología, la cultura y la educación; ha comenzado a prohibir a los estudiantes chinos la entrada a Estados Unidos para estudiar en campos de alta tecnología y restringido los intercambios de las empresas chinas con Estados Unidos en los campos de la tecnología y las finanzas. Detrás de esta teoría del desacoplamiento se encuentra la teoría de la nueva Guerra Fría, que dará lugar a una situación como la de los «dos grandes bandos» de la Guerra Fría, «un mundo, dos sistemas» de competencia mutua. Esta nueva Guerra Fría es diferente de la Guerra Fría en la que las dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, competían por el dominio del mundo; ahora se ha adoptado la doctrina de la «excomunión» de un nuevo tipo de imperio cristiano, y como China no se somete al sistema imperial mundial dominado por Estados Unidos y no cree en las ideas liberales y democráticas del protestantismo estadounidense, entonces debe ser expulsada del sistema imperial mundial. 

En este sentido, lo «nuevo» de la nueva Guerra Fría es que las diferencias entre Estados Unidos y China ya no son diferencias ideológicas entre comunismo y liberalismo o socialismo y capitalismo, sino que se basan en diferentes concepciones de la vía de desarrollo de la modernización y de las disposiciones resultantes del orden mundial.

El consejo de Huntington: las raíces ideológicas de «juzgar mal» a China

Si consideramos la discusión de «por qué Estados Unidos perdió a China» en 1948 a «por qué juzgó mal a China» en 2018 como grandes errores en la política estadounidense hacia China en períodos críticos de su historia, entonces deberíamos analizar por qué la política estadounidense hacia China ha cometido repetidamente esos enormes errores estratégicos.

Se trata, obviamente, de una cuestión teórica extremadamente compleja. Para el objeto de este ensayo en particular, descubriremos que esas dos políticas hacia China, de épocas y tipos diferentes, comparten, sin embargo, una base ideológica. Por un lado, el gobierno estadounidense ha creído sistemáticamente que los mercados económicos y la libertad cultural promoverían inevitablemente la democratización y la creación de un sistema democrático multipartidista; al mismo tiempo, creen que un gobierno democrático debe ser necesariamente un gobierno proestadounidense. Lo que une a ambos temas en la política nacional e internacional es la creencia en un único «fin de la historia», a saber, que el modo de vida definitivo en el desarrollo de la historia de la humanidad es el de las democracias liberales, de las que Estados Unidos es un modelo, y que Estados Unidos representa el modo de vida que la humanidad adoptará inevitablemente en el futuro.  Esta teoría está tipificada por el «fin de la historia» de Fukuyama.

Desde esta perspectiva, podemos entender finalmente que, para construir un gobierno proestadounidense en China, Estados Unidos no ha escatimado esfuerzos para promover la completa occidentalización o la completa americanización de China; del mismo modo, para impulsar a China a dejar atrás los «tres desfiladeros de la historia» y lograr la causa de la democratización política, los liberales chinos no han dudado en admirar a Estados Unidos. No sólo los dos objetivos son similares, sino que ambas propuestas siguen la misma lógica ideológica. Y es precisamente por eso que sólo examinando estos dos ejemplos del «fin de la historia», que han sido abrazados por los liberales en Estados Unidos y en China, podemos entender por qué Estados Unidos ha «juzgado mal a China» y, en última instancia, «ha perdido a China». De hecho, el asesor de Fukuyama, el politólogo estadounidense Samuel T. Huntington (1927-2008), llevó a cabo un exhaustivo replanteamiento de estas dos cuestiones en la ideología política estadounidense, que seguramente puede tomarse como un consejo sincero del realista al idealista liberal

Los asesores de los países en vías de modernización tardía no están en Washington

En uno de sus primeros volúmenes, Political Order in Changing Societies, Huntington reflexionó profunda y críticamente sobre la promoción de los movimientos democráticos en el Tercer Mundo por parte de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, que tuvo como resultado la disolución del orden, y posteriormente produjo conflictos, caos, masacres, violencia, separatismo, guerra y revolución. Basándose en sus reflexiones sobre esas experiencias históricas, Huntington sugirió que la teoría de la ciencia política hiciera una distinción entre «modernidad» y «modernización». La modernidad se refería a un estilo de vida completamente nuevo, que incluía la economía de mercado, la libertad, el Estado de derecho, el gobierno constitucional, etc., que surgió tras la transformación de la sociedad tradicional en moderna dentro de la experiencia histórica europea. La modernización se refiere al proceso histórico específico que va de la desintegración de la autoridad en la sociedad tradicional a la construcción de una nueva autoridad social. Si decimos que el primero es un análisis normativo, el segundo es el análisis de la historia política. En este proceso histórico concreto, algunos países tuvieron éxito y otros fracasaron, e incluso en Europa, el punto de partida de la modernidad, Inglaterra y Estados Unidos suelen considerarse ejemplos de éxito, mientras que la inestabilidad política que siguió a la gran Revolución Francesa suele considerarse un ejemplo de fracaso.  

Basándose directamente en estos ejemplos históricos, Huntington criticó en su volumen la teoría política occidental por su creencia ideológica dogmática de que los gobiernos democráticos liberales representan el ideal político más elevado, y argumentó que el problema principal de la política no es la democracia liberal, sino cómo evitar caer en la anarquía del «sálvese quien pueda», que Huntington denominó «decadencia política». Por esta razón, en opinión de Huntington, la primera cuestión en política no es la cuestión de la forma de gobierno, sino la cuestión de la autoridad, o en otras palabras, cómo establecer una autoridad política estable, sólo después de lo cual se puede imponer el orden político y evitar la decadencia política. 

Esta teoría representa la diferencia básica entre Huntington y el «fin de la historia» de Fukuyama; este último es una teoría normativa, y considera que la cuestión básica en política es la de la forma de gobierno. Más tarde, Fukuyama revisó su teoría a la luz de la realidad, y dirigió su atención a la capacidad de la gobernanza nacional.

En consecuencia, como parte del proceso histórico de modernización, la economía de mercado destruyó la economía tradicional, lo que llevó a la desintegración de la estructura social tradicional, y la racionalización y liberalización de los estilos de vida destruyeron las creencias, la moral y las normas tradicionales de la vida social. Sin embargo, si, tras la consiguiente desintegración de la autoridad tradicional, no se establece efectivamente la autoridad producida por el proceso democrático, la democratización política corre el mayor peligro de todos: el descenso a la anarquía. La democratización política promovida por Estados Unidos en África, América Latina y el Sudeste Asiático después de la Segunda Guerra Mundial se topó, por lo general, con este tipo de decadencia política.

El punto de partida de Huntington fue precisamente esta cuestión de cómo superar la decadencia política, y estudió los caminos producidos por diferentes antecedentes históricos y culturales. Por ejemplo, en el proceso de democratización, Turquía experimentó una decadencia política, y finalmente restauró el orden político mediante el establecimiento de un «gobierno militar». En China, el PCC consiguió que se restableciera el orden político, que superó con eficacia las décadas de caos y guerra civil que había provocado la democracia. Basándose únicamente en el respeto a los hechos de la historia, Huntington, a pesar del clima ideológico creado por la Guerra Fría, elogió mucho a la Unión Soviética y a China por haber superado la decadencia política a través de los regímenes de partido único de sus partidos comunistas, consiguiendo así un gobierno político efectivo. 

Así, argumentó que, para los países del Tercer Mundo, los asesores que podían ayudarles a implementar la política democrática no se encontraban en Washington, sino en Moscú y Pekín. El modelo de Washington trajo la decadencia política, mientras que el modelo de Moscú y Pekín trajo el orden político efectivo. A partir de la síntesis de estas experiencias históricas, Huntington se opuso claramente a los argumentos ideológicos a favor de la democracia, y propuso en su lugar el desarrollo económico y el establecimiento de canales institucionales más democráticos para la participación pública, que luego servirían de base para la consolidación y el aumento de la autoridad política democrática a través de la supresión efectiva de las expectativas excesivas generadas por la ideología democrática.

La promoción estadounidense de la globalización da lugar necesariamente a gobiernos antiestadounidenses en todo el mundo

El argumento de Huntington no sólo explica por qué Estados Unidos perdió a China en 1948, también explica por qué Estados Unidos juzgó mal a China en 2018. Los movimientos democráticos extremos asociados a la Revolución de 1911 destruyeron las formas tradicionales de autoridad china, pero no lograron establecer una autoridad democrática efectiva, y el gobierno republicano siguió sumido en la decadencia política del caos, el separatismo y la guerra civil. Tal decadencia política sólo llegó a su fin cuando el PCC hizo uso de medios de movilización social aún más radicales y restableció una autoridad política moderna, la autoridad moderna, democrática y soberana que sustituyó a la autoridad tradicional del emperador.

  Sin embargo, cuando Estados Unidos promovió los movimientos democráticos en todo el mundo en la época de la posguerra, su objetivo principal era construir un mundo dependiente de él, lo que significa el establecimiento de gobiernos semicoloniales que se apoyan en la clase media y los intelectuales de las ciudades portuarias para dominar el campo interior, un proceso que inevitablemente siembra las semillas de la decadencia política a través de las divisiones internas. En ese sentido, la promoción activa de la mercantilización económica, la liberalización intelectual y la democratización política condujeron a menudo a la decadencia política. De hecho, la democratización activa de la política por parte de Estados Unidos fue la principal culpable de empujar a esos países a la decadencia política, hasta el punto de que, para contrarrestar la tendencia, dichos países tuvieron que construir instituciones políticas más fuertes y gobiernos con un sentido «antiestadounidense» de la autonomía política.

La historia de la post-Guerra Fría también demuestra el valor de las ideas de Huntington. La desintegración de la Unión Soviética fue un ejemplo exitoso de evolución pacífica promovida por Estados Unidos, así como un caso clásico de democratización política que llevó a la decadencia política. La democratización llevó al colapso del país, las reformas mercantilistas radicales de la «terapia de choque» condujeron al colapso económico, la riqueza nacional desapareció en los bolsillos occidentales de la noche a la mañana, y una potencia mundial que había hecho temblar de miedo a Estados Unidos se convirtió en un Estado decadente. Por tal razón, si Rusia quiere dejar atrás la decadencia política y reconstruir un gobierno fuerte, su gobierno no puede ser proestadounidense, sino antiestadounidense. Por eso hay un vínculo interno entre el ascenso de Putin y el antiamericanismo ruso, pues se cree que ser proestadounidense trae consigo la decadencia política, mientras que, para dejarla atrás, hay que oponerse a Estados Unidos.

La década de 1980 en China fue también una época desbordante de pensamiento liberal, pero fue precisamente cuando el gobierno chino puso fin oportunamente a las «revoluciones de colores» apoyadas por los liberales estadounidenses a los que China, abrazando la idea de que «la estabilidad lo supera todo», garantizó la autoridad y la estabilidad políticas, y sobre tal base aceleró las reformas de mercado. En el proceso, el hecho de que las reformas democráticas extremas que se estaban llevando a cabo en la Unión Soviética condujeran a la desintegración del país, al colapso de la economía y a la decadencia política, sirvió de espejo para China, y dejó más clara la trampa de la decadencia política y reveló también la verdadera cara de la evolución pacífica que Estados Unidos estaba impulsando en China. A partir de entonces, incluso cuando Estados Unidos continuó intensificando sus esfuerzos para llevar a cabo la evolución pacífica de China, el gobierno chino se mantuvo constantemente receloso de la estrategia estadounidense y de los liberales chinos a los que apoya para promover la evolución pacífica bajo la cobertura de la «reforma del sistema político», y calificó esta vía de democratización política como «un camino maligno que conduce al cambio de régimen».

  «Con la historia como espejo, se puede conocer el ascenso y la caída de un Estado». La razón por la que Estados Unidos juzgó mal a China, y por la que las reformas económicas chinas no tomaron el camino de la evolución pacífica que Estados Unidos había imaginado, es precisamente que los políticos chinos siguieron conscientemente los «consejos sinceros» de Huntington. Esto no se debe a que leyeran a Huntington, sino que fue el resultado de las lecciones prácticas aprendidas sobre las realidades políticas a partir de la experiencia china desde la Revolución de 1911 y la desintegración de la Unión Soviética. Para los políticos, la historia y la realidad contemporánea sirven como libros de texto políticos vivos.

Por supuesto, no podemos decir que la razón por la que Estados Unidos promovió la democratización en todo el mundo en el periodo de posguerra fuera crear decadencia política. De hecho, los gobiernos que la sufren, incluso si son proestadounidenses, no sirven realmente a los intereses de la estrategia estadounidense de construir un imperio mundial, porque esos gobiernos en decadencia a menudo requieren que Estados Unidos invierta una fuerza considerable en apuntalarlos, lo que a menudo lleva a Estados Unidos al borde del desastre. 

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Por ejemplo, su apoyo al gobierno de Syngman Rhee los obligó a entrar a la guerra de Corea, y su apoyo a Ngo Dinh Diem los llevó al atolladero de la guerra de Vietnam. Lo que Estados Unidos necesita son gobiernos proestadounidenses con estabilidad y capacidad de gobierno, el tipo de gobiernos proestadounidenses que no dependen de Estados Unidos, sino que se identifican con su cultura y sus valores. La Europa de posguerra y Japón son ejemplos clásicos. Por esta razón, un aspecto importante de la estrategia global de Estados Unidos es promover sin reparos los valores y estilos de vida estadounidenses, lo que incluye la construcción de regímenes democráticos liberales.

Sin embargo, lo que Estados Unidos ha pasado por alto es que, una vez que la política democrática y los valores culturales estadounidenses van de la mano, los países en proceso de democratización tendrán que tomar una difícil decisión en materia de política cultural: ¿deben elegir la cultura estadounidense o su propia cultura? Está claro que la estrategia estadounidense de «evolución pacífica» los empuja a identificarse con la cultura estadounidense, pero cuando esos países en proceso de democratización dejen atrás la decadencia política y alcancen la prosperidad económica y la estabilidad política, eso estimulará necesariamente su propio orgullo nacional y será más probable que se identifiquen con su propia cultura y no con la estadounidense. El hecho de que el gobierno turco actual esté dando gradualmente la espalda a la línea reformista elegida por Atatürk y volviendo a la senda islamista está claramente relacionado con la promoción estadounidense de las «revoluciones de colores» en Oriente Medio.

De hecho, en su Clash of Civilizations, Huntington reveló aún más la paradoja de la promoción mundial de los estilos de vida y valores culturales estadounidenses. En su opinión, en el proceso de democratización dirigido por Estados Unidos, la primera generación que recibe la influencia de los estadounidenses suele ser favorable a Estados Unidos y, por tanto, se identifica con su cultura y sus valores. Sin embargo, a medida que esos países adoptan la economía de libre mercado y la política democrática, el desarrollo nacional produce sentimientos de orgullo nacional, de modo que no se encuentran en el camino de la occidentalización o americanización, sino en su propio camino interno, y algunos pasan de ser proestadounidenses a antiestadounidenses.

De hecho, el «April Youth Club», que protestó contra la representación de la CNN del «incidente de la llama olímpica» en el Tíbet en 2008, es representativo de ello: quienes promovían ideológicamente el ascenso de China y desafiaban el orden hegemónico estadounidense no eran otros que las sucesivas generaciones de jóvenes chinos que habían estudiado en Estados Unidos. De ahí que, en opinión de Huntington, al final de la Guerra Fría el mundo no avanzó hacia un «fin de la historia» dominado por el estilo de vida estadounidense, sino hacia un «choque de civilizaciones». En su opinión, además del choque entre las civilizaciones cristiana e islámica, existe también el choque entre las civilizaciones cristiana y confuciana china.

Desde el movimiento del Cuatro de Mayo, la élite china se ha identificado con la cultura y los valores occidentales, ya sea la cultura capitalista estadounidense-europea o la cultura socialista de la URSS. Sin embargo, a medida que la estabilidad política y el florecimiento económico han estimulado el ascenso de China, el pueblo chino se ha ido despidiendo de las ideas de una completa occidentalización en materia cultural y presta poca atención a las diferencias ideológicas entre el capitalismo y el socialismo. En su lugar, están indigenizando activamente la cultura occidental y volviendo a la propia historia y tradiciones chinas, lo que explica los crecientes sentimientos de orgullo nacional y autoconfianza cultural. Esto lo podemos ver no sólo en la oleada de «estudios nacionales 国学热» a nivel popular, sino también en el vibrante aumento del conservadurismo cultural entre las élites chinas.

Y lo que es más importante, la nueva generación de dirigentes políticos hace aún más hincapié en la reactivación de las tradiciones culturales chinas. El XVIII CNPCC promovió la «autoconfianza en nuestro camino, en nuestra teoría y en nuestro sistema», y el XIX CNPCC hizo un añadido fundamental: la «autoconfianza cultural». Si los tres primeros expresan las diferencias entre el camino tomado por el sistema de socialismo con características chinas y el tomado por el capitalismo occidental, la autoconfianza final habla del renacimiento de la civilización y las tradiciones chinas.

Por esta razón, cuando Trump visitó Pekín en el período anterior a la guerra comercial sino-estadounidense, de lo que él y el secretario general Xi Jinping hablaron en la Ciudad Prohibida fue de la historia ininterrumpida de 5 mil años de civilización china. Esto significa que, si bien China puede aceptar la economía de mercado, la política democrática, la libertad cultural y otros conceptos basados en la tradición cultural occidental, no puede en absoluto tomar el camino del capitalismo occidental ni reproducir los estilos de vida estadounidenses, sino que seguirá su propio camino hacia la modernidad, moldeado por la historia y la civilización chinas. 

Este es también el significado político del énfasis constante del gobierno chino en «el camino del socialismo con características chinas» y «el renacimiento de la gran nación china». Sólo cuando China y Estados Unidos, dos grandes potencias, hayan llegado a la igualdad y el respeto mutuos en términos de cultura, historia y tradiciones, en términos de vías de desarrollo político y en términos de ideología, la relación sino-estadounidense podrá encontrar el camino correcto y establecer un nuevo estilo de relación de grandes potencias.

Por esta razón, en la historia de la post-Guerra Fría, cualquier nación fuerte, o cualquier nación que intente construir un gobierno fuerte, debe convertirse abierta o implícitamente en un país que «pueda decir no a Estados Unidos». Esto es cierto para Rusia, así como para China, Irán, Turquía y Corea del Norte, fue cierto para el antiguo Irak y la antigua Libia, y es cierto también para la Alemania de Merkel y la Francia de Macron. Esto se debe menos a que el mundo entero ha entrado en un periodo de «gobiernos fuertes» y más a que ha entrado en lo que el periodista Fareed Zakaria ha llamado la era «postamericana». Y en lugar de considerar que se trata de decisiones políticas tomadas por hombres fuertes, deberíamos verlas como el producto de la lógica interna de la historia política mundial, es decir, que la «globalización profunda» ha promovido la formación de una comunidad de destino común para toda la humanidad que permanecerá unida en las buenas y en las malas. 

Debe construirse un nuevo tipo de orden internacional sobre la base del respeto mutuo, y oponerse a la construcción por parte de Estados Unidos de un imperio mundial basado en la tradición imperialista occidental debe ser la misión común de toda la humanidad. Por esta razón, incluso antes de que se termine de construir el nuevo Imperio Romano de Estados Unidos, el proyecto se ha enfrentado a la resistencia y la oposición de todas las grandes potencias del mundo, incluida China. El camino que está tomando hoy Estados Unidos está recreando en realidad el camino que tomó la Unión Soviética en la época de Brezhnev en un esfuerzo por establecer la hegemonía mundial. Por eso, el diplomático singapurense Kishore Mahbubani (nacido en 1948) dijo que Estados Unidos actúa hoy en el mundo como lo hacía la Unión Soviética en aquella época, mientras que China actúa en el mundo como lo hacía Estados Unidos 8.

Conclusión

En la actualidad, la mayoría de los observadores de las relaciones sino-estadounidenses son pesimistas y creen que las cosas sólo empeorarán. Pero ese pesimismo se debe precisamente a los presupuestos de una visión ciegamente optimista de las relaciones sino-estadounidenses en las últimas décadas, es decir, al argumento de que China, en el proceso del compromiso internacional, se alinearía gradualmente con el imperio mundial construido por Estados Unidos. En cierto sentido, ese pensamiento optimista también presupone la premisa normativa del fin de la historia.  Sin embargo, si reflexionamos un poco sobre tal premisa normativa, nos daremos cuenta de que el optimismo no fue más que un breve momento histórico. 

A lo largo de la historia, China siempre ha sido una potencia mundial que maneja sus asuntos de forma independiente y elige su propia vía de desarrollo. Cuando la Nueva China inició su reconstrucción nacional, no dudó en enfrentarse a la supresión de las dos superpotencias mundiales, Estados Unidos y la URSS, al tiempo que exploraba su propia vía de desarrollo. Hoy, con el telón de fondo del ascenso chino, es aún más imposible someterse al orden imperial mundial impuesto unilateralmente por Estados Unidos. Y lo que es más importante, sólo desde una perspectiva geopolítica, si China se sometiera a los acuerdos estratégicos del imperio mundial estadounidense, significaría estar en la primera línea de la conquista estadounidense de Rusia, Medio Oriente y el mundo islámico. Está claro que esto no responde a los intereses nacionales de China, y su ubicación en el centro de Eurasia y del mundo del Pacífico la obliga a construir su propio mundo geopolítico. 

En realidad, en ausencia del trasfondo de la Guerra Fría, la reactivación global de las economías de mercado promovida conjuntamente por Reagan, Thatcher y Deng Xiaoping habría sido difícil; y en ausencia de los cambios globales creados por el 11-S, la cooperación económica integral entre China y Estados Unidos habría sido imposible. Por supuesto, en ausencia del ascenso de China, o de su fuerte liderazgo desde el XVIII CNPCC y de la decisión de ese liderazgo de mantenerse fiel al propio camino chino, podría no haber habido guerra comercial entre Estados Unidos y China, o podría haber tenido otra solución.

No obstante, detrás de estos acontecimientos históricos aleatorios sigue existiendo una cuestión histórica inmutable: ¿será el futuro orden global la visión del nuevo Imperio Romano, tal y como lo imagina Estados Unidos? ¿O más bien la visión del desarrollo común de las civilizaciones plurales, como la imaginan las Naciones Unidas? ¿O tal vez un nuevo orden mundial que evolucione a partir de la tradición del universalismo chino 天下主义? ¿Cuáles son las perspectivas del ascenso de China y del gran rejuvenecimiento de la nación para el futuro orden mundial? Sólo reflexionando y construyendo una imagen del futuro, las relaciones sino-estadounidenses podrán llegar a un reposicionamiento adecuado.

«El universalismo chino», o tianxia zhuyi, se refiere a la visión china del mundo antes de la llegada de Occidente. Aunque tradicionalmente se ha asociado con el chinocentrismo, desde el ascenso de China ha sido retomado por una serie de académicos chinos que intentan reciclarlo como corolario diplomático/geopolítico del éxito de China en el crecimiento de su economía interna. Para un debate original sobre este tema, nos remitimos al episodio 1 de esta serie. 

En este sentido, tenemos razones para seguir siendo optimistas sobre los conflictos actuales entre China y Estados Unidos y el futuro de las relaciones sino-estadounidenses, pues la relación ya no será la de una postura global torturada de cooperación mutua provocada por la Guerra Fría y el 11-S, sino la búsqueda de la dirección del desarrollo histórico que tomará su competencia. La contienda podría salirse de control y desembocar en un conflicto a gran escala o incluso en una guerra, pero también es posible encontrar una línea que no se pueda cruzar en la contienda y buscar la cooperación sobre la base de esa línea. «Buscar la unidad en la lucha» requiere de ambas partes un juicio político desapasionado y una profunda sabiduría política.

En cuanto a Estados Unidos, quizás debería abandonar su ideología del «fin de la historia», su sueño de evolución pacífica para China, y dejar que ésta busque su propia vía de desarrollo basada en sus propias tradiciones, lo que significa que quizás los estadounidenses deberían replantearse sus planes de construir un nuevo Imperio Romano y tratar sinceramente a China como un socio igualitario, buscando cooperar incluso mientras luchamos, y así, acercarse a la propuesta china de crear una «nueva relación de grandes potencias». Esto significaría quizás que la competencia y la cooperación entre los dos países se convertiría en algo normal, y que su competencia estimularía de hecho el dinamismo que hay en ambos países, y la cooperación resolvería los problemas que ninguno de los dos puede resolver por sí solo, especialmente los problemas globales.

De hecho, el informe «United States Strategic Approach to the People’s Republic of China» publicado recientemente por el Departamento de Estado estadounidense, ya revela este tipo de pensamiento cuando afirma que  «Las políticas de Estados Unidos no se basan en un intento de cambiar el modelo de gobierno interno de la RPC… Que la RPC acabe convergiendo con los principios del orden libre y abierto sólo lo puede determinar el propio pueblo chino. Reconocemos que es Pekín, y no Washington, quien tiene la responsabilidad de las acciones del gobierno de la RPC» 9.

Al menos sobre el papel, eso sugiere que Estados Unidos ha abandonado su estrategia de evolución pacífica para China. Esto es seguramente un resultado parcial de la «nueva gran lucha» lanzada activamente por China en el transcurso de la última década crucial, en el sentido de que, aunque Estados Unidos declare que existen diferencias fundamentales de principio en las relaciones sino-estadounidenses, su punto de vista «realista» respeta el hecho de que el pueblo chino elige el sistema de gobierno de su país, y decide tratar a China como una «gran potencia competidora». Basándose precisamente en ese punto de vista de «realismo de principios», aunque Estados Unidos compita con China y lleve a cabo una contención integral del país, no excluye la posibilidad de cooperar con China sobre la base de los intereses estadounidenses.

En cuanto a China, tal vez deberíamos adoptar también un punto de vista de «realismo de principios», y admitir que, aunque defendamos el principio de la «comunidad de destino común», seguimos siendo claramente conscientes de nuestras diferencias con Occidente en cuanto a valores sociales y culturales, pero manteniendo la posición racional del «realismo» y mirándonos con serenidad a nosotros mismos y al mundo entero al que tenemos que enfrentarnos. Debemos reconocer que el marco básico del actual orden mundial ha sido establecido por Occidente en los últimos siglos, y que un mundo regido por normas puede crear un mundo en el que los seres humanos trabajen juntos sobre la base de diferentes tradiciones culturales. Si China quiere participar activamente en la gobernanza mundial, primero debe estudiar y absorber seriamente los elementos positivos del mundo creado por Occidente, y sobre la base de este marco global, comprometerse en la cooperación mundial.

También debemos entender claramente que la «era postamericana» será necesariamente una era de conflicto y confusión en la que China tendrá que confiar en la cooperación de todas las potencias mundiales y en un sistema amistoso de relaciones con los vecinos para resolver los problemas que puedan surgir. En los pocos años de la era posterior a la Guerra Fría, la ambición estadounidense de construir un imperio mundial se ha visto trágicamente frustrada, en gran parte debido a su ciego sentido de la misión respecto al «fin de la historia» y a su «falsa virtud» de salvar a la humanidad, lo que llevó a que su ambición superara sus fuerzas. 

Si la desintegración de la Unión Soviética fue una lección para China que le permitió mantener una conciencia política lúcida en todo momento, el declive de Estados Unidos es otra lección que le aconseja a China ejercer siempre la moderación estratégica, superar la vanidad cultural de salvar al mundo y mantener un enfoque estratégico constante en la construcción de la nación, aumentando constantemente su poder, tanto duro como blando. Porque en un mundo de competencia internacional, «el poder es la verdad dura».

Pero si queremos aumentar el poder nacional, debemos pensar en cómo modernizar la gobernanza de nuestro país, en cómo construir una sociedad orgánicamente vibrante que estimule la vida y la creatividad, en cómo construir un país regido por normas y leyes, todo ello para hacer frente a la creciente competencia mundial por la tecnología, el talento, las instituciones y la civilización. Tanto si se trata de la desintegración de la Unión Soviética como de la decadencia de Estados Unidos, los factores decisivos son siempre internos, lo que significa que el resultado de la futura competencia sino-estadounidense vendrá determinado básicamente por los asuntos internos de China. 

A lo largo de la década crítica que ha marcado el curso de las relaciones sino-estadounidenses, China se ha centrado en los asuntos internos y promovido el desarrollo económico enfocándose siempre en la reducción de la pobreza y fomentando la unidad interna y el rápido ascenso de la sociedad china, lo que le ha dado la fuerza y la capacidad de enfrentarse a los retos de Estados Unidos. En comparación, Estados Unidos ha descuidado los asuntos internos. Con los oligarcas financieros y de alta tecnología saqueando la riqueza de la nación, con el vaciamiento de la industria manufacturera y con una brecha cada vez mayor entre ricos y pobres, no es sorprendente ver el surgimiento de una oligarquía al estilo de Trump que combina el populismo y la dominación financiera.

Por esta razón, «el verdadero rey no gobierna a los que están fuera de la civilización», y solo si desarrollamos gradualmente un estilo de vida estable y deseable, otros países desearán emular nuestra experiencia y nuestro estilo de vida, momento en el que podremos moldear el mundo consciente o inconscientemente. Es como hacer frente a la pandemia. Quieran o no, los países occidentales finalmente hicieron como nosotros, se pusieron el cubrebocas y practicaron el distanciamiento social.

[El mundo está cambiando. Desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania, con nuestros mapas, análisis y perspectivas hemos ayudado a casi 3 millones de personas a entender las transformaciones geopolíticas de esta secuencia. Si encuentra útil nuestro trabajo y quiere contribuir a que el GC siga siendo una publicación abierta, puede suscribirse aquí.]

Notas al pie
  1. 强世功, «中美 «关键十年’-» 新罗马帝国 «与 «新的伟大斗争,» publicado por primera vez en línea el 4 de septiembre de 2020, en http://www.cifu.fudan.edu.cn/c2/40/c12233a246336/page.htm, y posteriormente republicado en https://www.guancha.cn/QiangShiGong/2020_09_05_564144_s.shtml, y en la página Aisixiang de Jiang: http://www.aisixiang.com/data/122877.html.
  2. Traducción extraída de https://www.templateroller.com/template/2376095/united-states-strategic-approach-to-the-people-s-republic-of-china.html.
  3. Un incidente entre muchos en el deterioro de las relaciones chino-soviéticas durante la década de 1960. Para más detalles, consulte https://www.marxists.org/history/erol/ca.secondwave/alive-polemic.htm
  4. Ver M. Taylor Fravel, J. Stapleton Roy, Michael D. Swaine, Susan A. Thornton y Ezra Vogel, « China is not an Enemy », The Washington Post, 3 de julio de 2019.
  5. Traducción de https://www.jpolrisk.com/stay-the-course-on-china-an-open-letter-to-president-trump/
  6. Ver Graham Allison, Destined For War : Can America and China Escape Thucydides’s Trap (2017).
  7. Traducción de https://www.jpolrisk.com/stay-the-course-on-china-an-open-letter-to-president-trump/
  8. Ver Kishore Mahbubani, Has China Won ? Chinese Challenge to American Primacy (2020).
  9. Traducción de https://www.whitehouse.gov/wp-content/uploads/2020/05/U.S.-Strategic-Approach-to-The-Peoples-Republic-of-China-Report-5.24v1.pdf, p. 8.
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