En su discurso sobre el estado de la Unión, Ursula von der Leyen afirmó que «una de las lecciones de esta guerra es que deberíamos haber escuchado a quienes conocen a Putin». Evidentemente, se refería a Ucrania, Moldavia y Georgia, pero también a Polonia y a los países bálticos. ¿Por qué no se escucharon estas voces antes del 24 de febrero?
JONATAN VSEVIOV
Para nosotros, es una pregunta muy difícil de responder porque llevamos viviendo junto a Rusia desde que existen nuestros Estados. Es obvio que, como país pequeño, siempre nos hemos visto afectados por la evolución de la política interior y exterior rusa. Por lo tanto, es natural que casi toda nuestra atención se centre en Rusia. Desde mediados de la década del 2000, hemos presenciado una evolución extremadamente preocupante del propio Putin, de su entorno y de la forma en la que éstos definen el papel de Rusia en la seguridad internacional y europea. Los objetivos que persiguen contradicen todo lo que los europeos hemos intentado construir desde el final de la Segunda Guerra Mundial: una Europa basada en un conjunto de principios; de éstos, los más importantes son la soberanía nacional y la integridad territorial, pero también la total inaceptabilidad de la guerra como instrumento de política exterior. Poco a poco, a mediados de la década del 2000, empezamos a ver la aparición de una Rusia cada vez más vengativa con la seguridad internacional y europea, de una Rusia que reclamaba una esfera de influencia sobre la que tendría un dominio total (no sólo sobre Ucrania y otros países de su vecindad inmediata, sino también sobre una parte significativa de Europa).
¿Por qué otros países, más alejados de las fronteras rusas, han tardado más en reconocer lo que usted describe?
Muchas veces, se explica por la simple geografía, pero, en realidad, hay una multitud de factores. Si bien es cierto que la geografía desempeña un papel, en mi opinión, es menos importante que la proximidad en el tiempo a los horrores del siglo XX que caracterizaron a gran parte de Europa del Este. Para muchos de nuestros amigos de Europa Occidental, los verdaderos horrores se remontan a generaciones atrás. Los recordamos, pero tales recuerdos son lejanos. Para nosotros, toda persona de al menos cuarenta o cuarenta y cinco años recuerda personalmente una época de ocupación y totalitarismo. Así, pues, la proximidad temporal a ese periodo de horror es lo que nos ha obligado a centrarnos más en cuestiones de seguridad y lo que nos ha impedido olvidar que la seguridad internacional tenía una importancia considerable.
Sobre las palabras de la presidente de la Comisión que mencionó: por supuesto que estamos agradecidos. Mucha gente nos ha preguntado si nos hace sentir mejor. Emocionalmente, hasta cierto punto, sí. Por desgracia, lo que hemos estado diciendo desde principios de la década del 2000 y el hecho de que nadie nos hiciera caso entonces ya dejó de ser relevante hoy. Lo que es mucho más relevante es cómo le damos forma al presente y al futuro. Hoy, toda nuestra atención se centra en la guerra.
¿Qué está en juego en esta guerra?
En lugar de jactarnos con el reconocimiento de que se nos debería haber escuchado el año pasado, lo que queremos es que se nos escuche ahora cuando decimos que esta guerra es crucial para la seguridad europea. Que escuchen que acabará con la arquitectura de seguridad europea e internacional, que habrá que establecer nuevas normas de seguridad y que a Europa (no sólo a Estonia) le interesa existencialmente asegurarse de que el cambio de las fronteras de un Estado por parte de un vecino más grande no se convierta en una de esas nuevas normas. Que un país grande pueda decidir si un país pequeño tiene derecho a llamarse nación no debe convertirse en norma. Ahora, existe el riesgo de que la división por por parte de grandes países en «esferas de influencia» sobre su vecindad inmediata se convierta en ley.
Si dejamos que esto ocurra, no sólo sufrirá Ucrania, sino todos los europeos. Ése es nuestro mensaje. Y ése también es el mensaje que necesitamos debatir permanentemente: qué tipo de métodos y herramientas utilizar para poner fin a esta guerra, con un resultado que desacredite la agresión como herramienta de política exterior. Ése es el objetivo, ésa es nuestra definición de victoria. Si no lo conseguimos, nos enfrentaremos a tiempos extremadamente difíciles en el continente.
Más allá de la defensa de Ucrania, ¿cuáles son los principales frentes que hay que defender hoy para evitar que esta agresión contamine el resto de Europa?
Todos los frentes porque se ha atacado cada uno de los principios esenciales de la seguridad europea. Saldrán de esta guerra fortalecidos o fundamentalmente debilitados. La integridad territorial, la soberanía, la inaceptabilidad de la agresión, la ilegalidad de los crímenes de guerra… Todas estas nociones existenciales para nosotros están a prueba en estos momentos. Nuestra identidad como europeos también lo está.
En su opinión, ¿una Europa geopolítica sería el remedio adecuado?
Necesitamos una Europa que siga defendiendo un orden internacional basado en las normas más fundamentales consagradas en la Carta de las Naciones Unidas y en los documentos de referencia sobre el comportamiento humano en la escena internacional. Dentro de este conjunto de normas, la ilegalidad de la agresión es un elemento central, una condición fundamental. Nos están poniendo a prueba, pero no olvidemos que nos verán en la escena internacional a través del prisma de nuestro comportamiento en el contexto de este conflicto. La credibilidad de Occidente está en juego. Depende no sólo de las cosas que decimos, no sólo de las cosas que hacemos, sino, sobre todo, de los resultados que obtenemos. Que hagamos las cosas bien, que tengamos el lenguaje adecuado es, en última instancia, irrelevante: si fracasamos, fracasamos.
La dimensión transformadora del momento que atravesamos colectivamente se aplica, por supuesto, tanto para nosotros como para Ucrania, pero también para Rusia, para la OTAN, para la Unión como organización política original y para nuestra relación transatlántica.
Estonia es el mayor contribuyente de ayuda para Ucrania en términos de porcentaje de PIB. ¿Cree que los países de Europa Occidental y Central deberían hacer más? ¿Cuáles deben ser sus prioridades?
Estonia está haciendo todo lo que puede, pero todos deberíamos hacer más. Cada día, analizamos si hay algo más que podríamos hacer. La línea de que «hay que hacer más» funciona mientras sea necesario para lograr el resultado que buscamos, es decir, la desacreditación total de la agresión como método de política exterior. Esto significa restaurar la integridad territorial y la soberanía de Ucrania y reconstruirla como un Estado que funcione no sólo porque nos importa Ucrania como país y como participante en los asuntos europeos, sino también porque creemos firmemente en los principios que mencioné antes, que ahora están amenazados por Rusia.
Las prioridades en las que debemos centrarnos son éstas: elevar el costo de esta agresión para el régimen ruso (mediante sanciones, aislamiento político y otras medidas) para que la propia Rusia se dé cuenta de que el camino que está tomando es un callejón sin salida y de que debe cambiar de rumbo. En segundo lugar, debemos ayudar a Ucrania en tres ámbitos fundamentales: a nivel humanitario, económico y militar, en especial, ahora que Rusia está destruyendo sistemáticamente las infraestructuras civiles ucranianas. Debemos hacer todo lo posible para garantizarle una vida más o menos normal al pueblo ucraniano. Por último, debemos ayudar financieramente a Ucrania proporcionándole absolutamente todo lo necesario para llevar a cabo este conflicto a gran escala.
¿Hasta dónde debe llegar este apoyo?
Estonia ha hecho todo lo que ha podido y nuestra posición es clara: no creemos que haya ningún sistema de armamento que deba prohibirse por su naturaleza. Todo es necesario: defensa aérea, artillería y misiles, pero también tanques, vehículos blindados, botas, ropa y armas de fuego. Hay algo más que también deberíamos proporcionarle a Ucrania, pero que es más difícil de medir: esperanza. Lo que Rusia está haciendo militarmente, mediante la destrucción sistemática de infraestructuras, no sólo pretende destruir la viabilidad de Ucrania como país, sino también la esperanza del pueblo ucraniano de volver a una vida normal. Si realmente queremos convertirnos en un actor geopolítico, debemos darnos cuenta de que la esperanza es tan importante como cualquier sistema de armamento o programa de ayuda financiera. Los ucranianos deben estar seguros de que apoyamos plenamente su éxito.
Está claro que conseguir el estatus de candidato oficial a la adhesión a la Unión Europea o a la OTAN (objetivos que persiguen los ucranianos) puede llevar tiempo y no será fácil. Sin embargo, depende de nosotros, europeos y occidentales en general, hacer que el gobierno y el pueblo ucranianos comprendan con nuestras palabras y acciones que, por difícil que sea, ambas puertas están abiertas, que ambos objetivos son alcanzables y que tienen tantas probabilidades de lograrse como hace años, antes de que empezara esta guerra. Nuestra tarea es mantener viva la esperanza.
Por último, hay un concepto al que debemos prestar toda nuestra atención, el de la responsabilidad por los crímenes cometidos: los crímenes de guerra, como el de agresión. Esto es importante para nuestra identidad porque, si somos una sociedad basada en el Estado de Derecho, que defiende un orden mundial de normas, no tenemos otra forma de ser fieles a nuestros valores. Si nos hacemos de la vista gorda, si ignoramos que se están cometiendo delitos, si nos limitamos a hacer declaraciones políticas, si no defendemos el principio de que todo delito merece una investigación judicial independiente, un juicio y, si finalmente prospera, una condena, entonces, nos redefinimos no sólo ante nuestros propios ojos, sino ante los ojos del mundo también. Sin embargo, no nos equivoquemos: no será fácil pedirles a los responsables de los delitos que rindan cuentas. No es una propuesta sencilla desde el punto de vista intelectual, jurídico ni político. No pretendemos que sea sencillo. Lo que defendemos es que esta propuesta de responsabilidad debe estar en el centro mismo de la política exterior europea.
Tras la invasión rusa de Georgia (en 2008) y, luego, de Crimea (en 2014), la comunidad internacional tuvo la oportunidad de disuadir a Rusia de continuar con su política de agresión. ¿Qué faltaba, entonces?
No hemos logrado detener la agresión rusa. No hemos logrado detener las políticas agresivas de Moscú hacia el sistema de seguridad europeo, pero hemos tenido éxito en muchos ámbitos. Se puede trazar una línea directa desde 2008, en Georgia, a 2014, en Crimea, hasta 2022. Si esta vez volvemos a fracasar, por supuesto, podemos seguir trazando esa línea. La diferencia, no como en años anteriores, es que se cayeron las máscaras.
En comparación con los regímenes autoritarios, las democracias suelen tardar en darse cuenta de que hay que actuar. Siempre es más fácil posponer la acción, sobre todo, cuando es difícil y exigente. Sin embargo, si la historia sirve de guía, hay que suponer que, tarde o temprano, cuando las democracias sean empujadas demasiado lejos, responderán… y con fuerza. Sinceramente, espero que haya llegado ese momento, que, tarde o temprano, las democracias del mundo contraatacarán con éxito. Dado el poder político, económico y militar colectivo del mundo democrático, no me cabe duda de que prevaleceremos sobre Rusia, sobre el régimen de Putin y sobre el modelo alternativo que presentan.
¿Cree que los europeos están preparados para ir suficientemente lejos?
La cuestión es, básicamente, si queremos ganar ahora o si vamos a dejar que este problema empeore. Esta guerra ya es extremadamente costosa, en especial, para el pueblo ucraniano. Un país de 40 millones de habitantes sufre de forma inimaginable. En Europa, estamos notando los efectos a nivel económico. Estonia tiene, ahora, más del 3% de su población conformada por refugiados ucranianos y estamos experimentando una inflación superior al 20%. Es un precio muy alto, pero ¿quién iba a pensar que la mayor guerra de Europa después de la Segunda Guerra Mundial no tendría un costo?
Si pensamos que es caro, podemos esperar a que crezca: entonces, veremos el costo real.
Les aconsejamos a nuestros amigos europeos que se unan ahora y que hagan todo lo que esté en sus manos, lo antes posible, para poner fin a esta situación aquí y ahora, antes de que tengamos que hacerlo más tarde… y en otros lugares. Tarde o temprano, habrá que poner fin a la política del régimen ruso de destruir la seguridad europea. Sería más prudente ponerle fin cuanto antes. Deberíamos haberlo hecho antes.
¿Cuáles son los riesgos y las ventajas de limitar los precios del petróleo y del gas para desalentar la capacidad bélica de Rusia?
Todas estas medidas están relacionadas con el primer pilar de nuestra política, es decir, el aumento del costo de esta agresión. Desde los primeros días, e incluso antes del 24 de febrero, cuando los dirigentes occidentales intentaron disuadir a Putin de lanzar esta guerra, anunciaron contramedidas económicas como nunca se había visto en el mundo. Otros compararon la respuesta que lanzaríamos si la economía rusa vuelve a la Edad Media. Sin embargo, la guerra comenzó, a pesar de nuestros esfuerzos por evitarla. Hemos avanzado en la dirección correcta al sancionar la economía rusa, aunque hayamos sido frustrantemente lentos a veces. Negociamos con frecuencia nuevos paquetes de sanciones no porque tengamos constantemente nuevas ideas, sino porque, en las democracias, lleva tiempo llegar a un consenso.
En teoría, podríamos haber hecho todo lo que hemos hecho hasta ahora el 25 de febrero y, en retrospectiva, deberíamos haberlo hecho. Desde el principio, hemos tenido claro que, si queremos imponerle costos a Rusia, debemos atacar sus exportaciones de energía y los ingresos que generan. Desde el principio, hemos abogado por una prohibición total del petróleo y del gas rusos. Entendemos que esto podría no ser factible, ya que necesitamos construir un consenso paso a paso. Por eso, proponemos ideas alternativas. Por ejemplo, intentamos ver si sería viable un sistema similar al que se hizo en los años noventa con Irak. Hemos propuesto múltiples ideas porque no es algo que sólo pueda hacer Europa, sino que necesita el apoyo de otras democracias.
Si la disuasión fracasó, ¿cree que estas sanciones siguen valiendo la pena?
Nadie discute la idea de que esto perjudicaría mucho la economía rusa. Todavía no he oído ni un solo argumento en contra. Sin embargo, lo que se esgrime es el hecho de que estas medidas también nos perjudicarían a nosotros, a lo que siempre hemos respondido: «sí, lo sabemos, pero los rusos nos perjudicarán de igual manera». Aunque no queramos darnos cuenta, los rusos ven esta guerra como una lucha contra nosotros, no sólo contra los ucranianos… no militarmente, sino estratégicamente, contra nosotros, los europeos, y la visión del mundo que promovemos. Así que están haciendo todo lo posible para cambiar nuestro rumbo político. Para ello, utilizan el dolor, el miedo y las falsas esperanzas. En primavera, cuando hablamos de sancionar el gas ruso, no hubo consenso porque temían que nos perjudicara… ¿Qué hicieron los rusos? Ellos mismos cortaron el gas.
Podríamos darle vueltas a este caso práctico. Con el tope del precio del petróleo, se temía que fijarlo demasiado bajo disuadiera a los rusos de vender petróleo en los mercados mundiales, lo que crearía un caos que haría subir los precios y perjudicaría nuestras economías. Nuestro argumento era que los rusos harían todo lo posible por perjudicarnos subiendo los precios mundiales del petróleo, por muy alto que fijáramos el precio máximo. La cuestión no es si hará daño, sino si las medidas que tomemos son lo bastante eficaces como para cambiar la política bélica de Rusia.
Lo que estamos haciendo ahora es garantizar el cumplimiento del límite de precios. Dependemos de los países europeos, pero también del Reino Unido, de Estados Unidos y de otras democracias. En segundo lugar, esperamos revisar el tope del precio del petróleo para bajarlo porque nuestro objetivo debe ser reducir los ingresos de Rusia. Apoyaremos cualquier medida que vaya en esa dirección. Cuanto antes lo hagamos, más probabilidades tendremos de ponerle fin a esta guerra y de lograr una paz estable en Europa.
En los últimos meses, Rusia ha reorientado parte de sus exportaciones energéticas hacia otras economías como India y China. ¿Europa tiene los medios para actuar también sobre estos flujos?
Todo depende de cómo se aplique la limitación del precio del petróleo. Por supuesto, Occidente tiene mucho poder en la economía mundial. Durante décadas, ha estado de moda decir que el mundo está cambiando y volviéndose multipolar, que otras regiones y países están adquiriendo más importancia… Todo esto es cierto, pero, cuando las democracias del mundo consiguen cooperar de verdad, seguimos siendo los actores más poderosos de la política mundial.
Podemos hacer cosas inimaginables a nivel económico y político y en otros ámbitos. Que seamos o no capaces de aplicar nuestras políticas depende de muchas cosas: nuestra propia coordinación, nuestras burocracias, nuestras competencias, etcétera. Veamos cómo va la aplicación de la limitación del precio del petróleo.
La unidad europea es, en sí misma, una condición necesaria, pero no suficiente. Podemos estar unidos si nos sentamos y no hacemos nada. Debemos darnos cuenta de que terminar este año con un resultado que mantenga los principios fundamentales sobre los que hemos construido nuestra seguridad no es sólo una de nuestras prioridades en política exterior, sino la prioridad absoluta. Si somos capaces de mantener el rumbo y llegar hasta el final, hasta que la agresión como herramienta de política estatal esté totalmente desacreditada, entonces, podremos hacer cualquier cosa no sólo con el petróleo, sino también con los artículos de lujo, los coches… cualquier cosa. Si no somos capaces de hacerlo cuando nos enfrentamos a esta agresión en Ucrania, ¿cómo esperamos sobrevivir en el siglo XXI?
¿Cómo hacerlo sin apartarse de los valores ni de principios que sustentan la integración europea?
Como dijo Churchill, cuando tienes que elegir entre la deshonra y la guerra, puedes elegir la deshonra, pero tendrás la guerra. Por un lado, como estonios, somos extremadamente optimistas. Tendemos a creer en la fuerza del mundo democrático, quizás, más que muchos otros porque hemos visto regímenes totalitarios derrumbarse, porque hemos visto cómo se impone la libertad. Hemos pasado de ser un país ocupado por la Unión Soviética a un Estado miembro de la Unión Europea y de la OTAN, de no tener teléfono fijo en la mayoría de departamentos a ser la nación más avanzada en el área digital de Europa. Por eso, tenemos una inmensa confianza en nuestras capacidades y, a veces, nos sorprende que otros observadores (los que comentan esta guerra en la prensa internacional, por ejemplo) teman más la derrota de los agresores que la nuestra.
Esto es chocante y sorprendente porque alude a una línea de razonamiento fundamentalmente errónea según la cual podríamos perder, de algún modo, todos nuestros principios fundamentales en Ucrania y mantener milagrosamente nuestra riqueza e identidad en otros lugares. Según este razonamiento, valores tan básicos como la inviolabilidad de las fronteras, la ilegalidad de la anexión, el concepto de soberanía no se aplicarían allí…
A pesar del fuerte apoyo actual de los ciudadanos europeos a la ayuda a Ucrania, ¿existe el riesgo de agotamiento por la guerra?
Estoy muy impresionado, pero no sorprendido en absoluto, por la forma en la que los ciudadanos europeos están reaccionando ante esta guerra. Cuando vieron las imágenes de Boutcha, la reacción fue natural. Recordamos nuestra propia historia, lo que son estas atrocidades y a lo que pueden conducir. Ningún otro país está tan cansado de la guerra como Ucrania. Por supuesto, el cansancio es cada vez mayor. Crece en todas partes, pero también en Rusia. Si hemos de creer que podemos acabar, de algún modo, con esto abandonando nuestros principios básicos de seguridad y volviendo a vivir bien como antes, entonces, estamos claramente equivocados. Debemos ponerle fin de forma que se mantenga el orden de seguridad europeo basado en estos principios fundamentales. Cuanto antes acabemos con una victoria de Ucrania, antes podremos volver a centrarnos en la prosperidad económica. No creo que haya otra manera.
La reacción de la opinión pública europea es impresionante. El papel de los medios de comunicación es crucial al respecto. Aunque las imágenes son terribles, ésta es la realidad de la Europa del siglo XXI. El ataque deliberado contra civiles no es un subproducto de las operaciones militares rusas. Desde hace meses, la población civil es el objetivo principal. La forma en la que los medios de comunicación cubren esto y las palabras utilizadas deben ser veraces y directas. Además de todo esto, el liderazgo es importante. Como europeos, hemos pronunciado discursos sobre la importancia de reforzar Europa y de convertirla en un actor geopolítico, pero no se llega a ser un actor geopolítico hablando de ello: hay que comportarse como tal.
Zelensky propuso un plan de paz de 10 puntos con condiciones. Dado que parece que Putin no quiere aceptar la petición de Ucrania, ¿cómo predice el final del conflicto?
Putin formuló repetidamente, en discursos y documentos estratégicos, su visión del futuro de Europa, de las futuras relaciones entre Europa y Rusia y del futuro de Ucrania. Lo que Rusia quiere es el control total de toda Ucrania y volver a mediados del siglo XX, cuando las grandes potencias tenían esferas de influencia. La vuelta a la era anterior a 1997 en asuntos de seguridad de la OTAN, por ejemplo, es sinónimo de la reivindicación de una zona gris en la que Rusia tendría su esfera de influencia y un poder de facto sobre las decisiones de política de seguridad de los países que la integran. Esta visión es fundamentalmente contraria a todo lo que hemos intentado hacer.
Los objetivos de Putin son contrarios a todo lo que hemos intentado hacer y a todo lo que Ucrania ha intentado conseguir. Como dije antes, esta guerra acabará en paz. Sin embargo, dados los objetivos estratégicos de Rusia y el objetivo de Ucrania de seguir existiendo -que es el objetivo estratégico más fundamental que puede tener cualquier país-, la paz que vendrá después de esta guerra aceptará nuestra forma de entender los principios fundamentales que rigen los asuntos internacionales o la de Putin. Cualquiera de las dos cosas. Una u otra. Entonces, la diplomacia tendrá un papel que desempeñar.
¿Cómo ve el futuro del lado de Estonia?
Creemos que, al final de esta guerra, tendremos que garantizar la plena integridad territorial y la soberanía de Ucrania no sólo por el bien de Ucrania, sino también por el bien de estas ideas, por el bien de la seguridad europea. Después, por supuesto, tendremos que negociar una nueva relación con Rusia. No necesitamos recordar que Rusia aún es nuestro vecino. Estamos conscientes de ello; es un hecho. Tenemos que gestionar esta relación de alguna manera, pero tiene que partir de nuestro punto de vista y del principio de que la piedra angular de todo lo que hacemos es la inviolabilidad de estos principios fundamentales de la seguridad europea. En segundo lugar, debemos disuadir a Moscú de futuras agresiones.
Si Rusia está dispuesta e interesada en cooperar con nosotros, debemos tener la seguridad de que, a diferencia de hoy, la Rusia futura respetará realmente los compromisos que contraiga voluntariamente, pues, actualmente, viola casi todos ellos. En cambio, la OTAN, la Unión Europea y Ucrania no violan ninguno de los compromisos básicos que han contraído. No hemos invadido Rusia y no hemos violado los acuerdos de control de armamento. Cuando algunos de nuestros aliados occidentales deciden retirarse de los tratados de control de armamento, como los estadounidenses con el Tratado INF, siguen los procedimientos de los tratados y se retiran y listo. Se necesitan garantías, pero Rusia debe darlas, no al revés.
¿Cuál es el impacto de la guerra en las perspectivas de autonomía estratégica europea?
Ya lo dije antes: debido a la naturaleza fundamental del conflicto y a su escala, esta guerra lo cambiará todo. Cambiará a Ucrania, cambiará a Rusia, pero también cambiará a la Unión Europea y creo que ya podemos ver la diferencia. En diez meses, Europa ha hablado menos y ha actuado más. Sin prisa, pero sin pausa, a veces, con una lentitud frustrante, estamos aprendiendo a gestionar el poder que tenemos y estamos ganando confianza en nuestro poder. También, nos estamos dando cuenta de que, cuando vemos deficiencias en ámbitos en los que no tenemos poder, no basta con quejarse y hablar de ello. Lo que se necesita es acción. Eso es lo que estamos viendo hoy en Europa.
Si esta guerra acaba bien para los principios fundamentales de la arquitectura de seguridad europea, automáticamente, acabará bien para la idea de una Europa estratégica. Nuestra confianza será, entonces, aún mayor y podremos fungir como actor estratégico en asuntos globales y como socio de otras democracias. Si en Ucrania no respetamos lo más básico de nuestros propios principios, en el mejor de los casos, podremos pronunciar discursos que el mundo entero encontrará hilarantes. A la gente no le interesará la elegancia del discurso, sino los resultados que consigamos.
Estoy convencido de que, una vez terminada la guerra, los europeos tendrán más confianza, estarán más unidos y se sentirán más cómodos con su poder y con la forma de llenar nuestros vacíos. Esta guerra nos está enseñando ahora que, para mejorar en asuntos mundiales, debemos hacer sacrificios y aportar. Si queremos ser serios en materia militar, debemos gastar más en nuestra defensa. Tenemos que adoptar posiciones y defenderlas no sólo verbalmente sino también, si es necesario, mediante sanciones, a través de votaciones en la Asamblea General de la ONU y presionando al resto del mundo para que apoye nuestros puntos de vista. Nada es fácil. Se trata de una verdadera prueba de si Europa puede ser un actor estratégico. Se trata de si Europa puede actuar como tal en asuntos mundiales, a favor de todos los europeos y de todos los Estados miembros, no sólo de los que están en la frontera con Rusia, sino de todos nosotros. Nos interesa tener éxito.