Esta pieza de doctrina también está disponible en inglés en el sitio web del Groupe d’études géopolitiques.

Europa lleva preocupándose por la ralentización del crecimiento desde principios de este siglo. Diversas estrategias para aumentar las tasas de crecimiento se han sucedido, pero la tendencia se ha mantenido invariable.

Según las distintas métricas, se ha abierto una amplia brecha en el PIB entre la Unión Europea y Estados Unidos, impulsada principalmente por una ralentización más pronunciada del crecimiento de la productividad en Europa. Los hogares europeos han pagado el precio en pérdida de nivel de vida. En términos per cápita, la renta real disponible ha crecido casi el doble en Estados Unidos en comparación con la Unión Europea desde el año 2000.

Durante la mayor parte de este periodo, la ralentización del crecimiento se consideró una desventaja, pero nunca una verdadera catástrofe. Los exportadores europeos lograron captar cuotas de mercado en partes del mundo de crecimiento más rápido, sobre todo en Asia. Muchas más mujeres se incorporaron al mercado laboral, aumentando la contribución de la mano de obra al crecimiento. Y, tras las crisis de 2008 a 2012, el desempleo disminuyó de forma constante en toda Europa, lo que contribuyó a reducir la desigualdad y mantener el bienestar social.

La ralentización del crecimiento se consideró una desventaja, pero nunca una verdadera catástrofe.

MARIO DRAGHI

La Unión también se ha beneficiado de un entorno mundial favorable. El comercio mundial floreció al amparo de reglas multilaterales. La protección del paraguas de seguridad estadounidense liberó presupuestos de defensa para destinarlos a otras prioridades. En un mundo de geopolítica estable, no teníamos motivos para preocuparnos por la creciente dependencia hacia países de los que esperábamos seguir siendo amigos.

Pero los cimientos sobre los que construimos se están tambaleando ahora.

El anterior paradigma global se está desvaneciendo. La era del rápido crecimiento del comercio mundial parece haber pasado, y las empresas de la Unión se enfrentan tanto a una mayor competencia exterior como a un menor acceso a los mercados de ultramar. Europa ha perdido abruptamente a su principal proveedor de energía, Rusia. Mientras tanto, la estabilidad geopolítica disminuye y nuestras dependencias se han convertido en vulnerabilidades.

El cambio tecnológico se acelera rápidamente. Europa se perdió en gran medida la revolución digital liderada por internet y los aumentos de productividad que trajo consigo: de hecho, la brecha de productividad entre la Unión Europea y Estados Unidos se explica en gran medida por el sector tecnológico. La Unión es débil en las tecnologías emergentes que impulsarán el crecimiento futuro. Sólo cuatro de las 50 mayores empresas tecnológicas del mundo son europeas.

Sin embargo, la necesidad de crecimiento de Europa va en aumento.

Por primera vez en su historia reciente, el crecimiento de la Unión no se verá respaldado por el aumento de la población. De aquí a 2040, se prevé que la población activa se reduzca en cerca de 2 millones de trabajadores cada año. Tendremos que apoyarnos más en la productividad para impulsar el crecimiento. Si la Unión mantuviera su tasa media de crecimiento de la productividad desde 2015, solo bastaría para mantener constante el PIB hasta 2050, en un momento en que la Unión se enfrenta a una serie de nuevas necesidades de inversión que deberán financiarse con un mayor crecimiento.

Para digitalizar y descarbonizar la economía y aumentar nuestra capacidad de defensa, la cuota de inversión en Europa tendrá que aumentar en torno a 5 puntos porcentuales del PIB, hasta alcanzar los niveles registrados por última vez en los años sesenta y setenta. Esto no tiene precedentes: a título comparativo, las inversiones adicionales proporcionadas por el Plan Marshall entre 1948 y 1951 ascendieron a alrededor del 1-2% del PIB anual.

Por primera vez en su historia reciente, el crecimiento de la Unión no se verá respaldado por el aumento de la población.

MARIO DRAGHI

Si Europa no consigue ser más productiva, nos veremos obligados a elegir. No podremos convertirnos, a la vez, en líder de las nuevas tecnologías, faro de la responsabilidad climática y actor independiente en el escenario mundial. No podremos financiar nuestro modelo social. Tendremos que reducir algunas de nuestras ambiciones —si no todas—.

Se trata de un reto existencial.

Los valores fundamentales de Europa son la prosperidad, la equidad, la libertad, la paz y la democracia en un entorno sostenible. La Unión existe para garantizar que los europeos puedan beneficiarse siempre de estos derechos fundamentales. Si Europa ya no puede proporcionarlos a sus ciudadanos —o tiene que contraponer unos a otros— habrá perdido su razón de ser.

La única manera de afrontar este reto es crecer y ser más productivos, preservando nuestros valores de equidad e inclusión social. Para ello, un cambio radical es necesario

Tres ámbitos de acción para reactivar el crecimiento

Nuestro informe identifica tres áreas principales de actuación para reactivar el crecimiento sostenible.

En cada una de ellas no partimos de cero. La Unión Europea sigue teniendo puntos fuertes generales —como sistemas educativos y sanitarios fuertes y Estados del bienestar sólidos— y puntos fuertes específicos en los que apoyarse. Pero colectivamente estamos fracasando a la hora de convertir estos puntos fuertes en industrias productivas y competitivas en el escenario mundial.

En primer lugar —y lo que es más importante—, Europa debe reorientar profundamente sus esfuerzos colectivos para cerrar la brecha de innovación con Estados Unidos y China, especialmente en tecnologías avanzadas.

Nuestro continente está atrapado en una estructura industrial estática con pocas empresas nuevas que surjan para disrumpir las industrias existentes o desarrollar nuevos motores de crecimiento. De hecho, no hay ninguna empresa de la Unión con una capitalización bursátil superior a 100.000 millones de euros que se haya creado desde cero en los últimos cincuenta años, mientras que las seis empresas estadounidenses con una valoración superior a 1 billón de euros se han creado en ese periodo.

Esta falta de dinamismo se autoalimenta.

Como las empresas de la Unión están especializadas en tecnologías maduras en las que el potencial de avance es limitado, gastan menos en investigación e innovación (I+i): 270 000 millones de euros menos que sus homólogas estadounidenses en 2021. Los tres principales inversores en I+I en Europa han estado dominados por empresas de automoción durante los últimos veinte años. Lo mismo ocurría en Estados Unidos a principios de la década de 2000, con las empresas automovilísticas y farmacéuticas a la cabeza, pero ahora las tres primeras son tecnológicas.

El problema no es que a Europa le falten ideas o ambición. Tenemos muchos investigadores y empresarios con talento que registran patentes. Pero la innovación se bloquea en la siguiente fase: no conseguimos traducir la innovación en comercialización, y las empresas innovadoras que quieren crecer en Europa se ven obstaculizadas en todas las fases por regulaciones incoherentes y restrictivas.

Como consecuencia, muchos emprendedores europeos prefieren buscar financiación de inversores de capital riesgo estadounidenses y expandirse en el mercado estadounidense. Entre 2008 y 2021, cerca del 30% de los «unicornios» fundados en Europa —empresas que pasaron a estar valoradas en más de 1.000 millones de dólares— trasladaron su sede al extranjero, la gran mayoría a Estados Unidos.

Con el mundo en la cúspide de una revolución de la IA, Europa no puede permitirse el lujo de quedarse estancada en las «tecnologías e industrias intermedias» del siglo pasado. Debemos liberar nuestro potencial innovador. Esto será clave no sólo para liderar las nuevas tecnologías, sino también para integrar la IA en nuestras industrias actuales de modo que puedan mantenerse en primera línea.

Una parte central de esta agenda será dotar a los europeos de las capacidades que necesitan para beneficiarse de las nuevas tecnologías, de modo que tecnología e inclusión social vayan de la mano. Si bien Europa debe aspirar a igualar a Estados Unidos en términos de innovación, debemos aspirar a superar a Estados Unidos en la oferta de oportunidades de educación y aprendizaje de adultos y de buenos empleos para todos a lo largo de toda la vida.

El segundo ámbito de actuación es un plan conjunto de descarbonización y competitividad.

Si los ambiciosos objetivos climáticos de Europa van acompañados de un plan coherente para alcanzarlos, la descarbonización será una oportunidad para Europa. Pero si no conseguimos coordinar nuestras políticas, existe el riesgo de que la descarbonización vaya en contra de la competitividad y el crecimiento.

Nuestro continente está atrapado en una estructura industrial estática.

MARIO DRAGHI

Aunque los precios de la energía han bajado considerablemente desde sus máximos, las empresas de la Unión Europea siguen teniendo que hacer frente a precios de la electricidad entre 2 y 3 veces superiores a los de Estados Unidos. Los precios del gas natural que se pagan son 4-5 veces superiores. Esta diferencia de precios se debe sobre todo a la falta de recursos naturales en Europa, pero también a problemas fundamentales de nuestro mercado común de la energía. Las reglas del mercado impiden que las industrias y los hogares repercutan en sus facturas todos los beneficios de las energías limpias. Los elevados impuestos y las rentas captadas por los operadores financieros elevan los costes de la energía para nuestra economía.

A medio plazo, la descarbonización contribuirá a desplazar la generación de electricidad hacia fuentes de energía limpias, seguras y de bajo coste. Pero los combustibles fósiles seguirán desempeñando un papel central en el precio de la energía al menos durante el resto de esta década. Sin un plan para transferir los beneficios de la descarbonización a los usuarios finales, los precios de la energía seguirán lastrando el crecimiento.

El proceso mundial de descarbonización es también una oportunidad de crecimiento para la industria de la Unión Europea. La Unión es líder mundial en tecnologías limpias como turbinas eólicas, electrolizadores y combustibles bajos en carbono, y aquí se desarrolla más de una quinta parte de las tecnologías limpias y sostenibles de todo el mundo.

Sin embargo, no está garantizado que Europa aproveche esta oportunidad. La competencia china se está agudizando en sectores como las tecnologías limpias y los vehículos eléctricos, impulsada por una poderosa combinación de política industrial y subvenciones masivas, rápida innovación, control de las materias primas y capacidad para producir a escala continental.

La Unión se enfrenta a un dilema. Depender cada vez más de China puede ser la vía más barata y eficiente para cumplir nuestros objetivos de descarbonización. Pero la competencia estatal china también representa una amenaza para nuestras productivas industrias de tecnología limpia y automoción.

La descarbonización debe producirse por el bien de nuestro planeta. Pero para que también se convierta en una fuente de crecimiento para Europa, necesitaremos un plan conjunto que abarque las industrias que producen energía y las que permiten la descarbonización, como la tecnología limpia y la automoción.

El tercer ámbito de actuación es el aumento de la seguridad y la reducción de las dependencias.

La seguridad es una condición previa para el crecimiento sostenible. El aumento de los riesgos geopolíticos puede incrementar la incertidumbre y frenar la inversión, mientras que las grandes crisis geopolíticas o las interrupciones repentinas del comercio pueden ser extremadamente perturbadoras. A medida que se desvanece la era de la estabilidad geopolítica, aumenta el riesgo de que el aumento de la inseguridad se convierta en una amenaza para el crecimiento y la libertad.

Europa está especialmente expuesta. Dependemos de un puñado de proveedores de materias primas críticas, especialmente China, incluso cuando la demanda mundial de esos materiales se está disparando debido a la transición hacia una energía limpia. También dependemos enormemente de las importaciones de tecnología digital. Para la producción de chips, el 75-90% de la capacidad mundial de fabricación de obleas está en Asia.

Estas dependencias suelen ser bidireccionales —por ejemplo, China depende de la Unión Europea para absorber su exceso de capacidad industrial—, pero otras grandes economías como la estadounidense están tratando activamente de desvincularse. Si la Unión no actúa, corremos el riesgo de ser vulnerables a la coerción.

En este contexto, necesitaremos una auténtica «política económica exterior» de la Unión para conservar nuestra libertad —lo que se conoce en inglés como «statecraft»—. La Unión tendrá que coordinar acuerdos comerciales preferenciales e inversiones directas con las naciones ricas en recursos, acumular reservas en determinadas áreas críticas y crear asociaciones industriales para asegurar la cadena de suministro de tecnologías clave. Sólo juntos podremos crear la palanca de mercado necesaria para hacer todo esto.

La paz es el primer y principal objetivo de Europa. Pero las amenazas a la seguridad física están aumentando y debemos prepararnos. La Unión Europea es colectivamente la segunda potencia mundial en gasto militar, pero ello no se refleja en la fortaleza de nuestra capacidad industrial de defensa.

La industria de defensa está demasiado fragmentada, lo que dificulta su capacidad para producir a escala, y adolece de falta de normalización e interoperabilidad de los equipos, lo que debilita la capacidad de Europa para actuar como una potencia cohesionada. Por ejemplo, en Europa se fabrican doce tipos diferentes de carros de combate, mientras que Estados Unidos sólo produce uno.

¿Cuáles son los obstáculos?

En muchos de estos ámbitos, los Estados miembros ya actúan individualmente y las políticas industriales van en aumento. Pero es evidente que Europa no está a la altura de lo que podríamos conseguir si actuáramos como comunidad. Tres obstáculos se interponen en nuestro camino.

En primer lugar, a Europa le falta concentración. Articulamos objetivos comunes, pero no los respaldamos estableciendo prioridades claras o realizando acciones políticas conjuntas.

Por ejemplo, afirmamos favorecer la innovación, pero seguimos añadiendo cargas normativas a las empresas europeas, que son especialmente costosas para las PYME y contraproducentes para las de los sectores digitales. Más de la mitad de las PYME europeas señalan los obstáculos normativos y la carga administrativa como su mayor reto.

También hemos dejado fragmentado nuestro mercado único durante décadas, lo que tiene un efecto cascada sobre nuestra competitividad. Expulsa al extranjero a las empresas de alto crecimiento, reduciendo a su vez el número de proyectos que pueden financiarse y obstaculizando el desarrollo de los mercados de capitales europeos. Y sin proyectos de alto crecimiento en los que invertir ni mercados de capitales que los financien, los europeos pierden oportunidades de enriquecerse. Aunque los hogares de la Unión ahorran más que sus homólogos estadounidenses, su riqueza sólo ha crecido un tercio desde 2009.

En muchos ámbitos, la Unión puede lograr mucho dando un gran número de pasos más pequeños, pero haciéndolo de forma coordinada que alinee todas las políticas en torno al objetivo común.

MARIO DRAGHI

En segundo lugar, Europa está malgastando sus recursos comunes. Tenemos un gran poder de gasto colectivo, pero lo diluimos en múltiples instrumentos nacionales y de la Unión.

Por ejemplo, seguimos sin poder unir fuerzas en el sector de la defensa para ayudar a nuestras empresas a integrarse y crecer. La contratación colaborativa europea representó menos de una quinta parte del gasto en adquisición de equipos de defensa en 2022. Tampoco favorecemos a las empresas de defensa europeas competitivas. Entre mediados de 2022 y mediados de 2023, el 78% del gasto total en adquisiciones fue a parar a proveedores de fuera de la Unión, de los cuales el 63% fue a parar a Estados Unidos.

Tampoco colaboramos lo suficiente en innovación, a pesar de que las inversiones públicas en tecnologías punteras requieren grandes reservas de capital y los efectos indirectos para todos son sustanciales. El sector público de la Unión Europea gasta en I+D tanto como el de Estados Unidos en porcentaje del PIB, pero sólo una décima parte de este gasto se realiza a escala de la Unión.

En tercer lugar, Europa no se coordina allí donde importa.

Las estrategias industriales actuales —como se observa en Estados Unidos y China— combinan múltiples políticas, desde las fiscales para fomentar la producción nacional hasta las comerciales para penalizar los comportamientos anticompetitivos, pasando por las económicas exteriores para asegurar las cadenas de suministro.

En el contexto de la Unión Europea, vincular las políticas de este modo requiere un alto grado de coordinación entre los esfuerzos nacionales y los de la Unión. Pero debido a su lento y desagregado proceso de elaboración de políticas, la Unión es menos capaz de dar una respuesta de este tipo.

Las reglas europeas de toma de decisiones no han evolucionado sustancialmente a medida que la Unión se ha ido ampliando y que el entorno global al que nos enfrentamos se ha vuelto más hostil y complejo. Las decisiones suelen tomarse asunto por asunto, con múltiples vetos por el camino.

El resultado es un proceso legislativo con un plazo medio de 19 meses para aprobar nuevas leyes, desde la propuesta de la Comisión hasta la firma del acto adoptado, y antes incluso de que las nuevas leyes se apliquen en todos los Estados miembros.

El objetivo de este informe es trazar una nueva estrategia industrial para Europa que permita superar estos obstáculos.

Identificamos las causas profundas del debilitamiento de la posición de la Unión Europea en sectores estratégicos clave y presentamos una serie de propuestas para restaurar su fuerza competitiva. Para cada sector que analizamos, identificamos propuestas prioritarias a corto y medio plazo. En otras palabras, estas propuestas no pretenden ser aspiraciones: la mayoría de ellas están pensadas para aplicarse rápidamente y marcar una diferencia tangible en las perspectivas de la Unión.

En muchos ámbitos, la Unión puede lograr mucho dando un gran número de pasos más pequeños, pero haciéndolo de forma coordinada que alinee todas las políticas en torno al objetivo común. En otros ámbitos, es necesario dar un pequeño número de pasos más grandes, delegando en la Unión tareas que sólo pueden realizarse allí. En otros ámbitos, la Unión debería dar un paso atrás, aplicando con mayor rigor el principio de subsidiariedad y reduciendo la carga normativa que impone a sus empresas.

Una cuestión clave que se plantea es cómo debe financiar la Unión Europea las ingentes necesidades de inversión que conllevará la transformación de la economía. En este informe presentamos simulaciones para abordar esta cuestión. Pueden extraerse dos conclusiones clave para la Unión.

En primer lugar, aunque Europa debe avanzar en su Unión de Mercados de Capitales, el sector privado no podrá asumir la mayor parte de la financiación de las inversiones sin el apoyo del sector público. En segundo lugar, cuanto más dispuesta esté la Unión a reformarse para generar un aumento de la productividad, más aumentará el espacio presupuestario y más fácil le resultará al sector público prestar este apoyo.

Esta interconexión subraya por qué es fundamental aumentar la productividad. También tiene implicaciones para la emisión de activos comunes seguros: para maximizar la productividad, se necesitará financiación común para invertir en bienes públicos europeos clave, como la innovación de vanguardia.

Las razones para una respuesta unificada nunca han sido tan convincentes —y en nuestra unidad encontraremos la fuerza para reformar—.

MARIO DRAGHI

Al mismo tiempo, hay otros bienes públicos identificados en este informe —como los contratos públicos de defensa o las redes transfronterizas— que quedarán desabastecidos sin una acción común. Si se dan las condiciones políticas e institucionales, estos proyectos también requerirán una financiación común.

Este informe se publica en un momento difícil para nuestro continente.

Debemos abandonar la ilusión de que sólo la dilación puede preservar el consenso. De hecho, la dilación sólo ha producido un crecimiento más lento, y desde luego no ha logrado más consenso. Hemos llegado a un punto en el que, si no actuamos, tendremos que comprometer nuestro bienestar, nuestro medio ambiente o nuestra libertad.

Para que la estrategia esbozada en este informe tenga éxito, debemos empezar por una evaluación común de la situación en que nos encontramos, los objetivos a los que queremos dar prioridad, los riesgos que queremos evitar y las concesiones que estamos dispuestos a hacer.

Debemos asegurarnos de que nuestras instituciones democráticamente elegidas estén en el centro de estos debates. Las reformas sólo pueden ser realmente ambiciosas y sostenibles si cuentan con el respaldo democrático.

Y debemos adoptar una nueva postura hacia la cooperación: en la eliminación de obstáculos, la armonización de normas y leyes, y la coordinación de políticas. Hay diferentes constelaciones en las que podemos avanzar. Pero lo que no podemos hacer es no avanzar en absoluto.

Nuestra confianza en que lograremos avanzar debe ser firme. Nunca en el pasado la escala de nuestros países ha parecido tan pequeña e inadecuada en relación con la magnitud de los retos. Y hace mucho tiempo que la autopreservación no es una preocupación tan común. Las razones para una respuesta unificada nunca han sido tan convincentes —y en nuestra unidad encontraremos la fuerza para reformar—.