Capitalismos políticos en guerra

«Un cambio radical es necesario». La Unión revisada por Mario Draghi

«Nuestra respuesta ha sido limitada porque nuestra organización, toma de decisiones y financiación se diseñaron para el mundo de antes —antes del Covid-19, antes de Ucrania, antes de la conflagración en Oriente Próximo, antes del retorno de la rivalidad entre grandes potencias—. Pero necesitamos una Unión que esté a la altura del mundo de hoy y de mañana. Y por eso lo que propongo es un cambio radical —porque un cambio radical es necesario—.»

Con su acuerdo, publicamos la traducción al español del texto del discurso de Mario Draghi en la Conferencia de Alto Nivel sobre el Pilar Europeo de Derechos Sociales (Bruselas, 16 de abril de 2024). El texto original puede leerse aquí. Para apoyar el trabajo de la revista, si puedes permitírtelo, piensa en suscribirte.

En cierto modo, es la primera vez que tengo la oportunidad de empezar a compartir con vosotros la concepción y la filosofía de mi informe1.

La competitividad ha sido durante mucho tiempo un tema controvertido para Europa.

En 1994, el economista futuro Premio Nobel Paul Krugman describía la competitividad como una «obsesión peligrosa». Su argumento era sencillo: el crecimiento a largo plazo procede del aumento de la productividad, que beneficia a todos, en lugar de intentar mejorar la posición relativa de uno frente a los demás y acaparar su cuota de crecimiento.

El planteamiento que adoptamos en Europa en materia de competitividad tras la crisis de la deuda soberana parece darle la razón. Seguimos una estrategia deliberada de reducción de los costes salariales en relación con los demás —y, al combinarla con una política fiscal procíclica, el efecto neto fue únicamente debilitar nuestra propia demanda interna y socavar nuestro modelo social—.

Pero el problema esencial no es que la competitividad sea un concepto equivocado. Es que Europa se ha equivocado de objetivo.

Nos hemos replegado sobre nosotros mismos, viendo a nuestros competidores como rivales, incluso en sectores como la defensa y la energía, donde tenemos profundos intereses comunes. Al mismo tiempo, no hemos mirado lo suficiente hacia fuera: con una balanza comercial positiva, después de todo, no hemos prestado suficiente atención a nuestra competitividad exterior como cuestión política seria.

En un entorno internacional benigno, confiábamos en la igualdad de condiciones y en un orden internacional basado en reglas, esperando que los demás hicieran lo mismo. Pero hoy, el mundo está cambiando rápidamente y nos ha cogido por sorpresa.

Y lo que es más importante, otras regiones ya no siguen las reglas del juego y están desarrollando activamente políticas para reforzar su posición competitiva. En el mejor de los casos, estas políticas pretenden reorientar la inversión hacia sus propias economías a expensas de la nuestra; en el peor, están diseñadas para hacernos permanentemente dependientes de ellas.

China, por ejemplo, está tratando de apropiarse e internalizar todos los eslabones de la cadena de suministro de tecnologías verdes y avanzadas, y se está asegurando el acceso a los recursos necesarios. Esta rápida expansión de la oferta está provocando un importante exceso de capacidad en muchos sectores y amenaza con debilitar nuestras industrias.

Estados Unidos, por su parte, está utilizando una política industrial a gran escala para atraer capacidad de producción nacional de alto valor dentro de sus fronteras —incluida la de las empresas europeas—, al tiempo que utiliza el proteccionismo para excluir a los competidores y despliega su poder geopolítico para reorientar y asegurar las cadenas de suministro.

Nunca hemos tenido un «acuerdo industrial» equivalente a escala de la Unión, aunque la Comisión ha hecho todo lo posible por colmar esta laguna. Así, a pesar de una serie de iniciativas positivas en curso, seguimos careciendo de una estrategia global sobre cómo responder en muchos ámbitos.

Carecemos de una estrategia que nos permita mantener el ritmo en una carrera cada vez más feroz por el liderazgo en las nuevas tecnologías. En la actualidad, invertimos menos en tecnologías digitales y avanzadas que Estados Unidos y China, incluida la defensa, y sólo contamos con cuatro empresas tecnológicas europeas entre las 50 primeras del mundo.

Carecemos de una estrategia para proteger a nuestras industrias tradicionales de un terreno de juego mundial desigual causado por las asimetrías en las normativas, las subvenciones y las políticas comerciales. 

Las industrias que consumen mucha energía son un buen ejemplo.

En otras regiones, estas industrias no sólo se enfrentan a costes energéticos más bajos, sino también a una menor carga normativa y, en algunos casos, reciben subvenciones masivas que amenazan directamente la capacidad de competir de las empresas europeas.

A falta de una actuación estratégica y coordinada, tiene sentido que algunas de nuestras industrias reduzcan su capacidad o se deslocalicen fuera de la Unión.

Es más, no tenemos una estrategia que garantice que disponemos de los recursos e insumos necesarios para alcanzar nuestras ambiciones sin aumentar nuestra dependencia.

En Europa tenemos, con razón, un ambicioso programa climático y objetivos estrictos para los vehículos eléctricos. Pero en un mundo en el que nuestros rivales controlan gran parte de los recursos que necesitamos, ese programa debe ir acompañado de un plan para asegurar nuestra cadena de suministro —desde los minerales esenciales hasta las baterías y la infraestructura de recarga—.

Nuestra respuesta ha sido limitada porque nuestra organización, toma de decisiones y financiación se diseñaron para «el mundo de antes» —antes del Covid-19, antes de Ucrania, antes de la conflagración en Oriente Próximo, antes del retorno de la rivalidad entre grandes potencias—.

Pero necesitamos una Unión que esté a la altura del mundo de hoy y de mañana. Y por eso lo que propongo en el informe que el Presidente de la Comisión me ha pedido que prepare es un cambio radical —porque un cambio radical es necesario—.

En última instancia, tendremos que lograr la transformación de toda la economía europea. Tenemos que poder contar con sistemas energéticos descarbonizados e independientes; con un sistema de defensa integrado y adecuado basado en la Unión; con la fabricación nacional en los sectores más innovadores y de más rápido crecimiento; y con una posición de liderazgo en la innovación digital y de alta tecnología, próxima a nuestra base de fabricación.

Pero ante la rapidez con que avanzan nuestros competidores, también debemos evaluar las prioridades. Se necesitan acciones inmediatas en los sectores más expuestos a los retos ecológicos, digitales y de seguridad. En mi informe, nos centramos en diez de estos macrosectores de la economía europea.

Cada sector requiere reformas y herramientas específicas. Sin embargo, en nuestro análisis hay tres hilos comunes emergentes para las intervenciones políticas.

El primer hilo conductor es la posibilidad de beneficiarse de la economía de escala. Nuestros principales competidores aprovechan el hecho de ser economías de tamaño continental para generar economías de escala, aumentar la inversión y captar cuota de mercado en los sectores en los que más importa. En Europa tenemos la misma ventaja natural de tamaño, pero la fragmentación nos está frenando.

En la industria de defensa, por ejemplo, la falta de efecto de escala está obstaculizando el desarrollo de la capacidad industrial europea —un problema reconocido de manera explícita en la reciente Estrategia Industrial Europea de Defensa—. En Estados Unidos, los cinco principales actores representan el 80% de su gran mercado, mientras que en Europa constituyen el 45%.

Esta diferencia se debe en gran parte a que el gasto en defensa de la Unión Europea está fragmentado.

Los gobiernos no realizan muchas adquisiciones conjuntas –la contratación colaborativa representa menos del 20% del gasto– y no se centran lo suficiente en nuestro propio mercado: casi el 80% de las adquisiciones de los dos últimos años han procedido de fuera de la Unión.

Para hacer frente a las nuevas necesidades de defensa y seguridad, tenemos que intensificar nuestras compras conjuntas, aumentar la coordinación de nuestro gasto y la interoperabilidad de nuestros equipos, y reducir sustancialmente nuestras dependencias internacionales.

Otro ejemplo en el que no estamos aprovechando la escala es el de las telecomunicaciones. Tenemos un mercado de unos 450 millones de consumidores en la Unión, pero la inversión per cápita es la mitad que en Estados Unidos, y vamos a la zaga en despliegue de 5G y fibra.

Una de las razones de esta brecha es que tenemos 34 grupos de redes móviles en Europa —y se trata de una estimación conservadora, en realidad tenemos muchos más— que a menudo operan a escala nacional, frente a tres en Estados Unidos y cuatro en China. Para que haya más inversión, tenemos que racionalizar y armonizar más la normativa de telecomunicaciones en todos los Estados miembros y apoyar, no obstaculizar, la consolidación.

El efecto de escala también es crucial, de manera diferente, para las empresas jóvenes que generan las ideas más innovadoras. Su modelo de negocio depende de su capacidad para crecer rápidamente y comercializar sus ideas, lo que a su vez requiere un gran mercado nacional.

El efecto de escala también es esencial para desarrollar medicamentos nuevos e innovadores, mediante la normalización de los datos de los pacientes de la Unión, y el uso de la inteligencia artificial, que necesita toda esta riqueza de datos que tenemos, si al menos se pudieran normalizar.

En Europa somos tradicionalmente muy fuertes en investigación, pero estamos fallando a la hora de llevar la innovación al mercado y ampliarla. Podríamos hacer frente a este obstáculo, entre otras cosas, revisando la actual regulación prudencial de los préstamos bancarios y estableciendo un nuevo régimen regulador común para las nuevas empresas tecnológicas.

El segundo hilo conductor es la provisión de bienes públicos. Cuando hay inversiones de las que todos nos beneficiamos, pero que ningún país puede llevar a cabo por sí solo, hay razones de peso para que actuemos juntos; de lo contrario, no cumpliremos lo prometido en relación con nuestras necesidades: no cumpliremos lo prometido en clima, en defensa, por ejemplo, y tampoco en otros sectores.

Hay varios puntos de estrangulamiento en la economía europea en los que la falta de coordinación hace que la inversión sea ineficientemente baja. Las redes energéticas, y en particular las interconexiones, son un ejemplo de ello.

Son un claro bien público, ya que un mercado energético integrado reduciría los costes de la energía para nuestras empresas y nos haría más resistentes ante futuras crisis —objetivo que la Comisión persigue en el contexto de REPowerEU—.

Pero las interconexiones requieren decisiones sobre planificación, financiación, adquisición de materiales y gobernanza que son difíciles de coordinar —por lo que no podremos construir una verdadera Unión de la Energía a menos que acordemos un planteamiento común—.

Otro ejemplo es nuestra infraestructura de supercomputación. La Unión cuenta con una red pública de ordenadores de alto rendimiento (HPC) de categoría mundial, pero los efectos indirectos para el sector privado son actualmente limitados, muy limitados.

Esta red podría ser utilizada por el sector privado —por ejemplo, las nuevas empresas de IA y las PYME— y, a cambio, los beneficios financieros recibidos podrían reinvertirse para mejorar los HPC y apoyar una expansión de la nube de la Unión.

Una vez identificados estos bienes públicos, también tenemos que dotarnos de los medios para financiarlos. El sector público tiene un importante papel que desempeñar, y ya he hablado antes de cómo podemos utilizar mejor la capacidad de endeudamiento conjunto de la Unión, especialmente en ámbitos —como la defensa— en los que la fragmentación del gasto reduce nuestra eficacia general.

Pero la mayor parte del déficit de inversión deberá cubrirse con inversión privada. El ahorro privado en la Unión es muy elevado, pero en su mayor parte se canaliza hacia depósitos bancarios y no acaba financiando el crecimiento tanto como podría hacerlo un mercado de capitales más amplio. Por eso el avance de la Unión de Mercados de Capitales (UMC) es parte indispensable de la estrategia global de competitividad.

El tercer hilo conductor es asegurar el suministro de recursos e insumos esenciales.

Si queremos llevar a cabo nuestras ambiciones climáticas sin aumentar nuestra dependencia hacia países en los que ya no podemos confiar, necesitamos una estrategia global que abarque todas las etapas de la cadena de suministro de minerales críticos.

En la actualidad, estamos dejando en gran medida este espacio a los actores privados, mientras que otros gobiernos lideran directamente o coordinan fuertemente toda la cadena. Necesitamos una política económica exterior que aporte lo mismo a nuestra economía.

La Comisión ya ha iniciado este proceso con la Ley de Materias Primas Críticas, pero necesitamos medidas complementarias para hacer más tangibles nuestros objetivos. Por ejemplo, podríamos prever una Plataforma de Minerales Críticos de la Unión dedicada principalmente a la adquisición conjunta, el suministro diversificado seguro, la puesta en común y la financiación, y el almacenamiento.

Otra aportación crucial que debemos garantizar —y esto es especialmente importante para ustedes, los interlocutores sociales— es el suministro de trabajadores cualificados.

En la Unión, tres cuartas partes de las empresas señalan dificultades para contratar empleados con las cualificaciones adecuadas, mientras que 28 profesiones que representan el 14% de nuestra mano de obra sufren actualmente escasez de mano de obra.

Con el envejecimiento de la sociedad y unas actitudes menos favorables hacia la inmigración, tendremos que encontrar esas cualificaciones internamente. Múltiples partes interesadas tendrán que trabajar juntas para garantizar la pertinencia de las cualificaciones y dar forma a itinerarios flexibles de mejora de las competencias.

Uno de los actores más importantes a este respecto serán ustedes, los interlocutores sociales. Siempre han sido cruciales en tiempos de cambio, y Europa contará con ustedes para ayudar a adaptar nuestro mercado laboral a la era digital y capacitar a nuestros trabajadores.

Estos tres hilos conductores nos obligan a reflexionar profundamente sobre cómo nos organizamos, qué queremos hacer juntos y qué queremos mantener a nivel nacional. Pero dada la urgencia del reto al que nos enfrentamos, no podemos permitirnos el lujo de retrasar las respuestas a todas estas importantes preguntas hasta un próximo cambio de Tratado.

Para garantizar la coherencia entre los distintos instrumentos políticos, deberíamos ser capaces de desarrollar ahora una nueva herramienta estratégica para la coordinación de las políticas económicas.

Y si llegamos a la conclusión de que esto no es factible, en casos concretos, deberíamos estar dispuestos a considerar la posibilidad de seguir adelante con un subconjunto de Estados miembros. Por ejemplo, la cooperación reforzada en forma de un «28º régimen»2 podría ser una vía para que la UMC movilizara inversiones. Pero, por regla general, creo que la cohesión política de nuestra Unión exige que actuemos juntos, posiblemente siempre. Y debemos ser conscientes de que esa misma cohesión política se ve ahora amenazada por los cambios en el resto del mundo.

Recuperar nuestra competitividad no es algo que podamos lograr solos, o sólo golpeándonos unos a otros. Requiere que actuemos como Unión Europea como nunca antes lo hemos hecho.

Nuestros rivales nos están robando terreno porque pueden actuar como un solo país con una sola estrategia y alinear todas las herramientas y políticas necesarias tras ella.

Si queremos igualarles, necesitaremos una asociación renovada entre los Estados miembros, una redefinición de nuestra Unión que no sea menos ambiciosa que la que hicieron los Padres Fundadores hace 70 años con la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero.

Muchas gracias.

Notas al pie
  1. El 13 de septiembre de 2023, durante su discurso sobre el estado de la Unión, la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, anunció que había encargado a Mario Draghi la elaboración de un informe sobre la competitividad de la Unión Europea. En el Consejo Europeo de junio de 2023, los Jefes de Estado y de Gobierno de los 27 Estados miembros encargaron a la Comisión, a la Presidencia española y a la Presidencia belga del Consejo que presentaran un informe sobre el futuro del mercado único en marzo de 2024. El ex Primer Ministro italiano, a quien se ha encomendado esta tarea, deberá presentar sus conclusiones mañana, 17 de abril.
  2. En Derecho europeo, los denominados «28º regímenes» son marcos jurídicos de reglas de la Unión que no sustituyen a las reglas nacionales, pero pueden constituir una alternativa facultativa a las mismas.
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