En el principio fue la desorientación. Tras las elecciones generales de julio de 2023 en España, Vox no sabía qué hacer desde el punto de vista estratégico y vivió un verano más bien existencialista. El mes de agosto fue particularmente dramático: primero dimitió su portavoz en el Congreso de los Diputados —Iván Espinosa de los Monteros—, hombre más apreciado por los simpatizantes que por los militantes de Vox, y que sólo unas semanas antes había acariciado la idea de tener un papel notorio en un eventual gobierno de coalición entre el Partido Popular y el partido de Santiago Abascal. Pocos días después dimitió el tesorero de la formación ultra dando un portazo y sin ofrecer demasiadas explicaciones. Para colmo, los medios de comunicación afines a la derecha convencional —que hasta entonces había tolerado de mayor o menor buen grado la existencia de la formación nativista— acusaron de manera prácticamente unánime a Vox de ser el culpable de que Alberto Núñez Feijóo no hubiera llegado a la Moncloa. O, más concretamente: de ser los responsables de haber provocado una movilización de última hora del voto progresista

En la rentrée, cuando Vox se puso a pensar en organizar el Viva23, cuya fecha anual coincide con la primera semana de octubre, nadie se atrevió a hacerlo: ninguna persona levantó la mano ni se ofreció a ponerse en marcha. El diagnóstico entonces sentenció lo siguiente: ni los militantes, ni los simpatizantes ni los cuadros del partido están para fiestas. Había otro ingrediente que lo hacía todo más ambiguo y molesto: Vox no podía dejar de desear que Pedro Sánchez fracasara en su intento de investidura parlamentaria y, al mismo tiempo, la mera hipótesis de una repetición electoral le horrorizaba, puesto que las encuestas y sondeos que manejaba la formación ultra resultaban demoledores. El partido de los Tercios de Flandes y de Blas de Lezo se encontraba en un rincón sentado: frustrado y removiendo la tierra en círculos; transitando las aguas comunicantes entre la fatiga y la angustia. 

Vox opta entonces por una salida clásica a este impasse: volver a los orígenes, reconectar con el ADN del partido, viajar simbólicamente a 2018. Es curioso que esta “fantasía del inicio” opere tan tenazmente en seres humanos y organizaciones institucionalizadas: volver para curarse, para remendar los problemas, para revivir una esencia, para recuperar una pasión. Pero: ¿qué afecto había que recobrar? La emoción de eso que años atrás dieron en llamar la “España viva”. Por eso Vox vuelve al palacio de Vistalegre, y no elige cualquier otro sitio; por eso también abre la reunión con una intervención de José Antonio Ortega Lara (como en 2018); y por eso finalmente Abascal trufa su discurso con menciones a la “derechita cobarde”. La consigna es regresar a los orígenes para apuntalar el ADN; eso sí, en un tipo de acto que ya se parece poco al que hizo emerger a la formación ultraderechista dentro de la esfera pública española. No en vano, el líder de la derecha radical chilena, José Antonio Kast, comparó el ambiente con el de la CPAC norteamericana —y sus hermanas gemelas de México, Brasil, Hungría o Polonia—, al tiempo que animaba a Vox a organizar allí mismo alguna convención conservadora en los próximos años1

Tras las elecciones generales de julio de 2023 en España, Vox no sabía qué hacer desde el punto de vista estratégico y vivió un verano más bien existencialista.

Guillermo Fernández-Vázquez

Este ambiente internacional se percibía también en la calle. Pilar, una mujer madrileña de 53 años, se muestra entusiasmada con la llegada de Milei: “tengo muchísimas ganas de escucharlo”. “Bueno, a él y a otros”, aclara, “pero me da particular intriga él”. Se suman a la conversación una pareja de argentinos alrededor de la treintena que, tras corear un grito a favor del presidente de aquel país, dicen: “estamos aquí en España, hemos votado por él: ¿cómo no íbamos a venir a verlo?”, y seguidamente uno de ellos agrega: “él viene a cambiarlo todo”. No todo es Milei, también se ven banderas cubanas, banderas de El Salvador, banderas venezolanas y también un considerable número de banderas israelíes. En un bar próximo al Palacio de Vistalegre, un grupo de personas hace bromas junto a los aseos acerca de la “ley trans” aprobada por el gobierno español en 2023. También se escuchan comentarios elogiosos hacia la figura de Giorgia Meloni y una pregunta subyacente: “¿al final va a venir?”. A ratos uno diría que está en un festival de música en el que cada asistente manifiesta su preferencia por alguno de los grupos invitados. 

Una vez dentro del recinto, el hilo musical también es elocuente: los Nikis, Hombres G, Manolo Escobar, Andrés Calamaro entonando rancheras y el grupo madrileño Taburete interpretando una melodía de aire singularmente latino. Todo ello tronando desde megafonía. No obstante, antes de que dé comienzo el acto, la palma musical se la lleva un himno castrense: “El novio de la muerte”, que consigue levantar al público y hacer ondear las banderas. Las canciones se intercalan entonces con vídeos sobre la Agenda 2030, sobre la Unión Europea, sobre el gobierno español o sobre los “amigos (patriotas) internacionales” de Vox. Los sustantivos que se pronuncian en esas grabaciones forman una nube de palabras que asciende la siguiente escala pentatónica: familia, seguridad, raíces, campo, identidad, inmigración, adoctrinamiento, libertad. Y una expresión que aparecerá varias veces unida a la imagen de Greta Thunberg: “religión climática”. 

Tras los insultos a Pedro Sánchez y el ya habitual “Puigdemont a prisión”, emerge del público un grito coreado apasionadamente: “que no, que no, que no me da la gana, una dictadura como la venezolana”. Es el momento álgido de las banderas españolas, pero también de los emblemas cubanos, chilenos y nicaragüenses. Dos terceras partes de la derecha sociológica española ha terminado por creerse que vive camino de un régimen dictatorial. Todo empezó en la pandemia, durante el confinamiento, cuando un grupo de cuentas de Twitter afines a Vox, comenzó a comparar la situación con un inmenso experimento de control y a Pedro Sánchez con un dictador latinoamericano. Un repaso por los trending topics de aquellas semanas resulta muy iluminador. Ahí arrancó la “venezuelización” de un sector de la derecha española, que ahora anega discursos, estrategias y repertorios de acción política. Cualquiera que se sentara en el graderío de Vistalegre y escuchara a su alrededor, se daría cuenta de que esa España quiere rebelión, quiere revancha y quiere sublevación.

Tras los insultos a Pedro Sánchez y el ya habitual “Puigdemont a prisión”, emerge del público un grito coreado apasionadamente: “que no, que no, que no me da la gana, una dictadura como la venezolana”.

Guillermo Fernández-Vázquez

Los discursos de los ponentes

Si algo unía a la serie de líderes de la extrema derecha reunidos en Madrid —más allá de la nube de palabras antes mencionada— es el deseo de que Donald Trump gane las elecciones norteamericanas del próximo otoño. De hecho, tras el breve discurso de apertura de José Antonio Ortega Lara, el primero en hablar fue Roger Severino, representante del Partido Republicano estadounidense. En su discurso, trufado de referencias a la teoría de género y al adoctrinamiento en las escuelas, pronunció frases categóricas y estruendosas como por ejemplo “Dios no comete errores”, haciendo referencia a las personas trans; para finalmente terminar su monólogo con una exclamación: “Viva Trump”, ampliamente coreada por el público. Tras Severino, comparecieron en el escenario dos personajes poco conocidos y sin embargo muy importantes para entender la galaxia ultraconservadora norteamericana con la que cada vez hace más y mejores migas la derecha radical europea. Se trata de Matt y Mercedes Schlapp, directores de la CPAC estadounidense. El primero recomendó a los asistentes que dejen de ver la CNN y de leer los periódicos, mientras lanzaba un augurio para noviembre: “vamos a ganar”. La segunda, en perfecto español, levantó al público cuando proclamó: “hay que acabar con los izquierdistas, hay que acabar con los comunistas”. 

Seguidamente subió al escenario el líder del Partido Republicano chileno, José Antonio Kast, que hizo especial hincapié en dos instituciones, el “Foro de Madrid” y la “Fundación Disenso”, dejando pistas, para quien desee verlas, sobre el anudamiento entre las derechas radicales europeas y latinoamericanas; y, muy en particular, sobre el papel de Vox como padrino de muchas ellas. El propio Kast reconoció tanto el apoyo de Vox cuando su partido apenas significaba nada en Chile como el papel de modelo —de auténtica inspiración— que el partido de Santiago Abascal ha ejercido para la derecha radical chilena. Todo su discurso estuvo plagado de agradecimientos a la “enorme red de Vox”, así como de paralelismos entre Chile y España. Para el final dejó un obsequio retórico: “el fracaso de Podemos no hubiera sido posible sin Vox”; que naturalmente el público premió con grandes aplausos. 

En su discurso, trufado de referencias a la teoría de género y al adoctrinamiento en las escuelas, Severino pronunció frases categóricas y estruendosas como por ejemplo “Dios no comete errores”, haciendo referencia a las personas trans.

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André Ventura, líder de la portuguesa Chega, se atrevió con el español y redundó en algunas de las ideas expresadas antes por otros oradores: “no pueden negarnos que un hombre es un hombre, y una mujer es una mujer”; para seguidamente afirmar que los partidos allí reunidos son los garantes de la libertad en Europa. Por su parte, no faltaron ni los gestos de complicidad con Marine Le Pen ni los elogios a Israel. Tras él, llegó el candidato de Vox a las elecciones europeas, Jorge Buxadé, quien, tras repetidas referencias al campo, a la identidad y a las raíces cristianas de Europa, apuntó hacia tres separatismos como el principal peligro de Europa: el separatismo territorial, el separatismo de género y el separatismo islamista.

Pero seguramente lo más helador ocurrió cuando subió al estrado Amichai Chikli, ministro de Asuntos de la Diáspora en Israel, y  proclamó que “esto no tiene nada que ver con Gaza, sino que es un combate sobre un futuro de nuestra civilización”; y, por si a alguien se le había pasado por alto, lo repitió dos veces. El público aplaudió sin reparos. Bien es verdad que la derecha radical europea viene haciendo gestos de acercamiento a Israel desde hace años; pero al comienzo eran meros movimientos tácticos para desembarazarse en sus propios países de la etiqueta de “extremistas” y de “antisemitas”. Ahora se trata de algo cualitativamente muy distinto: los antiguos neofascistas no sólo hacen las paces con Israel, sino que idolatran su proyecto; lo ensalzan y les fascina tanto el fondo como la forma.

Un hombre graba con su teléfono el discurso de Marine Le Pen durante la convención política Europa Viva 24 organizada por el partido español de extrema derecha VOX en el Palacio de Vistalegre de Madrid. © Alberto Gardin / SOPA

Después del ministro israelí hablaron Mateusz Morawiecki y Viktor Orbán, ambos a través de sendos mensajes grabados. El segundo levantó grandes aplausos entre el público. Resulta sorprendente que en un país como España, donde a Podemos se le atacó con pruebas falsas por una inexistente financiación venezolana, levante tan poca polvareda el elogio explícito del gobierno húngaro. 

Una vez concluidas las dos intervenciones grabadas, llegó el turno de Marine Le Pen que llevaba todo el acto sentada junto a Santiago Abascal y que, de modo significativo, regateó todo lo que pudo los aplausos al discurso que tras ella pronunció la primera ministra italiana, Giorgia Meloni. La presencia de la líder del Rassemblement National fue sin duda una sorpresa, pues nunca se le había visto junto a Vox, y tampoco comparte grupo parlamentario europeo con la formación de Santiago Abascal. Del mismo modo, también fue llamativo que no acudiera quien hasta ahora había sido el principal aliado de Vox en Francia: el partido Reconquête de Éric Zemmour y Marion Maréchal Le Pen. Algún movimiento táctico de fondo, seguramente ligado al trampolín de la “iberoesfera”, explicará en el futuro tanto la petición de la líder francesa como la postrera aceptación de Vox2. En cualquier caso, el discurso de Le Pen fue de los menos aplaudidos en Vistalegre. Eso sí, terminó su discurso con un áspero “Viva España” que, pronunciado con un tono llamativamente alto, desentonó de su discurso casi enteramente leído.

Mezcla de descaro y provocación, Meloni afirmara ese domingo: “yo soy la primera presidente del consejo de derechas”; privando así de esa consideración tanto a Silvio Berlusconi como a la larga serie de primeros ministros de la democracia cristiana italiana. 

Guillermo Fernández-Vázquez

La aclamada Meloni —verdaderamente el público la quiere y la siente próxima— insistió a través de una intervención online en directo en la membrana identitaria que recubre este ambicioso intento por resignificar el conservadurismo desde bases puramente reaccionarias. Por eso cuando a ella se le pregunta, responde que es de “centro-derecha”: porque toda su ofensiva estratégica está encaminada a sustituir a los democristianos; es decir, a sentarse en su mismo lugar simbólico, pero aplicando ideas completamente distintas. Es un trampantojo espacial, pero funciona sobre nuestra retina. Como resultado, hoy en Italia sólo hay conservadores —de los antiguos— tomando café o haciendo tertulias de sobremesa. De ahí también que, mezcla de descaro y provocación, Meloni afirmara ese domingo: “yo soy la primera presidente del consejo de derechas”; privando así de esa consideración tanto a Silvio Berlusconi como a la larga serie de primeros ministros de la democracia cristiana italiana. 

El plato fuerte para asistentes y medios de comunicación llegó con la subida al estrado de Javier Milei, figura que porta dentro de sí un contencioso entre lo docente y lo vandálico, entre un comportamiento extremadamente gesticulante lejos del micrófono y un vago aire a profesor monótono mientras lee sus discursos. Cuando parecía que todo iba a permanecer en los raíles de una filípica neoliberal, el presidente argentino se arrancó con un comentario execrable sobre la mujer de Pedro Sánchez. El desafío que implica Milei, más allá de su gestión y del cargo que ostenta, es que gusta a un espectro cada vez más amplio de varones españoles. No me refiero sólo a la icónica foto junto a la flor y nata del empresariado español. Me refiero más bien a un sector de la población, entre los veinte y los cuarenta años —fundamentalmente compuesto por hombres— que, aun proviniendo familiarmente de diversas ideologías, ven en el presidente argentino a un utópico, a alguien que viene a aplicar ideas que nunca se han puesto verdaderamente en marcha, a un revolucionario; y, como tal, a un portador de esperanza. En un mundo cansado y repetitivo —donde se proponen diversos modelos de nostalgia—, Milei es percibido por estos españoles como el último soñador que habla de futuros mejores: más prósperos y libres. Puede que a veces se nos pase por alto la fuerza del anarcoliberalismo como la última utopía disponible. 

Para cerrar el acto, subió al estrado Santiago Abascal que se esforzó por conectar su discurso con el pronunciado en ese mismo lugar seis años atrás, poniendo con orgullo en primer plano el “ADN Vox”; y, por otro lado, situándose dentro de una gran familia de “patriotas” en auge por todo el mundo, enfrentados al “socialismo globalista”, y que defienden ideas de “sentido común”. Con ello, y con la ayuda del exabrupto de Javier Milei, dio por lanzada la campaña de Vox para las elecciones europeas.

Milei es percibido por estos españoles como el último soñador que habla de futuros mejores: más prósperos y libres.

Guillermo Fernández-Vázquez

Vox como nodo de comunicaciones

La desorientación estratégica de Vox sobre el plano nacional contrasta con su músculo internacional. El partido de Santiago Abascal ha conseguido posicionarse como un nodo de comunicaciones entre, por un lado, las derechas radicales europeas y las nuevas derechas ultras en América Latina; y, por otro lado, entre estas últimas y el mundo de Donald Trump. Vox se ha convertido así en un mediador, en un lugar de paso, prácticamente en un “conseguidor”: alguien que facilita, que abre puertas y a quien prefieres tener de tu lado. Vox es, en buena medida, la arqueta que abre o cierra la acequia.

En este sentido, llaman igualmente la atención las ausencias al acto. Ningún representante de la extrema derecha nórdica estuvo en Madrid. Tampoco el flamante Geert Wilders, que acaba de conseguir sellar un acuerdo de gobierno y tendrá una influencia considerable en un gobierno de coalición derechista en Holanda. Ni siquiera los austríacos del FPÖ, a quienes los sondeos sitúan en primera posición en las elecciones parlamentarias del próximo otoño en aquel país. Aún menos se pudo ver a los flamencos del Vlaams Belang ni a los alemanes de Alternative für Deutschland. Señal de que ninguno de ellos está por ahora particularmente interesado en las relaciones con América Latina, ni tampoco en fortalecer sus lazos con el entorno de Donald Trump —en algunos casos por los vínculos todavía fuertes con Rusia—. 

El partido de Santiago Abascal ha conseguido posicionarse como un nodo de comunicaciones entre, por un lado, las derechas radicales europeas y las nuevas derechas ultras en América Latina; y, por otro lado, entre estas últimas y el mundo de Donald Trump.

Guillermo Fernández-Vázquez

Quienes, por el contrario, sí estuvieron en Vistalegre fueron las derechas radicales del mediterráneo y del este europeo. Ahí sí se dibuja un plan: una entente de colaboración entre estos dos focos europeos y las dos Américas: la del sur y la del norte. Con el anfitrión, Vox, ejerciendo de bisagra; o, mejor, como escribía Enric Juliana3 recientemente: de rótula entre diversas extremidades. Estar en Madrid el pasado 19 de mayo era así contemplar el cuerpo —¡y las articulaciones!— de la derecha reaccionaria que aspira a tomar el volante en los principales centros de poder del mundo occidental. En el otro lado existen experiencias significativas e intentos notorios, pero inmensamente menos coagulados.

Notas al pie
  1. Hay que recalcar que, entre los organizadores del acto, se encontraba “Heritage Foundation”. Sin ese apadrinamiento norteamericano, la cumbre no hubiera transcurrido de la misma manera.
  2. Presumiblemente la presidenta del Rassemblement National desea expiar sus pecados pro-rusos del pasado y ser perdonada y aceptada dentro no sólo del lado fervientemente “atlantista”, sino también en el mundo de afinidades de la Heritage Foundation.
  3. https://twitter.com/EnricJuliana/status/1792451022754877907