La economía mundial atraviesa un periodo de profundos cambios. Para cartografiar el surgimiento del capitalismo político, consulta aquí los principales estudios de Chris Miller, Agathe Demarais y una investigación en tres partes de Ding Ke. Suscríbete aquí para recibir nuestros últimos análisis, mapas y boletines en tiempo real.

En todo el imperio, los políticos y oligarcas rusos persiguen proyectos masivos de construcción y extracción. En el Ártico surgen minas y pozos de petróleo, gas, níquel y platino. Centrales hidroeléctricas se elevan sobre la tundra y la taiga para alimentar la producción de aluminio. Los embalses inundan miles de kilómetros cuadrados de tierra y destruyen las comunidades de pastores de renos evenk. Se perforan canales para trasvasar agua —un recurso ahora comparable al petróleo o el gas— a China, Kazajstán y Uzbekistán. Rompehielos de propulsión nuclear mantienen abierta la Gran Ruta del Mar del Norte en plena noche polar. Un puente que ni Hitler ni Stalin lograron completar une ahora Krasnodar con Crimea a través del estrecho de Kerch y permite a Rusia continuar su guerra contra Ucrania. Todos estos proyectos colosales son de Putin.

Mi libro Hero Projects1 traza la génesis y la historia de los grandes proyectos «colosales» zaristas, soviéticos y postsoviéticos. Apoyados por el Estado, han tenido durante mucho tiempo una importancia estratégica y económica para el imperio ruso. Independientemente de cuándo se construyeron o de quién los encargó, lo que tienen en común es que poseen una dimensión militar, exigen conocimientos de ingeniería sin parangón y movilizan considerables recursos de capital y mano de obra a través de medidas económicas dirigistas. Ya sea el ferrocarril transiberiano del zar, traído de Europa y el Pacífico en la década de 1890 para desarrollarse tierra adentro y prepararse para la guerra con Japón; el visionario plan de electrificación de Lenin de la década de 1920, para acelerar la construcción comunista; el magnífico —y mortal— complejo siderúrgico de Magnitogorsk de Stalin, pero también sus minas, canales y otros numerosos proyectos del gulag; las centrales hidroeléctricas de los principales ríos del país y, por supuesto, el primer reactor nuclear civil del mundo en Obninsk (1954) o el satélite Sputnik (1957): todas esas infraestructuras sirvieron para consolidar el poder del Estado, apoyar las campañas militares y enriquecer a los dirigentes rusos. Los colosales proyectos fueron un crisol para reunir a trabajadores de fábricas y obras de todo el imperio. Los fusionaron en un ejército industrial multiétnico para extraer los grandes recursos minerales, fósiles y naturales del país en beneficio del Kremlin.

Todas esas infraestructuras sirvieron para consolidar el poder del Estado, apoyar las campañas militares y enriquecer a los dirigentes rusos.

Paul Josephson

Los proyectos colosales han sido durante mucho tiempo el principal motor del desarrollo económico de Rusia y de su aventurerismo militar. En el Imperio ruso, quizá más que en ningún otro lugar del mundo, los proyectos financiados por el Estado se llevaron adelante con un gran ímpetu, impulsados por los intereses desenfrenados de los funcionarios y alentados por la arrogancia de los ingenieros ante la ausencia de oposición pública. Al igual que los proyectos soviéticos anteriores al suyo, los sueños de concreto de Putin tendrán como objetivo irrigar la estepa, recuperar los pantanos, domar la taiga y la tundra, extraer, triturar y procesar mineral, bombear y transportar petróleo y gas a gran escala, todo ello en pos del imperio, el poder político en el extranjero y la legitimidad en casa.

Proyectos colosales como baluarte contra las potencias capitalistas

Las preocupaciones militares fueron la principal justificación e inspiración técnica de los proyectos colosales: los enemigos siempre estarían acechando a las puertas de Rusia.

Los bolcheviques ya estaban preocupados por un peligroso «cerco capitalista». Como no dejan de recordarnos los actuales dirigentes rusos, ¿no se había enfrentado la nación revolucionaria a la intervención de los Aliados tras la Primera Guerra Mundial? Ordenaron a los comisariados —más tarde llamados «ministerios»— aumentar la producción de recursos naturales estratégicos, minerales y combustibles fósiles, y crearon el Ejército Rojo para proteger la patria socialista.

Región de Cheliábinsk, Rusia, 30 de diciembre de 2019. El monumento conmemorativo contra un telón de fondo de chimeneas humeantes en el Complejo Metalúrgico de Magnitogorsk (MMK). © Sergei Bobylev/TASS

Mientras que la Rusia zarista tenía un déficit de pensadores innovadores y proyectos gubernamentales bien financiados, los comisarios bolcheviques lo compensaron con la planificación central, ejércitos de trabajadores y entusiasmo tecnológico para acelerar el ritmo de extracción de recursos y producción industrial. Hicieron de estos «proyectos colosales» la pieza central de sus esfuerzos de desarrollo. Tal vez equivocadamente, estaban convencidos de que, a diferencia del capitalismo, la planificación socialista evitaría la duplicación de esfuerzos, distribuiría bienes, servicios, capital y mano de obra de forma racional y garantizaría la consecución de los objetivos estratégicos en el momento oportuno. Al igual que los ingenieros que trabajaban en otros sistemas políticos, los ingenieros soviéticos afirmaban que, ante retos técnicos, problemas de suministro o cualquier otra dificultad, siempre habría soluciones tecnológicas. Por supuesto, este mantra no funcionó realmente, ni mucho menos. Hubo varias razones para ello: la infravaloración de los recursos naturales en el sistema de precios soviético —que llevó a un despilfarro excesivo y a la sobreexplotación—, el constante afán por alcanzar objetivos de producción sobrehumanos, el desarrollo de un sistema de planificación —que tenía poca flexibilidad a la hora de distribuir los recursos de mano de obra y capital necesarios— o el tratamiento de todas las regiones y ecosistemas, y de sus recursos naturales y minerales, como más o menos equivalentes y maleables según las preferencias de las autoridades.

Las preocupaciones militares fueron la principal justificación e inspiración técnica de los proyectos colosales.

Paul Josephson

Pero todos esos obstáculos no bastaron para disuadir a los planificadores. Los proyectos de construcción masiva eran la norma. Sólo en el primer plan quinquenal de Stalin, de 1929 a 1933, hubo no menos de 1 500 grandes proyectos. Los estalinistas veían en los grandes proyectos la forma más eficaz de dominar las nuevas tecnologías y, al mismo tiempo, convertir a los trabajadores en mano de obra calificada. Pronto decidieron llenar los espacios vacíos de los Urales, el Ártico y Extremo Oriente con minas, fundiciones, ferrocarriles y otros proyectos colosales. Destinaron colonos eslavos y representantes del Partido a la periferia para supervisar la producción y vigilar de cerca a las minorías étnicas que consideraban atrasadas y hostiles al marxismo.

El sistema penitenciario del gulag fue crucial para proporcionar mano de obra para los grandes proyectos; los beneficios de utilizar brigadas de trabajadores penitenciarios en las tareas de limpieza de residuos en el Ártico o como soldados de primera línea en la guerra de Ucrania no han escapado a los actuales amos del Kremlin. El gulag dio lugar al primer proyecto colosal: el canal del Mar Blanco al Báltico. En la década de 1930, fue un proyecto de construcción titánico en el que perecieron 70 mil prisioneros, muchos de ellos enterrados en fosas comunes en Sandarmoj, Carelia. Funcionarios del gobierno ruso están reescribiendo la historia para acusar a Finlandia de ser responsable de los asesinatos, que supuestamente se cometieron unos años más tarde, durante la Guerra de Invierno de 1940. A medida que se completaban los proyectos, las operaciones del gulag se trasladaron inexorablemente del noroeste de Rusia a las regiones centrales, Siberia, el Extremo Norte y el Extremo Oriente, donde prisioneros mal equipados y mal vestidos fueron incorporados a docenas de otros proyectos relacionados con acueductos, minería, ferrocarriles, fundiciones, etcétera. Se empleó a geólogos, geógrafos, botánicos e ingenieros encarcelados para sentar las bases de proyectos de infraestructura que abarcaban desde pozos y ferrocarriles hasta carreteras y programas espaciales y nucleares. Cientos de miles de prisioneros perecieron entre 1928 y 1953, cuando los campos empezaron a vaciarse tras la amnistía que siguió a la muerte de Stalin. Pero el Estado siguió celebrando la obra del gulag con la apertura de minas y fundiciones en Norilsk, Salejard, Monchegorsk y Apatity, a lo largo del Ártico; centrales hidroeléctricas a lo largo de los ríos Volga, Dnipro, Don y otros; y líneas de ferrocarril desde Moscú hasta el Extremo Oriente y el Extremo Norte.

Sin embargo, la URSS estuvo a punto de derrumbarse durante la Segunda Guerra Mundial porque los ejércitos de Hitler cruzaron rápidamente la frontera soviética hasta las afueras de Leningrado, que sufrió un bloqueo de 900 días que provocó hambrunas masivas, y hasta los suburbios de Moscú, los pozos petrolíferos de la Unión Soviética en el mar Caspio y el Volga. Después de la guerra, los funcionarios soviéticos intensificaron los programas para aprovechar los recursos de Siberia, el Ártico y Extremo Oriente mediante proyectos mineros e hidroeléctricos destinados a asegurar los recursos contra futuras invasiones u ocupaciones. Con Nikita Jruschov (1954-1964) y Leonid Brézhnev (1964-1985), los ministerios del Kremlin enviaron institutos de diseño y brigadas de construcción más al este, al norte y a Asia Central.

Se terminaron los canales de Karakum (1954-1988) e Irtysh-Karaganda (1962-1974) y otras obras hidráulicas, aunque a trompicones, normalmente con grandes retrasos y enormes sobrecostos. También provocaron una degradación medioambiental a gran escala, con consecuencias tan flagrantes como la desaparición del mar de Aral. No importaba: el poderoso Ministerio de la Industria del Agua había concebido y coordinado los esfuerzos de 250 organizaciones en pos de un temerario proyecto para trasvasar agua de la cuenca de Ob-Irtysh a la Asia Central soviética mediante canales de trasvase de 1 500 kilómetros de longitud que debían excavarse en parte utilizando bombas nucleares «pacíficas». Mijaíl Gorbachov detuvo finalmente el proyecto de trasvase en 1988.

Los estalinistas veían en los grandes proyectos la forma más eficaz de dominar las nuevas tecnologías y, al mismo tiempo, convertir a los trabajadores en mano de obra calificada.

Paul Josephson

Megaproyectos rusos en el siglo XXI

A pesar de la transición del sistema socialista al capitalista, el número de paralelismos en la concepción y los objetivos de los proyectos colosales entre los periodos soviético y postsoviético es sorprendentemente alto. La continuidad más llamativa reside en el objetivo de enriquecer el Estado y aumentar su poder militar. Muchas de las 40 ciudades militares cerradas hoy en Rusia —diez de ellas dedicadas a las armas nucleares— tienen sus raíces en el sistema del gulag. Una de ellas, Severodvinsk, en el Mar Blanco, se inauguró como Molotovsk en 1937. Su principal objetivo era construir submarinos nucleares. Hoy, los responsables de los astilleros proponen planes para construir petroleros y plataformas de perforación de propulsión nuclear. La administración del gulag responsable de la ingeniería hidráulica se convirtió en el Institut Zhuk Gidroproekt tras la muerte de Stalin. Ahora se llama RusGidro bajo Putin. Los proyectos hidroeléctricos de RusGidro, que se remontan a los años de Brézhnev, se han reactivado en la tundra para alimentar fundiciones de aluminio, mientras que los enormes proyectos de trasvase de cuencas de agua, que se remontan a la década de 1930, han encontrado nueva vida en la potencial exportación de agua —otro de los preciados recursos de Rusia— a China.

Un ejemplo sorprendente de esta continuidad temporal de proyectos entre regímenes se encuentra en el extremo del país, en el Ártico. En su día, Stalin empleó a presos del gulag —decenas de miles de los cuales perecieron— para construir un ferrocarril polar que uniera la cuenca del río Pechora —la montañosa región de los Urales— con el petróleo, el gas, el carbón y los minerales de Siberia occidental. El ferrocarril debía conducir a un puerto ártico en el delta del río Ob, en el cabo Kamenni. El ferrocarril de Stalin —conocido como la «Carretera de la Muerte»— se desvió entonces hacia el este de un plumazo sobre un mapa, hasta el río Yenisei, con un final en la ciudad de Igarka, construida a su vez para la explotación forestal por prisioneros del gulag. ¿Por qué este giro? Los últimos estudios técnicos habían demostrado que el emplazamiento previsto para el puerto en el cabo Kamenni era imposible de construir. Todo el proyecto fue abandonado en 1953, pocas semanas después de la muerte de Stalin. Putin aprobó la idea de renovar el proyecto ferroviario para complementar la infraestructura de petróleo y gas en la península de Yamal. En mayo de 2016, a través de un enlace telefónico desde su despacho en el Kremlin, inauguró una nueva terminal de gas en las instalaciones de Arctic Gates, precisamente donde debía estar la terminal prevista por Stalin, el cabo Kamenni.

Bajo Putin, los proyectos colosales que implican tecnología de punta tuvieron un renacimiento tras la crisis económica y política de los años noventa.

Paul Josephson

Bajo Putin, los proyectos colosales que implican tecnología de punta tuvieron un renacimiento tras la crisis económica y política de los años noventa. Los actores de los sectores espacial y de la energía nuclear desempeñan un papel cada vez más importante en esos proyectos, porque permiten a los dirigentes rusos afirmar que su país sigue siendo una superpotencia científica internacional. Las grandes empresas estatales Roskosmos y Rosatom son cruciales para los intereses geopolíticos, el poder económico y la imagen que Rusia tiene de sí misma. Rosatom, una agencia del Ministerio de Armas y Reactores Nucleares de la URSS, está haciendo una serie de declaraciones autopromocionales sobre el arranque y venta de docenas de reactores al extranjero. Afirma que sus nuevos rompehielos de propulsión nuclear y sus centrales eléctricas flotantes, la mayoría de herencia soviética, alimentarán la industria del petróleo y el gas al permitir la explotación nuclear de los recursos del Ártico durante todo el año.

Fotografía tomada durante una visita de trabajo del presidente ruso, Vladímir Putin, a Magnitogorsk, el 19 de julio de 2019. © Anatoliy Zhdanov/Kommersant

En sus objetivos y su comportamiento, Rosatom tiene todos los rasgos de una administración estalinista renacida. Sus directores y personal de relaciones públicas afirman que Rosatom es la versión nuclear de la Glavsevmorput de Stalin —la principal administración de la Ruta Marítima Septentrional— fundada en la década de 1930 para garantizar el desarrollo de los recursos árticos. Rosatom protege el Ártico de la creciente competencia e invasión extranjeras, y su filial Atomflot —otra reliquia soviética que se remonta al primer rompehielos nuclear soviético, el «Lenin» (1957)— actúa como «empresa de infraestructura» para garantizar el buen funcionamiento de oleoductos, minas, canales, puertos, aeropuertos polares, petroleros y portacontenedores, así como la afluencia de trabajadores temporales.

Sus directores y personal de relaciones públicas afirman que Rosatom es la versión nuclear de la Glavsevmorput de Stalin, fundada en la década de 1930 para garantizar el desarrollo de los recursos árticos.

Paul Josephson

Desde que Putin llegó al poder, a menudo se habla de los proyectos emblemáticos como «megaproyectos del siglo». Pero siguen siendo ferrocarriles, oleoductos, estaciones de bombeo, instalaciones nucleares y otras infraestructuras que ocupan un lugar destacado en el presupuesto estatal ruso. Los megaproyectos son especialmente numerosos en las zonas donde se ubican las instalaciones de Gazprom y Novatek, una de las mayores compañías de gas natural del mundo, sobre todo en la península de Yamal, un territorio de 700 kilómetros de largo que se adentra en el océano Ártico. Gazprom, Novatek y otras empresas del capitalismo oligárquico de Estado ruso tratan la tierra, el subsuelo y los combustibles fósiles como sus feudos, construyendo vías, oleoductos y estaciones de bombeo en climas duros. Afirman, por supuesto, que lo hacen de forma respetuosa con el medio ambiente, mientras mantienen alejados a periodistas y científicos que podrían descubrir lo contrario, y pisotean a los pastores de renos indígenas nenets y janti, como hicieron Stalin y Brezhnev antes que ellos, décadas antes.

Los megaproyectos del siglo de Putin

Los logros tecnológicos cruciales del imperio ruso durante el siglo pasado han sido precisamente estos proyectos colosales: infraestructuras de oleoductos a gran escala, carreteras y puentes, canales y otras obras hidráulicas, así como centrales nucleares e hidroeléctricas de gran importancia para el Estado en términos de poder político, fuerza militar y legitimidad pública. Lenin era un gran partidario de los proyectos a gran escala. Los veía como la panacea para superar el retraso tecnológico del país. Stalin había desencadenado la rápida industrialización de la URSS mediante planes quinquenales concebidos para proteger a la nación contra la amenaza militar del exterior y los enemigos del interior, creando al mismo tiempo un ejército de trabajadores dóciles. Este modelo de desarrollo ha persistido a lo largo de las décadas. Bajo Jruschov y Brézhnev, los esfuerzos por controlar los recursos al servicio del Kremlin se extendieron hacia el norte y el este —hasta el Ártico y Siberia— mediante la labor de ministerios en expansión, sus oficinas de diseño y sus agencias de construcción. Tras un breve paréntesis en los proyectos de ingeniería durante la presidencia de Yeltsin en la década de 1990 —causado por un gobierno sumido en la pobreza y una economía en bancarrota—, la Federación Rusa reanudó los proyectos a gran escala planteados por las empresas y ministerios renacidos de los proyectos soviéticos.

En la era de Putin, los proyectos colosales se han convertido en armas de guerra.

Paul Josephson

En la era de Putin, los proyectos colosales se han convertido en armas de guerra. Ucrania explota 15 reactores nucleares en cuatro centrales que producen cerca de la mitad de la electricidad del país. En marzo de 2022, las tropas rusas ocuparon la central nuclear de Zaporiyia, en el Dniéper, a sólo 200 kilómetros de Crimea. Con seis reactores, es la mayor de Europa. El régimen de Putin corría el riesgo de un accidente catastrófico. En junio de 2023, los ocupantes rusos volaron la presa de Kajovka, una de las seis centrales hidroeléctricas de la era soviética en el Dniéper, la mayoría de ellas diseñadas durante la época zarista. El agua del embalse inundó viviendas, comercios y fábricas río abajo, y destruyó tierras de cultivo y pesquerías. La destrucción de la presa, uno de los últimos grandes proyectos de Stalin, finalizado bajo el mandato de Jruschov en 1956, amenazó la seguridad de la central nuclear, que depende del embalse para refrigerar los reactores y el combustible gastado que allí se almacena. Durante un tiempo, en 2022, los soldados rusos incluso tomaron el control de la zona de exclusión de Chernobil, quizás sin ser conscientes de los riesgos que corrían ellos mismos. Durante las varias semanas que ocuparon la zona, levantaron polvo radiactivo e interfirieron en el almacenamiento de grandes cantidades de residuos peligrosos, poniendo en peligro la seguridad nuclear de toda Europa antes de retirarse precipitadamente. Los funcionarios del Kremlin pretenden derrotar a Ucrania e incluir las tecnologías ucranianas del carbón, misiles, nuclear e hidroeléctrica en el imperio tecnológico ruso que pretende renacer.

El proyecto colosal más conocido de Putin, el Puente de Crimea, fue diseñado para llevar ciudadanos y suministros rusos a Crimea para apoyar la guerra. La estructura, que va de Krasnodar a Kerch, se terminó en 2018 con un costo de casi 4 mil millones de euros tras cuatro años de construcción. En una imagen icónica, Putin está al volante del primer vehículo, un camión de suministros Kamaz, que atraviesa el puente ante las cámaras de televisión. Correos rusos se apresuró a emitir timbres conmemorativos del puente. Irónicamente, decenas de miles de rusos utilizaron el puente para huir de Crimea y refugiarse en Rusia, y la infraestructura fue alcanzada varias veces por bombas de artillería y camiones. Sus columnas ya se están resquebrajando: no a causa de la guerra, sino de los esfuerzos anteriores por acabar el proyecto de forma estalinista, es decir, mucho antes de lo previsto, como muestra de «buena política».

Esta es la realidad de los proyectos colosales. La invasión de Ucrania por Putin en febrero de 2022 es un recordatorio de que Rusia, a pesar de tener un poderoso ejército y un imperio basado en la extracción de recursos —en beneficio de los comisarios ayer y de los oligarcas hoy—, está aislada y es disfuncional. Es un imperio multinacional con minorías étnicas sometidas a los objetivos económicos imperiales de Moscú. El uso por parte de Rusia de proyectos colosales como herramientas para el desarrollo económico y como armas de guerra debería recordarnos sus elevados costos, desde cualquier punto de vista y con independencia de cómo se utilicen.

Notas al pie
  1. Paul Josephson, Hero Projects: The Russian Empire and Big Technology from Lenin to Putin (Nueva York: Oxford University Press, 2024).