Esta investigación a largo plazo de Yakov Feygin es un nuevo episodio de nuestra serie «Capitalismos políticos en guerra».

La política monetaria rusa y la política de guerra

En diciembre de 2022, el Financial Times publicó un artículo de Max Seddon y Polina Ivanova sobre los tecnócratas del Banco Central ruso que, a pesar de sus inclinaciones liberales y su oposición a la guerra genocida de Putin, optaron no sólo por permanecer al servicio del gobierno, sino también por manejar con habilidad el choque de las sanciones. Seddon e Ivanova informan sobre una conversación entre Konstantin Sonin, economista ruso y figura de la oposición que da clases en la Universidad de Chicago, y su amiga, Ksenia Yudayeva, subdirectora del Banco Central ruso a cargo de la investigación y la política macroeconómicas. Sonin intentó convencer a su antigua amiga de que dejara su trabajo comparándola con Hjalmar Schacht, el hábil y creativo banquero central de Hitler. Yudaveya replicó que, si la gente como ella se marchaba, sería sustituida por partidarios de la línea dura como Sergey Glazyev, lo que llevaría al empobrecimiento de la gente común, no responsable de la guerra1.

¿Quién es Sergey Glazyev y por qué asusta a Yudaveya? Glazyev es economista y una conocida figura de la derecha dura nacionalista rusa. Miembro de la Academia Rusa de las Ciencias y fue asesor del presidente de la Federación Rusa hasta 2019, es uno de los más firmes defensores de la «integración económica euroasiática». Para Glazyev, la integración euroasiática no es sólo un concepto económico, es también político. En su opinión, la Unión Económica Euroasiática debería servir de contrapeso al sistema económico liberal construido en torno a Estados Unidos y otras «potencias atlánticas».

Estos términos revelan una afinidad con las ideas conservadoras euroasiáticas, que sitúan a Rusia a la cabeza de potencias tradicionalistas que comparten una herencia común procedente de las estepas euroasiáticas y que se oponen a los decadentes valores comerciales angloamericanos. La integración económica euroasiática ofrece acceso a una amplia base económica y a vastos recursos que pueden movilizarse para restablecer la industria rusa y convertir el bloque euroasiático en una potencia mundial. En la práctica, Sergey Glazyev aboga por un vago programa de desarrollo nacional unido a una política de dinero blando para estimular las industrias estratégicas2.

Glazyev no es solo un ideólogo de la derecha dura rusa y de su guerra genocida en Ucrania: es uno de los instigadores de la crisis que comenzó en 2013. La invasión a gran escala que comenzó el 24 de febrero de 2022 es sólo una etapa de un largo conflicto que comenzó con las protestas en el Maidan contra la cancelación por parte del gobierno de Yanukóvich del acuerdo comercial entre la UE y Ucrania. Glazyev, ucraniano de nacimiento, había presionado al gobierno de Ucrania para que cancelara el tratado, que consideraba una amenaza mortal para la Unión Económica Euroasiática propuesta por Rusia. Según grabaciones filtradas de 2016, estaba entonces muy implicado en la organización de protestas antigubernamentales ucranianas y prorrusas en Zhaporizhia y trabajaba activamente por la anexión de Crimea3.

No es de extrañar, por tanto, que Glazyev sea el candidato de la línea dura para sustituir a Elvira Nabiullina, que tiene fama de ser relativamente liberal, económicamente ortodoxa e hipercompetente, como gobernadora del Banco Central de Rusia. Y sin embargo, como le señaló Konstantin Sonin a su colega, lo que ha hecho el Banco Central no difiere en nada de lo que habría hecho Glazyev. Está introduciendo controles de capital y límites a la retirada de divisas para limitar el impacto de las sanciones occidentales. Al dar prioridad a la defensa de los rusos de a pie frente a los ucranianos, el Banco Central de Rusia se ha comportado como un bandido, al igual que lo habría hecho bajo la dirección de Glazyev. Al hacerlo, ha adoptado políticas que, sólo unas semanas antes, habrían horrorizado a los liberales económicos rusos.

Así que Sonin puede tener más razón de la que aparenta. La ortodoxia económica del Banco Central ruso, que le ha valido los elogios de los comentaristas neoliberales, debe entenderse en el contexto de las políticas cada vez menos liberales de Rusia. Las políticas fiscales y monetarias de Rusia eran tan estrictas que podrían haber sonrojado al funcionario más ardiente del FMI de los años noventa. Como exportador de energía, tenía un superávit de cuenta corriente y, por tanto, una sólida base fiscal que le permitía registrar un superávit presupuestario. Ese superávit era tan elevado que la inversión nacional en infraestructuras era en realidad menor que en los malos tiempos de los años 90, a pesar de que la economía era mucho mayor y funcionaba mejor. El Banco Central ruso trabajó duro para liberalizar la cuenta de capital de Rusia y finalmente convirtió el rublo en una verdadera moneda flotante en 2015.

Estas medidas no se tomaron por pura creencia en la ortodoxia económica y el buen gobierno. La frase «balance de fortaleza» fue tomada al pie de la letra por los funcionarios rusos. Se suponía que la consecución de superávits masivos haría a Rusia más independiente de los mercados internacionales y le daría más margen de maniobra geopolítica, así como una mayor capacidad para resistir las sanciones y otras presiones económicas extranjeras. La diversificación de las reservas del Banco Central del dólar al euro, el oro y el renminbi no sólo fue una política de cobertura creativa y eficaz, sino que se entendió conscientemente como un acto geopolítico para preservar las reservas de divisas de Rusia de la confiscación y las sanciones. Por último, la flotación del rublo no fue sólo una decisión liberal. El trilema de Mundell -uno de los conceptos más conocidos y aceptados de la economía internacional- demuestra que una moneda flotante da a un banco central más margen para llevar a cabo una política monetaria nacional soberana4.

El 24 de febrero supuso una conmoción tanto para los banqueros centrales rusos como para el resto del mundo, que no había creído las amplias advertencias de los servicios de inteligencia estadounidenses y británicos. Hubo incluso rumores de que Nabiullina intentó renunciar en señal de protesta, pero su petición fue rechazada. La respuesta concertada de Occidente y las duras sanciones fueron igualmente chocantes. La planificación del banco central nunca había supuesto una invasión a gran escala -quién podría creer tal cosa- y, por tanto, creyó que los europeos, los estadounidenses e incluso algunas potencias asiáticas no conformarían un frente tan unido. La diversificación de las reservas fracasó porque varios bancos centrales congelaron las cuentas del Banco Central de Rusia. Las grandes reservas de oro y renminbi no parecen haber ayudado mucho debido a sus elevadísimos costos de transacción. Se cayó la máscara del liberalismo que cubría la política monetaria y fiscal rusa. Enfrentados a la realidad de las ambiciones geopolíticas imperiales y revisionistas de Rusia, los tecnócratas liberales rusos han implantado controles monetarios y han avanzado hacia un régimen fiscal confiscatorio. Tales acciones, combinadas con las continuas exportaciones de energía rusas y la lentitud de las sanciones contra este sector, salvaron a la economía nacional rusa de la crisis en 20225.

«Para el proyecto «Shoal» realicé piezas basadas en representaciones del típico paisaje postsoviético para instalarlas en los bancos de limo del mar de Aral. Hoy en día, el paisaje postsoviético, fantasma de la utopía, encarna la banalidad cotidiana de los países de la antigua Unión Soviética. En nuestro tiempo, los fantasmas habitan un espacio que sigue existiendo, imbuido de nueva vida. El proyecto Shoal representa un intento de separar el espacio fantasmal de la contemporaneidad trasladándolo a una «zona de ninguna parte», es decir, al fondo de un mar que se ha reducido en un 90%. El mar de Aral, que en su día fue el cuarto mar más grande del mundo, fue víctima del régimen utópico y desapareció junto con él, dejando tras de sí un espacio vacío». © Danila Tkachenko

La política del Banco Central ruso y sus oponentes de la derecha dura resumen dos cuestiones interrelacionadas en el estudio de Rusia. La primera es el papel de los tecnócratas en la Rusia contemporánea y la evolución del putinismo como sistema socioeconómico y político. La segunda es un factor más profundo y persistente en la historia política rusa, a saber, el lugar de los tecnócratas y los economistas liberales en un Estado en gran medida antiliberal. Nabiullina y Glazyev son avatares de dos tendencias en la política económica rusa. La primera es la de los tecnócratas de mentalidad liberal que esperan integrar una Rusia antiliberal en un mundo capitalista liberal. Aceptando muchos principios y políticas de laissez-faire, esas personalidades esperan que la integración en el sistema económico mundial pueda suavizar al Estado antiliberal, pero en la práctica diseñan y aplican políticas que permiten al Estado antiliberal alcanzar fines antiliberales por medios liberales. Glazyev, por su parte, representa una relación diferente con la economía mundial. Mientras que los liberales rusos ven la economía global como una herramienta para la modernización de Rusia, sus figuras más reaccionarias la consideran una amenaza no sólo para los valores tradicionales, sino también para los objetivos geopolíticos y estatistas de Rusia. En su lugar, abogan por una política de desarrollo interno que pretende poner el mayor número posible de recursos reales bajo el control directo de un gobierno autocrático y utilizar la movilización política para desarrollarlos.

Este problema no es nuevo en la historia política y económica rusa. Desde mediados del siglo XIX, la cuestión de cómo gestionar la economía ha estado dominada por dos enfoques. El primero consiste en utilizar ideas y políticas económicas liberales para crear una economía rusa fuerte. Sin embargo, esta economía no es, por definición, políticamente liberal. En la práctica, y a menudo en la ambición, sirve para crear una nueva base social y política para la estabilidad de un orden político antiliberal. Es el equivalente económico del término jurídico alemán Rechsstaat, que define un Estado que el soberano gobierna mediante los procedimientos de un sistema jurídico liberal con tribunales y reglamentos, pero que él mismo no está obligado por él. Los defensores de esta tradición suelen ser tecnócratas civiles que trabajan en el gobierno y las universidades y están formados en las ideas científicas, jurídicas y económicas avanzadas de la época. En su opinión, la política económica rusa no debe tener miedo de la economía mundial, sino utilizarla, si es necesario, para construir su propia base industrial y económica. Esto no significa que sean fanáticos del libre comercio, pero no ven el comercio y las inversiones extranjeras como amenazas para la construcción del Estado ruso.

La otra tradición es una tradición movilizadora. Esta tradición ve a las instituciones liberales y a los mercados globalizados como una amenaza para la seguridad política, social y económica de Rusia. Sin embargo, sería un error describir a esas personas como antimodernas. De hecho, están muy interesadas en modernizar la economía rusa y transformarla en una potencia económica mundial. Sin embargo, abogan por una política de utilización de los recursos y la mano de obra internos de Rusia para conservar todo el margen de maniobra del soberano. En su opinión, Rusia no es un Estado como los demás, sino un espacio imperial euroasiático. También consideran que el pueblo ruso es excepcional y capaz de responder a una motivación más espiritual, o ideal, que a incentivos materiales. Estas figuras suelen estar vinculadas a las élites militares y de seguridad rusas, o a grupos mercantiles y aristocráticos tradicionales, más que a burócratas civiles.

El putinismo contemporáneo es heredero de esta tradición. Su contrato social se basa en la combinación de un sistema político antiliberal y una gestión económica liberal. En su forma más exitosa, adopta la siguiente forma: una clase media próspera pero apolítica, políticas públicas diseñadas por tecnócratas, y un liderazgo político dominado por una pequeña élite oligárquica y de seguridad6. Este consenso estable, que en mi opinión era el sueño de muchos reformistas y líderes de la última época de la Unión Soviética, ha empezado a deshacerse desde aproximadamente 2012 y ahora está empezando a desmoronarse. Con la invasión rusa de Ucrania y su inesperada transformación en una larga y brutal guerra convencional, los defensores de la movilización se hacen oír cada vez más. Mientras escribo este ensayo, Putin sigue siendo, como de costumbre, relativamente averso al riesgo. Los tecnócratas siguen estando en gran medida a cargo de la política interior. Sin embargo, nos encontramos en un periodo de gran incertidumbre y el trasfondo histórico de la política económica rusa y su profunda relación con cuestiones de Estado, seguridad e identidad son elementos esenciales por los que navegar.

Convertir un imperio en una economía

La persistencia de la tensión antiliberal-liberal-movilización en la historia económica y política rusa es el resultado de la posición ambivalente del Estado ruso como Estado-nación. En su ensayo sobre los factores persistentes de la política exterior rusa -en el que se basa este artículo- Alfred Reiber señalaba que el Estado ruso siempre ha tenido una relación difícil con el sistema estatal europeo. Por un lado, era un Estado que participaba en rivalidades entre grandes potencias. Por otro, era un imperio continental que participó en una larga historia de política colonial fluida en las estepas con confederaciones nómadas7. A diferencia de otras potencias imperiales europeas, Rusia no podía establecer una distinción clara entre metrópoli y colonia. La categoría étnica de «ruso» era ambivalente. Incluso tras el fin del servilismo en 1861, los campesinos rusos constituían una clase social distinta con su propio conjunto de leyes relativas a los derechos de propiedad y las transferencias. La élite imperial rusa era más propensa a hablar alemán y francés que ruso en el hogar. Rusia se dedicaba tanto a la colonización interna como al expansionismo externo, ya que la base misma del Estado era la sumisión autocrática.

La Rusia imperial no era una entidad inusual ni mucho menos. A principios de la Edad Moderna, el mundo estaba compuesto de imperios. El gobierno imperial nunca consistió en crear una población homogénea, sino más bien en lo que Jane Burbank y Fred Cooper denominan «la gestión de la diferencia». Los primeros imperios modernos se caracterizaban por tener poblaciones y élites heterogéneas con culturas y lenguas diferentes, pero que eran personalmente leales al proyecto imperial, a menudo a través de la persona del soberano. En este sentido, la evolución de Moscovia hacia el Imperio ruso no es atípica. De hecho, la frontera esteparia de Rusia y su numerosa población campesina le proporcionaron ventajas militares cuando se incorporó al sistema imperial europeo8.

© Danila Tkachenko

Pero algo cambió a mediados del siglo XIX. La Revolución Industrial trajo consigo medios de transporte rápidos que facilitaron la urbanización y la integración de las unidades geográficas. Los campesinos que entraban en los centros urbanos se dieron cuenta de que tenían algo en común con la gente del pueblo vecino. Por primera vez, las personas podían entenderse en términos globales. A medida que avanzaba la Revolución Industrial, el mundo se convirtió en un punto de referencia y el Estado-nación -una entidad delimitada y centrada en la homogeneización- surgió como la unidad política para gestionar la modernidad industrial9.

La conciencia del «atraso económico» acompañó la aparición del Estado-nación, o al menos de una metrópoli imperial políticamente diferenciada de sus colonias. La combinación de rápidos avances tecnológicos y una creciente conciencia de la identidad política como arraigada en un espacio nacional en contraposición al sistema mundial llevó a las nuevas élites nacionales a darse cuenta de que estaban atrasadas económicamente. En la época imperial, más heterogénea, el atraso era un concepto más difícil de entender. Sin embargo, con la aparición del mundo de las naciones, la construcción de la nación por las élites se hizo simultánea a la superación de la frontera tecnológica. Así nació la política económica y, en particular, la política de desarrollo. A medida que avanzaba la revolución industrial, las políticas de laissez-faire y de libre comercio preconizadas por los «economistas políticos clásicos» se vieron cuestionadas por políticas explícitas de desarrollo nacional10.

Para el Imperio ruso, la construcción del Estado fue un proceso difícil e incompleto. Rusia era un país de campesinos no libres y carecía de una burguesía nacional. Ese sistema social fue una respuesta a sus singulares desafíos, situada entre los saqueadores de las estepas y las potencias imperiales europeas. El sistema de servidumbre se instauró en Rusia más tarde que en Europa Occidental y se mantuvo porque fomentó la aparición de una élite militar y de servicio y creó un sistema único de reclutamiento masivo de las comunidades campesinas que permitió la creación de grandes ejércitos profesionales. El ejército imperial ruso de principios de la Edad Moderna era único porque podía recorrer enormes distancias sin desertar, ya que los soldados rusos fueron apartados de la vida social de la comunidad. Las comunidades de siervos consideraban a los jóvenes que abandonaban la comuna rusa como muertos e incapaces de regresar. Para ellos, no existía otra cosa que el ejército11.

Con la Revolución Industrial, este modelo dejó de funcionar. Rusia no sólo estaba tecnológicamente atrasada, sino que su estructura social única ya no era una ventaja. Se podía confiar en los ciudadanos-soldados europeos para que se entrenaran durante el servicio militar obligatorio y luego regresaran a la vida civil sin el riesgo de un levantamiento campesino. Las reservas profesionalizadas permitieron a los europeos formar fuerzas bien entrenadas y motivadas sin los enormes costos de un ejército permanente de siervos. Tras las lecciones de la guerra de Crimea, Rusia liberó a sus siervos no para modernizarse tecnológicamente, sino para intentar crear una estructura social que permitiera dicha modernización

La liberación de los siervos fue sólo parte de una reforma social y administrativa más amplia iniciada por los primeros tecnócratas rusos. A pesar de su reputación de reaccionario, Nicolás I contribuyó a crear una élite de altos mandos con una educación moderna al servicio de su imperial y autocrática «política de nacionalidad oficial». Fue el reaccionario Nicolás I, y no el liberal Alejandro II, el principal constructor del Estado ruso: su Estado era simplemente conservador. Bajo Alejandro, estos nuevos burócratas progresistas intentaron transformar el Imperio ruso en un Rechtsstaat, un país regido por la ley y con una administración moderna. Desde un punto de vista crítico, el objetivo no era crear un Estado liberal tal y como lo conocemos, sino un Estado en el que se utilizaría el procedimiento legal liberal para llevar a cabo los dictados de un Estado antiliberal y antidemocrático12.

El intento de estos modernizadores de limitar los caprichos de la administración imperial fue resistido por los partidarios de la línea dura, que deseaban conservar la capacidad del autócrata para movilizar a la población por medios directos y militaristas. Lo que es importante comprender es que esos personajes no eran individuos atrasados ni premodernos. Ellos también eran constructores del Estado, que intentaron trasladar las prácticas imperiales a la era moderna desarrollando políticas jurídicas y administrativas policiales y militaristas. Tras el asesinato de Alejandro II a manos de radicales y las revueltas polaco-rutenias de 1861-1863, estas últimas asumieron el liderazgo durante el reinado de Alejandro III13.

Si bien las reformas legales y administrativas y las tensiones que desencadenaron son bien conocidos, la política económica y su relación con la construcción del Estado ruso está menos documentada. Esto se debe en parte a que la política económica es en sí misma un producto de la modernidad. En sus últimas conferencias, especialmente las económicamente libertarias sobre biopolítica, Michel Foucault señaló que la idea misma de una economía separada del control del soberano era una invención del pensamiento liberal moderno. En Rusia, la ambigüedad del proyecto nacional y de sus fronteras hizo muy difícil que la política económica surgiera como disciplina autónoma14.

Uno de los primeros líderes de la política económica rusa que podemos reconocer como moderno fue el ministro de Finanzas Nikolai Bunge. La modernidad de Bunge residía en su formación civil y en su pensamiento económico liberal atemperado por el reconocimiento del atraso económico de Rusia. De origen alemán, Bunge comenzó su carrera como académico en la Universidad de Kiev, lo que le permitió observar la rápida modernización de Polonia y la frontera ucraniana de Rusia a través de las políticas más liberales de la región. Como ministro de Finanzas, aplicó una política de expansión del crédito a los siervos recién liberados, un leve proteccionismo industrial y, sobre todo, un presupuesto equilibrado para que Rusia pudiera pasar al patrón oro, lo que le permitiría beneficiarse de más capital extranjero para industrializarse15.

© Danila Tkachenko

La tendencia reformista de Bunge enfureció a los poderosos nobles conservadores, que dependían del tradicional sistema de papel moneda ruso para financiar sus deudas y eran grandes importadores de productos extranjeros. Tras una campaña de desprestigio por parte de los comerciantes conservadores de Moscú y los periódicos eslavófilos, Bunge fue destituido en 1886. Sus oponentes lo acusaron de importar ideas económicas y comerciantes extranjeros, perjudicando así los intereses nacionales de Rusia. Su sustituto, Ivan Vishnegradski, era ingeniero y uno de los primeros inversionistas en la industria. Más astuto políticamente que Bunge, intentó continuar su política de llevar a Rusia al patrón oro e integrarla en los mercados financieros europeos. Sin embargo, para disipar las inquietudes conservadoras, aplicó una política regresiva que equilibró el presupuesto mediante fuertes impuestos a los campesinos. Para pagar sus impuestos, los campesinos tenían que vender su grano a cualquier precio, y Rusia acumuló un gran superávit comercial de grano, incluso durante la hambruna de 1891-1892, que mató hasta 400 mil personas. La presión pública y el temor a una insurrección provocaron la destitución de Vishnegradski16.

El sustituto de Vishnegradski sigue siendo uno de los responsables más influyentes de la historia rusa y, hasta entonces, probablemente el más moderno. Para Sergei Witte, la política económica no sólo tenía que ver con la industrialización, sino también con la construcción nacional. Nacido en el seno de una de las familias aristocráticas más elitistas, Witte era a la vez un hombre del sistema y una figura periférica única. Pasó sus primeros años en Tiflis (Georgia), donde su abuelo era consejero privado en el recién conquistado Cáucaso. Continuó su educación en Odesa, una de las ciudades cosmopolitas del Imperio, y después en Kiev, con Bunge. Inusualmente para un aristócrata de su talla, Witte se dedicó a los negocios trabajando en los ferrocarriles ucranianos, donde se ganó fama de tolerante e incluso cercano a las minorías judía y polaca que trabajaban en ingeniería y gestión17.

Witte tenía firmes ideas sobre lo que debía ser el Imperio ruso. Durante su estancia en Kiev, escribió un ensayo sobre las ideas del economista y publicista alemán Friedrich List. Inspirado por Alexander Hamilton y el sistema estadounidense, List sostenía que la construcción de la nación moderna era parte integrante de la industrialización. La industrialización no podía lograrse con políticas de laissez-faire como las practicadas por los primeros países industrializados, como los británicos. Por el contrario, una nación debe construirse como una zona económica y la industria nacional debe protegerse. Para List, el Estado no sólo debe proteger la industrialización, sino que debe permitirla mediante inversiones directas en infraestructuras. Esto no significa que List fuera un nacionalista reaccionario. Estaba abierto al comercio cuando era necesario y fomentaba la inversión extranjera directa.

Como ferroviario de formación cosmopolita, List atrajo naturalmente a Witte. Como ministro de Finanzas, siguió una agenda decididamente listiana. Revisó la política de Bunge en busca de opciones más progresistas para equilibrar el presupuesto y, finalmente, llevó a Rusia al patrón oro. Eso le permitió a Rusia emitir deuda en los mercados internacionales y que fluyera la inversión extranjera directa. Aún más que Bunge, aplicó una política proteccionista. Sin embargo, a diferencia de sus predecesores, Witte fomentó la inversión estatal directa en ferrocarriles para conectar las enormes masas continentales que abarcaba Rusia. El más ambicioso de esos proyectos fue el ferrocarril transiberiano, diseñado para extender el poderío ruso hacia el Pacífico. Asimismo, restó prioridad a la política rural, ignorando prácticamente el desarrollo agrícola en favor del apoyo estatal a la industria.

La política de Witte dio sus frutos y Rusia empezó a industrializarse rápidamente. Sin embargo, al igual que sus predecesores, pronto se granjeó poderosos enemigos entre las élites conservadoras rusas. El cosmopolitismo de Witte, su amistad con judíos asimilados y su apertura al capital extranjero provocaron acusaciones de que era un agente secreto de nefastas conspiraciones antirrusas. Una crítica más seria a Witte fue su total abandono de la política agrícola y la reforma. El editor conservador eslavófilo I.S. Aksakov publicó varios estudios que demostraban que, bajo Witte, la producción agrícola cayó debido a la prioridad dada a la industrialización y a la contracción del crédito rural derivada del paso al patrón oro18.

Uno de estos autores, Sergei Sharapov, ilustra los contornos de la modernización antiliberal y conservadora en el Imperio ruso tardío. Sharapov no se opone al proteccionismo de Witte, ni a la política de inversiones públicas, ni siquiera a la industrialización. A lo que Sharapov sí se opuso fue a la promoción de la inversión extranjera -especialmente de la propiedad extranjera- y a la restrictiva política de crédito que la acompañaba. En su lugar, Sharapov abogaba por políticas monetarias flexibles y el uso de papel moneda. El papel moneda podía utilizarse para dirigir el crédito al campo y pagar la mano de obra necesaria para construir nuevas infraestructuras industriales. Un elemento central de su pensamiento era que el campesino ruso era un ser espiritual diferente de los trabajadores occidentales. El campesino podía ser motivado a trabajar por la modernización económica mediante valores espirituales y aceptaría el papel moneda. Mediante una política económica movilizadora, Rusia podría desarrollar una infraestructura económica moderna y no depender de un Occidente capitalista moralmente corrupto y peligroso19.

Al contrastar a Witte y Sharapov, no debemos hacer una distinción excesiva entre un liberal y un reaccionario. Ambos eran eslavófilos y patriotas del Imperio ruso. Witte era un modernizador, pero que quería modernizar para preservar el sistema y no para derrocarlo. Estaba dispuesto a utilizar medios liberales para transformar la autocracia rusa en algo parecido a un Estado industrial, pero no para construir un sistema explícitamente liberal. Por otra parte, Sharapov aceptaba tanto la necesidad de una industria moderna como la de hacer de Rusia un Estado tecnológicamente más avanzado. Lo que temía, sin embargo, era la integración en el capitalismo global y la convulsión social que podría acarrear para la base social idealizada de la autocracia rusa y la tradición conservadora: el campesinado. Por ello, buscó un camino hacia la modernidad que no se basara tanto en los mercados capitalistas como en una nueva élite nacional y espiritual y en un campesinado movilizado que explotara los vastos recursos del Imperio para permitirle ser relativamente autosuficiente.

La política económica soviética y el problema de la movilización

Vladimir Vernadski fue una de las figuras más influyentes de la historia intelectual rusa y quizá una de las más infravaloradas en el desarrollo de la ciencia mundial. Nacido en el seno de una familia de la nobleza ucraniana, su padre era economista en la Universidad de San Petersburgo y su madre profesora de música. Vernadski se convertiría en uno de los padres de la geoquímica y la radiogeología modernas. Vernadski fue uno de los divulgadores del término «biósfera», la esfera de interacción entre la vida biológica y los seres no vivos, y más tarde de la «noosfera», la esfera de interacción entre la razón humana y el entorno biológico. Vernadski era políticamente liberal. Fue miembro del Partido Constitucional Democrático (KD) y promotor moderado de la cultura y la autonomía ucranianas. También fundó la Academia de Ciencias de Ucrania.

Con estos antecedentes, cabía esperar que Vernadski se exiliara o que no sobreviviera al estalinismo. Sin embargo, murió de viejo en Moscú en 1945, dos años después de recibir el Premio Stalin por su contribución a la ciencia rusa y soviética. La extraña supervivencia de Vernadski puede atribuirse, al menos en parte, al hecho de que su pensamiento sobre el desarrollo era muy cercano, si no casi idéntico, a lo que se convertiría en la ortodoxia estalinista. En 1915, con Rusia inmersa en una prolongada guerra mundial, Vernadski fundó el Comité para el Estudio de las Fuerzas Productivas Naturales (su acrónimo ruso es KEPS) dentro de la Academia Imperial de Ciencias para cartografiar y catalogar los recursos potenciales del vasto espacio ruso. Tras la revolución, KEPS pasó a llamarse Comité para el Estudio de las Fuerzas Productivas (SOPS en ruso), pero mantuvo la misma misión y el mismo personal. El SOPS sobrevivió al periodo soviético, pasando finalmente de la Academia de Ciencias al Gosplan. Su descendiente sigue existiendo en el Ministerio de Economía ruso.

© Danila Tkachenko

El SOPS fue el primer organismo de la historia de Rusia que entendió el problema del desarrollo económico como una cuestión de planificación del uso de recursos mediante un método científico. No es de extrañarse que Vernadsky gozara del apoyo de dirigentes soviéticos. Si lo vemos un poco más de cerca, nos damos cuenta de que el proyecto del SOPS se trataba de la planificación de recursos internos. Esto tenía un significado muy específico en los primeros tiempos de la URSS.

Cuando los bolcheviques llegaron al poder, en 1917, se encontraron a cargo de un pequeño gobierno apoyado por obreros militantes y soldados rebeldes aún más militantes, en un imperio políticamente mal definido y demográficamente dominado por un campesinado receloso. Como señalaron los mencheviques, esto no era, en absoluto, lo que Marx había previsto. Sin embargo, para los bolcheviques de 1917, la revolución era una apuesta por una conflagración más amplia del capitalismo. Si el capitalismo en Rusia era débil, este eslabón frágil de la cadena era el que rompería el sistema. La ambición de la URSS era encontrar una ruta hacia Alemania, hacia sus militantes obreros y hacia su avanzada economía industrial. En 1921, la guerra polaco-soviética puso este sueño en suspenso.

Para los bolcheviques de 1917, la revolución era una apuesta por una conflagración más amplia del capitalismo. Si el capitalismo en Rusia era débil, este eslabón frágil de la cadena era el que rompería el sistema.

YAKOV FEYGIN

Los bolcheviques se vieron obligados a gobernar Rusia. Esto planteaba un problema. Rusia no sólo estaba devastada por la guerra, sino que, incluso, en 1914, ni siquiera era una economía capitalista de primera. La clase obrera rusa era ampliamente superada en número por el campesinado, que no confiaba en estas nuevas autoridades y que sólo las toleraba por el contraste con los blancos. Con la huida de los ejércitos blancos, los campesinos empezaron a rebelarse contra las duras políticas requisitorias del nuevo Estado soviético, lo que obligó a los bolcheviques a abandonar el «comunismo de guerra» y a adoptar la Nueva Política Económica (NEP). La NEP supuso la reintroducción de mercados de alimentos y de bienes de consumo y que sólo sectores clave de la industria pesada estuvieran en manos del Estado.

Bajo la NEP, el gobierno soviético se enfrentó a un problema. En primer lugar, vio la reaparición de comerciantes y campesinos capitalistas, así como de antiguos «expertos burgueses» que se habían integrado en el aparato gubernamental de la Unión Soviética. Esto disgusta a muchos revolucionarios y jóvenes veteranos del Ejército Rojo que esperan ascender en las filas de este nuevo Estado obrero. Igualmente inquietante es el hecho de que el sector estatal avanzado, que debía, supuestamente, competir con el mercado y acabar por sustituirlo pacíficamente, estaba viendo, de hecho, cómo se deterioraban sus relaciones de intercambio. La URSS no se encaminaba hacia un futuro industrial y la revolución se limitaba a un país rodeado de Estados capitalistas hostiles.

Esta coyuntura dio lugar a varias posiciones dentro del Partido Comunista. La llamada «oposición de izquierda», liderada por Trotsky, defendía el paso a una fuerte industrialización financiada con impuestos sobre el campesinado. Sin embargo, dicha oposición partía de la base de que la URSS no podría construir una economía plenamente socialista como tal sin la revolución mundial. La industrialización era importante para mantener viva a la URSS en un mundo hostil, pero no un objetivo revolucionario en sí mismo. Por otro lado, Nikolai Bujarin y lo que más tarde se conocería como la «oposición de derecha» defendían la continuación de la NEP. La industrialización soviética bajo la NEP debía ser gradual y responder a la demanda rural. Esto significaba que había que continuar con las políticas de desarrollo para los campesinos.

Stalin llegó al poder resolviendo estas tensiones políticas. Muchas veces, se presenta a Stalin como un astuto maniobrero que apoyó a la derecha contra la izquierda, antes de adaptar la política económica de izquierda y eliminar a la derecha. Aunque era un político astuto, Stalin mantuvo su coherencia interna. Desde su «Socialismo en un solo país» de 1924, Stalin estableció una doctrina que conciliaba el confinamiento en un solo país de la revolución internacional con sus implicaciones para la industrialización. El socialismo en un solo país no significaba abandonar el proyecto revolucionario mundial. Al contrario, utilizó la teoría de Lenin sobre que el imperialismo es el estado superior del capitalismo para crear una doctrina geopolítica de la revolución socialista. La revolución rusa había triunfado por la competencia económica interimperialista que había conducido a la crisis de la Primera Guerra Mundial. Esto había creado una oportunidad para los revolucionarios rusos. Sin embargo, el capitalismo había conseguido contener esta revolución dentro de las fronteras de la URSS. Esto no significaba que el capitalismo fuera un sistema estable. Volvería a entrar en crisis debido a su dinámica interna o a rivalidades imperialistas, lo que le abrió la puerta a la expansión de la revolución. Mientras tanto, la URSS tenía que sobrevivir en un mundo hostil y estar preparada para la siguiente conflagración20.

La implicación de construir el socialismo en un solo país era que la URSS tenía que industrializarse y construir una base económica para establecer el poder socialista dentro de sus fronteras. Esto se refería a, por un lado, rechazar los argumentos de la oposición de izquierda sobre los límites del desarrollo socialista en la URSS sin una revolución mundial y, por otro, rechazar los argumentos de la derecha sobre un desarrollo lento y una economía mixta. En su lugar, los socialistas tuvieron que utilizar la planificación para movilizar los recursos internos de la URSS para su industrialización. 

La implicación de construir el socialismo en un país era que la URSS tenía que industrializarse y construir una base económica para establecer el poder socialista dentro de sus fronteras.

YAKOV FEYGIN

Esto no significaba una autarquía total. Stalin y el sistema económico soviético que creó acogieron con satisfacción la importación de tecnologías occidentales. Sin embargo, éstas sólo eran útiles en la medida en que permitían el desarrollo de la industria estatal. Stalin explicó con mucha claridad la lógica de la planificación económica soviética para un grupo de economistas en 1941:

«La economía planificada no es nuestro deseo; es inevitable. De lo contrario, todo se derrumbará. Destruimos los barómetros burgueses como el mercado y el comercio, que le ayudan a la burguesía a corregir las desproporciones. Lo asumimos todo. La economía planificada es, para nosotros, tan inevitable como el consumo de pan. No es porque seamos ‘buenos’ ni porque podamos hacerlo todo y ellos [los capitalistas] no, sino porque, para nosotros, todas las empresas están unificadas…

¿Cuál es la principal tarea de la planificación? La principal tarea de la planificación es garantizar la independencia de la economía socialista del cerco capitalista. Ésta es, absolutamente, la tarea más importante. Es una especie de batalla contra el capitalismo mundial. La base de la planificación es alcanzar el punto en el que el metal y la maquinaria estén en nuestras manos y en el que no dependamos de la economía capitalista.«

En el contexto más amplio de los debates sobre la política económica del imperio ruso tardío, Stalin hizo algo que destacó mucho: aceptó la necesidad de una economía de movilización militarizada como método para lograr la movilización de recursos internos. Sin embargo, la puso en contra del campesinado y del sector agrícola. Así, la construcción del Estado estalinista resolvió, temporalmente, a través de ríos de sangre, las tensiones existentes en el proyecto de construcción del Estado imperial ruso.

© Danila Tkachenko

El sistema de planificación estalinista fue, en algunos aspectos, notablemente duradero. Bajo sus sucesores, aspectos clave de la planificación económica soviética, como la duración quinquenal del plan, la importancia del plan anual en relación con el objetivo a largo plazo y, sobre todo, el sesgo hacia la autarquía y la prioridad concedida a los «medios de producción» (en la práctica, los bienes de producción de la industria pesada), no dejaron de ser los principios rectores de la política económica soviética. La Unión Soviética desarrolló un «modelo de crecimiento impulsado por la inversión» en el que se suprimía el consumo público a favor de la inversión en capital fijo. Este modelo no es inusual en el crecimiento convergente. Los «tigres» de Asia Oriental y China han adoptado el mismo modelo. Sin embargo, tiene rendimientos decrecientes, ya que las ganancias nominales del crecimiento convergente acaban devoradas por los costos reales de la inflación y la sobreproducción de capacidad. En la URSS, este problema se agravó por el hecho de que la economía era relativamente cerrada y no exportaba bienes de alto valor añadido21.

La rutinización del trabajo y de los procesos sociales supuso un cambio importante en la política económica soviética. A partir de Jruschov, la movilización descendente que caracterizaba los procesos de producción estalinistas empezó a retroceder a favor de una forma más popular de movilización. Bajo Brezhnev, este proceso continuó y la movilización política disminuyó aún más. El «periodo soviético tardío» se caracteriza por lo que el sociólogo James Millar denomina «pequeños asuntos». Los ciudadanos soviéticos podían disfrutar de su existencia cotidiana en una sociedad cada vez más consumista. Se toleraban la corrupción y el «pluriempleo». Lo único que importaba era la adhesión relativa a las normas políticas. Era un modelo conservador construido para garantizar la estabilidad22.

El «periodo soviético tardío» se caracteriza por lo que el sociólogo James Millar denomina «pequeños asuntos». Los ciudadanos soviéticos podían disfrutar de su existencia cotidiana en una sociedad cada vez más consumista. 

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Sin embargo, había una contradicción clave en estos casos. El modelo de crecimiento económico soviético nunca fue diseñado para crear abundancia en beneficio de los consumidores. Siempre fue diseñado como un modelo de movilización. La desconexión entre funciones de instituciones soviéticas y su propósito se convertiría en una cuestión cada vez más existencial. A partir de mediados de la década de 1950, la Guerra Fría pasa de la competencia militar e industrial a la competencia socioeconómica. El desarrollo se convierte en la marca del éxito de las superpotencias. La llegada de Estados Unidos como potencia capitalista desplaza el viejo orden imperial europeo en el que nació el estalinismo y lo sustituye por un imperio más librecambista. El desarrollo se redefine como crecimiento del consumo.

La desconexión entre los objetivos de consumo y los métodos estalinistas ha propiciado el surgimiento de una nueva generación de tecnócratas soviéticos. Con base en instituciones académicas y agencias gubernamentales, estas figuras están empapadas de las últimas tendencias de la ciencia social global e, incluso, han contribuido a ellas. Sin embargo, no debemos identificarlos como liberales secretos. Se trata, más bien, de tecnócratas que no quisieron, ni pudieron, desafiar las políticas antiliberales de la URSS. Simplemente, querían cambiar las prioridades de la economía.

Las primeras reformas fueron introducidas por Kosygin, entre 1965 y 1969, pero se fueron reduciendo gradualmente debido a la inestabilidad que podía provocar la reorientación de la inversión de la URSS hacia la rentabilidad y la demanda de bienes de consumo. Incluso las reformas de Gorbachov no empezaron como intentos de cuestionar el modelo de crecimiento soviético, sino de «acelerarlo» literalmente (uskareniia) para adoptar más rápidamente tecnologías que ahorraran mano de obra y, así, restablecer el crecimiento, sin redistribuirlo entre los hogares. El modelo de crecimiento soviético era demasiado importante tanto para poderosos intereses como para la ideología de la URSS. Se había convertido en sinónimo de desarrollo socialista. De hecho, aceptar que este modelo ya no funcionaba significaba plantear cuestiones incómodas (entre ellas, si el sistema económico de la URSS no era, simplemente, otro medio para explotar a los trabajadores).

El modelo de crecimiento soviético era demasiado importante tanto para poderosos intereses como para la ideología de la URSS. Se había convertido en sinónimo de desarrollo socialista. De hecho, aceptar que este modelo ya no funcionaba significaba plantear cuestiones incómodas.

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Para salvar la distancia entre las prioridades del modelo soviético y una creciente cultura consumista, la URSS dependía de exportaciones de energía de bajo valor añadido para financiar importaciones de alto valor añadido y de productos alimentarios. Esto sólo les restó más recursos a sectores de mayor valor añadido, que habrían sido necesarios para reequilibrar el modelo de crecimiento de la URSS hacia una senda más sostenible. A finales de los años setenta, la capacidad industrial soviética se había vuelto tan redundante que ya no valía la pena realizar nuevas inversiones; la economía de la URSS se ralentizó23.

En su relato sobre el colapso del comunismo en Europa del Este, el sociólogo Daniel Chirot resume el problema: «la Unión Soviética construyó la economía decimonónica más avanzada del mundo, pero, también, el mayor y más inflexible cinturón de óxido». El modelo estalinista de movilización y crecimiento impulsado por la inversión había reproducido el mundo en el que habían crecido los padres fundadores de la URSS y a través del cual definieron la modernidad. En su momento, fue una forma eficaz, pero brutal, de resolver los problemas a los que se enfrentaba la Rusia imperial. El problema era que las estructuras políticas resultantes no podían asumir la tarea de reformar el modelo24.

La Rusia postsoviética y el pequeño acuerdo de Putin

El colapso de la URSS es un proceso político y social profundamente complejo. Sin embargo, es imposible atribuirles este colapso a factores económicos. Al contrario, el colapso económico de la URSS debe entenderse como parte integrante de la lenta y, luego, rápida erosión de instituciones formales. El periodo entre 1988 y 1992 fue bien descrito por Steven Solnik como «una carrera hacia la economía», ya que la reforma de Gorbachov abrió oportunidades para que directivos y élites se hicieran de recursos reales, lo que obligó a los demás a asegurar rápidamente su participación25.

El colapso económico de la URSS debe entenderse como parte integrante de la lenta y, luego, rápida erosión de instituciones formales.

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El modelo de corrida bancaria proporciona una base inestimable para comprender la economía política de los años noventa en Rusia. Muchos relatos populares y académicos consideran que la «terapia de choque» (rápidas reformas de precios y privatizaciones) fue impuesta por instituciones neoliberales extranjeras como el FMI y por economistas liberales rusos fanáticos de Hayek. La verdad, sin embargo, es que las reformas de Yegor Gaidar fueron otro intento de utilizar medios tecnocráticos liberales para fines antiliberales. Este capítulo de la economía política rusa es difícil de escribir porque Gaidar y otros reformadores rusos eran y siguen siendo ideológicamente liberales. Sin embargo, para construir una economía liberal, pronto se dieron cuenta de que tenían que aceptar y hacer funcionar la política antiliberal.

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La primera generación de reformistas postsoviéticos procedía del mismo entorno que sus homólogos de la era soviética. Sin embargo, habían sido testigos de los múltiples fracasos de la reforma en la URSS y habían desarrollado una teoría muy política del funcionamiento de la economía soviética. El grupo de teóricos económicos en torno a Gaidar y su socio de Leningrado, Anatoly Chubias, entendían la URSS como una «economía de mercado administrativa». No es que la URSS fuera una economía planificada y que no existieran los precios. Más bien, la URSS era un mercado oligárquico en el que las empresas estatales funcionaban como monopolios y distorsionaban activamente el mercado. La única forma de salir de esta situación no era construir el mercado desde cero, sino acabar con la capacidad del monopolio para distorsionar lo que ya era una economía de mercado. Desde este punto de vista, la terapia de choque no consistía en «restablecer los precios», sino en reformar la estructura social del mercado26.

Desde el punto de vista de la política rusa de principios de los noventa, los programas neoliberales impulsados por los tecnócratas no debían conducir a una «transición» al capitalismo liberal de corte occidental, sino ser el medio para reconstruir un nuevo Estado ruso y el pacto social que lo sustentaba. Durante la crisis, el Congreso de Diputados, el parlamento ruso de entonces, creado al final de la URSS, se opuso a la continuación del «programa Gaidar» de liberalización rápida para una transición más gradual. Se dice que Yeltsin y sus aliados atacaron al parlamento debidamente elegido y que crearon una constitución superpresidencialista para bloquear la oposición democrática a la terapia de choque. Una mirada más atenta al proceso revela una historia más sutil. Por el contrario, el conflicto entre Yeltsin y el Congreso de Diputados y la nueva constitución que le siguió deben entenderse como un proceso paralelo a la terapia de choque, ambos diseñados para crear una nueva élite y una nueva política construida en torno a la presidencia como posición unificadora, casi monárquica, que podría servir para mantener unida una nueva política rusa. En el contexto de principios de la década de 1990, cuando se cuestionaba la unidad geográfica real de la emergente federación rusa, la creación de una nueva élite, a través de reformas liberales, se consideró una forma de construir un régimen coherente y viable. La política de terapia de choque, privatización y creación de una presidencia altamente centralizada y todopoderosa se basaba en una tradición de construcción del Estado ruso que desplegaba ideas liberales sobre reformas económicas y constitucionales para el establecimiento de un Rechsstaat, pero no una política liberal tal y como la entendía la tradición política. 

El conflicto entre Yeltsin y el Congreso de Diputados y la nueva constitución que le siguió deben entenderse como un proceso paralelo a la terapia de choque, ambos diseñados para crear una nueva élite y una nueva política construida en torno a la presidencia.

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La crisis constitucional de 1993 también marcó el inicio de una creciente alianza entre Yeltsin y los servicios de seguridad. A lo largo de 1992 y 1993, Yeltsin adoptó, gradualmente, una postura más beligerante hacia el sistema de alianzas occidentales para ganarse el apoyo de los militares frente al Congreso de Diputados. Finalmente, lo consiguió y el impasse político se resolvió con la intervención militar del lado de la presidencia. Esta alianza se reforzó en las elecciones presidenciales de 1996, cuando el impopular Yeltsin se enfrentó a un Partido Comunista revigorizado, pero cada vez más nacionalista. Las elecciones de 1996 propiciaron el matrimonio entre los oligarcas, que proporcionaron préstamos para la campaña a cambio de acciones en empresas estatales, y el resurgente y desconfiado aparato de seguridad del Estado27.

En muchos aspectos, Putin es, realmente, el sucesor del sistema que instauró Yeltsin. Durante sus dos primeros mandatos, llevó a cabo un proyecto de estabilización de la economía política rusa. La crisis financiera de 1998 permitió devaluar el rublo, mientras que los precios del petróleo y el gas alcanzaban simultáneamente máximos históricos. La combinación de una moneda más barata y mayores ingresos por importaciones reactivó tanto el presupuesto del gobierno ruso como la economía en general. El principal logro de Putin fue la introducción de un sistema de impuestos sobre importaciones energéticas, lo que le permitió al Estado obtener una mayor parte de los ingresos.

De manera menos formal, los años de Putin estuvieron marcados por un nuevo pacto con la élite rusa. Mientras las empresas estatales y las conexiones personales de Putin pudieran controlar una parte cada vez mayor de la economía, y los oligarcas se mantuvieran al margen de la política, se les permitía hacer lo que quisieran. Así, la corrupción se convirtió en una herramienta para el funcionamiento del régimen e, incluso, para la construcción del Estado, lo que permitió estabilizar los conflictos internos entre élites y que el Kremlin se convirtiera en el árbitro definitivo. A medida que se desarrollaba la clase media rusa, comenzó a aplicársele un régimen similar. Sus miembros podían empezar a disfrutar de una mayor seguridad económica y física y, sobre todo, a consumir más. A cambio, se mantendrían, en gran medida, al margen de la política.

La corrupción se convirtió en una herramienta para el funcionamiento del régimen e, incluso, para la construcción del Estado, lo que permitió estabilizar los conflictos internos entre élites y que el Kremlin se convirtiera en el árbitro definitivo. A medida que se desarrollaba la clase media rusa, comenzó a aplicársele un régimen similar.

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Los «años del sushi», llamados así por la ubicuidad de los restaurantes de sushi que abastecían a la clase media urbana, duraron aproximadamente de 2001 a 2012. En muchos sentidos, la era del putinismo fue la realización de lo que los últimos dirigentes soviéticos e, incluso, los reformadores económicos de la época habían deseado: el mercado permitió la distribución eficiente de bienes de consumo a una creciente clase media urbana. A cambio, este grupo estaba cada vez más desvinculado políticamente y los sectores clave de la economía eran propiedad de figuras de confianza. Este capitalismo político utilizó las características de la economía neoliberal, como una política monetaria estricta y ortodoxa, grandes inversiones extranjeras y un presupuesto bien equilibrado, con fines antiliberales. La estabilidad económica consolidó a las élites políticas. Por un tiempo, Putin hizo realidad, en toda su extensión, el pequeño pacto de Brézhnev.

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El dilema del putinismo

El 26 de abril de 2022, Nikolai Patrushev, secretario del Concejo de Seguridad de Rusia y asesor de facto de Putin en materia de seguridad nacional, fue entrevistado por el periódico oficial del gobierno, Rosseiskayia Gazetta. En la entrevista, afirmó que Occidente le había declarado una guerra total a Rusia con el objetivo de suprimir la cultura rusa y los intereses nacionales y de apoderarse de sus recursos naturales. En respuesta a un asalto cultural, económico y militar multifactorial, Rusia debía abandonar «sólo los mecanismos de mercado» y pasar a «utilizar más los recursos internos de nuestro país» mediante «una mayor disciplina [impuesta por el gobierno]» en industrias clave para «la seguridad de Rusia»28.

Patrushev es una de las figuras más belicosas en la órbita de Putin. Sustituyó a Putin como jefe del FSB después de que éste se convirtiera en primer ministro, en 1999. Su cargo actual no le otorga ningún poder institucional directo, pero supervisa la sesión informativa de Putin, lo que le da acceso al oído del dictador. Patrushev comenzó su carrera en el KGB como oficial de contrainteligencia, antes de dirigir operaciones contra el contrabando en la región de Leningrado. Los oficiales del KGB implicados en la contrainteligencia nacional, y los oficiales de contrainteligencia en general, tienen una cultura muy particular. En estos círculos, predomina la adhesión a diversas teorías conspirativas utilizadas para explicar el colapso de la URSS a través de diversas «leyendas de puñaladas por la espalda». Una de las más populares es el «Plan Dulles», un documento de 1948 redactado por Allen Dulles (que no ocupó cargos decisorios en Washington hasta mucho después) que se presentaba como la estrategia oficial de Estados Unidos para acabar con la Unión Soviética envenenando la cultura rusa. No hay pruebas de la existencia de tal documento y la historia aparece, por primera vez, en una novela histórica de principios de los años noventa. Patrushev es conocido por creer en ideas aún más descabelladas.  En 2015, afirmó que Madeleine Albright había elaborado planes para destruir a Rusia con el fin de apoderarse de sus recursos naturales. La fuente de esta afirmación es una declaración de un psíquico del programa de psíquicos del antiguo KGB que afirma haber leído la mente de Albright en una reunión oficial a finales de la década de 1990.

Los oficiales del KGB implicados en la contrainteligencia nacional, y los oficiales de contrainteligencia en general, tienen una cultura muy particular. En estos círculos, predomina la adhesión a diversas teorías conspirativas utilizadas para explicar el colapso de la URSS.

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Así pues, la posición de Patrushev puede leerse como una posición muy tradicional a favor de una economía de movilización. Reclama el máximo aprovechamiento de los recursos internos, hace referencia a un trabajo más controlado y le da prioridad al complejo militar-industrial. Todo ello es para protegerse de un sistema económico mundial que, incluso sin la amenaza de sanciones, está, según Patrushev, manipulado por Estados Unidos y sus aliados para socavar la soberanía rusa.

Patrushev tiene una gran influencia sobre Putin, cuyo alcance es discutible y se comprenderá mejor en el futuro, cuando podamos hacer un balance completo de los últimos años29. Hay indicios de que el Estado ruso se está preparando para una economía más militarizada. Los centros de reclutamiento militar rusos han actualizado sus bases de datos para evitar el caos que se vio en otoño. Se han creado algunas leyes para confiscar bienes personales en interés de la seguridad nacional. Por último, los anuncios sobre la creación de un ejército ruso más numeroso, diseñado para librar guerras largas, implican un complejo militar-industrial mucho mayor30.

Sin embargo, en su discurso del 21 de febrero de 2023, Putin no había anunciado que abandonaba a los tecnócratas ni que pondría, en su lugar, a gente como Glazyev. Tampoco ha tomado ninguna decisión sobre una mayor movilización o utilización de nuevas leyes económicas. Al contrario, las últimas declaraciones de Putin sonaron increíblemente rutinarias e, incluso, en su tedio, brezhnevianas. Al estilo soviético tardío, Putin hasta alabó la cosecha y habló de ella tanto como de la guerra industrial a gran escala que lanzó.

El conservadurismo de Putin desmiente su reputación de arriesgado; su modelo político ha sido esperar hasta el último momento para tomar decisiones difíciles y evitarlas siempre que sea posible. El día 24 de febrero es una excepción y se basó en la falsa creencia de que una invasión sería algo seguro: una operación militar especial de 72 horas. Sin embargo, el conservadurismo de Putin y su vacilación entre el iliberalismo liberal y la movilización es un problema más fundamental.

El conservadurismo de Putin desmiente su reputación de arriesgado; su modelo político ha sido esperar hasta el último momento para tomar decisiones difíciles y evitarlas siempre que sea posible.

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Desde su reelección de 2012, Putin no ha logrado restablecer el contrato social de principios de la década del 2000. El tercer mandato de Putin llegó justo después del de Medvédev. Medvédev tiene una justificada reputación de impotencia, pero eso no significa que no tuviera poder. Representaba un ala liberal y tecnocrática de la coalición de Putin e intentó aplicar políticas de alto perfil para que Rusia estuviera más abierta a nuevos negocios. Su aquiescencia con la misión de la OTAN en Libia también enfureció a Putin. Y lo que es más importante: el final de la presidencia de Medvédev estuvo marcado por las «protestas Bolotnaya» contra las injustas elecciones a la Duma en Moscú y otras ciudades rusas. La clase media rusa se convirtió en una fuerza política. El contrato social se había roto.

Esta decisión se produce en un contexto económico difícil. Como el resto del mundo, Rusia se vio severamente afectada por la crisis financiera de 2008. Sin embargo, salió relativamente rápido de la recesión gracias a la recuperación de los precios de la energía. Sin embargo, el crecimiento no ha vuelto a su nivel anterior. La inversión en capital fijo nunca se recuperó y Rusia nunca aplicó medidas incentivas a gran escala. Como consecuencia, el sector energético ha cobrado aún más importancia para la economía rusa. La creciente importancia de la energía ha llevado a una renacionalización gradual de la economía, con el sector dominado por empresas estatales o casi estatales. La contribución de la cuota de consumo al crecimiento del PIB alcanzó un punto máximo tras la crisis de 2012. Incluso antes de las sanciones anunciadas contra Rusia, tras su intervención en Ucrania en 2014, la economía rusa se encaminaba hacia la recesión.

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El putinismo del tercer mandato ya tenía un cariz más duro. Se ejecutaron programas para tratar de integrar a más jóvenes ajenos a la clase media cosmopolita en la política rusa o, más concretamente, para formar nuevos administradores. La retórica del Estado ruso también se ha vuelto más militante y paranoica. En cambio, la agenda económica ha cambiado muy poco, con todo y la anexión de Crimea. A pesar de los llamados a la «sustitución de importaciones», la política económica de Rusia y el contrato implícito con la élite no han cambiado. De hecho, Moscú se ha convertido en un patio de recreo aún mayor para la clase media urbana31.

Putin no ha optado por pasar de la economía liberal-antiliberal a la movilización. Después de todo, ¿por qué debería hacerlo? En crisis tras crisis económicas, los tecnócratas rusos han permanecido leales al régimen. Además, han sido buenos gestores en tiempos de crisis. Utilizando métodos muy ortodoxos, Rusia logró capear el temporal de 2014 y, tras un episodio de inflación y pánico, el rublo se estabilizó. De hecho, la caída del tipo de cambio resultó beneficiosa para Rusia, ya que unos costos nominales más bajos significaron que los pagos del petróleo denominados en divisas valían más para el presupuesto ruso. En 2022, los tecnócratas rusos adoptaron medios menos convencionales, pero eficaces, para estabilizar la economía frente a las sanciones. Hasta cierto punto, el contrato social no se ha desvanecido durante la guerra. Moscú ya no es lo que era, pero aún es posible llevar una vida apolítica y materialista. La movilización rompió, en cierta medida, este caparazón con la huida de gran parte de la clase media urbana. Sin embargo, sigue limitándose a los miembros más pobres de la sociedad rusa y a las provincias. Éstas son las personas con más probabilidades de tener experiencia militar previa de todos modos. Putin teme una movilización más amplia por buenas razones.

El conservadurismo de Putin y su vacilación entre el iliberalismo liberal y la movilización es un problema fundamental.

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Sin embargo, el futuro es muy incierto. En primer lugar, la economía rusa ha sobrevivido gracias a la habilidad del establishment tecnocrático. Pero el factor real es que las exportaciones rusas de energía se han mantenido fuertes, aportando unos ingresos muy necesarios y permitiendo a las empresas energéticas estatales reponer las arcas del Estado. Esta situación puede no durar. Las sanciones al sector energético ruso están empezando a surtir efecto. Es probable que el año 2023 sea mucho más duro para la economía rusa que 2022. En estas circunstancias, las herramientas liberales habituales pueden no funcionar tan bien para promover la estabilidad.

La realidad militar también es incierta. Hasta la fecha, la nueva ofensiva rusa en Ucrania no ha logrado grandes avances. En teoría, Rusia sigue teniendo muchas tropas movilizadas, pero se desconoce su calidad. Las existencias de material militar ruso siguen siendo elevadas, pero también empiezan a mostrar algunos signos de agotamiento. El reto de construir y equipar el tipo de ejército necesario para luchar en una guerra prolongada, quizá incluso casi permanente, es desalentador para la industria rusa. En estas circunstancias, crecerá la tentación de una política económica movilizadora.

El reto de construir y equipar el tipo de ejército necesario para luchar en una guerra prolongada, quizás incluso casi permanente, es desalentador para la industria rusa.

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La pregunta que debemos hacernos es si tal política es siquiera factible. Incluso la industrialización de choque estalinista requirió tanto tecnología extranjera como un cuadro de especialistas e ingenieros recién formados y ambiciosos. La cuestión de si la Rusia contemporánea tiene capacidad para pasar a una economía de movilización está muy abierta.

Sea cual sea la respuesta, creo que tendremos que convivir con Rusia durante algún tiempo. Esto significa que en Occidente tenemos que pensar en cómo romper el círculo de factores persistentes en la política económica rusa. Si alguna vez queremos ver una Rusia que no sea una amenaza para sus vecinos y el orden mundial, debe integrarse en la economía mundial de forma que no sea sólo un exportador de recursos y un consumidor de bienes. Esto requiere muchas cosas que van más allá del alcance de este artículo, incluido un auténtico movimiento obrero que plantee reivindicaciones específicamente políticas para una política partidista que no se centre sólo en las cuestiones pendientes del Estado ruso, independiente de su imperio. La construcción del Estado ruso debe convertirse por fin en una cuestión de construir instituciones que funcionen bien y promuevan una buena vida y una economía creciente y diversificada, en lugar de un problema de asegurar una élite dirigente y determinar las fronteras de Rusia. Un error que hay que evitar a toda costa es pensar que si una Rusia post-Putin y de posguerra sigue una política económica liberal no será cooptada con fines antiliberales.

Notas al pie
  1. Max Seddon y Polina Ivanova, «How Putin’s Technocrats Saved the Economy to Fight a War They Opposed» Financial Times, 16 de diciembre de 2022.
  2. Sergey Y. Glazyev, «Noonomy as the Core of the Formation of New Technological Mode and Global Economic Order», en Noonomy as the Core of the Formation of New Technological Mode and Global Economic Order, ed. S.D. Borodunov, Brill, Londres, 2022, pp. 47–68 ; ver también  Anders Åslund, «Sergey Glazyev and the Revival of Soviet Economics», Post-Soviet Affairs 29, no. 5, 1 de septiembre de 2013, pp. 375-386.
  3. Andreas Umland, «The Glazyev Tapes: Getting to the Root of the Conflict in Ukraine – European Council on Foreign Relations», European Council on Foreign Relations, 1 de noviembre de 2016.
  4. Maurice Obstfeld, Jay C. Shambaugh y Alan M. Taylor, «The Trilemma in History: Tradeoffs among Exchange Rates, Monetary Policies, and Capital Mobility», National Bureau of Economic Research, marzo de 2004.
  5. «Russia Central Banker Wanted Out Over Ukraine, Putin Said No», Bloomberg, 23 de marzo de 2022.
  6. Neil Robinson, «Economic and Political Hybridity: Patrimonial Capitalism in the Post-Soviet Sphere», Journal of Eurasian Studies 4, no. 2, julio de 2013, pp. 136-145.
  7. Alfred J. Rieber, «How Persistent Are Persistent Factors?», en Russian Foreign Policy in the Twenty-First Century: Shadows of the Past, ed. Robert Legvold, Columbia University Press, 2007, pp. 205-278.
  8. Jane Burbank y Frederick Cooper, Empires in World History: Power and the Politics of Difference, Princeton University Press, 2011; Richard Hellie, Enserfment and Military Change in Muscovy, University of Chicago Press, 1971.
  9. C. A. Bayly, The Birth of the Modern World: 1780-1914, Wiley-Blackwell, 2003; Charles S. Maier, «Consigning the Twentieth Century to History: Alternative Narratives for the Modern Era», The American Historical Review 105, no. 3, 1 de junio de 2000, pp. 807-831.
  10. Alexander Gerschenkron, Economic Backwardness in Historical Perspective, Belknap Press, Cambridge, 1962.
  11. David Moon, The Abolition of Serfdom in Russia: 1762-1907, Routledge, Harlow y Munich, 2002; Alfred Reiber, «Raison D’État: Military», en Emancipation of the Russian Serfs, ed. Terence Emmonsn Holt, Rinehart y Winston, Nueva York, 1970.
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  20. Richard B. Day, Leon Trotsky and the Politics of Economic IsolationinCambridge Russian, Soviet and Post-Soviet Studies, Cambridge University Press, 1973 ; Stephen Kotkin, Stalin : Paradoxes of Power, 1878-1928, Penguin Books, 2015 ; Vladimir Kontorovich, « The Preobrazhenskii-Feldman Myth and the Soviet Industrialization », Social Science Research Network, 13 de enero de 2013.
  21. Michael Pettis, The Great Rebalancing : Trade, Conflict, and the Perilous Road Ahead for the World Economy, Princeton University Press, 2013 ; Barry Eichengreen, Donghyun Park, et  Kwanho Shin, « Growth Slowdowns Redux : New Evidence on the Middle-Income Trap », National Bureau of Economic Research, January 2013 ; Peter Kriesler et  G.G. Harcourt, « The Failure of Economic Planning : The Role of the Fel’dman Model and Kalecki’s Critique » in Michał Kalecki in the 21st Century, ed. Jan Toporowski et Łukasz Macima, Palgrave Macmillan, Londres, 2015, pp.  9–28.
  22. Oleg Kharkhordin, The Collective and the Individual in Russia : A Study of Practices, University of California Press, Berkeley, 1999 ; James R. Millar, « The Little Deal : Brezhnev’s Contribution to Acquisitive Socialism » in Slavic Review44, no. 4, 1 de diciembre de 1985, pp.  694 – 706 ; Natalya Chernyshova, Soviet Consumer Culture in the Brezhnev Era, Routledge, New York, 2013.
  23. Yakov Feygin, « Reforming the Cold War State : Economic Thought, Internationalization, and the Politics of Soviet Reform, 1955-1985 », tesis de doctorado, University of Pennsylvania, 2017.
  24. Daniel Chirot, « What Happened in Eastern Europe in 1989 ? » PRAXIS International 11, no. 3 et 4, 1991, pp. 278–305.
  25. Steven L. Solnick, Stealing the State : Control and Collapse in Soviet Institutions, Harvard University Press, 1998 ; Vladimir Kontorovich, « The Economic Fallacy », The National Interest, no. 31, 1993, pp. 35 – 45.
  26. Adam E. Leeds, « Spectral Liberalism : On Subjects of Political Economy in Moscow » University of Pennsylvania, 2016.
  27. Andrei Soldatov e Irina Borogan, The New Nobility : The Restoration of Russia’s Security State and the Enduring Legacy of the KGB, PublicAffairs, 2010 ; Catherine Belton, Putin’s People : How the KGB Took Back Russia and Then Took On the West, Farrar, Straus and Giroux, 2020 ; Allison K. Stanger, « Courting the Generals : The Impact of Russia’s Constitutional Crisis on Yeltsin’s Foreign Policy » in Russia And Eastern Europe After Communism, Routledge, 1996.
  28. Ivan Egorov, « Patrushev : Zapad Sozdal Imperio Lizh, Predpolagaiushiio Unichtozhenie Rossii » Rossiskaya Gazetta, 26 de abril de 2022 ; Mark Galeotti, « Russia’s Hardliners Present Their Manifesto », The Moscow Times, 29 abril de 2022.
  29. Un reciente artículo del Financial Times indica que incluso Patrushev pensó que invadir Ucrania en 2022 era una mala idea: Max Seddon, Christopher Miller y Felicia Schwartz, «How Putin Blundered into Ukraine – Then Doubled Down», Financial Times, 23 de febrero de 2023.
  30. Dara Massicot, « What Russia Got Wrong », Foreign Affairs, 8 de febrero de 2023 ; Pavel Luzin, « Doomed to Failure — Russia’s Efforts to Restore Its Military Muscle », CEPA, 15 de noviembre de 2022.
  31. Alexander Baunov, « Ever So Great : The Dangers of Russia’s New Social Contract » Carnegie Endowment for International Peace, 15 de julio de 2015 ; Peter Sattler, « Putin Defaulting on the Social Contract », Atlantic Council, 24 de junio de 2015 ; Justin Burke, « Perspectives | Russia’s Social Contract Is Fraying. What Are the Implications ? » eurasianet, 27 de mayo de 2020.
Créditos
El trabajo de Danila está disponible en su sitio web: https://www.danilatkachenko.com/projects/