A punto de cumplirse el segundo aniversario de la invasión rusa a Ucrania el 24 de febrero de 2022, pedimos la opinión de una decena de expertos europeos y estadounidenses sobre el conflicto para así ayudarnos a comprender el estado del mismo y su posible evolución futura. Tras la primera fase de la invasión, en la que las fuerzas ucranianas apenas consiguieron repeler el ataque ruso que había llegado a las afueras de Kiev, Ucrania pudo recuperar los territorios conquistados en la región de Járkov, en el noreste del país, y después la ciudad de Jersón, en el sur.
Desde principios de 2023, y a pesar de la contraofensiva ucraniana del verano-otoño, preparada desde hacía tiempo, la línea del frente ha permanecido más o menos inalterada. Tras los grandes movimientos de 2022 y el desgaste, parece abrirse una fase de la guerra en la que la industria y la retaguardia van a desempeñar un papel fundamental, dado el agotamiento de los ejércitos y los recursos tras dos años de conflicto de alta intensidad.
Ante la improbable perspectiva de un final de los combates, pedimos a los entrevistados que nos dieran su opinión sobre dos cuestiones clave: la naturaleza cambiante del conflicto y el equilibrio de poder entre los dos ejércitos.
Les pedimos que califiquen las dos afirmaciones siguientes de 0 (en total desacuerdo) a 5 (de acuerdo por completo):
P1: El conflicto en Ucrania tendrá una evolución sustancial de aquí a fines de 2024.
P2: El equilibrio del conflicto se inclinarán claramente a favor de Rusia este año.
Aunque las opiniones difieren sobre estas dos cuestiones, una parece perfilarse: 2024 se caracterizará sin duda por una reconstitución de las fuerzas y una postura ucraniana más defensiva, lo que refuerza la hipótesis de que la guerra durará al menos hasta 2025 o incluso 2026.
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Stéphane Audrand
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El hecho de que sea probable que la línea del frente permanezca relativamente estática en 2024 no significa que el conflicto no vaya a evolucionar sustancialmente. Es cierto que ninguno de los dos adversarios debería estar en condiciones de romper decisivamente el equilibrio de la línea del frente, por lo que la guerra no se decidirá este año (salvo por un accidente político). Pero deberían (o podrían) producirse una serie de acontecimientos muy importantes.
Por un lado, continuará la campaña ucraniana en el Mar Negro, con la neutralización de Crimea como principal objetivo. Crimea es el centro de gravedad del esfuerzo ruso en el tablero de operaciones. Si ya no se puede utilizar (en particular para la logística terrestre, el ISR, como corredor aéreo y base naval), todo el sistema ruso se verá muy debilitado. Ucrania ya está restableciendo su acceso al mar por la fuerza, lo que supone una gran victoria. La entrega continua de modernos misiles de crucero por parte de Occidente, combinada con la producción masiva de vehículos aéreos no tripulados de ataque profundo de bajo costo (AS-400), son claves para el éxito de esta campaña. Por otro lado, el esfuerzo ruso seguirá ejerciendo presión sobre la defensa aérea de Ucrania. Actualmente esta última sufre una escasez crónica de misiles antiaéreos. Los índices de interceptación están disminuyendo y el esfuerzo industrial ruso, apoyado por Irán, está permitiendo generar ataques bimensuales con una media de 100 misiles y ataques diarios con drones.
Este es el primer conflicto en el que un sistema de defensa aérea moderno podría quedarse sin misiles. Se trata de un hecho totalmente nuevo y podría, a finales de 2024, abrir los cielos ucranianos a la aviación rusa, lo que sería una perspectiva muy problemática. Sólo un aumento de las entregas de misiles tierra-aire y el suministro de un gran número de cazas modernos, bien protegidos y bien integrados en el sistema de defensa aérea ucraniano, podrán resistir estos ataques, ya que neutralizarlos «en el origen» (en las profundidades rusas) está fuera de nuestro alcance. A largo plazo, si los cielos de Ucrania se volvieran seguros, millones de refugiados podrían regresar a su patria, lo cuál sería muy bueno para la economía del país ya que le hacen falta. Por último, la evolución política podría ser bastante considerable este año, en función de los éxitos o fracasos diplomáticos de las distintas partes: la cuestión de la rotación del ejército ucraniano, la actitud de Europa y Estados Unidos… Más allá de los enfrentamientos militares, el conflicto sigue siendo un duelo de voluntades políticas.
La respuesta a la segunda pregunta me parece mucho más incierta y nada es realmente seguro. Hay que reconocer que Rusia ha recuperado ahora la ventaja, más industrial que militar. El fracaso ucraniano en la ofensiva de 2023 no condujo a ningún debilitamiento estructural del ejército ucraniano ni a ninguna reconquista territorial importante por parte de Rusia. El ejército ruso sí recuperó la iniciativa sobre el terreno y en profundidad, gracias a la llegada de grandes reservas de municiones norcoreanas, pero no rompió el frente ucraniano con facilidad. Rusia sólo ha recuperado parcialmente la iniciativa. Está ligada a un importante esfuerzo industrial, aunque no siempre eficaz, y a la movilización de apoyos políticos por parte de Moscú (Corea del Norte, Irán).
Dadas sus reservas humanas, materiales, industriales y la disponibilidad de la industria china para suministrar componentes y materias primas, Rusia puede sin duda «mantener» este ritmo durante varios años. En cambio, a los europeos y estadounidenses les cuesta pasar de una lógica de desinversión a otra de producción masiva, sobre todo en el ámbito de las municiones. La incertidumbre sobre el futuro del apoyo estadounidense no está vinculada únicamente a Donald Trump: desde el inicio del conflicto, algunos republicanos habían advertido contra las guerras largas. Por otra parte, incluso con Donald Trump, la industria norteamericana seguirá estando disponible para Ucrania. Pero tendrá que hacerlo sin dinero público estadounidense. Producir en Europa será, a largo plazo, menos costoso para nosotros que comprar las armas de la victoria en Estados Unidos. Incluso si, al final, nos quedamos con un excedente de capacidad de producción.
Las claves de un mundo roto.
Desde el centro del globo hasta sus fronteras más lejanas, la guerra está aquí. La invasión de Ucrania por la Rusia de Putin nos ha golpeado duramente, pero no basta con comprender este enfrentamiento crucial.
Nuestra época está atravesada por un fenómeno oculto y estructurante que proponemos denominar: guerra ampliada.
La historia demuestra que las herramientas industriales de la guerra pueden reconvertirse en industrias civiles. En muchos sentidos, pues, la respuesta a la cuestión del predominio ruso en 2024 está en manos de los europeos. Por el momento, los anuncios no están todavía a la altura de lo que debería comprometerse. Quiero creer que una parte de la prudencia política de nuestros dirigentes está ligada a la proximidad de las elecciones europeas: hay una cierta lógica en limitar los anuncios en favor de la movilización industrial, que podría ser utilizada por los extremos populistas como un opositor que podría amenazar el modo de vida europeo. Una vez pasadas las elecciones europeas, cabe esperar que el esfuerzo europeo sea mayor. Yo había estimado el esfuerzo necesario para ganar esta guerra en torno al 1% del PIB de la Unión Europea al año, probablemente a lo largo de tres o cuatro años. Es mucho pedir, pero no cambiaría radicalmente nuestro modo de vida. Y las consecuencias de la rendición de Ucrania serían mucho más peligrosas (y costosas). Este riesgo está empezando a ser percibido y comprendido por los europeos. Esperemos que se tomen las decisiones adecuadas a tiempo, lo antes posible.
Pavel K. Baev
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La guerra ha seguido evolucionando y cada nuevo giro ha tomado por sorpresa a la mayoría de los expertos. En 2023, primero nos sorprendieron los escasos avances que Rusia fue capaz de conseguir en su ofensiva de invierno-primavera centrada en Bajmut. Luego, nos sorprendió el motín de Wagner; y en tercer lugar, nos sorprendieron los escasos avances que los ucranianos fueron capaces de conseguir en la contraofensiva de verano y otoño. Otro importante punto de inflexión en la guerra –y otra sorpresa– fue la retirada de Crimea de la flota rusa del Mar Negro bajo los implacables y eficaces ataques de misiles navales y drones ucranianos. El curso de la guerra dará sin duda otros giros, a medida que sigan madurando nuevas opciones en las operaciones militares durante la fase comúnmente denominada de «estancamiento».
Lo que podemos observar durante este periodo es que el ejército ruso recurre cada vez más a los viejos patrones soviéticos, difíciles de mantener porque se basan en la generación y aplicación de la «masa»: cantidades masivas de vehículos blindados y artillería, superioridad en el aire y batallones extragrandes. El ejército ucraniano, por el contrario, está adoptando nuevos métodos de guerra y tecnologías modernas, y se está preparando para introducir nuevas capacidades, en primer lugar, los cazas F-16, que ciertamente no son un «arma milagrosa» y no pueden proporcionar apoyo aéreo cercano (probablemente el próximo problema a resolver), pero que pueden marcar una diferencia significativa a la hora de llevar a cabo ataques de largo alcance. Básicamente, el ejército ucraniano aprende avanzando y el ruso aprende retrocediendo, y el primero siempre va un paso por delante del segundo.
A principios de este año, la balanza de poder estaba muy inclinada a favor de Rusia: el apoyo occidental a Ucrania estaba en pausa y el complejo industrial de defensa ruso se encontraba en su punto álgido. En las semanas transcurridas desde el punto más bajo para Ucrania, hemos asistido a dos acontecimientos significativos que le han dado la vuelta, más otro que está en ciernes, y dos más que están en proyecto. El primero fue la organización de la «coalición de artillería» a iniciativa del presidente Macron, y el segundo, la aprobación del programa de ayuda por parte de la Unión Europea. El acontecimiento positivo que se está produciendo estos días es la aprobación de la nueva legislación sobre movilización por parte de la Rada. Uno de los efectos que se avecinan es el inicio de la canalización de los activos financieros rusos congelados hacia la reconstrucción de Ucrania, y otro es la aprobación del programa de ayuda militar por parte del Congreso estadounidense.
La suma de estos cambios no garantiza el éxito de Ucrania en el campo de batalla. Sin embargo, Rusia, no ha sido capaz de ganar ningún territorio durante el periodo en el que ha tenido la sartén por el mango. Está bastante claro que el rendimiento del sobrecargado e insuficientemente atendido complejo industrial de defensa ruso va a deteriorarse, y explosiones como la del avión lanzamisiles de Votkinsk ponen de manifiesto esta tendencia. Ninguna cantidad de proyectiles de artillería de Corea del Norte o de aviones no tripulados de Irán puede compensar ese deterioro. Para cuando se celebre la cumbre de la OTAN en Washington, Ucrania estará en condiciones de cambiar el rumbo de la guerra y recuperar la iniciativa, y a lo largo de una guerra extendida, eso es lo que cuenta.
Ann Dailey
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Si el Congreso estadounidense no proporciona ayuda adicional a Ucrania, o si Donald Trump es reelegido en noviembre, es probable que el apoyo estadounidense a Ucrania disminuya significativamente. Incluso si todos los demás contribuyentes al apoyo a Ucrania aumentan su ayuda, ciertos tipos de apoyo proporcionados por Estados Unidos no pueden ser replicados por otros países. Evidentemente, esto repercutirá en el conflicto. Pero aunque el Congreso apruebe la ayuda, y sea cual sea el resultado de las elecciones presidenciales estadounidenses, los líderes políticos y militares de Ucrania ya han declarado la necesidad de una nueva estrategia ahora que el conflicto terrestre ha pasado de la guerra de maniobras a un frente relativamente estático y altamente fortificado.
El general Valerii Zaluzhnyi, antiguo comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Ucranianas, ha pedido que se aprovechen las nuevas tecnologías, especialmente en los ámbitos de la guerra electrónica y los sistemas no tripulados. El presidente Volodimir Zelenski anunció recientemente la creación de una rama separada dentro del ejército para la guerra con drones. Además, Ucrania ha atacado cada vez más la infraestructura de apoyo a la guerra dirigida por Rusia, tanto en las regiones ocupadas de Ucrania como en la propia Rusia. Todos estos indicadores apuntan a la probabilidad de que Ucrania se embarque en una estrategia de defensa activa utilizando drones y guerra electrónica en 2024 para mitigar el impacto negativo de la disminución del apoyo internacional y permitir una rotación de las tropas de primera línea para dar tiempo a los soldados a descansar, reequiparse y reciclarse.
Esto dependerá en gran medida de que el Congreso estadounidense apruebe la ayuda a Ucrania. En la actualidad, Putin cree claramente que puede ganar en el terreno de la información y en la mesa de negociaciones. El apoyo de Estados Unidos a Ucrania está disminuyendo y, aunque los gobiernos europeos siguen apoyando a Ucrania, las protestas contra los altos precios de la energía y la entrada de alimentos ucranianos más baratos van en aumento. La guerra de la información rusa seguirá atacando focos de disidencia en Estados Unidos y Europa para socavar el apoyo a Ucrania, dificultando su trabajo en el campo de batalla y llevando a Occidente a intensificar los llamados a Ucrania para que negocie. Los ucranianos han hecho un trabajo impresionante al aumentar su propia producción de defensa, y los países de Europa y otros lugares están tratando de salvar la brecha creada por la falta de determinación de los estadounidenses. Pero si Estados Unidos sigue flaqueando y Europa no es capaz de aumentar masivamente su apoyo a Ucrania como respuesta, la balanza de poder se inclinará claramente a favor de Rusia este año.
Michel Goya
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La línea del frente está bloqueada desde finales de 2022 porque no hay recursos suficientes en ninguno de los dos bandos, en particular potencia de fuego, para esperar poder neutralizar suficientemente las defensas atrincheradas antes de asaltarlas. Siempre será posible, tras mucho tiempo, pérdidas y esfuerzos, lograr algunas victorias locales, como en Bajmut o Avdivka para los rusos, pero no romper la línea del frente. Todo parece indicar, sobre todo gracias al gran volumen de proyectiles de artillería, que no se dispondrá a corto plazo de los recursos necesarios para romper el estancamiento, y probablemente tampoco antes de 2025. Aunque las grandes operaciones de conquista parecen descartadas para este año, todavía es posible llevar a cabo incursiones, es decir, ataques sin quedarse con el terreno.
Por lo tanto, asistimos a ataques, la mayoría de las veces con misiles o aviones no tripulados, o a ataques de comandos en espacios vacíos (aire, mar, ciberespacio) que perjudican detrás de la línea del frente o incluso más lejos, en el corazón de las naciones en guerra, pero que tampoco es probable que produzcan grandes resultados estratégicos. Las economías no se hundirán y la población no exigirá a sus gobiernos que se sometan a la voluntad del enemigo, es decir, que pidan la paz. La única sorpresa posible en 2024 provendría de un repentino cambio político al frente de uno de los dos Estados en guerra o del cese de toda ayuda a Ucrania, lo que podría llevar a Kiev a desesperarse con el hecho de continuar la guerra y a Moscú a conformarse con lo conseguido, dejando el camino abierto al menos a un armisticio.
Puede parecer paradójico para los miles de hombres que caen cada mes en el frente, pero Rusia está haciendo la guerra a la economía. A excepción de los movilizados en otoño de 2022, lo que todavía no se llama «guerra» sigue siendo librada sobre el terreno por voluntarios reclutados en la periferia étnica y social de Rusia. El índice de bajas entre la gran burguesía rusa es mínimo. Del mismo modo, el esfuerzo económico de guerra sigue representando sólo el 6% del PIB, lo que en realidad es muy bajo para un país en guerra. Vladimir Putin prefiere claramente jugar a la resistencia antes que a un sprint que podría provocar un infarto político mediante una movilización general y una nacionalización de la economía de defensa.
Ni los ucranianos ni Occidente tienen ningún control real sobre esta política, sobre todo porque los países occidentales tampoco desean un infarto ruso. Por otra parte, la asociación a dos bandas entre Ucrania y sus aliados esenciales, o incluso la asociación a tres bandas entre los estadounidenses y los europeos, tiene varias velocidades. Ucrania está «en un sprint», pero bajo presión y sin duda mucho más cerca del agotamiento que Rusia, y los occidentales parecen estar agotándose, especialmente los estadounidenses, los más importantes de todos, pero también los más volubles. Por lo tanto, parece suficiente que los rusos presionen, influyan y esperen. Uno de los Aliados acabará por resquebrajarse y los ucranianos no tendrán ninguna esperanza de recuperar los territorios ocupados. Sin embargo, nada es seguro, y las democracias suelen ser más fuertes de lo que pensamos del lado de los autócratas. Aunque Rusia puede tener ventaja este año, parece poco probable que veamos cambios importantes antes del año siguiente.
Joseph Henrotin
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Ambas cuestiones están intrínsecamente ligadas, en un contexto de equilibrio general en el que ninguno de los dos actores principales es capaz, por una parte, de eliminar o reducir de forma duradera los centros de gravedad estratégicos y operativos del otro y, por otra, en el que los avances tácticos no cuestionarían el equilibrio relativo observado a nivel operativo, es decir, las dos opciones que conducirían a un cambio súbito en la situación. En este sentido, es difícil prever un cambio radical, cuando los dos sistemas de fuerza se establecen sobre la duración de las movilizaciones materiales. La lógica, más que la del combate decisivo, es la del desgaste, desde el nivel táctico hasta el nivel de los sistemas de fuerza; incluso mediante innovaciones que puedan hacer más fluidas las operaciones, en particular en materia de robótica.
Ciertamente podemos prever colapsos locales, pero ¿es probable que alteren la distribución de fuerzas, tanto geográfica como sistémicamente? Debemos guardarnos de cualquier determinismo, pero parece poco probable, al menos este año. Del mismo modo, es dudoso que la balanza se incline claramente a favor de Rusia, que, si bien aumenta la fuerza de su aparato militar-industrial, también se enfrenta a verdaderos cuellos de botella que reducen sus capacidades. En comparación, la ayuda presupuestaria europea y la materialización de la ayuda en equipamiento militar (muchos de los anuncios para 2022 y 2023 no se habían cumplido) están llegando por fin a Ucrania.
Marta Kepe
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Es muy difícil predecir lo que ocurrirá en una guerra. Las tendencias actuales en la guerra de Rusia con Ucrania indican que será necesario un gran esfuerzo para lograr algún cambio sustancial en el campo de batalla en 2024. Probablemente seguirá siendo una guerra de desgaste, con constantes combates por el territorio. Los expertos occidentales sugieren que Ucrania está considerando adoptar una postura de defensa a profundidad, lo que podría reducir las pérdidas y la necesidad de personal y municiones de Ucrania.
El año 2024 será difícil e importante para la trayectoria de la guerra. Será un año de carrera entre Rusia, por un lado, y Ucrania y Occidente, por otro, para reforzar sus capacidades ofensivas e impulsar sus industrias de defensa. También estará marcado por una carrera interna en ambos bandos para evitar la fatiga de la guerra. Será esencial apoyar a Ucrania suministrándole municiones. Rusia puede tener la sensación de que está ganando la partida: ha sido capaz de movilizar fuerzas e industrias y ha tenido un éxito relativo a la hora de contrarrestar las sanciones. Pero es poco probable que Moscú obtenga victorias significativas en 2024. De hecho, Ucrania aún tiene mucho que aportar a la lucha y sigue motivada para continuar resistiendo.
Agnieszka Legucka
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La línea del frente en Ucrania se mantendrá prácticamente sin cambios durante el próximo año. Los rusos no llevarán a cabo una segunda oleada de movilizaciones hasta marzo, y es posible que Putin lo anuncie después de las elecciones presidenciales. Sin embargo, harán falta varios meses para entrenar a las tropas y lanzar una ofensiva masiva. Las autoridades rusas esperarán el cambio de rumbo trasatlántico debido a las elecciones presidenciales en Estados Unidos, que reducirá el apoyo militar occidental. Las autoridades ucranianas no entablarán negociaciones con Rusia porque las autoridades rusas han declarado oficialmente que están dispuestas a negociar para resolver el conflicto armado ruso-ucraniano, pero en realidad no están interesadas en hacerlo. Quieren influir en la opinión pública internacional para reducir el apoyo occidental a Ucrania. Las falsas negociaciones con Ucrania darían tiempo a Rusia para militarizar aún más los territorios ucranianos ocupados y prepararse para un nuevo ataque.
Los dirigentes rusos se están preparando para un conflicto prolongado con Occidente y ven la guerra con Ucrania como el primer paso. La militarización de la vida social y económica en Rusia refuerza aún más el centro del poder presidencial, pero todavía no ha provocado disturbios sociales. Rusia dispone de recursos para continuar su acción militar en Ucrania durante al menos otros dos o tres años. En los últimos meses, Rusia ha tomado una serie de decisiones que indican que se está preparando para un esfuerzo bélico prolongado. En comparación con el año pasado, el gasto militar oficial ha aumentado más de un 60% y representará hasta un tercio del presupuesto de este año, lo que equivale a más del 7% del PIB ruso, con la presunción de que en realidad será aún mayor. Como consecuencia del aumento del gasto, las empresas armamentísticas rusas están ampliando sus líneas de producción y aumentando el empleo, con trabajadores obligados a hacer horas extras. Las lagunas en la producción debidas a la escasez de mano de obra están siendo cubiertas por Rusia con suministros de armas procedentes del extranjero, sobre todo de Irán y Corea del Norte. Rusia tiene mayor capacidad para atraer reclutas, y las autoridades ucranianas aún no han llevado a cabo una movilización general (los nuevos soldados también necesitarán formación), por lo que Putin puede ganar ventaja en el frente.
Nona Mikhelidze
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Estas preguntas están estrechamente relacionadas, y pronto tendremos las respuestas. Todo depende de la tan esperada decisión del Congreso estadounidense de aprobar 61 mil millones de dólares de apoyo militar a Ucrania en 2024. Si se aprueba, el simple aumento del suministro de armas no bastará para impulsar a Ucrania hacia un avance en el campo de batalla. Al contrario, probablemente reforzará las líneas de defensa existentes, impidiendo que Rusia siga ganando territorio. Para dotar a Kiev de los medios necesarios para reconquistar los territorios perdidos bajo la ocupación rusa, es imprescindible introducir mejoras cualitativas además de cuantitativas. Esto implica el suministro de misiles de largo alcance como el ATACMS (Army Tactical Missile System) estadounidense y el Taurus alemán, así como un aumento sustancial de la producción y el suministro de proyectiles de artillería.
Sin embargo, si el Congreso estadounidense no proporciona ayuda militar a Ucrania, no sólo el equilibrio de poder en el conflicto se inclinará a favor de Rusia este año, sino que la posible victoria de Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses podría animar a Putin a desafiar directamente la seguridad europea. El 24 de febrero de 2022, el hecho de que gran parte del mundo occidental no podía entender la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Putin, nos recordó que este tipo de acciones radicales pueden desarrollarse de forma inesperada. Si Trump gana las próximas elecciones, Putin puede tener la tentación de apuntar a un miembro de la OTAN para socavar el Artículo 5 y la cohesión de la organización, basándose en que Estados Unidos sería reacio a acudir en ayuda de un aliado europeo. Es esencial comprender que la agresión de Rusia contra Ucrania no se limita a simples disputas territoriales, sino que afecta al corazón de la seguridad europea. Es vital reconocer cuanto antes esta realidad si queremos preservar la paz en nuestro continente.
Léo Peria-Peigné
(P1) 3/5 | (P2) 2,5/5
Si cabe esperar cambios sustanciales en 2024, éstos pueden tener menos que ver con el frente que con la estructuración política del conflicto. El conflicto parece empantanado a largo plazo, y los dos adversarios han consumido gran parte de su potencial ofensivo en puras pérdidas a través de sus respectivos asaltos en verano y otoño/invierno de 2023. Salvo sorpresa mayúscula, es difícil prever avances significativos en esta zona, dada la dificultad de lograr una ruptura. Las líneas de defensa fortificadas, los campos de minas y la omnipresencia de drones de observación y ataque hacen que los ataques sean extremadamente costosos a cambio de una ganancia prácticamente nula. A falta de un cambio político radical en cualquiera de los bandos, susceptible de abrir una oportunidad significativa, es poco probable que los mapas de las zonas ocupadas cambien de forma significativa.
Es en el frente político donde la situación se está volviendo tensa. Las próximas elecciones estadounidenses constituyen un importante factor de riesgo, y la progresiva disminución de la ayuda estadounidense, bloqueada por el bipartidismo, es sólo un anticipo. Si Trump gana las elecciones presidenciales, la situación podría volverse crítica, sobre todo si las fuerzas estadounidenses cesan su apoyo en materia de inteligencia, vital para los ataques ucranianos. En términos materiales, la ayuda estadounidense sigue representando más de la mitad de la ayuda total, mientras que la ayuda europea sigue estando impulsada por el esfuerzo alemán. El ascenso de poder de Europa sigue siendo difícil de percibir. Mientras que Rusia ha pasado ostensiblemente a una lógica de desgaste tras el flagrante fracaso de su plan inicial, una mayor implicación material por parte de Europa será una de las condiciones para mantener el esfuerzo ucraniano frente al invasor. Francia es especialmente esperada por sus socios ante la aparente debilidad de su apoyo material a Ucrania, que no se corresponde con su postura sobre la autonomía europea y la economía de guerra.
En comparación con el mismo periodo de 2023, la situación rusa y sus perspectivas a corto plazo parecen mejores. El ejército ruso se ha atrincherado en el sur y el este, hasta el punto de resistir con éxito la ofensiva ucraniana, mientras que algunos de los problemas logísticos parecen haberse aliviado. Pero su propia ofensiva en el este no ha producido ningún resultado convincente, a pesar de las grandes pérdidas, lo que sugiere una incapacidad mutua de los adversarios para imponerse convencionalmente. Sin embargo, las campañas de bombardeos y ataques invernales de Rusia no produjeron más resultados que las de 2023, mientras que las capacidades ucranianas en esta zona están aumentando. Desde el punto de vista logístico, el uso de municiones norcoreanas por parte de Rusia le ha proporcionado una superioridad de fuego temporal que, sin embargo, está luchando por producir resultados tangibles. También indica que la producción rusa de munición sigue siendo insuficiente para cubrir las necesidades del frente, a pesar de las triunfantes declaraciones del Kremlin sobre el establecimiento de una economía de guerra de alto rendimiento.
En este campo, sin embargo, Ucrania está sufriendo una erosión de la ayuda occidental, con preocupantes fluctuaciones en el apoyo norteamericano y unas entregas europeas que luchan por alcanzar niveles convincentes, especialmente en lo que a munición se refiere. En esta situación de estancamiento táctico y operativo, un cambio en la balanza a favor de Rusia podría basarse en factores más estratégicos, sobre todo humanos. Menos poblada que su adversario, Ucrania se enfrenta a una posible escasez de soldados adecuados, lo que podría suponer una gran desventaja. Rusia no carece de debilidades en este sentido, pero cuenta con una importante ventaja orgánica en la que ni Europa ni Estados Unidos pueden ayudarle. Sin embargo, las tácticas costosas en vidas humanas y la dureza general de su mando limitan esta ventaja al jugar con la moral y el espíritu de lucha de sus tropas. Si Rusia parece hoy más confiada que hace un año, parece ser más ante posibles acontecimientos vinculados a la elección de Donald Trump que a una mejora de su propia actuación sobre el terreno o de su situación general. A falta de cualquier cambio previsible en la situación táctica, 2024 podría ser a este conflicto lo que 1917 fue a la Primera Guerra Mundial: un año de «pausa» tras varias ofensivas costosas e inútiles, a la espera de una forma de salir del punto muerto o de congelar definitivamente el conflicto.
Olivier Schmitt
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El conflicto se encuentra actualmente en una fase de «falso llano» en la que los dos adversarios están en proceso de reponer sus reservas estratégicas de aquí a finales de 2024 con la esperanza de llegar a una decisión en 2025 o 2026. Rusia confía en el establecimiento de una economía de guerra caracterizada por un elevado gasto militar (y público) para apoyar el crecimiento económico, y el apoyo material de China, Corea del Norte e Irán. Además, la escasez de mano de obra causada por el exilio de un millón de rusos desde 2022 y por las pérdidas relacionadas con la guerra tiende a aumentar los salarios reales de los empleados, mientras que las primas pagadas a los soldados desplegados y las indemnizaciones a las familias de los muertos en combate mejoran el poder adquisitivo de la población. La economía rusa se enfrenta así a un dilema a medio plazo: financiar la guerra contra Ucrania, mantener el nivel de vida de la población y preservar la estabilidad macroeconómica. Para alcanzar los dos primeros objetivos, será necesario aumentar el gasto, lo que alimentará la inflación e impedirá alcanzar el tercer objetivo. Pero a corto plazo, Rusia apuesta a que puede ganar el conflicto en Ucrania y fracturar a Occidente en los próximos tres años, y a que dispone de recursos para financiar la guerra a corto plazo.
La principal incógnita reside en el apoyo occidental a Ucrania: ¿tendrán los europeos capacidad de producción en 2024 para sostener el esfuerzo bélico ucraniano y, sobre todo, cuál será el resultado de las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre de 2024? Porque no hay duda de que la elección de Donald Trump significaría el fin del apoyo estadounidense a Kiev. Todo depende de cómo se defina «cambio sustancial», pero yo veo 2024 más bien como un año de reposicionamiento estratégico para los adversarios, cuyos efectos se dejarán sentir en 2025 o 2026.
Algunos indicadores fundamentales juegan a favor de Rusia. En primer lugar, en términos de potencia de fuego, la tendencia favorece a Moscú. Gracias al apoyo de Corea del Norte y China, Rusia puede reponer sus reservas de municiones más rápidamente que Ucrania. Esta ventaja logística se materializa en una ventaja cuantitativa, sobre todo en los ámbitos de la artillería y la defensa antiaérea: Rusia simplemente puede disparar más munición (proyectiles y misiles) que Ucrania.
La segunda ventaja de Moscú reside en los recursos humanos. Las bajas ucranianas son inferiores a las rusas, pero la capacidad de regeneración es menor. Esto no significa que Kiev carezca de soluciones a la hora de hacer frente a Rusia. En particular, las fuerzas ucranianas pueden utilizar 2024 para consolidar sus defensas (impidiendo así un gran avance ruso), al tiempo que llevan a cabo una campaña de ataques en profundidad (misiles balísticos, drones, acciones de fuerzas especiales) destinada a debilitar y amenazar las líneas logísticas de Rusia, disminuyendo así su potencial ofensivo en el frente. Pero, una vez más, la capacidad de Occidente para suministrar armas a Kiev es una de las claves del conflicto.
Élie Tenenbaum
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En términos militares, ninguno de los dos adversarios está actualmente en condiciones de ganar. El equilibrio de fuerzas táctico y tecnológico (líneas continuas, vigilancia del campo de batalla por drones de todo tipo, movilidad de los refuerzos y falta de superioridad aérea) hace que cualquier avance sea extremadamente difícil y su explotación aún más complicada. Sin embargo, sería un error pensar que la guerra se limita a la situación en la línea del frente. En 2024, Ucrania y Rusia están de hecho inmersas en una terrible carrera para reconstituir una fuerza capaz de vencer en 2025 o 2026. Si bien Rusia se ha organizado en una economía de guerra para producir una masa aplastante, también cuenta con la erosión de la voluntad ucraniana y de sus apoyos occidentales. Si este escenario tomara forma a lo largo del año, la situación dentro de un año sería insostenible. Si, por el contrario, los amigos de Ucrania, y en particular los europeos, ponen ahora en marcha los dispositivos necesarios –incluidos los financieros– para garantizar una rotación suficiente de equipos (artillería, sistemas antiaéreos y medios de superioridad) y de formación (en particular con vistas a maniobrar más allá del nivel de compañía), Ucrania debería estar en condiciones, a principios de 2025, de derrotar a Moscú y reconquistar algunos territorios ocupados.
El balance al comienzo de este tercer año de guerra es, por tanto, parcialmente favorable a Rusia. Vladimir Putin tiene una superioridad material en la balanza de poder y de fuego. Paradójicamente, el nivel de presión internacional (sanciones, aislamiento) se ha reducido, y ahora disfruta de relaciones bastante normales en Asia, Medio Oriente, África y América Latina. Estados Unidos, principal apoyo de Kiev, está en gran medida paralizado por su situación política interna, que ya no ofrece un consenso de ayuda a Ucrania. En cuanto a los europeos, han reactivado sus medios militares, pero todavía con demasiada lentitud, sobre todo porque tienen que responder a la doble tarea de reequiparse para Ucrania y para sí mismos. Colectivamente, sin embargo, tenemos los medios para derrotar a Rusia y ofrecer a Ucrania, si no la victoria total, al menos la perspectiva de la seguridad y la integración. Es cuestión de voluntad y determinación.
Vincent Tourret
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El fracaso de la contraofensiva ucraniana en octubre de 2023 y la lenta victoria rusa sobre Avdivka en febrero de 2024 pueden dar la impresión de que el conflicto está en proceso de «congelación» como consecuencia de un «bloqueo táctico» recíproco por parte de los dos adversarios. La defensa, apoyada por drones y protegida del fuego de precisión por densas fortificaciones escalonadas, demostraría su superioridad sobre las maniobras ofensivas. Al centrarse en las características técnicas y de capacidad –la «transparencia» del campo de batalla, la robotización, los arsenales de ataque profundo–, esta explicación socava las condiciones organizativas y la sostenibilidad industrial de su uso. Sobre todo, ignora la cuestión de la relevancia de las estrategias de los dos adversarios para ganar el conflicto.
Desde este punto de vista, el año 2024 representa un punto de inflexión. Ucrania ha alcanzado los límites del modelo de estrategia y fuerzas que desarrolló antes de la guerra, basado en un compromiso entre las estructuras soviéticas, la modernización occidental y la amplia participación de su sociedad civil. Esta configuración siempre planteó un gran problema en términos de racionalización y concentración de esfuerzos, pero a nivel táctico permitía tener iniciativa y capacidad de respuesta ante la masa rusa. Mientras el ejército ruso combinó su incompetencia con una crítica falta de recursos, el proceso funcionó mientras la escala de los combates siguió siendo local. Como consecuencia de la movilización, la aportación de capacidades occidentales y el desgaste, Ucrania ha visto aumentar paradójicamente la diversidad y tamaño de sus fuerzas, mientras que su capacidad para gestionarlas y apoyarlas ha disminuido. Sencillamente, Ucrania ya no puede conformarse con un modelo de defensa territorial que inicialmente fue diseñado para resistir la agresión rusa en el Donbas y que su ingenio le permitió adaptar a dos años de invasión. Debe ampliar su gestión de suministros y fuerzas para hacer frente a un conflicto de alta intensidad. Su C2 debe conciliar las tentaciones de microgestión de su cuartel general con la independencia de sus brigadas. El nivel operativo debe recibir toda la atención que merece, proporcionando formación conjunta a los oficiales y, si es necesario, aumentando el número de «cuerpos del ejército» que actúen como intermediarios entre el frente y la retaguardia. En cuanto a la logística, el reto consistirá en industrializar e institucionalizar un sistema de producción en gran parte artesanal y voluntario, en particular para los drones, que ya constituyen un equipo básico para los soldados de infantería. La resolución satisfactoria de estas cuestiones determinará en gran medida la capacidad de resistencia de Ucrania, en un momento en que parece inevitable una nueva movilización para regenerar su infantería.
Rusia, por su parte, sufre una profunda crisis de su modelo militar, pero ha decidido compensar sus carencias tácticas y técnicas con la fuerza bruta. El resultado, más que un fortalecimiento de la cohesión general, es una fragmentación o polarización de su ejército en función de la naturaleza consumible de sus unidades. La obsesión por una postura agresiva (incluso en defensa) conduce al lanzamiento de ofensivas prematuras y obliga a una recomposición constante de unidades con personal y equipos inferiores. Los rusos no tratan de limitar el desgaste que están sufriendo, sino de hacerlo más sostenible concentrándolo en unidades menos valiosas, en un concepto de operaciones que hace hincapié en el fuego de su artillería y su aviación más que en la posibilidad de maniobra.
De este modo, Rusia parece haberse resignado a saturar en lugar de perforar las defensas ucranianas, tanto sobre el terreno como en lo que respecta a las defensas antiaéreas. La ventaja es que un proceso así conserva la iniciativa en un momento en que Ucrania lucha por garantizar la sostenibilidad de sus defensas, obligándola a tomar decisiones difíciles entre preservar sus posiciones o perder su potencial de combate. El inconveniente es que esa estrategia sólo es viable en la medida de las reservas y hombres disponibles, que frena la acumulación de fuerzas rusas y que depende de que la economía rusa se apresure a seguir adelante con el esfuerzo bélico. La tarea es realmente monumental. Cada mes, Rusia tiene que compensar unas 3 mil bajas y más de un centenar de vehículos destruidos, con tasas de bajas de hasta 14 a 1 durante la batalla de Avdivka. Para apoyar estos empujes, su superioridad de fuego tuvo que ser abrumadora, generalmente de 10 a 1 (más de 10 mil proyectiles al día frente a una tasa de 1 a 2 mil de Ucrania), lo que en muchos aspectos constituyó una situación extraordinaria que sólo pudo ser posible por las vacilaciones y retrasos de los esfuerzos aliados. Las necesidades estimadas son de 3 mil proyectiles al mes para una sólida defensa ucraniana. Este objetivo puede alcanzarse si la Unión Europea cumple su promesa de producir 1.4 millones de proyectiles de aquí a marzo de 2024 (incluso con un 40% exportado a terceros). Por el contrario, Rusia consume más de lo que produce, con un déficit anual de 500 mil proyectiles, que actualmente compensa con la ayuda de Corea del Norte e Irán. Con el desgaste de los tubos de artillería, la necesidad de restaurar las reservas de tanques y la galopante inflación que se apodera de su economía, el esfuerzo bélico ruso alcanzará este año una meseta. Salvo un sorpresivo colapso ucraniano, este esfuerzo parece suficiente para reducir gradualmente la defensa de Ucrania a su estado actual en 2025.
En nuestra historia, el año 2024 para Ucrania puede compararse con el año 1917 para el ejército francés. El adversario se ha visto reforzado en lugar de derrotado, lo que ha provocado una crisis moral y política. Sin embargo, no es el año de la derrota, sino la encrucijada decisiva entre una reforma exitosa de las fuerzas armadas, con la implicación de los aliados para acompañar este proceso, o el riesgo de un agotamiento fatídico en 2025 y 2026.
Andreas Umland
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En 2024, la guerra ruso-ucraniana sigue siendo –como la mayoría de las guerras– imprevisible. En febrero de 2024, el ejército ruso avanzó lentamente y consiguió tomar Avdivka. Queda por ver si esta ofensiva se extenderá más profundamente en territorio ucraniano. Las pseudoelecciones del presidente ruso en marzo de 2024 sugieren que el ejército ruso intentará presentar nuevos éxitos al Kremlin. Por otro lado, las nuevas promesas y acuerdos occidentales para Ucrania en febrero de 2024 son motivo de esperanza.
A principios de 2024, parece que Rusia lleva las de ganar. Los problemas parciales de Ucrania en el frente y las batallas políticas internas de Estados Unidos que impiden el apoyo estadounidense a Kiev son descorazonadores. Sin embargo, ésta puede ser sólo una impresión temporal. Aunque la Conferencia de Seguridad de Múnich pintó un panorama sombrío de la situación en Ucrania, las críticas y la autocrítica expresadas por los líderes políticos y de opinión europeos durante la reunión fueron alentadoras. Además, la firma por parte de Ucrania de acuerdos de seguridad con las tres naciones europeas más poderosas —Reino Unido, Alemania y Francia— en enero-febrero de 2024 mejora la posición internacional de Ucrania. Con estos acuerdos, los tres países se han comprometido a largo plazo a apoyar a Ucrania en sus esfuerzos de autodefensa, recuperación y construcción del Estado. Otros países seguirán el ejemplo de Londres, Berlín y París. Así que el equilibrio de poder podría inclinarse finalmente a favor de Kiev en 2024.