La Rusia del después

«Esta guerra empezó porque un tipo con bótox se creyó emperador», relato de un voluntario ruso en Ucrania

Hay pocos relatos sobre la experiencia de combate rusa en Ucrania. Por convicción, fantasía o simple desesperación, los "voluntarios" de Putin se vieron arrastrados al horror y al absurdo de una guerra imperial. Publicamos el escalofriante testimonio y las palabras -a veces impactantes- de uno de ellos, que logró huir del frente.

Autor
El Grand Continent
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© RIA Novosti/Sputnik/SIPA

El texto que figura a continuación es uno de los escasos testimonios de un voluntario ruso que decidió relatar su experiencia tras casi un año en el frente de Ucrania. Se desconoce su identidad, así como la unidad en la que sirvió, aunque hay indicios, incluidos los escenarios en los que estuvo desplegado, de que estuvo lo más cerca posible de la línea del frente. Los comentarios fueron recogidos por el medio independiente ruso en línea iStories (Важные истории), creado en 2020 por antiguos periodistas de Novaya Gazeta y que actualmente tiene su sede en Letonia.

Como muchos voluntarios, el autor decidió abandonar el frente -tras obtener su primer permiso, 11 meses después de ser desplegado en Ucrania- y buscó ayuda en la asociación rusa Go By The Forest. Se trata de una de las numerosas redes surgidas tras la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022 para ayudar a los combatientes rusos que, por diversos motivos, desean abandonar el frente. Go By The Forest y otras asociaciones ofrecen alojamiento temporal, asesoramiento psicológico y apoyo a quienes no pueden o no quieren regresar a Rusia.

Más de 300 mil reclutas han sido movilizados para luchar en Ucrania desde que Vladimir Putin anunció la movilización parcial el 21 de septiembre de 2022. Al mismo tiempo, el gobierno ruso ha estado promoviendo el servicio militar contratado a través de vídeos y otra propaganda dirigida a los hombres jóvenes, prometiéndoles un salario generoso y la oportunidad de participar en una aventura viril con eslóganes como: “¡Sé un hombre, únete al ejército contratado!”. En diciembre de 2023, el presidente ruso firmó un nuevo decreto para aumentar el tamaño del ejército a 2.2 millones de personas, incluidos 1.3 millones de soldados, un aumento de 170 mil respecto a los niveles actuales, según el Ministerio de Defensa. Una reelección de Vladimir Putin tras las elecciones presidenciales de marzo podría provocar una nueva oleada de movilizaciones.

Cómo acabé en la guerra

Me alisté en el ejército en agosto de 2022 como voluntario. Firmé un contrato de corta duración por un periodo inicial de cuatro meses. Al final, serví durante casi un año: 11 meses de guerra, 7 de ellos en combate, donde el enemigo estaba cerca y el fuego de artillería era constante.

No me alisté por motivos ideológicos; simplemente, desde niño había querido ver acción militar. Crecí con libros sobre las fuerzas especiales y la guerra. Quería estar allí para poder decirle a alguien que presumía de sus hazañas: «Oye, hermano, ¿por qué me cuentas esto? Yo también lo he visto todo».

El argumento financiero es también una de las principales palancas utilizadas por el Kremlin para atraer a toda una generación joven con escasas perspectivas económicas a permanecer en Rusia. Los contratos ofrecidos por el Ministerio de Defensa oscilan entre los 200 mil y los 250 mil rublos al mes, cinco veces más que el salario medio ruso en 2022, que era de 40 mil rublos, o poco más de 400 euros. Más allá de estas promesas, sin embargo, se esconde una realidad puesta de manifiesto por numerosos testimonios: los voluntarios permanecen de hecho mucho más tiempo en el frente sin obtener licencia de lo que se les prometió, los retrasos en los pagos y los pagos inferiores son frecuentes, y las familias luchan por obtener documentos que justifiquen el trabajo de sus seres queridos cuando mueren en Ucrania.1

Sabía que esta guerra había empezado porque un tipo con bótox se creyó emperador. Te preguntarás cómo puedo llamarme liberal e ir a la guerra, cómo encaja eso con mis puntos de vista, pero el 99% de los que estaban conmigo eran voluntarios, y no dudaban en llamar imbécil a Putin. Los sentimientos patrióticos ciegos sólo están realmente presentes en la retaguardia. En el frente, sólo duran hasta que cae el primer obús. Todos los que pasaron meses en el frente querían salir y no volver jamás.

El 99% de los que estaban conmigo eran voluntarios, y no dudaban en llamar imbécil a Putin.

Aprender las lecciones de Azov

Sabía que el ejército ruso era bastante estúpido, pero en aquel momento pensé que una vez que hubiera acción militar, una vez que hubiera movilización, las cosas mejorarían de alguna manera. Resulta que al Ministerio de Defensa le gusta hablar de nuestro poderoso ejército, pero en realidad lo han fastidiado estrepitosamente.

Yo nunca había servido en el ejército. Nos entrenamos durante 15 días antes de ser enviados al frente. Yo tenía algunos conocimientos teóricos: había leído manuales, estudiado las operaciones de guerra de minas, cómo disparar, cómo cavar trincheras. Un día, el comandante me preguntó: «Dices que no fuiste al ejército, así que ¿cómo sabes de explosivos?». Bueno, puedes leer un libro al respecto, y ahora está internet. Aprendí lo básico -los distintos tipos de armas- en el canal ucraniano de YouTube Azov. Lo explicaban todo muy bien y tenían material didáctico. No hay nada parecido en YouTube ruso.

Aprendí lo básico -los distintos tipos de armas- en el canal ucraniano de YouTube Azov. Lo explicaban todo muy bien y tenían material didáctico. No hay nada parecido en YouTube ruso.

El 2 de septiembre cruzamos la frontera e inmediatamente llegamos cerca de Jersón. Cuando llegamos, el comandante nos preguntó: «¿Tienen sacos de dormir?». Respondimos: «No». «¿Por qué no? ¿No sabían adónde iban?». «¿Deberíamos haber traído nuestras propias armas?», pregunté. Al principio se rieron. Pero cuando nos dieron las chaquetas, eran casi de la talla 60 [XXL], lo bastante grandes para que cupiéramos dos. Cinco de nosotros pasamos la primera noche acurrucados dentro de esas chaquetas, en el frío. Vi todo esto con mis propios ojos y me horroricé. No puedo entender cómo éste puede ser el segundo ejército más grande del mundo. ¿Cómo será el tercer ejército más grande del mundo? ¿Utilizan arcos y lanzas y se avientan piedras mientras corren en pants?

Sobre el fuego amigo

La primera muerte que vi fue la de un buen amigo que había llegado conmigo. Lo mataron los nuestros. Nuestra unidad se dividió en dos y una parte atacó un bastión ucraniano. Parecían haberlo capturado, pero recibieron una buena paliza: dos murieron, y los demás volvieron heridos o conmocionados. Por la mañana temprano, cuando aún estaba oscuro, mi amigo corrió hacia nosotros por el campo gritando «¡Chebarkul! ¡Chebarkul!» [Чебаркуль, para indicar su pertenencia a la unidad], y el tipo que montaba guardia se asustó y le disparó. Murió de heridas estúpidas: una en el muslo y otra en la vejiga.

También había un tipo con nosotros que no paraba de preguntar: «¿Cómo se dispara un lanzagranadas?». Finalmente, disparó, la explosión le arrancó el brazo y murió. En un momento dado, nuestros compañeros lanzaron granadas cerca, y los fragmentos volaron hasta nuestro refugio, hasta nuestro puesto de observación. Un francotirador se nos acercó y nos dijo: «Hoy cumplo 24 años, así que voy a matar a 24 jojols» [Хохол, término despectivo ruso para referirse a los ucranianos]. Le respondimos: «¿De qué estás hablando? En cuanto se den cuenta de que hay un francotirador aquí, nos lanzarán una lluvia de morteros y artillería y arrasarán este lugar». Pero se sentía muy seguro de sí mismo, como si estuviera en una galería de tiro. Esa insensatez, ese exceso de confianza, esa falta de profesionalismo causaron muchas muertes.

Eso explica la mayoría de las bajas: la estupidez.

Un recluta murió de una forma muy extraña. Había cavado una mega fosa, tan grande que se podría haber celebrado en ella una fiesta de baile. Por supuesto, lo vieron y empezaron a bombardearlo. Corrimos a sacarlo. Estaba cubierto de sangre, completamente mutilado. No sobrevivió. Muchos hombres también murieron porque no se molestaron en cavar trincheras o porque cavaron trincheras demasiado sofisticadas y anchas, fáciles de alcanzar. Eso explica la mayoría de las bajas: la estupidez.

La falta de formación de los reclutas, voluntarios y combatientes contratados se hizo especialmente patente a partir del otoño de 2022, cuando el Estado Mayor ruso recurrió cada vez más a esas «fuerzas irregulares» para suplir la escasez de efectivos causada por las bajas en las unidades profesionales. Esta experiencia es sin duda común a muchos de los más de 300 mil reclutas movilizados para luchar en Ucrania, muchos de los cuales fueron enviados al frente con escasa o nula formación. El despliegue de esos combatientes explica en parte las elevadas pérdidas sufridas por las fuerzas rusas desde el inicio del conflicto, que se estiman en 315 mil muertos y heridos desde el lanzamiento de la invasión en febrero de 2022, es decir, el 90% de los efectivos rusos iniciales. La falta de entrenamiento ha provocado errores, algunos de ellos letales, y una mala coordinación entre unidades cuyo nivel de preparación puede ser muy desigual.

Retirada de la orilla oeste del Dniéper

Permanecimos en dirección a Jersón hasta noviembre [en otoño de 2022, las AFU llevaron a cabo una gran ofensiva, tras la cual las tropas rusas se retiraron de la orilla derecha del Dniéper], y fuimos de los últimos en abandonar la orilla derecha. Por supuesto, fue una huida. Cuando anunciaron el «reagrupamiento», nos alegramos de marcharnos por fin, ya llevábamos un mes y medio cansados, no podíamos tomar ningún proyectil porque habían bombardeado todos los puentes y pontones artificiales. Durante la retirada perdimos material [el Ministerio de Defensa dijo que no hubo pérdidas], lo destruimos nosotros mismos. Durante la retirada, los hombres de nuestra compañía perdieron un Kornet [sistema de misiles antitanque], volamos un tanque descompuesto [para que no lo capturara el ejército ucraniano]. En general, hubo una retirada así: nos sentábamos en los coches y esperábamos a que nos dijeran que podíamos irnos. Ni en trincheras, ni en refugios, nos sentábamos allí durante 40 minutos -y en momentos así, el tiempo pasa muy despacio-, ¿te imaginas el riesgo al que nos exponíamos?

“Fosas de tortura» y violencia en el ejército

Después nos trasladaron a la región de Lugansk. Mi contrato expiraba en diciembre. Cuando fui a ver qué pasaba con mi permiso, el jefe del Estado Mayor empezó a ponerme nervioso: «¿Qué permiso? ¿Qué despido? ¡Vete a luchar, hijo!”. Estaba tan conmocionado por su actitud de perro que me fui al bosque sin saco de dormir, compré vodka y manteca de cerdo y dormí allí dos días. Luego pensé: «Me voy de vacaciones y no volveré. Prefiero vivir en el bosque, armar una canoa, ya aprendí a hacerlo». En el campamento de retaguardia de Shulginka [un pueblo del distrito de Starobelsky, en la región de Lugansk], había una «fosa» donde metían a los soldados por diversas infracciones: embriaguez, desobediencia a las órdenes, falta de respeto a los oficiales. Todo el mundo bebía allí: no hacía falta mucha inteligencia para encontrar algo que beber; bastaba con ir a la ciudad, comprar unos kilos de azúcar, agua y levadura, y ya se podía producir alcohol.

No hacía falta mucha inteligencia para encontrar algo que beber; bastaba con ir a la ciudad, comprar unos kilos de azúcar, agua y levadura, y ya se podía producir alcohol.

Tres personas que conocí acabaron en la «fosa». Normalmente permanecían allí uno o dos días. Les pegaban según su comportamiento. Si estaban borrachos, los tomaban en brazos y los llevaban, no podían resistirse, y podían darle una patada en las rodillas. Y si alguien era indisciplinado, le pegaban fuerte: en la cara y en los riñones.

Esas fosas en la parte de atrás [de los campos] son más o menos lo mismo: en el ejército, existe el concepto de celdas de castigo, comparable a eso. Pero en el frente se cometen atrocidades. Cuando nos trasladaron a Chervona Dibrova [un pueblo del distrito de Severodonetsk, en la región de Lugansk], muchos de nosotros nos negamos a luchar: personalmente, no me dieron ningún permiso y empecé a sufrir neurosis -cuando mucho alcohol provoca calambres en los pies y las pantorrillas- y no me dieron ninguna medicina. Nuestro oficial al mando nos llamó: «¿Cuáles son las razones, por qué están descontentos?». Nos meó en los oídos, prometió arreglarlo todo y nos envió al frente como castigo -el enemigo estaba a 150 metros: podías ver todos sus movimientos a simple vista. Y literalmente, a 150 metros detrás de nosotros, había una fosa, justo en la línea de contacto: sentado ahí, podías oír las explosiones. Los que se negaban [a obedecer las órdenes] eran tratados con severidad. Fui por agua y vi cómo llevaban a un hombre a la fosa, con los ojos tapados y las manos a la espalda. No era un prisionero de guerra ucraniano, era nuestro combatiente. Vi a siete personas en esa fosa.

Había casi una policía militar interna formada por soldados que se ocupaba de eso.

Había casi una policía militar interna formada por soldados que se ocupaba de eso. En tiempos de guerra, siempre hay gente como ratas que se dan cuenta de que harán todo lo que les pida el comandante y que serán recompensados por ello: corrían a buscar comida para los comandantes, algunos comandantes hacían sus necesidades en botellas dentro del refugio, así que sacaban sus excrementos. Golpeaban a la gente y la ataban a los árboles. Uno de ellos tenía una fosa a la que arrojaba a todos los desobedientes (el principal motivo era la desobediencia a las órdenes, que los comandantes consideraban arbitraria). Naturalmente, golpeaban muy duro a la gente. Uno de mis buenos amigos, perdón por la expresión, llegó a cagarse en los pantalones de tanto que le pegaban. Llevaba más de un año [de servicio] y nunca le dieron vacaciones. Después de todo eso, se decepcionó: «Es mejor no entrar al ejército, es mejor no tener nada que ver con el Estado».

Es difícil cuantificar el impacto del conflicto -que afecta sobre todo a los combatientes, pero también a los círculos familiares y a los amigos íntimos en Rusia- en la relación de la población con el Estado ruso. Las encuestas realizadas por el Centro Levada (una organización de investigación que realiza sondeos de opinión que la población rusa considera confiables) indican que, desde el lanzamiento de la invasión, el índice de aprobación de Vladimir Putin ha aumentado en más de 10 puntos, mientras que el apoyo al conflicto ha descendido relativamente poco. Aunque no podemos contar con los resultados de las elecciones presidenciales rusas de marzo para confirmar o refutar esos sondeos, estos testimonios ofrecen una visión poco frecuente de cómo el trato recibido por el Kremlin, el Estado Mayor y el ejército ha llevado a los excombatientes a desconfiar y alejarse del Estado. En cierto modo, puede considerarse que lo que está ocurriendo en Ucrania va en la dirección contraria. Como señala Anna Colin Lebedev, la desconfianza hacia el ejército como institución «considerada corrupta, imbuida de la lógica de la era soviética, pero también inútil en un país que no veía ninguna amenaza de futuro conflicto armado en su territorio» hace 10 años, ha desaparecido por completo en la actualidad. En 2022, el 96% de los ucranianos declaró tener confianza en las fuerzas armadas.

Arrojaron una espoleta de granada a la fosa: es lo que se enrosca en la granada y hace un gran ruido cuando explota, como un gran petardo. Y si estás en una fosa, da mucho miedo: una persona ya está vencida, moralmente deprimida.

Un año de guerra

Cuando tuve mis primeras vacaciones, decidí marcharme gracias a «Go to the woods» [una organización que ayuda a los rusos a evitar la guerra], abandoné el país. En primer lugar, por la obstinada actitud de los dirigentes. Luego me bombardearon durante 11 meses, y seguí vivo e intacto, con sólo dos o tres contusiones. Y me di cuenta de que un día podría acabarse mi suerte. Y en tercer lugar, me di cuenta de que no era la guerra correcta.

Cuando aún estaba en Rusia, mi exmujer me llamó y me preguntó: «¿Por qué bebes todo el día?». Para ser sincero, eso es lo que hacía, no iba a ninguna parte, alquilaba un piso, me sentaba y bebía. En respuesta, le envié una foto de mis compañeros: «Sólo dos de estos seis están vivos». Me dijo: «¿Cómo, sobrios?”. Luego la borró inmediatamente, lo había entendido.

Me quedé con el número de teléfono de un soldado ucraniano. No lo maté, murió en un bombardeo. Cuando llegué a casa, llamé a su hija y le dije: «Esto es lo que pasó, por desgracia, tu padre murió». No paraba de preguntarme por qué lo hacía. Algunas personas encuentran los teléfonos de los soldados ucranianos y dicen todo tipo de cosas desagradables a sus familiares. Es un poco mezquino, pero yo soy solidario con los soldados, no luchamos con la muerte. Incluso los enterramos, colocamos cruces, un vedevashnik ruso también está enterrado allí; por alguna razón, no se llevaron su cuerpo durante la retirada.

Me quedé con el número de teléfono de un soldado ucraniano.

Cuando volví, los miedos persistían. Después de todo eso, hay problemas psicológicos. Al principio, cuando caminaba [por la ciudad], siempre buscaba un lugar donde refugiarme en caso de problemas o, por ejemplo, un edificio cercano al que pudiera correr. O un bache en la carretera: una zanja cavada por las ruedas, donde pudiera caer [en caso de bombardeo]. Me decía a mí mismo: «Me metería aquí… Tomaría una posición aquí…».

Durante la guerra, la noche de Año Nuevo, un camarada estaba sentado, borracho, viendo una película llamada «Purgatorio» [un drama bélico ruso con escenas de brutal violencia basado en los acontecimientos de la primera guerra chechena]. Lo vi por el rabillo del ojo y le dije: «¿No has tenido suficiente aquí?». Hoy en día, no veo películas bélicas. Juego a World of Tanks, pero no veo películas de guerra. Todo empieza a volver a mí.

Ni siquiera quiero comunicarme con mis conocidos del frente, porque siempre hay noticias desagradables: uno ha muerto, el otro también. Hace poco, no pude soportarlo más y me emborraché sólo para castigarme, bebí durante tres días, incluso me despidieron del trabajo.

Hay entrenadores que enseñan de la vida. El fuego de mortero es el mejor entrenador.

«Go by the Forest» me dio acceso gratuito a un psicólogo, lo que me ayudó. Ya lo acepté: lo quería [estar en la guerra], lo conseguí, ahora no hay por qué llorar. Siempre he tenido esta actitud: «Yo mismo fui, yo mismo firmé el contrato, yo me metí en esta historia”. Comprendo a los hombres que fueron reclutados: estaban sentados en casa comiendo albóndigas, los llamaron a filas y los enviaron al frente, lo siento por ellos. Pero fue mi elección. Hoy, por supuesto, no habría ido [a la guerra]. Al principio, me dije: «Tengo que volver». Sobre todo cuando te encuentras con dificultades en un país nuevo -no sabes muy bien dónde vivir, dónde trabajar- piensas: «Allí [durante la guerra] todo es fácil. Te dan una pala, cavas una trinchera y te quedas allí». Es entonces cuando te viene a la cabeza esta imagen: la primera llegada. Hay entrenadores que enseñan de la vida. El fuego de mortero es el mejor entrenador.

Notas al pie
  1. Anton Bayev y Yelizaveta Surnacheva, «Investigation: Russia Violates Promises Of Pay, Pardons For Contract Soldiers», Radio Free Europe, 8 de noviembre de 2023.
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