El punto de inflexión de Afganistán, una conversación con David Martinon

15 de agosto de 2021: Kabul cae en manos de los talibanes. En medio del pánico general, el embajador de Francia David Martinon permanece allí mismo. En esta larga entrevista, repasa esta secuencia histórica, las profundas condiciones que la hicieron posible -y el futuro de Afganistán-.

David Martinon, Les 15 jours qui ont fait basculer Kaboul, París, Éditions de l'Observatoire, 2022, 281 páginas, ISBN 1032924977

Durante los últimos veinte años, Estados Unidos ha sido probablemente el principal actor sobre el terreno afgano, lo que obviamente ha cambiado desde que se retiró del país en agosto de 2021. ¿Cómo analiza la evolución de la posición estadounidense y la relación que Washington mantiene hoy con Afganistán?

Permítame empezar recordando el contexto. Se suponía que las tropas estadounidenses iban a abandonar Afganistán de conformidad con el Acuerdo de Doha de 29 de febrero de 2020, celebrado con representantes de los talibanes, entre ellos el influyente Abdul Ghani Baradar. Al final, sin embargo, las tropas estadounidenses se quedaron más tiempo del previsto en los acuerdos. 

La firma de tales acuerdos fue, de hecho, el comienzo de un periodo de incertidumbre. El acuerdo fijaba el 1 de mayo de 2021 como fecha límite para la retirada estadounidense. Sin embargo, tal fecha llegó al final del periodo electoral estadounidense, durante el cual el presidente Trump mostró su intención de retirarse del país lo antes posible, aunque ello supusiera que la retirada tuviera que producirse a marchas forzadas. 

En medio de todo eso, estaba bastante claro que las autoridades afganas de entonces basaban parte de su razonamiento en la creencia de que, de hecho, no habría retirada. Tal conclusión era necesaria, en su opinión, porque la victoria del presidente estadounidense Joe Biden conduciría a una vuelta a la normalidad de la política exterior estadounidense, que ya no estaría replegada sobre sí misma. 

Por mi parte, pensaba que, si el presidente Donald Trump ganaba las elecciones, la evacuación se daría muy rápidamente. Recordemos que Trump anunció en plena campaña que no habría más tropas estadounidenses en Afganistán para Navidad, a pesar de que ese calendario era insostenible, según muchos observadores, en el momento en que se asumió el compromiso.

Pensaba que, si el presidente Donald Trump ganaba las elecciones, la evacuación se daría muy rápidamente.

DAVID MARTINON

En cuanto al candidato Biden, dijo y repitió muy claramente durante su campaña que su prioridad en política exterior era China. En ese contexto, cada vez que se le preguntaba sobre la posible continuación de una fuerza estadounidense en Afganistán, respondía que lo único que podía imaginar era la continuación de una fuerza de unos cientos de hombres, una fuerza antiterrorista.

Sin embargo, me pareció que, para el electorado estadounidense, no habría mucha diferencia entre una fuerza reducida de 1 200 hombres en Afganistán y una fuerza aún menor de unos pocos cientos. 

Pero parecía que quienes pensaban que el presidente Biden renegaría del principal compromiso de los Acuerdos de Doha -la idea misma de la retirada- estaban cometiendo un error de análisis. No tenían mucho en cuenta lo que el presidente Biden piensa realmente sobre Afganistán.

Biden visitó Afganistán varias veces en 2004 y 2006 como senador y miembro de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado. Luego regresó en 2009 como vicepresidente. Todos los líderes afganos me hablaron de sus reuniones con él, ya fuera Ashraf Ghani, Hamid Karzai o Abdullah Abdullah. De esos intercambios quedó claro, incluso en aquel momento, que el presidente Biden creía que Estados Unidos no podía permanecer en Afganistán indefinidamente y que los dirigentes afganos no eran lo suficientemente fuertes.

Hubo otro elemento que pensé que podría ser un indicador de la postura de Biden en caso de victoria demócrata en las elecciones. Joe Biden fue el único que se opuso a la política del aumento de tropas del presidente Obama, que había llevado a un incremento exponencial de la presencia de tropas estadounidenses en ese país entre 2010 y 2011.

En cualquier caso, cuando Joe Biden fue elegido, muchos observadores empezaron a escrutar las declaraciones estadounidenses para adivinar las intenciones de Washington. En ese contexto, la parte francesa tuvo que prepararse para todas las eventualidades. Anticipamos el calendario para organizarnos. Supusimos que Joe Biden anunciaría su posición sobre la cuestión de una posible retirada en torno a la primera reunión ministerial de la OTAN, a mediados de febrero de 2021. 

Por mi parte, a principios de año, seguía convencido de que los estadounidenses querían retirar sus tropas. Fue entonces cuando les dije a mis contactos e interlocutores afganos que los estadounidenses respetarían el compromiso de retirada, con un probable retraso de tres meses respecto a la fecha prevista del 1 de mayo por razones logísticas. 

¿Podrían haberse retirado los estadounidenses incluso más tarde del verano de 2021? No lo creo. Todos los observadores coincidieron en que los talibanes se habrían tomado muy mal que los estadounidenses hubieran decidido aplazar una vez más su fecha de salida. Tal vez ya no se habrían respetado los anexos secretos del Acuerdo de Doha: no atacar ciudades ni misiones diplomáticas.

El presidente Biden creía que Estados Unidos no podía permanecer en Afganistán indefinidamente y que los dirigentes afganos no eran lo suficientemente fuertes.

DAVID MARTINON

Según el general Kenneth F. Mackenzie1, los estadounidenses podrían haber permanecido en Afganistán manteniendo una presencia de 2 mil efectivos. Al parecer, la CIA estaba a favor de ello. En retrospectiva, ¿por qué se optó por una retirada total? Algunos pueden haber especulado que cuando se eligió a Lloyd Austin2 como secretario de Defensa en lugar de Michelle Flournoy, cuyo nombre se mencionaba con regularidad, eso puede haber indicado un deseo de retirarse de Afganistán…

La elección de Floyd Austin como secretario de Defensa de Biden es crucial: fue él quien dirigió la operación de retirada de Irak. Es cierto que Mackenzie y los militares del Pentágono querían mantener una fuerza allí. Así, el delegado italiano de la OTAN, Stefano Pontecorvo, cuya opinión era próxima a la del Pentágono, dijo que no era posible que los estadounidenses se marcharan inmediatamente, porque el general Miller necesitaba otros 18 meses para entrenar a las fuerzas especiales afganas. Pero no correspondía al general Miller tomar ese tipo de decisiones, sino al presidente de Estados Unidos. 

Además, mantener a 2 mil personas permanentemente sobre el terreno requiere mucho personal y muchos recursos. En teoría, los estadounidenses podrían haber mantenido la base de Bagram. Sin embargo, ustedes saben que esa base ha estado sometida al fuego diario de cohetes durante 20 años. Es una base difícil de mantener, aunque esté muy bien protegida.

Habría sido posible llevar a cabo operaciones antiterroristas, pero a los estadounidenses les habrían faltado los comandos afganos, porque es difícil enviar a la CIA o a la Fuerza Delta al terreno en un contexto tan hostil. Pero es imposible tener un comando afgano sobre el terreno si el Estado está en manos de los talibanes. Por tanto, se habría convertido poco a poco en una base militar atrincherada, aislada y, por tanto, inútil. 

Por eso nunca he creído en el mantenimiento de una fuerza antiterrorista. En primer lugar, porque los estadounidenses empezaron a reducir los efectivos de la CIA muy pronto, un año antes de la retirada. En segundo lugar, porque la CIA no habría podido trabajar en la ciudad; habría tenido poco acceso a las fuentes. Instalarse en Bagram no basta para realizar labores de inteligencia.

Lo habíamos visto en los últimos meses antes de la evacuación. Predijimos que el ejército afgano se desintegraría porque dependía demasiado de la fuerza aérea, que necesitaba la presencia estadounidense, tanto para el mantenimiento como para la munición. En cuanto se fueran los contratistas estadounidenses encargados de su mantenimiento, los aviones afganos ya no podrían mantenerse en condiciones para funcionar. Lo mismo ocurría con la munición. El ejército afgano se estaba quedando rápidamente sin munición, especialmente munición inteligente, y los estadounidenses tenían dificultades para mantener el ritmo de suministro.

A menudo se ha establecido un vínculo entre la retirada de Afganistán y la guerra en Ucrania. ¿Cuál es su valoración actual de Afganistán a la luz de lo que está ocurriendo en Ucrania?

Hay dos paralelismos evidentes. En primer lugar, es cierto que la retirada de Afganistán provocó en Rusia la percepción de un cambio de época. El Kremlin pensó que los estadounidenses ya no estaban ahí para todos sus aliados. Por tanto, dedujo que se podía hacer algo en el terreno ucraniano. Por supuesto, esto fue tanto un error de percepción como un error de análisis.

En segundo lugar, la política ucraniana de Biden recuerda a la afgana de Reagan, la política ucraniana de Biden recuerda a la afgana de Reagan, sólo que cuesta mucho más cara y sus agentes son más decorosos que algunos miembros de la resistencia afgana. El resultado, en ambos casos, es el mismo: fijar al adversario, cansarlo, sin comprometer a ningún soldado sobre el terreno. Hay que señalar que la guerra de Afganistán no estaba inmediatamente perdida para los soviéticos, como lo demuestran las numerosas incursiones que lograron hacer en el valle de Punjshir, en el bastión del comandante Massud. Todo cambió cuando la CIA empezó a entregar Stingers en otoño de 1986. Fue un punto de inflexión estratégico: durante todo el otoño de ese año, la resistencia afgana destruyó un avión soviético al día. En Ucrania, ese punto de inflexión estratégico se produjo mucho antes, ya que los Manpads se distribuyeron muy rápidamente, desde los primeros meses del conflicto.

En segundo lugar, la política ucraniana de Biden recuerda a la afgana de Reagan sólo que cuesta mucho más cara y sus agentes son más decorosos que algunos miembros de la resistencia afgana. El resultado, en ambos casos, es el mismo: fijar al adversario, cansarlo, sin comprometer a ningún soldado sobre el terreno.

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En su opinión, ¿la retirada afgana fue una decisión estratégica o se debió a la presión de la opinión pública, por ejemplo, ligada a la publicación de los «Afghanistan Papers» por el Washington Post3?

Creo que la presión de la opinión pública estadounidense no fue tan importante. Donald Trump fue elegido con la promesa de acabar con las guerras interminables, pero la opinión pública estadounidense no estaba tan implicada en la retirada de las tropas de Afganistán. No tiene nada que ver con la oposición a la guerra de Vietnam. Además, desde un punto de vista estratégico, la retirada forma parte del pivote chino.

Recientemente se ha hablado de proyectos de inversión chinos, como el anuncio de un enlace ferroviario entre China y Afganistán4. ¿Cómo percibió la presencia china en Afganistán cuando estuvo allí? ¿Qué tipo de relación está desarrollando China con el régimen talibán desde el verano de 2021?

No creo que Afganistán sea un lugar estratégico para China. Lo principal para China es la protección de su frontera occidental, donde los chinos quieren contener lo que perciben como el «peligro uigur». Y en cuanto a los terroristas uigures, agrupados en el llamado grupo «ETIM», lo sobreestiman enormemente.

En cuanto a los intereses económicos, a China le interesa la explotación de tierras raras y metales raros (litio, cobalto). Sin embargo, esto no ha llevado a las autoridades chinas a decidir inversiones masivas. Es cierto que los chinos tienen desde hace años la concesión de la mina de Mes Aynak, que es la mayor mina de cobre a cielo abierto del mundo, en la provincia de Logar.

Sin embargo, también es el mayor sitio arqueológico budista a cielo abierto. Una mayor explotación de la mina supondría la degradación del sitio, lo que molesta a las autoridades chinas. Calculan que sería demasiado costoso políticamente atacar un sitio tan importante para la historia y la cultura budistas.

© Staff Sgt. Victor A. Mancilla via SIPA

¿Sigue considerando que Afganistán es la frontera sur de Rusia? ¿Cuál es la naturaleza del apoyo militar ruso a los talibanes contra las fuerzas estadounidenses?

La gestión de la frontera sur de Rusia es una de sus principales preocupaciones. Por eso los rusos estacionan tropas en las repúblicas centroasiáticas. También pretendían infligir daños a los estadounidenses. Hubo entregas de armas y asesoramiento, según la CIA, y también afirmó que la Dirección Principal de Inteligencia (GRU) del Estado Mayor ruso pagaba recompensas por cada soldado estadounidense muerto. Esta información no se discute.

Por lo que se refiere en particular a la asesoría, se ha afirmado que fueron oficiales rusos de tipo centroasiático, como en la época de la intervención soviética, cuando las unidades de élite que dirigieron el golpe de diciembre de 1979 eran oficiales soviéticos de origen turcomano, tayiko o uzbeko.

Usted es bastante crítico con los efectos de la ayuda internacional que se ha prestado a Afganistán. Dice, por ejemplo, que «Occidente ha enriquecido a la capa superior de la sociedad afgana, pero no al país». ¿Qué aspectos de la ayuda internacional le parecen más útiles y necesarios? ¿Cuáles están peor calibrados?

No es posible dar una respuesta integral a esta pregunta. Hay que reconocer que hay que partir de cero. Tenemos que admitir, para empezar, que no podemos cambiar un país como Afganistán en veinte años. Ésta no es la Alemania de 1945, que sólo necesita unos pocos años para volver a ponerse en marcha. En 2001, Afganistán sólo tenía una economía de subsistencia y de contrabando.

En segundo lugar, estoy convencido de que el primer factor de desarrollo de un país es la buena gobernanza. Esto se ha visto en Afganistán. Si la gobernanza no proporciona a la población servicios públicos básicos y servicios elementales, si es confiscada por depredadores que saquean, necesariamente corromperá a toda la sociedad. Para lograr una buena gobernanza, necesitamos establecer un Estado de derecho, e incluso un Estado democrático. Pero instaurar una democracia implica profundas transformaciones sociales y antropológicas.

Tomemos el ejemplo de la agricultura, porque el desarrollo de un país implica, muy a menudo, al principio, un excedente agrícola. En Afganistán, estamos muy lejos de tener una situación excedentaria, y eso sólo va a empeorar en los próximos años debido a la erosión del suelo. Fui a Bamiyán, donde tienen proyectos de cultivo de papa. Son excelentes y abundantes. Sin embargo, las papas que se comen hoy en Afganistán se importan de Pakistán. Esto demuestra que el proyecto se ha pensado y realizado de forma incompleta, sin pensar en la distribución final de las materias primas agrícolas.

Del mismo modo, cometimos un error con el algodón. Las autoridades afganas querían producir algodón, así que les ayudamos. Fue un error, porque el algodón requiere mucha agua, que cada vez escasea más en el país, por lo que la producción de algodón en Afganistán no podía ser competitiva. Por otro lado, algunos proyectos especializados han funcionado bien. Francia, por ejemplo, ha formado a apicultores que ahora producen miel afgana de excelente calidad.

Sin embargo, hay un cultivo agrícola que Afganistán domina de principio a fin: la amapola, un cultivo para el que son los mejores del mundo, tanto en cultivo como en procesamiento y distribución. El producto final ya no es amapola cortada ni opio básico, sino heroína de tal calidad que se puede comercializar directamente en Europa. Tenemos que pensar en cómo utilizar esos conocimientos de otra manera. Por ejemplo, ahora se cultiva azafrán en Herat. No es tan rentable como la amapola, pero hay similitudes.

En general, aunque la ayuda masiva sea esencial, debe ir acompañada de condiciones, una rendición de cuentas muy clara y un marco jurídico reforzado para mejorar la gobernanza del país. La forma más eficaz de hacerlo es implicar a la sociedad civil en la tarea de observar las políticas de los actores públicos. Por eso apoyamos la entrada de Afganistán a la Alianza para el Gobierno Abierto y ayudamos a la sociedad civil afgana a desarrollar su Plan de Acción.

Cada vez son más los talibanes paquistaníes que llevan a cabo atentados en Pakistán, como el Tehrik-e-Taliban Pakistan5, que juró lealtad a la «Quetta Shura», la principal organización talibana entre 2001 y 2020. ¿Cómo valora la relación entre Pakistán y Afganistán en la actualidad?

Tanto si Afganistán se encuentra en un estado de anarquía como si está gobernado por un gobierno intratable, siempre hemos tenido claro que ninguno de los dos escenarios beneficia a Pakistán, que no necesita profundidad estratégica, sino vecinos con los que pueda comerciar para alimentar y enriquecer a su numerosa población.

Paradójicamente, algunos observadores sostienen que la seguridad de Estados como Irán, Rusia y China se ha visto afectada negativamente por la retirada estadounidense. ¿No era mejor para esos Estados contar con una presencia estadounidense en la región?

La reacción de esos Estados a la decisión de Trump puede considerarse una confirmación de esa hipótesis. Dijeron que la retirada estadounidense, ejecutada con tanta rapidez, crearía un «vacío estratégico». Esto es incoherente con querer que los estadounidenses se fueran. Por otra parte, está claro que las olas migratorias continuarán en Irán y Pakistán. De hecho, el régimen talibán y sus métodos sólo están consiguiendo que los afganos quieran huir del país.

Sobre el terreno, fue sorprendente ver que los talibanes tomaran Nimrooz con bastante rapidez. Así que la ruta occidental se cerró bastante pronto, ¿le sorprendió la rapidez del avance talibán?

Los anexos secretos del Acuerdo de Doha establecían que los talibanes no atacarían el centro de las ciudades. Esto explica por qué los empezaron avanzando por todas partes menos por el centro de las ciudades, excepto en las incursiones que realizaban para liberar a sus hermanos de armas de las cárceles de la República.

¿Por qué se atuvieron a las cláusulas secretas? A menudo digo que los talibanes son como pacientes paranoicos. Con tales pacientes, la vía dura no funciona, porque refuerza su creencia de que el resto del mundo los quiere muertos; tampoco la vía blanda, que interpretan como debilidad. Sólo el establecimiento de un equilibrio de poder y el apego a la ley pueden funcionar. Los talibanes están comprometidos con la ley. En este caso, la única referencia que tienen en común con los estadounidenses es el Acuerdo de Doha y sus anexos secretos.

A menudo digo que los talibanes son como pacientes paranoicos. Con tales pacientes, la vía dura no funciona, porque refuerza su creencia de que el resto del mundo los quiere muertos.

David martinon

Por otra parte, como en 1995, parten del sur profundo pastún (las provincias de Kandahar, Helmand, Zabul, Uruzgan); pero son bloqueados en Kandahar, Lashkar Gah y Kabul por las fuerzas especiales de la República, bajo el mando del joven general Sami Sadat, formado e impulsado por Estados Unidos, que confirma su determinación y eficacia.

En lugar de obstinarse, los talibanes decidieron entonces dar un giro hacia el Oeste y el Norte. Al hacerlo, tuvieron más éxito: en primer lugar, ya no estaban bloqueados; en segundo lugar, no parecían una fuerza étnica procedente únicamente del sur pastún; en tercer lugar, superaron a los señores de la guerra del norte, y en cuarto lugar, se aseguraron rápidamente el control de todos los pasos fronterizos.

Aplicando esa estrategia, los talibanes privaron a los republicanos afganos de sus recursos al cortarles los «impuestos» fronterizos. A los ojos de la comunidad internacional, dan la impresión de soberanía.

© U.S. Marine Corps photo by Sgt. Samuel Ruiz via EYEPRESS

La primera ciudad que tomaron fue Nimrooz, en la frontera entre Afganistán, Irán y Pakistán, tierra de tráfico, nunca realmente controlada por el poder central; pero podría haber sido fácilmente otra ciudad, la cronología la dictaba el ritmo de sus avances sobre el terreno.

En su libro describe tanto al personal diplomático como a los agentes locales. Pone el ejemplo de Gulbuddin, un guardia afgano que permaneció en la embajada francesa de 1996 a 2001, cuando los talibanes estaban en el poder. ¿Podría volver sobre la importancia, en un país como Afganistán, de esos empleados locales para preservar la memoria diplomática y la comprensión del país? ¿Sabe qué ha sido de esos empleados desde que llegaron a Francia?

Todos ellos están ahora en Francia. Algunos querían ir a Irán, pero finalmente cambiaron de opinión cuando cayó Kabul. Llevan una vida de refugiados. Algunos dominaban el francés y tenían conocimientos que les permitían trabajar, como contadores, por ejemplo. A mi intérprete lo contrataron en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Uno de los conductores fue acogido con su mujer y sus hijos por la ciudad de Val-de-Reuil, para la que ahora trabaja como conductor de autobús.

El recuerdo que guardan los empleados locales es muy importante para mí. Marcó la diferencia cuando analizamos la situación a principios de 2020. Me sumergí en la historia afgana. Además de los libros, había pedido encontrar a Gulbuddin, al que usted menciona, para que me contara lo que pasó cuando los talibanes llegaron a Kabul en 1996. Sin embargo, él había presenciado el ahorcamiento del presidente Najibullah y de su hermano en un poste de luz situado a cien metros de la embajada de Francia. Para mí era importante saber, desde un punto de vista práctico, cómo había resistido la embajada en aquel momento.

También me ayudó mi consejera especial, Farida Akram, que trabajó con todos mis predecesores desde 2001, y que nos ayudó más tarde en el Quai d’Orsay durante las evacuaciones. Tenía memoria para las grandes y pequeñas historias. Conocía las relaciones interpersonales entre los dirigentes afganos; por ejemplo, las relaciones entre Ahmed Zia Massud y Yunus Qanuni; entre Mohammed Qasim Fahim y Abdullah Abdullah; entre Hamid Karzai y Aschraf Ghani. Fue una información muy valiosa.

Usted describe a todo el personal francés implicado: las fuerzas francesas en los Emiratos Árabes Unidos o una sección del quinto regimiento de caballería. Vemos cómo se despliegan todos los actores de una diplomacia de crisis. ¿Podría darnos una visión general de los actores franceses que intervienen en una evacuación, según su experiencia?

Los primeros responsables son, por supuesto, las autoridades francesas, cuya aprobación es necesaria para decisiones como la evacuación de los empleados afganos de la embajada francesa.

Cuando le dije al jefe de gabinete del ministro de Asuntos Exteriores, 15 meses antes de la evacuación, que habría que cerrar la embajada por razones políticas y de seguridad si llegaban los talibanes, añadí que no quería dejar a nadie atrás, como había ocurrido en otros lugares en el pasado. No quería pasar por eso.

También, era necesario evitar a toda costa el escenario de la caída de Saigón y, aún más, la caída de Phnom Penh. En Phnom Penh, como relató nuestro colega François Bizot en su libro Le Portail, los jemeres rojos habían obligado a los empleados de la embajada de Francia a sacar a las personas vinculadas con la República que se habían refugiado allí. Los que salieron fueron asesinados.

Además de las autoridades políticas, la Dirección de Seguridad Diplomática desempeñó un papel muy importante sobre el terreno, en particular, ayudando a proteger los complejos diplomáticos y validando nuestra planificación de seguridad (por ejemplo, el plan de evacuación de los ciudadanos franceses y del personal de la embajada).

Por último, los últimos eslabones del proceso de evacuación fueron el embajador con su equipo diplomático, que trabajó in situ con la DGSE, con la Misión de Defensa, con el destacamento de seguridad (en este caso, policías, guardias de seguridad diplomáticos y operadores del RAID) y con el Servicio de Seguridad Interior, dirigido por el adjunto de Seguridad Interior (un coronel de gendarmería y su adjunto de policía) para preparar y planificar las operaciones garantizando la mayor seguridad posible. Era una tarea colectiva muy concreta y, definitivamente, crítica.

Por ejemplo, teníamos que encontrar formas de salir del país. Había hablado de eso con Gulbuddin. En 1994, cuando la guerra civil se había extendido en Kabul con el uso de artillería, nuestros predecesores tuvieron que huir en una noche, después de que un misil matara a tres de nuestros guardias afganos. Habían ido por carretera a Termez, una ciudad uzbeka en la frontera con Afganistán. Así que pedí que analizáramos todas las rutas y que elaboráramos los distintos escenarios. Identificamos cuatro. Para cada una, contamos el número de tanques que necesitábamos para nuestros vehículos blindados, el número de vehículos que podíamos utilizar para mantener ágil la comitiva (porque podía quedar atrapada en el fuego), así como el número máximo de pasajeros, entre otras cosas. Y, muy pronto, ninguna carretera resultó ser transitable. Estábamos seguros de que, pronto, estarían controladas por los talibanes, total o parcialmente.

¿Cómo identificar las rutas que deben priorizarse en este contexto? ¿Está implicado un servicio interdepartamental?

En tales situaciones, el embajador tiene que tomar muchas decisiones porque estamos en el nivel táctico. Por supuesto, mantenemos un diálogo constante con el Centro de Planificación y Gestión de Operaciones (CPGO), con el centro operativo del Ministerio de Defensa. Estudian lo que proponemos y nos dicen lo que pueden aportar.

Entonces, hice validar mi planificación con mucha antelación; determiné criterios, hitos que me llevarían a desencadenar ciertas etapas del plan. Para mí, el último hito era la caída de Jalalabad, a 150 km al este de Kabul. Al caer Jalalabad, teníamos que irnos en 48 horas.

Para mí, el último hito era la caída de Jalalabad, a 150 km al este de Kabul. Al caer Jalalabad, teníamos que irnos en 48 horas.

david martinon

En resumen, yo era el jefe a nivel táctico. Por su parte, las unidades implicadas también le informaban a su jerarquía parisina, pero no estaban in situ. Por poner un ejemplo concreto, el comandante del CPA 10 era, también, mi consejero militar táctico, junto con mi adjunto de Defensa. Obviamente, yo no decido en la intervención de fuerzas especiales (es una decisión del presidente de la República), pero el comandante estaba ahí para ayudarme en mis decisiones tácticas.

Teníamos reuniones telefónicas a diario con los directores de gabinete de los dos ministerios, Asuntos Exteriores y Fuerzas Armadas, respectivamente. A estas reuniones, asistían el personal, el CPGO y el Centro de Crisis y Apoyo (CDCA) del Quai d’Orsay.

¿Podría volver a hablar de este papel del Centro de Crisis y Apoyo del Quai d’Orsay y de las interacciones entre el CDCA y usted?

El director adjunto del Centro de Crisis y Apoyo del Quai d’Orsay era la persona con la que uno se podía comunicar en todo momento. Mi número 2 le llamaba con más frecuencia que yo.

Rápidamente, recibí instrucciones de ya no tratar directamente con las personas que, desde Francia, me pedían que evacuara a tal o cual persona. Eso nos protegía y nos permitía trabajar con más eficacia. Cada segundo que uno se pasara al teléfono era un segundo que no se usaría para evacuar gente. El director del gabinete del ministro de Asuntos Exteriores nos relevó de esta tarea y les confió al CDCA y a la Dirección de Asia la tarea de centralizar la información y de llamar nuestra atención hacia las personas que debían ser evacuadas.

En su libro, menciona el papel de las redes sociales. ¿Qué lecciones extrae usted sobre la utilidad de las redes en la gestión de crisis y, más en general, en la diplomacia francesa?

La diplomacia pública es fundamental. Ya dije antes que debemos asumir, como diplomáticos, ser agentes de influencia, es decir, influenciadores. Las redes sociales son una herramienta eficaz y barata para llevar a cabo esta labor de influencia.

Mi uso de las redes sociales en Kabul, durante estos quince días, fue táctico y concreto. En un momento dado, por ejemplo, simplemente, tenía que encontrar la manera de indicarles mi posición a mis autoridades en París, a la OTAN, a los estadounidenses y, de paso, a mi mujer porque, en estos momentos de crisis, ya no hay comunicación telefónica. Las redes sociales permiten, con un mínimo de conectividad, enviar un mensaje que todo el mundo recibe al instante.

Indicar tu posición; aportar pruebas; certificar ante notario: tienes que tomar fotos de todo lo que hagas no para complacerte a ti mismo, sino para el recuerdo a largo plazo e inmediato.

Sabía que habría polémica. Por ejemplo, el 16 de agosto, tuve que publicar una foto en la que aparecíamos trabajando en nuestros contenedores Thales en el aeropuerto porque gente malintencionada estaba difundiendo el rumor de que yo había abandonado Afganistán. Al contrario, en aquel momento, con el embajador español y el delegado de la UE, éramos los únicos embajadores presentes en el aeropuerto.

También, utilicé las redes para resolver un problema concreto. Cuando empezó la evacuación, varias personas se refugiaron en la embajada, pero no podían salir porque la multitud frente a las puertas de la embajada era demasiado grande para abrirlas. Así que tuiteé que la embajada estaba, ahora, en el aeropuerto y que no se expedirían más visados en la antigua embajada. Los propios talibanes le mostraron el tuit a la gente que estaba en las puertas de la embajada para que se fueran. Así fue como nuestros guardias pudieron accionar la puerta y sacar a los que estaban atrapados ahí.

Tras el atentado del 26 de agosto, en el que murieron casi 200 personas, utilicé Twitter para decirles a los afganos que abandonaran la zona, ante la amenaza de un segundo atentado, y para comunicarles a nuestros familiares que no había franceses en donde había surgido el atentado. Así que, para mí, no era comunicación; estas redes sociales eran verdaderas herramientas de información.

Como diplomático en un país como Afganistán, ¿se las arregla también para interactuar con la gente ordinaria? ¿Cómo le hace para no permanecer en el vacío con las élites locales e internacionales?

En general, las embajadas hablaban con las mismas personas siempre. También, es la razón por la que elegí entre las personas con las que quería reunirme y aquellas con las que las interacciones me parecían cada vez más inútiles.

Recibía delegaciones de provincias lejanas. Eran parlamentarios, alcaldes, gobernadores. Pude conocer a gente ordinaria sobre el terreno, mientras viajaba, en particular, en Bamyan, en el Punjshir, en Herat, en Istalif o en Mazar é charif. Cada vez que iba a una de estas ciudades, me encontraba con representantes de la sociedad civil.

En cuanto a cuestiones de política interior, en su libro, hace un juicio crítico de Aschraf Ghani (presidente de 2014 a 2021) y un juicio más positivo de Abdullah Abdullah (primer ministro de 2014 a 2020 y, luego, presidente del Alto Consejo para la Reconciliación Nacional en 2020-2021). ¿Podría repasar sus respectivos historiales?

Aschraf Ghani se merece muchas críticas. Era un hombre inteligente, un tecnócrata del Banco Mundial reconvertido en político que, con frecuencia, se salía con la suya, pero que encarnaba la corrupción de la República y estaba completamente fuera de sus cabales. Teníamos la sensación de que ya no estaba en contacto con las realidades de su país.

También, se le puede criticar por no haber reforzado la unidad nacional. Logró imponerse sobre los señores de guerra, pero no respetó los acuerdos a los que llegó con ellos, lo que creó mucha frustración y resentimiento contra él.

Los señores de guerra son esenciales para defender el país: pienso en Atta Mohammad Nour o en Abdul Rachid Dostom. Desarmados por la policía y por el ejército de la República, no aguantaron el golpe de los talibanes. No obstante, me gustaría decir que la caída de Kabul no es responsabilidad de Ghani exclusivamente. En su lugar, ni siquiera el general De Gaulle o Churchill podrían haber evitado la caída de Kabul.

Respeto mucho al Dr. Abdullah. Es una persona modesta y razonable. Lo criticaría por estar demasiado apegado a las reglas, en el sentido de que, en un momento dado, dado que Ghani estaba tomando malas decisiones (como retrasar las negociaciones), el Dr. Abdullah debería haber defendido sus puntos de vista con más vigor. Abdullah también es el único, junto con Hamid Karzai, que permanece, hoy, en Kabul, donde sus vidas no son nada fáciles.

Usted muestra, en su libro, cómo Ashraf Ghani ha seguido una política propastuna dentro de las élites de la República, pero, también, cómo los talibanes han conseguido no presentarse como únicamente pastunes para ganar apoyo en el norte. ¿Qué piensa de esta evolución? ¿Qué importancia tiene este entramado étnico para entender la victoria talibán y la debilidad del gobierno de Ghani?

La línea es muy delgada. Hay que reconocer que Ghani logró someter a los señores de guerra o a los llamados «etnarcas» (los líderes militares y, a veces, políticos de los grupos étnicos). Sigo convencido de que, para construir un Afganistán estable, los afganos tendrán que ir más allá de sus identidades étnicas. Esto fue lo que resolvió el rey Amanullah Khan cuando creó el Reino de Afganistán, en 1926. Se dio cuenta de que, para forjar un sentimiento nacional para este nuevo Estado, era necesario ir más allá de esas asociaciones.

Con respecto a esto, hay que recordar que los pastunes y los tayikos son grupos étnicos, pero no desean que los relacionen. Hay más pastunes en Pakistán que en Afganistán, pero los pastunes de Afganistán no quieren que se les asocie con Pakistán. Los tayikos de Afganistán nunca han tenido la idea de asociarse con Tayikistán. Lo mismo puede decirse de los uzbekos afganos. Y añadiría que ni Tayikistán ni Uzbekistán han expresado nunca irredentismo alguno hacia estas comunidades afganas.

© EPN/Newscom/SIPA

La identidad de un individuo deriva de lo que se dice de él y de la identidad que se asigna a sí mismo. Un afgano será tayiko si dice que es tayiko y si se dice que lo es. Digo esto porque, dentro de la juventud urbana, estas divisiones no estaban presentes. Mi consejera Farida Akram, por ejemplo, nunca ha querido decirme a qué comunidad étnica pertenece. 

Sin embargo, si la administración sigue favoreciendo sólo a los pastunes, los tayikos se van a frustrar. Esta frustración se expresa mediante un repliegue sobre la etnia y el etnarca, pero lo que hemos visto es que, en cuanto el etnarca se comporta de forma autoritaria, como un señor feudal sobre sus tierras y súbditos, y maltrata a los que consideran competidores, hace que recurran a los talibanes.

¿Cree que los talibanes aún tienen la intención de establecer un Pastunistán?

Creo que los talibanes son nacionalistas afganos, lo que explica su distanciamiento de los pakistaníes y la imposibilidad, incluso para los qataríes o los iraníes, de influir realmente en ellos. También explica por qué, cuando un país musulmán intenta influir en ellos proponiéndoles enviar ulemas más razonables, los rechazan. Con frecuencia, escuchamos que se dice que deberían enviarles ulemas de Al Azhar o ulemas indonesios. Los talibanes creen que ellos tienen la interpretación correcta del Corán y que los demás están equivocados.

Por último, para terminar de responder a su pregunta, yo diría que, si los talibanes son nacionalistas afganos, ¡para ellos, afgano significa pastún!

En cuanto a la evolución interna del país, existe una creciente competencia entre los talibanes y el Estado islámico de Jorasán (ISIS K). Esto afecta la percepción de la legitimidad del gobierno de Taleb. ¿Qué piensa de la interacción entre estos dos grupos y del cambiante equilibrio de poder?

Los talibanes están mostrando, a diario, que son imperfectamente capaces de cumplir su promesa de estabilidad. Existen tres formas de resistencia en Afganistán: el National Resistance Front, formado por resistentes punjabíes y de Badakhshán, sumamente reprimidos porque son los más «presentables»; existe, evidentemente, una oposición interna al poder talibán y, en particular, contra el emir Haibatullah y su círculo íntimo en Kandahar, pero esta oposición no prevalece. Sólo está latente. Por último, vemos la de Daesh. Sabemos que hay células del Estado islámico en Jorasán, la rama afgana de Daesh, y, también, en Pakistán, en las ciudades ya un poco alejadas de la frontera. Daesh nunca ha tenido problemas para reclutar personas con un nivel de educación superior al de los talibanes en las provincias de Kunar o Logar ni en Kabul.

Toda la campaña de reconquista del país por los talibanes explica cómo Daesh pudo recomponerse con tanta rapidez. En efecto, al principio, cuando los talibanes liberaban las prisiones, mataban sistemáticamente a los daeshíes; luego, dejaron de hacerlo paulatinamente y acabaron por dejar libres a los combatientes tras matar a los dirigentes.

Por eso, a finales de agosto de 2021, una fuerza daeshí de varios centenares de hombres convergió en Kabul. Ellos fueron quienes planearon el atentado del 26 de agosto. Desde entonces, hemos sido testigos de la espantosa mortandad causada por los atentados de Daesh: contra los hazaras, durante el Ramadán; el ataque de la maternidad Dasht-e-Barchi, en el distrito chií de Kabul, tras el cual el doctor Bina salvó la pierna de un bebé recién nacido que había recibido una bala de Kalashnikov; la escuela femenina del mismo distrito (96 muertos: las cuatro clases salían de la escuela en el momento de la explosión); los hindúes; los sijs; algunos funcionarios talibanes; ahora, la comunidad diplomática. Daesh mató a dos agentes diplomáticos rusos, intentó matar al embajador de Pakistán y atacó la casa de huéspedes habitual de diplomáticos y hombres de negocios chinos.

En su deseo de unir a las comunidades para liderar una resistencia armada en todo el país, los talibanes habían enviado señales de que querían incluir a personas de etnias no pastunes. La ambivalencia de esta apertura queda ilustrada por el destino de Mahdi Mujahid, el primer talibán hazara (de confesión chií), que se unió al movimiento antes de optar por liderar una insurgencia contra él. Finalmente, fue asesinado en agosto de 2022. Antes de su conquista de Kabul, ¿incluían las fuerzas armadas talibanes a muchos combatientes no pastunes? ¿Era real esta declarada «inclusividad» o era sólo una estrategia de comunicación?

Nunca creí estas promesas de apertura. Son verdaderamente pastunes. Por supuesto, hay un turcomano en el gobierno, un hazara, pero los demás son pastunes y, además, la mayoría de ellos son de la tribu Nurzai; esto explica las recientes masacres perpetradas contra la tribu Achekzai, considerada demasiado próxima al general Abdul Raziq Achekzai, que era, desde Kandahar, el jefe de todas las fuerzas de policía del gran sur pastún. Los Nurzai, la principal tribu pastuna, utilizaron la denuncia de esta proximidad para destituir a los Achekzai. Sus promesas no eran creíbles: los talibanes moderados no existen.

¿Diría usted que es falsa la idea de una división de los talibanes entre los de línea dura, próximos a Seraj Haqqani, y los más abiertos a la negociación y al compromiso, próximos a Abdul Ghani Baradar? ¿Deben tomarse en serio los rumores de supuestas disensiones internas?

La cultura de gobierno talibán es una cultura de consenso. Entre los talibanes, hay una shura militar y una shura política que, tras consultar con la shura religiosa, transmiten una propuesta de decisión al emir. Éste decide si la acepta o rechaza o si exige modificaciones al respecto. Por otra parte, los Haqqani también participaban en las negociaciones con los estadounidenses, aunque sólo fuera para obtener la liberación de prisioneros. Al mismo tiempo, todos los talibanes estaban de acuerdo en que querían conseguir una gran victoria militar. Pueden haberles dado la impresión a algunos de que había muchas voces en la insurgencia. Sin embargo, siempre estuvieron de acuerdo con los principios fundamentales y las orientaciones estratégicas.

Es cierto que había rivalidades de poder cuando se tomó Kabul. Haqqani y Iaccoub se llevaron la parte del león. No obstante, éste es un movimiento en el que, aunque hay contestación, al final, sólo prevalece una voz: la del emir. Rechazo la idea de que haya talibanes moderados con los que se deba hablar. Hay quien piensa que hay que hablar con la comunidad internacional, pero eso no cambia el hecho de que, al final, el emir es quien decide.

© U.S. Marine Corps photo by Staff Sgt. Victor Mancilla via EYEPRESS

En el actual equilibrio de poder, ¿dónde se encuentra la resistencia en Punjshir y por qué no ha tenido más éxito?

Cuando estás en Punjshir, si vas hacia el fondo del valle, llegas a caminos que conducen a Nuristán y Badakhshán, lo que supone 15 días a pie. Cuando era necesario, el comandante Massoud se iba y, luego, regresaba, cuando la situación se enfriaba un poco, pero, hoy, el norte de Punjshir está bajo el control de los talibanes.

Por lo tanto, ahora, es imposible salir del valle de Punjshir para llegar a las bases de retaguardia en el norte y ya no hay ningún vínculo con el norte y Tayikistán, por lo que no hay entrega de armas ni de dinero.

Sin embargo, en su lucha por repetir los errores del pasado, los talibanes se enfrentarán a las mismas consecuencias que antes. En Afganistán, la ira siempre acaba armada.

Dijo usted que los talibanes estaban repitiendo los errores del pasado. ¿Diría que las debilidades del gobierno actual son mayores o menores que las del anterior?

No sé cuánto puede durar el régimen talibán. Por el momento, no son tan corruptos. También, tienen mucha capacidad para inspirar miedo y obediencia. Además, Gilles Dorronsoro y Adam Baczko han demostrado, en sus estudios sociológicos, que los talibanes se han beneficiado de la ausencia del Estado por su instauración de la sharia.

La corrupción de los jueces fue lo que debilitó enormemente a la República. Todo el mundo en Afganistán te dirá, incluso los que estaban muy apegados a la República, que el sistema de justicia republicano era corrupto, impredecible y lento, cuando no totalmente vacío en algunas provincias. Por eso, la gente, incluso ajenos a los talibanes, acudía a los jueces talibanes, que administraban una justicia brutal, pero predecible, rápida y sin corrupción. Si leemos a David Galula, Counterinsurgency: Theory and Practice, veremos que una insurgencia prospera donde no hay Estado ni justicia.

Por último, parece que los talibanes, ahora, pueden elevar los impuestos, cosa que es esencial.

¿Qué podemos aprender del acuerdo de Doha en términos de historia diplomática?

En primer lugar, los estadounidenses han cometido errores tácticos. Cuando Obama dice que iniciará negociaciones con un plazo de salida, debilita irremediablemente su posición; los talibanes repiten, con frecuencia, esta expresión afgana: «ustedes tienen los relojes, pero nosotros tenemos el tiempo».

Trump no comete el mismo error aparentemente, pero está claro que su objetivo es retirar las tropas. Sin embargo, es difícil obtener concesiones si la salida es definitiva y si se busca a las prisas. Esto ha acostumbrado a los talibanes a no hacer concesiones en negociaciones.

En segundo lugar, en cuanto a la República de Afganistán, sus representantes se quejaron de no haber sido incluidos en las negociaciones, pero (y ésta es la principal responsabilidad del presidente Ghani) no tomaron las medidas necesarias para influir, de todos modos, en las negociaciones. Khalilzad asumió que sólo hablaría con los talibanes. Al hacerlo, puso a las autoridades de la República en una situación imposible, pero deberían haber rechazado este diktat y haberse comprometido realmente con la negociación interafgana, en lugar de procrastinar siguiendo las instrucciones de Ghani.

Por ejemplo, cuando se les ordenó liberar a los prisioneros en virtud de los acuerdos firmados entre estadounidenses y los talibanes, podrían haber dicho públicamente quiénes eran los combatientes: en el caso de muchos de ellos, eran narcotraficantes, violadores o criminales de guerra. Llegar a la verdad sobre la naturaleza de las exigencias talibanes habría permitido iniciar la batalla de narrativas con los talibanes. En una negociación, todo puede valer. Las únicas batallas en las que siempre se pierde son las que no se toman. Los republicanos afganos no tomaron ésta.

Me di cuenta de que los talibanes no pretendían negociar de buena fe, sino, simplemente, ganar tiempo para llegar a la fecha límite del 1.° de mayo de 2021, sin darles a los estadounidenses los medios para activar la cláusula general de condicionalidad del acuerdo. La redacción de esta cláusula revelaba, también, la ausencia de la intención de invocarla.

En contra de la narrativa que nos vendían, para mí, estaba claro que los talibanes no habían cambiado. Nuestra posición, aislada al principio, acabó por convertirse en mayoritaria bajo la presión de las brutales y absurdas decisiones del nuevo régimen. Sin embargo, la talibanización del país estaba surgiendo ante nuestros ojos: la opresión total de las mujeres y la reanudación, como entre 1995 y 2001, de ejecuciones públicas, incluidas las de mujeres. 

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