«En mi libro todos los cuerpos de las mujeres están heridos por la guerra», una conversación con Aliyeh Ataei

Kabul: dos años después | Episodio 3

Tener que exiliarse para sobrevivir. Ante el regreso de los disparos de fusil, la reaparición de los muertos, el llanto sobre los cuerpos ensangrentados, resurgen décadas de violencia en Afganistán. Entre Irán y Afganistán, en una frontera en gran parte olvidada, Aliyeh Ataei transmite parte de la memoria de sus habitantes, un relato inspirador.

Aliyeh Ataei, La frontière des oubliés, París, Gallimard, 2023

Aliyeh Ataei es una escritora y guionista irano-afgana cuyos libros han ganado importantes premios literarios en Irán, entre ellos el Mehregan-e-Adab a la mejor novela. Nació en Irán en 1981 y creció en Darmian, región fronteriza entre la provincia iraní de Jorasán del Sur y la afgana de Farah. 

Los relatos y ensayos de Aliyeh Ataei han sido traducidos y publicados en numerosas revistas estadounidenses y francesas, entre ellas Guernica, Words without Borders, Michigan Quarterly Review, Adi Magazine y Kenyon Review. Su libro Koorsorkhi fue publicado por Gallimard en abril de 2023 con el título La Frontière des Oubliés, una colección de relatos personales sobre la experiencia de la frontera, el desgarro del exilio y la violencia de las guerras que nunca acaban. 

Nos reunimos con ella para hablar de este libro en el marco de la serie «Kabul: dos años después«. 

A propósito de la muerte de uno de los personajes de su libro, usted escribe que «no sabremos la verdad mientras dure la guerra» (p. 45). Esa es una experiencia que los europeos están teniendo con la guerra en Ucrania: saber qué está sucediendo exactamente es difícil, porque es estructuralmente vago, incierto e indeterminado. 

Cuando empieza un incendio, todo el mundo dice que quiere apagarlo, como si nadie hubiera querido iniciarlo. La guerra funciona de la misma manera. Sin embargo, para los que están dentro del fuego, sus causas son irrelevantes: lo único que importa es que se detenga.

Para los afganos de hoy, las causas de la intervención estadounidense y luego de la salida de las tropas no son fáciles de comprender espontáneamente. En el libro cuento cómo una joven afgana de Kabul teme que los soldados estadounidenses con los que se cruza por la calle le disparen. Trate de imaginar a soldados de otro país fuertemente armados caminando por las calles de París y que, si los mira durante demasiado tiempo, podrían dispararle. ¿Cuál es el primer pensamiento que le viene a la mente? ¿Por qué le tenemos miedo a ese soldado que dice traer la paz?

Y sin embargo, en medio de Europa, lejos de las guerras que tan bien conocía, la violencia de la guerra volvió a conmocionarme.

ALIYEH ATAEI

Nunca he creído en la capacidad de Occidente para poner fin a una guerra. No lo digo como analista, sino que personalmente no veo cómo podría creerlo. Los estadounidenses se quedaron 20 años. ¿Por qué se quedaron? ¿Y para qué? Debían capturar a Bin Laden, pero lo hicieron en 2011, diez años antes de la caída de Kabul.

En cuanto a Ucrania, mi destino estuvo ligado a esa guerra hace muy poco. Tenía un proyecto literario con la escritora ucraniana Victoria Amelina, en el que trabajábamos juntas, sobre las mujeres en la guerra. Victoria había regresado a Ucrania y fue asesinada por un ataque con misiles el 1 de julio. Cuando me enteré, me dije: estoy en medio de Europa, en un país seguro, y sin embargo, la guerra me persigue, me alcanza. Estaba convencida, por haber crecido en medio de guerras, de que la guerra ya no podía conmocionarme ni sorprenderme. Y sin embargo, en medio de Europa, lejos de las guerras que tan bien conocía, la violencia de la guerra volvió a conmocionarme.

La Frontière des oubliés se tradujo al inglés con el título «body of war», que también me gusta, porque si se presta atención, en mi libro todos los cuerpos de las mujeres están heridos por la guerra.  Cuando mi primer relato corto se publicó en Irán, me criticaron mucho por escribir cosas aterradoras. Pero si ninguno de mis personajes muere de forma natural a los 90 años, es porque no conozco a nadie que muera de viejo. Todos mis conocidos mueren de repente, incluso en Europa. Tal vez lo que haga que mi escritura sea particularmente brutal es que no me detengo en los detalles del horror, sino que los dejo a la imaginación del lector. Intento reproducir la violencia de la muerte súbita con el estilo.

Intentamos creer que los talibanes pueden cambiar, pero aunque una serpiente maullara, no se convertiría en gato.

ALIYEH ATAEI

Durante su viaje a Kabul en 2016, usted dijo que el país no podría reconstruirse con ayuda extranjera. Se muestra escéptica sobre el plan de Malala Yousafzai, que aparece en su libro, de reconstruir el país con mujeres afganas de renombre. ¿Cree que Afganistán podrá ser reconstruido alguna vez, y por quién?

No tenía muchas esperanzas cuando escribí el libro. Ahora que los talibanes tomaron Kabul, tengo aún menos, porque me parece que el país ha retrocedido siglos. Intentamos creer que los talibanes pueden cambiar, pero aunque una serpiente maullara, no se convertiría en gato. Espero de todo corazón que las mujeres afganas encuentren la fuerza y la resistencia necesarias para sobrevivir, resistir y reclamar sus derechos, como el derecho a la educación que les ha sido arrebatado. Sin embargo, tengo pocas esperanzas de que esto ocurra pronto.

Maya Angelou escribe «Cada vez que una mujer se defiende, tal vez sin saberlo, sin reclamarlo, defiende a todas las mujeres». Yo también lo creo.

ALIYEH ATAEI

La hipótesis que usted parece favorecer es la de la reconstrucción de los individuos, antes de emprender la reconstrucción de las naciones. Usted escribe: «El exiliado, perdido en una tierra de nadie entre la vida y la muerte, puede estar buscando sobre todo reconstruirse a sí mismo sin preocuparse por el estado de su casa, que otros han demolido ladrillo a ladrillo» (p. 75). ¿Acaso la reconstrucción de los países consiste ante todo en «enterrar a los muertos y reparar a los vivos», por citar la conclusión de Platónov?

Maya Angelou escribió: “Each time a woman stands up for herself, without knowing it possibly, without claiming it, she stands up for all women” («Cada vez que una mujer se defiende, tal vez sin saberlo, sin reclamarlo, defiende a todas las mujeres»). Yo también lo creo. Luché por publicar libros. Luché para que mi voz se oyera en varios idiomas. Sobre todo, luché por mí misma, una mujer escritora. Vengo de un pueblo remoto en la frontera entre Irán y Afganistán y hoy estoy en París para hablar de mi novela, que ha sido traducida en Gallimard. También estoy luchando indirectamente para que las jóvenes de mi pueblo sepan que todo es posible.

Las mujeres francesas lucharon para obtener los derechos de los que hoy puedo disfrutar durante mi estancia en París. No lucharon pensando en mí y, sin embargo, yo me beneficio de sus victorias. Actualmente trabajo con una escritora nigeriana que huyó de Boko Haram y está refugiada en Francia. Obviamente, ella sola no puede cambiar el destino de su país, pero si lucha por sí misma, otras mujeres también se beneficiarán.

Las mujeres francesas lucharon para obtener los derechos de los que hoy puedo disfrutar durante mi estancia en París. No lucharon pensando en mí y, sin embargo, yo me beneficio de sus victorias.

ALIYEH ATAEI

Usted escribió un prólogo para la traducción francesa del libro, en el que dice «el libro que tiene en sus manos se ha convertido en el eco de todas las mujeres de Medio Oriente hoy en día». Usted publicó este libro en Irán en 2021, y se publicó en Francia en 2023, pero su relato termina en 2017. ¿Cómo encajan los acontecimientos de los últimos años, como la toma de Kabul por los talibanes y la revolución de las mujeres iraníes, en la historia que contó?

Aunque la mirada occidental se haya fijado en la vida de las mujeres de Irán y Afganistán en los últimos años, la guerra que viven estas mujeres y las luchas que libran por sus derechos llevan décadas produciéndose. La guerra y la violencia no son nada nuevo, por lo que mi libro no trata de un acontecimiento actual concreto, sino de fuertes tendencias históricas.  

No importa cuándo estallaron esos acontecimientos. Si de repente hay un interés por ellos, es por razones ajenas a nuestra voluntad, por razones de atención mediática internacional. Hoy en día, nadie se interesa por la suerte de las mujeres palestinas, ni por la de las mujeres yemeníes.

Por otra parte, es justo decir que las tendencias que describí se están repitiendo. Cuando llegué a Teherán a los 18 años, durante la era reformista de finales de los años noventa, obviamente estaba entusiasmada con la idea de una sociedad libre y una mayor igualdad entre los sexos. Pronto oí el retorno de los disparos, la reaparición de los muertos, el llanto sobre cadáveres ensangrentados, todo se repetía como en mi infancia en la frontera con Afganistán.

Aunque la mirada occidental se haya fijado en la vida de las mujeres de Irán y Afganistán en los últimos años, la guerra que viven estas mujeres y las luchas que libran por sus derechos llevan décadas produciéndose.

ALIYEH ATAEI

El título de su libro en persa es «koorsorkhi», o «ciego al rojo», que aparece en la última frase de su relato, cuando escribe: «¿Acaso son ciegos al rojo?». ¿A quién va dirigida esa pregunta?

El nombre del libro en persa es un juego de palabras con la palabra persa para designar el daltonismo (sorkhkouri), para decir «ciego al rojo». Rojo aquí significa la sangre que la gente es incapaz de ver.

La geografía del libro es la de la frontera entre Irán y Afganistán, pero también, por extensión, la de todo Medio Oriente, como el lugar donde suceden los conflictos entre Occidente y Oriente. El libro relata la invasión comunista, la invasión estadounidense, la revolución iraní y sus efectos en Afganistán.

Hoy en día, nadie se interesa por la suerte de las mujeres palestinas, ni por la de las mujeres yemeníes.

ALIYEH ATAEI

Empecé a escribir el libro cuando tenía 37 años. Ya sea en la frontera donde crecí o en mis dos países, en esta corta vida he vivido la misma cantidad de conflictos, revoluciones y guerras que un europeo que hubiera vivido 150 años.

Uno de los temas de su libro es la capacidad de soportar el dolor desde una edad temprana. Cuenta cómo su padre, que padecía demencia y epilepsia, le mordió la mano durante un ataque mientras usted intentaba que no se tragara la lengua. Escribió: «por primera vez en mi vida aprendí a soportar el dolor» (p. 26). ¿Su historia trata también de aprender a soportar el dolor?

La primera parte del libro está basada en un 90% en mi propia vida. El resto es más ficticio. Al día de hoy, todavía siento la herida en la mano, que me duele cuando trabajo. Cada vez que pienso en mi padre, me beso la mano que sufre. Mi padre sufrió esa guerra, en la que realmente no participó porque enfermó rápidamente y fue licenciado.

Es la primera vez que escribo sobre ese episodio de mi vida. Cuando cuento que mi padre me rompió la mano a los seis años por mordérmela, la gente suele decir «qué padre más indigno». Al contrario, a mí me encanta ese dolor, que es el recuerdo más vivo que tengo de mi padre. Diría que, en general, he aprendido a soportar el sufrimiento, pero nunca he aprendido a perdonar a quienes lo causan.

Cuando le mostró Teherán a Malala Yousafzai tras la proyección de un documental que ella rodó y en el que usted participó, le dijo: «Quería enseñarle mi ciudad de la libertad» (p. 125). ¿Por qué llama así a Teherán?

Comparada con la región donde crecí, Teherán representaba posibilidades infinitas. Para mi familia, una chica que estudiaba teatro en Teherán andaba en malos pasos. Sin embargo, mi familia accedió a que fuera a la Universidad de Teherán cuando tenía 18 años. La ciudad de Teherán amplió mi mundo. Hoy, desde París, echo de menos las grandes autopistas urbanas de Teherán. Por eso vivo en los alrededores de Montparnasse. A todos los parisinos les parece horrible la Tour Montparnasse, pero a mí me recuerda el paisaje urbano de Teherán.

Diría que, en general, he aprendido a soportar el sufrimiento, pero nunca he aprendido a perdonar a quienes lo causan.

ALIYEH ATAEI

Usted le preguntó a un contrabandista que le ayudó a cruzar la frontera de Afganistán: «¿Quién hace las fronteras?» (p. 144). ¿Qué son las fronteras y para qué sirven? ¿Cuál es su respuesta a esa pregunta?

La frontera entre Irán y Afganistán es especial porque está en el centro de innumerables crisis. Nunca he conocido un periodo de paz real en ninguno de los dos países. En Irán, la guerra contra Irak duró toda mi infancia, pero sus consecuencias se dejaron sentir mucho después del armisticio de 1988. En Afganistán, la guerra nunca ha terminado realmente desde 1979.

Sin embargo, Irán y Afganistán comparten la misma lengua, que son los únicos en hablar, con la excepción también de Tayikistán, aunque hoy los talibanes intenten hacer desaparecer al máximo la lengua persa en favor del pastún.

Las fronteras culturales entre los dos países no son las mismas que las fronteras políticas. Por ejemplo, cuando digo «Jorasán», me refiero a una región que se extiende hasta Balj, en Afganistán.

El trabajo del contrabandista es vender la frontera, esté donde esté. Mi trabajo es contar su historia, vender las palabras que la describen.

ALIYEH ATAEI

Por otra parte, usted dice que Teherán es «la capital de los hablantes de persa» y que por eso se siente tan a gusto allí (p. 126). A pesar de la complejidad de su identidades, la lengua persa parece ser un pilar fundamental.

¡Exacto! La identidad es un tema que recorre todos mis libros. Crecí en Irán sin tener documentos de identidad iraníes. Esa complejidad debilita a las personas porque crecen sin saber a qué bando pertenecen, y acaban llamándose «fronterizos». Es como si no supieran si viven en Teherán o en Kabul.

Hoy he superado la crisis de identidad que crea la frontera. Hoy me podrían decir que soy una escritora de Sri Lanka, y yo diría «sí, por supuesto». Mi propia identidad no importa. El trabajo del contrabandista es vender la frontera, esté donde esté. Mi trabajo es contar su historia, vender las palabras que la describen.

Conocer la violencia y las heridas del exilio me permite saber que para sobrevivir es necesario abrazar la elección forzada de la partida.

ALIYEH ATAEI

Usted escribió: «Vi el exilio como un café amargo cuya amargura tranquiliza, y al exiliado feliz como aquel que se disuelve en su nuevo país como el azúcar en una taza, aportándole sabor» (p. 117). ¿Hay que olvidar la propia identidad para ser un exiliado feliz?

No, ¡eso no era lo que quería decir! Es una cuestión de armonía. Me parece que la gente que se encuentra en otro país, por necesidad o por elección, debe acercarse lo más posible a la cultura del país en cuestión, para facilitar la vida, para comunicarse, para aprender a apreciar la comida de allí.

Podría despertarme cada mañana mirando la Tour Montparnasse y llorar pensando en Teherán, que extraño mucho. ¡No hay por qué añadir dificultad a la dificultad! Muchos iraníes están sumidos en una profunda depresión porque no están en Irán. El cuento del café no significa que tengas que desaparecer en la cultura del otro, sino que puedes hacer más bello el mundo en el que ahora vives. Conocer la violencia y las heridas del exilio significa saber que, para sobrevivir, es necesario abrazar la elección forzada de la partida. Un exiliado es como alguien que ha perdido una mano: puede negar que la ha perdido o aceptar que sólo tiene una mano y aprender a vivir con ello. Esa es la única manera de sobrevivir, de ser posible sin ira ni odio.

La herida del exilio no debe agravarse con el odio a la situación actual. Por supuesto, a esto también deben ayudar otras naciones. Hay millones de afganos, ucranianos e iraníes fuera de sus países. Necesitamos la amabilidad de todos para que se comprenda el dolor de su exilio, para que cicatricen sus heridas.

En el epígrafe de su relato, cita a la poeta afgana Nadia Anjoman: «Como una piedra, he hecho voto de paciencia». ¿Podría repasar los escritos de esa autora? En términos más generales, ¿qué autores han inspirado su escritura?

Nadia Anjoman tiene la misma edad que yo. Su marido la mató a golpes en 2005. Aunque sólo escribía sobre las mujeres y su liberación, murió muy joven a causa de la violencia del patriarcado. Sus escritos me conmocionan cuando pienso en su vida y en su asesinato.

En términos más generales, primero me influyeron los clásicos que leí de niña: el Libro de los Reyes de Ferdowsi, los escritos de Saadi, los poemas de Hafez y la poesía clásica iraní en general. No descubrí la literatura moderna sino hasta la universidad. Leí libros en persa, pero también mucha literatura extranjera, sobre todo El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, que fue mi primera gran conmoción intelectual.

Necesitamos la amabilidad de todos para que se comprenda el dolor de su exilio, para que cicatricen sus heridas.

ALIYEH ATAEI

Por lo demás, fueron los autores rusos y franceses los que más me impactaron. Había excelentes traductores de esas literaturas en Irán. Estaba muy unida a Dostoievski, Balzac, Flaubert y, por último, a Camus, que fue mi segunda gran revelación, después de Simone de Beauvoir. No diría que esos autores influyeron directamente en mi estilo, pero contribuyeron a ampliar mi universo mental.

En cuanto a los autores actuales, diría que Annie Ernaux y Margaret Artwood, cuyo estilo y capacidad para estructurar una narración me inspiran enormemente. Intento inspirarme en la capacidad de Annie Ernaux para construir novelas a partir de acontecimientos bastante banales, aunque mi libro esté lleno de historias excepcionales.

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