Desde la pandemia de Covid-19, muchos expertos, académicos y políticos han predicho el declive del neoliberalismo y de la globalización. ¿Cuáles cree que sean las causas de este cambio de percepción?
El discurso sobre lo que he llamado la hiperglobalización se ha disipado realmente. Esto es especialmente visible tras la pandemia y, más aún, tras la guerra de Ucrania, con sus ramificaciones geopolíticas y con el fortalecimiento de la competencia con China. Sin embargo, estas causas inmediatas y muy visibles deben valorarse en su contexto, el de una década en la que las debilidades y los problemas asociados con el neoliberalismo y con la hiperglobalización ya se hacían muy evidentes.
Creo que, en muchos sentidos, la crisis financiera mundial es el punto de partida. No condujo a un cambio fundamental en el discurso, pero puso en marcha algunas de las fuerzas que están impulsando esta disolución del discurso neoliberal. Este es, realmente, el punto de inflexión en términos de comercio y finanzas globales. Desde la crisis financiera, China, por ejemplo, se ha replegado considerablemente en el ámbito del comercio y, en cierta medida, esto también ha ocurrido en India más recientemente. Así, pues, si se observan los dos países que fueron los verdaderos impulsores de la expansión del comercio y de la inversión mundiales, sus actitudes, políticas y orientación real hacia la economía mundial han sufrido una clara evaluación en la última década. Así que muchas cosas ya estaban en marcha antes de la pandemia.
Además, la reacción política contra el neoliberalismo ya se estaba manifestando en términos de una disminución significativa de los votos para los partidos centristas, del aumento del populismo de extrema derecha que, según muchos estudios económicos, está motivado en parte por la ansiedad económica y la dislocación de los mercados laborales. Y creo que también hubo un creciente reconocimiento, dentro de la comunidad económica, de que el consenso profesional de que la extensión de los mercados en todo el mundo y su integración beneficiaría a todos no se reflejaba en la realidad. Así, pues, se ha producido un alejamiento del neoliberalismo y de la hiperglobalización, tanto desde el punto de vista intelectual como a nivel de la reacción de los ciudadanos comunes. Sin embargo, está claro que los choques de la pandemia, la guerra de Ucrania y el endurecimiento de las relaciones con China se han convertido en los signos más visibles de este movimiento.
Presenciamos un creciente interés por la política industrial, en especial con respecto a las industrias verdes, y un renovado interés por la inversión pública. En un reciente artículo, usted propuso llamarle a esta tendencia productivismo1. ¿Cuáles son las principales características de este paradigma y cuáles son los principales cambios con respecto al neoliberalismo?
Es una forma de reorientación que se aleja del neoliberalismo, en el sentido de que el productivismo confía mucho menos en las fuerzas del mercado y en la empresa privada y mucho más en la capacidad del Estado y de la acción colectiva en general para ser una fuerza transformadora. Hace hincapié en el lado de la oferta de la economía, en la inversión, la producción y el trabajo y en los empleos de calidad, más que en el lado de la demanda de la economía, del consumo, del poder adquisitivo. Hace hincapié en las comunidades locales y su revitalización, en especial, en las que han sido marginadas por la globalización. Este paradigma es mucho más escéptico con respecto a las finanzas y favorece la inversión real frente a los mercados financieros.
El productivismo difiere mucho de la economía de la oferta de Reagan. En la economía de la oferta de Reagan, el énfasis se puso simplemente en mejorar los incentivos, recortar los impuestos y sacar al Estado de la economía y el mercado. El productivismo, en cambio, dice que, por supuesto, hay que trabajar en el lado de la oferta porque, sin empleos productivos, no podemos permitirles a nuestros ciudadanos llevar una vida digna y plena. Así que tenemos que asegurarnos de que estos puestos de trabajo estén disponibles. Sin embargo, no podemos limitarnos a confiar en las empresas para garantizar que estos beneficios estén disponibles y se extiendan a toda la sociedad.
También destacaré que el productivismo es diferente del paradigma keynesiano o socialdemócrata. Este último se centró esencialmente, por un lado, en la red de seguridad social y en el Estado de bienestar. Por otra parte, también enfatizó la gestión de la economía mediante herramientas macroeconómicas. El productivismo se diferencia por enfocarse en que, para crear sociedades inclusivas, se necesitan intervenciones directas que difundan los beneficios de las nuevas tecnologías productivas a segmentos más amplios de la economía y a los sectores de la población activa que no tienen acceso a empleos productivos de calidad, como los trabajadores poco calificados. Este nuevo paradigma en ciernes afirma que, por supuesto, necesitamos la protección social y la gestión macroeconómica, pero también tenemos que garantizar que la gente tenga acceso a empleos de calidad. Esto requiere una forma de política industrial orientada explícitamente a la creación y a la difusión de estos empleos. En este sentido, se centra mucho más en la esfera productiva de la economía que el paradigma socialdemócrata keynesiano. Por lo tanto, difiere tanto del paradigma neoliberal como del socialdemócrata del pasado.
Debo añadir que el término productivismo es una etiqueta tanto descriptiva como prescriptiva. Propuse el término para describir lo que considero como las líneas generales de esta nueva dirección de la política económica, que, tal vez, sea más llamativa en Estados Unidos, pero cuyos elementos también son visibles en Europa. También es, en parte, prescriptivo; es decir, creo que lo que está ocurriendo sobre el terreno en este momento no se ha cristalizado todavía en torno a una nueva forma de pensar en la economía ni a una nueva visión de lo que debería impulsar nuestras políticas económicas, que podría, entonces, constituir realmente una alternativa al neoliberalismo. Por lo tanto, es necesario reflexionar sobre ello de forma más sistemática y coherente.
Si observamos ejemplos concretos de productivismo y, en particular, de la política industrial de la administración Biden, nos asalta la multiplicidad de objetivos. En la IRA, vemos que algunos créditos fiscales, cuyo objetivo es acelerar el despliegue de la energía verde, también pretenden apoyar a regiones desfavorecidas y crear empleos de calidad.
Lo que me preocupa es que tenemos muchos objetivos y nos dirigimos a ellos con muy pocos instrumentos. Los tres objetivos siguientes se confunden con frecuencia y es importante separarlos porque lo que funciona para uno no necesariamente funcionará para los otros dos.
Queremos una transición verde. Esto es absolutamente esencial porque el cambio climático es la amenaza más grave para nuestra existencia. Así que queremos acelerar la transición verde, lo que va a requerir una amplia gama de políticas industriales centradas en las energías renovables y las tecnologías verdes. Ése es el principal objetivo de la IRA. Y apoyo plenamente este objetivo. Y las críticas europeas hacia esta ley, que han aparecido recientemente, me parecen totalmente fuera de lugar.
El segundo objetivo es el imperativo geopolítico de la competencia con China. Hay que tener en cuenta que me preocupa cómo se está planteando esto en Estados Unidos, pero dejémoslo a un lado por ahora. La Ley CHIPS, también aprobada recientemente, tiene contemplado destinar importantes recursos públicos para promover la fabricación avanzada y la inversión en semiconductores. Su principal objetivo es convertir a Estados Unidos en un mejor competidor de China en industrias avanzadas y garantizar que, donde Estados Unidos tenga una ventaja, ésta siempre sea significativa.
Hay un tercer objetivo, que no es el objetivo explícito de nada de lo que la administración de Biden ha adoptado en este momento; ese tercer objetivo es la creación y difusión de empleos de calidad. Desgraciadamente, en Estados Unidos, se tiende a pensar que, si perseguimos nuestro objetivo geopolítico y si invertimos en la fabricación y en la transición ecológica, también estamos abordando el problema de crear una economía con empleos de calidad. Sin embargo, son formas muy ineficientes de hacerlo porque estas inversiones no van a ir necesariamente a las áreas que crean puestos de trabajo de calidad. Invertir en la fabricación avanzada con gran intensidad de capital y de competencias es probablemente, e incluso, la forma menos eficiente de crear puestos de trabajo de calidad.
Por eso, aunque estoy muy a favor de que las empresas que reciben subvenciones paguen buenos salarios, de que cuiden a sus trabajadores y, en la medida de lo posible, de que incluyan también a las comunidades desfavorecidas en las inversiones, creo que esto no sustituye las políticas industriales que se dirigen explícitamente a la creación y difusión de empleos de calidad. Éstos deben dirigirse a un segmento muy diferente de la economía. Deben dirigirse a los servicios, a la educación, a la salud, a los cuidados de larga duración y a las pequeñas y medianas empresas. Deberíamos apoyar innovaciones muy diferentes, cuyo objetivo es aumentar las capacidades de los trabajadores menos calificados. Escribí un ensayo sobre una política industrial para buenos empleos, en el que esbozaba cómo podría ser y en qué se diferenciaría de una política industrial centrada en la transición climática o en el imperativo de competir con China en el sector manufacturero.
Usted mencionó el papel de la competencia con China en el surgimiento del paradigma productivista. ¿Considera que esta relativa titulización de la economía es un riesgo?
Me preocupa la actual política de Estados Unidos hacia China. Creo que China se ha vuelto realmente más autoritaria y que el gobierno chino está cometiendo muchas violaciones de los derechos humanos, que deberían ser condenadas por todas las naciones democráticas. Sin embargo, creo que debemos entender que tenemos una influencia muy limitada sobre lo que sucede y sucederá en China.
El mayor problema es que, hoy en día, Estados Unidos ve su relación con China como un juego de suma cero. La opinión es que, si el mundo no sigue rigiéndose por nuestras reglas, se regirá por las reglas chinas. Así que la conclusión es, obviamente, que hay que seguir rigiéndose por nuestras propias reglas. Por lo tanto, Estados Unidos debe hacer lo que sea necesario para asegurar su dominio en el mundo. No se reconoce que el mundo futuro podría ser multipolar. Creo que la idea de que vamos a aplastar a China, contenerla o impedir su crecimiento económico sólo para mantener la supremacía estadounidense es peligrosa. Creo que acabará validando nuestros peores temores sobre China porque, mientras más amenazada se sienta China, más emprenderá acciones que corroborarán nuestros temores sobre sus intenciones.
Acabo de escribir un artículo en el que digo que el error que cometimos en la hiperglobalización fue dejar que nuestras corporaciones y nuestros grandes bancos escribieran las reglas de la economía global. El error que estamos cometiendo ahora es dejar que el establishment de seguridad nacional de las grandes potencias escriba las reglas de la economía global. Y, por eso, creo que, en ambos casos, acabamos perdiendo porque tenemos las reglas equivocadas.
Así que estoy muy preocupado porque creo que tenemos esta competencia geopolítica global que lo eclipsará todo y no nos conducirá a un mundo más seguro ni, desde luego, a un mundo próspero porque separará a las sociedades y bloqueará la cooperación en áreas tan críticas como el cambio climático, la salud pública mundial y las cuestiones económicas.
Sólo en cuanto a la cooperación en materia de cambio climático, ¿qué opina de las críticas formuladas por la Unión Europea hacia la Inflation Reduction Act?
Creo que las quejas europeas contra Estados Unidos reflejan cierta miopía. La queja básica, según tengo entendido, es que la legislación estadounidense, y, en particular, los créditos fiscales de la IRA, incluyen muchas normas de contenido local, según las cuales las empresas que reciben subvenciones del gobierno federal deben utilizar insumos locales. Y, por supuesto, en sentido estricto, esto podría ser una violación de las normas de la OMC. Sin embargo, el clima es mucho más importante que la OMC y creo que debemos replantearnos nuestras prioridades. La gente solía quejarse de las subvenciones para la energía solar en China, pero, gracias a estas subvenciones, que en su mayoría infringían las normas de la OMC, el precio de la energía solar se desplomó y la convirtió en una fuente de energía comercialmente viable. Así, China le ha hecho un gran favor al mundo al ignorar las normas de la OMC sobre subvenciones. Así que, si las normas estadounidenses que implican una fuerte inversión en tecnología verde dan resultado, en términos de frenar el calentamiento global, Europa también se beneficiará.
Creo que Europa también ha olvidado que no es perfectamente libre. La propia Europa está debatiendo un mecanismo de ajuste del carbono porque se enfrenta al mismo problema: podría violar las reglas del comercio mundial tal y como las entendemos hoy. En efecto, este mecanismo supondría la creación de aranceles a las mercancías procedentes de países que utilizan tecnologías contaminantes. Y creo que esto es perfectamente aceptable porque le permitirá a Europa mantener altos los precios internos del carbono.
Parece que el cambio hacia un enfoque económico más intervencionista y del lado de la oferta es menos fuerte en Europa que en Estados Unidos. ¿Está de acuerdo con este análisis? ¿Y tiene una explicación para esto?
Europa se ha movido más o menos en la misma dirección que Estados Unidos. La política industrial ha vuelto al primer plano de los debates políticos europeos. Vemos los mismos puntos débiles que acabo de describir para Estados Unidos porque se centra en la digitalización y en la transición ecológica. Hay muchos fondos europeos dedicados a la innovación y al apoyo en estas áreas. Una vez más, se presupone que los puestos de trabajo de calidad y su difusión geográfica se producirán automáticamente, pero esto no me parece nada seguro.
Así que nos movemos en la misma dirección, pero Europa no ha sido tan ambiciosa como Estados Unidos. Creo que Europa carece de un pensamiento coherente sobre lo que se necesita para crear una economía que sea a la vez productiva e integradora y para transformar el panorama del empleo productivo para los trabajadores que se han quedado atrás. En Francia, por ejemplo, los trabajadores jóvenes son los que se enfrentan a una situación de desempleo muy fuerte. En muchos otros países, los inmigrantes recientes serían los que quedarían excluidos de las oportunidades de empleo productivo y los que crearían importantes tensiones sociales.
A principios de este año, usted lanzó un proyecto llamado «Reimaginar la economía», cuyo objetivo es «explorar nuevas estructuras, nuevos mecanismos de gobernanza y nuevas formas de economía de mercado y capitalismo». ¿Cuáles son las principales cuestiones e ideas que explorará este programa?
Los debates sobre política económica tienden a fluctuar entre la idea de que el mercado es la solución y el Estado es una amenaza y la propuesta contraria. Nuestro proyecto de «reimaginar la economía» se basa en la premisa de que el mercado y el Estado son complementarios. Por lo tanto, tratamos de entender cómo el Estado puede trabajar con el sector privado de forma colaborativa para aumentar el número de empleos productivos de calidad. Nuestra hipótesis es que ya existen muchas colaboraciones intersectoriales innovadoras en varios lugares. En Estados Unidos, hay muchas experiencias locales en las que las agrupaciones empresariales se asocian con las agencias locales de desarrollo económico, con los colegios comunitarios y con las oficinas locales de la Administración de Pequeñas Empresas para desarrollar una visión compartida e invertir en áreas que creen nuevas oportunidades de empleo. Los que han tenido éxito han creado procesos iterativos de colaboración en los que los organismos públicos se coordinan, aportan financiación, invierten en competencias y, a cambio, las empresas y otras entidades del sector privado se comprometen a invertir en la creación de empleo de calidad. Lo ideal sería que este modelo se extendiera al ámbito federal. Esto debería ir acompañado de inversiones en nuevas tecnologías que favorezcan a los trabajadores, es decir, innovaciones que aumenten la productividad laboral, en lugar de sustituirla.
Así que, por un lado, tenemos una especie de teoría general de que necesitamos mejores mecanismos de colaboración entre el gobierno y el sector privado. Por otro lado, tenemos estas semillas de experiencia. Y lo que queremos hacer es vincular todo eso de manera que se amplíen nuestras perspectivas y nuestras ideas sobre cómo podemos crear economías exitosas. Queremos enriquecer nuestra comprensión de qué colaboraciones funcionan bien y cuáles no porque éste es el principal enigma. No se trata sólo de cómo poner en marcha estas colaboraciones, sino también de cómo garantizar que sirvan a un propósito público y que no se conviertan en un caso de corporativismo que sólo sirva a las necesidades de unos pocos iniciados.
Notas al pie
- Dani Rodrik, ‘The New Productivism Paradigm ?, Project Syndicate, 5 de julio de 2022.