¿Ha cambiado Estados Unidos, dos años después de la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca?

A pocos días de las elecciones intermedias, los factores de permanencia y continuidad son más evidentes. Las divisiones partidistas siguen siendo muy fuertes. Al igual que en las elecciones presidenciales de 2020, debido a las características del sistema político estadounidense, las elecciones de mitad de mandato serán reñidas y tendrán lugar en unos pocos estados muy disputados. Donald Trump podría anunciar pronto su candidatura para las elecciones de 2024, en un «remake» de la confrontación de 2020.

Las crisis se suceden a nivel interno, con el Covid que da paso a fuertes subidas de precios y al riesgo de recesión. Desde una perspectiva más positiva, los mismos factores de resiliencia permiten también hacer frente a las tensiones y dificultades: el país está mucho más unido de lo que el juego institucional sugiere, la vitalidad de la sociedad civil y la naturaleza del federalismo estadounidense hacen posible que se pongan en marcha innovaciones para afrontar los retos contemporáneos, más allá de la acción del Estado federal.

Más allá de estos rasgos permanentes, es importante que el observador europeo entienda que Estados Unidos también está experimentando una profunda transformación. El período actual podría ser incluso una de esas grandes transiciones que marcan gradualmente, en medio de tensiones, saltos y «sacudidas», el paso de una época a otra. En algunas áreas, como el fin del gran ciclo político y conceptual libertario que ha influido profundamente en el país durante 40 años, las premisas ya estaban establecidas antes de que Joe Biden fuera elegido. Desde entonces, se han visto bien confirmadas con la afirmación del Estado federal, impulsada por el nuevo presidente, pero aceptada en varios proyectos importantes por una parte de los republicanos.

Estados Unidos también está experimentando una profunda transformación. El período actual podría ser incluso una de esas grandes transiciones que marcan gradualmente, en medio de tensiones, saltos y «sacudidas», el paso de una época a otra.

RENAUD LASSUS

En lo que respecta al clima, Estados Unidos ha girado en los últimos dos años hacia una visión y unas acciones mucho más ambiciosas a nivel federal, pero también más ampliamente en el resto del país, a nivel local y dentro de los mercados. Al mismo tiempo, se está produciendo una gran fragmentación legal entre los estados de EUA, lo que ha dado paso a una nueva era de federalismo. Por último, los resultados de las elecciones intermedias serán un elemento para evaluar la posibilidad de un camino gradual y progresivo hacia otro acontecimiento importante: ¿la fuertísima «prima minoritaria» de la que gozan los republicanos a nivel institucional seguirá siendo suficiente para permitirles tomar el poder en el futuro? ¿O tendrán que cambiar su programa y sus métodos para dirigirse a todos los estadounidenses, en lugar de centrarse actualmente en las comunidades blancas, especialmente las de las zonas rurales del país?

Permanencias

Crisis tras crisis

Desde hace dos años, la primera permanencia es la de la crisis. Al igual que otros países, Estados Unidos está experimentando un choque y una tensión tras otra. El Covid-19 ha dado paso a fuertes presiones sobre los precios, especialmente de la gasolina, y al aumento de las tasas de interés, dos elementos centrales en los patrones de consumo de los estadounidenses. Esto es un mal presagio para las posibilidades de los demócratas en las elecciones intermedias: se espera que pierdan la Cámara de Representantes. Sin embargo, los sondeos de opinión también muestran que podrían conservar el Senado, cuya elección está muy disputada.

El hecho de que el Partido Republicano no tenga perspectivas claras de ganar, en unas elecciones de mitad de mandato que tradicionalmente castigan al partido en el poder, demuestra que no se trata de un periodo clásico en cuanto a los determinantes del voto. Otros factores, como el trauma de las últimas elecciones presidenciales, la violencia en el Capitolio y la negativa de Donald Trump a cumplir con las reglas establecidas de la transición de poder, podrían hacer que los votantes independientes, es decir, los que no se identifican con ningún partido, sean cautelosos a la hora de votar por algunos candidatos republicanos que siguen afirmando que las elecciones de 2020 les fueron robadas y que Joe Biden no es un presidente legítimo.

La crisis de las poblaciones blancas pobres

Más allá de los movimientos coyunturales, la fragilidad de la democracia estadounidense es consecuencia de la crisis existencial de las poblaciones blancas pobres, obreras y, sobre todo, rurales: una crisis social, económica, cultural, demográfica, sanitaria y antropológica que genera un síndrome de miedo a la desaparición del mundo, al borrado demográfico y cultural, a la marginación y a la pérdida de control sobre el futuro del país. Es esta crisis, que tiene sus raíces en la evolución de la economía y la sociedad estadounidense en los últimos 40 años, la que alimenta la ira y la radicalización del Partido Republicano y el mito del salvador encarnado por Donald Trump.

¿La fuertísima «prima minoritaria» de la que gozan los republicanos a nivel institucional seguirá siendo suficiente para permitirles tomar el poder en el futuro?

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Resolver esta crisis es el objetivo número uno de la administración de Biden, que va a contrarreloj para intentar reparar las fracturas del país lo antes posible. Las medidas que benefician a las regiones con dificultades, el plan de infraestructuras, el financiamiento público de la transición energética -la construcción de nuevas fábricas de baterías, de vehículos eléctricos, de centrales eólicas y solares, la modernización de las redes- forman parte del esfuerzo por reconstruir el vínculo y la confianza. Pero hará falta tiempo para que esta política funcione, y dichas medidas aún no han reducido el nivel de miedo, pasión y tensión.

La crisis de las instituciones

Las instituciones son un componente clave de la fragilidad democrática estadounidense. Ninguna otra gran democracia permite la elección de un presidente con semejantes poderes ejecutivos que no cuente con el voto popular, como sucedió con Donald Trump en 2016. Ninguna da preeminencia a la cámara baja sobre la asamblea elegida popularmente, especialmente cuando cada estado tiene dos miembros elegidos en el Senado, lo que favorece mucho a la parte rural y conservadora menos poblada del país. Ninguna impone un requisito adicional de 60 votos en el Senado (filibusterismo) para la mayoría de los textos legislativos, lo que da un cuasi poder de veto a la minoría. Por último, ninguna otorga al presidente y al Senado el poder de nombrar a los miembros del Tribunal Supremo, cuyas decisiones pueden configurar el marco jurisdiccional de una generación.

De este modo, las instituciones agravan en gran medida la brecha entre los estadounidenses. Crean crecientes tensiones de legitimidad, como muestran las reacciones a la decisión del Tribunal Supremo sobre el aborto. Permiten al Partido Republicano elegir una estrategia muy divisoria porque no necesita convencer a la mayoría de los estadounidenses para llegar al poder. Esta realidad institucional no cambiará. No hay que esperar que quienes se benefician del sistema institucional se unan a su reforma. Por su parte, los demócratas no han sido capaces de ponerse de acuerdo entre ellos para modificar el filibusterismo, que puede ser modificado por una mayoría simple de votos en el Senado.

Zonas de convergencia y acuerdo entre los estadounidenses

Sin embargo, no todos los elementos de permanencia y continuidad de los últimos dos años son factores de fragilidad. El funcionamiento institucional, la interacción de los actores y de los medios de comunicación, y los efectos de la polarización inducida por las redes sociales contribuyen a enmascarar el hecho de que, en muchos temas importantes, los estadounidenses están de acuerdo entre sí, aunque esta realidad sea menos mencionada por los observadores.

Las cuestiones divisorias de identidad y cultura no son la prioridad diaria de una gran parte de la población. La base de convergencia en el seno de la sociedad estadounidense que ponen de manifiesto los sondeos de opinión desde hace varios años -sobre la salud, la educación, el aumento del salario mínimo, la protección social- se ha ampliado incluso y abarca ahora otros temas como el clima, el control de armas, el reconocimiento del papel de los sindicatos e incluso el aborto o el matrimonio homosexual, sobre los que un número creciente de estadounidenses comparte opiniones similares, lo que constituye un importante factor de resistencia, a veces no reconocido en Europa, de la democracia estadounidense.

Mutaciones

El fin de la revolución libertaria y la afirmación del papel del Estado federal

El gran ciclo político y conceptual libertario, inspirado en las ideas de Milton Friedman y encarnado por Ronald Reagan, que ha tenido una profunda influencia en los estadounidenses durante dos generaciones, está llegando a su fin. Por parte de los republicanos, a pesar de haber aprobado al principio de su mandato un fuerte plan de reducción de impuestos, Donald Trump dinamitó la agenda tradicional de su partido y su administración aprobó un plan de respuesta al Covid, histórico por sus montos y por el refuerzo temporal de las protecciones sociales, muy alejado de la doxa del partido. En el lado demócrata, existe un consenso de que las ideas libertarias son directamente responsables de la creciente desigualdad y fragilidad social que debilitan la democracia estadounidense. Además, la agenda climática no puede ser resuelta únicamente por las fuerzas del mercado y constituye, desde el punto de vista de la administración de Biden, una oportunidad para reindustrializar el país y sus territorios desfavorecidos en torno a las tecnologías de transición energética, impulsadas por las inversiones federales.

El gran ciclo político y conceptual libertario, inspirado en las ideas de Milton Friedman y encarnado por Ronald Reagan, que ha tenido una profunda influencia en los estadounidenses durante dos generaciones, está llegando a su fin.

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De forma bipartidista, los dos bandos coinciden en que la competencia con china requiere modernizar las infraestructuras y un esfuerzo de investigación pública muy importante sobre las tecnologías del futuro. Esta visión común se ha reflejado en la aprobación bipartidista de varias leyes importantes en esos ámbitos en los últimos meses. Las cuestiones internacionales (el acceso a los minerales necesarios para la transición energética, la urgencia de hacer frente a los regímenes autoritarios mediante el apoyo en defensa) acentúan el contexto general a favor de un Estado federal investido de funciones de programación estratégica a largo plazo, en conjunto con las empresas estadounidenses en asociaciones a gran escala. Así, aunque los distintos actores puedan diferir en cuanto a las funciones y el alcance del papel que pretenden otorgar a un Estado federal más fuerte y presente (el Estado regulador, inversionista y planificador), Estados Unidos ha entrado en un ciclo conceptual político y económico muy diferente del que había prevalecido durante 40 años.

Avances en materia de clima

En los dos últimos años, la evolución ha sido espectacular. A pesar de la oposición republicana y de las reservas de algunos senadores demócratas, que redujeron el nivel de ambición previsto inicialmente, el pasado mes de agosto el Congreso aprobó un plan climático de 370 mil millones de dólares, el mayor jamás adoptado en Estados Unidos, para financiar la energía eólica y solar y fomentar el desarrollo de vehículos eléctricos. El plan de infraestructuras adoptado anteriormente ya incluía medidas climáticas sobre el control de las fugas de metano o la resistencia a los fenómenos meteorológicos extremos. El federalismo estadounidense también permite a los estados actuar a su nivel, como demuestran las recientes decisiones de California y Nueva York de descarbonizar la producción de electricidad para 2045, por ejemplo.

Los cambios también son significativos y rápidos dentro de los mercados, alentados por la magnitud del gasto federal, la atención que prestan los inversionistas a estos temas y el discurso muy proactivo del ejecutivo sobre la producción de hidrógeno o las baterías eléctricas. Los cambios en curso se basan a menudo en símbolos o geografías que los precedieron. Se están construyendo nuevas centrales eólicas y solares en los emplazamientos de antiguas centrales térmicas para aprovechar las conexiones a las redes existentes. La industria automovilística estadounidense quiere demostrar que la transición en curso significa un cambio de fuente de energía y no el abandono de modelos de automóviles culturalmente populares entre los estadounidenses, como las nuevas camionetas pick-up eléctricas producidas por GM y Ford.

Esta evolución de la sociedad, las empresas y los mercados no se va a detener, aunque los republicanos ganen las dos cámaras en las elecciones intermedias. Teniendo en cuenta el tamaño del mercado estadounidense y la gran cantidad de inversiones públicas y privadas ya comprometidas, las transformaciones en curso podrían provocar efectos de escala cada vez mayores, especialmente en los costos de las tecnologías necesarias para la transición energética, lo que podría hacer que los próximos pasos fueran más rápidos y marcados.

Teniendo en cuenta el tamaño del mercado estadounidense y la gran cantidad de inversiones públicas y privadas ya comprometidas, las transformaciones en curso podrían provocar efectos de escala cada vez mayores, especialmente en los costos de las tecnologías necesarias para la transición energética.

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Las fragmentaciones regionales

Se está produciendo una fragmentación jurídica muy fuerte entre las distintas zonas geográficas, con California, Texas, el Estado de Nueva York o Florida como protagonistas. Estas tendencias de fragmentación ya eran perceptibles y latentes antes de las últimas elecciones presidenciales. Las fracturas en el marco jurídico han avanzado mucho desde entonces y abren un nuevo ciclo del federalismo estadounidense, y tienen múltiples orígenes.

Aunque el gobierno federal haya podido avanzar en varias áreas durante los dos últimos años, sus decisiones se han referido principalmente a la concesión de financiamiento, subvenciones y encargos públicos más que a la creación de normas comunes, donde la oposición republicana puede apoyarse en ciertas herramientas, como el filibustero, para su obstrucción, que no existen en materia presupuestaria. Los efectos de los nombramientos de Donald Trump en el Tribunal Supremo también se hacen notar y limitan el margen de acción legislativa y normativa. El Tribunal también ha afirmado el derecho de los Estados a legislar, incluso sobre el aborto. El bloqueo de la norma a nivel federal y el deseo de los actores locales, como los gobernadores, de utilizar sus competencias se combinan para explicar el avance de la fragmentación legal, que refleja la polarización política del país.

Los estados de tradición demócrata pretenden centrar su agenda en el clima, la regulación de internet o la lucha contra la discriminación. Los estados republicanos, por su parte, multiplican las medidas sobre el aborto, la educación para luchar contra el «wokismo» o contra las normas ESG, como demuestran sus recientes anuncios de desinversión en determinados gestores de activos como BlackRock. Esto está aún en sus inicios. Una mayor convergencia legal podría desarrollarse a mediano plazo, bajo la presión de las empresas que no desean enfrentarse a una multiplicidad de leyes locales divergentes y antagónicas. Pero esto tardará en materializarse.

A mediano plazo, ¿el fin de la «prima minoritaria» en las instituciones?

Es posible que los republicanos se acerquen poco a poco al punto en que la fortísima «prima minoritaria» que les dan las instituciones ya no les baste para obtener el poder federal, según su discurso y su programa actuales. Hace 20 años que un presidente republicano no gana el voto popular. Cuando Joe Biden fue elegido, los republicanos ya se habían alejado del centro de gravedad de la opinión sobre la salud, la educación, las protecciones sociales o los altos impuestos sobre la renta. Desde 2020, los cambios de opinión sobre el control de armas o el clima, en particular bajo el impacto de las crisis (clima, asesinatos en masa), los han alejado aún más.

Las elecciones presidenciales de 2024 serán decisivas en este sentido. Una nueva derrota podría conducir a un giro gradual hacia una actitud diferente para apelar a todos los estadounidenses, en lugar de sólo a una parte del electorado, esencialmente blanco, masculino y rural, y para abrirse a las comunidades hispanas, pero también afroamericanas, tradicionalmente conservadoras en cuestiones culturales, pero que no pueden unirse a la agenda nativista blanca que se propone actualmente. Sin embargo, la mala situación económica, los resultados de las elecciones de mitad de mandato si el Partido Republicano ganara con amplitud y ciertas debilidades de los demócratas en su relación con la opinión pública podrían retrasar esta evolución. Sobre este último punto, los larguísimos cierres de escuelas públicas en los condados demócratas durante el Covid dejaron huella. El énfasis puesto en las cuestiones de identidad sexual o individual o el retraso en la toma de medidas contra el aumento de la inseguridad en los grandes centros urbanos desde el Covid también crean preguntas y preocupaciones entre las clases medias estadounidenses.

El gobierno de Biden tiene que demostrar que los nuevos puestos de trabajo en las energías renovables o en la renovación térmica de los edificios están tan bien pagados y socialmente protegidos como los de los combustibles fósiles, lo que no ocurre hasta ahora.

RENAUD LASSUS

Conclusión 

En cualquier caso, en su inspiración y sus prioridades, los dos primeros años del presidente Biden son muy diferentes del comienzo del primer mandato del presidente Obama. El gobierno de Biden ha reflexionado sobre lo que salió mal entonces y sobre lo que contribuyó al éxito de Donald Trump. En particular, Joe Biden está dando prioridad a la mejora de la situación de la clase trabajadora para apaciguar la democracia en Estados Unidos, pero también porque no será posible avanzar en el tema del clima si creen que la transición energética es una amenaza y no una oportunidad. El gobierno de Biden tiene que demostrar que los nuevos puestos de trabajo en las energías renovables o en la renovación térmica de los edificios están tan bien pagados y socialmente protegidos como los de los combustibles fósiles, lo que no ocurre hasta ahora, algo en lo que insisten las industrias extractivas. Esto explica el énfasis de la administración de Biden en la función de inversionista del gobierno federal, las condiciones impuestas para el acceso a los fondos federales, incluidos los bonos de producción estadounidense, o las iniciativas para reforzar el poder de negociación de los sindicatos, por ejemplo. La acción climática de la administración de Biden se concibe así como una palanca para la reindustrialización del país, pero también para el fortalecimiento de las condiciones salariales y sociales en Estados Unidos.