Este artículo también está disponible en inglés en el sitio web del Groupe d’études géopolitiques.

En la noche del 24 de febrero de 2022, se dispararon 160 misiles desde Rusia hacia Ucrania. Europa se despertó en un mundo diferente.

Desde luego, no es la primera vez que Vladimir Putin opta por la violencia y la agresión: Georgia fue invadida en 2008 y Ucrania en 2014, con la anexión de Crimea y la intervención en el Donbas. Una forma de nostalgia del imperio, unida a un espíritu de venganza y a mentiras inventadas, desencadenaron una guerra ilegal de invasión contra un Estado soberano e independiente. Esta violación del derecho internacional y de la Carta de la ONU es aún más inquietante por el hecho de que Rusia es un Estado miembro del Consejo de Seguridad de la ONU. Poco más de un mes después, contamos con miles de muertos, millones de desplazados internos, millones de refugiados, ciudades en ruinas -como Mariupol, como si la hubieran borrada del mapa- y crímenes de guerra… Todo ello a menos de 2,000 kilómetros de París.

Ante esos crímenes, uno se pregunta por qué Vladimir Putin decidió invadir Ucrania. Parece evidente que no quiere aceptar que en «su zona de influencia», en «sus territorios históricos», la gente viva, se desarrolle, tome la decisión de orientarse hacia el mundo libre y democrático. Esta fue la valiente elección del pueblo ucraniano reunido en Maidan en 2014. La esperanza de los valores europeos: paz, prosperidad, democracia y libertad. Esta es la verdadera razón de la guerra en Ucrania. Vladimir Putin ve la democracia como una pandemia, y la guerra, como una vacuna.

La respuesta europea a la agresión rusa

Por lo tanto, esto nos concierne directamente aunque no estemos en guerra con Rusia, ya que queremos ser una potencia que se resiste al retorno de un mundo en el que «el hombre es el lobo del hombre» y en el que las relaciones internacionales estarían guiadas por luchas anárquicas por la tierra o los recursos, con la guerra como instrumento de dominación.

Ante esta nueva ola, hemos sabido reaccionar. Hoy en día, la autonomía estratégica -la agenda de la soberanía a escala continental- ya no es una idea linda que sólo alberguen los soñadores. Ante las sucesivas crisis, y gracias a ellas, -primero el Covid y ahora la guerra de Ucrania- estamos viviendo un despertar europeo1.

Comprendimos un hecho esencial: apoyar a los ucranianos es apoyarnos a nosotros mismos. Apoyar sus derechos y libertades significa también defender nuestros intereses fundamentales: la paz, el orden internacional basado en normas, el Estado de derecho, la democracia. Esta es la razón de la reacción de la Unión Europea primero, y de su acción después: unida, fuerte y rápida. Sin precedentes.  

Nuestra acción es triple: ayuda a Ucrania, sanciones contra Rusia y acción internacional.

– La ayuda a Ucrania

Activamos el apoyo financiero masivo a Ucrania. Y sobre todo, por primera vez en nuestra historia, estamos financiando la entrega de armas. Decidimos hacerlo desde el tercer día de la guerra, inmediatamente después de que el presidente Zelenski me lo pidiera directamente. 

También estamos comprometidos a prestar apoyo humanitario y a acoger a los refugiados de forma digna.

– Las sanciones

Desencadenamos sanciones sin precedentes que apuntan al corazón económico y financiero del régimen. Hacen daño. El banco central ruso, el sistema financiero, los oligarcas, las empresas estatales: todos se han visto afectados. El rublo se desplomó. Estamos preparados para tomar otras medidas si es necesario. El objetivo es bloquear al cajero automático del régimen que financia la guerra.

– La acción internacional 

A nivel internacional, nuestra acción se ha coordinado intensa y cuidadosamente con nuestros aliados y socios. En nuestros foros multilaterales, en el G7, en la ONU y en la OTAN, se trata de mostrar que no hay confrontación entre Rusia por un lado y el Occidente transatlántico por otro. Se trata de demostrar que existe una amplia coalición antibélica que defiende el derecho internacional. Por eso son necesarios los esfuerzos diplomáticos constantes en África, América Latina y el Indo-Pacífico. Volveré sobre esto.

Para entender nuestro poder, debemos entender por qué tomamos a Putin por sorpresa

En realidad, más de un mes después de ordenar la guerra, Vladimir Putin está consiguiendo lo contrario de lo que quería. Pensó que derrotaría militarmente a Ucrania en pocos días, pero se equivocó. Pensó que desintegraría al gobierno de Volodimir Zelenski y que lo sustituiría por un gobierno títere, pero se equivocó. Pensó que dividiría a los europeos y cosecharía los beneficios de las semillas de la discordia que había sembrado, pero se equivocó. Pensó que socavaría la alianza transatlántica, que es más fuerte que nunca. De nuevo, se equivocó.

De hecho, al pulsar el botón de «guerra», puede haber desencadenado el punto de partida de la autodestrucción de su régimen. Esta observación no debe hacernos perder la atención: esta huida hacia adelante puede ser duradera y también puede volverse más peligrosa. Pero tengo una convicción: lo tomamos por sorpresa.

No esperaba tener que enfrentarse a la magnitud de nuestro apoyo -incluido el equipamiento militar- a Ucrania, ni al poder de nuestras sanciones financieras y económicas. Y quizás nosotros mismos no nos creamos capaces de hacerlo. Esta crisis demuestra una vez más que es en la adversidad donde Europa muestra su fuerza. 

Para entender nuestra fuerza, debemos comprender que la Unión es un proyecto en perpetuo movimiento. Es, sobre todo, un proyecto de transformación.

En un mundo inestable y cambiante, enfrentado a retos globales entre los que destaca el cambio climático, en 2019 decidimos hacer de la doble transición -ecológica y digital- nuestra estrategia de transformación. Y reforzar nuestra capacidad de acción e influencia a escala mundial. 

Este último punto es la dirección que el presidente Macron propuso en la Sorbona en 2017 y que desarrolló en la entrevista de doctrina publicada en estas páginas2 construir una verdadera soberanía europea, para asegurar nuestra capacidad de defender nuestros valores e intereses, y proteger a nuestros ciudadanos, su seguridad, sus libertades y su entorno vital.

Esta autonomía estratégica3 es el reto de nuestra generación. A finales de 2019, tomamos una primera decisión estratégica: los 27 nos comprometimos a lograr la neutralidad climática para 2050. De este modo, fijamos el horizonte y creamos el espacio político para el desarrollo del Pacto Verde Europeo. La descarbonización de nuestras sociedades y economías implica la eliminación progresiva de los combustibles fósiles y de las dependencias que conllevan: al gas y al petróleo rusos, por ejemplo. Hoy, a la luz de los acontecimientos, esto parece obvio. Sin embargo, no lo era en 2019, hace apenas dos años.

Pero la UE ha marcado el camino. Otros países del mundo siguieron su ejemplo con el objetivo de la neutralidad climática. Hoy, inmersos en la matriz de una «ecología de guerra», el imperativo geoestratégico ha venido a reforzar el motivo climático. 

Nuestra autonomía estratégica se basa en tres pilares. En primer lugar, debemos apoyarnos en los valores universales: la dignidad y la libertad humanas, la solidaridad, el Estado de derecho. El segundo pilar es la prosperidad. Ahora exige una transformación urgente de nuestro modelo de desarrollo, basado en la doble transición digital y ecológica. Por último, el fortalecimiento de nuestra capacidad para actuar juntos en cuestiones estratégicas es la tercera piedra de este edificio.

Para Europa, la apuesta es sencilla: no puede convertirse en terreno de juego para las ambiciones ajenas. Para tener peso en el mundo, debe ser un actor que respete y se dé a respetar.

Europa después del fin de la Historia: podemos moldear la política de los años Veinte 

En un momento en el que Europa atraviesa otro periodo difícil, recuerdo los estimulantes días de la década de 1990. Era una época de esperanza: el Muro de Berlín acababa de caer, la Unión Soviética se había desintegrado, el proyecto europeo cobraba impulso. Se abría un periodo de optimismo y confianza en el futuro, Francis Fukuyama desarrollaba su interpretación del «fin de la historia» y la victoria irremediable de las democracias liberales y de la economía de mercado. Hoy sabemos que esta interpretación, como mínimo, ha perdido vigor. El desarrollo de nuevas formas de autocracia en todo el mundo es sólo un ejemplo de todos acontecimientos que han invalidado las predicciones no sólo prematuras, sino también demasiado optimistas.

Ningún camino es recto. La historia de la humanidad no es una línea progresiva hacia un futuro ideal. Y la ruta más corta del punto A al punto B no siempre es la línea recta. Nada puede darse por sentado, especialmente la libertad y la democracia, ni siquiera en Europa.

Sin embargo, al salir de la nebulosa de los años noventa, el proyecto europeo destaca. Forma parte de la curva del progreso humano. Su objetivo es asegurar nuestros bienes más preciados: la paz, la democracia y la prosperidad. Los escombros y las cenizas de dos guerras mundiales consecutivas han sido, paradójicamente, el terreno fértil para la construcción europea.

Una Europa pacífica, unida y cada vez más fuerte. Una Europa en la que la ley y las normas protegen los derechos e intereses de todos. Una Europa libre y la solidaria. Un proyecto político innovador, sin precedentes en la historia, basado en el diálogo, el respeto y la tolerancia.

Por supuesto que la Unión no ha borrado las diferencias políticas o históricas, ni los distintos intereses de nuestros Estados miembros, pero ha cambiado radicalmente la forma de abordarlos: hemos pasado de un modelo de confrontación a un modelo de cooperación y negociación. Es el método comunitario. Hemos creado normas comunes que vinculan a países con instituciones diferentes; normas comunes arraigadas en valores y principios comunes. En la mesa del Consejo Europeo, somos una familia de 27 Estados miembros.

Por supuesto que tenemos diferencias, y a veces desacuerdos. Pasamos horas, a veces días y noches, discutiendo, negociando, argumentando para encontrar un terreno común. Y siempre lo conseguimos, o al menos, con mucha frecuencia: al final siempre prima lo esencial.

Por supuesto que el éxito de la Unión Europea se basa en las palabras -las de los Tratados-, pero sólo en la medida en que se materializan en hechos, en logros sin precedentes: somos el mayor espacio democrático del mundo y somos una potencia económica y comercial de 450 millones de consumidores. También somos -muy pocos saben- el más importante promotor de paz y desarrollo en el mundo.

En medio de la incertidumbre que abrió el inicio de la pandemia y en un mundo que se reconfigura a través de las alteraciones consecutivas a la invasión de Rusia en Ucrania, hay tres puntos de referencia que deberían ayudarnos a encontrar una dirección.

— No esconder las cicatrices de la historia

En las democracias liberales, consideramos naturalmente que los derechos humanos y las libertades que se derivan de ellos son valores universales; de hecho, están consagrados en la Carta de las Naciones Unidas. Pero nuestro discurso sobre los derechos humanos se ve a menudo en terceros países como un instrumento de dominación occidental. En medio de una guerra de agresión, Putin es el primero en explotar hábilmente este fenómeno mediante la propaganda. Tratar de entender la Historia y las historias, de medir los traumas colectivos de los pueblos del mundo, lleva a comprender mejor las posturas políticas contemporáneas. Todos los pueblos, todos los países presentan heridas. A veces las heridas cicatrizan, pero no siempre. Por lo tanto, nuestros discursos que sustentan una nueva narrativa europea no deben ignorar esta parte de nuestro pasado en la que no se piensa a menudo.

Sin embargo, nuestros países difícilmente logran escapar al velo de la sospecha en los países que han sufrido el colonialismo. Por ello, a veces nuestro discurso sobre los valores y la democracia se percibe o se presenta como moralizante, aleccionador y paternalista. Es el horror de las dos guerras mundiales y de la Shoá lo que ha establecido tan firmemente en Europa la responsabilidad de promover el respeto por la democracia y la dignidad humana. Del mismo modo, el conocimiento y el reconocimiento de la Historia deben llevarnos, como europeos, a un mejor conocimiento y comprensión de los demás. Al igual que este enfoque no debe excluir las contribuciones de la no Europa a Europa, tampoco debe excluir la herencia de Europa en la no Europa y nuestras interacciones con el resto del mundo, más allá de las fronteras de la Unión. Esta es la clave del respeto mutuo, de la inteligencia y de la acción colectiva.

— Unir el poder con la confianza en nuestras democracias

Los demócratas están comprometidos con la dignidad humana. Los autócratas no se preocupan por esta cuestión y, por tanto, pueden desplegar cínicamente su poder duro en las zonas de operaciones con mayor rapidez y facilidad. Lo vemos en Siria, Libia, Yemen y África, ya sea a través de ejércitos regulares o incluso mediante una forma de privatización de la guerra: los mercenarios de Wagner o los mercenarios sirios son ejemplos esclarecedores.

En democracia, el apoyo de los ciudadanos a través de sus representantes en los parlamentos debería legitimar nuestras decisiones. ¿Es esto una debilidad? No lo creo. De hecho, es todo lo contrario. La confianza es la base más duradera para la libertad y la paz.

— Tener socios por todo el mundo

Para ser una potencia, Europa debe crear asociaciones y tender puentes con todo el mundo. Debe hacerlo sin complejos y con respeto, pero también con la firmeza de nuestros valores y la conciencia de nuestra fuerza económica. Esto es tan cierto en nuestras relaciones con la región del Indo-Pacífico como en nuestras relaciones con China, América Latina o África. 

No hay que bajar la mirada cuando se trata de nuestros valores fundamentales e intereses prioritarios. Hay que buscar un terreno común para alcanzar objetivos globales, como el clima o la seguridad. Demostrar paciencia estratégica cuando sea necesario. Usar las circunstancias y acelerar cuando sea útil. 

En la dificultad de este momento, en el que estamos viviendo trastornos y grandes transformaciones, la lucidez y la compostura son más esenciales que nunca. No nos dejemos vencer por el miedo. Al contrario, sintámonos orgullosos de mantener viva la promesa europea: paz, libertad y prosperidad, en lugar de guerra y decadencia.

Notas al pie
  1. A través de ese despertar, Europa aprende a “navegar en el interregno” (Grand Continent, Politiques de l’interrègne, París, Gallimard, marzo de 2022).
  2. “La doctrina Macron: una conversación con el Presidente francés”, el Grand Continent, 16 de noviembre de 2020: https://legrandcontinent.eu/es/2020/11/16/macron/
  3. Sobre esta noción y sobre la de la “soberanía democrática de Europa”, véase: Céline Spector, “l’échelle pertinente de la démocratie”, le Grand Continent, Politiques de l’interrègne, París, Gallimard, 2022.