Jake Sullivan y el legado de las bidenomics
«Para evitar un segundo choque chino, tuvimos que actuar».
Cuando la era Biden toca a su fin, su asesor más poderoso en política exterior, Jake Sullivan, pronunció su tercer gran discurso programático en la Brookings Institution. En este aggiornamento, defiende su historial pero también se dirige a su sucesor: si Washington quiere imponerse a Pekín, el consenso debe resistir las elecciones del 5 de noviembre.
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- Louis de Catheu •
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- © AP Foto/Andrew Harnik
Las bidenomics, que pueden presumir de resultados halagüeños en el frente interno (crecimiento sostenido, auge de la inversión industrial, aumento de la tasa de empleo e incluso, en última instancia, inflación otra vez bajo control), no parecen haber logrado calar en la opinión pública estadounidense. Prueba de ello es la muy erosionada popularidad del presidente Biden y los juicios emitidos por la opinión pública estadounidense sobre la situación económica. Como resultado, a pesar de los “fundamentos” muy positivos, Donald Trump tiene ahora un 50% de posibilidades de recuperar su puesto en el Despacho Oval.
Paradójicamente, aunque las bidenomics no han captado la atención de los estadounidenses, no han pasado desapercibidas para los responsables políticos y económicos en el extranjero. Prueba de ello son las inquietudes de Europa ante el proyecto de ley de reducción de la inflación y las críticas de China a la política de seguridad económica altamente restrictiva aplicada por Estados Unidos.
En este texto que traducimos y comentamos por primera vez, Jake Sullivan hace balance de esta política y recuerda los principales mensajes del equipo de Biden, sobre la inversión pública, la necesaria inclusión de los derechos de los trabajadores y el medio ambiente en los acuerdos comerciales, el cerco «alto pero hermético» (small yard, high fences) en torno a las tecnologías críticas y los riesgos en torno al exceso de capacidad.
El discurso muestra que la administración es consciente de las críticas que le dirigen su ala izquierda, ciertos líderes económicos, economistas y muchos de sus países adversarios o socios, según las cuales se mueve por la misma lógica de suma cero que la administración de Trump. Esta lógica la empujaría hacia el proteccionismo y el desacoplamiento de las economías.
Jake Sullivan propone, pues, situar la política del presidente Biden en una nueva perspectiva: la del refuerzo de la cooperación mundial para el desarrollo. Retoma ideas ya expuestas en su anterior discurso en Brookings y la idea de un nuevo Plan Marshall presentada recientemente por su antiguo colega, Brian Deese en Foreign Affairs. Pero los avances en este frente siguen siendo mesurados y parece difícil, en las actuales circunstancias políticas de Estados Unidos, mostrar generosidad, por bien entendida que sea, hacia el resto del mundo.
El éxito interno es muy frágil si no cristaliza en apoyo político. En el exterior, Estados Unidos debe demostrar que puede esgrimir el arma económica positiva (Nicholas Mulder) además de la de las sanciones y el control de las exportaciones si quiere disfrutar de un poco de benevolencia.
Como muchos de ustedes saben, estuve aquí el año pasado para exponer la visión del presidente Biden para renovar el liderazgo económico de Estados Unidos, una visión que respondía a varios retos convergentes a los que se enfrentaba nuestro país: el retorno de una intensa competencia geopolítica; un aumento de la desigualdad y una reducción de la clase media; una base industrial estadounidense menos vibrante; una crisis climática que se acelera; cadenas de suministro vulnerables; y un rápido cambio tecnológico.
Durante las tres décadas anteriores, la economía estadounidense había disfrutado de un crecimiento agregado superior al de otras democracias avanzadas y había generado una auténtica innovación y progreso tecnológico, pero nuestras políticas económicas no se habían adaptado para hacer frente con eficacia a estos retos. Por eso el presidente Biden puso en marcha una estrategia industrial moderna, basada en la inversión interna en nosotros mismos y en nuestra fortaleza nacional, y en la reorientación de la energía de la política exterior estadounidense para ayudar a nuestros socios de todo el mundo a hacer lo mismo.
En la práctica, eso ha significado movilizar la inversión pública para desbloquear la inversión del sector privado a fin de hacer frente a grandes retos como la transición hacia energías limpias y la inteligencia artificial, revitalizando nuestra capacidad de innovar y construir, creando cadenas de suministro globales diversificadas y resistentes, estableciendo normas estrictas para todo, desde la mano de obra hasta el medio ambiente y la tecnología. Nuestra lógica es que, en igualdad de condiciones, Estados Unidos puede competir y ganar. Preservando los mercados abiertos y protegiendo también nuestra seguridad nacional; todo eso junto con aliados y socios.
Desde que expuse esta visión en mi discurso en Brookings el año pasado, he escuchado con gran interés muchas respuestas reflexivas, porque aún es pronto. Los cambios significativos en la política requieren una iteración y una reflexión constantes. Eso es lo que hará que nuestra política sea más sólida y sostenible.
La doctrina económica —y geoeconómica— de la administración de Biden es objeto de numerosos debates polémicos. Para algunos economistas, el énfasis puesto en los créditos fiscales y las subvenciones de la IRA, en detrimento de la fiscalidad del carbono, constituye una política subóptima (véase la crítica de Brueguel o, si no recuerdo mal, CAE+ su equivalente alemán). En cuanto a los responsables políticos, en particular en la Unión Europea y Corea, la magnitud de las subvenciones y las disposiciones más proteccionistas de las grandes leyes de política industrial de la administración de Biden socavan el compromiso tradicional de Estados Unidos con la apertura del comercio y amenazan las inversiones en sus propios países. Una crítica más política, reflejada sobre todo en los escritos de Adam Tooze, subraya el íntimo vínculo entre las bidenomics y la estrategia geopolítica y la competencia con China. El hecho de que sea una vez más el consejero de Seguridad Nacional quien defienda esta estrategia económica tiende a sustentar esta lectura.
Así que hoy me alegro de estar de nuevo aquí en Brookings para retomar esta conversación, porque realmente creo que las ideas que he venido a debatir y las políticas que se derivan de ellas se encuentran entre los elementos más importantes de la política exterior e interior de la administración, y creo que constituirán un importante legado de la presidencia de Joe Biden.
Bajo la dirección de Giuliano da Empoli.
Con contribuciones de Josep Borrell, Lea Ypi, Niall Ferguson, Timothy Garton Ash, Anu Bradford, Jean-Yves Dormagen, Aude Darnal, Branko Milanović, Julia Cagé, Vladislav Surkov o Isabella Weber.
Quiero empezar reflexionando sobre algunas de las cuestiones que he escuchado y luego proponer algunas formas de consolidar nuestros progresos.
Una pregunta general está en el centro de muchas otras: ¿significa nuestro nuevo enfoque que nos estamos alejando de una visión del mundo de suma positiva, que Estados Unidos sólo está ahí a expensas de todos los demás?
Esta es la principal crítica que se hace a la administración de Biden. El proteccionismo ya no se pregona como la solución a todos los retos de Estados Unidos, pero Joe Biden ha dado marcha atrás en muy pocas de las medidas de su predecesor. Se han introducido nuevos aranceles sobre determinados productos procedentes de China (vehículos eléctricos, semiconductores, etc.). Sobre todo, la política de control de las exportaciones de semiconductores avanzados y de la maquinaria necesaria para producirlos, y las recientes medidas sobre los vehículos que, para ser comercializados en Estados Unidos, no deben contener software chino, parecen estar respaldadas por un deseo de desconectar las economías creando cadenas de valor paralelas. Adam Tooze se refiere a las bidenomics como «trumponomics de la gente inteligente».
En una palabra, no. De hecho, estamos volviendo a una tradición que hizo del liderazgo internacional estadounidense una fuerza duradera, lo que Alexis de Tocqueville llamó «el interés bien entendido». La noción de que redunda en nuestro propio interés fortalecer a nuestros socios y sostener un sistema económico justo que nos ayude a todos a prosperar.
Tras la Segunda Guerra Mundial, construimos un orden económico internacional en el contexto de un mundo dividido, un orden que ayudó a las naciones libres a recuperarse y a evitar volver a los errores proteccionistas y nacionalistas de los años treinta, un orden que también hizo avanzar el poder económico y geopolítico estadounidense.
En la década de 1990, tras el colapso de la Unión Soviética, globalizamos ese orden, abarcando el antiguo bloque del Este, China, India y muchos países en desarrollo. De repente, las grandes potencias dejaron de ser adversarias o competidoras. El capital fluía libremente a través de las fronteras. Las cadenas de suministro globales se volvieron «justo a tiempo», sin que nadie contemplara el riesgo estratégico potencial.
Cada uno de estos enfoques era de suma positiva y reflejaba el mundo tal y como era.
Ahora, el mundo de los años noventa se ha acabado, y no va a volver, y no es un plan coherente ni una crítica el mero hecho de desearlo.
Estamos asistiendo al retorno de la competencia entre grandes potencias. Pero a diferencia de la época de la Guerra Fría, nuestras economías están sumamente entrelazadas. Estamos al borde de un cambio tecnológico revolucionario con la IA, con implicaciones económicas y geopolíticas. La pandemia puso al descubierto las fragilidades de las cadenas mundiales de suministro, que han ido creciendo durante décadas. La crisis climática se hace más urgente con cada huracán y cada ola de calor.
Así que tenemos que articular, una vez más, la noción de Tocqueville del interés bien entendido. Para nosotros, eso significa perseguir una estrategia que sea fundamentalmente de suma positiva, calibrada según las realidades geopolíticas de hoy y arraigada en lo que es bueno para Estados Unidos: para los trabajadores estadounidenses, las comunidades estadounidenses, las empresas estadounidenses, la seguridad nacional y la fortaleza económica de Estados Unidos.
Seguimos creyendo profundamente en los beneficios mutuos del comercio y la inversión internacionales, potenciados y facilitados por una inversión pública audaz en sectores clave; limitados en casos raros pero esenciales por controles de principios sobre tecnologías clave para la seguridad nacional; protegidos contra prácticas no comerciales perjudiciales, abusos laborales y medioambientales, y coerción económica; y coordinados de forma crítica con una amplia gama de socios.
Los retos a los que nos enfrentamos no son exclusivamente nuestros y tampoco podemos resolverlos solos. Queremos y necesitamos que nuestros socios se unan a nosotros. Y dada la señal de demanda que recibimos de ellos, pensamos que en la próxima década el liderazgo estadounidense se medirá por nuestra capacidad para ayudar a nuestros socios a poner en marcha planteamientos similares y a crear una alineación y complementariedad entre nuestras políticas y nuestras inversiones.
Si lo hacemos bien, podremos demostrar que la integración económica internacional es compatible con la democracia y la soberanía nacional. Y así es como salimos del trilema de Dani Rodrik.
El triángulo de incompatibilidad de Rodrik postula que es imposible combinar soberanía nacional, instituciones democráticas e integración económica. Unos quince años después de que planteara esta hipótesis, la aparición de Trump y sus críticas a la globalización y al comercio internacional han sido interpretadas por Rodrik como una ilustración de este triángulo. El bidenismo también puede leerse, a la luz de este modelo, como la elección de sacrificar la integración económica para salvaguardar las instituciones democráticas. Pero aquí Jake Sullivan sugiere que ha encontrado una manera de resolver las contradicciones. Al basar la integración económica en políticas expansivas de inversión pública, cree que puede evitar la reacción provocada por la globalización, preservando a las poblaciones de ajustes brutales.
De momento, la globalización intervencionista y progresista que pretende la administración de Biden sigue en el limbo: en Europa, es tiempo de consolidación fiscal y conservadurismo económico, a pesar del informe Draghi. En Asia Oriental, Japón y Corea del Sur también están gobernados por conservadores, más preocupados por la seguridad económica que por combatir los abusos medioambientales y laborales.
Una nueva administración demócrata podría reavivar la movilización. El regreso de Donald Trump aparcaría cualquier visión positiva de la integración económica durante los próximos cuatro años.
Ahora bien, ¿qué significa esto en la práctica? ¿Qué significa este tipo de enfoque de suma positiva para la política comercial? ¿Estamos abandonando el comercio como pilar fundamental de la política económica internacional?
Las exportaciones e importaciones estadounidenses se han recuperado de su caída durante la pandemia, con un valor real del comercio estadounidense muy por encima de los niveles de 2019 en los dos últimos años. También somos la mayor fuente emisora de IED del mundo.
Así pues, no nos estamos alejando del comercio y la inversión internacionales. Lo que estamos haciendo es alejarnos de políticas específicas que, francamente, no contemplaban los retos urgentes a los que nos enfrentamos: la crisis climática. Cadenas de suministro de minerales y semiconductores vulnerables, concentradas y críticas. Ataques persistentes a los derechos de los trabajadores. Y no sólo más competencia mundial, sino más competencia con un país que utiliza políticas y prácticas no mercantiles omnipresentes para distorsionar y dominar los mercados mundiales.
Ignorar o restar importancia a estas realidades no nos ayudará a trazar un camino viable hacia el futuro. Nuestro enfoque del comercio responde a estos retos.
El clima es un buen ejemplo. Los fabricantes estadounidenses son líderes mundiales en la producción de acero limpio, pero han tenido que competir con empresas que producen acero más barato pero con mayor intensidad de emisiones. Por eso, a principios de este año, la Casa Blanca creó un Grupo de Trabajo sobre Clima y Comercio, que ha estado desarrollando las herramientas adecuadas para promover la descarbonización y garantizar que nuestros trabajadores y empresas dedicados a una producción más limpia no se vean perjudicados por empresas extranjeras dedicadas a una producción más sucia y explotadora.
Los minerales críticos son otro ejemplo. Este sector se caracteriza por la extrema volatilidad de los precios, la corrupción generalizada, la debilidad de las protecciones laborales y medioambientales, y la fuerte concentración en la República Popular China, que baja artificialmente los precios para mantener a sus competidores fuera del mercado.
Si nosotros y nuestros socios no invertimos, el dominio de la RPC en estas y otras cadenas de suministro no hará sino crecer, y eso nos hará cada vez más dependientes de un país que ha demostrado su voluntad de convertir en armas tales dependencias. No podemos aceptarlo, y tampoco nuestros socios.
Por eso estamos trabajando con ellos para crear un mercado de minerales críticos de alto nivel, que diversifique nuestras cadenas de suministro, cree condiciones equitativas para nuestros productores y promueva sólidos derechos de los trabajadores y protecciones medioambientales. Y estamos avanzando hacia un progreso tangible en esa idea en las próximas semanas.
En varios sectores importantes para nuestro futuro, no sólo los minerales críticos, sino también las celdas solares, las baterías de iones de litio y los vehículos eléctricos, vemos que está surgiendo un patrón general. La RPC está produciendo mucho más de lo que exige la demanda nacional, vertiendo el exceso en los mercados mundiales a precios artificialmente bajos, expulsando a los fabricantes de todo el mundo del negocio y creando un estrangulamiento en las cadenas de suministro.
Para evitar una segunda crisis china, hemos tenido que actuar.
La cuestión del exceso de capacidad china ocupa ahora un lugar central en la reflexión occidental sobre la política económica y las relaciones comerciales con dicho país. Tradicionalmente fuente de preocupación para China, esta cuestión se ha centrado principalmente en las industrias pesadas, las de la segunda revolución industrial. Pero recientemente se ha ampliado para incluir las industrias de alta tecnología con gran potencial de crecimiento, en particular los paneles fotovoltaicos, los vehículos eléctricos y los semiconductores. Por estos motivos, Joe Biden impuso nuevos aranceles el pasado mes de mayo. Esta preocupación es compartida por los principales aliados de Estados Unidos: en la cumbre del G7 celebrada en Borgo Egnazia, los líderes acordaron intensificar su coordinación para resolver los retos que plantean el exceso de capacidad y las políticas que distorsionan la competencia. Además, la Comisión Europea ha impuesto nuevos aranceles a los vehículos eléctricos procedentes de China.
Eso es lo que impulsó las decisiones sobre nuestros aranceles 301 a principios de este año.
Ahora sabemos que unos aranceles indiscriminados y generalizados perjudicarán a los trabajadores, los consumidores y las empresas, tanto en Estados Unidos como en nuestros socios. Las pruebas al respecto son claras. Por eso hemos optado, en cambio, por centrar los aranceles en prácticas desleales en sectores estratégicos en los que nosotros y nuestros aliados estamos invirtiendo cientos de miles de millones de dólares para reconstruir nuestra industria y nuestra capacidad de recuperación.
Y, lo que es más importante, estamos viendo cómo socios tanto de las economías avanzadas como de las emergentes llegan a conclusiones similares en relación con el exceso de capacidad y toman medidas similares para evitar daños a sus propias industrias, desde la Unión Europea hasta Canadá, pasando por Brasil, Tailandia, México, Turquía y otros países. Es un gran problema.
Y esto me lleva de nuevo al punto anterior: estamos aplicando este nuevo enfoque comercial de acuerdo con nuestros socios. Ellos también reconocen que necesitamos herramientas comerciales modernas para alcanzar nuestros objetivos. Eso significa considerar acuerdos comerciales sectoriales. Significa crear mercados basados en normas cuando eso sea más eficaz. Y también significa revitalizar las instituciones internacionales para hacer frente a los retos actuales, incluida una auténtica reforma de la OMC para hacer frente a los retos que he esbozado.
Y significa pensar de forma más global sobre nuestras asociaciones económicas. Por eso creamos el Marco Económico Indo-Pacífico y la Alianza de las Américas para la Prosperidad Económica. Por eso también les dimos nombres tan pegadizos.
Dentro del Marco Económico Indo-Pacífico, hemos concluido tres acuerdos con trece socios para acelerar la transición hacia energías limpias, promover normas laborales estrictas, luchar contra la corrupción y apuntalar las vulnerabilidades de la cadena de suministro antes de que se conviertan en perturbaciones generalizadas. Y dentro del Alianza de las Américas para la Prosperidad Económica estamos trabajando para hacer del hemisferio occidental un centro de la cadena de suministro competitivo a nivel mundial para los semiconductores, la energía limpia y más.
Y esto nos lleva a la siguiente pregunta que me han hecho a menudo en el último año y medio: ¿dónde encaja la inversión nacional en todo esto?, ¿cómo encaja nuestro planteamiento de suma positiva con nuestra moderna estrategia industrial?
La verdad es que la inversión pública inteligente y selectiva siempre ha sido una parte crucial de la fórmula estadounidense. Es esencial para catalizar la inversión privada y el crecimiento en sectores en los que los fallos del mercado u otras barreras conducirían a una inversión insuficiente.
De algún modo, lo olvidamos por el camino, o al menos dejamos de hablar de ello. Pero no había ninguna versión plausible de respuestas sobre descarbonización o resiliencia de la cadena de suministro sin recuperar esta tradición. Y así lo hemos hecho.
Hemos hecho la mayor inversión de la historia para diversificar y acelerar el despliegue de energías limpias a través de la Ley de Reducción de la Inflación. Y las inversiones están generando cientos de miles de millones de dólares en inversión privada en todo el país; un rápido crecimiento en tecnologías climáticas emergentes como los combustibles sostenibles para la aviación, la gestión del carbono, el hidrógeno limpio, con inversiones que se han multiplicado entre 6 y 15 veces respecto a los niveles anteriores a la Ley de Reducción de la Inflación.
Esto nos ayudará a cumplir nuestros compromisos climáticos. Esto hará avanzar nuestra seguridad nacional. Y garantizará que los trabajadores y las comunidades estadounidenses puedan aprovechar las enormes oportunidades económicas de la transición hacia la energía limpia y que esas oportunidades se compartan ampliamente. Y esta última parte es crucial.
El hecho es que muchas comunidades muy golpeadas en décadas pasadas todavía no se han recuperado, y los dos tercios de los adultos estadounidenses que no tienen títulos universitarios han visto resultados inaceptablemente pobres en términos de salarios reales, salud y otros resultados en las últimas cuatro décadas.
Durante muchos años se ha dado por sentado que estos problemas de distribución se resolverían a posteriori con políticas nacionales. Esto no ha funcionado.
Promover la equidad, crear empleos de alta calidad y revitalizar las comunidades estadounidenses no puede ser una ocurrencia tardía, y por eso los hemos convertido en elementos centrales de nuestro planteamiento.
De hecho, como resultado de los incentivos de la Ley de Reducción de la Inflación para construir en comunidades energéticas tradicionales, la inversión en esas comunidades se ha duplicado bajo la presidencia de Joe Biden.
Al principio, cuando lanzamos todo esto, a nuestros socios extranjeros les preocupaba que estuviera diseñado para perjudicarlos, que estuviéramos intentando trasladar toda la inversión y producción de energía limpia del mundo a Estados Unidos.
Pero no era así entonces, y no es así ahora.
Sabemos que nuestros socios necesitan invertir. De hecho, queremos que inviertan. El mundo entero se beneficia de los efectos indirectos de los avances en energía limpia que aportan esas inversiones.
Y no estamos ni mucho menos cerca del punto de saturación de la inversión necesaria para cumplir nuestros objetivos de despliegue de energías limpias, ni los mercados generarán por sí solos los recursos necesarios.
Por eso hemos animado a nuestros socios a invertir en su propia fuerza industrial. Hemos orientado la política exterior de Estados Unidos a ser un socio más útil en este empeño. Y nuestros socios han empezado a unirse a nosotros. Fíjense en la política de transformación ecológica de Japón, los incentivos vinculados a la producción de la India, la desgravación fiscal por energía limpia de Canadá, el Green Deal de la Unión Europea.
A medida que más y más países adopten este enfoque, seguiremos creando los mecanismos de cooperación que sabemos que serán necesarios para garantizar que actuamos juntos para aumentar la inversión mundial total, en lugar de competir entre nosotros por la ubicación de un conjunto fijo de inversiones.
Lo mismo cabe decir de la inversión en nuestra capacidad de fabricación de alta tecnología. Creemos que una nación que pierde la capacidad de construir, corre el riesgo de perder la capacidad de innovar. Así que estamos construyendo de nuevo.
Como resultado de la Ley CHIPS y Ciencia, Estados Unidos está en camino de tener cinco fabricantes de chips lógicos y de memoria de vanguardia que operan a escala. Ninguna otra economía tiene más de dos. Y seguimos fomentando el liderazgo estadounidense en inteligencia artificial, incluso mediante medidas que estamos terminando en estos momentos para garantizar que la infraestructura física necesaria para entrenar a la próxima generación de modelos de inteligencia artificial se construya aquí mismo, en Estados Unidos.
Pero toda esta inversión y desarrollo de alta tecnología no se ha producido a expensas de nuestros socios. Lo hemos hecho junto a ellos.
Estamos aprovechando la financiación de la Ley CHIPS para realizar inversiones complementarias en toda la cadena de suministro de semiconductores, desde Costa Rica hasta Vietnam.
Estamos creando una red de institutos de seguridad de IA en todo el mundo, desde Canadá a Singapur y Japón, para aprovechar el poder de la IA de forma responsable.
Y hemos lanzado un nuevo Grupo de Desarrollo Cuántico para profundizar la cooperación en un campo que será fundamental en las próximas décadas.
En pocas palabras, estamos pensando en cómo gestionar esto de forma concertada con nuestros aliados y socios, y eso nos hará a todos más competitivos.
Ahora bien, todo esto nos lleva a otra pregunta frecuente: ¿qué pasa con sus políticas de protección de la tecnología?, ¿cómo encajan en un planteamiento de suma positiva?
Estados Unidos y nuestros aliados y socios llevan mucho tiempo limitando la exportación de tecnologías de doble uso. Esto es lógico e incontrovertible. No tiene sentido permitir que las empresas vendan tecnología avanzada a países que podrían utilizarla para obtener ventajas militares sobre Estados Unidos y nuestros amigos.
Ahora bien, sería un error intentar volver al paradigma de la Guerra Fría de comercio casi nulo, incluido el tecnológico, entre rivales geopolíticos. Pero como he señalado, nos encontramos en un contexto geopolítico fundamentalmente diferente, así que tenemos que encontrarnos en algún punto intermedio.
Eso significa ser selectivos en lo que restringimos, controlando sólo las tecnologías más sensibles que definirán la seguridad nacional y la competencia estratégica. Esto es parte de lo que queremos decir cuando decimos: eliminar el riesgo, pero no desacoplamiento.
Para lograr el equilibrio adecuado, para asegurarnos de que no estamos imponiendo controles de manera arbitraria, tenemos un marco que informa nuestra toma de decisiones. Nos planteamos al menos cuatro preguntas:
En primer lugar, ¿qué tecnologías sensibles son o pueden llegar a ser fundamentales para la seguridad nacional de Estados Unidos?
Dos, en esas tecnologías sensibles, ¿dónde tenemos claras ventajas y es probable que nuestros competidores realicen el máximo esfuerzo para acortar distancias? A la inversa, ¿dónde estamos rezagados y, por tanto, somos más vulnerables a la coerción?
Tres, ¿hasta qué punto tienen nuestros competidores sustitutos inmediatos para la tecnología sensible estadounidense, ya sea a través del desarrollo autóctono o de terceros países, que socavarían los controles?
En cuarto lugar, ¿cuál es la amplitud y profundidad de la coalición que podríamos crear y mantener en torno a un control determinado?
Cuando se trata de un conjunto limitado de tecnologías sensibles, sí, el cerco es alto, como debe ser.
El campo abarcado está aún mal definido, porque ¿qué ocurre cuando la «tecnología sensible» es una tecnología de uso general, como los semiconductores y, sin duda en el futuro, los grandes modelos de lenguaje (LLM) utilizados en IA? Estas tecnologías están o estarán presentes en un gran número de productos y soluciones de software. El proyecto de norma sobre el acceso a la nube por parte de entidades extranjeras, que deberá notificarse a la Oficina de Industria y Seguridad del Departamento de Comercio, apunta hacia una visión más amplia de las tecnologías sensibles y, en última instancia, hacia un conjunto que ya no parece tan restringido.
Y en el contexto de un comercio más amplio, el patio es pequeño, y no pretendemos ampliarlo innecesariamente.
Ahora bien, más allá del ámbito de los controles a la exportación y la selección de inversiones, también tomaremos medidas para proteger datos sensibles y nuestras infraestructuras críticas, como nuestra reciente acción sobre los vehículos conectados procedentes de países preocupantes.
Sospecho que casi nadie aquí discutiría si deberíamos construir nuestra arquitectura de telecomunicaciones o nuestra infraestructura de centros de datos con Huawei.
Hay millones de coches con tecnología de la RPC, recibiendo actualizaciones diarias de software de la RPC, enviando montones de información a la RPC, tampoco tiene sentido, especialmente cuando ya hemos visto pruebas de una amenaza cibernética de la RPC a nuestra infraestructura crítica.
Tenemos que anticiparnos a los riesgos sistémicos cibernéticos y de datos como no lo hemos hecho antes, incluyendo lo que esto significa para el futuro Internet de las Cosas, y tenemos que tomar las medidas reflexivas y específicas necesarias en respuesta.
Esto nos lleva a una última pregunta fundamental: ¿refleja este enfoque algún tipo de pesimismo sobre Estados Unidos y nuestros intereses inherentes?
Todo lo contrario. Refleja un optimismo permanente y ambicioso. Creemos firmemente que podemos actuar con inteligencia y audacia, que podemos competir y ganar, que podemos hacer frente a los grandes retos de nuestro tiempo y que podemos beneficiar a todos nuestros ciudadanos aquí en Estados Unidos.
Y aunque todavía es muy pronto, tenemos algunas pruebas de ello. Entre ellas, la recuperación postpandémica más fuerte de cualquier economía avanzada del mundo. Queda trabajo por hacer, pero la inflación ha bajado. Y en contra de las predicciones de que la RPC superaría a Estados Unidos en PIB en esta década o en la siguiente, desde que el presidente Biden asumió el cargo, Estados Unidos ha duplicado con creces nuestra ventaja. Y el año pasado, Estados Unidos atrajo más de cinco veces más inversión extranjera directa que el siguiente país en importancia.
Estamos demostrando una vez más nuestra capacidad de resistencia y reinvención, y otros se están dando cuenta. El informe Draghi de la Unión Europea, publicado el mes pasado, refleja aspectos clave de nuestra estrategia.
Ahora, mientras seguimos aplicando esta visión, tendremos que seguir siendo rigurosos. Tendremos, por ejemplo, que ser lo bastante audaces para realizar las inversiones necesarias sin caer en subvenciones improductivas que desplacen al sector privado o compitan indebidamente con nuestros socios.
Tenemos claro que nuestras políticas implicarán opciones y compromisos. Es la naturaleza de la política. Pero, parafraseando a Sartre, no elegir también es una elección, y lo que cedemos al hacer compromisos sólo empeora cuanto más tiempo dejemos nuestros retos sin control.
Señalar que es difícil encontrar el equilibrio adecuado no es un argumento para conformarse con el statu quo.
Hemos intentado empezar a hacer realidad una nueva visión de suma positiva, y hemos intentado empezar a demostrar su valor. Pero aún nos queda trabajo por hacer.
Así que me gustaría terminar hoy con algunas preguntas propias, cuyas respuestas determinarán nuestro éxito compartido:
En primer lugar, ¿tendremos la voluntad política necesaria para invertir en nuestra propia fortaleza nacional en los próximos años?
Las inversiones estratégicas de este tipo deben ser una prioridad bipartidista, y tengo que creer que estaremos a la altura de las circunstancias, que no renunciaremos innecesariamente a la posición de liderazgo económico y tecnológico de Estados Unidos porque ya no podamos generar el consenso político para invertir en nosotros mismos.
Hay más cosas que podemos hacer ahora sobre una base bipartidista.
Por ejemplo, el Congreso todavía no ha consignado la parte científica de la Ley CHIPS y Ciencia, incluso cuando la RPC está aumentando su presupuesto de ciencia y tecnología en un 10% año tras año.
Ahora bien, tanto si hablamos de inversiones en investigación fundamental como de subvenciones y préstamos para empresas que desarrollan tecnologías críticas, también tenemos que actualizar nuestro enfoque del riesgo. Algunas vías de investigación son callejones sin salida. Algunas startups no sobrevivirán. Nuestra base de innovación y nuestro sector privado son la envidia del mundo porque asumen riesgos. El arte de gestionar el riesgo en aras de la innovación es fundamental para el éxito de la competencia geoestratégica.
Así pues, debemos fomentar la comodidad nacional, parafraseando a Roosevelt, con experimentación audaz y persistente. Y cuando una inversión se queda corta, como ocurrirá, debemos mantener nuestra voluntad bipartidista, sacudirnos el polvo y seguir avanzando. Por decirlo sin rodeos, nuestros competidores esperan que no seamos capaces de hacerlo. Tenemos que demostrarles que se equivocan. Tenemos que hacer inversiones pacientes y estratégicas en nuestra capacidad para competir, y tenemos que garantizar la sostenibilidad fiscal para seguir haciendo esas inversiones a largo plazo.
Es interesante observar que Jake Sullivan destaca la parte de la Ley CHIPS y Ciencia relativa al gasto federal en investigación. Prevé un aumento del presupuesto de la National Science Foundation y la creación en su seno de una dirección dedicada a la innovación, con el objetivo de construir una gran DARPA. Los créditos votados en la Ley CHIPS y Ciencia aún no han sido consignados en el proceso presupuestario.
Más allá de las grandes inversiones industriales apoyadas por la Ley de Reducción de la Inflación y la Ley CHIPS, esto parece demostrar que los responsables políticos son conscientes de la importancia del ecosistema científico estadounidense en su liderazgo político y económico.
Segunda cuestión: ¿Asignaremos recursos suficientes para las inversiones que se necesitan a nivel mundial?
El año pasado, aquí en Brookings, hablé de la necesidad de pasar de miles de millones a billones en inversiones para ayudar a los países emergentes y en desarrollo a afrontar los retos modernos, incluida la aceleración masiva de la velocidad y la escala de la transición hacia una energía limpia.
Necesitamos un esfuerzo al estilo del Plan Marshall, invirtiendo en socios de todo el mundo y apoyando la innovación nacional estadounidense en mercados en crecimiento como el almacenamiento, la energía nuclear y la geotérmica.
Ahora bien, los billones pueden sonar elevados e inalcanzables, pero hay un camino muy claro para llegar allí sin requerir ni de lejos ese nivel de dinero de los contribuyentes, y ese camino es un liderazgo estadounidense renovado y la inversión en instituciones internacionales.
Bajo la dirección de Giuliano da Empoli.
Con contribuciones de Josep Borrell, Lea Ypi, Niall Ferguson, Timothy Garton Ash, Anu Bradford, Jean-Yves Dormagen, Aude Darnal, Branko Milanović, Julia Cagé, Vladislav Surkov o Isabella Weber.
Por ejemplo, en el G20 de este otoño, estamos encabezando una iniciativa que pide a las instituciones financieras internacionales, los principales acreedores del sector privado, que aumenten su ayuda a los países que se enfrentan a elevadas cargas del servicio de la deuda para que también puedan invertir en su futuro.
O pensemos en el Banco Mundial y el FMI. Hemos liderado la iniciativa para que estas instituciones sean más grandes y eficaces, para que utilicen plenamente sus balances y respondan mejor a las economías en desarrollo y emergentes a las que sirven. Esto ya ha desbloqueado cientos de miles de millones de dólares en nueva capacidad de préstamo, sin costo alguno para Estados Unidos. Y podemos generar más inversión a la escala necesaria con inversiones públicas estadounidenses muy modestas y correcciones legislativas. Eso depende de que el Congreso tome medidas.
Por ejemplo, nuestra administración solicitó 750 millones de dólares al Congreso para aumentar la capacidad de préstamo del Banco Mundial en más de 36 mil millones de dólares, lo que, si fuera igualado por nuestros socios, podría generar más de 100 mil millones de dólares en nuevos recursos. Esto permitiría al Banco Mundial desplegar 200 dólares por cada dólar que aporten los contribuyentes.
Hemos pedido al Congreso que apruebe inversiones en un nuevo fondo fiduciario en el FMI para ayudar a los países en desarrollo a crear resiliencia y sostenibilidad. Con una inversión estadounidense de decenas de millones, podríamos posibilitar decenas de miles de millones en nuevos préstamos del FMI.
Y fuera del Banco Mundial y del FMI, pedimos al Congreso que aumente la financiación de la Asociación para la Infraestructura y la Inversión Mundiales, que lanzamos en el G7 hace un par de años.
Esta asociación cataliza y concentra la inversión en corredores clave, incluidos África y Asia, para cerrar la brecha de infraestructura en los países en desarrollo. Refuerza el crecimiento económico de los países. Refuerza las cadenas de suministro estadounidenses y a los proveedores mundiales de tecnología de confianza. Y refuerza nuestras asociaciones en regiones críticas.
El sector privado está entusiasmado. Junto con ellos y nuestros socios del G7, ya hemos movilizado decenas de miles de millones de dólares, y podemos apalancarlo y ampliarlo en los próximos años con la ayuda bipartidista del Congreso.
Tenemos que centrarnos en el panorama general. Retener pequeñas sumas de dinero tiene el efecto de retirar grandes sumas del mundo en desarrollo, lo que también, por cierto, cede de hecho el terreno a otros países como la RPC. Hay soluciones de bajo costo y sentido común sobre la mesa, medidas que no deberían ser el techo de nuestras ambiciones, sino el suelo. Y necesitamos que el Congreso nos proporcione las autoridades y la financiación inicial para tomar esas medidas ahora.
Por último, ¿potenciaremos nuestras agencias y desarrollaremos nuevos músculos para hacer frente a este momento?
En pocas palabras, tenemos que asegurarnos de que contamos con los recursos y las capacidades en el gobierno de Estados Unidos para poner en práctica esta visión económica a largo plazo. Esto empieza por reforzar significativamente nuestras herramientas bilaterales, respondiendo a la crítica de que China tiene una chequera y Estados Unidos una lista de control.
El año que viene, Estados Unidos se enfrentará a una prueba crítica para saber si nuestro país está a la altura de las circunstancias. El Congreso debe renovar la Corporación Financiera de Desarrollo Internacional de los Estados Unidos (DFC), el Ex-Im Bank y la AGOA, la Ley de Crecimiento y Oportunidad para África. Se trata de una oportunidad única para que Estados Unidos refuerce algunas de sus herramientas más importantes de política económica.
Y pensar en cómo pueden trabajar mejor con las instituciones multilaterales de alto rendimiento que acabo de mencionar. La DFC, por ejemplo, es uno de nuestros instrumentos más eficaces para movilizar las inversiones del sector privado en los países en desarrollo.
Pero la DFC es demasiado pequeña en comparación con el alcance de la inversión necesaria, y carece de las herramientas que desean nuestros socios, como la capacidad de desplegar más capital y deuda, y a menudo es incapaz de capitalizar las oportunidades de inversión de rápida evolución. Por eso presentamos una propuesta para ampliar el conjunto de herramientas de la DFC y hacerla más grande, más rápida y más ágil.
Otra laguna que debemos colmar es la de asegurarnos de atraer, retener y potenciar a los mejores expertos en áreas prioritarias.
Pedimos al Congreso que apruebe los recursos que hemos solicitado para la Oficina de Seguridad Industrial del Departamento de Comercio, la Oficina de Seguridad de las Inversiones del Departamento del Tesoro y la División de Seguridad Nacional del Departamento de Justicia.
Si el Congreso se toma en serio que Estados Unidos compita y gane, tenemos que poder recurrir a lo mejor de Estados Unidos.
Permítanme terminar con esto:
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha defendido una economía internacional justa y abierta; el poder de la conexión global para impulsar la innovación; el poder del comercio y la inversión bien hechos para crear buenos empleos; el poder, como dijo Tocqueville, del interés bien entendido.
Nuestra tarea consiste en aprovechar ese poder para afrontar las realidades del momento geopolítico actual de un modo que no sólo preserve las fortalezas perdurables de Estados Unidos, sino que las extienda a las generaciones venideras. Harán falta más conversaciones como ésta y una iteración tras otra para forjar un nuevo consenso y perfeccionar un nuevo conjunto de políticas y capacidades a la altura del momento.
Espero que sea un proyecto en el que podamos trabajar todos juntos. No podemos permitirnos no hacerlo.
Así pues, gracias. Y deseo continuar la conversación, incluso escuchando algunas de sus preguntas esta mañana.