Invierno de 2022: el «interregno» 1 geopolítico que vivimos abre reajustes que antes se consideraban imposibles. Dos partes importantes del Acuerdo de París que llevaban sin aplicarse desde 2015 se deshicieron en la COP 27 de Egipto, que se inauguró bajo los peores auspicios.

Desde hace más de treinta años, los países vulnerables exigen que se reconozcan las «pérdidas y daños» (los costos del impacto del cambio climático en la jerga de la convención sobre el clima) que están sufriendo. Treinta años de resistencia a reconocer su responsabilidad individual por parte de los países más emisores. Sharm el-Sheikh fue donde, de repente, se produjo un alineamiento diplomático que siempre había parecido improbable, bajo el impulso europeo y una aceptación por parte de Estados Unidos impensable para los juristas estadounidenses hasta hace muy poco. 

Se trata de un punto de inflexión: allí donde la gobernanza multilateral se esfuerza por estructurar nuestras respuestas a la «policrisis» descrita por Adam Tooze, miembro del comité científico de esta revista (incluida la catastrófica realidad de los daños climáticos), están surgiendo nuevos nodos y conexiones que apuntan a un reajuste mucho más profundo en el futuro, con la integración de la justicia climática en las instituciones en juego. La justicia climática que se le arrancó al Acuerdo de París en sus últimas horas entró, por fin, en una fase de aplicación. 

El otro resultado poco probable de esta COP es la aplicación del artículo 2 del Acuerdo de París, que implica una revisión completa del sistema financiero internacional. Una reforma que se ha mencionado muchas veces y que ha sido objeto de numerosos informes y reuniones del G20, siempre pospuesta. Sharm el-Sheikh, bajo el impulso de Mia Mottley, primera ministra de Barbados, y ante el estancamiento del financiamiento para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero y para la necesaria adaptación a los cambios ya en marcha, fue donde los países acordaron empezar a trabajar en esta reforma. Esta «Agenda de Bridgetown» –cuya versión actualizada se publicó en las páginas de esta revista antes de la COP 27– lanzada en Barbados y que el presidente Macron respaldó, pone de relieve una compleja gobernanza climática (un régimen) que, desde el Acuerdo de París, ha ido reorganizando las instituciones mucho más allá de las COP. Las respuestas necesarias son tan amplias que los distintos marcos de negociación y regulación se comunican entre sí y se enredan, lo que desdibuja los mandatos tradicionales de las instituciones: desde los banqueros centrales que, por contagio, ven ampliado su mandato de estabilidad financiera a los riesgos climáticos hasta los gobiernos locales, ciudades o estados, que se liberan de la delegación de poder al nivel superior para aplicar las normas de un acuerdo del que no son signatarios.

La paradoja de la policrisis es que nos petrificamos y, al mismo tiempo, nos sentimos atraídos hacia nuevas posibilidades: estos choques desestabilizan y, a la vez, nos permiten superar la inercia y comprender el peligro extremo del inmovilismo, su irrealismo.

En este contexto, se me brindó la oportunidad, con este tercer número de la GREEN, de esbozar una respuesta al siguiente reto: ofrecer una visión general de la geopolítica del Pacto Verde Europeo. Es un ejercicio difícil en una situación volátil de guerra y emergencia 2. No obstante, el resultado final es una especie de emisión instantánea que nos ayuda a aislar esta paradoja y a ver más allá de los límites de nuestras estructuras de gobierno.

Este volumen de la GREEN nos permite, por ejemplo, problematizar las expectativas depositadas en los COP. Algunos de los textos preceden los resultados de la cumbre de Sharm el-Sheikh. En retrospectiva, la entrevista que mantuvimos con Frans Timmermans en septiembre -uno de los protagonistas más visibles de la cumbre, capaz de personificar una Europa de la acción climática como pocas veces se había visto en el pasado- es aún más reveladora. Mi intercambio con Vanessa Nakate destaca otra dimensión clave de estos acontecimientos: por imperfectos que sean, no dejan de ser un fenómeno único en la gobernanza mundial por el papel que pueden desempeñar en la sociedad civil, en la juventud y en una nueva y poderosa convergencia de reivindicaciones, lo que denominaré ecofeminismo. En este sentido, y como muchos temían, esta COP 27 fue un triste fracaso por parte de la presidencia egipcia a la hora de respetar el papel de la sociedad civil.

En estas páginas, publicamos el texto programático de Avinash Persaud, arquitecto de la Agenda de Bridgetown, cuyas propuestas prometen animar uno de los debates más trascendentales para la gobernanza mundial en décadas. Desde la concepción de los daños climáticos, pasando por la cuestión de la parte otorgada a la deuda en nuestros sistemas macroeconómicos, hasta la necesidad de una nueva forma de fiscalidad sobre los beneficios fósiles: ésta es la articulación más completa, hasta la fecha, de las propuestas de Bridgetown. Un texto de referencia que podría marcar profundamente el próximo año, incluida la cumbre especial que anunció el presidente francés Emmanuel Macron para mediados de 2023.

Más que proponer un simple atlas del Pacto Verde en relación con diversas geografías del mundo, me pareció importante proponer, a partir de opiniones de expertos, una visión desde diferentes escalas. Todos ellos están anclados en Europa: ya sea a través de su diplomacia, su comercio, su seguridad, su fuerza agrícola o sus pueblos. Estas perspectivas multiescalares revisan o cuestionan las nociones de geopolítica y soberanía. Todos estos registros afirman formas de legitimidad que no están únicamente vinculadas con la definición de un Estado o de la Unión Europea y que, sin embargo, se ven reforzadas por la aplicación del Pacto Verde. Con este espíritu, volvemos a publicar, aquí, el texto «El Pacto Verde es el nuevo contrato social«, que apareció antes de la invasión de Ucrania en las páginas del Grand Continent, junto con una nueva introducción que relee este postulado a la luz de la guerra.

Una de estas escalas transversales es la de la acción legal, lo que crea espacios de reivindicación y legitimación de las cuestiones climáticas a múltiples niveles. Marta Torre-Schaub describe un fenómeno en el que el Acuerdo de París sigue desempeñando un papel transformador, en especial, en el desarrollo del derecho climático europeo y su alcance mundial.

Otras escalas locales son igual de importantes: Paul Magnette, alcalde de Charleroi, presenta un retrato dinámico de las ciudades como poderosa herramienta para democratizar la acción climática y social. Fanny Lacroix, alcaldesa de Châtel-en-Trièves, a otra escala, nos ofrece una reflexión sobre el municipio rural: puesto que representan una gran mayoría del territorio europeo, son una prueba esencial de la credibilidad del Pacto Verde. Esta prueba podría leerse en la propuesta de un «derecho de aldea», una especie de derecho a poder contribuir y conciliar el campo de acción del individuo en su relación con estas escalas globales, un derecho del ciudadano a pensar en el mundo y su comuna dentro del mismo movimiento. Céline Charveriat nos lleva por el camino inverso, para darnos cuenta de un Pacto Verde que, por el momento, es sobre todo una oportunidad perdida entre las instituciones de Bruselas y los ciudadanos.

En términos de geopolítica formal, uno de los acontecimientos más transformadores del año fue, sin duda, el regreso de Lula al poder,  en Brasil. Su exministra de Medio Ambiente, Izabella Teixeira, nos concedió generosamente una entrevista unos días después del resultado, cuando estaba a punto de acompañar a la delegación presidencial en la COP. Bernice Lee escribió conmigo un análisis sobre el papel de Europa en el equilibrio de la ambición climática dentro de las tensiones chino-estadounidenses. Pascal Lamy y Geneviève Pons, por su parte, aportaron una visión esencial de los retos de la protección del medio ambiente en el marco de las relaciones comerciales europeas. Sébastien Treyer examina la noción de «no alineamiento», presente en los debates geopolíticos desde la agresión rusa, para situar la diplomacia europea en un entramado de cuestiones climáticas y financieras y aclarar las relaciones por mantener con los países africanos en particular.

La «policrisis» es fundamentalmente una crisis de conceptos de seguridad. Como tal, invité a tres perspectivas que enriquecen la reflexión sobre este tema. Olivier de Schutter, con su experiencia como relator especial de las Naciones Unidas sobre la extrema pobreza y, en su anterior mandato, sobre la seguridad alimentaria, nos ofrece un análisis esencial del papel de Europa en la creación de una agroecología sostenible al servicio de la seguridad alimentaria. Mary Kaldor propone formas de integrar la noción de seguridad humana en los acuerdos de la OTAN y la Unión Europea. Nos recuerda que, a la sombra a veces asfixiante de las instituciones y los procesos, hay vidas, una sociedad humana frágil, en su relación con la biodiversidad y la tierra. 

Así, me complace y emociona concluir este número con una hermosa entrevista, de junio de 2018, a Bruno Latour, «Aterrizar en Europa».

«Lo global nos lleva por mal camino», decía, entonces, Bruno, para resumir la intención de esta introducción. No tenemos más remedio que encontrar el buen camino.

Notas al pie
  1. Ver: Le Grand Continent, Politiques de l’interrègne. Chine, pandémie, climat, Gallimard, marzo 2022.
  2. Véase el segundo número de la revista GREEN, dirigida por Pierre Charbonnier. GREEN. Geopolítica, redes, energía, entorno, naturaleza, nº 2, Ecología de guerra: ¿un nuevo paradigma?, año 2, París, Groupe d’études géopolitiques, 2022.