Con la publicación del informe Draghi, que el Grand Continent ha acompañado en los distintos idiomas de la revista, la Unión se prepara para entrar en una nueva fase. Desde hace varias semanas, damos la palabra a investigadores, comisarios europeos, economistas, ministros e industriales para que reaccionen ante una de las propuestas más ambiciosas de transformación de la Unión. Si aprecia nuestro trabajo y dispone de los medios para hacerlo, le pedimos que considere la posibilidad de suscribirse al Grand Continent
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En un mundo roto, en el que ya nadie parece querer seguir las reglas del juego, ¿siguen siendo pertinentes los foros internacionales?
Siempre es mejor reunirse y debatir que dejar de hablar; y el hecho de que el contexto geopolítico sea más difícil no significa que estas discusiones no sean necesarias. Podríamos decir incluso que son más necesarias que nunca. Ya sea en las reuniones del G20, del FMI o del Banco Mundial, son muchos los asuntos que deben abordarse conjuntamente. La guerra de agresión de Rusia contra Ucrania ha creado una fractura en algunos de estos foros internacionales, con dos grandes bloques enfrentados y un grupo de países en medio. Que sea más difícil no significa que no debamos seguir buscando las mejores formas de avanzar. Necesitamos estos canales de comunicación para abordar los retos económicos, sociales y medioambientales comunes a los que nos enfrentamos viviendo juntos en un mismo planeta.
¿Aunque países como Rusia bloqueen los comunicados conjuntos en ese sentido?
Una de las consecuencias de la guerra de Rusia en Ucrania es que cada vez es más difícil consensuar un comunicado y una visión compartida en estos foros. En el G7 o la OCDE es más fácil encontrar posiciones comunes por la convergencia de puntos de vista. Pero también hay ejemplos de acuerdos alcanzados, con la participación de Rusia y Ucrania, como ocurrió en la reunión ministerial de la OMC de junio sobre la reforma de la Organización, la producción de vacunas y las subvenciones a la pesca.
En el verano de 2022, usted fue uno de los primeros dirigentes en afirmar públicamente que Rusia, como agresor, debía pagar reparaciones a Ucrania. Este era todavía un tema tabú y sus implicaciones jurídicas preocupaban a muchos países. ¿Cuál era su motivación?
Un principio muy simple: si causas un daño y eres responsable de haberlo causado deliberadamente, debes pagar por el daño que has causado.
Tras meses de negociaciones, el G7 ha cerrado un préstamo de 50.000 millones de dólares para Ucrania. ¿Aplaude usted este acuerdo?
Acogemos con satisfacción el fuerte apoyo, incluido el sustancial apoyo financiero, a Ucrania. En la OCDE tenemos una larga historia de apoyo a Kiev, que se remonta a más de treinta años. Tras la invasión de 2022, decidimos inmediatamente intensificar aún más nuestra ayuda. Ucrania está en la vanguardia de la lucha por la libertad y la democracia, y está firmemente comprometida con las reformas para construir un futuro mejor.
Lo que está ocurriendo en el frente ucraniano es una prueba para la democracia: un país, miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, está utilizando la fuerza para intentar desplazar fronteras internacionalmente reconocidas. La Carta de la ONU es muy clara a este respecto. Prohíbe el uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado. Si la comunidad internacional aceptara esta flagrante violación del derecho internacional, probablemente tendría consecuencias en todo el mundo, no sólo en Europa.
La OCDE reúne a 38 países con diferentes sensibilidades sobre diversas cuestiones, incluida la guerra de la que estamos hablando. ¿Se ha vuelto más difícil trabajar juntos?
La OCDE es una comunidad de países que comparten valores similares. Representamos a democracias con economías de mercado de todo el mundo. En el Consejo, la OCDE cuenta con 38 países miembros, además de la Unión Europea. Además, ocho países, entre ellos Argentina, Brasil y Perú en América Latina, así como Tailandia e Indonesia en el Sudeste Asiático, están en proceso de adhesión. Se trata de economías emergentes muy importantes.
Ello demuestra que sigue habiendo un gran interés por aumentar la cooperación internacional en cuestiones económicas, sociales y medioambientales clave. Ya se trate de la reforma fiscal internacional, de nuestro interés compartido por abordar el cambio climático de forma eficaz y equitativa a escala mundial, o de la necesidad de establecer políticas y mecanismos de gobernanza adecuados para apoyar los avances en inteligencia artificial. En todas partes, sigo viendo un interés compartido por contar con un mercado y un sistema comercial mundiales que funcionen. En este difícil contexto geopolítico, sigue existiendo un fuerte deseo de encontrar soluciones a los retos comunes.
Bajo la dirección de Giuliano da Empoli.
Con contribuciones de Josep Borrell, Lea Ypi, Niall Ferguson, Timothy Garton Ash, Anu Bradford, Jean-Yves Dormagen, Aude Darnal, Branko Milanović, Julia Cagé, Vladislav Surkov o Isabella Weber.
Más allá de estas cuestiones técnicas, ¿sigue siendo posible tratar asuntos más políticos?
Cuando hay un interés en juego, los países se implican. Ofrecemos una plataforma para el diálogo multilateral y el intercambio de buenas prácticas, y seguiremos promoviéndola. El escenario internacional está ciertamente más polarizado; los retos y los planteamientos son más controvertidos. Pero a pesar de ello, sigue existiendo un fuerte deseo de trabajar juntos.
Argentina ha solicitado ingresar en la OCDE, ha rechazado en última instancia formar parte de los BRICS, y también ha manifestado su interés en ultimar el acuerdo de libre comercio Unión-Mercosur. Bajo el impulso de Javier Milei, el país ha dado un gran giro en varias áreas, tanto económica como diplomáticamente. ¿Cómo se desarrollan las negociaciones?
Cada país candidato, incluida Argentina, tiene que pasar por un largo proceso que le ofrece la oportunidad de consolidar su programa de reformas estructurales a medio y largo plazo, adaptando su legislación, sus políticas y sus prácticas a las normas y las mejores prácticas de la OCDE. Lo que un país como Argentina necesita —y lo que el proceso de adhesión permite— es una evaluación exhaustiva y sistemática de todas las políticas públicas y la legislación, para identificar las diferencias entre la práctica actual y las mejores prácticas internacionales. Siguiendo este proceso, Argentina se encontrará en una posición más fuerte y en una trayectoria más estable, lo que contribuirá a garantizar mayores ingresos y mejores condiciones de vida para los argentinos. Esta es la experiencia que hemos tenido con otros países candidatos en el pasado: el ingreso en la OCDE es un proceso de transformación positiva. No hay ninguna razón para que este proceso no funcione para Argentina.
El Presidente Milei es una figura política divisiva e inusual. ¿Existe alguna diferencia entre la percepción pública que se tiene de él y el trabajo realizado a puerta cerrada?
Somos una organización internacional no partidista. Trabajamos con cualquier gobierno electo y el ingreso en la OCDE es un proceso largo, que probablemente implique a más de un gobierno.
En Argentina, el gobierno de Milei fue elegido democráticamente y tiene un mandato para aplicar reformas. Desde nuestro punto de vista, este gobierno está muy entusiasmado con el ingreso en la OCDE. Inevitablemente, en el contexto en el que han llegado al poder, su prioridad inmediata ha tenido que centrarse en la gestión de una serie de limitaciones a corto plazo, en particular unos niveles de inflación muy elevados. Nuestra atención se centra en el proceso técnico de apoyo a las reformas estructurales a medio y largo plazo, no en el discurso político a corto plazo; no hacemos comentarios sobre su actuación como gobierno ni sobre sus planes futuros. Todo eso pertenece exclusivamente al pueblo argentino.
Brasil también ha manifestado su interés por entrar en la OCDE. Es miembro fundador de los BRICS. ¿Cómo ve el caso de un país que busca un puesto en ambas organizaciones?
Nuestra relación con Brasil se remonta a 2007, cuando el país se convirtió en un socio importante.
Hemos mantenido esta relación bajo todas las administraciones desde entonces. Al fin y al cabo, los países tendrán alianzas y compromisos, tanto multilaterales como bilaterales: nunca tendremos una comunidad internacional completamente homogénea. Lo que importa es que cualquier país que desee unirse a nosotros se comprometa a alinear su legislación, sus políticas y sus prácticas con las normas de la OCDE.
En la lucha contra el cambio climático, en un contexto geopolítico tenso, ¿es posible que los países den marcha atrás en sus compromisos?
La lucha contra el cambio climático no ha perdido nada de su importancia: si algo ha cambiado es la creciente urgencia de actuar. Pero los líderes comprenden mejor hoy que hace diez años que necesitan implicar a la gente y a la opinión pública en sus acciones. Las personas pueden verse afectadas de distintas maneras y es crucial garantizar que las medidas adoptadas no se conviertan en fuente de resentimiento —para ello es necesario que las políticas públicas sean más tenidas en cuenta—.
El Partido Popular Europeo (PPE), la familia política de Ursula von der Leyen, pide una pausa en la introducción de nuevas normativas y se ha pronunciado a favor de medidas climáticas que tengan más en cuenta las necesidades de la industria y las empresas.
En la OCDE hemos creado un foro inclusivo sobre enfoques para reducir las emisiones de carbono, tratando de reproducir el planteamiento que hemos adoptado en materia de fiscalidad internacional. Lo que intentamos es reconocer que los distintos países adoptan enfoques diferentes para alcanzar sus objetivos climáticos. Simplemente queremos ayudar a optimizar su impacto acumulativo global. Para ello, utilizamos todos los métodos tradicionales de la OCDE: intercambio de datos e información, aprendizaje entre iguales basado en pruebas y asesoramiento sobre mejores prácticas, así como una plataforma de diálogo multilateral en la que participan economías avanzadas, emergentes y en desarrollo.
Necesitamos mejorar la coordinación y la cooperación internacionales, y ayudar a los países a dialogar sobre cómo minimizar los riesgos de los efectos transfronterizos negativos, como las fugas de carbono, y maximizar las oportunidades transfronterizas positivas, como la promoción de la difusión mundial de nuevas tecnologías, la innovación y las mejores prácticas para reducir las emisiones. Ursula von der Leyen tiene razón: una de las cosas que debemos hacer es asegurarnos de que todo lo que hagamos por el clima sea lo más favorable posible para el comercio y las empresas mundiales, porque así contribuiremos a reducir los costes y a maximizar los beneficios económicos de la transición ecológica. Si entramos en una nueva era de proteccionismo climático, haremos más costosa la transición climática. Esto impondría costes más elevados a particulares y empresas —un riesgo que debe evitarse a toda costa—.
La Unión Europea ha adoptado aranceles sobre los vehículos eléctricos chinos, argumentando que su producción está tan subvencionada que crea competencia desleal. Trump también ha dicho que utilizaría los aranceles como herramienta para mantener la producción en Estados Unidos si es reelegido. ¿Teme una vuelta a los aranceles como herramienta política?
Una guerra comercial total no nos ayudará a alcanzar nuestros objetivos climáticos al menor coste posible. Los aranceles y las subvenciones industriales generalizadas crean distorsiones que, en última instancia, hacen más costosa la transición climática. La mejor opción es aquella en la que los beneficios de los mercados abiertos y del comercio libre y justo nos ayuden a reducir el coste de la transición ecológica.
Entonces, ¿no está a favor de los aranceles?
No soy ingenuo: comprendo que si las subvenciones se aplican indiscriminadamente a una parte, las demás tratarán de proteger sus intereses. Lo que digo es que, a nivel mundial, la conversación debería centrarse en cómo podemos evitar esta tendencia de forma justa y equitativa, garantizando, en la medida de lo posible, la igualdad de condiciones para el comercio, también en apoyo de nuestros objetivos climáticos. Tenemos que salir del ciclo de acción-reacción.
La OCDE ha desempeñado un papel clave en el establecimiento de un impuesto mínimo mundial para las multinacionales. ¿Cómo se está aplicando?
Tenemos un impuesto para las empresas mínimo global del 15%. Ya es una realidad. Más de 50 países de todo el mundo lo han adoptado o están en vías de hacerlo. Si un país no lo legisla, corre el riesgo de perder parte de sus ingresos, ya que otras jurisdicciones pueden recaudar la diferencia hasta el mínimo global.
Para finales del año que viene, esperamos que el 90% de los ingresos afectados estén sujetos a este impuesto mínimo.
En cuanto al «Pilar 1», que se refiere a la reasignación de los derechos de imposición, hemos realizado el trabajo técnico y estamos preparados. Ahora ha llegado el momento de tomar una decisión política. Todo el mundo comprende que tendremos que esperar a las elecciones estadounidenses para saber cuál será el siguiente paso. Sin embargo, soy optimista y creo que, gane quien gane, podremos aplicarlo. A todas las empresas que operan a escala mundial les interesa que haya estabilidad en materia de fiscalidad internacional, incluidas las empresas estadounidenses afectadas. Y a los países de todo el mundo les interesa poder recaudar una parte justa de los ingresos procedentes de los beneficios generados en sus países.
En varios países europeos, la toma de decisiones es cada vez más difícil y menos eficaz —muchos países ya no consiguen que se apruebe un presupuesto—. ¿Es ésta la nueva normalidad?
Yo no sería tan negativo. Teniendo en cuenta todo lo que hemos pasado —la pandemia, el impacto de la guerra, la elevada inflación— diría que la economía mundial ha mostrado una notable resistencia. Seguimos viendo un crecimiento mundial superior al 3%, la inflación ha bajado y sigue bajando, el crecimiento del comercio mundial se ha recuperado con fuerza y el desempleo en Europa sigue siendo relativamente bajo. Todo ello apunta a un extraordinario nivel de resistencia. Tenemos que ver el vaso medio lleno y no medio vacío. Sin embargo, la presión que siente la población, vinculada en gran medida al coste de la vida tras un periodo de elevada inflación, es muy real y ha hecho que el entorno político sea mucho más complejo. La polarización es innegable y refleja cuestiones políticas sin resolver para los ciudadanos de muchos países.
No debemos aceptar esto como la nueva normalidad. Los retos políticos actuales son producto de nuestro tiempo, pero sólo se aliviarán si somos capaces de desarrollar, articular y aplicar una respuesta satisfactoria. En una democracia, si no funcionas lo suficientemente bien, acabas siendo sustituido. Así que, con el tiempo, creo que los procesos democráticos producirán los resultados que necesitamos para volver a una trayectoria mejor y sostenible.
Usted es belga de nacimiento, vive en París y ha desarrollado la mayor parte de su carrera política en Australia. Con esta trayectoria, ¿qué opina del informe Draghi?
Reforzar la competitividad en Europa es extremadamente importante. Mario Draghi, que es un líder excepcional y un notable pensador económico, ha elaborado un análisis muy completo y detallado. También ha aportado importantes conclusiones y recomendaciones que coinciden con los análisis de la OCDE: cerrar la brecha de la innovación, asegurar que Europa tenga las mejores condiciones para afrontar el reto de la transición climática y garantizar la seguridad económica son prioridades clave. Mario Draghi ha presentado su diagnóstico. Sus recomendaciones ya están ahí, y espero que los europeos encuentren la manera de ponerlas en práctica.
La alternativa que da es clara: «cambio radical» o «lenta agonía». ¿Es ésta una visión pesimista del mundo, propia de Europa?
Europa se encuentra en una posición relativamente sólida. Si echamos la vista atrás a los últimos setenta años, el proyecto europeo ha sido claramente un éxito. ¿Es todo perfecto? No. ¿Hay ámbitos en los que Europa podría mejorar? Sí, por supuesto. Pero su mercado único es una baza excepcional que Europa aún no aprovecha en todo su potencial. Necesita aprovechar los efectos positivos y el aumento de productividad que aporta la competencia. En la actualidad, las barreras nacionales frenan el mercado único. No son los aranceles, sino las barreras nacionales las que están minando el potencial de las fuerzas competitivas internas. El mercado único podría tener un impacto mucho más positivo si Europa pudiera acordar una auténtica unión de los mercados de capitales, una unión de los mercados de servicios, un mercado común de la energía y una unión del mercado digital. Todas estas reformas estructurales contribuirían a reforzar la competitividad internacional de la Unión y a acelerar el crecimiento, el empleo, las rentas y el nivel de vida.
Si Europa se centrara más en reforzar sus puntos fuertes competitivos internos, sería más productiva, más innovadora y, en consecuencia, más competitiva en el escenario internacional. Y este es mi segundo punto: Europa debe seguir abierta a la competencia internacional y no encerrarse en sí misma. La competencia puede parecer incómoda, pero protegernos de ella no detiene la innovación que se produce en otros lugares. Simplemente significa que la brecha entre su posición y la de sus competidores sigue aumentando. Así que esta es mi recomendación: no tengáis miedo de la competencia.