Economía

Milei en Davos: el discurso completo

«No se dejen amedrentar por los parásitos que viven del Estado». En Davos, en un discurso pronunciado a toda velocidad ante Klaus Schwab, Javier Milei quiso salvar a «Occidente» de los peligros de un capitalismo excesivamente regulado. Provocó muchas reacciones —y algunos aplausos avergonzados—. Comentamos el primer discurso internacional del paleolibertario al frente de Argentina.

Autor
Pablo Stefanoni
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© AP FOTO/MARKUS SCHREIBER

El presidente argentino Javier Milei emprendió su primer viaje al exterior desde su asunción el 10 de diciembre pasado para llegar a Suiza. Desde entonces, lanzó un megadecreto, que reforma o anula más de 300 leyes, y amenaza con desguazar el Estado, y envió al Congreso una “ley ómnibus” igualmente ambiciosa. Con escaso poder institucional y una débil presencia parlamentaria, el presidente liberal-libertario busca utilizar el capital electoral (ganó con más de 55% de los votos) para impulsar un programa de liberalización radical de la economía. Esa radicalidad proviene no solo de sus ideas maximalistas, sino del balance de la era Macri: tanto el expresidente Mauricio Macri como Milei sostienen que el fracaso del gobierno macrista (2015-2019) se debió al “gradualismo”. De hecho, gran parte de las medidas elaboradas por el economista Federico Sturzenegger, que son la base de las reformas de Milei, estaban destinadas a la candidata de derecha Patricia Bullrich, quien finalmente salió tercera. El actual, es el primer gobierno de Milei y, en parte, el segundo de Macri, a la luz de la presencia de figuras del partido del expresidente en esta administración. Pero hay también una dimensión mesiánica en Milei, quien suele hablar de las “fuerzas del cielo” que lo sostienen en su misión refundadora y libertadora. Y eso incluye la fantasía de refundar el país por decreto, lo que deberá enfrentar diversas resistencias, aunque, por el momento, el presidente se beneficie de las divisiones en la oposición y del pragmatismo de un sector centrista dispuesto a negociar parte de sus reformas.

El Presidente del Foro Económico Mundial Klaus Schwab presentó a Milei en el panel de Davos diciendo que es una persona extraordinaria, quizá mucho menos radical de lo que se piensa y que busca volver a poner a Argentina en el camino del Estado de Derecho. El presidente argentino leyó de manera muy rápida todo su discurso sin quitar los ojos de sus notas. A medida que avanzaba en su lectura el público se puso tenso y, al final, los aplausos no fueron muy efusivos. 

Buenas tardes, muchas gracias: hoy estoy acá para decirles que Occidente está en peligro, está en peligro porque aquellos que supuestamente deben defender los valores de Occidente, se encuentran cooptados por una visión del mundo que –inexorablemente– conduce al socialismo, en consecuencia a la pobreza. Lamentablemente en las últimas décadas, motivados por algunos deseos bienpensantes de querer ayudar al prójimo y otros por el deseo de querer pertenecer a una casta privilegiada, los principales líderes del mundo occidental han abandonado el modelo de la libertad por distintas versiones de lo que llamamos colectivismo. 

Milei insistió en su discurso con varios de sus tópicos habituales, sobreideologizados; no hubo ninguna novedad e incluso repitió casi literalmente una charla TED previa. El presidente argentino reproduce una visión, propia de la Escuela austriaca de economía de Mises y Hayek, de que cualquier regulación estatal solo tiene diferencias de grado con el socialismo experimentado en el bloque comunista. Al mismo tiempo, se posiciona como un defensor de un “Occidente en crisis” –ha señalado que sus aliados serán Estados Unidos e Israel–, y extiende su crítica a la “casta política”, eje de su discurso de campaña, a la esfera global, o al menos occidental. Sin experiencia internacional previa, Milei, algo dubitativamente, leyó un discurso ideológico abstracto, sin abordar ninguno de los desafíos del mundo actual, ni sobre la economía, la política internacional o la gobernanza global. 

Nosotros estamos acá para decirles que los experimentos colectivistas nunca son la solución a los problemas, que aquejan a los ciudadanos del mundo, sino que –por el contrario– son su causa. Créanme, nadie mejor que nosotros, los argentinos, para dar testimonios de estas dos cuestiones. Cuando adoptamos el modelo de la libertad –allá por el año 1860– en 35 años nos convertimos en la primera potencia mundial, mientras que cuando abrazamos el colectivismo, a lo largo de los últimos 100 años, vimos como nuestros ciudadanos comenzaron a empobrecerse sistemáticamente, hasta caer en el puesto número 140 del mundo. Pero antes de poder dar esta discusión será importante, que primero viéramos los datos que sustentan por qué no sólo el capitalismo de libre empresa no solo es un sistema posible para terminar con la pobreza del mundo, sino que es el único sistema moralmente deseable para lograrlo. 

Milei suele apelar a conceptos como “colectivismo”, como podemos encontrar en los economistas austriacos o en ensayos y novelas de la escritora rusa-estadounidense Ayn Rand; el mundo se dividiría binariamente en productores y saqueadores. Sobre esa base, el presidente argentino ha construido una visión decadentista de la historia argentina. Como recuerda la historiadora Camila Perochena, para Milei, “el punto de inflexión de esa decadencia coincide con la implementación de la Ley Sáenz Peña que instauró el sufragio universal, secreto y obligatorio y llevó a la participación activa de las ‘masas’ en la arena política […]. No es la fórmula sobre los males de los ’70 años de peronismo’, ensayada por el espacio político de centroderecha liderado por Mauricio Macri, sino la de los ‘100 años de democracia’. Para el libertario, la ‘casta’ habría llegado al poder de la mano de la democracia, aunque no lo formule de un modo explícito.”1 Milei no es un demócrata. Habla sin parar de libertad pero nunca de democracia, a la que asocia con “casta” política, demagogia e irracionalidad, algo similar a los neorreaccionarios estadounidenses, que han teorizado la necesidad de una suerte de neomonarquía como base de un capitalismo más “libre”, innovador y eficiente. El discurso oficial del mileísmo es que la discusión parlamentaria es una pérdida de tiempo frente a las urgencias de la crisis.

La afirmación decadentista de que Argentina fue el país más rico del mundo la toma del Proyecto Maddison, según el cual Argentina estuvo a la cabeza de ese indicador en 1895, pero esos datos han dado lugar a variadas críticas de historiadores económicos. Incluso aceptando ese dato, una potencia no se reduce al tamaño de su PBI per cápita. Pero en cualquier caso, Milei enarbola la retro-utopía de volver a esa Argentina del siglo XIX –un país con escasos derechos y sin voto universal– en una suerte de Make Argentina Great Again.

Si consideramos la historia del progreso económico podemos ver cómo desde el año cero hasta el año 1800, aproximadamente, el PBI per cápita del mundo, prácticamente, se mantuvo constante durante todo el período de referencia. Si uno mira un gráfico de la evolución del crecimiento económico, a lo largo de la historia de la humanidad, uno estaría viendo un gráfico con la forma de un palo de hockey, una función exponencial, que se mantuvo constante durante el 90% del tiempo, y se dispara exponencialmente a partir del siglo XIX. La única excepción a esta historia de estancamiento se dio a finales del siglo XV con el descubrimiento de América. Pero salvando esta excepción, a lo largo de todo el período, entre el año cero y el año 1800, el PBI per cápita a nivel global se mantuvo estancado. 

Ahora bien, no sólo que el capitalismo generó una explosión de riqueza desde el momento que se adoptó como sistema económico, sino que si uno analiza los datos lo que se observa es que el crecimiento se viene acelerando a lo largo de todo el período. 

Durante todo el período comprendido entre el año cero y el 1800, la tasa de crecimiento del PBI per cápita se mantuvo estable en torno al 0,02% anual. Es decir, prácticamente sin crecimiento; a partir del siglo XIX, con la Revolución Industrial, la tasa de crecimiento pasa al 0,66%. A ese ritmo para duplicar el PBI per cápita se necesitaría crecer durante 107 años. 

Ahora bien, si observamos el período entre 1900 y 1950, la tasa de crecimiento se acelera al 1,66%, anual. Ya no necesitamos 107 años para duplicar el PBI per cápita, sino 66. Y si tomamos el período comprendido entre 1950 y el año 2000, vemos que la tasa de crecimiento fue de 2,1%, anual, lo que derivaría en que solo 33 años podríamos duplicar el PBI per cápita del mundo. Esta tendencia lejos de detenerse se mantiene viva aún hoy. Si tomamos el período, entre el año 2000 y el 2023, la tasa de crecimiento volvió a acelerar el 3% anual, lo que implica que podríamos duplicar nuestro PBI per cápita en el mundo en tan solo 23 años. 

Ahora bien, cuando se estudia el PBI per cápita desde el año 1800 al día de hoy, lo que se observa es que, luego de la revolución industrial, el PIB per cápita mundial, se multiplicó por más de 15 veces, generando una explosión de riqueza que sacó de la pobreza al 90% de la población mundial. No debemos olvidar nunca, que para el año 1800, cerca del 95% de la población mundial vivía en la pobreza más extrema, mientras que ese número cayó al 5 por ciento para el año 2020, previo a la pandemia. 

La conclusión es obvia: lejos de ser la causa de nuestros problemas, el capitalismo de libre empresa, como sistema económico, es la única herramienta que tenemos para terminar con el hambre, la pobreza y la indigencia a lo largo y a lo ancho de todo el planeta. La evidencia empírica es incuestionable. Por eso, como no cabe duda de que el capitalismo de libre mercado es superior en términos productivos, la doxa de izquierda ha atacado al capitalismo por sus cuestiones de moralidad, por ser, según ellos, dicen sus detractores, que es injusto. 

Dicen que el capitalismo es malo porque es individualista y que el colectivismo es bueno porque es altruista, con [plata] ajena, y en consecuencia bregan por la «justicia social». Pero este concepto que en el primer mundo se ha puesto de moda en la última década, en mi país es una constante del discurso político desde hace más de 80 años. El problema es que la justicia social no solo no es justa sino que tampoco aporta al bienestar general. Muy por el contrario, es una idea intrínsecamente injusta, porque es violenta. Es injusta porque el estado se financia a través de impuestos y los impuestos se cobran de manera coactiva ¿o acaso alguno de nosotros puede decir que paga los impuestos de manera voluntaria? Lo cual significa que el estado se financia a través de la coacción y que a mayor carga impositiva, mayor es la coacción, menor es la libertad. 

Milei ha enarbolado un discurso de defensa ideológica del capitalismo, por momentos con tonalidades de la Guerra Fría. Desde sus apariciones públicas hacia 2016, se caracterizó por instituir como su gran enemigo al economista británico John M. Keynes, al que acusa, con virulencia, de haber diseñado un sistema económico al servicio de la casta política –ha llamado a su libro más conocido (la Teoría General del empleo, el interés y el dinero) la “basura general”–. En ese marco, el nuevo presidente argentino considera que la justicia social es algo aberrante, un robo, para quitarle a los exitosos y darle a los fracasados. Desde 2013, se considera anarcocapitalista y ha repetido que el Estado es el mal absoluto, tomando ideas de libros como Camino de servidumbre de Hayek –la planificación económica conduce necesariamente hacia el totalitarismo y a la pérdida de las libertades individuales– del que saca muchos de los contenidos de sus discursos y del estadounidense Murray Rothbard. “El Estado es un pedófilo en un jardín de infantes, con los niños encadenados y bañados de vaselina”, definió una vez al Estado en una entrevista televisiva. 

El anarcocapitalista español Jesús Huerta de Soto felicitó con entusiasmo al mandatario argentino: “No solo has impartido una lección de Economía Austriaca a las élites más arrogantes e intervencionistas del mundo, sino que además te has referido a la intrínseca inmoralidad que suponen sus grandiosos planes de ingeniería social estatista…”2, dijo en un mensaje que Milei retuiteó.

Quienes promueven la justicia social parten de la idea de que el conjunto de la economía es una torta que se puede repartir de manera distinta, pero esa torta no está dada, es riqueza que se va generando en lo que Israel Kirzner llama un proceso de descubrimiento. Si el bien o servicio que ofrece una empresa no es deseado, esa empresa quiebra, a menos que se adecúe a lo que el mercado le está demandando. Si genera un producto de buena calidad a un precio atractivo le va a ir bien y va a producir más. De modo que el mercado es un proceso de descubrimiento en el cual el capitalista encuentra sobre la marcha el rumbo correcto. Pero si el Estado castiga al capitalista por tener éxito y lo bloquea en este proceso de descubrimiento, destruye sus incentivos, y la consecuencia de ello es que va a producir menos y la torta será más chica, generando un perjuicio para el conjunto de la sociedad. El colectivismo, al inhibir estos procesos de descubrimiento y al dificultar la apropiación de lo descubierto, ata al emprendedor de las manos y le imposibilita producir mejores bienes y ofrecer mejores servicios a un mejor precio. 

© AP Foto/Markus Schreiber

¿Cómo puede ser entonces que desde la academia, los organismos internacionales, la política y la teoría económica se demonice un sistema económico que no solo ha sacado de la pobreza más extrema al 90% de la población mundial, y lo hace cada vez más rápido, sino que además es justo y moralmente superior? 

Gracias al capitalismo de libre empresa hoy el mundo se encuentra en su mejor momento. No hubo nunca, en toda la historia de la humanidad, un momento de mayor prosperidad que el que vivimos hoy. El mundo de hoy es más libre, más rico, más pacífico y más próspero que en cualquier otro momento de nuestra historia. 

Esto es cierto para todos pero es particularmente cierto para aquellos países que son libres, donde respetan la libertad económica y los derechos de propiedad de los individuos. Porque aquellos países que son libres son 12 veces más ricos que los reprimidos, el decil más bajo de la distribución de los países libres vive mejor que el 90% de la población de los países reprimidos, tienen 25 veces menos cantidad de pobres en el formato estándar y 50 veces menos en el formato extremo, y por si eso fuera poco, los ciudadanos de los países libres viven un 25% más que los ciudadanos de los países reprimidos. 

Milei pretendió dar una clase de capitalismo en el foro de Davos. Lo hizo, como es habitual repitiendo las mismas frases, sin densidad filosófica –como sí la tenían los economistas de la Escuela austriaca– ni ideológica; sus discursos están plagados de frases hechas efectistas, eficaces en entrevistas cortas y discursos de barricada, pero no tanto en eventos como el de Davos. Cuando no se pone el traje de personaje extravagante –de “León”, como se autodefine–, los discursos de Milei combinan el tono cansino de una monografía de licenciatura con la retórica “picante” de Twitter en dosis variables. El economista y diputado por la Unión Cívica Radical Martín Tetaz, que votó a Milei en el balotaje, escribió en su cuenta de la red X: “El presidente llevó a Davos la misma presentación que viene haciendo hace años (incluso hay una charla TED que es una réplica exacta). Insiste con el muñeco de paja del socialismo y perdió una oportunidad única para presentar los negocios que Argentina puede ofrecer al mundo”3. Aun así, los libertarios se felicitaban por el “discurso histórico” de su líder.

El ultraderechista chileno Alex Kaiser se entusiasmó y escribió en su cuenta en la red X: “Sucesor de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Está iniciando un cambio de era que no se veía desde tiempos de la Guerra Fría en favor de la libertad como pilar esencial de la civilización occidental, amenazada por el colectivismo. Está haciendo historia”. En verdad, el discurso de Milei tiene elementos de la Revolución Conservadora pero el contexto es otro y esta mezcla de neoliberalismo autoritario y antiglobalismo parece más acorde a este momento de crisis de futuro –y de interregno– que al optimismo del epílogo de la Guerra Fría y el “fin de la historia”. 

Ahora bien, para entender qué venimos a defender es importante definir de qué hablamos nosotros cuando hablamos de libertarismo. Para definirlo retomo las palabras del máximo prócer de la libertad de nuestro país, Alberto Benegas Lynch (h) que dice que: «el libertarismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión, en defensa de la vida, la libertad y la propiedad de los individuos. Cuyas instituciones fundamentales son la propiedad privada, los mercados libres de intervención estatal, la libre competencia, la división del trabajo y la cooperación social. Donde solo se puede ser exitoso sirviendo al prójimo con bienes de mejor calidad o mejor precio”. 

Dicho de otro modo, el capitalista, el empresario exitoso, es un benefactor social que, lejos de apropiarse de la riqueza ajena, contribuye al bienestar general. En definitiva, un empresario exitoso es un héroe. 

Milei suele citar al liberal-conservador argentino Benegas Lynch –un autor con una influencia bastante menor– como su mentor. Al mismo tiempo, resulta interesante que, a diferencia de la mayoría de sus discursos, en los que suele hablar genéricamente de liberalismo, esta vez usó una y otra vez el término libertarismo, que define más precisamente su identidad, en la línea de los libertarians estadounidenses. De hecho, el mileísmo ha introducido símbolos como la bandera de Gadsden, provenientes del libertarismo y la derecha estadounidense.

Este es el modelo que nosotros estamos proponiendo para la Argentina del futuro. Un modelo basado en los principios fundamentales del libertarismo: la defensa de la vida, de la libertad y de la propiedad. Ahora bien, si el capitalismo de libre empresa y la libertad económica han sido herramientas extraordinarias para terminar con la pobreza en el mundo; y nos encontramos hoy en el mejor momento de la historia de la humanidad, vale la pena preguntarse por qué digo entonces que Occidente está en peligro.

Digo que occidente está en peligro justamente porque en aquellos países que deberíamos defender los valores del libre mercado, la propiedad privada y las demás instituciones del libertarismo, sectores del establishment político y económico, algunos por errores en su marco teórico y otros por ambición de poder, están socavando los fundamentos del libertarismo, abriéndole las puertas al socialismo y condenándolos potencialmente a la pobreza, a la miseria y al estancamiento. Porque nunca debe olvidarse que el socialismo es siempre y en todo lugar un fenómeno empobrecedor, que fracasó en todos los países que se intentó. Fue un fracaso en lo económico; fue un fracaso en lo social; fue un fracaso en lo cultural. Y además asesinó a más de 100 millones de seres humanos. 

El problema esencial de Occidente hoy es que no solo debemos enfrentarnos a quienes, aún luego de la caída del Muro [de Berlín] y la evidencia empírica abrumadora, siguen bregando por el socialismo empobrecedor, sino también a nuestros propios líderes, pensadores y académicos que, amparados en un marco teórico equivocado, socavan los fundamentos del sistema que nos ha dado la mayor expansión de riqueza y prosperidad de nuestra historia. 

Milei repitió el mismo discurso que utiliza desde 2016: el que opone capitalismo y socialismo en bloque. Ha repetido que el capitalismo es superior desde el punto de vista económico, productivo y moral. Y antes de saltar a la política defendía la privatización absoluta de la vida social incluidas las calles, defendía un mercado de órganos humanos y admitía –al menos como “debate filosófico”– la posibilidad de un mercado de niños. Ha repetido hasta el cansancio la idea de que el empresario, al buscar su propio beneficio, contribuye al de la sociedad y por eso, es un benefactor social al que hay que dejarlo actuar con libertad. Ayn Rand consideraba incluso que los emprendedores eran el verdadero grupo oprimido en Estados Unidos; “oprimidos” por la mediocridad social dominante.

El marco teórico al que me refiero es el de la teoría económica neoclásica, que diseña un instrumental que, sin quererlo, termina siendo funcional a la intromisión del Estado, el socialismo y la degradación de la sociedad. El problema de los neoclásicos es que como el modelo del que se enamoraron no mapea contra la realidad, atribuyen el error a supuestos fallos del mercado en vez de revisar las premisas de su modelo. So pretexto de un supuesto fallo de mercado se introducen regulaciones que lo único que generan es distorsiones en el sistema de precios, que impiden el cálculo económico, y en consecuencia el ahorro, la inversión y el crecimiento.

Este problema radica esencialmente en que ni siquiera los economistas supuestamente libertarios comprenden qué es el mercado, ya que si se comprendiera se vería rápidamente que es imposible que exista algo así como un fallo de mercado. El mercado no es una curva de oferta y demanda en un gráfico. El mercado es un mecanismo de cooperación social donde se intercambian voluntariamente derechos de propiedad. Por lo tanto, dada esa definición, el fallo del mercado es un oxímoron. No existe el fallo de mercado. 

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Si las transacciones son voluntarias, el único contexto en el que puede haber un fallo de mercado es si hay coacción. Y el único con la capacidad de coaccionar de manera generalizada es el estado que tiene el monopolio de la violencia. En consecuencia, si alguien considera que hay un fallo de mercado, les recomendaría que revisen si hay intervención estatal en el medio. Y si encuentran que no hay intervención estatal en el medio, les sugiero que hagan de nuevo el análisis porque definitivamente está mal. Los fallos de mercado no existen. 

Un ejemplo de los supuestos fallos del mercado que describen los neoclásicos son las estructuras concentradas de la economía. Sin embargo, sin funciones que presenten rendimiento crecientes a escala, cuya contrapartida son las estructuras concentradas de la economía, no podríamos explicar el crecimiento económico desde el año 1800 hasta hoy. Fíjense qué interesante. Desde el año 1800 en adelante con la población multiplicándose más de 8 o 9 veces, el producto per cápita creció más de 15 veces. Es decir, existen rendimientos crecientes, eso llevó la pobreza extrema del 95% al 5%. Sin embargo, esa presencia de rendimientos crecientes implican estructuras concentradas, lo que se llamaría un monopolio. 

¿Cómo puede ser que algo que haya generado tanto bienestar para la teoría neoclásica eso es un fallo de mercado? Economistas neoclásicos, salgan de la caja. Cuando el modelo falla, no hay que enojarse con la realidad, hay que enojarse con el modelo y cambiarlo. 

El dilema que enfrenta el modelo neoclásico es que dicen querer perfeccionar el funcionamiento del mercado atacando lo que ellos consideran fallos, pero al hacerlo no solo le abren las puertas al socialismo, sino que atentan contra el crecimiento económico. Ejemplo, regular monopolios, destruirles las ganancias y destrozar los rendimientos crecientes, automáticamente destruiría el crecimiento económico. 

Dicho de otro modo, cada vez que ustedes quieran hacer una corrección de un supuesto fallo de mercado, inexorablemente, por desconocer lo que es el mercado o por haberse enamorado de un modelo fallido, le están abriendo las puertas al socialismo y están condenando a la gente a la pobreza. 

Sin embargo, frente a la demostración teórica de que la intervención del Estado es perjudicial, y la evidencia empírica de que fracasó -porque no podía ser de otra manera- la solución que propondrán los colectivistas no es mayor libertad, sino que es mayor regulación, generando una espiral descendiente de regulaciones hasta que todos seamos más pobres y la vida de todos nosotros dependa de un burócrata sentado en una oficina de lujo. 

Como ha contado varias veces, Milei leyó en 2013 un artículo de Murray Rothbard que le “partió la cabeza” y lo hizo revisar sus convicciones. El texto de ciento cuarenta páginas es “Monopolio y competencia”. Según cuenta, cuando terminó de leer a Rothbard se dijo: “Durante más de veinte años estuve engañando a mis alumnos. Todo lo que enseñé sobre estructuras de mercado está mal. ¡Está mal!”. Ahí Milei cayó en la cuenta de que los argumentos neoclásicos de “competencia perfecta” contra los monopolios no tenían sustento y de que “la competencia perfecta es tan estúpida que termina por no haber competencia en absoluto”. Para Rothbard, por el contrario, los monopolios no son malos en sí mismos, incluso pueden ser buenos si son producto de la acción emprendedora; son nocivos, por el contrario, si son creados por el poder del Estado. Fue a partir de entonces que Milei se transformó en un predicador de la Economía austriaca en su versión más radical: el anarcocapitalismo. Abandonó la economía neoclásica (la corriente mainstream), a la que, como señala en este discurso, responsabiliza de abrir las puertas al socialismo al hablar de “fallos de mercado”. Pero si los austriacos rechazaban la modelización matemática, Milei siguió siendo un economista matemático, que piensa no solo la economía, sino las relaciones sociales y personales –hasta el amor–, a partir de modelos matemáticos.

Dado el estrepitoso fracaso de los modelos colectivistas y los innegables avances del mundo libre, los socialistas se vieron forzados a cambiar su agenda. Dejaron atrás la lucha de clases basada en el sistema económico para reemplazarla por otros supuestos conflictos sociales igual de nocivos para la vida en comunidad y para el crecimiento económico. La primera de estas nuevas batallas fue la pelea ridícula y antinatural entre el hombre y la mujer. 

El libertarismo ya establece la igualdad entre los sexos. La piedra fundacional de nuestro credo dice que todos los hombres somos creados iguales, que todos tenemos los mismos derechos inalienables otorgados por el creador, entre los que se encuentran la vida, la libertad y la propiedad. En lo único que devino esta agenda del feminismo radical es en mayor intervención del Estado para entorpecer el proceso económico, darle trabajo a burócratas que no le aportaron nada a la sociedad, sea en formato de Ministerios de la mujer u organismos internacionales dedicados a promover esta agenda. 

Otro de los conflictos que los socialistas plantean es el del hombre contra la naturaleza. Sostienen que los seres humanos dañamos el planeta y que debe ser protegido a toda costa, incluso llegando a abogar por mecanismos de control poblacional o en la agenda sangrienta del aborto. 

Lamentablemente, estas ideas nocivas han impregnado fuertemente en nuestra sociedad. Los neomarxistas han sabido cooptar el sentido común de Occidente. Lograron esto gracias a la apropiación de los medios de comunicación, de la cultura, de las universidades, y sí, también de los organismos internacionales. Este último caso es el más grave porque se trata de instituciones que tienen enorme influencia política y económica sobre los países que integran esos organismos multilaterales.

Al acercarse a la política, Milei –quien antes solo hablaba de economía– debió ampliar su repertorio de temas. Para ello, compró, llave en mano, el discurso de la derecha alternativa (alt-right) global. También tomó parte de su discurso de Agustín Laje, escritor y youtuber argentino que ofrece a la derecha radical latinoamericana un discurso ya digerido contra el “marxismo cultural” en clave polémica. Así, Milei repite la tesis de que la izquierda perdió la batalla socioeconómica y se refugió en la cultura desde donde se hizo hegemónica –al punto de que hoy hasta el foro de Davos sería protosocialista–. Incorporó también el negacionismo del cambio climático e incluso vincula la legalización del aborto –él es “provida”– con el ecologismo, que buscaría despoblar el planeta. En el tema del cambio climático expresa sus visiones más complotistas.

La extrema derecha festejó particularmente estos pasajes antiwokistas; muchos de sus exponentes a menudo se aburren con la versión más economicista de Milei. “Emocionado con la colosal lección al mundo de @JMilei desde la guarida de la casta del corporativismo globalista, socialdemócrata y filochino de Davos. Orgulloso de que este discurso de tanta verdad se pronunciara en español”4, tuiteó el eurodiputado de Vox Hermann Tertsch. Este discurso antiprogresista repite en todos lados la misma idea: ahora las élites son de izquierda –y controlan el sentido común global– y la derecha representa a la gente común que lucha contra el neototalitarismo wokista. 

“Lograron esto gracias a la apropiación de los medios de comunicación, de la cultura, de las universidades, y sí, también de los organismos internacionales”: una versión de lo que los neorreaccionarios estadounidenses llaman “La catedral”. Gente como el neorreaccionario Curtis Yarvin ofrecen la píldora roja (red pill) para quienes quieran ver la Matrix desde el exterior. Milei fue a vender red pills al propio Davos. Quedaron lejos los tiempos en los que ese foro era el archienemigo del movimiento alterglobalización. Al punto que el “primer presidente libertario de la historia de la humanidad” (Milei dice de sí mismo) viajó hasta allá, en un avión de línea, para re-evangelizar a las élites en las virtudes del capitalismo y de los mercados.

Por suerte, somos cada vez más los que nos atrevemos a levantar la voz. Porque vemos que, si no combatimos frontalmente estas ideas, el único destino posible es que cada vez vamos a tener más estado, más regulación, más socialismo, más pobreza, menos libertad, y, en consecuencia, peor nivel de vida. 

Occidente, lamentablemente, ya comenzó a transitar este camino. Sé que a muchos les puede sonar ridículo plantear que Occidente se ha volcado al socialismo. Pero solo es ridículo en la medida que uno se restringe a la definición económica tradicional del socialismo, que establece que es un sistema económico donde el Estado es el dueño de los medios de producción. Esta definición debería ser, desde mi punto de vista, actualizada a las circunstancias presentes. Hoy los Estados no necesitan controlar directamente los medios de producción para controlar cada aspecto de la vida de los individuos. Con herramientas como la emisión monetaria, el endeudamiento, los subsidios, el control de la tasa de interés, los controles de precios y las regulaciones para corregir los supuestos “fallos de mercado”, pueden controlar los destinos de millones de seres humanos. 

Así es como llegamos al punto en el que con distintos nombres o formas, buena parte de las ofertas políticas generalmente aceptadas en la mayoría de los países de occidente son variantes colectivistas. Ya sea que se declamen abiertamente comunistas fascistas, nazis, socialistas, socialdemócratas, nacionalsocialistas, demócratas cristianos, neokeynesianos, progresistas, populistas, nacionalistas o globalistas. 

Acá Milei se posicionó por fuera de los sistemas políticos establecidos, al meter a todos en la misma bolsa: incluso las derechas convencionales son cómplices del socialismo y la decadencia de Occidente. Conecta así con las extremas derechas, la mayoría de las cuales, no obstante, no comparten el anarcocapitalismo de Milei. Muchas de ellas, como la ultraconservadora de Viktor Orbán, que estuvo en Buenos Aires en la investidura de Milei, usan profusamente el aparato estatal en pos de su “contrarrevolución” política y cultural “iliberal”. Pero semejantes expresiones, de parte de Milei, amalgamando demócratacristianos con nazis, parece una estrategia más adecuada para volverse popular en los ambientes ultras más que para poner a Argentina en un lugar relevante a escala global. Luego, le toca a sus funcionarios, bajar el tono de los dichos del presidente: “Milei es un poco temperamental, pero no es radical como parece”, suelen repetir, palabras más, palabras menos, sus ministros más “moderados”.

En el fondo, no hay diferencias sustantivas: todas sostienen que el estado debe dirigir todos los aspectos de la vida de los individuos. Todas defienden un modelo contrario al que llevó a la humanidad al progreso más espectacular de su historia. 

© AP Foto/Markus Schreiber

Nosotros venimos hoy aquí a invitar a los demás países de Occidente a que retomemos el camino de la prosperidad. La libertad económica, el gobierno limitado y el respeto irrestricto de la propiedad privada son elementos esenciales para el crecimiento económico. Este fenómeno de empobrecimiento que produce el colectivismo no es una fantasía. Ni tampoco fatalismo. Es una realidad que los argentinos conocemos muy bien desde hace por lo menos cien años. 

Porque ya lo vivimos. Ya pasamos por esto. Porque como dije antes, desde que decidimos abandonar el modelo de la libertad que nos había hecho ricos, estamos atrapados en una espiral descendiente en donde cada día somos más pobres. 

Esto es: ya lo vivimos nosotros. Y estamos acá para alertarlos acerca de lo que puede pasar si los países de Occidente que se hicieron ricos con el modelo de la libertad, continúan por este camino de servidumbre. 

El caso argentino es la demostración empírica de que no importa cuán rico seas, cuántos recursos naturales tengas, no importa cuán capacitada esté la población, ni cuán educada sea, ni cuántos lingotes de oro haya en las arcas del banco central. Si se adoptan medidas que entorpecen el libre funcionamiento de los mercados, la libre competencia, los sistemas de precios libres, si se entorpece el comercio, si se atenta contra la propiedad privada, el único destino posible es la pobreza. 

Por lo tanto, para finalizar, quiero dejarle un mensaje a todos los empresarios aquí presentes y a los que no están pero nos están siguiendo desde todas partes del planeta. 

No se dejen amedrentar ni por la casta política ni por los parásitos que viven del Estado. No se entreguen a una clase política que lo único que quiere es perpetuarse en el poder y mantener sus privilegios. 

Ustedes son benefactores sociales. Ustedes son héroes. Ustedes son los creadores del periodo de prosperidad más extraordinario que jamás hayamos vivido. Que nadie les diga que su ambición es inmoral. Si ustedes ganan dinero es porque ofrecen un mejor producto a un mejor precio, contribuyendo de esa manera al bienestar general.

No cedan al avance del Estado. El Estado no es la solución. El Estado es el problema mismo. 

Ustedes son los verdaderos protagonistas de esta historia, y sepan que a partir de hoy, cuentan con Argentina como un aliado incondicional.

Al mundo, si no abandona el socialismo, le espera el destino de Argentina. Los empresarios son héroes –de nuevo, La rebelión del Atlas–. El Estado es el Mal. Los aplausos no fueron muy efusivos. Capitalistas como Elon Musk han expresado su apoyo a Milei, en clave libertaria. Pero la mayoría probablemente pase por alto sus facetas más utópicas y mire los resultados de sus reformas y las oportunidades de inversión. 

Muchas gracias y Viva la libertad carajo. 

Notas al pie
  1. https://nuso.org/articulo/308-usos-de-la-historia-politica-argentina-actual/
  2. https://twitter.com/Lek_ANCAP/status/1747678098760278161
  3. https://twitter.com/giovannilarosa0/status/1747683599711715420
  4. https://twitter.com/hermanntertsch/status/1747665776931184670
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