En una cálida tarde de octubre de 2015, un anciano político subió al escenario. Vestido con traje negro y corbata de luto, se colocó frente a los miembros de su partido, Ley y Justicia (PiS), que celebraba una victoria electoral un tanto inesperada. Era Jarosław Kaczyński. Sin embargo, su rostro no irradiaba el alegre agotamiento de un vencedor. «No habrá venganza», dijo misteriosamente. Se refería al anterior gobierno.
Venganza o no, ocho años después, el gobierno del PiS cambió significativamente el rumbo de Polonia en muchos ámbitos. Sus críticos señalan, en particular, los procesos que han convertido la otrora democracia liberal en un sistema híbrido. Entre ellos, están el ataque (sin precedentes, en la Tercera República establecida después de 1989) hacia la independencia del poder judicial y de los medios de comunicación, la discriminación hacia minorías (por ejemplo, hacia las personas LGBTQ+) y la restricción de los derechos de la mujer.
En 2018, Kaczyński (todopoderoso, pero sin formar parte, oficialmente, del gobierno durante la mayor parte del tiempo en el que el partido estuvo en el poder) reveló que, para cambiar Polonia, deseaba, al menos, tres legislaturas. No es de extrañarse que, hoy, tras dos legislaturas, ambas partes del conflicto político en Polonia –el gobierno y la oposición– estén de acuerdo en una cosa: las elecciones parlamentarias, dentro de quince días, lo decidirán todo. Para la «cebra» polaca, que, en los últimos años, ha mostrado tanto un carácter autoritario como restos democráticos, hay dos escenarios posibles: Polonia se desliza, definitivamente, hacia una era autoritaria o comienza la reconstrucción del sistema político anterior.
Los espejos turco y húngaro
¿Qué podemos esperar, exactamente, de la votación del 15 de octubre? Antes de responder a detalle, recordemos dos elecciones en países no tan distantes de Polonia en términos políticos.
El 3 de abril de 2022, se celebraron elecciones en Hungría. En aquel momento, el primer ministro Viktor Orban aspiraba a un quinto mandato tras 12 años ininterrumpidos en el gobierno. Esta vez, había muchos indicios de que la larga era de Orban, pronto, podría ser cosa del pasado. La oposición formó una coalición única y eligió a un candidato común. Las encuestas parecían prometedoras y muchos húngaros esperaban un cambio profundo en su país, hasta el día posterior a las elecciones, cuando se supo que el Fidesz liderado por Orban había obtenido 135 de los 199 escaños disponibles en el parlamento húngaro.
Hace apenas unos meses, se produjo una historia similar en Turquía: primero, las grandes esperanzas de la oposición, respaldadas por encuestas favorables, y, finalmente, una amarga derrota electoral de la oposición y otro mandato del presidente Recep Tayyip Erdoğan.
¿Podría repetirse este escenario en Polonia? En teoría, los dos principales partidos que concurren en las elecciones –el PiS de Jarosław Kaczyński y la Coalición Cívica (KO) de Donald Tusk– están frente a frente. La mayoría de las encuestas le dan al PiS un apoyo del 30 % o más. La diferencia entre el PiS y la KO, sin embargo, es sólo de unos pocos puntos porcentuales y hay sondeos ocasionales en los que la oposición va al frente. Además, el número de votantes indecisos o que se niegan a contestar alcanza el 10 % en algunas encuestas, por lo que cabe suponer que la balanza de la victoria podría inclinarse hacia uno u otro lado. El día de las elecciones podría deparar una sorpresa, como puede ocurrir en cualquier democracia funcional.
Lo que hace que el futuro sea tan difícil de predecir es que la revolución populista del PiS ha cambiado mucho la dinámica del sistema político polaco. Uno de los grandes teóricos del cambio revolucionario, Alexis de Tocqueville, escribió sobre las «oscuras profundidades del futuro». En el caso de Polonia, se aplica en ambos sentidos: una victoria de la KO significaría, también, el primer paso hacia un camino desconocido.
Un diluvio de dinero público
Los mecanismos contemporáneos de retroceso democrático deparan más sorpresas que los regímenes autoritarios del pasado. En primer lugar, los populistas no intentan amañar las elecciones; prefieren distorsionar la campaña electoral. La que se está desarrollando ahora, en Polonia, no es justa ni se basa en la igualdad de oportunidades entre los partidos políticos enfrentados. Se están gastando enormes cantidades de dinero público en la campaña electoral del partido gobernante. ¿Un ejemplo? Se está utilizando a la policía y al ejército en picnics organizados por el gobierno para posar en las redes sociales. En un picnic celebrado recientemente en Sarnowa Góra, una pequeña ciudad del centro de Polonia, se llamó a un helicóptero Black Hawk de la policía para hacer una demostración. La máquina sobrevoló las cabezas de los espectadores reunidos varias veces y, luego, rompió un cable de alta tensión, lo que provocó una erupción de pánico colectivo.
Ésta no es la única forma en la que el PiS está utilizando dinero público para financiar su posible éxito. El día de las elecciones, también, se celebrará un referéndum siguiendo el modelo húngaro del año pasado. Es una estratagema legal utilizar una gran cantidad de dinero del Estado para promover esta votación y, de hecho, en beneficio del partido gobernante. Cada una de las cuatro preguntas, vagamente formuladas, da la impresión de ser un plebiscito adicional sobre la eficacia de la propaganda gubernamental. Sólo por citar una de las preguntas: «¿Apoya usted la admisión de miles de inmigrantes ilegales de Medio Oriente y África, de acuerdo con el mecanismo de reubicación forzosa impuesto por la burocracia europea?». No cabe duda de que una pregunta planteada de este modo asustará a suficientes ciudadanos como para que den una respuesta negativa.
Ruido mediático para ahogar la campaña
En lugar de utilizar mecanismos de censura basados en restringir la información, los nacionalistas populistas prosperan con el exceso de información. Su propio mensaje se multiplica de esa forma en los medios de comunicación nacionales y sociales. En cuanto a los primeros, se han transformado en un spot electoral 24/7 para el partido gobernante, mientras que el mensaje de la oposición se ha limitado tanto que es, literalmente, invisible para parte del público.
Un buen ejemplo de las consecuencias de esto es el escándalo de los visados que destaparon los periodistas recientemente. Se acusa al gobierno de haber vendido cientos de miles de visados a visitantes de Asia y África, en medio de una gigantesca corrupción. Aunque el escándalo está recibiendo cada vez más cobertura en los medios de comunicación de la oposición, los nuevos medios afines al gobierno guardan silencio sobre el tema y, en su lugar, muestran, constantemente, imágenes de la tragedia humanitaria de Lampedusa.
En cuanto a las redes sociales, el PiS ya gastó, aproximadamente, 1.5 millones de zlotys (unos 325000 euros) en una campaña en línea. En comparación, la KO sólo ha gastado unos 70000 zlotys (15000 euros) hasta la fecha.
Iliberalismo a la europea
En tercer lugar, los populistas no ven ningún sentido en restringir la libertad de reunión. Es cierto que las definiciones clásicas de autoritarismo, como la de Juan Linz, se refieren a la socavación de la sociedad civil, mediante detenciones, agresiones físicas a manifestantes, sanciones penales, etcétera. En el populismo contemporáneo, no obstante, las protestas son beneficiosas para los populistas porque liberan cierta frustración social. Éste fue el caso de Polonia en los últimos años, por ejemplo, en la cuestión de los derechos reproductivos. Mujeres y hombres polacos se manifestaron en masa por primera vez en 2016 y, después, en 2020 y más allá.
La estrategia de los populistas es convocar estas protestas con frecuencia para acabar por agotarlas o radicalizarlas, lo que, a su vez, conlleva material favorable para la propaganda. Además, la libertad de expresión no está teóricamente restringida. Las autoridades pueden ser criticadas a voluntad, excepto en un caso: cuando alguien tiene un fuerte canal de comunicación en el extranjero, como la directora Agnieszka Holland, que, recientemente, ha sido atacada sin piedad por el ministro de Justicia, por el presidente, así como por una campaña de trolls en Internet, por su película «La frontera verde». Aunque cueste creerlo, Holland fue acusada de ser la heredera de propagandistas nazis y sus espectadores han sido denunciados como similares a los colaboradores nazis en la Polonia ocupada durante la Segunda Guerra Mundial. (Los autores de este artículo hemos vivido una experiencia similar a raíz de la publicación de uno de nuestros ensayos en The New York Times, en el que criticábamos la falta de Estado de Derecho en Polonia).
Los límites de la oposición democrática
Entonces, ¿es imposible que gane la oposición polaca? No necesariamente. Si tomamos en cuenta el porcentaje de votantes indecisos, así como los escándalos que rodearon al PiS justo antes de las elecciones, no es un escenario que deba descartarse. También, está el repentino giro de 180 grados del gobierno con respecto a Ucrania, cosa que indignó a muchos votantes.
En este momento, destaca Donald Tusk en particular, que se sitúa, informalmente, a la cabeza de los partidos de la oposición. Este político de excepcional experiencia, exprimer ministro polaco y expresidente del Consejo Europeo, decidió volver a la política polaca en 2021 para intentar vencer de nuevo a Jarosław Kaczyński.
Sin embargo, su resultado, tras dos años en la escena política polaca, es ambiguo. Por un lado, no cabe duda de que Tusk ha logrado aumentar fundamentalmente el apoyo para su propio partido. Cuando Tusk regresó, en el verano de 2021, la KO apenas alcanzaba el 16 % en las encuestas y la agrupación centrista de la antigua estrella de la televisión Szymon Holownia figuraba entre las ovejas negras de unas posibles elecciones. Actualmente, la agrupación de Holownia, la Trzecia Droga («Tercera Vía»), formada junto con el Partido Popular Polaco (PSL) de Władysław Kosiniak Kamysz, ocupa un cuarto lugar relativamente distante en las encuestas, mientras que la KO tiene una puntuación cerca de la del PiS. Tusk es un gran orador, hábil en las redes sociales, y, en los últimos meses, ha sido capaz de superar, en más de una ocasión, a los principales actores del PiS. Por otro lado, incluso observadores bienintencionados se han mostrado críticos con la estrategia política de Tusk. Es un político intolerante con los competidores, tanto dentro de su partido como en la oposición. Por eso, limita las actividades y la popularidad de los demás, con lo que concentra todo el poder en su propia mano.
Volver a los fundamentos de la democracia
¿Qué podría pasar después de las elecciones? Muchos observadores creen que, si ganara la oposición, la situación se normalizaría de algún modo y que, simplemente, se restablecería el sistema político anterior a 2015. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. En primer lugar, no está tan claro si el partido que gane las elecciones será el mismo que forme gobierno. El PiS podría necesitar la ayuda de la Confederación, un partido con tendencias fascistas, que empujará a Polonia aún más hacia el autoritarismo. Puede que la KO no se lleve bien con Trzecia Droga, después de muchos malentendidos durante la campaña y de la humillación del líder del partido más pequeño. En segundo lugar, el PiS ha introducido cambios en el tercer poder polaco de forma inconstitucional, mientras que la oposición quiere arreglarlo de acuerdo con la Constitución de 1997. Es un proceso arduo, durante el cual puede haber retrocesos que no le gustarán al electorado y que pueden ser torpedeados por el presidente Andrzej Duda (PiS), que seguirá en el cargo hasta 2024, y por el Tribunal Constitucional y el Tribunal Supremo, que, también, están subordinados al PiS.
En su nuevo libro, Tyranny of the Minority, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt sostienen que las victorias populistas de los últimos años están unidas por una extraña paradoja. Se producen en un momento en el que una determinada democracia se encuentra justo ante una oportunidad histórica de ser la mejor, la más eficaz, la más pluralista de la historia de un determinado país hasta la fecha. Así ocurrió, señalan los autores, en el caso de la victoria de Donald Trump, en 2016, en Estados Unidos, y lo mismo, habría que añadir, en Polonia, en 2015.
Desgraciadamente, tras los graves daños causados a las instituciones del Estado y al delicado tejido de la democracia, salir de este lugar será difícil y requerirá creatividad, paciencia y mucho tiempo.