Polonia tras una elección histórica

La doctrina Morawiecki: el plan de la derecha radical polaca para reorganizar Europa

A pocos meses de las elecciones y más de un año después de la invasión de Ucrania, el PiS polaco tiene una nueva doctrina europea. Traducimos y comentamos por primera vez en español el "discurso de la Sorbona" de Mateusz Morawiecki pronunciado el pasado martes en Heidelberg. Un programa político a estudiar muy de cerca.

Autor
Valentin Behr
Portada
© UWE ANSPACH/DPA VIA AP

El 20 de marzo de 2023, el Primer Ministro polaco Mateusz Morawiecki pronunció un discurso sobre Europa y los valores europeos. El discurso del jefe del gobierno polaco se inscribe en la línea de los discursos sobre el futuro de la Unión Europea pronunciados por el presidente francés Emmanuel Macron (La Sorbona, septiembre de 2017) y el canciller alemán Olaf Scholz (Praga, agosto de 2022). Este importante discurso ofrece la perspectiva de un dirigente centroeuropeo, cuyo papel político en la Unión se ha visto reforzado desde la guerra en Ucrania, descrita aquí como un «punto de inflexión histórico». Morawiecki expone una visión de los retos a los que se enfrenta la Unión, así como las formas de afrontarlos -en marcado contraste con las expuestas por sus homólogos francés y alemán-.

Su Magnificencia, Profesor Eitel,

Primer Ministro Kretschmann,

Señoras y Señores,

Queridos estudiantes

Gracias por invitarme a Heidelberg. Es para mí un gran honor hablar aquí, en una de las universidades más antiguas del continente. Es un lugar que ha formado a decenas de generaciones de europeos notables. Muchos grandes alemanes, por supuesto, pero también muchos polacos. Uno de ellos fue incluso su rector.

Heidelberg es una ciudad hermosa, construida y mantenida durante generaciones. Y, sin embargo, esta maravillosa ciudad, que es en muchos sentidos un microcosmos de Europa, ha sido testigo de mucha maldad, violencia, guerra y atrocidades. 

Hoy están volviendo tristemente a nuestro continente.

Europa se encuentra en un punto de inflexión histórico. Incluso más grave que la caída del comunismo. En su mayor parte, estos cambios fueron pacíficos. Hoy, cuando el mundo entero se ve amenazado por una guerra de agresión rusa, recordamos la época de hace 70 u 80 años.

Hoy quiero hablarles de cuatro grandes temas cruciales para el futuro de Europa. Por ello, dividiré mi discurso en cuatro partes.

En cada una de estas partes abordaré lo que considero una cuestión fundamental, a saber, el papel de los Estados nación.

Empezaré con un primer tema general: 1. Lo que la historia de Europa nos enseña hoy.

Después pasaré a: 2. La importancia de la lucha de Ucrania contra Rusia y las conclusiones que podemos extraer de la guerra en Ucrania para Europa.

Más adelante, abordaré una tercera cuestión: 3. Qué son los valores europeos y qué los amenaza hoy; y, por último, 4. debatiré cómo puede Europa adoptar el papel de líder mundial.

1. Lo que nos enseña la historia de Europa 

Si nos preguntamos qué puede enseñarnos la historia de Europa, me gustaría empezar hablando de nuestras relaciones polacas y alemanas.

Somos vecinos desde hace más de once siglos. Hemos vivido, trabajado, tratado y resuelto nuestros problemas, no sólo codo con codo, sino a menudo juntos. Fundamos nuestras primeras universidades al mismo tiempo: en Cracovia en 1364, en Heidelberg en 1386. A lo largo de los siglos, ha habido muchos polacos de origen alemán o alemanes de origen polaco y eslavo. 

Hoy en día, polacos y alemanes colaboran estrechamente en el ámbito económico, lo que crea una interdependencia.

Somos el quinto socio comercial de Alemania, después de China, Estados Unidos, Países Bajos y Francia. Pronto pasaremos al cuarto puesto, superando a Francia. Luego incluso pasaremos al tercer puesto.

Mucha gente no lo sabe, pero Rusia ocupa el puesto 16; y Polonia, junto con otros países de Visegrado, es ahora un socio mucho más importante que China o Estados Unidos. Merece la pena destacar la importancia que Alemania y Polonia tienen la una para la otra. Aunque tenemos puntos de vista diferentes sobre algunas cuestiones, también compartimos muchos problemas comunes que debemos superar juntos.

Morawiecki comienza recordando la importancia crucial de Polonia, y más en general de los países centroeuropeos, como socio económico de Alemania, en un contexto en el que es sobre todo la dependencia de este país (y de otros en Europa) del gas ruso lo que ha sido muy comentado desde el inicio de la guerra en Ucrania. 

Se trata aquí de relativizar el carácter supuestamente periférico -y por tanto insignificante, en el juego geopolítico y en los intercambios económicos- de Europa Central frente a Europa Occidental. Sobre la importancia de los intercambios económicos (desiguales) entre los países de Visegrado y sus vecinos europeos, puede consultarse Thomas Piketty, «2018, l’année de l’Europe» (16 de enero de 2018). 

Polonia sigue luchando contra el cruel legado de la Segunda Guerra Mundial, tras la cual perdimos nuestra independencia, nuestra libertad y más de 5 millones de ciudadanos. Las ciudades polacas quedaron en ruinas y más de mil pueblos fueron brutalmente pacificados. Mientras Alemania Occidental pudo desarrollarse libremente, Polonia perdió 50 años de su futuro a causa de la Segunda Guerra Mundial.

No quiero insistir demasiado en este punto en mi intervención, pero tampoco puedo evitarlo. 

Polonia nunca ha recibido reparación de Alemania por los crímenes de la Segunda Guerra Mundial, por la destrucción y el robo de los tesoros de la cultura nacional.

Al fin y al cabo, la plena reconciliación entre el autor de un crimen y su víctima sólo es posible cuando hay reparación. En este momento crucial de la historia europea, necesitamos esa reconciliación más que nunca, porque los retos a los que nos enfrentamos son graves.

La historia de Europa, con su mayor herida -la Segunda Guerra Mundial-, ha arrojado a mi país, como a muchos otros, tras el Telón de Acero durante casi medio siglo.

Mis compañeros y yo crecimos, fuimos a la escuela, trabajamos y estudiamos a la sombra de los crímenes comunistas.

Millones de jóvenes europeos que vivían tras el Telón de Acero sabían que a un lado estaba la libertad y al otro el colonialismo ruso; soberanía para unos, dominación imperial para otros.

Por un lado, la anhelada Europa libre. Por el otro, un totalitarismo bárbaro; una vida bajo el talón de la Rusia soviética. Si alguien nos hubiera dicho que viviríamos para ver el final del comunismo, no lo habríamos creído; tampoco la mayoría de los expertos occidentales en la Rusia soviética.

Y, sin embargo, ¡ocurrió! Solidarność, la guerra de Afganistán, el Papa Juan Pablo II y la firme postura de Estados Unidos en la era Reagan propiciaron la caída del comunismo criminal.

Había llegado la hora de la democracia.

Hoy quiero destacar el papel de la soberanía del Estado-nación en el mantenimiento de la libertad de las naciones. La lucha de las naciones esclavizadas de Europa Central fue, en esencia, una lucha por la soberanía nacional.

Esta cuestión unió a todos los patriotas del espectro político, porque estábamos convencidos de que nuestros derechos y libertades sólo podían salvaguardarse en el contexto de Estados soberanos recuperados.

Con este recordatorio histórico, Morawiecki sigue la «política histórica» propugnada por el PiS, que consiste en defender la «visión polaca» de la historia para reivindicar la grandeza moral frente a sus vecinos, especialmente Alemania. Esto se ha reflejado recientemente en las demandas del gobierno polaco a su homólogo alemán de reparaciones de guerra por las inmensas pérdidas humanas y materiales causadas por el Tercer Reich a Polonia durante la Segunda Guerra Mundial. Sobre esta espinosa cuestión, que el Gobierno alemán desestimó por considerarla jurídicamente cerrada, véase Mateusz Piątkowski, «The legal questions behind Poland’s claim for war reparations from Germany» (Notes From Poland, 9 septembre 2022).

Morawiecki también presenta, de acuerdo con las interpretaciones valoradas por su campo político, es decir, la derecha nacionalista y anticomunista, la experiencia comunista en Polonia como una simple ocupación soviética, contra la que la sociedad polaca se habría levantado en su conjunto antes de liberarse gracias a sus movilizaciones (Solidarność, Juan Pablo II) y al apoyo estadounidense (Reagan). Esta visión simplista de una historia más compleja tiene también sus raíces en una historia personal: el padre de Mateusz, Kornel Morawiecki (1941-2019), fue una figura importante de la oposición anticomunista, fundando en particular la organización clandestina «Solidarność Walcząca» («Solidaridad en lucha») en Breslavia en 1982, durante el estado de guerra, después de que el sindicato Solidarność hubiera sido prohibido y sus dirigentes detenidos.

Es en virtud de esta herencia histórica, la de una nación que ha luchado a lo largo de su historia por la independencia, en particular contra el totalitarismo nazi y soviético en el siglo XX, que Morawiecki presenta el Estado-nación no sólo como algo querido por los polacos, sino también como el principal garante de la democracia frente a las tentaciones imperialistas, argumento que desarrolla a continuación en relación con la Unión Europea.

Sobre la política histórica en Polonia, remitimos a Valentin Behr, «Genèse et usages d’une politique publique de l’histoire. La ‘politique historique’ en Pologne», Revue d’études comparatives Est-Ouest, vol. 46, no. 3, 2015, así como el dossier coordinado por Frédéric Zalewski, «La ‘politique historique’ en Pologne. La mémoire au service de l’identité nationale», Revue d’études comparatives Est-Ouest, vol. 1, no. 1, 2020.

Y teníamos razón. Esto fue especialmente evidente durante los periodos de crisis social y económica. Incluso durante la reciente crisis de COVID-19, vimos que los Estados-nación eficaces son esenciales para proteger la salud de los ciudadanos.

Antes, durante la crisis de la deuda, vimos un claro conflicto entre los países del sur de Europa, Grecia, Italia y España, y las instituciones supranacionales que tomaban decisiones económicas en su nombre sin un mandato democrático.

En ambos casos, nos hemos encontrado con los límites de la gobernanza supranacional en Europa.

En Europa, nada garantizará mejor la libertad de las naciones, su cultura, su seguridad social, económica, política y militar que los Estados nación. Otros sistemas son ilusorios o utópicos.

Pueden ser reforzados por organizaciones intergubernamentales e incluso parcialmente supranacionales, como la Unión Europea, pero los Estados nación europeos no pueden ser sustituidos.

Al mencionar la crisis de la deuda soberana y la crisis de Covid-19 en su profesión de fe en una Europa de las naciones, Mateusz Morawiecki parece olvidar de pasada los cuantiosos fondos de recuperación creados a escala europea para hacer frente a las consecuencias económicas de la pandemia. El pago de estos fondos a Polonia ha sido objeto de una lucha con la Comisión Europea, que ha intentado utilizarlos como palanca para que el gobierno polaco diera marcha atrás en algunas de sus reformas del sistema judicial, acusado de socavar el Estado de derecho. Más fundamental aún, su denuncia de las «instituciones supranacionales» que operan «sin un mandato democrático» plantea la vieja y recurrente cuestión del cumplimiento por parte de los Estados miembros de los tratados que han firmado y ratificado, especialmente mediante referéndum en el momento de la adhesión de Polonia a la Unión Europea en 2004. Esta cuestión está en el centro del resto del discurso, cuando hablamos de los valores europeos y del futuro de la Unión.

Europa nació mucho antes que la República estadounidense, cuya unidad se forjó también a través de la Guerra de Secesión. Por eso es tan engañoso referirse a esta analogía histórica.

Cualquier sistema político que no respete la soberanía de los demás, la democracia o la voluntad básica de la nación, tarde o temprano conduce a la utopía o a la tiranía.

Fue la Europa cristiana la que alumbró una civilización más respetuosa con la dignidad humana que ninguna otra. Esta civilización merece ser protegida. Sobre todo frente a civilizaciones de corazón duro y cada vez más fuertes, para las que los valores democráticos y liberales carecen de importancia. Queremos construir una Europa fuerte para hacer frente a los retos globales del siglo XXI.

Es el tamaño de la Unión Europea lo que la convierte en una fuerza significativa en el mundo, no su sistema de toma de decisiones, cada vez más incomprensible. Necesitamos una Europa fuerte gracias a sus Estados nación, no una Europa construida sobre sus ruinas. Una Europa así nunca será fuerte, porque el poder político, económico y cultural de Europa deriva de la energía vital que proporcionan los Estados nación.

Las alternativas son una utopía tecnocrática, que algunos en Bruselas parecen contemplar, o un neoimperialismo, que ya ha sido desacreditado por la historia moderna.

La lucha de las naciones europeas por la libertad no terminó en 1989. Nuestra frontera oriental es el mejor testigo de ello.

2. Quisiera referirme ahora a un asunto de vital importancia para Europa: Ucrania.

Discutiré la importancia de la lucha de Ucrania desde la perspectiva de nuestros valores europeos comunes. Además, expondré las conclusiones que debemos extraer de ello.

¿Por qué luchan realmente hoy los ucranianos? ¿Por qué están dispuestos a arriesgar sus vidas? ¿Por qué no se rindieron inmediatamente ante el segundo ejército más poderoso del mundo?

La lucha de los ucranianos por el derecho a la autodeterminación nacional es otra manifestación heroica de la defensa del Estado-nación y de la libertad. Pero para tener la voluntad de luchar, hay que creer realmente en aquello por lo que se lucha.

Hoy, los ucranianos no sólo luchan por su propia libertad. Desde el 24 de febrero de 2022, también luchan a diario por la libertad de toda Europa. Y es también nuestro futuro el que depende del resultado de esta guerra. La derrota de Ucrania sería la derrota de Occidente. De hecho, de todo el mundo libre. Una derrota mayor que la de Vietnam. Tras tal derrota, Rusia volvería a atacar impunemente y el mundo tal y como lo conocemos cambiaría radicalmente. Seguiría una larga serie de peligrosas incursiones en lo desconocido. La derrota del mundo libre probablemente envalentonaría a Putin, igual que el apaciguamiento de los años 1930 envalentonó a Hitler.

Morawiecki describe la lucha ucraniana contra los invasores rusos como una lucha civilizatoria y política, con implicaciones que van más allá de este conflicto: los ucranianos luchan «por nuestra libertad y la vuestra», citando un eslogan polaco («za wolność naszą i waszą») formulado en el siglo XIX durante las insurrecciones antitarsistas, retomado después por los combatientes polacos durante la Segunda Guerra Mundial, y que ha recobrado actualidad desde el 24 de febrero de 2022, sobre todo en los discursos oficiales polacos y ucranianos. 

Más allá del simbolismo, también remite a un imaginario colectivo extendido en las sociedades de Europa Central y Oriental que temen ser sacrificadas por sus aliados occidentales en beneficio de Rusia: es el mito de Yalta como «traición de los aliados», de ahí las múltiples asociaciones en el discurso de Mateusz Morawiecki entre Putin, Hitler y Stalin.

Putin, como Hitler en su momento, también goza de un enorme apoyo público. No es exagerado decir que nos enfrentamos a la amenaza de una tercera guerra mundial. Para evitar este desenlace, debemos dejar de alimentar a la bestia.

La historia se desarrolla ante nuestros ojos.

Cuando nuestros hijos lean sus libros de texto, se preguntarán si hicimos lo suficiente para garantizarles un futuro pacífico. ¿Hemos pensado en ellos y en el bien a largo plazo de nuestros países o sólo en la comodidad a corto plazo y en posponer las decisiones difíciles para más adelante?

¿Hemos aprendido de los errores del pasado o vamos a seguir repitiéndolos?

Ahora, algunas observaciones sobre este punto:

2.1 ¿Por qué Ucrania es un punto de inflexión en la historia europea? 

Hasta el 24 de febrero, había oído que Putin no atacaría Ucrania.

Muchos políticos europeos preferían creerle, esperando que fuera posible continuar el «Wandel durch Handel» con Rusia a expensas de Europa Central.

En este contexto, volvamos a la pregunta: ¿por qué luchan los ucranianos? Si sólo les interesaran los bienes materiales y no estuvieran unidos por su sentido de comunidad, se habrían rendido hace tiempo.

Con esto contaba Putin. Pensaba que los ucranianos elegirían la paz en lugar de la libertad. Pero se equivocó. ¿Cuál fue el error del Kremlin? Putin no es un loco, como muchos de los que han hecho negocios con él durante los últimos 20 años quieren hacer creer. Putin estaba cegado por su propia visión del mundo. No vio que los ucranianos eran una nación.

Y ahora que por fin tienen su propio Estado-nación -aunque esté lejos de ser perfecto- están dispuestos a sacrificar sus vidas por él.

La propaganda rusa afirma que no existe una nación ucraniana separada. Todos conocemos el dicho: «si los hechos no se ajustan a la teoría, cambia los hechos». Por eso Rusia intenta explicar a los ucranianos, por la fuerza, que no tienen derecho a una identidad nacional.

Y, sin embargo, son los nietos de los soldados que hoy arriesgan su vida por una Ucrania libre los que un día dirán con orgullo en la escuela: «¡Mi abuelo luchó cerca de Kherson!», «¡Y el mío repelió el asalto a Kiev!», o «Mi abuelo murió en Mariupol».

Y los soldados de hoy, esos futuros abuelos, saben que también luchan para que sus nietos puedan vivir en un país libre. Recordémoslo: Una nación es una comunidad de vivos, muertos y niños por nacer.

Hoy, Europa es testigo de crímenes cometidos en nombre de una ideología antinacional. Esto es lo que motiva a Putin: la voluntad de eliminar todas las diferencias, destruir todas las identidades nacionales y fusionarlas en el gran imperio ruso.

La propaganda rusa nunca ha dejado de acusar falsamente a los ucranianos de fascismo.

Esto es exactamente lo que dijo Stalin: «Llama fascistas o antisemitas a tus oponentes». Basta con repetir estos epítetos con suficiente frecuencia.

Hay que decirlo claramente: un fascista es alguien que quiere destruir a otras naciones. Es alguien que viola los derechos humanos y pisotea la dignidad humana. El fascista de hoy es Vladimir Putin y todos los cómplices de la agresión rusa. Como europeos, tenemos el deber de oponernos al fascismo ruso. Esa es la identidad europea.

Ahora bien…

2.2 ¿Qué lecciones podemos aprender de la guerra en Ucrania? 

Los ucranianos de hoy nos recuerdan lo que debería ser Europa. Todo europeo tiene derecho a la libertad individual y a la seguridad. Toda nación tiene derecho a tomar decisiones clave sobre el futuro de su territorio.

La democracia puede implantarse a nivel municipal, regional o nacional, allí donde existan vínculos basados en una identidad común. Por lo tanto, una votación en la que 140 millones de rusos voten «a favor» de la incorporación de Ucrania a Rusia y 40 millones de ucranianos voten «en contra» no sería democrática, ¿verdad?

¿Qué otras lecciones podemos aprender de más de un año de guerra en Ucrania? Una cosa tengo clara: la política de «hacer tratos» con Rusia está en bancarrota.

Los que durante décadas quisieron una alianza estratégica con Rusia y hacer que los países europeos dependieran de ella para su energía, cometieron un terrible error. Los que advirtieron contra el imperialismo ruso y dijeron repetidamente que no se podía confiar en Rusia tenían razón.

Quienes durante muchos años financiaron los preparativos bélicos de Rusia, desarmaron a Europa e impusieron una alianza con Rusia a los más débiles, son corresponsables políticos de la guerra en Ucrania; y de los actuales problemas económicos y energéticos a los que se enfrentan cientos de millones de europeos.

Putin se ha comportado como un traficante de drogas que da la primera dosis gratis, sabiendo que el adicto volverá más tarde y aceptará cualquier precio. Putin es astuto, pero no brillante. Si Europa ha sucumbido ante él con tanta facilidad, se debe principalmente a su propia debilidad.

Esta debilidad es la persecución de intereses particulares a expensas de otros países.

Si las naciones individuales de la Unión Europea tratan de dominar a otras, Europa corre el riesgo de volver a caer en los mismos errores del pasado. Y todas las decisiones tomadas para detener al agresor ruso pueden volver a revertirse. Esto sucederá si algunos de los países más grandes deciden que es más rentable para sus élites hacer negocios con el Kremlin, incluso a costa de sangre. Hoy es sangre ucraniana. Mañana puede ser sangre lituana, finlandesa, checa, polaca, pero también alemana o francesa… Debemos evitar que esto ocurra.

Morawiecki desarrolla aquí el núcleo de su argumentación sobre el conflicto en Ucrania, presentando la visión de un líder centroeuropeo para quien la guerra refleja y es consecuencia de la ceguera de los principales líderes europeos ante la Rusia de Putin.

La política anteriormente denunciada de Wandel durch Handel (o «comercio blando»), que se basa en el intercambio económico para provocar cambios políticos en regímenes autoritarios, tiene aquí sus límites. Aunque la dependencia hacia el gas ruso de varias economías europeas también afecta a Polonia y a los países de Europa Central, los gasoductos del Mar Báltico que unen directamente Alemania con Rusia (NordStream) han dado la impresión de un sacrificio de los Estados de Europa Central y Oriental a los intereses económicos alemanes. Las antiguas advertencias de varios líderes políticos de la región, incluidos los del PiS, se han visto trágicamente validadas.

Estas lecciones deberían llevarnos a plantearnos la pregunta fundamental: ¿qué son los valores europeos y qué los amenaza? Me centraré ahora en esta tercera «gran pregunta».

En términos de prosperidad material, vivimos en los mejores tiempos. Pero, ¿ha matado esta prosperidad nuestro espíritu? ¿Nos sigue importando aquello por lo que vivimos? ¿Estaríamos preparados para defender nuestros hogares, a nuestros seres queridos, nuestra nación, en caso de ser atacados?

Esta tensión entre el reino del espíritu y la materia no es nueva. Al fin y al cabo, estamos en la universidad en la que Hegel fue profesor. En literatura, pocas personas han abordado este problema tan bien como el gran Thomas Mann, «la conciencia de Alemania» en la época de los crímenes nazis alemanes. Los héroes de Mann aspiran a un sentido superior de la vida, no sólo a la acumulación de bienes y su consumo.

En las últimas décadas, muchos europeos han llegado a creer que el consumo salpicado de afirmaciones superficiales sobre los «valores europeos» es la última etapa de la historia. Nosotros nos oponemos a este planteamiento. Golpear a los demás con el látigo de los «valores europeos» sin ponerse de acuerdo sobre su definición ni comprender qué cambios deben realizar los Estados de Europa es autodestructivo, en el sentido de Thomas Mann.

En el pasado, el símbolo de Europa era la antigua ágora. Un lugar donde cada ciudadano podía expresarse en pie de igualdad. Hoy, el ágora europea es sustituida con demasiada frecuencia por los despachos de las instituciones de Bruselas, donde las decisiones se toman a puerta cerrada.

Como dijo una vez un político europeo sobre el mecanismo de las instituciones de la UE: «Nosotros decretamos algo… Si no hay protestas porque la mayoría de la gente no entiende lo que se ha aplicado, seguimos paso a paso, hasta el punto de no retorno».

Este es un camino corto para que la UE se convierta en una autocracia burocrática.

Junto a las nuevas circunstancias geopolíticas, también se está decidiendo el destino de la Unión Europea. ¿Será una comunidad democrática o una máquina burocrática y una estructura centralizada?

La política es siempre una cuestión de elección. Pero esta elección debe hacerse en las urnas, no en la intimidad de los despachos de los burócratas. ¿Realmente queremos una élite cosmopolita paneuropea con un inmenso poder pero sin mandato electoral?

El discurso se desvía aquí hacia el debate sobre los «valores europeos», que ha valido a las llamadas democracias «antiliberales» de Polonia y Hungría un procedimiento de infracción contra el Estado de Derecho, desencadenado en virtud del artículo 7 del Tratado de la Unión Europea (TUE). Mateusz Morawiecki denuncia este procedimiento, al tiempo que critica a una élite «cosmopolita» y burocrática, en una línea similar a la de otros discursos euroescépticos. Su argumentación se hace eco de la del filósofo Ryszard Legutko, eurodiputado del PiS, cuyo libro The Demon in Democracy. Totalitarian Temptations in Free Societies (Encounter Books, 2016) ha sido ampliamente difundido en las redes conservadoras internacionales de Europa y Estados Unidos.

Advierto a todos aquellos que quieren crear un superestado gobernado por una pequeña élite. Si ignoramos las diferencias culturales, el resultado será el debilitamiento de Europa y una serie de revueltas, tal vez incluso una nueva Primavera de las Naciones como la de 1848.  

En aquella época, los alemanes hicieron un esfuerzo considerable para construir un Estado unido y moderno. Tuvieron que esperar veinte años para obtener resultados políticos, pero salieron victoriosos. Hoy nos enfrentamos a un dilema similar. Si los dirigentes europeos, al igual que los aristócratas tipo Metternich de la época, prefieren el poder de las élites y la imposición de sus valores desde arriba, acabarán encontrando resistencia. Puede que llegue antes o después, pero es inevitable.

Merece la pena volver a la pregunta básica: ¿qué son los valores europeos?

Y sobre todo: ¿qué es Europa? Su historia no empezó hace unas décadas. Europa tiene más de dos milenios. Europa se nutre de la herencia de los antiguos griegos, de los romanos y del cristianismo. Estas son nuestras raíces, crecemos a partir de ellas, no podemos desprendernos de ellas.

Morawiecki promueve una visión de Europa como civilización, una base cultural común con una historia centenaria. Esto se hace eco de una crítica a la historia oficial europea muy extendida en Europa Central, a la que se reprocha presentar una historia que sobrevalora el legado de la Ilustración y estigmatiza a las naciones, en detrimento del legado de la antigüedad grecorromana y el cristianismo. Véase sobre este tema Platform of European Memory and Conscience, «The House of European History. Report on the Permanent Exhibition», 30 de octubre de 2017.

Una visión similar de Europa como identidad y patrimonio cultural puede encontrarse en la derecha conservadora. Aunque esto no es nuevo, es una concepción de Europa en la que el Gobierno polaco pretende basar su visión de una Europa de las naciones, en contraposición a una Europa federal. Pueden consultarse las reflexiones del historiador belga David Engels, profesor del Instytut Zachodni de Poznan, incluido su «Preámbulo a una Constitución para una Confederación de Naciones Europeas»; así como el libro bajo su dirección: Renovatio Europae. Un alegato a favor de la renovación hesperialista de Europa.

No hay Europa sin catedrales góticas ni edificios universitarios. Europa siempre ha volado en alas de la fe y la razón. Y el modelo universitario de educación creado en Europa se ha extendido por todo el mundo.

Esto sucedió porque la universidad europea era un espacio para el debate y la confrontación de ideas opuestas, el entorno más propicio para el descubrimiento de la verdad.

En Europa no debe haber lugar para la censura ni el adoctrinamiento ideológico. Ya lo hemos experimentado antes, cuando las autoridades comunistas nos decían lo que teníamos que pensar. Los alemanes también lo experimentaron en tiempos de Hitler, cuando se quemaron los libros de autores librepensadores.

Europa debería ser una catedral del bien y una universidad de la verdad.

También aquí hay que señalar que las diversas prohibiciones, las decisiones arbitrarias sobre lo que se puede y no se puede presentar entre los muros de las universidades y la corrección política socavan la eterna misión de la academia, a saber, la búsqueda de la verdad.

También, aquí, encontramos una retórica común en la derecha y la extrema derecha, basada en la denuncia de la «corrección política» y, más recientemente, del «wokismo» como amenazas para la libertad de expresión, equiparadas con los autodafés nazis. Aparte de la burda exageración, hay que señalar que, irónicamente, los gobiernos polaco y húngaro son, precisamente, los que han aplicado políticas que conducen a una reducción de las posibilidades de expresión de los grupos minoritarios (en particular, del LGBT) y han dirigido campañas contra la «ideología de género», sobre todo, en la enseñanza superior. Véase David Paternotte y Mieke Verloo, «De-democratisation and the Politics of Knowledge: Unpacking the Cultural Marxism Narrative», Social Politics: International Studies in Gender, State & Society, vol. 29, no. 3, 2021.

Además, estos discursos tienen ciertas convergencias con los de Vladimir Putin, erigido en héroe «antiwokista» celebrado por una parte de la derecha trumpista estadounidense. El argumento de Morawiecki a favor de los valores europeos «democráticos» y «liberales» encuentra, aquí, sus límites prácticos, ya que la ideología nacional-conservadora de su campo político es la antítesis de los valores europeos definidos en el artículo 2 del TUE: «La Unión se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y de respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a grupos minoritarios. Estos valores se comparten con los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y por la igualdad entre mujeres y hombres».

Así como protegemos nuestro patrimonio material, también, debemos proteger nuestro patrimonio espiritual, que consiste en docenas de tradiciones culturales y lingüísticas diferentes. La fuerza de Europa, a lo largo de los siglos, ha sido su diversidad. Compartimos valores comunes, pero cada nación tiene su propia identidad. 

Gleichschalten, uravnilovka, es un camino que no lleva a ninguna parte.

Alemania y Francia son dos actores centrales en Europa.

En los 75 años transcurridos entre 1870 y 1945, libraron tres guerras y, sólo hasta entonces, se reconciliaron.

Esta reconciliación está dando, ahora, sus frutos en la especial relación política entre Berlín y París. Esta particular sensibilidad mutua hacia las lógicas y preocupaciones de ambas capitales nace de un pasado trágico.

En interés del equilibrio europeo, pero, también, debido a un pasado mucho más trágico, se debe considerar el mismo patrón de sensibilidad mutua hacia la lógica y los intereses de Varsovia. Hoy en día, no sentimos esta sensibilidad hacia Varsovia.

Dos grandes europeos, Charles de Gaulle y Konrad Adenauer, sentaron las bases de esta reconciliación. Ambos querían construir una paz duradera en Europa.

© Uwe Anspach/dpa via AP

Comprendieron que el respeto mutuo y el conocimiento de las raíces de cada uno eran condiciones críticas para la cooperación. El Canciller Adenauer dijo: «Si, ahora, nos alejamos de las fuentes de nuestra civilización europea, nacida del cristianismo, es imposible que no fracasemos en nuestros esfuerzos por reconstruir la unidad de la vida europea. Ésta es la única manera eficaz de mantener la paz». 

El general de Gaulle también estaba muy conciente tanto del gran patrimonio cultural de Europa como de los horrores de la «guerra interna». De Gaulle dijo: «Dante, Goethe, Chateaubriand pertenecen a Europa en la medida en que eran, respectiva y eminentemente, italianos, alemanes y franceses. No habrían sido de tanta utilidad para Europa si hubieran sido apátridas y si hubieran pensado y escrito en una especie de esperanto o volapük».

Nuestra identidad básica es la identidad nacional. Soy europeo porque soy polaco, francés o alemán, no porque reniegue de mi polonidad o germanidad.

El actual intento de Europa de eliminar esta diversidad, de crear un hombre nuevo, desarraigado de su identidad nacional, equivale a cortar las raíces y serrar la rama sobre la que nos sentamos.

Cuidado: podemos caer fácilmente; fuertes culturas y pesadas dictaduras de otras partes del mundo están esperando esto. Les encantaría ver a Europa caer en la insignificancia.

¿Querríamos que todos los europeos olvidaran sus lenguas y que hablaran sólo volapük?  Yo no querría eso.

Algunos intentan negar la contribución de Europa al desarrollo del mundo porque sólo ven los lados oscuros de la historia. De hecho, los países responsables de la explotación, del colonialismo, del imperialismo y de terribles crímenes (como el nazismo alemán y el comunismo ruso, así como los crímenes que se cometieron en las colonias) deben enmendar su propio pasado.

Forma parte de nuestro ADN europeo: la búsqueda de la verdad y la justicia. Sin embargo, la Europa histórica no es sólo una fuente de vergüenza para nosotros. El desarrollo científico y la extraordinaria prosperidad actuales son, podría decirse, fruto de Europa.

El camino que ha de seguir Europa tampoco es la «McDonaldización política». Debe basarse en su propia diversidad. El intento de unificar artificialmente a Europa en nombre de la abolición de las diferencias nacionales y políticas conducirá, en la práctica, al caos y al conflicto entre los europeos.

La cooperación en combinación con la competencia es la mejor manera de que Europa triunfe en el mundo.  

Millones de personas de todo el mundo visitan, cada año, París, Roma, Colonia, Madrid, Cracovia, Londres o Praga. La riqueza de estas bellas ciudades y su poder de atracción reside en que cada una de ellas tiene su identidad.

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No queremos una Europa que dé un ultimátum: arregle voluntariamente su nacionalidad o ejerceremos todo tipo de presiones políticas y económicas para que lo haga.

Polonia ha acogido a millones de refugiados en los últimos meses. Los ucranianos han encontrado refugio entre nosotros. Nuestra forma de entender los valores europeos incluye, sin duda, el apoyo a un vecino necesitado. Sin embargo, sólo hemos recibido una ayuda mínima. En este contexto, vemos diferencias de trato entre países en la misma situación, que es la definición misma de discriminación.

Mientras Polonia está a la vanguardia del suministro de armas a Ucrania y de la acogida de refugiados ucranianos, lo que ha contribuido a limar sus diferencias con la Comisión Europea, la Hungría de Viktor Orban se esfuerza por distanciarse de Putin. El énfasis de Mateusz Morawiecki en la acogida de refugiados ucranianos en Polonia no debe ocultar el hecho de que, unos meses antes del estallido de la guerra en Ucrania, el gobierno polaco destacó por su inhóspita (y poco cristiana, uno estaría tentado de añadir) intransigencia cuando los refugiados de Medio Oriente y África Central se agolpaban en la frontera entre Polonia y Bielorrusia. 

Al prohibirles el acceso a la zona fronteriza a los medios de comunicación y a las ONG (las mismas que, ahora, desempeñan un papel central en la acogida de refugiados ucranianos) y al practicar el método del «push back», el gobierno polaco comete, una vez más, una infracción de los tratados europeos. Ante esta política de refugiados de dos niveles, que distingue entre europeos y no europeos, cristianos y musulmanes, resulta indecente el siguiente pasaje sobre la «discriminación» de la que, supuestamente, es víctima Polonia.

También, se discrimina a Polonia por una incomprensión total de las reformas que debía emprender un país que salía del poscomunismo, por la implicación de las instituciones europeas en los conflictos internos de un Estado miembro bajo el lema de la «defensa del Estado de Derecho».

Me gustaría dejar claro que, en Polonia, entendemos el término «Estado de Derecho» de la misma manera que en Alemania. Y hay muy pocas cosas de las que estoy tan seguro como lo estoy del hecho de que mi campo político defiende el verdadero Estado de Derecho en mucha mayor medida que en los primeros 25 años posteriores a 1989.

Lucha contra la oligarquía, contra el dominio de las corporaciones profesionales cerradas, contra la pobreza y contra la corrupción. Protege a Polonia de estos males. Sin embargo, como éste no es el tema principal de mi argumentación, permítanme detenerme aquí.

Morawiecki justifica, aquí, las notorias reformas del poder judicial y de la judicatura que han llevado a Polonia al borde de un procedimiento de Estado de Derecho.

Podemos recordar brevemente las principales medidas que adoptó el gobierno polaco desde 2015, que son todo menos anecdóticas, ya que socavan la separación de poderes: nombramiento de miembros del Concejo Nacional de la Magistratura (competente para nombrar jueces) bajo el control del Parlamento; jubilación forzosa de jueces del Tribunal Supremo; destitución de más de 150 presidentes y vicepresidentes de tribunales por el ministro de Justicia; creación de una nueva sala disciplinaria para jueces adscritos al Tribunal Supremo, cuyos miembros son elegidos por el Concejo Nacional de la Magistratura; incoación de procedimientos disciplinarios contra jueces que apliquen determinadas disposiciones de la legislación europea o que planteen cuestiones prejudiciales para el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE).

El TJUE ha condenado, en repetidas ocasiones, estas reformas, que siguen utilizándose para trasladar o destituir a jueces. Véase Johannes Vöhler, «The ‘Polish cases’ and the rule of law jurisprudence of the Court of Justice of the European Union», Europe of Rights & Freedoms, marzo de 2022/1, no. 5.

Además, recientes sentencias del Tribunal Constitucional han dictaminado que el Convenio Europeo de Derechos Humanos y el Tratado de la Unión Europea sólo son parcialmente compatibles con la Constitución polaca. Este desafío al principio de primacía del derecho de la UE socava el edificio jurídico sobre el que se asienta la integración europea.

En un sentido más profundo, el conflicto actual es entre soberanía estatal y soberanía institucional, entre el poder democrático del pueblo y la imposición de poder desde arriba por parte de una estrecha élite.

En los dos mil años de existencia de Europa, nadie ha conseguido subordinar políticamente a todo nuestro continente. Hoy, tampoco funcionará.

La visión de una Europa centralizada acabará exactamente donde, hace 30 años, se anunció el concepto de fin de la historia. Cuanto antes nos alejemos de esta visión y aceptemos la democracia como fuente legítima de poder en Europa, mejor será nuestro futuro.

Por cierto, la historia no tiene fin. La historia se acelera y plantea retos de proporciones ilimitadas. 

La oposición entre la soberanía de los Estados y la de las instituciones europeas, entre el voto democrático del pueblo y la élite cosmopolita refleja una concepción minimalista de la democracia, como la que defiende Viktor Orban: una democracia puramente formal en la que sólo cuenta la voluntad de la mayoría expresada a través de las elecciones, sin contrapesos, sin jerarquía de normas y sin libertades fundamentales que puedan oponerse a la voluntad de los gobernantes que, en tal concepción de la democracia, no tienen nada que les impida convertirse en tiranos.

Por desgracia, gran parte de la actual élite europea opera en una realidad alternativa.

Si las élites de la UE persisten en su visión de un superestado centralizado, se encontrarán con la resistencia de más naciones europeas. Cuanto más tercos sean, más feroz será esta rebelión. No quiero polarización, división ni caos, sino una Europa fuerte y competitiva.

4. Paso, ahora, al último gran tema: ¿cómo puede Europa convertirse en un polo importante en la carrera por el liderazgo mundial?

Antes que nada, las políticas de la Unión deben cambiar no en la dirección de una mayor centralización y transferencia de poder a unas pocas instituciones clave y a los países más fuertes, sino hacia un fortalecimiento del equilibrio de poder entre los pueblos del norte, oeste, centro, este y sur de Europa. Deben completar la integración de la UE con los Balcanes Occidentales, Ucrania y Moldavia, de acuerdo con las fronteras geográficas de Europa.

Hay que preguntarse hasta qué punto nos tomamos en serio la construcción de una Unión Europea fuerte e influyente.

Hoy en día, el proeuropeísmo se expresa en nuestra visión de la ampliación, no en el hecho de centrarnos en nosotros mismos ni en la centralización de la UE.

Curiosamente, los países a los que les gusta presentarse como proeuropeos y proponer una integración a gran velocidad son, al mismo tiempo, los más escépticos ante la política de ampliación y juegan al póquer político.

No debemos hablar de los valores que unen a la UE mientras que dividimos a Europa entre quienes merecen formar parte de ella y quienes se quedan sin acceso.

Un mercado común más amplio y la diversidad de nuestros activos económicos nos convertirían en un actor global fuerte.

Con frecuencia, escucho decir que la UE necesita reformas para ampliarse. Muchas veces, se trata de una propuesta camuflada de federalización y, de facto, de una propuesta de centralización.

De hecho, el lema de la «federalización» es una concentración de la toma de decisiones impuesta desde arriba.

Según los autores de esta centralización, denominada «federalización», el proceso de toma de decisiones debe pasar de la unanimidad a la mayoría calificada en una serie de nuevos ámbitos. El argumento a favor de esta solución es que será difícil obtener la unanimidad de más de 30 países.

Es cierto que resulta más difícil obtener una opinión unificada dentro de un grupo más amplio de Estados. Sin embargo, la cuestión es ésta: ¿debemos pensar que las decisiones deben ser tomadas por la mayoría, en contra de los intereses de la minoría?

Mateusz Morawiecki aboga por un reequilibrio geopolítico de la Unión en favor de los Estados de Europa Central y Oriental, justificado por la guerra de Ucrania y la perspectiva (aún muy hipotética) de la adhesión de estos últimos a la Unión. Esta postura va acompañada de un cuestionamiento de los proyectos de federalización («centralización»), tal y como los presentan Scholz y Macron, con la idea de abandonar el voto por unanimidad en determinados ámbitos, para fomentar una concepción opuesta, la de una Unión más intergubernamental, una vez más, en nombre de la soberanía de los Estados nacionales, supuestamente democrática.

Tengo otra propuesta que hacer: abstengámonos de inmiscuirnos en asuntos en los que el interés nacional sigue dividido. Demos un paso atrás para dar dos hacia adelante. Concentrémonos en los ámbitos en los que el Tratado de Roma le ha dado competencias a la Unión y dejemos que el resto se guíe por el principio de subsidiariedad.

Llevamos varias décadas observando el proceso de «desbordamiento» de las competencias de la UE hacia nuevos ámbitos. En muchos Estados miembros, se está evaluando críticamente. Sin embargo, recientemente, se ha acelerado.

La cuestión de hasta qué punto los Estados aún son «dueños del tratado», como dijo una vez el Tribunal Constitucional de Karlsruhe, es todavía más pertinente hoy en día.

Así pues, para que la UE introduzca cambios en su proceso de toma de decisiones que tengan legitimidad democrática y que permitan la confianza mutua, los Estados miembros deben recuperar su plena autoridad sobre los tratados.

No pueden ceder el poder de decisión a los «cuarteles generales de Bruselas» ni a las «coaliciones de poder».

En otras palabras, revisemos los ámbitos bajo la autoridad de Bruselas y, guiados por el principio de subsidiariedad, restablezcamos un mayor equilibrio. Más democracia, más consenso, más equilibrio entre los Estados y las instituciones europeas. Reduzcamos el número de ámbitos de competencia de la UE; entonces, la Unión, incluso con 35 países, será más fácil de navegar y más democrática.

Más centralización significa más errores. Fue un error no escuchar las voces de los países que tenían razón sobre Putin. Es darle poder a gente como Gerhard Schroeder, quien hizo a Europa dependiente de Rusia y puso a todo el continente en riesgo existencial.

Morawiecki se refiere al papel desempeñado por el excanciller alemán Gerhard Schröder, quien, tras su carrera política, asumió la dirección del consorcio encargado de la construcción del gasoducto NordStream y entró en el consejo de administración de la empresa rusa Gazprom.

Un ejemplo: hace apenas unos meses, en junio de 2021, se hablaba de celebrar la reunión del Consejo Europeo con Vladimir Putin, como si, para entonces, no hubiera surgido ninguna acción agresiva por parte de Rusia. ¿Dónde estaríamos sin la oposición de Polonia, de Finlandia y de los Estados bálticos? ¿Y si se rechazara la unanimidad?

En este contexto, la política exterior polaca se determina, en elecciones democráticas, por parte de los ciudadanos polacos, personas para las que un vecino agresivo es un problema real. No son personas que vivan a miles de kilómetros de distancia ni que sólo vean a Rusia a través del prisma de las obras de Pushkin, Tolstoi o de Chaikovski.

Hoy, no basta con hablar de reconstruir Europa. Tenemos que hablar de una nueva visión de Europa para que la paz y la seguridad se conviertan en los cimientos sostenibles del desarrollo en las próximas décadas.

Si los últimos meses pueden considerarse un éxito, es, sin duda, gracias a la cooperación en el ámbito de la seguridad.

La cooperación transatlántica y la OTAN, en particular, han demostrado ser la alianza de defensa más eficaz que existe. Sin la implicación de Estados Unidos ni, quizás, la de Polonia, Ucrania no existiría hoy.

La OTAN, que pronto, se reforzará con la adhesión de Finlandia y Suecia, es esencial para la seguridad de Europa. Debe reforzarse y desarrollarse. Al mismo tiempo, debemos desarrollar nuestras propias capacidades de defensa. Esto es lo que está haciendo Polonia. Estamos construyendo un ejército moderno no sólo para defendernos, sino, también, para ayudar a nuestros aliados. Estamos gastando hasta el 4 % del PIB en defensa, lo que sólo es posible gracias a las reparaciones realizadas en las finanzas públicas tras los enormes agujeros que dejaron nuestros predecesores. Y proponemos que el gasto en defensa no se incluya en el criterio del Tratado de Maastricht de un límite del 3 %.

Europa se ha desarmado; hoy, carece de municiones y de armas básicas para responder ante la invasión rusa, por no hablar de otras amenazas que puedan surgir en otros lugares.

Mi deseo para los países de Europa es que sean tan fuertes militarmente que no necesiten ayuda exterior en caso de un ataque, sino que puedan prestar apoyo militar a otros.

Hoy, no es el caso. Sin la implicación estadounidense, Ucrania ya no existiría y el Kremlin habría pasado a su siguiente víctima.

Durante la «distensión» de los años setenta, se cometieron muchos errores. Esta época terminó con la invasión soviética de Afganistán. Occidente reaccionó correctamente. Esta vez, la agresión rusa de los últimos 20 años no ha causado tanta preocupación. La sobriedad llegó tarde: el 24 de febrero de 2022.

Ahora bien, 4.1, ¿qué más se necesita para reforzar la posición de Europa? 

Todos recordamos el lema de campaña de Clinton: «¡Es la economía, estúpido!».

En aquella época, casi todo el mundo creía que el dinero era un remedio universal.

Incluso en países como Rusia y China, el dinero ayudaría a desarrollar la clase media y a democratizar la vida pública.

Las cosas han cambiado. Hoy, sabemos que la economía debe ir de la mano con los deseos sociales y las necesidades de seguridad.

Muchos de los problemas de la Europa moderna tienen su origen en la frustración de los jóvenes, cuyas perspectivas de futuro no suelen ser tan buenas como las de sus padres. La clase media se erosiona en toda Europa. Un mundo en el que el 1 % más rico acumula más riqueza que el 99 % restante es escandaloso. Y eso es lo que está ocurriendo hoy.

Los paraísos fiscales, mejor llamados «infiernos fiscales», están robándoles a la clase media y a los presupuestos públicos de Alemania, Francia, España y Polonia.

La fuerza de Europa procede, principalmente, de su base más sólida: su robusta clase media. La creencia de que la prosperidad puede ser compartida no sólo por un grupo de ricos, sino por la sociedad en conjunto ha sido la fuerza motriz del desarrollo occidental desde la década de 1950.

Desgraciadamente, esta creencia está desapareciendo y las desigualdades están aumentando. Esta situación es muy peligrosa porque, por un lado, refuerza los movimientos radicales que exigen la destrucción de la estructura económica y política actual. Por otro, desalienta el trabajo y el desarrollo.

Debemos invertir este proceso porque corremos el riesgo de perder la carrera frente a nuestros competidores, civilizaciones curtidas e intransigentes que organizan, de otro modo, las relaciones sociales y económicas.

Nuestra tarea como políticos es garantizar que todo el mundo pueda ganarse la vida honradamente. El mercado laboral europeo debe ofrecer salarios dignos, facilitar la incorporación de los jóvenes a la vida laboral y darles una sensación de estabilidad.

También, debemos crear las mejores condiciones posibles para las familias. Europa tendrá, hasta entonces, un futuro brillante. Las familias que funcionan bien son la base de una vida sana, feliz y estable.

De igual manera, debemos evitar que Europa dependa de otros. La cooperación con China es un gran reto. Es un país enorme con grandes ambiciones. Europa debe, como mínimo, estar en pie de igualdad con China, su socio. Depender de China es un camino que no lleva a ninguna parte. Es un objetivo que Europa debe esforzarse por alcanzar urgentemente. Además de la victoria de Ucrania, representa otro gran reto para los próximos años.

No hay errores que no puedan corregirse, al menos, en parte. Cuando oigo que nuestro gobierno tenía razón sobre Rusia y Ucrania, me siento satisfecho. Sin embargo, cambiaría, con gusto, hasta la mayor satisfacción por la voluntad europea de luchar.

Por una voluntad política aún más firme: seguir apoyando a Ucrania. Y por la voluntad de confiscar 400000 millones de euros de activos rusos. Congelarlos no basta. Rusia debe responder por sus crímenes y por la destrucción material que ha causado. Los brutales agresores deben saber que, tarde o temprano, su país pagará por las pérdidas causadas por la violencia.

Hoy, vuelvo a hacer un llamado a todos los líderes europeos: es hora de confiscar los activos rusos de forma total y permanente. Hay que reconstruir Ucrania y reducir los costos energéticos para los ciudadanos europeos.

Europa es mucho más fuerte que Rusia. No obstante, además de tener potencial, debemos tener la voluntad de utilizarlo. Si dejamos que Rusia gane esta guerra, nos arriesgamos a algo más que a perder Ucrania. Nos arriesgamos a marginar todo nuestro continente.

La conclusión es sencilla. En el mundo, sólo cuentan los países fuertes, eficientes y seguros de sí mismos. Putin atacó Ucrania porque consideraba que los europeos eran débiles y ociosos. Un año después, vemos que se equivocaba, al menos, en parte. 

Europa aún no ha perecido, mientras vivamos, pero aún no ha ganado.

Aquí, se hace referencia al himno nacional polaco: «Jeszcze Polska nie zginęła, kiedy my żyjemy» («Polonia aún no ha perecido, mientras vivamos»).

Señoras y señores, al principio, mencioné que muchos polacos también se graduaron de la Universidad de Heidelberg: médicos, abogados, filósofos. Uno de ellos fue nuestro gran poeta, Adam Asnyk. En la primavera de 1871, en el mismo momento en el que nacía una Alemania unificada, Asnyk también soñaba con revivir una Polonia independiente. Comprendió que las grandes tareas sólo podían llevarse a cabo mediante un trabajo paciente y sistemático, mediante el esfuerzo colectivo. Escribió lo siguiente:

«Desprecia siempre la vana gloria triunfante,

No le aplaudas al opresor violento,

Pero tampoco adores la abundancia de tus derrotas,

Ni te enorgullezcas de ser siempre pequeño».

Europa debe demostrar su fuerza y su valor. Éste es nuestro momento de «ser o no ser». No obstante, a diferencia del Hamlet de Shakespeare, no podemos dudar. En 1844, cuando Alemania aún se parecía a las ruinas del castillo de Heidelberg (impresionantes, pero incompletas), el poeta alemán Ferdinand Freiligrath advirtió lo siguiente: «Deutschland ist Hamlet!». Los alemanes dudan demasiado, en lugar de adoptar una postura clara del lado del bien.

Juan Pablo II fue uno de los principales defensores de la unificación europea. Desempeñó un papel clave en la liberación de las naciones europeas. Y, junto con su gran sucesor alemán, Benedicto XVI, este singular dúo germano-polaco ha sido una voz importante sobre el futuro de Europa: su liderazgo, su cultura y su civilización.

Por último, permítanme resumir los cuatro temas principales de mi intervención. 

1. En primer lugar, no podemos construir nuestro futuro sin aprender de nuestro pasado. La historia demuestra que una política que no respeta la soberanía ni la voluntad de los pueblos se disolverá, tarde o temprano, en la utopía o la dictadura. Europa tiene un futuro brillante si respeta la diversidad de sus naciones.

2. En segundo lugar, el futuro de Europa depende de la lucha de Ucrania por la libertad y de nuestro apoyo para este país. Es nuestro deber apoyar a Ucrania. El espíritu de lucha de los ucranianos debe ser una fuente de inspiración y guiar nuestras acciones.

3. En tercer lugar, una comunidad democrática de naciones, basada en la herencia griega, romana y cristiana, que promueve la paz, la libertad y la solidaridad es el fundamento de los valores europeos. Estos valores han constituido la base de la integración europea y pueden seguir siendo el motor del continente.

Lo que amenaza con socavar estas fuerzas es la centralización: el gobierno del más fuerte y la entrega arbitraria del futuro de Europa a una burocracia despiadada que intenta «resetear los valores». Este «reseteo», es decir, la centralización burocrática bajo el disfraz de «federalización», es el germen de los grandes conflictos y rebeliones sociales que se avecinan.

4.  En cuarto lugar, si Europa quiere ganar la carrera por el liderazgo mundial, debe transformarse. Debe estar dispuesta a aceptar a nuevos países, pero también, ante una comunidad más amplia, a limitar algunas de sus competencias.

Frente a las amenazas exteriores, debe reforzar sus capacidades defensivas. Frente a los retos económicos y sociales, debe construir una prosperidad igualitaria y ordoliberal y luchar contra los infiernos fiscales disfrazados de paraísos fiscales.

Europa debe mantener alianzas sólidas, pero también fomentar su independencia y no convertirse en víctima de chantajes energéticos o económicos.

Europa fue una vez el centro del mundo, respetada en todos los continentes. ¿Nos sigue importando la supervivencia de Europa y de nuestra civilización? Y no sólo si sobreviven, sino de qué forma. ¿Tenemos la voluntad de ser líderes? ¿O, tal vez, ya aceptamos desempeñar un papel secundario? ¿Tenemos el valor de volver a hacer grande a Europa? ¿Para que Europa salga victoriosa?

Yo creo que sí.

Europa tiene un gran potencial. Procede de su historia y su patrimonio, pero, hoy, se extiende a sus muchas cualidades y ventajas. Lo que Europa necesita es determinación y coraje.

Y estoy profundamente convencido de que, si trabajamos duro, en nombre de nuestras respectivas patrias y del continente en su conjunto, Europa ganará.

En conclusión, este discurso es el de un jefe de gobierno polaco cuya posición en el juego político europeo se ve reforzada, temporalmente, por la nueva situación que la guerra de Ucrania provocó.

El estallido de la crisis validó la visión tradicionalmente desconfiada del PiS hacia Rusia. El alegato a favor de un reequilibrio de fuerzas entre los Estados de Europa oculta mal los temores hacia un «acuerdo» entre dirigentes europeos (con Macron al frente) y Putin, que les recordaría a los polacos la «traición de Yalta». Este temor de ver a los países de Europa Central y Oriental relegados a los márgenes y sacrificados en beneficio de las potencias occidentales y rusas debería hacernos cuestionar la naturaleza de la construcción europea. Para liberarnos de una visión geopolítica heredada de la Guerra Fría, deberíamos tomarnos en serio las aspiraciones soberanas de las naciones situadas entre Alemania y Rusia. Éste es el aspecto más relevante, pero, también, el más inquietante, del discurso de Morawiecki. Sin embargo, esto no significa que haya que adherirse a la ideología nacionalista, conservadora, familiarista y nativista del autor, cosa que es evidente en este texto. Es dudoso que el gobierno polaco sea capaz de formar una amplia coalición de Estados europeos en torno a una agenda política de este tipo. Lo cierto es que el actual gobierno polaco se opone firmemente a cualquier avance hacia una Europa más federal y podría aglutinar a la oposición a dicho proceso, lo que refleja, una vez más, cierto temor a quedar relegado a una Europa de varias velocidades.

¡Europa se llevará la victoria!

Gracias por su atención.

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