Hace diez años, dos historiadores franceses, Elisabeth Roudinesco y Guillaume Mazeau, destinaron dos estudios críticos, tan duros como documentados, a la obra de Michel Onfray, particularmente a raíz de sus publicaciones sobre la Revolución Francesa y Sigmund Freud1. Contrarrestando la imagen difundida por los medios de comunicación de un filósofo de izquierdas, interesado tenazmente por una historia crítica de la filosofía que permitiría una nueva emancipación popular a través de la defensa de la libertad, dejaron al descubierto un uso sobredimensionado y superficial de autores por parte de Onfray, una serie de interpretaciones e imaginarios procedentes directamente de la extrema derecha, con inclinaciones reaccionarias y a veces incluso antisemitas. En el marco de la publicación de la revista Front Populaire y la recomposición política que esta pareciera indicar, el Grand Continent ha querido reunirlos alrededor de una extensa conversación para proponer un aggiornamento de su lectura del caso Onfray.
Hace 10 años comenzó una disputa intelectual con Onfray. ¿Qué fue lo que vio en él que le hizo intervenir públicamente?
ELISABETH ROUDINESCO
Ya me había encontrado con Michel Onfray en varias ocasiones, por supuesto. Onfray estaba en la editorial Grasset con Jean-Paul Enthoven como editor, un amigo íntimo de Bernard-Henri Lévy que lo había apoyado en sus comienzos. Hacia 2010, contaba con el apoyo incondicional de Franz-Olivier Giesbert, director de la publicación de Le Point2. Franz-Olivier Giesbert veía en Onfray un nuevo Derrida y pensaba que se trataba del mayor filósofo francés de principios del siglo XXI. Onfray estaba muy establecido en los medios de comunicación de izquierda y los periodistas creían que se encontraban frente a un magnífico libertario de fenomenal erudición. Obviamente, ninguno de ellos, ni siquiera el editor, era capaz de examinar de cerca su método de trabajo. Había una fascinación por este personaje con una sed por todo y que era muy convincente en el arte de enunciar fantasías que hacía pasar por verdades. Cuando se publicó su libro, Freud: El crepúsculo de un ídolo, me esperaba una especie de cajón de sastre de extrema izquierda en el sentido ‘Wilhelm Reich es mejor que Freud’. Un antiguo cliché.
¿Cuál fue su primera impresión al leerlo ?
¡Era una caricatura! Me quedé atónita porque no esperaba que hubiese dos o tres errores graves por página. De tal modo que llegué a preguntarme si había correctores en Grasset. Todos hemos publicado libros, hemos podido cometer errores, pero nos releemos y tenemos correctores que pueden revisar los textos. Para evitar, por ejemplo, que el autor afirme que Freud había dejado embarazada a su cuñada en 1923 cuando ella tenía 58 años. O que sus hermanas habían sido deportadas a Auschwitz y habían conocido a Rudolf Höss. ¿Cómo puede alguien dejar pasar un error de esa índole sobre la deportación y el exterminio de las hermanas de Freud?
¿Era un libro descuidado?
Era un libro loco. Y uno lo veía enseguida. Sin trabajo crítico sobre las fuentes, sin reflexión sobre las biografías anteriores que afirmaba “desacreditar”, sin conocimiento de la correspondencia de Freud, Onfray afirmaba ser un gran conocedor de Freud porque se había tragado a toda velocidad los veinte volúmenes de su obra publicados en las Prensas Universitarias de Francia3 con una traducción de lo más cuestionable. Se pensaba a sí mismo como el mayor lector de Freud, un autor comentado en todo el mundo. En pocas palabras, expresaba una ignorancia mediocre por su carácter autorreferencial. Como buen autodidacta, pensó que bastaba con leer las obras de Freud para convertirse en su mejor biógrafo y transformar la “leyenda dorada” en una “leyenda negra”. Sin embargo, para ese entonces, ese problema del bien y el mal ya había sido superado. Dicho de otro modo, Onfray ya era anticuado y estaba desfasado con los trabajos de la historiografía freudiana. Pero al ser esta última esencialmente anglófona, no la conocía y, por eso, repitió como siempre la misma escena de rebeldía contra el orden establecido, contra lo que denominó las “milicias freudianas”. Se veía enseguida, apenas uno comenzaba a leer, que estaba muy equivocado. Ser historiador es una profesión, un trabajo duro y laborioso. Como todo trabajo, requiere respeto por el conocimiento. Es imposible leer veinte volúmenes de Freud en un verano y pensar en escribir algo revolucionario o incluso relevante sobre Freud. Muy rápidamente vi que no era en absoluto una crítica reichiana de Freud, sino otra cosa.
¿En qué sentido ?
No solo uno encontraba las habituales tesis anti-freudianas que consideran a Freud un manipulador, un mentiroso en serie, casi un criminal. No, las principales fuentes de su lectura venían directamente de la literatura pagana de extrema derecha. Encontré allí, por ejemplo, las palabras de Pierre Debray-Ritzen, el autor de La scolastique freudienne (1972), notorio antisemita, artesano de la Nueva Derecha, o de Jacques Bénesteau, autor de Mensonges freudiens (2002) que me había demandado – sin éxito – por un artículo publicado en Les temps modernes en 2004. Bénesteau había sido apoyado por el Club de l’Horloge4 de Henry de Lesquen y yo había demostrado que su libro expresaba un “antisemitismo enmascarado”. La posición de estos autores es explícita, realmente obvia cuando uno conoce un poco sobre la historiografía freudiana y tiene un poco de sentido crítico. Si Onfray retoma a Debray-Ritzen y transcribe a Bénesteau, que fue apoyado por el Club de l’Horloge y defendido, durante su juicio, por Wallerand de Saint-Just, es porque su posicionamiento político le es perfectamente adecuado.
¿Hasta el antisemitismo ?
Me pregunté si él era consciente o no de que estaba copiando textos antisemitas de la extrema derecha. Uno no transcribe impunemente a Debray-Ritzen si es un poco culto. Uno no transcribe a Bénesteau si sabe un poco de historia. Para mí se volvió evidente que si él estaba transcribiendo y retomando sus tesis, era porque había algo que no cuadraba en su pensamiento. Por supuesto, hoy en día no se puede ser así de antisemita, vivir como en los panfletos del período de entreguerras. Es inconfesable y va contra la ley. En ese sentido, en Onfray encontramos los elementos de un discurso antisemita inconsciente, pero resulta aún más grave cuando uno se llama a sí mismo un erudito. Por ejemplo, rechaza la lucha de clases a favor de la lucha de los orígenes: la tierra contra la ciudad, la bondad del pueblo contra la burguesía, los hijos de las amas de casa (como él dice) contra los hijos de la alta sociedad, la de los banqueros, la de las finanzas, asignados a una identidad de explotador de los pobres, etc. Es una forma de reivindicar la lucha de razas, etnias, con una esencialización de los orígenes que procede de un razonamiento binario y cadenas de silogismos pervertidos: “Si soy hijo de una empleada doméstica, significa entonces que estoy arraigado a la tierra, significa entonces que todos los burgueses parisinos son una élite que hay que combatir, etc.”. Esta es la forma en que la extrema derecha ve el mundo. La tendencia de ese tipo de argumentación es caer muy rápidamente en el imaginario antisemita, que asocia la élite en general a la élite judía que contaría con dinero, poder mediático, poder intelectual y que, en el caso de Freud, estaría obsesionada con el sexo. El dinero, el sexo (lascivia) y el intelecto son los tres grandes significantes del discurso antisemita: solo alcanza con leer La France juive de Edouard Drumont para convencerse de ello.
Encontramos esa tendencia de manera espectacular en las primeras líneas del prefacio de un libro publicado en 2017 por un miembro influyente de la Nueva Derecha5 donde Onfray opone Proudhon proveniente “de una línea de aradores francos” a Karl Marx “proveniente de una línea de rabinos ashkenazis”6
Sí, por supuesto, pero cuando intervengo en 2010 con Guillaume Mazeau, nunca decimos que Onfray es antisemita. Establecemos un hecho: Onfray retoma tal cual la cantinela de la extrema derecha antisemita. Deseamos permanecer en un nivel de erudición para confrontarlo con su incultura, para desenmascarar su ignorancia que lo lleva a tratar a los judíos perseguidos como verdaderos verdugos o a Freud como nazi, antisemita, fascista, repitiendo los mismísimos mecanismos de los negacionistas. Lo más sorprendente es que luego dedicará su tiempo a decir que se lo tilda de antisemita, nazi, fascista, negacionista, etc. Algo que nunca ha sido el caso. Pero esto demuestra que está obsesionado con este tema.
Justamente, Guillaume Mazeau, es sobre la base de sus estudios de la Revolución Francesa y su historiografía, en particular la figura de Charlotte Corday, que ha querido intervenir públicamente para contrastar a Onfray.
GUILLAUME MAZEAU
Sí, estoy de acuerdo con el enfoque de Elizabeth Roudinesco. La erudición y la precisión del conocimiento no son detalles en las disputas entre nosotros y Onfray, y los otros falsificadores. Por mi parte, intervine en un pequeño asunto, Charlotte Corday, porque estaba dentro de mi especialidad, pero también porque me permitía proponer una pregunta infinitamente más amplia: básicamente, se trataba de demostrar con pruebas que Onfray, que se presentaba como un desmitificador, era en realidad un falsificador que, en lugar de emancipar a su público como solía afirmar, lo estaba manipulando. En un libro publicado por la editorial Galilée en 20097, Onfray se disfrazó de historiador, ofreciendo alabanzas a la asesina de Marat, Charlotte Corday. A lo largo de mi tesis, identifiqué a Corday como una de las figuras importantes de la derecha conservadora y monárquica del siglo XIX, y luego de la extrema derecha del siglo XX. Una figura que, hay que recordarlo, asesinó a un periodista y a un miembro del parlamento. Poco importa lo que uno piense de Marat, pero alabar a Charlotte Corday, que supuestamente representa a “todos los que hoy en día oponen la virtud a la corrupción política” (p. 81), expresa una violencia incalificable. Al igual que Elisabeth Roudinesco, también me sorprendió la misma tendencia a la falsificación y mistificación. En su libro, Onfray inventó de la nada citas de Marat, parecía creer seriamente que el canibalismo era una práctica frecuente durante la Revolución… La lista de errores y manipulaciones es interminable. Como historiador de la Revolución Francesa, tenía las herramientas para entender inmediatamente que nada de lo que Onfray escribía provenía de alguna fuente o archivo, sino que se había inspirado en toda la tradición de la contrarrevolución católica y monárquica, especialmente la tradición utilizada por la extrema derecha del siglo XX, incluyendo a Drieu la Rochelle. En realidad, la Charlotte Corday que Onfray alabó solo existió bajo la pluma de hombres cercanos a la derecha fascista. Es este duro labor que implica la profesión de historiador, de cuya erudición habló Elisabeth Roudinesco, el que nos permitió detectar el origen de ese pensamiento y denunciar su carácter profundamente peligroso y reaccionario. Porque en ese proyecto, fundamentado en la destrucción del sistema de pruebas, en la falsificación y el disfraz de las fuentes, son todas las herramientas científicas fruto de las Luces que terminan siendo barridas: se cuestionaban radicalmente todas las herramientas y procesos que nos permiten debatir colectivamente sobre la base de los mismos criterios.
¿Posee el intelectual específico un papel que desempeñar en la era de Donald Trump o Bolsonaro?
Sí, totalmente. En realidad, lo que Michel Onfray estaba haciendo – y que de hecho se entiende mucho mejor con el trumpismo, diez años más tarde – tenía como objetivo destruir la confianza en la naturaleza emancipadora del conocimiento científico, pero también del uso de la razón y la prueba en general. En resumen, herramientas que garantizan la honestidad, el intercambio y la calidad del debate democrático. La defensa de las ciencias sociales y la erudición no puede sostenerse sin que antes haya una interrogación: ¿en qué podemos confiar, en qué nos apoyamos cuando pretendemos “emanciparnos” a través del conocimiento? Cuando escuché sus conferencias y leí sus libros –lo que solía hacer con frecuencia en algún momento –, me di cuenta de que no solo estaba equivocado, sino que estaba engañando a su público. Por supuesto que es útil deconstruir el conocimiento, pero la base principal del contrato que uno hace con su público es no decir cualquier cosa, no engañar a los lectores, y es aquí donde encontramos la cuestión del intelectual específico, defendida por Foucault: uno solo debe hablar de lo que sabe. Onfray forma parte claramente de aquellos que el historiador Gérard Noiriel denomina “todólogos”: falsos eruditos que dicen ser especialistas en todo, pero que, inevitablemente, no lo son en nada. Es desde el campo de la especialización que debemos tratar de luchar contra ese tipo de manipulador. La discordia intelectual y la confrontación de métodos son las únicas maneras correctas de desacreditar ese tipo de ídolo, mucho más eficazmente que adoptando una posición tribunicia. A riesgo, sin embargo, de ser relegado al rango de un erudito quisquilloso y de parecer asumir el hábito de aquellos a los que Onfray ama tanto condenar con una violencia inaudita: esos “funcionarios de investigación (llamados científicos) nombrados por el Estado […] que se pasan la vida mirando fijamente a un cubo de basura, con los ojos fijos en su agujero negro [y se convierten] en los representantes comerciales de una vulgata que les valdrá un sueldo y una pensión”. (“Michel Onfray, la haine des universitaires”, L’Humanité, 12 de junio de 2015)
Sin embargo, es precisamente gracias a su público, en particular de la Universidad Popular de Caen8, que surge en gran medida la autoridad de Onfray. Es “la province” (el interior de Francia), que París trata a veces con remordimiento, a veces con mala fe, lo que le permitió mantenerse a pesar de los repetidos escándalos provocados por su método…
Sí, en la recepción de Onfray, la cuestión local es central. Detrás de la usurpación intelectual de Onfray, un problema político mucho más amplio estaba tomando forma en 2009. Aunque afirmase estar en desacuerdo con el establishment, Onfray ya ocupaba un poder, al que nadie prestaba demasiada atención, porque ejercía ese poder en el interior de Francia, en Normandía, entre Caen y Argentan. Recuerdo la incomprensión de algunos de mis colegas, que me preguntaban si Onfray realmente representaba una apuesta política e intelectual. Más allá de las cuestiones ideológicas – porque a raíz de Freud entendimos inmediatamente que él también tenía intereses ideológicos –, ya en Caen se estaban dibujando las bases de su construcción política. Ya se había convertido en una pieza clave en la región de Baja Normandía. Los representantes elegidos tenían una relación más que ambigua con él. Se había convertido en un escaparate para la ciudad de Caen, pero también para la región, ya que con su presencia en la radio, así como con la afluencia de su Universidad Popular y su Universidad Popular del gusto, atraía a un público considerable. Ese problema político, por desgracia, ha empeorado. Se instala, por lo menos, a escala nacional.
ELISABETH ROUDINESCO
Siempre ha habido en Onfray una intencionalidad de poder, una megalomanía, una hybris: la idea de que a través de su genio, podría refundar seriamente en tiempo récord la historia de la filosofía, la historia del psicoanálisis, la historia de la Revolución Francesa. Afirma haber publicado cien volúmenes antes de los cincuenta años y le gusta dar la imagen del trabajador incansable de Caen: esos son los elementos de su postura mediática. En su negativa al trabajo de fondo, a las fuentes, a la historiografía, hay sobre todo una pereza intelectual disfrazada de ardiente trabajador del boscaje normando. En su incapacidad para dialogar con los investigadores universitarios que podrían atraparlo en el acto de anacronismo o fabricación, hay una admisión de ignorancia e incompetencia. Quiere monologar en medio de adeptos que lo alaban sin cesar. Pero como ya no es el caso hoy en día, insulta a todo el mundo afirmando ser víctima de vastas conspiraciones por parte de los medios de comunicación: Le Monde, Libération, L’OBS, etc. Y es celebrado por la prensa de la más extrema derecha, hasta el día en que esa prensa lo rechazará tildándolo de izquierdista.
¿Podría estudiarse a Onfray en términos del marketing intelectual que definió a los nuevos filósofos según Deleuze? “En última instancia, la multitud de artículos de periódicos, entrevistas, coloquios, programas de radio y televisión deben reemplazar al libro, que bien podría no existir en absoluto…” – en Onfray, es la multitud de libros escritos apresuradamente la que solicita la exposición en los medios y permite una presencia constante que termina oponiéndose asintóticamente a la obra…
Sí, Onfray es la figura del polemista que agrada a los medios. Pero los nuevos filósofos lo rechazan, comenzando por Bernard-Henri Lévy. Sin embargo, a diferencia de Eric Zemmour, Onfray quiso sinceramente posicionarse del lado del conocimiento, lo que paradójicamente lo hace menos serio que Zemmour que, por otra parte, ahora intenta hacerse pasar por un historiador. Onfray, de hecho, afirmaba ser un especialista en todo. Recuerdo que explicó en todas partes que no estudiamos a los presocráticos en la universidad. ¡Eso es obviamente una barbaridad! Pero desafortunadamente hay gente que le cree. Toda su vida, se negó a ser confrontado con el conocimiento universitario. Pero es un problema rechazar a tal punto cualquier diploma, no dialogar con los que trabajan en cierto campo, cuando se quiere encarnar una nueva historiografía, cuando se quiere renovar seriamente las prácticas del conocimiento. Eso demuestra que uno es incapaz de enfrentarse a la alteridad o de ir más allá de los marcos y figuras impuestas. Sin embargo, esa es la gran regla: en todo, debe haber maestros, y los estándares académicos deben ser respetados para poder distanciarse mejor de ellos más tarde, si uno quiere. Desde ese punto de vista, Onfray ha fracasado: ni un solo académico de alto nivel lo invitará, mientras que antes tenía sus entradas gracias al éxito de su universidad popular.
GUILLAUME MAZEAU
Lo que también resulta interesante es notar que Michel Onfray prospera en una ignorancia popular que él mismo fabrica, mientras que afirma, por el contrario, emancipar a los sectores populares del conocimiento instituido. Al derribar todo, al falsear todo, fabrica una ignorancia que llama “contra-historia” y sobre la cual prospera. La confianza que la gente tiene en él es tal que los desorienta por completo. Hay aquí fenómenos de comparación con muchos otros falsificadores de ese tipo, que se han convertido en las eminencias grises de los nuevos nacionalismos de extrema derecha. Estamos aquí frente a un fenómeno global muy preocupante.
Esto desemboca en otro elemento crucial de la composición de la autoridad de Onfray: la referencia al “pueblo” como entidad, a la educación popular…
Por supuesto, el tema de la educación popular es central. Me atrevería a decir que lo que le hizo a la educación popular es sin dudas el problema central del caso Onfray. Yo soy de Caen. Estoy familiarizado con el entorno en el que nació la universidad popular. Ya a principios de la década de 2000, observé que formaba parte de una ruptura con la tradición de la historia de la educación popular, que apunta más bien a una dimensión colectiva, un proyecto de emancipación en las antípodas de la apropiación individual. En la historia de las universidades populares, la expresión “universidad popular de fulano o mengano no tiene ningún sentido: es incluso una absoluta traición. La “Universidad popular de Michel Onfray” no constituye en nada esa herramienta de emancipación que incluso France Culture ha estado publicitando durante años porque beneficiaba a todo el mundo: es un instrumento de poder personal y una marca registrada.
¿Podría aclarar lo que entiende por apropiación individual?
GUILLAUME MAZEAU
Onfray ha personalizado enormemente y, por lo tanto, ha rentabilizado lo que hizo con la transmisión de conocimientos de la Universidad. Onfray tiene una relación muy ambigua con las instituciones universitarias. Por un lado, las martillea o intenta difamarlas oponiendo artificialmente una especie de historia popular, o contra-historia, a una llamada historia oficial que nunca ha existido realmente. Por otra parte, organiza su Universidad Popular en los locales de la Universidad de Caen y, luego, en otros lugares de la cultura institucional normanda. Así como los medios de comunicación, incluidos los medios públicos, son gravemente responsables de la institucionalización de Onfray, también lo son un cierto número de líderes políticos, artísticos y culturales locales, que supuestamente no se enteraban de nada – por sobre, a menudo, arrepentirse –.
ELISABETH ROUDINESCO
A propósito, he experimentado por cierto una anécdota reveladora. En 2005, antes de la controversia sobre su libro sobre Freud, debatí con Onfray en la Fête de l’Humanité9. Fue recibido como un dios por una multitud de fanáticos – a pesar de que ya se reivindicaba en ese entonces antimarxista. Debía haber unas 1.500 personas entre el público. Vi resurgir la vieja figura del Padre Duchesne10 en las filas de la Fête de l’Humanité: que caigan los burgueses, que caiga esto, que caiga aquello – ¡todos estaban espontáneamente a favor de Onfray! –
GUILLAUME MAZEAU
No es una coincidencia encontrarse de nuevo con el Padre Duchesne en la Fête de l’Huma. Basándose en una relectura de la Revolución Francesa, Onfray se presenta, como Mélenchon, como el portavoz de los sectores populares, invocando la figura y el imaginario del Padre Duchesne. Excepto que, cuando Mélenchon lo hace, lo hace en nombre de un proyecto radicalmente diferente, y con una erudición opuesta a la de Onfray. La filiación entre Mélenchon y la tradición sans-culotte no es una farsa: tiene un verdadero sentido político, independientemente de lo que se piense de su proyecto, e incluso si, tal como se expresó en 1793 el periodista Jacques René Hébert a través de la figura popular del padre Duchesne11, hablar en nombre del pueblo siempre oculta su cuota de ambigüedades.
ELISABETH ROUDINESCO
Sí, pero por mi parte, aunque ahora Mélenchon se haya alejado afortunadamente de Onfray, había algo muy preocupante en su acercamiento, aunque efímero… En la Fête de l’Humanité, sea como sea, no nos dimos cuenta de lo que estaba pasando, había una especie de fascinación… Creo que tuve una buena idea para interrumpir ese fanatismo. Onfray criticó la religión, “por lo tanto, Robespierre”. Lo interrumpí y leí un fragmento del discurso de Robespierre sobre la descristianización (7 de mayo de 1794), en el que explica la inconsecuencia de reemplazar a Dios por ídolos. Estaba atónito, obviamente no conocía el texto. Y allí recuerdo muy bien que se detuvo. Frente al público comunista, no todo estaba permitido: decir que Robespierre prefiguraba a Stalin no era atrapante. Había historiadores de la Revolución Francesa en la sala. Estaba desconcertado, la audiencia estaba abrumada por ese magnífico discurso que frustró toda la cadena de oposiciones binarias que intentaba imponer. Dije: “Soy Robespierrista, pero mi visión de la Revolución Francesa está en Hugo, en Dumas, en la epopeya” – él sólo era binario –. Me dijo que si yo era Robespierrista, era totalitaria, por lo tanto maoísta. Había allí una inscripción tan evidente en una ideología que conocemos bien, que no podía durar. Todos tenemos nuestras figuras extraídas de esa narrativa nacional que es la Revolución Francesa. En mi caso, es algo especial, ¡los quiero a todos! Amo a los aristócratas que llegan a ser asesinados el 10 de agosto, amo el lado heroico de ese período tan bien descrito en la novela Noventa y tres de Victor Hugo, en Dumas o Michelet, todo lo cual siempre me ha inspirado mucho.
Pero hay algo que le falta a Onfray: no tiene talento literario, ni imaginación, ni representación épica de la historia. Cuando lee la Biblia o el Corán, no entiende con qué texto está tratando. Más tarde, cuando había elegido el psicoanálisis como enemigo, organizamos un debate en Caen para oír sus argumentos sobre Freud. No vino. Creo que la confrontación con la ignorancia le conviene, pero que no quiere confrontarse al conocimiento. Todavía lo demuestra hoy: Michel Onfray ama al público, pero siempre ha huido de los debates con los verdaderos pensadores y se entiende por qué.
GUILLAUME MAZEAU
Lo que me molestaba, aparte de la contradicción con el hecho de que se presentara como alguien de izquierdas, era el problema más global de la relectura de la Revolución. Luego escribió sobre los Girondinos. Siguió escribiendo sobre Robespierre. Pude ver que él se vinculaba en realidad con una parte de la corriente anti-totalitaria, que, al rechazar el totalitarismo, intentaba destruir todo el marxismo y toda una parte del pensamiento emancipador de la izquierda. Esto, además, es lo que explica su uso del proudhonismo. Toda su relectura de la Revolución Francesa es realizada en función de ese proyecto. Explica, en resumen, que la emancipación no vendría de los Montagnards, ni de los proyectos de la República Democrática y Social del Año II, sino que vendría del campo girondino. El proyecto de los Girondinos lo inscribe de hecho en una tradición conservadora y liberal. Es paradójico: al denunciar un supuesto conservadurismo de la tradición de la República Democrática y Social y al presentar como emancipadora la que provendría de la República girondina, Onfray está ante todo despojando a la izquierda de sus ideas y participando en el gran giro conservador que ha inclinado el centro de gravedad de la vida política de los últimos cuarenta años hacia la derecha más conservadora y hacia la extrema derecha.
¿Considera que el proyecto de la revista Front populaire es parte de ese cambio?
Ese proyecto es más bien un síntoma que Onfray desarrolla. El monstruoso síntoma de la descomposición de las ideas de emancipación provenientes de las izquierdas asociadas al marxismo. Onfray supo ocupar un lugar dejado vacante: el de los pensamientos de emancipación colectiva, y se impuso como portavoz de los sectores populares. A partir de su destrucción del pensamiento de la emancipación, se unió a poderosas categorías del imaginario colectivo contrarrevolucionario. Esta descomposición del campo intelectual es también el terreno para otros análisis, como el de Jonathan Israel12, por ejemplo, que presenta el pensamiento girondino como el único pensamiento emancipador, proveniente de la Ilustración radical, un pensamiento opuesto al legado Montagnard, al que retrata como un “populismo autoritario” de naturaleza pre-totalitaria. El libro de Jonathan Israel ha tenido un éxito para nada despreciable: aunque provenga de una familia intelectual distinta a la de Onfray, da testimonio de la profunda duda e incluso del odio hacia las ideologías de la izquierda radical.
ELISABETH ROUDINESCO
La Revolución Francesa es realmente lo que le hizo descarrilar. Sin embargo, estamos después de 2005, después de la celebración del bicentenario, después de Furet… Mientras la historiografía de la Revolución evolucionaba, todo era binario en la mente de Michel Onfray. Reemplazó la historia en “bloque” de la Revolución por una historia de oposiciones maniqueas: el malo de Robespierre contra el bueno de Danton, el malo de Marat contra la buena de Charlotte Corday. Fue precisamente esa dimensión binaria de su pensamiento la que indicaba, ya en 2010, que algo estaba mal. Ahora es difícil no notarlo. Por eso, por mi parte, soy bastante optimista. Ha cometido demasiados errores: factuales primero, pero también estratégicos, mediáticos, políticos. Su proyecto no se llevará a cabo. Con cierta izquierda – los trotskistas, los comunistas – el cuento nunca fue creído. En cuanto a la derecha, no me preocupa, cuanto más se acerque a la ideología de Le Pen, como lo hace con su revista Front populaire, más persistirá en el ridículo. La derecha republicana lo rechazará eventualmente, al igual que la derecha liberal. Notemos que los conservadores ilustrados y académicos nunca se han dejado engañar por Onfray: Marcel Gauchet, por ejemplo, nunca se ha adherido a ese tipo de deriva.
GUILLAUME MAZEAU
Onfray sigue permitiendo a la derecha republicana pegarle al marxismo también… pero sobre todo, ¡sigue publicando en Le Point!
ELISABETH ROUDINESCO
Cierto, pero Le Point… es decir Franz-Olivier Giesbert reemplazado por sus sucesores. Además, ahora es adorado por Natacha Polony en Marianne, por Valeurs actuelles, por Le Figaro Magazine, Causeur13, por canales de noticias continuos, pero ya no como en 2010. Diría que se ha convertido en un objeto de curiosidad para los periodistas que quieren hacer “retratos críticos” en lugar de hagiografías. En la extrema derecha, prefieren a Zemmour por el momento. Lo que es divertido, además, es que cuando Onfray dialoga muy cordialmente con Zemmour, se considera a sí mismo como un marxista jacobino. Hemos alcanzado las cumbres de la bobada.
GUILLAUME MAZEAU
Debemos insistir en esto, y el libro de Noiriel lo muestra muy bien14. Hay un peso abrumador de los medios de comunicación, no solo privados. El servicio público le ha dado a Onfray una plataforma: France Culture le ha dado casi un monopolio. Lo tuvieron ahí durante mucho tiempo, incluso sabiendo. Eso es lo que decíamos antes. Se nutre de la ignorancia.
¿Realmente Onfray terminará mal? ¿Su revista no logrará congregar?
ELISABETH ROUDINESCO
La única pregunta es por qué Henri Peña Ruiz se unió a él. Ese es quizás el punto más complicado del reparto de esta revista: Front populaire.
GUILLAUME MAZEAU
Las recientes posturas de Peña Ruiz15 respecto al secularismo, esbozan las conexiones con el ateísmo que Onfray defiende. Se trata de defender, en nombre del universalismo, un laicismo intransigente que excluye a las minorías e inferioriza la diferencia religiosa.
ELISABETH ROUDINESCO
Pero Peña Ruiz sabe estudiar textos, es una sorpresa. Espero que no haya muchos Peña Ruiz en su revista. El problema con Front Populaire es que realmente no veo un relevo. Cuando me invitó a la Universidad Popular en 2009, me llamó la atención la edad media de su público: una mayoría abrumadora de jubilados y notables provincianos atraídos por el ajetreo. Ese público ya no está ahí. ¿Hay una juventud para Onfray como la hubo para Foucault, Deleuze o Sartre, Derrida? No lo creo, en absoluto. Los jóvenes están en la calle por el antirracismo, son ecologistas.
GUILLAUME MAZEAU
No soy tan optimista como Elizabeth Roudinesco. Las razones por las que intervenimos hace unos diez años cuando se estaba generando una especie de fenómeno popular no han mejorado mucho. Onfray se nutre de la desconfianza hacia una parte de los que construye como intelectuales, élites políticas, etc… A pesar de todo, esa desconfianza se basa en realidades sociales, democráticas… No creo que esa realidad haya mejorado mucho con la constitucionalización del estado de emergencia, el conservadurismo galopante. Creo que mientras estemos en esa situación política y él siga, a pesar de todo, proponiendo algunas buenas preguntas, y otros no lleguen a comprenderlas política e intelectualmente, seguirá existiendo un peligro extremadamente fuerte y siempre fracasaremos al responder sobre nuestra situación porque estamos entre sus objetivos, estamos entre las personas que se equivocan de cualquier forma porque son lo que son y representan lo que representan. Mientras no haya un cambio político profundo, mientras esa desconfianza siga existiendo, nosotros, intelectuales, representamos a esas instituciones con cuya destrucción prospera. Mientras no cambiemos nuestra forma de hacer las cosas, de transmitir nuestro conocimiento, podemos escribir artículos en Le Monde (algo que debemos seguir haciendo deconstruyendo ese discurso, interviniendo en los medios de comunicación y desempeñando nuestro papel público), pero seguirá siendo difícil hacerlo. Por eso llamo en mi práctica de la historia a salir a la calle y a compartir el conocimiento de una manera diferente porque, de lo contrario, las creencias que él difunde triunfarán, en detrimento de la razón.
ELISABETH ROUDINESCO
Soy menos pesimista que usted. Las batallas intelectuales siempre han sido muy difíciles y largas. Un polemista con notoriedad es adorado por un tiempo y luego rechazado. Acuérdese, Guillaume, cuando vinimos a Caen dije: “llevará 10 años”. Diez años es mucho, pero es el tiempo que lleva. Porque cuando uno le saca la alfombra de debajo de los pies a un ídolo que está tan en la mira de los medios, genera un profundo malestar. A uno se lo odia porque se le quita algo a la gente que está en la idolatría. Conocí bien a Franz-Olivier Giesbert, se ha vuelto insoportable. Cuando intervenimos, Onfray era idolatrado y tenía una base popular de izquierdas que ya era muy mayor. Cuando uno saca la alfombra, se le quita algo visceral a la gente. Realmente lo viví. Vi a la gente llorar: “Me ha quitado a Onfray, estaba escuchando los cursos de la Universidad Popular en France Culture, me parecía genial, me aportaba algo”. No se pueden imaginar cuánta gente he conocido para la que Onfray encarnaba el conocimiento, la fuerza. Por cierto, hay que admitir que hay algo poderoso en él. Una retórica, gestos corporales, una presencia.
¿En qué sentido entonces?
Onfray es un falsificador en el sentido de que escribe falsedades, pero no en el sentido de que está convencido de que tiene razón y que puede convencer a la gente: pero el pueblo no está presente al fin y al cabo. La dimensión del falsificador es inconfundible, pero también hay una verdadera mitomanía. Durante mucho tiempo, ha creído en las falsedades que afirma. Y al mismo tiempo, cuando es descubierto, se pone en la posición del perseguido desarrollando todo un discurso conspirativo: el mundo entero está contra él. El ejemplo de Drumont es interesante y paradigmático: en un momento dado, Drumont se vuelve loco tal como le había sucedido a su padre, y era algo de lo que temía. Terminó su vida en la miseria cuando judíos genios difundieron la idea de que él mismo era judío por sus supuestos orígenes, que habría ocultado, y por su “físico” que era efectivamente una caricatura de los rasgos judíos inventados por los antisemitas. La genialidad fue la venganza del humor judío contra la estupidez y el odio.
¿Ve una intensificación de la deriva?
La amenaza de la deriva recae en todos los polemistas perturbados y fanáticos . Pero la pregunta para Onfray es cuándo el público lo abandonará. Ahora, con su revista Front Populaire, podrá beneficiar de retratos por parte de grandes periodistas. Será escudriñado, no se le hará la vida fácil porque ya no es amado. Ahora sabemos que mintió sobre sí mismo. Ahora va a empezar a ser un párroco. Primero quitamos la alfombra, luego toma un tiempo para que los medios que lo idolatraban se sientan despreciados. La reacción será fuerte. Los periodistas saldrán a investigar para ver si la leyenda que construyó es cierta. Ese es el lado temible de los medios de comunicación. Construyen ídolos, pero cuando decepcionan, los derriban. Onfray ha sido mucho más que un intelectual de los medios, ha sido un adicto a los medios. Es la maldición de Drumont. Drumont, no terminó bien. Zemmour, también terminará mal, no sé cómo. Y para Onfray, la caída acaba de comenzar.
Notas al pie
- Los estudios han sido recopilados en un libro: Élisabeth Roudinesco (dir.), Pierre Delion, Christian Godin, Roland Gori, Franck Lelièvre, Guillaume Mazeau, Mais pourquoi tant de haine ?, París, Seuil, 2010.
- Le Point (fundado en 1972) es uno de los cinco semanarios de noticias de ámbito nacional en Francia. Desde 1997, es propiedad de François Pinault, a través de su holding Artemis. Su orientación política es de centro-derecha.
- Presse Universitaire de France, editorial de libros universitarios fundada en 1921.
- El Club de l’Horloge (fundado en 1974) fue inicialmente un grupo escindido del Groupement de recherche et d’études pour la civilisation européenne (GRECE), una de las principales organizaciones de la Nueva Derecha, un movimiento político surgido en los años 60 en la extrema derecha y caracterizado por su nacionalismo europeo, neopaganismo y rechazo al cristianismo, el marxismo y el liberalismo. El Club de l’Horloge se alejó gradualmente de estas posiciones para convertirse en un grupo de reflexión de extrema derecha, reivindicando su liberalismo nacional al mismo tiempo que asumía algunas de las teorías racistas de la Nueva Derecha. Desde 1985, la dirige Henry de Lesquen, una figura de la extrema derecha tradicionalista y racista.
- Thibault Isabel, Pierre-Joseph Proudhon, l’anarchie sans le désordre, Paris, Autrement, 2017.
- En el prefacio titulado “Proudhon oui, et vite… Contre le ciel des idées matérialistes” leemos las siguientes líneas: “Marx procedía de una línea de rabinos asquenazíes; Proudhon, de una línea de aradores francos. Marx era el hijo de un abogado; Proudhon, el hijo franco-comunista de un tonelero y un trabajador agrícola. Marx estudió en la universidad hasta el doctorado, que dedicó a la Diferencia de la Filosofía de la Naturaleza en Demócrito y Epicuro; Proudhon fue ganadero desde los siete años. Marx es un judío cuyo padre se convirtió al protestantismo para poder ejercer la abogacía; Proudhon está bautizado como católico. Marx aprende sobre la vida en las bibliotecas, donde lee a Hegel, Feuerbach, Stirner, Bruno Bauer y los grandes textos de la filosofía idealista alemana; Proudhon la descubre en el campo, donde cuida la única vaca de sus padres. Marx era un heredero, en el sentido de Bourdieu, y sus estudios universitarios fueron financiados por su familia; Proudhon era un becario, y tuvo que dejar sus estudios para convertirse en tipógrafo, y luego en corrector de pruebas desde los diecinueve años, antes de que, a causa de la bancarrota de su jefe, se fuera por los caminos de Francia…”.
- Michel Onfray, La Religion du poignard. Éloge de Charlotte Corday, Galilée
- En 2002, Michel Onfray fundó esta asociación, llamada Université Populaire, que ofrece cursos gratuitos a todo el mundo, sin requisitos de ingresos ni de titulación. Las conferencias se imparten en muchos lugares entre París y Caen y, hasta 2018, una parte de los cursos se transmitía por la prestigiosa cadena de radio France Culture. Esta Universidad Popular ha sido uno de los principales difusores de las tesis y la popularidad de Michel Onfray.
- La Fête de l’Humanité, Fiesta de la Humanidad, es un evento que organiza cada año el periódico L’Humanité durante el segundo fin de semana de septiembre. Fue creada en 1930 por Marcel Cachin, director de L’Humanité, y su primera edición tuvo lugar el 7 de septiembre de 1930 en Bezons. Al principio era una fiesta política en la que el Partido Comunista Francés y las organizaciones políticas que invitaba estaban fuertemente representados.
- Nacido en las ferias del siglo XVIII, el Père Duchesne (padre Duchesne) era un personaje típico que representaba al hombre del pueblo siempre atento a denunciar los abusos y las injusticias.
- Jacques-René Hébert fue un periodista y revolucionario francés. Fundador en 1790 del periódico Le Père Duchesne, miembro del Club des Cordeliers y de los Jacobinos, se convirtió en el representante del ala más radical de la Revolución Francesa, llamada por sus adversarios los Hébertistas
- Jonathan Israel, Idées révolutionnaires, Alma, 2019.
- Marianne es una revista soberanista de izquierdas, las otras son revistas situadas a la derecha del arco político.
- Gérard Noiriel, Le venin dans la plume. Édouard Drumont, Eric Zemmour et la part sombre de la République, Paris, Éditions La Découverte, septembre 2019.
- Henri Peña Ruiz es profesor de filosofía y, durante mucho tiempo, fue militante del Partido de la Izquierda, antes de apoyar a France Insoumise en 2017. Su tesis doctoral versó sobre la filosofía de la laicidad. En 2019, su posición sobre el derecho a criticar las religiones provocó una polémica dentro de France Insoumise.