Construir un nuevo paradigma europeo. El discurso completo de Emmanuel Macron en la Sorbona
«Debemos ser lúcidos sobre el hecho de que nuestra Europa, hoy, es mortal. Puede morir. Puede morir, y eso depende únicamente de nuestras decisiones.»
Publicamos la versión íntegra del discurso del Presidente de la República Francesa, en todas las lenguas de la revista.
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- El Grand Continent •
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- Emmanuel Macron en la Sorbona el 25 de abril. © Jeanne Accorsini/SIPA
Siete años después de su discurso de 2017, Emmanuel Macron volvió al Gran Anfiteatro de la Sorbona para pronunciar un largo discurso. Con más de 100.000 signos confiados al Grand Continent y algo menos de hora y cincuenta minutos de intervención, esta toma de posición es la expresión más completa de las opiniones del presidente francés sobre las cuestiones europeas. «Aquí mismo, en la Sorbona, Ernest Renan se preguntaba qué era una nación. Y ha llegado el momento de que Europa se pregunte en qué quiere convertirse.»
Señor Primer Ministro, Señora Presidenta de la Asamblea Nacional, Señoras y Señores Ministros, Señoras Primeras Ministras, Señor Comisario Europeo, Señoras y Señores Diputados, Señoras y Señores Diputados Europeos, Señor Fiscal General, Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, Señor Prefecto de Región, Señora Alcaldesa, Señor Rector, Señoras y Señores Embajadores,
Señoras y Señores,
Siete años después del discurso de la Sorbona, he querido venir aquí, a este mismo lugar, para renovar el hilo de nuestros logros y hablar de nuestro futuro. Nuestro futuro europeo, pero por definición el futuro de Francia. Son inseparables.
Aquí mismo, en septiembre de 2017, dije que nuestra Europa demasiado a menudo ya no quería, ya no proponía, por cansancio o conformismo. Y el espíritu europeo se dejaba en manos de quienes lo atacaban.
Proponíamos construir una Europa más unida, más soberana, más democrática.
Más unida para tener peso frente a las otras potencias y las transiciones del siglo.
Más soberana para que su destino, sus valores y su modo de vida no le sean impuestos por otros.
Más democrática, porque Europa es la cuna de la democracia liberal, donde los pueblos deciden por sí mismos.
En aquel momento me fijé un plazo de siete años. Y aquí estamos. No lo hemos conseguido todo, y tenemos que ser lúcidos, sobre todo cuando quise hacer nuestra Europa más democrática. Hay que decir que los progresos en este ámbito han sido limitados, a veces por la reticencia a cambiar los tratados, a cambiar nuestras reglas, a cambiar nuestra organización colectiva, y aunque ha habido algunas innovaciones en este ámbito, una gran convención y debates, no hemos ido suficientemente lejos. Pero ha habido algunos éxitos, sobre todo en términos de unidad y soberanía, algo que no podía darse por sentado.
Europa ha atravesado crisis también inéditas durante este periodo.
El Brexit, por supuesto, una deflagración cuyos efectos deletéreos hemos visto desde entonces y que ha hecho, como he visto, que hoy nadie se atreva a proponer salir ni de Europa ni del euro.
La pandemia mundial, el regreso repentino de la muerte a nuestras vidas. La guerra en Ucrania, el regreso de lo trágico a la vida cotidiana y un riesgo existencial en nuestro continente.
Pero a pesar de todo ello, y con el telón de fondo de la aceleración de las transiciones medioambiental y tecnológica de los últimos años, que están cambiando profundamente las cartas de nuestra forma de vivir y de producir, nuestra Europa ha decidido, ha avanzado. Y este concepto de soberanía, que hace siete años podía parecer muy francés, se ha ido convirtiendo poco a poco en europeo. Y a pesar de esta combinación de crisis sin precedentes, pocas veces Europa ha progresado tanto, fruto de nuestro trabajo colectivo. Y esto se ha logrado gracias a una serie de pasos —que considero históricos— que hemos dado en los últimos años.
En primer lugar, la elección de la unidad financiera para salir de la pandemia. Me gustaría recordarlo porque, obviamente, no se dijo nada sobre este tema antes de que llegara la pandemia, pero cuando nosotros, los franceses, propusimos una capacidad de endeudamiento común, se nos dijo: «gran idea francesa, maravillosa, pero nunca sucederá». Pues bien, en primer lugar, fuimos capaces de reunir un acuerdo franco-alemán pocas semanas después de que estallara la pandemia. Luego lo llevamos a Europa para recaudar 800.000 millones de euros.
Este paso hacia el endeudamiento conjunto fue lo que el entonces Ministro de Finanzas Scholz, que más tarde sería Canciller, llamó con razón un momento «hamiltoniano». Pero fue una opción por una Europa unida, cuyas consecuencias directas hemos visto en todas partes, en nuestros departamentos, en nuestros municipios. Gracias a lo que hemos hecho como europeos, hemos podido poner en marcha proyectos de recuperación y apoyar a nuestras empresas, y las PYME de todo nuestro país han podido recoger los frutos.
La segunda opción decisiva fue la de la unidad estratégica en cuestiones que hasta entonces habían sido responsabilidad exclusiva de las naciones.
La salud. El Comisario Breton está aquí, lo recuerda, él dirigió con la Presidenta de la Comisión y su colega encargada de la Salud una política que no existía, que no estaba prevista en los textos: producir vacunas en Europa, asegurar su suministro y distribuirlas por toda Europa —lo hicimos—.
Y si Francia pudo vacunar desde principios de 2021, es gracias a este reflejo europeo y a esta capacidad de construir una política que no existía en nuestros textos. No producíamos la vacuna en nuestro propio suelo. Los franceses deberíamos tener la humildad de reconocerlo. Es gracias a Europa y a este arrebato que pudimos avanzar.
Lo mismo ocurre con la energía: ¿quién iba a pensar que podríamos deshacernos tan rápidamente de nuestra dependencia a los hidrocarburos rusos, comprar juntos y reformar nuestro mercado eléctrico?
Y en defensa: ¿quién habría apostado por la unidad europea desde el primer día de la agresión rusa en Ucrania y por el apoyo militar masivo de la Unión Europea?
Lo hicimos.
El tercer paso decisivo de los últimos años es que hemos empezado a sentar las bases de una mayor soberanía tecnológica e industrial. Ninguna otra región del mundo que Europa habría aceptado tanto como nosotros depender de otros para productos vitales y componentes esenciales. En 2018, lanzamos una iniciativa con Alemania para apoyar nuestra industria de baterías, que posteriormente se amplió al hidrógeno, la electrónica y la sanidad.
También hemos puesto en marcha grandes proyectos con Alemania, como el tanque del futuro y el sistema de combate aéreo del futuro. Y con nuestros amigos holandeses, en submarinos, también iniciativas estructurantes.
Pero desde el momento de la pandemia, y sobre todo desde las primeras semanas después de la agresión rusa contra Ucrania, en la cumbre de Versalles construimos una verdadera estrategia de autonomía.
Sí, esta autonomía estratégica de la que hablábamos entonces, asumiendo este concepto como europeos, es esta opción de poner fin a nuestra dependencia estratégica en sectores clave, desde los semiconductores hasta las materias primas críticas. Se adoptaron textos europeos, se adoptó una política de inversión, de seguridad y de deslocalización. Esto no tenía precedentes en nuestra historia contemporánea. En los últimos siete años, Europa ha empezado a salir de su ingenuidad, por así decirlo, tecnológica e industrial. También ha empezado a corregir su política comercial, aunque en este tema —y volveré sobre ello— estamos, en mi opinión, sólo a mitad de camino.
El cuarto paso decisivo que hemos dado en los últimos años es que hemos tomado la decisión fundamental y, creo, única, de pensar, preparar y planificar los grandes retos de Europa. Hemos oído muchas críticas, en particular al Green Deal. Pido disculpas por este anglicismo en este lugar. Pero Europa es el único espacio político del mundo que ha planificado sus transiciones. Y al adoptar directivas sobre tecnología digital, que nos permiten regular tanto el contenido como el mercado, y al adoptar un texto que nos permite sentar las bases de nuestra transición energética y, en cierto modo, construir la coherencia de nuestra política en Europa en relación con nuestros compromisos internacionales, hemos hecho una elección transparente.
Ahora sólo nos queda dar la flexibilidad necesaria para aplicarla en cada país y, sobre todo, la política de inversiones que la acompaña. Pero hemos puesto en marcha un plan europeo para estas transiciones, mientras que en el resto del mundo, las grandes potencias han asumido compromisos pero no han empezado a explicar cómo van a cumplirlos. Estos son los cimientos que necesitamos ver como hitos estables. Y volveré más adelante sobre la cuestión de cómo vincularlos para que sean compatibles con una política de crecimiento, pleno empleo y desarrollo industrial.
El quinto paso decisivo dado el año pasado es que Europa ha empezado a reafirmar claramente la existencia de sus fronteras. Europa es una idea generosa, fundada sobre la libre circulación de personas y mercancías. A veces se había olvidado de responsabilizarse y proteger sus fronteras exteriores, no como fortalezas estancas, sino como límites entre un dentro y un fuera. No puede haber soberanía sin fronteras. Y así, a pesar de las divisiones que habían bloqueado nuestros avances en este ámbito durante casi diez años, hemos elaborado, en particular durante la Presidencia francesa, un primer acuerdo sobre asilo y migración que acaba de adoptarse, y quiero dar las gracias a todos los que lo han hecho posible. Este acuerdo permite, por primera vez, mejorar el control de nuestras fronteras, introduciendo procedimientos sistemáticos obligatorios de registro y control en nuestras fronteras exteriores, identificar a los que pueden optar a la protección internacional y a los que tendrán que regresar a su país de origen, y mejorar las cooperaciones dentro de Europa. Este es un logro esencial de los últimos años.
El sexto avance es que hemos empezado a replantearnos nuestra geografía dentro de los límites de nuestra vecindad. Europa se piensa ahora a sí misma como un todo coherente tras la agresión rusa, afirmando que Ucrania y Moldavia forman parte de nuestra familia europea y están destinadas a incorporarse a la Unión cuando llegue el momento, al igual que los Balcanes Occidentales. Como dije el año pasado en Bratislava, nos corresponde a nosotros garantizar su firme anclaje en Europa, apoyar las reformas necesarias desde ahora para prepararles a este camino, que sólo podrá existir si integran el acervo comunitario, y reformar paralelamente nuestra Unión, que sólo podrá ampliarse si se reforma a fondo y se simplifica.
Por primera vez, hemos pensado también nuestros vínculos con todos a escala continental, con la Comunidad Política Europea. Esta iniciativa, que propusimos en mayo de 2022, permite precisamente superar el marco de los 27 y pensar nuestra Europa desde nuestros amigos británicos hasta Noruega y los Balcanes Occidentales, y empezar a construir cooperaciones concretas a escala continental, en una malla que es geográficamente significativa.
Desde 2017, todo esto ha sido posible gracias al compromiso y la acción de muchas personas presentes hoy en esta sala. Quisiera rendir homenaje al trabajo de los sucesivos ministros, de los departamentos gubernamentales y de todos los equipos que han hecho posible el éxito de la Presidencia francesa de la Unión en el primer semestre de 2022, pero también quisiera dar las gracias a todos mis colegas europeos que han apoyado esta ambición. A nuestros diputados al Parlamento Europeo que votaron a favor y al duro trabajo de la Comisión durante los últimos años. Se trata de un esfuerzo colectivo que acabo de esbozar aquí, pero que ha hecho que este concepto de soberanía, que parecía extraño, haya ido calando poco a poco y que, sí, Europa haya estado a la altura de estos retos en los últimos siete años. Y lo hemos hecho con un método sin duda diferente, que no ha sido sólo el de Bruselas, si se me permite la expresión.
Durante mi primer mandato he querido visitar todas las capitales europeas, todas sin excepción. Y también hemos establecido vínculos especiales, reforzando nuestros lazos con Alemania a través del Tratado de Aquisgrán, con Italia a través del Tratado del Quirinal, con España a través del Tratado de Barcelona y mañana con Polonia, también a través de un nuevo tratado. Desplegando una política entre iguales, volviendo a comprometernos con nuestros socios de Europa Central y Oriental, permitiéndonos también entablar un nuevo diálogo y pasar del formato de Weimar al de MED9, intentando que esta geografía, si se me permite decirlo, múltiple, que crea simpatías y afinidades particulares dentro de esta Europa, pero que de un paso a otro le permite avanzar.
Sí, hemos hecho mucho en los últimos años. Entonces, sin esta acción, sin este avance hacia la soberanía y la unidad europeas, habríamos sido sin duda superados por la Historia. Además, si hubiéramos reaccionado como en el momento de la crisis financiera, la situación habría sido dramática. Afrontamos la crisis financiera divididos y con poca soberanía. Por eso tardamos, me atrevería a decir, cuatro o cinco años en resolverla, cuando en Estados Unidos, donde se originó, se resolvió en menos de un año. Hemos reaccionado con rapidez y unidad a las crisis que hemos vivido, lo que significa que hoy podemos estar juntos y estar aquí.
Pero, ¿es eso suficiente? ¿Puedo venir con un discurso de satisfecit diciendo: «Ya está, lo hemos hecho todo bien, estupendo, Europa es fuerte. Sigamos adelante»? Debemos ser lo suficientemente clarividentes y honestos para reconocer que la batalla aún no está ganada, ni mucho menos, y que al mirar hacia la próxima década, porque ese es el horizonte que debemos aprovechar, existe un enorme riesgo de que nos debilitemos o incluso quedemos relegados. Porque nos encontramos en un momento sin precedentes de agitación en el mundo, de aceleración de grandes transformaciones.
Mi mensaje de hoy es sencillo. Paul Valéry decía al final de la Primera Guerra Mundial que ahora sabíamos que nuestras civilizaciones eran mortales. Debemos ser lúcidos sobre el hecho de que nuestra Europa actual es mortal. Puede morir. Puede morir, y eso depende únicamente de nuestras decisiones. Pero estas decisiones deben tomarse ahora.
Porque la cuestión de la paz y la guerra en nuestro continente, y de nuestra capacidad para garantizar o no nuestra seguridad, se decide hoy. Porque las grandes transformaciones, las de la transición digital, las de la inteligencia artificial y las del medio ambiente y la descarbonización, se juegan ahora, y la reasignación de los factores de producción se juega ahora. Y la cuestión de si Europa será o no una potencia de innovación, investigación y producción se juega ahora. Porque el ataque a las democracias liberales, a nuestros valores, a –lo digo en este lugar del conocimiento– lo que constituye la base misma de la civilización europea, una cierta relación con la libertad, la justicia y el conocimiento, se está produciendo ahora o no.
Sí, estamos en un punto de inflexión, y nuestra Europa es mortal. Simplemente depende de nosotros. Y esto se basa en algunas observaciones muy sencillas para subrayar la gravedad de lo que digo.
En primer lugar, no estamos armados para afrontar el riesgo al que nos enfrentamos. A pesar de todo lo que hemos hecho y que acabo de mencionar, nos enfrentamos a un reto crucial en términos de ritmo y modelo. Hemos empezado a despertar. La propia Francia ha duplicado su presupuesto de defensa. Estamos en vías de hacerlo con esta segunda ley de programación militar. Pero a escala continental, este despertar sigue siendo demasiado lento, demasiado débil frente al rearme generalizado del mundo y su aceleración.
La tensión sino-estadounidense ha provocado un aumento del gasto armamentístico, de la innovación tecnológica y de la expansión de las capacidades militares. Ahora tenemos potencias regionales desinhibidas que también están demostrando sus capacidades. Rusia e Irán, por citar sólo dos. Europa se encuentra en una situación de cerco, empujada por muchas de estas potencias en sus fronteras y a veces dentro de ella. Sí, hoy seguimos siendo demasiado lentos, poco ambiciosos ante la realidad de este movimiento, y en un contexto, hay que mirarlo, sean cuales sean los plazos por venir.
Los Estados Unidos de América tienen dos prioridades. Los Estados Unidos de América en primer lugar, y eso es legítimo, y luego la cuestión china. Y la cuestión europea no es una prioridad geopolítica para los próximos años y décadas, sea cual sea la fuerza de nuestra alianza y la suerte de tener una administración muy comprometida con el conflicto ucraniano. Así que sí, la época en que Europa compraba su energía y sus fertilizantes a Rusia, tenía su producción en China y delegaba su seguridad en Estados Unidos ha terminado.
Hemos iniciado cambios profundos. Pero no estamos en la misma escala porque las reglas del juego han cambiado. Y porque el hecho mismo de que la guerra haya vuelto a suelo europeo, pero que la libre una potencia con armas nucleares, lo cambia todo. Porque el mero hecho de que Irán esté a punto de adquirir armas nucleares lo cambia todo. Ese es el primer cambio en las reglas.
El segundo es que, en términos económicos, nuestro modelo, tal como está concebido hoy, ya no es sostenible, porque queremos legítimamente tenerlo todo, pero ya no encaja. Claro que queremos prestaciones sociales, y tenemos el modelo social y solidario más generoso del mundo. Esto es una fortaleza. Queremos el clima, con energía descarbonizada, como decía, pero somos la única zona geográfica que ha adoptado las reglas para lograrlo. Los demás no avanzan al mismo ritmo.
Queremos un comercio que nos beneficie, pero con varios otros que están empezando a cambiar las reglas del juego, que están subvencionando en exceso, desde China a Estados Unidos de América. No podemos tener de forma sostenible las normas medioambientales y sociales más exigentes, invertir menos que nuestros competidores, tener una política comercial más ingenua que ellos y pensar que seguiremos creando empleo. Eso ya no funciona.
Así que el riesgo es que Europa se quede atrás. Ya estamos empezando a verlo, a pesar de todos nuestros esfuerzos. El producto interior bruto per cápita de Estados Unidos aumentó casi un 60% entre 1993 y 2022. El de Europa ha crecido menos del 30%. Esto fue incluso antes de que Estados Unidos aprobara la Ley de Reducción de la Inflación, una política masiva para atraer a nuestras industrias y subvencionar todas las industrias y tecnologías verdes. Así que el reto al que nos enfrentamos hoy es avanzar mucho más rápido y revisar nuestro modelo de crecimiento. Porque aquí también han cambiado las reglas del juego, y lo han hecho de forma sencilla. Las dos principales potencias internacionales han decidido dejar de respetar las reglas del comercio. Lo digo en términos muy sencillos, pero esa es la realidad desde la Ley de Reducción de la Inflación. Durante los últimos veinte años, todos hemos estado diciendo colectivamente: vamos a integrar a China en la OMC y nuestro objetivo es que, básicamente, la segunda potencia comercial y económica siga nuestras reglas. Era como si la mayor economía del mundo hubiera decidido de repente que iba a hacer lo mismo. Y eso es lo que ha ocurrido. Así que ya no podemos cumplir nuestros objetivos. El riesgo es, obviamente, nuestro empobrecimiento. El empobrecimiento es dramático para un continente como el nuestro, que además tiene el modelo social más exigente y que más se lleva de la riqueza que produce.
La tercera constatación, que subraya la importancia del momento que vivimos, es la batalla cultural, la de los imaginarios, de los relatos, de los valores, que es cada vez más delicada. Durante mucho tiempo pensamos que nuestro modelo era irresistible, que la democracia se extendía, que los derechos humanos progresaban, que el soft power europeo triunfaba. Así que la democracia sigue siendo atractiva para mucha gente en todo el mundo. Pero veamos las cosas con lucidez.
Nuestra democracia liberal es cada vez más criticada, con argumentos falsos, con una especie de inversión de valores, porque dejamos que ocurran cosas, porque somos vulnerables. En todas partes, en nuestra Europa, nuestros valores y nuestra cultura están amenazados, amenazados porque se cuestionan los fundamentos en la creencia de que los enfoques autoritarios serían de algún modo más eficaces o atractivos, amenazados también porque nuestros sueños y nuestras narrativas son cada vez menos europeos. En todas partes, el contenido al que están expuestos nuestros niños y adolescentes es cada vez más estadounidense o asiático, parte de la irrupción digital que está ocupando nuestras vidas y a la que volveré dentro de un momento.
Por lo tanto, sí, nuestra Europa ve cada vez más cuestionada su capacidad de atracción por su modelo político, con, en mi opinión, muchas malas razones y falsos argumentos. Sobre todo, es mucho menos poderosa en su capacidad de producir grandes narrativas. Hay grandes narrativas que hacen soñar al planeta, y éste consume cada vez más las narrativas producidas en otros lugares. Esto significa que no podemos construir el futuro. Y son estas tres observaciones —esta observación geopolítica y de seguridad, esta observación económica y esta observación cultural e intelectual— las que nos llevan a decir hoy que, básicamente, la cuestión de nuestra soberanía, en términos de su propio contenido, es aún más importante hoy que ayer.
Pero, ¿qué significa ser soberano en este vuelco del mundo? ¿Qué significa ser soberano cuando les digo que Europa podría morir? Significa que tenemos que responder a estos tres desafíos del tiempo, a esta aceleración de la historia, a su dramatización.
Así que la solución reside en nuestra capacidad —porque las reglas del juego han cambiado en cada uno de estos puntos— de tomar decisiones estratégicas masivas, de asumir cambios de paradigma y, básicamente, de responder con poder, prosperidad y humanismo. Y es sobre estos tres puntos sobre los que me gustaría volver hoy. Creo que es a través del poder, la prosperidad y el humanismo como podemos dar sustancia, por así decirlo, a esta soberanía europea y permitir que Europa sea un continente que no desaparezca, un proyecto político que se mantenga en este mundo y en este momento en que está más amenazado que nunca.
I. La Europa potencia
La Europa potencia es simple, es una Europa que se hace respetar y que garantiza su propia seguridad. Es una Europa que acepta que tiene fronteras y las protege. Es una Europa que ve los riesgos a los que se enfrenta y se prepara para ellos. Para lograrlo, tenemos que salir de una especie de minoría estratégica. ¿Por qué? Porque, implícitamente, así es como nos veíamos a nosotros mismos. Al final de la Segunda Guerra Mundial, muchos países europeos habían acordado —y a menudo se les impuso— delegar su seguridad en otros porque no queríamos que se rearmaran demasiado deprisa. Y, como decía antes, habíamos delegado todo lo que es estratégico en nuestro mundo: nuestra energía a Rusia, nuestra seguridad a varios de nuestros socios: no Francia, pero sí varios a Estados Unidos, y perspectivas igualmente críticas a China. Debemos recuperarlos. En eso consiste la autonomía estratégica.
A. Cambiar de escala sobre la defensa
Y en primer lugar, cambiando de escala en términos de defensa. La principal amenaza para la seguridad europea en la actualidad es, obviamente, la guerra en Ucrania. La condición sine qua non para nuestra seguridad es que Rusia no gane la guerra de agresión que está librando contra Ucrania. Esto es esencial. Por eso hicimos bien, desde el principio, en sancionar a Rusia, en ayudar a los ucranianos y en seguir haciéndolo, en tener la suerte de contar con los estadounidenses para ello y en aumentar constantemente nuestra ayuda y nuestro apoyo.
Sencillamente, acepto plenamente la decisión que tomé en París el 26 de febrero de reintroducir la ambigüedad estratégica. ¿Por qué? Nos enfrentamos a una potencia que ha perdido sus inhibiciones, que ha atacado a un país europeo, pero que ya no está implicada en una operación especial y ya no quiere decirnos cuáles son sus límites. ¿Por qué tenemos que decir cada mañana cuáles son nuestros límites estratégicos?
Si decimos que Ucrania es un requisito previo para nuestra seguridad, entonces lo que está en juego en Ucrania no es sólo la soberanía y la integridad territorial de este país clave, sino la seguridad de los europeos. ¿Tenemos algún límite? No. Y por eso debemos ser creíbles, disuadir, estar presentes y continuar el esfuerzo.
Pero esta guerra, en la que está implicada una potencia nuclear que utiliza las armas nucleares en su retórica, no es sin duda más que la primera cara de las tensiones geopolíticas con las que Europa debe aprender a vivir. Por eso estamos viviendo un cambio muy profundo en materia de seguridad. Los acontecimientos más recientes han demostrado la importancia de las defensas antimisiles y de las capacidades de ataque profundo, esenciales para la alerta estratégica y la gestión de la escalada frente a adversarios desinhibidos.
Por eso lo que tenemos que conseguir, y éste es el nuevo paradigma en materia de defensa, es una defensa creíble del continente europeo. Así que, obviamente, el pilar europeo dentro de la OTAN que estamos en proceso de construir, y del que hemos convencido a todos nuestros socios de sus méritos en los últimos años, resulta esencial. Pero tenemos que dar contenido a esta defensa creíble de Europa, que es la condición misma para reconstruir un marco de seguridad común.
Europa debe saber defender lo que aprecia, con sus aliados, siempre que estén dispuestos a hacerlo junto a nosotros, y solos si es necesario. ¿Significa esto que necesitamos un escudo antimisiles? Tal vez. ¿Significa aumentar nuestras capacidades de defensa, y cuáles? Seguramente. ¿Es suficiente para hacer frente a los misiles rusos? Tenemos que trabajar en ello. Pero cuando tenemos un vecino que se ha vuelto agresivo, que ya no explica sus límites, sino que dispone de capacidades balísticas, en las que ha innovado mucho en los últimos años, cuyos alcances y tecnología se han transformado, que dispone de armas nucleares y ha aumentado sus capacidades, está claro que necesitamos construir este concepto estratégico de una defensa europea creíble para nosotros.
Por ello, en los próximos meses, invitaré a todos mis socios a construir esta iniciativa de defensa europea, que debe ser ante todo un concepto estratégico del que se derivarán después las capacidades pertinentes: antimisiles, de tiro profundo y todas las demás capacidades útiles. Francia desempeñará plenamente el papel que le corresponde. Disponemos de un modelo de ejército completo, cuyo objetivo es ser el ejército más eficaz del continente, y también disponemos del arma nuclear, y por tanto de la capacidad de disuasión que las acompaña. La disuasión nuclear está en el centro de la estrategia de defensa de Francia. Es, por tanto, un elemento esencial de la defensa del continente europeo. Gracias a esta defensa creíble podremos construir las garantías de seguridad que esperan todos nuestros socios, en toda Europa, y que servirán también para construir el marco de seguridad común, garantía de seguridad para todos. Y es este marco de seguridad el que nos permitirá también, el día después, construir relaciones de vecindad con Rusia.
Más allá de eso, y de este cambio de paradigma fundamental para nuestra Europa, necesitamos crear una verdadera intimidad estratégica entre los ejércitos europeos. Esto significa lanzar una segunda fase de la Iniciativa Europea de Intervención. Lo propuse en 2017. Fue un verdadero éxito. Se han adherido 13 Estados miembros. Hemos sido capaces de construir una cooperación pragmática y operativa. Lo hicimos en el Sahel con el Grupo Operativo Takuba. También fue el marco que nos permitió construir una operación europea sin precedentes, Aspides, en el Mar Rojo. La capacidad de dirigir coaliciones conjuntamente requiere una cultura común. Esto significa desarrollar estrategias regionales europeas de seguridad y defensa en el Mediterráneo, África, el Indo-Pacífico y el Ártico, para unificar nuestras visiones y distribuir mejor nuestras fuerzas entre los europeos, así como crear una Academia Militar Europea para formar a los futuros líderes militares y civiles europeos en cuestiones de seguridad y defensa.
También debemos seguir adelante con la aplicación de la Brújula Estratégica, que concluimos bajo la Presidencia francesa del Consejo de la Unión Europea, y en particular crear una fuerza de reacción rápida para poder desplegar rápidamente hasta 5.000 militares en entornos hostiles de aquí a 2025, en particular para acudir en ayuda de nuestros nacionales. Para ello, también tenemos que invertir en nuevas áreas de conflicto. Allí donde lo vemos, en la guerra híbrida que Rusia lleva a cabo contra nosotros, ya se está librando parte de la guerra actual, en la que se protegen nuestras infraestructuras, ya sean de transporte, hospitales, redes eléctricas o telecomunicaciones. Por eso quiero que desarrollemos una capacidad europea de ciberseguridad y ciberdefensa. Y mientras todos estamos en el proceso de crear estas capacidades para nuestros propios ejércitos, esta es una oportunidad sin precedentes para construir inmediatamente la cooperación europea y actuar como europeos frente a estos riesgos. Como ven, asumir nuestras responsabilidades significa decidir por nosotros mismos y dirigir nuestra acción de defensa europea. Construir juntos un nuevo paradigma, más intimidad e iniciativas concretas.
Para lograrlo, ya disponemos de marcos y asociaciones sin precedentes. Los británicos son aliados naturales y profundos, y los tratados que nos unen, entre ellos el de Lancaster House, sientan bases sólidas. Tenemos que construir sobre ellos. Fortalecerlos. Porque el Brexit no ha afectado a esta relación. ¿Quizás deberíamos incluso ampliarlos a otros socios? La Comunidad Política Europea es sin duda el lugar adecuado para construir este nuevo paradigma de seguridad, esta intimidad adicional y construir este marco común de seguridad y defensa.
Por último, por supuesto, no puede haber defensa sin industria de defensa. En este ámbito, tenemos que transformar la urgencia de nuestro apoyo a Ucrania en un esfuerzo a largo plazo. Esto es lo que llamamos la economía de guerra que tanto estamos impulsando con el Ministro. Nos queda un largo camino por recorrer, porque, admitámoslo, llevamos décadas de escasa inversión en nuestra propia producción. Básicamente, los dividendos de la paz han significado que los europeos han producido e invertido demasiado poco, lo que también ha creado un nivel muy alto de dependencia de la industria no europea. Así que tenemos que producir más rápido, tenemos que producir más, y tenemos que producir más en Europa. Por eso acepto que necesitamos una preferencia europea en la compra de equipos militares.
Fíjense en el Fondo Europeo de Apoyo a la Paz que creamos al principio de la guerra: tres cuartas partes se utilizaron para comprar material no europeo. Había un criterio de urgencia. No sabíamos cómo producirlo todo en Europa. Pero también había reflejos bien establecidos. Siempre es mejor comprar, a menudo estadounidense, a veces coreano, pero ¿cómo podemos construir nuestra soberanía, nuestra autonomía a largo plazo, si no asumimos también la responsabilidad de desarrollar una industria de defensa europea?
Así que, sí, debemos conseguir construir una preferencia europea, conseguir construir programas industriales europeos, asumir un mayor apoyo del Banco Europeo de Inversiones y asumir financiación adicional, incluida la más innovadora, como la idea de un préstamo europeo propuesta por la Primera Ministra Kaja Kallas.
En efecto, el objetivo de una estrategia industrial europea de defensa es producir más, más rápido, en Europa. Así que para nosotros, que tenemos una industria de defensa fuerte, es una oportunidad extraordinaria, porque también podemos, si sabemos organizarnos, elevar nuestro nivel. Es lo que hemos hecho en los últimos años con el Rafale. Y desde Croacia hasta Grecia, ¿quién pensaba hace siete años que el Rafale se convertiría en una de las soluciones para la defensa aérea europea? Se está convirtiendo en una. Pero también nos va a empujar a desarrollar normas comunes como europeos, porque uno de los problemas que tenemos como europeos es que seguimos demasiado divididos en lo que se refiere a la industria de defensa.
Nuestra fragmentación es una debilidad.
Lo experimentamos de forma cruel y concreta durante la guerra, cuando a veces descubrimos nosotros mismos, como europeos, que nuestros cañones no eran del mismo calibre, que nuestros misiles no coincidían con los de los demás, y que esto reducía de hecho nuestra capacidad de actuar juntos en el mismo teatro de operaciones. Entonces, sí, este esfuerzo pasa también por la normalización, por la construcción de grandes campeones y, por tanto, por la consolidación europea, por la organización de una verdadera política industrial de defensa. Es una necesidad y debemos aceptarla.
Como se habrán dado cuenta, tenemos que pasar, no sólo a una nueva etapa, sino construir un auténtico nuevo paradigma de defensa, desde el concepto estratégico hasta una mayor intimidad, pasando por el nuevo marco común y las nuevas capacidades. Pero esta Europa potencia de defensa depende evidentemente de la diplomacia que la acompaña.
La diplomacia es responsabilidad de cada Estado miembro, es nuestra responsabilidad. Pero podemos multiplicarla y basarla en una mayor coherencia europea. Por eso creo que en los próximos años debemos seguir complementando este enfoque y este despertar de la seguridad y la defensa. En otras palabras, tenemos que construir una Europa que pueda demostrar que nunca es vasalla de los Estados Unidos de América y que también sabe hablar con todas las regiones del mundo, los países emergentes, África y América Latina. No simplemente mediante acuerdos comerciales, sino mediante verdaderas estrategias de asociación equilibrada y recíproca.
Esto es lo que hemos querido construir en la Cumbre Unión Europea-África del primer semestre de 2022, hasta la estrategia europea Indo-Pacífico. Queremos mostrar que somos una potencia equilibrada que habla al resto del mundo y rechaza la confrontación bipolar en la que se instalan demasiados continentes. Tener una estrategia ártica, una estrategia indopacífica, una estrategia latinoamericana y una estrategia con el continente africano es mostrar que Europa no es sólo una pieza de Occidente, sino un continente-mundo que piensa su universalidad y los grandes equilibrios del planeta, que rechaza la confrontación entre placas y quiere construir estas asociaciones equilibradas.
Esto es absolutamente esencial, y debemos seguir por este camino, que nos permite tener una voz única en cuestiones de educación, salud, clima y lucha contra la pobreza, como hemos hecho con el Pacto por los pueblos y el planeta. Y demostrar que nunca tenemos un doble rasero y que también aquí tenemos nuestra autonomía.
B. Una Europa que controla sus fronteras
La Europa potencia es también una Europa que controla sus fronteras. Como decía, la adopción del Pacto de Asilo y Migración fue un gran paso adelante. Pero lo repito en un momento en que, como todos sabemos, la cuestión de las fronteras y de la inmigración sacude legítimamente a todas nuestras sociedades y a nuestro país. Es aún más importante para Francia, porque Francia es un país —perdónenme por utilizar este término, que puede parecer técnico— pero de movimientos secundarios, como se suele decir. Es decir, la inmigración no llega directamente a Francia, sino que entra en el continente europeo, y en el espacio Schengen en particular, a través de otras fronteras.
Así que Francia, a veces más que otros, necesita una política europea eficaz y una buena cooperación, porque la inmigración empieza en las fronteras europeas y no sólo en las francesas. Somos un país al que llegan hombres y mujeres que huyen de la miseria, que a veces son víctimas de redes de traficantes, que a veces buscan asilo legítimo cuando son luchadores por la libertad, pero que siempre llegan, ya sea a través de España, Italia, los Balcanes o Grecia, a suelo europeo y luego se dirigen a nuestro país. Y entonces, sí, aquí, más que en ningún otro sitio, necesitamos una cooperación europea más fuerte. Por eso, tras este Pacto de Asilo e Inmigración, ahora tenemos que aplicarlo, porque nos ofrece nuevos instrumentos que antes no teníamos. Registro, seguimiento y condiciones más eficaces de retorno al país de primera entrada. Esto ya es un avance inédito. Pero tenemos que tomar medidas más firmes en materia de devoluciones y readmisiones para todos los hombres y mujeres que llegan a nuestro suelo y que no están destinados a quedarse, que no cumplen los requisitos para obtener asilo. Esto requiere una verdadera política europea y una verdadera coordinación. Esto requerirá una mayor cooperación con los países de origen y de tránsito, unas condicionalidades más claras y una lucha sin cuartel contra el modelo económico utilizado por los contrabandistas y traficantes de seres humanos.
Es a 27, y en particular en el marco de Schengen, donde debemos cooperar y construir estas políticas. No quiero una política de ingenuidad, y no podemos limitarnos a constatar hoy la ineficacia de nuestras políticas de retorno porque están demasiado divididas. Pero tampoco creo en el modelo que se nos propone hoy, que consistiría en encontrar terceros países en el continente africano o en otros lugares, donde la idea sería escoltar de vuelta a las personas que han llegado ilegalmente a nuestras costas y que no proceden de esos mismos países. Estamos creando una geopolítica del cinismo que traiciona nuestros valores y que construirá nuevas dependencias, y que resultará totalmente ineficaz.
La clave es simplemente condicionar nuestros visados y preferencias comerciales con los países de origen y tránsito, y hacer que estos países rindan cuentas de sus políticas migratorias. Si lo hacemos juntos, será un planteamiento eficaz.
Hoy, sin embargo, estamos demasiado divididos. El retorno de los inmigrantes irregulares a sus países de origen debe ser uno de los ejes de nuestra política de visados y de nuestras preferencias comerciales condicionadas. También debemos forjar nuevas asociaciones operativas para luchar contra el tráfico ilícito de migrantes y la trata de seres humanos, y movilizar a Frontex, que pronto contará con 10.000 guardias fronterizos y costeros, para apoyar el retorno de los migrantes y seguir aumentando la capacidad de esta estructura. Creemos en ello. Siempre lo he defendido. Sigo creyendo en ella, aunque quienes la han servido a veces empiecen a dudar de ella.
Como ven, para proteger a sus ciudadanos, Europa debe luchar también contra las amenazas y las redes que ignoran las fronteras y los Estados. Y esto también es una cuestión de coherencia europea, más allá de la inmigración. El terrorismo, la delincuencia organizada, el tráfico de drogas, el odio y la delincuencia en línea son ámbitos en los que debemos intensificar la acción europea. Por eso, en primer lugar, quiero que el Consejo de Schengen se convierta en un verdadero Consejo de Seguridad Interior de la Unión.
Nuestras fronteras son un bien común. Para el euro, un bien común que hemos creado, hemos sido capaces de construir una forma política decidida de manera intergubernamental y creíble: el Consejo ECOFIN. Nuestras fronteras son un bien común. Necesitamos construir una estructura política que permita a todos los países que la comparten tomar decisiones juntos —sobre inmigración, lucha contra el crimen organizado, el terrorismo, el narcotráfico o la ciberdelincuencia—. Cambiemos la gobernanza para hacerla mucho más eficaz. También debemos, en el marco del Sistema de Información de Schengen, ir mucho más allá en el intercambio de información, para evitar la salida de combatientes terroristas, los retornos de zonas de conflicto, evitar la radicalización, y también tener una política real de retirada de contenidos terroristas, pero sobre todo de retirada de contenidos de odio, racistas y antisemitas. Y es como europeos que podremos obtener esto de las plataformas que, hoy por hoy, no mantienen sus compromisos sobre este tema, ni en términos de moderación ni en términos de contención. Y es como europeos, en el marco de dicho Consejo, como podremos tener una política eficaz contra la delincuencia organizada y la droga. Se trata de una verdadera plaga que hoy afecta, en particular, a los países más expuestos, porque tienen puertos y puntos de entrada importantes, o a veces porque algunos de ellos pensaban que las políticas más liberales impedirían la criminalización, lo que es todo lo contrario. También en este caso necesitamos un enfoque europeo de la cuestión.
Como ven, esta Europa del poder pasa tanto por la defensa como por la protección de nuestras fronteras, y supone un profundo cambio de paradigma en el sentido de que los europeos, si queremos resistir a este cambio de reglas, a esta escalada de violencia, a esta desinhibición de capacidades en nuestro continente y fuera de él, tenemos que adaptarnos en términos de conceptos estratégicos y de recursos, y tenemos que recuperar el pleno control de nuestras fronteras y asumirlo.
II. Una Europa de progreso y prosperidad
El segundo elemento clave de la respuesta es la prosperidad. Sí, si queremos ser soberanos en el momento de estas profundas transformaciones que he mencionado, tenemos que construir un nuevo modelo de crecimiento y producción. Esto es esencial, porque no puede haber poder sin una base económica sólida. De lo contrario, declaramos el poder, pero muy rápidamente es financiado por otros. No puede haber transición ecológica sin un modelo económico sólido. Y no puede haber modelo social, que es uno de los puntos fuertes de Europa, si no producimos el dinero que luego queremos redistribuir. Y durante mucho tiempo Europa fue la principal baza de nuestro crecimiento, en un modelo ordoliberal de competencia y libre comercio, y en una época en la que, básicamente, las reglas eran muy diferentes, las materias primas no parecían limitadas, no había geopolítica de las materias primas, se ignoraba el cambio climático, el comercio era libre y todo el mundo respetaba las reglas. Ese era el mundo en el que vivíamos hasta hace poco. En pocos años, todo ha cambiado. Las materias primas son limitadas, los materiales críticos y la energía. Y en cuanto a los combustibles fósiles, no los producimos en nuestro suelo, dependemos de ellos, a diferencia de Estados Unidos de América y muchos otros países. Para los materiales críticos, los necesitamos, y China ha empezado a comerciar con ellos y a asegurarse mucha capacidad. Como decía, las reglas del comercio están cambiando. Volvemos al estado de naturaleza.
Pero tenemos objetivos claros: queremos producir más riqueza para mejorar nuestro nivel de vida y crear empleo para todos; queremos garantizar el poder adquisitivo de los europeos —es la preocupación de todos nuestros compatriotas; es muy concreta; es el objetivo de nuestra política europea; queremos descarbonizar nuestras economías y hacer frente a los retos de la biodiversidad y el clima; queremos asegurar nuestra soberanía y, por tanto, controlar nuestras cadenas de producción estratégicas; y queremos mantener una economía abierta para seguir siendo la gran potencia comercial que somos—.
Nuestros objetivos son claros, pero no estamos ahí y no podemos alcanzarlos con nuestras reglas actuales. No estamos ahí. No estamos ahí porque no estamos a la altura de cómo está cambiando el mundo. No estamos ahí porque regulamos demasiado, invertimos demasiado poco y somos demasiado abiertos y no defendemos nuestros intereses lo suficiente. Esa es la realidad.
Así que también aquí tenemos que construir un nuevo paradigma de crecimiento y prosperidad si queremos alcanzar los cinco objetivos que acabo de mencionar. Porque si lo hacemos con las reglas de la política de competencia, la política comercial, la política monetaria y la política presupuestaria que tenemos hoy, no lo conseguiremos. Y se hará con un simple ajuste, que es que perderemos producción.
¿Y por qué tengo también aquí un sentimiento de urgencia? En primer lugar, porque veo el desfase entre Europa y Estados Unidos en los últimos 30 años, pero también porque la reasignación de los factores de producción se está produciendo ahora. Porque la cuestión de dónde estarán las tecnologías verdes, la cuestión de dónde estarán la inteligencia artificial y las capacidades informáticas, se va a decidir en los próximos cinco o diez años, y probablemente incluso más en los próximos cinco que en los próximos diez años. Así que es hora de hacer historia. Y por eso es ahora cuando debemos poner fin a la sobrerregulación, aumentar la inversión, cambiar nuestras reglas y proteger mejor nuestros intereses. Ese es el objetivo. Ese es el nuevo modelo.
Y es este pacto de prosperidad el que tenemos que construir, y se basa en unos pocos elementos muy simples.
A. Producir más y de forma más ecológica
En primer lugar, tenemos que producir más y de forma más ecológica, y la producción con bajas emisiones de carbono es una oportunidad para reindustrializar y mantener nuestras industrias en Europa. Lo hemos visto en los últimos años: del hidrógeno a los semiconductores, pasando por las baterías eléctricas, Francia ha recreado su capacidad industrial gracias a la transición. Así que tenemos que dejar de oponer la descarbonización al crecimiento. Si sabemos cómo hacerlo, y si implica nuevos sectores de inversión, funciona, y ese es el modelo que defendemos.
Estamos en el buen camino para convertirnos en campeones de las baterías. Alcanzaremos el objetivo de que en 2030 el 100% de nuestras necesidades de baterías estén cubiertas por baterías europeas. Y también nos pondremos al día en semiconductores, con el objetivo de duplicar la cuota de mercado europea de aquí a 2030. Y como decía, los resultados en términos de empleo, de Dunkerque a Fos, en términos de formación, de regiones atractivas e innovadoras, y de reducción de nuestra dependencia están a la vista. Así que es Europa la que permite y apoya la reindustrialización verde, y eso es lo que nos permitirá recuperar nuestras capacidades, convertirnos en el primer continente con cero contaminación por plástico, y ser un continente en el corazón de la descarbonización y la electrificación.
B. Simplificación: el fin de la Europa complicada
La segunda condición es la simplificación.
Desde que Jacques Delors creó el mercado interior —hace 30 años— no hemos dejado de profundizar en él mediante una integración cada vez mayor. Y eso es de sentido común, y el mercado único trata de la simplificación; trata de pasar de 27 sistemas de reglas a uno solo. En su informe, Enrico Letta acaba de proponer que prosigamos esta modernización y esta labor en beneficio de nuestros compatriotas y nuestras empresas. Soy partidario de proseguir con el mercado único en sectores hasta ahora ignorados por él: energía, telecomunicaciones, servicios financieros. Esto es esencial, porque nos permitirá reducir la fragmentación de nuestras reglas en estos grandes sectores, y conseguir así generar más innovación, reducir los costes de transacción y tener más capacidad para innovar, invertir y servir mejor a nuestros intereses.
También tenemos que asumir la tarea de desarrollar nuestra política de competencia para ayudar a que surjan campeones europeos, y tenemos que asumir la tarea de proporcionar un apoyo masivo a las empresas de nuestros sectores estratégicos con nuevas inversiones a 27 —volveré sobre esto dentro de un momento—. Pero la simplificación significa más mercado único, eliminar las reglas que son tantas fronteras entre los 27 para que nuestras start-ups puedan tener inmediatamente un mercado interno que sea el europeo, porque de lo contrario están en verdadera desventaja competitiva frente a una start-up china o estadounidense. Tenemos esta fuerza, que es nuestro mercado interior, con 450 millones de consumidores. El mercado único es una opción de simplificación.
Pero, en cierto modo, también hay que acabar con una Europa complicada, hay que decirlo. Hemos construido normativas útiles que marcan hitos, puntos de referencia y rumbos. Pero también hemos entrado a veces en demasiados detalles, impidiendo a los agentes económicos adoptar una visión a largo plazo y creando desventajas competitivas para nuestros agentes en relación con sus competidores internacionales. Debemos tener el valor de facilitar las cosas, empezando por revisar los umbrales y las obligaciones que pesan sobre las empresas muy pequeñas y las PYME. Debemos asociar más estrechamente a nuestras empresas, nuestros ciudadanos y nuestras regiones, teniendo en cuenta sus limitaciones desde la fase de elaboración de las normas, pero también en el momento de su aplicación. Debemos volver al principio de proporcionalidad, es decir, más ambición en los grandes temas, más apoyo, más confianza y menos texto, y a los principios de subsidiariedad, que nos permiten tener ambiciones y reglas europeas para lo que les corresponde, pero dejar flexibilidad nacional en la aplicación. Y por eso los próximos años, la próxima legislatura, también tendrán que pasar por varias oleadas de simplificación de nuestra normativa, sin quitar nada a nuestras ambiciones y nuestros hitos en los grandes puntos que hemos decidido, pero simplificando la aplicación y ofreciendo un mejor apoyo a nuestros agentes económicos.
C. Política industrial: el «Made in Europe» en los sectores estratégicos
La tercera condición de este pacto de prosperidad es acelerar la política industrial. Les recuerdo que era una mala palabra hace sólo siete años.
Solíamos decir que la política industrial no era realmente el objetivo de Europa. Y en un momento en que muchos están revisando un concepto —interesante por cierto— que es el derecho de permanencia, la respuesta es la política industrial. Es la posibilidad de producir en todas partes, en suelo europeo, donde, en cierto modo, nuestra Europa que, al apoyarse demasiado en un modelo de competitividad, incluida la competitividad intraeuropea, y en un modelo de competencia, ha creado sus propios desequilibrios que la política de cohesión no compensó suficientemente y que, además, crearon posteriormente los desequilibrios demográficos que sufren muchos de nuestros socios.
Creo firmemente que la política industrial es un hito clave de nuestra prosperidad en relación con el exterior, pero también del desarrollo del territorio europeo. El Made in Europe es un tema de gran convergencia franco-alemana. El canciller Scholz lo dijo en su discurso de Praga en agosto de 2022. Está en el centro de nuestra estrategia desde hace 7 años, y está en el centro de la estrategia de Versalles que hemos construido como europeos. Esta política industrial, como hemos hecho en los últimos años innovando, desde la Chips Act a todo lo que se ha hecho en tecnologías limpias y demás, debe tener objetivos de producción en suelo europeo, iniciativas de formación, inversiones conjuntas, y consolidar lo que ya hemos hecho en sectores estratégicos: materias primas estratégicas, semiconductores, tecnología digital, salud, donde la política europea es también una respuesta a las necesidades de nuestros compatriotas, porque sólo esta política nos permitirá responder a la escasez de medicamentos que padecemos o a la cuestión del acceso a los pacientes.
Así pues, como ven, sí, debemos seguir consolidando esta estrategia industrial en estos sectores. El método funciona, pero debemos extenderlo a los sectores estratégicos del mañana, sin esperar a que se desarrollen dependencias. Decidámonos ahora a hacer de Europa un líder mundial, de aquí a 2030, en cinco de los sectores más emergentes y estratégicos:
- la inteligencia artificial, invirtiendo masivamente en talento, pero también en capacidad de cálculo. Tenemos el 3% de la capacidad de cálculo mundial. Imagínense, los europeos tenemos el 3%. Así que es un objetivo de recuperación, pero para 2030-2035 tenemos que aumentar nuestra cuota al menos al 20% si queremos ser actores creíbles;
- la informática cuántica;
- el espacio, donde necesitamos consolidar Ariane 6, y digo esto en un momento en el que estamos oyendo tantas cosas. Ariane 6 es la condición para el acceso europeo al espacio. Es una necesidad absoluta. Pero más allá del NewSpace y de las misiones espaciales ya en marcha, necesitamos también una Europa con ambiciones espaciales;
- biotecnologías;
- nuevas energías: hidrógeno, reactores modulares y fusión nuclear.
La Unión Europea necesita estrategias de financiación específicas para al menos estos cinco sectores estratégicos. Para ello, necesitamos los instrumentos adecuados. Así pues, necesitamos definir, necesitamos invertir en estos sectores, necesitamos actuar juntos, pero, como he dicho, necesitamos los instrumentos adecuados. Así que hemos empezado a tener los instrumentos adecuados. Son nuestros famosos proyectos importantes de interés común europeo, los PIICE, con los que nuestros fabricantes están muy familiarizados. Y fueron muy estructurantes cuando decidimos, en 2018, junto con Alemania, seguir adelante. Aquí también, simplemente necesitamos volver a sincronizarnos. Después de la Inflation Reduction Act y la sobreinversión china ya no funciona, porque es demasiado lento y demasiado incierto. Así que tenemos que inventar, por así decirlo, nuevos PIICE. En otras palabras, tenemos que dar visibilidad a nuestros industriales, reducir los plazos al menos a la mitad, pero disponer de mecanismos tan sencillos como los mecanismos de crédito fiscal, que den visibilidad a los industriales en un plazo de cinco a diez años, que respondan muy rápidamente, en un plazo de tres a seis meses, y que tengan éxito en los sectores clave que hay que apoyar.
Pero como podemos ver, en sectores como los medicamentos críticos y los productos químicos, actualmente estamos perdiendo capacidad porque nuestros instrumentos no son lo suficientemente rápidos, eficaces o visibles. Pero también necesitamos adoptar normas diferentes para la política industrial y la política de competencia. Necesitamos consagrar la preferencia europea en nuestros tratados para sectores estratégicos como la defensa y el espacio. Porque, de hecho, nuestros competidores la tienen. La tienen. Si no hay preferencia europea para el espacio, no habrá más proyectos espaciales. Lo mismo ocurre con la energía nuclear. ¿Quién ha visto al Departamento de Defensa o al Departamento de Energía de Estados Unidos financiar a un actor europeo emergente? He visto muchas start-ups estadounidenses, de las que se dice que son fruto del genio espontáneo de los empresarios, subvencionadas masivamente por una política institucional estadounidense. Hagamos lo mismo. Estamos en competencia. Preferencia europea en sectores estratégicos, defensa y espacio, y derogación de la libre competencia para apoyar sectores clave en transición, inteligencia artificial y tecnologías verdes. Esto es esencial. Es lo único que me permitirá responder a la sobresubvención china y estadounidense.
D. Energía y agricultura
Entre los sectores estratégicos, hay dos sobre los que quiero decir algunas palabras más concretas: la energía y la agricultura. La energía, porque es sin duda el sector en el que hemos hecho más reformas. Pero es donde tenemos que hacer los cambios más fundamentales en el futuro. Tenemos que asumir la tarea de construir una Europa atómica, aceptando que el proyecto Euratom es una de las ambiciones fundacionales de los Tratados de 1957. Los retos son importantes, pero los necesitamos. Los problemas de competitividad de precios de Europa tienen hoy un problema de factor trabajo. A través de nuestras reformas, intentamos responder a ello. Pero, dado nuestro modelo social, sabemos que tenemos límites en este ámbito. Tenemos un problema de competitividad de precios en materia de energía, porque dependemos de ella y, hoy por hoy, no producimos combustibles fósiles. Cuanto antes hagamos la transición, antes podremos recuperar esta competitividad. Así que, sí, la energía descarbonizada producida en Europa es la clave para conciliar clima, soberanía y creación de empleo. Así que necesitamos una estrategia combinada: eficiencia energética, despliegue de energías renovables y despliegue de energía nuclear. Eso es lo que va a convertir a Europa en una verdadera potencia eléctrica. Y esa es la clave.
Hemos cometido errores en los últimos años, empezando a fragmentar los mercados europeos del hidrógeno y la energía eléctrica. Tenemos que ser absolutamente neutrales desde el punto de vista tecnológico. Básicamente, necesitamos construir una Europa de libre circulación de electrones sin carbono. Siento decirlo así, pero eso es exactamente lo que tenemos que hacer. No importa si se producen con energías renovables o nucleares. Si sabemos cómo producir electrones descarbonizados en suelo europeo, eso es una oportunidad, porque evita el electrón de carbono y evita el que importamos. Así que necesitamos neutralidad tecnológica, necesitamos construir mucha más capacidad renovable y nuclear. Necesitamos consolidar esta alianza nuclear que hemos construido y que reúne a unos 15 Estados miembros, para hacer frente a esta Europa del átomo e invertir en interconexiones eléctricas en Europa. Esa es la clave. Para que en toda Europa, industriales y particulares puedan firmar contratos que den visibilidad y seguridad de suministro a una electricidad que será de bajo costo, producida en suelo europeo y libre de carbono.
El otro sector estratégico al que quería volver es la agricultura. Hemos hablado mucho de ella, en cierto modo a la defensiva, dado el enfado que se ha expresado. Pero el enfado de nuestros agricultores no ha sido enfado contra Europa, y lo saben muy bien, sobre todo en Francia, donde Europa aporta casi 10 mil millones de euros en subvenciones a nuestra agricultura, donde es el único mercado relevante, y donde además tenemos una agricultura que es un potente exportador. Esta cólera se dirige contra el exceso de reglamentación, la complejidad, las normas aberrantes y la mala aplicación de la legislación europea y francesa. Así que el primer ministro y los ministros han hecho un gran esfuerzo para construir una hoja de ruta sobre este tema, que ya se ha aplicado en más de ¾ partes: una hoja de ruta para la simplificación y el acompañamiento.
Pero Europa es clave cuando se trata de agricultura, porque aquí también es una cuestión de política industrial y soberanía. Lo vengo diciendo desde la época del Covid. ¿Quién sería tan tonto como para delegar su alimentación? No tenemos derecho a permitir que se desarrollen dependencias alimentarias. Ya las teníamos; hemos empezado a repararlas, sobre todo con las proteínas animales, que fueron una vieja opción geoestratégica de posguerra en la que delegamos en otros continentes. Pero es absolutamente necesario que sigamos consolidando nuestra soberanía alimentaria.
Y no tiene sentido —cuando escucho a tantos de mis colegas— que la agricultura sea siempre la variable de ajuste en los contratos comerciales. ¡No! Tenemos que producir nuestros propios alimentos, tenemos que seguir importando y exportando, y tenemos que hacerlo abiertamente, pero también tenemos que evitar la dependencia. El día que seamos totalmente dependientes de las proteínas vegetales, el día que seamos totalmente dependientes de una parte de nuestra dieta europea, buena suerte. Entonces estará muy bien explicar que hemos recreado la soberanía sobre los semiconductores y demás. Imagínense, iremos con nuestros compatriotas y les diremos: lo hemos hecho todo bien, sólo pensábamos que los alimentos circularían siempre libremente. La alimentación también es una cuestión geopolítica. Así que la agricultura es una cuestión de soberanía, empleo y producción.
Necesitamos una PAC fuerte y simplificada que reduzca la complejidad y la burocracia. Pero para nuestra agricultura y nuestra pesca, necesitamos apoyar la transición de forma sostenible, apoyar el cambio de prácticas, la eliminación progresiva de los productos fitosanitarios allí donde existan soluciones tecnológicas, renovar nuestras flotas pesqueras para descarbonizarlas, como hemos hecho de nuevo recientemente para nuestros territorios de ultramar, pero también necesitamos claramente defender este sector y adoptar una política de mejor información al consumidor y de apoyo a la gestión del impacto del cambio climático y del medio ambiente, así como proteger a nuestros productores de las prácticas desleales y protegerlos con una verdadera aplicación uniforme a escala europea. Eso es lo que pedimos, con autoridades sanitarias y de inspección europeas que impidan las prácticas desleales entre europeos, y una verdadera fuerza aduanera europea que garantice que los productos que importamos, que a veces sólo se reetiquetan en un puerto y luego vuelven al mercado europeo, estén sujetos a las mismas normas de producción que nosotros cuando se imponen.
Esa es la clave de una política industrial ambiciosa.
E. Una nueva política comercial
Esto me lleva al cuarto aspecto de este pacto de prosperidad: la revisión de nuestra política comercial. Y aquí es donde, en mi opinión, se produce sin duda uno de los cambios de paradigma más fundamentales. Apertura, sí, pero defendiendo nuestros intereses y, como decía, eso no puede funcionar si somos los únicos en el mundo que respetamos las reglas del comercio tal y como estaban escritas hace 15 años. Si los chinos y los estadounidenses dejan de respetarlas subvencionando en exceso sectores críticos, no podemos ser los únicos que lo hagamos. No va a funcionar. Y no está funcionando. Y en ese sentido también somos demasiado ingenuos o tenemos una cultura demasiado débil.
Tenemos una ventaja real. Somos un mercado de 450 millones de consumidores. Es una fuerza enorme. Así que tenemos que proteger nuestra salud aplicando estrictamente nuestras normas sanitarias. Tenemos que proteger nuestro modelo social, de nuevo aplicando nuestras normas sociales. Y debemos proteger nuestras ambiciones climáticas defendiendo nuestras normas medioambientales. De lo contrario, vamos a inventarnos un continente que impone demasiadas restricciones a los productores de su propio suelo y, a través de su política comercial, levanta las restricciones a los productos que importa. Eso es fantástico. Vamos a convertirnos en un mercado de consumo en el que no habrá productores que cumplan nuestros objetivos y que, debido a la dependencia así creada, se verá obligado a consumir productos que no cumplen nuestras normas. Esa es la realidad. Así pues, si queremos ser coherentes con nuestras ambiciones, tenemos que reajustar radicalmente nuestra política comercial.
Hemos empezado a hacerlo: el CETA, que concluimos con los canadienses, es un buen acuerdo, gracias al trabajo que hemos realizado y precisamente por los ajustes que hemos hecho. Digo esto porque no debemos ceder a la demagogia. Y me entristece lo que he visto, incluso en el debate francés de las últimas semanas: no debemos caer en la trampa de rechazar cualquier acuerdo comercial, porque entonces, ¡buena suerte, bienvenida la demagogia! Todos los que nos explican que el comercio es malo irán a explicar a todos nuestros agricultores que ellos salen ganando con el CETA en comparación con Canadá. ¿Y por qué salimos ganando con el CETA? Precisamente porque hemos introducido cláusulas espejo, porque es un acuerdo comercial de nueva generación que permite a nuestros productores de queso y leche exportar a Canadá, pero que, cuando había normas diferentes para la carne, evitaba la importación de carne que no cumpliera las normas europeas.
Pero no estamos a favor del cierre. El cierre sería perjudicial para la industria, los agricultores y los productores europeos. Estamos a favor de una competencia leal y, por tanto, de una política comercial revisada, como hicimos con Nueva Zelanda. Los acuerdos comerciales modernos y justos son aquellos en los que el cumplimiento del Acuerdo de París sobre el clima es una cláusula esencial, y que incluyen cláusulas firmes sobre las condiciones de producción de determinados bienes sensibles, en particular los agrícolas. Esto es lo que marca la diferencia, en particular con el proyecto de acuerdo de Mercosur de vieja generación, tal como se ha negociado hasta la fecha.
Debemos hacer un uso sistemático de los instrumentos de competencia leal. Debemos incorporar cláusulas espejo en nuestros acuerdos comerciales. Debemos lanzar una gran estrategia de reciprocidad para imponer medidas espejo en las nuevas normas europeas y revisar las normas existentes. Al hacerlo, también debemos mostrar la huella de carbono de los productos para que los consumidores sean conscientes de que el Made in Europe es casi siempre mejor para el planeta. Y seamos claros, si un bien no cumple las normas clave, no debe permitirse que entre en la Unión como si nada.
Normas claras, controles claros con fuerzas aduaneras comunes. Esa es la única política comercial creíble, que también es en cierto modo una protección justa de nuestras fronteras y nuestros productores para que no cedamos a la desindustrialización. El impuesto fronterizo sobre el carbono es una herramienta que abre el camino, y tenemos que ampliarla, completarla y mejorarla para que no pueda eludirse y para que afecte a los productos transformados.
Por último, tenemos que reforzar nuestros instrumentos de seguridad económica. De esto hablé con el primer ministro Rutte en La Haya, de la seguridad de nuestros puestos de trabajo, nuestras empresas y nuestra creatividad. Una mejor protección de nuestra propiedad industrial e intelectual, un mejor control de las inversiones no europeas en sectores sensibles, una mejor protección contra los ataques físicos, por ejemplo, contra nuestros cables submarinos y nuestras telecomunicaciones, o nuestras constelaciones de satélites europeos como Galileo, Copérnico o el IRIS mañana. La seguridad económica también está en el centro de esta estrategia comercial.
F. Invertir en innovación, investigación y competitividad
El quinto pilar de esta prosperidad compartida es la batalla por la innovación y la investigación. Por encima de todo, debemos obsesionarnos con la productividad. Y para lograrlo, tenemos que ser una gran potencia en innovación e investigación.
Así pues, para muchos de nuestros países —y hablo desde el conocimiento— ya somos tal potencia, pero necesitamos formar aún más talentos y, sobre todo, retenerlos en nuestros laboratorios, nuestras universidades, nuestros grandes centros, y atraer a otros. Y reconozcámoslo, existen riesgos en este sentido, con la competencia de Estados Unidos y Asia.
Para lograrlo, debemos reafirmar el objetivo de dedicar el 3% del PIB europeo a la investigación. Es una prioridad. En Francia hemos reinvertido, pero todavía tenemos que proseguir el esfuerzo, en términos de financiación pública, pero sobre todo privada, con asociaciones de investigación suplementarias. Pero en toda Europa, ahora debemos consolidar y demostrar que se trata de un elemento clave del pacto de prosperidad. El programa Horizonte Europa, con el que nuestros investigadores están muy familiarizados, debe reforzarse centrándose en los programas más eficaces, en particular el Consejo Europeo de Investigación.
Cambiar el paradigma en este ámbito también significa atreverse a asumir riesgos de nuevo. El Consejo Europeo de Innovación ha sido decisivo para abrir nuevos caminos en los últimos años, pero tenemos que ir mucho más lejos cuando se trata de grandes innovaciones. Y tenemos que asumir la responsabilidad de llegar tan lejos como la DARPA europea, que todavía no tenemos totalmente equipada, pero que, con los mejores equipos científicos en cada disciplina —asumiendo riesgos, y por tanto perdiendo capital cuando los proyectos no funcionan, porque esa es la clave misma de los proyectos de investigación tan innovadores—, pues bien, tenemos que asumir la responsabilidad de ser un continente que invierte en innovación y en la investigación fundamental más avanzada. Gracias a estos descubrimientos, las computadoras cuánticas, los materiales del mañana, los chips electrónicos y las baterías de bajo consumo energético podrán reposicionar a Europa en el mapa geopolítico del crecimiento. Y si se trata de eliminar progresivamente los productos fitosanitarios, si se trata de responder a este objetivo de salud y por tanto de vínculo entre medio ambiente y salud humana, si se trata de dar una respuesta real con un plan europeo de investigación e inversión para los tratamientos contra el cáncer, la enfermedad de Alzheimer y las enfermedades neurodegenerativas o las enfermedades raras, Europa es la escala adecuada para estas grandes cuestiones de investigación, reinversión y programas conjuntos.
Así que necesitamos objetivos claros y ambiciosos, y la clave es la formación y la capacidad de retener y atraer a nuestros talentos. He hablado mucho de recursos escasos y materiales críticos, pero mañana, probablemente incluso más que hoy, el recurso más escaso es el capital humano, el talento. Y por eso esta política de formación, investigación y enseñanza superior es absolutamente crucial para Europa.
Por supuesto, también debe ir acompañada de una política de despliegue y desarrollo de nuestras start-ups, con lo que hemos empezado a lanzar con Scale-up Europe, talento y capital para ser un continente de innovación.
G. Un mercado del ahorro y la inversión
Y la última condición de este pacto de prosperidad es precisamente la capacidad de invertir —perdón por decirlo así— dinero. Sí, las reglas del juego actuales en Europa ya no sirven, porque si nos fijamos en la defensa y la seguridad, la inteligencia artificial, la descarbonización de nuestras economías y las tecnologías limpias, tenemos un muro de inversión.
Todas las cifras se han expuesto en los informes. He leído todos los informes, he visto lo que escriben el señor Letta, el señor Draghi, lo que ha escrito la Comisión, y hay consenso. Todo el mundo dice: son entre 650 mil millones y un billón más al año. Es mucho dinero y no podemos aplazarlo. Porque no podemos dejar nuestra seguridad para mañana. No vamos a llorar por lo que ya pasó. No podemos aplazar estas inversiones porque se están haciendo ahora y las decisiones de inversión se toman aquí o no. Así que es ahora, dentro de una década, cuando tenemos que hacer esta inversión masiva, y vamos por detrás de Estados Unidos y China.
En cierto modo, esta inversión masiva también debe implicar un cambio de paradigma en nuestras normas colectivas.
Lo primero que me parece desfasado es que no podemos tener una política monetaria cuyo único objetivo sea la inflación, sobre todo en un entorno económico en el que la descarbonización es un factor de aumento estructural de los precios. Hay que acabar con el debate teórico y político sobre cómo incorporar a los objetivos del Banco Central Europeo al menos un objetivo de crecimiento, e incluso uno de descarbonización, o al menos de clima para nuestras economías. Esto es absolutamente esencial.
En segundo lugar, es evidente que tenemos que aumentar nuestra capacidad de inversión conjunta. Como decía, necesitamos invertir varios cientos de miles de millones de euros más al año. Así que la respuesta que hemos tenido en Europa en los últimos años ha sido dar flexibilidad nacional: ayudas estatales. No es una respuesta sostenible porque fragmenta el mercado único. Contradice lo que decía antes. Necesitamos capacidad común, por lo que necesitamos de nuevo un golpe de inversiones conjunto, un gran plan de inversiones presupuestarias colectivo. Necesitamos subvenciones.
Así que no quiero adelantarme a las cosas y quiero que se discutan con todos nuestros socios. ¿Se trata de una capacidad de endeudamiento conjunta? ¿Se trata de utilizar los mecanismos existentes, los mecanismos europeos de estabilidad u otros? Pero, básicamente, tenemos que conseguir duplicar la capacidad de acción financiera de Europa, al menos duplicarla en términos presupuestarios. Necesitamos este golpe de inversión pública para invertir dinero público en estos sectores, lo que significará reabrir la delicadísima cuestión de los recursos propios de la Unión. Estoy a favor de ello, y creo que necesitamos disponer de recursos propios adicionales sin gravar nunca a los ciudadanos europeos: impuesto sobre el carbono en las fronteras, ingresos procedentes del régimen europeo de comercio de derechos de emisión de dióxido de carbono, gravar las transacciones financieras como hace Francia, gravar los beneficios de las multinacionales allí donde se obtienen realmente, y utilizar los recursos procedentes del ETIAS, el impuesto que pagan los ciudadanos extracomunitarios cuando entran en a la Unión. Hay un montón de recursos propios, que no afectan a los nacionales europeos, que podrían utilizarse para este presupuesto.
Y luego, más allá de la política monetaria, más allá de nuestra política presupuestaria común, que debe ser mucho más ambiciosa y fuerte a través de este plan del billón adicional, necesitamos movilizar en mayor medida la inversión privada y nuestras capacidades de financiación privada. Nuestra Europa tiene dos carencias principales. Incluso diría que tres.
La primera es que ahorra mucho. Acumulamos ahorro. Somos un continente muy rico, tenemos actores muy competitivos. Pero como nuestro sistema de mercado de capitales no está integrado, estos ahorros no van a parar a los sectores y lugares adecuados. Ese es el primer defecto.
Segundo defecto: no nos centramos lo suficiente en el riesgo. Como tenemos una economía muy intermediada, el 75% pasa por bancos y aseguradoras, y hemos impuesto normas que no les permiten centrarse en el capital y el riesgo.
Tercer defecto: cada año, nuestros ahorros, por valor de unos 300 mil millones de euros anuales, van a financiar a los estadounidenses. En todo caso, a los no europeos y especialmente a los estadounidenses, ya se trate de letras del Tesoro o de capital riesgo. Esto es una aberración. Y por eso tenemos que responder a estas tres aberraciones, teniendo un verdadero mercado del ahorro y de la inversión, es decir, consiguiendo crear los elementos de solidaridad para que funcione, para que nuestros fondos de inversión, para que todos nuestros actores del mercado de capitales hagan circular el ahorro para que se destine correctamente a nuestra economía.
Así que estamos intentando avanzar. Ya empezamos. Y creo que tenemos que darnos un plazo de 12 meses, no más, porque llevamos demasiados años prometiendo esto. Y, o bien en 12 meses, conseguimos construir un sistema con supervisión única, normas comunes sobre quiebras y elementos de convergencia fiscal para construir un sistema bastante comparable a lo que hemos hecho en materia de supervisión bancaria. O, como sugieren algunos, quizá tengamos que idear un sistema como el que hicimos para la competencia, que permita sistemas de evocación más flexibles, pero que haga posible la unión y al menos cree circulación. No quiero adelantarme a la solución técnica, pero necesitamos crear esta unión indispensable para poder hacer circular el capital.
En segundo lugar, tenemos que revisar la forma en que se aplican Basilea y Solvencia. No podemos ser la única zona económica del mundo que los aplique. Los estadounidenses, que fueron el origen de la crisis financiera de 2008-2010, optaron por no aplicarlo a sus jugadores. No estoy a favor de quitarlo todo, no estoy a favor de volver a una cultura de irresponsabilidad financiera. Sólo estoy a favor de volver a poner una cultura del riesgo en la gestión de nuestros ahorros. Sin cultura del riesgo, no puede haber inversión en investigación, en innovación, en start-ups, en nuestras empresas. También estoy a favor de introducir productos y soluciones europeas para que nuestros ahorros puedan destinarse a financiar nuestra economía. Un verdadero mercado único, una unión del ahorro y la inversión, normas más flexibles que ahuyenten el riesgo y productos europeos que nos permitan evitar esta fuga de capitales.
Como ven, lo que estoy esbozando aquí es un nuevo modelo de crecimiento y prosperidad que requiere una simplificación: adoptar una política de descarbonización industrial masiva, un cambio profundo de nuestra política industrial, de competencia y comercial, sobre todo, una verdadera política de investigación e innovación, aún más ambiciosa, y este cambio de nuestro paradigma monetario, presupuestario y financiero.
Para concluir, ¿por qué hacemos todo esto? Dije al principio que nuestra Europa podría morir. Podría morir si no mantiene sus fronteras. Puede morir si no sabe responder a los riesgos exteriores en materia de seguridad. Puede morir si se vuelve dependiente de los demás. No sabe producir para crear riqueza y redistribuirla. Pero está en un momento en que puede morir por sí misma. Porque estamos volviendo a una época que nuestra Europa ha conocido. Peter Sloterdijk lo describe muy bien en las conferencias que está dando en el Collège de France, con su familiar pesimismo ligeramente irónico, cuando dice que estamos volviendo a esos momentos en los que Europa piensa en su decadencia y duda de sí misma.
Una vez más, Europa no se quiere a sí misma. Si tenemos en cuenta todo lo que ha hecho y todo lo que le debemos, es extraño, pero es así. Sería demasiado largo decir que, estructuralmente, Europa sigue dudando de sí misma. Somos el continente, la civilización que sin duda inventó la duda y el autocuestionamiento, la cultura de la confesión, y creo que él mismo volverá sobre esto en sus conferencias. Y también nos enfrentamos a las dudas porque nuestra democracia está siendo sacudida, como ya dije, porque nuestro declive demográfico es fuente de profunda preocupación. Así que el riesgo para nuestra Europa sería, en cierto modo, acostumbrarse a esta depreciación.
3. Una Europa humanista
Por eso lo que quiero proponerles hoy, en cierto modo la promesa que me gustaría sellar, es intentar defender el humanismo europeo que nos une. Si queremos proteger nuestras fronteras, si queremos seguir siendo un continente fuerte que produce y crea, es porque no somos como los demás. No debemos olvidarlo nunca. No somos como los demás. Camus tenía esta magnífica frase en sus Cartas a un amigo alemán: «Nuestra Europa es una aventura común que seguimos haciendo a pesar de ustedes en el viento de la inteligencia». Eso es Europa. Es una aventura que seguimos emprendiendo, a pesar de todos los que dudan, en el viento de la inteligencia. ¿Qué significa eso? Significa que ser europeo no es sólo vivir en una tierra, del Báltico al Mediterráneo o del Atlántico al Mar Negro. Significa defender una determinada idea del hombre que sitúa al individuo libre, racional e ilustrado por encima de todo. Y significa decir que, de París a Varsovia y de Lisboa a Odesa, tenemos una relación única con la libertad y la justicia. Siempre hemos optado por poner al Hombre, en sentido genérico, por encima de todo. Y desde el Renacimiento hasta la Ilustración, pasando por el fin de los totalitarismos, esto es lo que es Europa.
Es una elección que se reitera constantemente y que nos diferencia del resto. No es una elección ingenua que consiste en delegar nuestra vida en los grandes actores industriales con el pretexto de que son demasiado fuertes. No es coherente con la opción europea y el humanismo europeo. Es una opción que se niega a delegar nuestras vidas en poderes controlados por el Estado que no respetan la libertad del individuo racional. Es una confianza en el individuo libre, dotado de razón. Es una confianza en el conocimiento, la libertad y la cultura. Es una tensión constante entre tradición y permanencia y modernidad. Ser europeo es un desequilibrio, y eso es lo que debemos defender. Este humanismo, tan frágil, pero que nos diferencia del resto. Y quiero defender aquí que esto está ocurriendo ahora. Debemos defenderlo porque, como he dicho, la democracia liberal no es un hecho consumado. Digo esto en un día tan importante, y pienso en nuestros amigos portugueses, 50 años después de la Revolución de los Claveles.
La libertad ha sido conquistada. En todas partes de nuestro continente se ha construido a fuerza de lucha, incluso hasta principios de este siglo. Nunca debemos olvidar que la libertad no es un hecho consumado. Significa que no podemos ser perezosos. Por eso debemos seguir defendiendo lo que constituye el Estado de derecho: la separación de poderes, el derecho de oposición y de las minorías, una justicia independiente, una prensa libre, universidades autónomas y libertad académica. Se niega en demasiados países europeos. Por eso defiendo la condicionalidad presupuestaria vinculada al Estado de derecho en el pago de los fondos de la Unión. Y debemos reforzarla aún más con procedimientos para constatar y sancionar las violaciones graves. Europa no es una ventanilla única donde aceptamos elegir los principios.
Por eso también tenemos que reforzar nuestra capacidad para combatir las injerencias y la propaganda, sobre todo en estos periodos electorales. Nuestros amigos checos lo han experimentado, nuestros amigos belgas lo han denunciado, pero hoy tenemos un retorno a nuestro suelo por parte de las cadenas de televisión, de las redes sociales, por la utilización de una forma de ingenuidad de nuestras reglas que fueron hechas para actores que respetaban, en cierto modo, la civilidad democrática. Pero la propaganda y la información falsa están volviendo, perturbando nuestras democracias liberales y preconizando un modelo diferente. A este respecto, debemos luchar contra ello, imponer una transparencia total y, sobre todo, prohibir estos contenidos cuando desestabilizan las elecciones. Sin embargo, hay motivos para ser optimistas. Si nos fijamos en Polonia, que hace apenas unos meses, en un momento en que algunos nos decían que todo se había acabado, no sólo tuvo la mayor participación de su historia en una votación democrática, sino que volvió a elegir a un partido a la vez patriótico y defensor de la democracia liberal. Así que tenemos que llevar esta lucha por la democracia liberal y la apertura política a toda Europa e intentar europeizarla todo lo posible. No quiero extenderme aquí. Durante las conclusiones de la Conferencia sobre el Futuro de Europa, defendí la participación ciudadana, los paneles de ciudadanos, la Iniciativa Ciudadana Europea y los referendos europeos. Creo que necesitamos desarrollar estas iniciativas en Europa, y son esenciales si queremos dar un mayor impulso a un demos europeo. Y también para permitir estas listas transnacionales, que no son más que la posibilidad de tener un verdadero debate democrático europeo en el momento de las elecciones europeas. Fíjense en las elecciones que tenemos hoy, son todas elecciones nacionales. Esa es la realidad. Porque no tenemos una lista en toda Europa. Por el momento, esta idea no ha recibido, si se me permite decirlo, el apoyo unánime de nuestros socios. Pero la clave es que no podemos tener un continente, con órganos que deciden cada vez más, con una participación democrática que se queda en los niveles de 1979. También tenemos que ser lo suficientemente audaces como para hacer que Europa sea más democrática, y esto también irá acompañado de una revisión de las normas. Aquí también hay un acuerdo franco-alemán muy fuerte para pasar a la mayoría calificada en política exterior y fiscalidad, que forma parte de las reformas esenciales, aunque haya que ir mucho más lejos en este tema, pero no los abrumaré hoy.
Sobre todo, como decía, defender este humanismo europeo significa considerar que más allá de nuestras instituciones, más allá de esta democracia liberal que valoramos, que debemos defender y reforzar. Es la forja de ciudadanos a través del conocimiento, la cultura y la ciencia lo que está en juego en nuestra Europa. Ser europeo significa creer que no hay nada más importante que ser un individuo libre, dotado de razón y conocimiento. Y en un momento en el que el escepticismo, la teoría de la conspiración, las dudas sobre la ciencia y la autoridad de la palabra científica están resurgiendo, los europeos tenemos la responsabilidad de defenderla, de enseñarla, de defender la ciencia libre y abierta y de compartirla. Libraremos esta batalla a nivel internacional, pero también debemos reforzar las herramientas de que disponemos. Hace 7 años propuse la creación de alianzas universitarias; se han creado más de 50 gracias a rectores de universidades, estudiantes y profesores, y quiero agradecerles. Esto nos permitirá estructurar la circulación de los conocimientos y los intercambios. Debemos pasar a una segunda etapa: consolidar las financiaciones, pero también reforzar su integración y avanzar hacia titulaciones europeas plenamente conjuntas. La excelencia europea también reside en el saber hacer. Por eso tenemos que multiplicar por diez el Erasmus para el aprendizaje y la formación profesional, con el objetivo de que al menos el 15% de los estudiantes participen en programas europeos de movilidad de aquí a 2030.
También tenemos que transmitir el mensaje, creando alianzas de museos europeos y alianzas de bibliotecas europeas para facilitar las asociaciones, fomentar la digitalización y mejorar la circulación y el acceso a las obras y los libros en Europa. Transmitir este espíritu tan europeo significa también difundir un imaginario común. En este sentido, quiero que hagamos de ARTE, la plataforma audiovisual europea de referencia, la plataforma de todos los europeos, capaz de ofrecer aún más que hoy contenidos de alta calidad distribuidos en todas las lenguas de Europa. Promover la riqueza de nuestro patrimonio cultural europeo, fomentar el aprendizaje de las lenguas europeas y defender nuestro modelo de protección de los derechos de autor y de financiación de la creación artística, como hemos consolidado en los últimos años. Transmitir el espíritu europeo a las generaciones más jóvenes significa también darles la oportunidad de conocer nuestro continente de primera mano, viajando e intercambiando ideas. Así, más allá del Erasmus, y del Erasmus del aprendizaje, de manera muy concreta, como muy bien ha señalado Enrico Letta en su informe, es poder viajar en tren por toda Europa. Nuestras capitales aún no están bien conectadas. El Interrail Pass es un éxito. Ahora debe ser respaldado por una Europa de los trenes, que es tanto un proyecto de conexión como un proyecto cultural, es decir, un proyecto de circulación de estudiantes, de jóvenes y de conocimientos entre las capitales. Y por mi parte, espero que se base en la europeización del Pass Culture, que no es un invento francés. Aunque ya saben cómo nos gusta ser chovinistas, es un invento de la Italia de Matteo Renzi que copiamos. Intentamos mejorarlo, y otros nos siguieron, y en eso consiste Europa, en inspirarse en los buenos ejemplos. Pero ahora tenemos que generalizarlo, porque el Pass culture ofrece un acceso fantástico a los jóvenes y a muchas familias.
Como ven, hemos asumido una gran ambición en esta Europa del conocimiento, la cultura y la inteligencia. Pero también tenemos que defenderla en el momento presente. Porque hoy estamos aquí, en esta universidad, en un lugar físico donde podemos intercambiar ideas bajo los auspicios de grandes mentes, en un tiempo y un civismo que nos son familiares, pero nadie puede ignorar que nuestras vidas transcurren hoy en otro espacio, y aún más las de nuestros hijos y nuestros adolescentes, le espacio digital.
Y los europeos no lo controlamos. Y en ese espacio, en primer lugar, no producimos suficientes contenidos —esto forma parte de la ambición de la que hablo y que defiendo—, pero ya ni siquiera determinamos las reglas. Y esto es un cambio profundo, antropológico, civilizatorio. Cuando los niños hoy pasan horas delante de las pantallas, cuando los adolescentes se abren a la cultura, a la intimidad y a la vida afectiva a través de esas pantallas y de los contenidos a los que pueden estar expuestos; cuando el debate democrático se estructura en ese espacio, ese espacio digital que habitamos y que es básicamente el espacio que más habitamos hoy en nuestras vidas, ¿de verdad, como europeos, queremos delegarlo a otros? No.
Y les digo deliberadamente que se trata de una batalla cultural y civilizatoria. Porque aquí es donde realmente entra en juego nuestra democracia; porque aquí es donde se forja nuestra opinión pública. Una democracia en la que el voto es libre es estupenda. Pero si el voto se ve influido, si se distorsiona la conciencia de la gente, si las opciones se ven transformadas por las políticas de uno u otro partido, ¿qué clase de democracia tenemos? Y por eso les digo muy enérgicamente: no es una cuestión técnica, no es una cuestión de política pública. La capacidad de crear un orden público democrático y digital es una cuestión de supervivencia para nosotros.
Es una cuestión de supervivencia si queremos defender nuestro humanismo. Porque hoy tenemos básicamente dos modelos. El modelo anglosajón, que de hecho opta por delegar este espacio vital a las decisiones privadas: vamos a evolucionar, pero confiamos. Están estas grandes empresas con redes sociales, plataformas; tienen algoritmos, donde todo parece muy complicado, pero a nosotros los consumidores nos gusta, parece eficiente. Pero es una decisión que pone al ciudadano en inferioridad de condiciones frente a los consumidores. Y está la otra opción, la del control, que es decir, ante este desorden, esta anomia, controlamos. El control del Estado, como en China, pero también en una serie de potencias autoritarias que avanzan hacia este modelo.
El modelo humanista, el que Europa debe desarrollar, y sólo puede existir en Europa, es un modelo que crea un orden democrático, es decir, transparente, justo, en el que debatimos las reglas y las elegimos. Por eso quiero defender una Europa de mayoría digital a los 15 años. Antes de los 15 años, debe haber un control de los padres sobre el acceso al espacio digital, porque si no controlamos los contenidos, este acceso es fruto de todo tipo de riesgos y distorsiones de la mente, lo que justifica todo tipo de odios. Tenemos que hacerlo, como hacemos con nuestros hijos; digo esto con mucho sentido común. ¿Alguien envía a su hijo a la selva a los 5, 10 o 12 años? No creo que nadie en su sano juicio lo hiciera. Los protegemos en el seno de la familia; los acompañamos a las puertas de la escuela y los entregamos a personas de confianza que los educarán. Luego organizamos actividades, cuando podemos, para que aprendan más y se emancipen. Y hoy, durante varias horas al día, abrimos la puerta de la jungla. Y la misma persona puede ser presa del ciberacoso; y la misma persona puede ser presa de contenidos pornográficos y víctima de pedofilia. En eso consiste este espacio, porque no está regulado y tampoco está moderado. ¿Quieren que les diga cuántos moderadores francófonos tiene cada una de estas plataformas y redes? Algunas no llegan a diez. Así que tenemos que recuperar el control de la vida de nuestros niños y adolescentes en Europa e imponer la mayoría digital a los 15 años, no antes, y exigir a las plataformas que moderen o cierren determinados sitios.
Y después debemos, con mucho más fuerza, recivilizar el espacio digital. Donde prohibimos el discurso racista, antisemita y de odio, debemos, con la misma fuerza, prohibirlo en el espacio digital, donde la presunción de anonimato conduce a la desinhibición del odio. Es una batalla por la civilización y la democracia. Debemos librarla como europeos. Es esencial, y lo pongo aquí, en el centro de la batalla que debemos librar.
Y luego, por supuesto, nuestro humanismo europeo es también un humanismo de dignidad y justicia. Amamos la libertad y el conocimiento, pero también tenemos un gusto único por la justicia y la igualdad. Esto es lo que nos diferencia de otros continentes.
La igualdad entre hombres y mujeres está en el centro de este proyecto. Junto con Europa, hemos logrado mucho en materia de conciliación de la vida laboral y privada, de padres, de cuidadores, de transparencia salarial, de paridad, etc. Hoy quiero que vayamos más allá consagrando el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo en la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, como hemos hecho en nuestra Constitución. Porque la igualdad entre mujeres y hombres está en el corazón de este proyecto humanista, está en el corazón de lo que hace de Europa lo que es.
Esta Europa se basa también en la cohesión social, es decir, en la voluntad de cohesionar nuestra sociedad. Fiel al legado de Jacques Delors y su programa europeo de ayuda a los más desfavorecidos, propongo crear un Programa Europeo de Solidaridad que, apoyándose en el Fondo Social Europeo, respalde las iniciativas de los Estados miembros para luchar contra todas las formas de precariedad y acompañe socialmente las transiciones que estamos llevando a cabo.
Así pues, Europa también debe dotarse de nuevos instrumentos para apoyar a las personas y a las regiones en esta transición social; es esencial. Protejamos y apoyemos a los europeos con esta política de justicia y garantía de una Europa que les permita ejercer todos sus derechos: la libertad de circulación, la accesibilidad, la lucha contra la discriminación, y avanzar.
Y cuando hablamos de justicia, no voy a traer aquí el debate que me parece vivo sobre los impuestos al ingreso, porque es un buen debate cuando vemos la acumulación de riqueza en el mundo globalizado en el que vivimos, pero mi convicción es que no es un debate que debemos que hacer a nivel europeo, es un debate que tenemos que hacer a nivel internacional, como hicimos con el impuesto mínimo y como Francia consiguió llevarlo a cabo. Por eso, con el presidente Lula, hemos construido esta alianza en el G20 para gravar los ingresos muy altos, y por eso es en el G20, a escala de la OCDE ampliada, donde debemos librar esta batalla existencial.
En el fondo, este humanismo europeo, esa «cierta idea de Europa» de la que hablaba George Steiner, se compone de cosas muy sensibles: esta idea de la libertad del Estado de derecho, esta voluntad de preservar el saber y la cultura, esta relación con la igualdad que he mencionado. Pero es efectivamente esta Europa de los cafés, de nuestras capitales, que son tantos palimpsestos y es esta tensión permanente que tenemos entre la herencia que hay que transmitir y la modernidad que sacude las cosas. Y por eso Europa está constantemente atrapada en esta tensión, pero tiene algo que decir al respecto.
Tiene algo que decir cuando sigue defendiendo nuestra cultura, su transmisión, como ya he dicho, defendiendo la propia singularidad de esta cultura, del diálogo entre sus universidades, sus lugares de convivencia, sus cafés, pero también siendo este pedazo de tierra que ha decidido proteger sus paisajes. Y creo que la ambición que debemos tener, y que hemos empezado a tener por nuestros bosques, nuestros mares y nuestros océanos, debe verse desde esta perspectiva. No se trata de una moda, de un modernista incorpóreo que quiere meter la ecología en todo, porque a veces oigo esa caricatura. No. Proteger nuestros bosques, proteger nuestra biodiversidad, proteger nuestros mares y océanos es sólo una forma que tenemos los humanistas europeos de medir que sabemos contar hasta tres: la generación anterior, la posterior y la nuestra; y que nuestra Europa es un tesoro que hemos heredado y que vamos a transmitir. Y que todo lo que acabo de decir no se puede conseguir eliminando recursos naturales que no se sustituyen, y por eso la ambición de biodiversidad, la ambición de proteger nuestros bosques, nuestros océanos y todo lo que tendremos que desarrollar en las políticas a aplicar para nuestra Europa, es una ambición ante todo humanista.
Lo digo también porque no soy de los que piensan que la naturaleza tiene más derechos que el hombre. Y es un humanismo europeo que, en mi opinión, asume que debemos proteger la naturaleza porque forma parte de nuestro equilibrio y de lo que nos ha sido transmitido, pero que debemos hacerlo como humanistas por nosotros mismos y por nuestros hijos.
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Señoras y señores, sé que me he extendido demasiado, pero hay mucho más que decir. Y soy muy consciente de que, al final de este discurso, algunos me reprocharán no haber hablado lo suficiente del continente africano, de nuestra vecindad, de la reforma de los Tratados, de la modernización de los Tratados y de todo lo demás que no he dicho.
Europa es una conversación que nunca termina. Y es un proyecto, además, que no conoce límites. Desde un punto de vista filosófico y civilizatorio, es cierto. No olvidemos nunca que Europa fue raptada por un dios griego de tierras supuestamente asiáticas. Hay una forma de ambigüedad y por eso no se acaba.
Aquí mismo, en la Sorbona, Ernest Renan se preguntaba qué era una nación.
Y ha llegado el momento de que Europa se pregunte en qué pretende convertirse.
Para mí, hablar de Europa es siempre hablar de Francia. Pero, como se habrán dado cuenta, éste es un momento decisivo. Nuestra Europa podría morir, como he dicho, y podría morir por una de las artimañas de la Historia. El hecho es que ha conseguido mucho en las últimas décadas; el hecho es que, en cierto modo, las ideas europeas han ganado la batalla gramsciana; el hecho es que todos los nacionalismos de Europa ya no se atreven a decir que van a salir del euro y de Europa. Pero todos nos han acostumbrado a un discurso de «sí, pero», es decir: «Tomaré todo lo que ha hecho Europa, pero lo haré más simple, pero lo haré no respetando las reglas, pero lo haré básicamente burlando sus fundamentos». Básicamente, ya no proponen salir del edificio o derribarlo; sólo proponen no tener más reglas de copropiedad, dejar de invertir, dejar de pagar el alquiler. Y dicen: eso funcionará. Y el riesgo es que todos los demás se vuelven tímidos y dicen: «los nacionalistas, los antieuropeos, son muy fuertes en todos nuestros países». Es normal, hay miedo, hay rabia en estos momentos de conmoción que estamos viviendo, precisamente porque nuestros compatriotas, en toda Europa, sienten que podemos morir o desaparecer.
La respuesta no está en la timidez, sino en la audacia. La respuesta no es decir «están subiendo por todas partes» y luego decir «tenemos elección». Este año, los británicos van a elegir su futuro, los estadounidenses van a elegir su futuro; el 9 de junio, los europeos también.
Pero la elección no consiste en hacer lo que siempre hemos hecho, no se trata sólo de adaptarse. Se trata de asumir nuevos paradigmas. Así que, lo sé, después de Voltaire, es difícil ser optimista, incluso puede ser una cuestión de credibilidad para algunos, lo sé. Pero es una forma de optimismo, de voluntad.
Sí, creo que podemos recuperar el control de nuestras vidas, de nuestro destino, a través del poder, la prosperidad y el humanismo de nuestra Europa. Y en un momento en que los tiempos son inciertos, citando a Hannah Arendt en La condición humana, la mejor manera de conocer el futuro es hacer promesas que puedas cumplir.
Pues bien, lo que yo les propongo es que, gracias a nuestra lucidez, hagamos estas pocas grandes promesas para Europa en la próxima década y luchemos arduamente por cumplirlas. Entonces podremos tener una oportunidad de conocer el futuro. En cualquier caso, habremos luchado duro para elegir lo nuestro.
¡Viva Europa! ¡Viva la República y viva Francia!