Excepcionalmente, en el marco del lanzamiento de nuestro nuevo volumen en papel Retrato de un mundo roto, todo nuestro contenido en español está en acceso libre y gratuito. Si quieres apoyar nuestro trabajo y puedes permitírtelo, piensa en suscribirte al Grand Continent
Tras el repentino fin de los lazos entre la Unión Europea y Rusia, la relación entre Europa –en particular los países del sur del continente– y los países del sur –en particular los de la orilla meridional del Mediterráneo– representa una perspectiva esencial para la creación de una amplia zona de intervención económica y para la difusión de las inversiones productivas, las infraestructuras logísticas, las conexiones digitales y los intercambios comerciales. La proyección euromediterránea no sólo permite alcanzar el objetivo de equilibrar los fenómenos de desacoplamiento entre China y Estados Unidos y de reorganización de los equilibrios geoeconómicos mundiales, sino también construir un nuevo modelo de desarrollo que devuelva a la esfera de la competencia global a una Europa consciente y protagonista de los procesos de transformación necesarios tanto desde el punto de vista político como desde un punto de vista más estrictamente económico.
Más allá del concepto, no se trata en absoluto de una tarea fácil. Aunque Europa ha dado varias muestras de vitalidad con sus respuestas al Covid-19 y los consiguientes planes de recuperación, empezando por NextGenerationUE, necesita volver a desempeñar un papel protagónico en los procesos de crecimiento de la economía mundial y traducir su sobresalto pospandémico en un cambio estructural y duradero tras el letargo y las soluciones equivocadas con que reaccionó a la crisis financiera mundial.
Este objetivo podría lograrse consolidando la apertura de una nueva fase de gobernanza a varios niveles, reformando los acuerdos, reglas y procedimientos que obstaculizan la competitividad europea y adoptando políticas económicas y sociales audaces e innovadoras. Desde este ángulo, esta perspectiva aborda algunas de las cuestiones que serán centrales en un futuro próximo: las herramientas adecuadas para desplegar una acción eficaz hacia las regiones del Sur y, en particular, el continente africano; la promoción de nuevos acuerdos internacionales y el papel de Europa; la posición de los países árabes en una perspectiva euromediterránea; las principales economías mundiales y la evolución de la oportunidad africana; en resumen, las cuestiones demográficas y la situación del Sur de Europa.
La puerta de entrada mundial y el objetivo del desarrollo euromediterráneo
El encuentro entre Europa y el Mediterráneo debe abordarse desde la perspectiva del refuerzo del papel geoeconómico de Italia y de las regiones meridionales a escala internacional. Un tema de especial interés –hasta ahora poco debatido– es el de una iniciativa como la Global Gateway, lanzada en diciembre de 2021.
La estrategia Global Gateway pretende reducir el déficit de inversión global que acompaña a las transiciones gemelas y aumentar la conectividad de la Unión Europea dotándola de mayor autonomía estratégica en sus relaciones políticas y económicas con el resto del mundo. Se trata de un plan de mejora de las infraestructuras de calidad para los países en desarrollo y la vecindad europea, con miras a impulsar la competitividad y asegurar las cadenas de suministro, con una dotación de 300 mil millones de euros (150 sólo para el continente africano) hasta 2027, repartidos entre préstamos, subvenciones y garantías.
Una parte de la suma total disponible –18 mil millones para ser exactos– corresponde a subvenciones directas provenientes de programas de la Unión Europea, mientras que 145 mil millones proceden del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD) y otras instituciones financieras. Los aproximadamente 135 mil millones restantes corresponden a intervenciones que la Comisión pretende generar en el sector privado creando un efecto multiplicador con las garantías y recursos asignados por el Fondo Europeo de Desarrollo Sostenible, en cooperación con el Banco Europeo de Inversiones. Según el Institute for International Policy Studies, la estrategia Global Gateway no se limita a establecer un mecanismo de inversión en infraestructuras, sino que pretende proponer un verdadero modelo a los países beneficiados con los fondos, basado en la viabilidad técnica-financiera y en la sostenibilidad medioambiental y social de los proyectos.
En cualquier caso, las intervenciones que se lleven a cabo en este marco –gracias a una coordinación más eficaz entre las instituciones de la Unión, los Estados miembros, las organizaciones financieras y las empresas privadas– servirán para promover el desarrollo sostenible, reforzar los vínculos entre Europa y las zonas más débiles y reducir el déficit global en materia de infraestructuras, que asciende a unos 15 billones de dólares. Centrada en cinco áreas clave –digital, clima y energía, transporte, educación e investigación y sanidad–, esta iniciativa plantea un ambicioso reto a las Nuevas Rutas de la Seda. Los territorios implicados en esta operación podrán emanciparse de una estricta dependencia a las inversiones chinas, que a menudo ha acentuado la subordinación económica y alimentado el endeudamiento de terceros países. Para la Unión Europea, los beneficios deberían incluir una reducción de los riesgos geopolíticos vinculados a la iniciativa de las Nuevas Rutas de la Seda, una afluencia de materias primas críticas y una mejora de las relaciones comerciales con gran parte del planeta.
A finales del año pasado se aprobaron 138 proyectos prioritarios de Global Gateway para 2024 en África, Asia, América Latina y el Caribe. Estos proyectos se suman a los otros 87 lanzados en 2023. Desde su lanzamiento, esta estrategia ha sido objeto de diversas críticas, algunas de ellas muy duras. The Economist la describió como «una mezcla de compromisos existentes, garantías de préstamos e hipótesis heroicas sobre la capacidad de atraer inversión privada, en lugar de nuevos gastos reales». Otras críticas se referían al atractivo del programa Global Gateway en relación con la estrategia china, las tasas de interés aplicadas a los préstamos y el limitado volumen de inversión para la región mediterránea. A pesar de estas observaciones, la nueva fase de esta política se ha acoplado también a la Asociación Global de Infraestructura e Inversión, inaugurada por el G7 en 2022, ampliando sus horizontes hacia intervenciones de carácter estructural.
Además, la inclusión del Plan Mattei italiano en esta estrategia europea y las discusiones trilaterales en curso entre Italia, Alemania y Francia sobre tecnologías verdes, materiales raros y materias primas secundarias podrían convertirse en elementos esenciales de una política industrial innovadora. La propuesta surgida en la reunión del G7 sobre la industria para la creación de un polo de desarrollo sostenible –basado en la inteligencia artificial– que se construiría en sinergia con los países africanos es un paso en esta dirección. Sobre esta base, es hora de pasar de la fase de evaluación del contexto y diseño general a la de despliegue de acciones sistémicas concretas, en las que el sur de Europa podría desempeñar un papel protagónico, no sólo por su retraso en términos de producción, sino también por su situación geográfica y la expansión de su función logística.
La perspectiva abierta por la estrategia Global Gateway reconoce la necesidad de reanudar las relaciones económicas entre Occidente y una serie de zonas cruciales, en particular hacia el Este y el Sur. La concentración de los esfuerzos europeos en África no es en absoluto fortuita y debe intensificarse, dado que en un futuro próximo los avances más significativos en demografía, producción y comercio tendrán lugar en esta región. En un planeta cambiante y lleno de riesgos, Europa puede contribuir al surgimiento de un nuevo paradigma, evitando al mismo tiempo la transición exacerbada de una era de crisis a una era de conflictos. Para ello, debe ser capaz de desempeñar plenamente su papel de diálogo, cooperación y romoción económica como parte de un proyecto de futuro que le concierne a ella y a otras partes del mundo, siempre que sitúe la encrucijada mediterránea en el centro de su estrategia.
El papel de Europa en la construcción de un nuevo orden económico internacional
La opinión pública internacional se centra cada vez más intensamente en las tensiones políticas, las guerras y la reorganización geoeconómica de un mundo cada vez más complejo a medida que los acontecimientos se desarrollan y adquieren mayor protagonismo. La economía es una encrucijada esencial para interpretar este periodo sin precedentes de la historia de la humanidad. También es el campo de operaciones para el despliegue de inversiones ostentosas, relativas –por ejemplo– a la oportunidad euromediterránea que hay que aprovechar en estos momentos. The Economist publicó recientemente un informe titulado «El orden internacional liberal se derrumba lentamente», añadiendo que su colapso podría ser repentino e irreversible. La lectura de este análisis permite comprender todas las complejas cuestiones que subyacen a la construcción de un nuevo orden económico mundial.
A primera vista, la economía presenta indicadores tranquilizadores –con un crecimiento del PIB del 3% en 2023– a pesar de las guerras y conflictos comerciales en curso y de la desacelaración de la globalización. Sin embargo, un examen más a profundidad revela la debilidad del panorama general, consecuencia de la erosión progresiva, sobre todo desde los años setenta, de las normas creadas en Bretton Woods para reactivar las relaciones económicas internacionales de posguerra. Según el semanario anglosajón, la desintegración del viejo orden se deja sentir ampliamente. Las instituciones financieras (y de otro tipo) que sustentaban el sistema han perdido su credibilidad; las sanciones se utilizan cuatro veces más que en los años noventa; el apoyo estatal a la producción ecológica en Estados Unidos y China ha desencadenado una «guerra de subvenciones» entre distintos países; y los flujos mundiales de capital han empezado a fragmentarse, ramificando las cadenas de valor.
Una vez iniciado el declive, la ruptura de un equilibrio establecido puede producirse sin previo aviso. La primera globalización de finales del siglo XIX, que parecía durar mucho tiempo, terminó bruscamente con el estallido de la Primera Guerra Mundial. El auge del neoliberalismo a finales del siglo XX, que se creía imparable, se detuvo bruscamente con el inicio de la crisis económica de 2007-2014; la pandemia y la guerra decretaron, después, el fin de las formas extremas de mercantilismo. Hoy podemos imaginar una ruptura de la misma magnitud, debida a un retorno de la “visión del mundo de suma cero” de Donald Trump, pero también a una segunda oleada de importaciones chinas baratas y a una extensión de los conflictos a América y a China en detrimento de Taiwán o Rusia y de una mayor parte de Europa.
Sin embargo, la globalización, a pesar de sus aspectos controvertidos, ha impulsado profundas transformaciones y una interdependencia mundial efectiva, que debería desalentar nuevas hostilidades y cierres económicos. El escenario que tenemos por delante no debería desviarse de un camino por el que cientos de millones de personas en China han escapado de la trampa de la pobreza, al tiempo que el continente asiático se ha sumergido en la economía mundial, la tasa mundial de mortalidad infantil ha descendido a menos de la mitad de lo que era a principios de los noventa y la proporción de población aniquilada por la guerra alcanzó su nivel más bajo de la posguerra a principios de este milenio. El proceso de globalización, combinado con un largo periodo de paz, ha permitido a algunos países rezagados desempeñar el papel de potencias económicas emergentes, aprovechando el orden económico mundial y el comercio para acortar distancias con los países más avanzados.
La inversión de estas tendencias y el riesgo de una “gran desconexión”, debida a la ampliación de las fuentes de crisis y a la ausencia de un sistema de regulación internacional, hacen que los retos de este siglo sean más difíciles de afrontar. Entre las nuevas formas de competencia figuran la orientación que debe darse a los avances en inteligencia artificial e innovación tecnológica, la promoción orgánica de la bioeconomía circular, las sinergias que deben lograrse en la nueva economía espacial, la contención de la carrera armamentística, la dirección de los flujos migratorios y el crecimiento demográfico. En este contexto, para Fabio Panetta, gobernador del Banco de Italia, la economía europea está “particularmente expuesta a las consecuencias de una fragmentación del comercio mundial”, dadas sus conexiones productivas y financieras globales y su dependencia de los recursos naturales importados y de la demanda exterior.
Aunque Europa ha seguido el ritmo de Estados Unidos en términos de crecimiento del PIB per cápita durante más de un cuarto de siglo, la proporción de la Unión Europea en la economía mundial se está reduciendo más rápidamente que la de Estados Unidos: mientras que Estados Unidos representa en torno a una cuarta parte de la economía mundial, la zona euro representa alrededor de una sexta parte. Según Daniel Gros, para reforzar la posición geopolítica de Europa es necesario “revitalizar” la economía. Barry Eichengreen, por su parte, cree que hacen falta ideas innovadoras para fortalecer Europa. Entre los remedios indicados por Panetta figura la participación europea en la reconfiguración de las cadenas de producción mundiales, lo que supone una oportunidad para revitalizar la economía del Sur mediante “políticas de atracción de capitales” y, en general, una fuerte expansión de la inversión pública y privada. Por ello, Italia y el Sur deben participar plenamente en el relanzamiento del proyecto europeo. El Sur puede desarrollar un nuevo papel de liderazgo si es capaz de ganarse sobre el terreno la confianza de los inversores mundiales, aumentar su potencial de crecimiento y perseguir concretamente su inclusión en el espacio económico entre Europa y el Mediterráneo.
Los nuevos acuerdos euromediterráneos, los países árabes y la competitividad del Sur
Una perspectiva euromediterránea implica la apertura, a escala nacional y europea, de una fase de expansión coherente del comercio y de cooperación sólida, no sólo con la otra orilla del “mar interior”, sino también con los vastos territorios del continente africano y de Medio Oriente , como parte de una visión más amplia. Este punto de inflexión puede venir de la toma de conciencia del papel de conexión geoestratégica del Sur y de Italia en un modelo sin precedentes, del análisis de la realidad de un “nuevo mundo” emergente y en mágico crecimiento, de la capacidad de actualizar las políticas industriales en un horizonte transnacional y metanacional. La decisión de incluir el Plan Mattei en la concepción comunitaria de la estrategia Global Gateway puede hacer más creíble la idea de una intervención coordinada hacia África, siguiendo una lógica de compartir entre los países europeos y los que se encuentran en una evolución compleja en el sur del Mediterráneo.
Es en virtud de una amplia sinergia internacional como pueden emprenderse acciones eficaces en favor del desarrollo, en particular en los ámbitos de la energía, el medio ambiente, las infraestructuras, las conexiones, la innovación digital y la formación. En este marco, la economía y el comercio pueden convertirse en una herramienta útil para erradicar los numerosos conflictos que persisten en esta región crucial del mundo y restablecer una paz basada en la interdependencia, como sostenía Norman Angell a principios del siglo XX en The Great Illusion. Un reciente informe de la Economist Intelligence Unit (EIU) ayuda a clarificar el estado de las inversiones árabes en África, señalando que no son sólo los nuevos competidores (China, Rusia y Turquía) los que se disputan con los tradicionales el vasto espacio económico del continente, sino un grupo diverso de naciones e instituciones internacionales que aparecen en un escenario cada vez más complejo, como parte del proceso de reordenación de los equilibrios geoeconómicos del mundo.
El Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) es la organización creada en 1981 por los Estados ribereños del Golfo Pérsico (Bahréin, Kuwait, Omán, Qatar, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos) para promover una cooperación e integración regionales más estrechas en los ámbitos económico, social y cultural, que conduzcan a la creación de un mercado común y una unidad monetaria. El CCG es el canal esencial para las relaciones de la Unión con estos países, y también tiene acceso a importantes fondos de sus miembros para el continente africano, en un momento en que los préstamos chinos y la ayuda occidental son inciertos y parecen haber tocado techo. El atractivo de estos recursos se debe también a la rapidez con la que se puede disponer de los fondos y a las pocas restricciones que existen para su utilización, sobre todo en comparación con las instituciones financieras occidentales.
Este poder blando es tanto más pertinente cuanto que se deriva de inversiones de carácter estratégico y de una mejora potencial de las condiciones de seguridad, en particular en las regiones del Cuerno de África y del Mar Rojo. De este modo, los Estados árabes podrían convertirse en actores internacionales de primer orden en la iniciativa económica de los países africanos, ampliando su presencia en el continente. Las empresas y los inversores del CCG tienden a centrarse en las industrias africanas relacionadas con los recursos energéticos (petróleo, gas y energías renovables), la minería y la agricultura, así como en las infraestructuras de transporte, los servicios logísticos y las industrias digitales.
Según estimaciones de la EIU, el Consejo de Cooperación del Golfo ha invertido más de 100 mil millones de dólares en África en los últimos diez años, lo que supone alrededor del 30% del total de la inversión extranjera directa (IED). En 2023, las inversiones directas indicadas por los países árabes para nuevas actividades (greenfield) en territorios africanos alcanzarán los 53 mil millones de dólares, superando los compromisos de las empresas chinas (35 500 millones de dólares), europeas (38 mil millones de dólares) y estadounidenses (10 mil millones de dólares).
El comercio entre el CCG y los países africanos creció a un ritmo del 8% durante la década hasta 2022, alcanzando los 154 mil millones de dólares en ese año. Esta cifra superó el comercio bilateral total con África de Estados Unidos (74 mil millones de dólares) e India (99 mil millones de dólares), y alcanzó al de China (289 mil millones de dólares) y Europa Occidental (244 mil millones de dólares). Este aumento de la actividad también está vinculado a la participación de los Estados del CCG en la gestión de los puertos y las principales rutas logísticas de muchos territorios (Argelia, Egipto, Sudán, Eritrea, Somalia, Tanzania, Mozambique, Sudáfrica, Angola, República Democrática del Congo, Congo-Brazzaville, Ruanda, Nigeria, Guinea y Senegal). Los países árabes compiten con los principales actores de la economía mundial en todos los sectores y materias primas del continente africano, basándose en una combinación pragmática de “no intervención al estilo chino, creación de redes al estilo ruso e inversión empresarial al estilo occidental”.
Este original análisis de la Economist Intelligence Unit nos permite no sólo dirigir nuestra atención a un nuevo grupo de competidores emergentes en la escena mundial, sino también reflexionar sobre la urgente necesidad de que Europa forme parte del desafío actual y la oportunidad de que Italia y el Mezzogiorno desempeñen un papel significativo. El orden cambiante de la geografía, la política y la economía atraviesa hoy un continente que linda inmediatamente con nuestro mar, lleno de tensiones y amargos contrastes, y que, al mismo tiempo, está en el centro del desarrollo futuro del mundo. Como en algún momento lo dijo Fernand Braudel, una zona mediterránea ampliada podría verse proyectada hacia un nuevo destino y ser la clave del futuro de los países que la rodean.
1 – El papel renovado del G7 y la perspectiva global de África
La reunión del G7 en Italia no pudo tomar una vía radicalmente innovadora, sino que fue impracticable por su modelo y la debilidad de algunos de sus representantes, pero surgió un primer signo positivo. La apertura al Sur global y las conclusiones del G7 han mostrado no sólo la intención de extender a nuevos actores de la escena internacional una estructura diseñada para un mundo diferente, sino también la necesidad de experimentar nuevas estrategias, capaces de captar los puntos de confluencia de una multiplicidad de crisis interconectadas y de un contexto cada vez más complejo, empezando por África y el Mediterráneo. Los puntos de inflexión en la historia son difíciles de predecir con mucha antelación, pero el trabajo necesario para hacer posible uno, y evitar un retroceso repentino, requiere ser consciente de que el planeta atraviesa un momento crítico.
El inicio de una confrontación multilateral, con la participación de numerosas representaciones ajenas al G7 (Argelia, Argentina, Brasil, Emiratos Árabes Unidos, Jordania, India, Kenia, Mauritania, Túnez, Turquía y la Santa Sede) y de algunas de las principales organizaciones internacionales (Banco Africano de Desarrollo, Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, OCDE y Naciones Unidas) reforzaron la idea del diálogo más allá de las barreras tradicionales, haciendo de las relaciones con los socios del Sur el terreno sobre el que se pueden construir relaciones globales más cooperativas y soluciones creíbles al actual desorden mundial. El documento final subraya el objetivo de una “gobernanza mundial más eficaz, inclusiva y equitativa” ante los considerables cambios que se están produciendo. Sin embargo, es el compromiso con África el que puede justificar la idea de una nueva dirección. El grupo apoya la creación de la Zona de Libre Comercio Continental Africana. Esta colaboración pretende mejorar la seguridad alimenticia, las infraestructuras, el comercio y la productividad agrícola. El G7 también ha previsto un importante programa de intervenciones en el marco de la Asociación para la Infraestructura e Inversión Mundiales de los Siete y del Portal Global de la Unión Europea. El comunicado del G7 detalla también iniciativas específicas en favor de los países africanos, vinculando el tema de los retos mundiales al del progreso en el Sur.
Según un informe del McKinsey Global Institute titulado Reinventing Economic Growth in Africa: Turning Diversity into Opportunity, en 2050 el 25% de la población mundial (2 500 millones de personas) procederá de África. Esto ofrecerá una gran cantidad de oportunidades para un desarrollo sólido e integrador, proporcionando una rica dotación de recursos naturales y abundante potencial humano –el 40% de los jóvenes serán africanos– para impulsar la prosperidad no sólo en este continente, sino en todo el mundo. Este continente no es monolítico: representa una economía de tres billones de dólares, con una población de más de 1 400 millones de personas, repartidas en 54 países. Dentro de esta vasta extensión, hay regiones que han crecido más deprisa que la media general durante los últimos 20 años, otras que han acelerado sus resultados en la última década, otras que han desacelerado recientemente su tendencia, y otro grupo que lucha por progresar. Casi la mitad de África se encuentra en países por encima de la media, pero sólo representan una cuarta parte del PIB total. Hay casi 350 empresas en el continente con beneficios de 1 000 millones de dólares o más.
A pesar de una situación mundial muy incierta y cambiante, las economías africanas han mostrado una gran capacidad de resiliencia, logrando un crecimiento del PIB del 3.2% en 2023, por debajo del 4.1% de 2022, pero repuntando en general, lo que llevará a un crecimiento medio del 4% entre 2024 y 2025. Sin embargo, la mayoría de los países africanos siguen enfrentándose a elevadas presiones inflacionistas, acumulación de deuda, desigualdad y pobreza generalizadas, condiciones sanitarias críticas, cambio climático y fenómenos meteorológicos extremos.
En un periodo de 30 años, se observa que mientras en la década de 1990 el PIB crecía un 2.7% y la población un 12.7%, a principios del nuevo milenio el PIB alcanzó el 5.1%, lo que inició el periodo de la «recuperación africana», con un aumento meteórico de la productividad y un repunte de las 30 primeras economías africanas. En los últimos años, la tendencia se ha invertido y la productividad se ha debilitado en todos los sectores; esto ha hecho que el crecimiento impulsado principalmente por los precios de las materias primas y las inversiones extranjeras directas resienta el golpe.
Desde este punto de vista, es necesario introducir innovaciones significativas mediante la generalización de los procesos de digitalización e innovación tecnológica, la formación de competencias calificadas en consonancia con la necesidad de modernizar y ampliar la estructura productiva nacional y la acuciante demanda de talentos del resto del mundo, y el aumento de la eficiencia de los servicios financieros y las inversiones en todo el continente. África es también una inmensa mina de recursos estratégicos. Posee el 93% de las reservas mundiales de platino y casi la mitad de las de cobalto, manganeso, cobre y litio, esenciales para la transición medioambiental y climática. En este sentido, a Europa le interesa adoptar una actitud de apertura que no pretenda explotar el territorio africano, sino contribuir a su desarrollo, y no dejar esta vasta zona de crecimiento a las iniciativas depredadoras y las conveniencias geopolíticas de China, Rusia o el mundo árabe.
Basta pensar en el fenómeno de la urbanización y la expansión del mercado de consumo para comprender las extraordinarias oportunidades que existen en términos de división del trabajo y complementariedad entre las economías africanas y europeas. Volviendo a los objetivos estratégicos de Italia y de la Unión, parece cada vez más importante la idea de un New Deal en las relaciones entre los dos continentes, que no son los protagonistas del desacoplamiento global pero que, aunque partan de posiciones diferentes, pueden desempeñar un papel clave en el tablero económico mundial. Los une un destino convergente, no sólo por razones geográficas y de proximidad, condensadas en las perspectivas del escenario mediterráneo, sino también por el gran impulso económico que puede suponer compartir una vía de desarrollo y, quién sabe, incluso por una alianza a construir en la perspectiva de un multipolarismo activo y de paz en las relaciones internacionales.
2 – Europa del Sur, longevidad y crisis demográfica
Las razones por las que los habitantes del sur de Europa estarán pronto entre los más longevos del mundo se han evaluado en un reciente artículo de The Economist. 1 La variedad de hábitos alimenticios y de ejercicio, así como la calidad de la planificación urbana y el comportamiento social, son los rasgos más significativos de un nuevo modelo de vida que se está experimentando en esta parte del continente. Un estudio del Institute for Health Metrics and Evaluation de la Universidad de Washington ha trazado el mapa de la carga de morbilidad en 204 países entre 2022 y 2050, proyectando la esperanza de vida en ese periodo. Sorprendentemente, entre los 20 primeros «países para viejos» — Countries for Old Men, parafraseando la novela de Cormac McCarthy— figuran no sólo las zonas más ricas (Suiza, Singapur, Japón y Corea del Sur), sino también un grupo de países un poco menos prósperos, como España, Italia, Francia y Portugal, así como Estados más pequeños como San Marino, Malta y Andorra.
Las encuestas de este tipo muestran que la salud y la longevidad están claramente vinculadas al PIB per cápita. Pero las causas específicas de la mayor riqueza en el sur de Europa deben buscarse en otras direcciones, más allá del vínculo exclusivo entre riqueza y salud. Algunos argumentan que estas poblaciones no siguen actualmente la «dieta mediterránea» y que, por consiguiente, esta forma de alimentación no puede ser un indicador de su mejor estado físico. Otros, como Dan Buettner, de National Geographic, uno de los creadores de las “zonas azules” –áreas geográficas del mundo donde la esperanza de vida es considerablemente superior a la media mundial–, afirman que los hábitos que están dando forma a personas cada vez de mayor edad se remontan a medio siglo atrás, cuando las poblaciones meridionales comían alimentos campesinos o seguían una dieta basada en «alimentos de hambruna».
Las zonas azules de Italia son el Cilento, en Campania, y la provincia de Nuoro, en Cerdeña, donde un gran número de centenarios llevan un estilo de vida típico de la región mediterránea. Estas zonas han sido el punto de partida para el desarrollo de un paradigma socioeconómico sin precedentes, precursor de la bioeconomía circular. Todo ello gracias a la visión del alcalde de Pollica, Angelo Vassallo, quien, siguiendo los pasos de Ancel Keys, logró promover la inclusión de la dieta mediterránea entre el patrimonio cultural inmaterial protegido de la humanidad. Además de la dieta, el movimiento es otro factor de prolongación de la vida, especialmente importante en España y, en general, en los países euromediterráneos, debido al gran número de paseos y senderos que existen en esas zonas.
Diversos estudios han demostrado también la importancia fundamental de las relaciones sociales, así como de las amistades y los lazos familiares, para el bienestar físico y psicológico. Éste es también un aspecto particular de la vida en los países del sur de Europa. La disposición de los centros urbanos en el sur, con plazas y lugares de encuentro donde la gente puede reunirse, ver espectáculos, charlar, comer y beber juntos, es por tanto una ventaja añadida en términos de disfrute y relajación. Pero, además de estos factores, hay consideraciones más estrictamente demográficas que pueden cambiar la forma de ver estos fenómenos. En las próximas décadas se producirá una inversión significativa de la tendencia de crecimiento de la población mundial. Europa, que representaba el 24.7% de la población mundial a principios del siglo XX, sólo representará el 7.2% en 2050 y el 5.7% a finales de siglo. África, por su parte, pasará del 8.1% de la población mundial al 37.9%. Es más, según Niall Ferguson: “Si se tiene en cuenta que cuando Cristóbal Colón desembarcó en el Nuevo Mundo sólo había 500 millones de seres humanos, la proliferación de la especie homo sapiens en la era moderna ha sido una hazaña asombrosa”.
La población mundial supera actualmente los 8 mil millones de habitantes y podría alcanzar un máximo de más de 10 mil millones a finales de siglo. Sin embargo, es muy probable que este pico sea el último, lo que disipa los temores de una próxima catástrofe maltusiana, es decir, un exceso de población totalmente insostenible para la Tierra. Desde los años 70, asistimos a un descenso progresivo de la tasa global de fecundidad, con países que se sitúan por debajo del umbral (2.1 nacimientos por mujer) que permitiría mantener los niveles de población existentes. No sólo la «vieja» Europa está sufriendo este fenómeno, sino también Estados Unidos, China y muchas otras regiones de Asia y Medio Oriente: nuestro planeta, excluida África, sobre todo el África Subsahariana, ya se está reduciendo. En Europa, los países más poblados, con excepción del Reino Unido, perderán una parte importante de sus habitantes. Entre estos países, Italia experimentará el descenso de población más fuerte. Por otra parte, más de la mitad del aumento previsto de la población mundial hasta mediados de siglo se concentrará en ocho países (Congo, Egipto, Etiopía, Filipinas, India, Nigeria, Pakistán y Tanzania). La tasa global de fecundidad bajará de 2.3 en 2021 a 1.8 en 2100. A partir de 2064, descenderá inexorablemente.
Ferguson, que cree que el colapso de la población mundial ya no es cosa de ciencia ficción, coincide con los expertos en que la población humana no disminuirá gradualmente, sino casi tan rápido como ha crecido en el pasado. El problema del futuro será, pues, cómo contrarrestar las repercusiones del declive demográfico en el desarrollo económico y la vitalidad social. Por otra parte, si la longevidad debe considerarse una oportunidad, también es necesario un sistema de protección social sólido y moderno. En 2018, por primera vez en la historia, había más personas mayores de 65 años que niños menores de cinco años. Además, en 2019, la esperanza de vida al nacer alcanzó los 73 años. En este contexto, hay que ofrecer mejores servicios sociales para las familias y la migración calificada, o arriesgarse a una tendencia negativa irreversible de la tasa de natalidad, para las personas mayores, en términos de calidad de vida, atención, asistencia y uso de las tecnologías digitales, y para los jóvenes, en términos de promoción de la entrada al mercado laboral y el acceso a la vivienda. Estas elecciones a realizar, especialmente para Italia, se inscriben en la perspectiva fundamental de la relación con los países menos desarrollados y con la inmensa frontera de África a través de un Plan Mattei cada vez más orgánico e integrado en la nueva política europea del Global Gateway.
Conclusión
A partir de 2021, ha aumentado el interés de Europa por apoyar planes de inversión hacia África, los países del Pacífico Sudoriental y América Latina, lo que demuestra no sólo la necesidad de intensificar las relaciones con estas regiones del mundo y aumentar su autonomía estratégica, sino también de abordar ciertas cuestiones fundamentales para su propio futuro, relativas al suministro de materias primas, la expansión de las rutas comerciales y la construcción de un nuevo paradigma económico y productivo. Además, la gran incertidumbre que caracteriza al sistema geopolítico mundial y la expansión de los escenarios bélicos han hecho imprescindible que la Unión Europea adopte una estrategia específica y actúe en la escena internacional, acompañada de una renovada capacidad para forjar relaciones y proponer soluciones políticas. En este contexto, el Mediterráneo ha vuelto a convertirse, tras un largo período, en un baricentro fundamental para el tráfico, las comunicaciones, el transporte y la logística, así como para el desarrollo de la industria y las infraestructuras en los territorios que lo bordean y en otras zonas circundantes. Al mismo tiempo, esta vasta zona es escenario de flujos migratorios ininterrumpidos y de la competencia entre un conjunto compuesto de países, que corre el riesgo de desequilibrarse cada vez más hacia el Este. También por esta razón, el papel de Europa no puede ser el de un simple actor secundario o la suma de las iniciativas de sus países. Es necesario definir un horizonte unitario y una agenda a largo plazo para la acción continental hacia una parte esencial del planeta.
En su discurso inaugural del 18 de julio, titulado «Europe’s Choice», Ursula von der Leyen subrayó la necesidad de una “Unión más rápida y sencilla, más centrada y unida, más solidaria con los ciudadanos y las empresas” y “que actúe allí donde aporte valor añadido”. Entre las prioridades de las directrices de compromiso de trabajo para los próximos cinco años, la presidenta de la Comisión Europea indicó una estrategia europea sobre migración y asilo, reforzando las relaciones con los países de origen y tránsito, y previó adecuar las competencias de los ciudadanos del Sur a las lagunas del mercado laboral europeo, permitiendo atraer talentos mediante reglas armonizadas sobre el reconocimiento de sus calificaciones. También anunció su intención de nombrar un comisario para el Mediterráneo, que se centraría en la inversión y las asociaciones, la estabilidad económica, la creación de empleo, la energía, la seguridad, la migración y otras cuestiones de interés común, “en consonancia con nuestros valores y principios”. En este marco, von der Leyen propuso “un enfoque más centrado en nuestra gran vecindad” para lograr un nuevo “pacto mediterráneo”, que no se disociaría de un papel activo de Europa en Medio Oriente, con el fin de ofrecer “una clara señal política de asociación en un mundo conflictivo e inestable”.
Partiendo de estas premisas, los próximos años podrían ser decisivos, no sólo para la proyección de la Unión Europea hacia el Sur del mundo, sino también para la orientación orgánica de su política exterior y para su participación en la reorganización geopolítica mundial, llenando un vacío en la escena internacional. Una presencia europea incisiva en este ámbito contribuiría a estabilizar la situación en el planeta y mitigaría en gran medida el aumento de los conflictos, al situarse en el centro de la confrontación en tiempos muy difíciles. Los tres ejes centrales de esta estrategia europea serán la seguridad económica, el comercio y la inversión en asociación a través del Global Gateway. Este último servirá para orientar las inversiones en los corredores de transporte, los puertos, las energías renovables y la producción de hidrógeno verde, así como las cadenas de valor de las materias primas. Por último, el objetivo de la reorganización del multilateralismo es restablecer un orden mundial basado en valores y normas, pero también reforzar el protagonismo de Europa en la reforma del sistema de relaciones internacionales.
En la nueva fase, la Unión Europea está destinada a abordar cuestiones decisivas para el futuro del mundo, cambiando profundamente su forma de actuar, sus estrategias y programas, su papel de líder y volviendo la mirada hacia el Sur: el Mediterráneo, África y Medio Oriente . Los países del sur de Europa —incluida Italia y su Mezzogiorno— sólo podrán desempeñar un papel importante y constituir una bisagra vital en este nuevo espacio «euromediterráneo» abierto si consiguen integrarse plenamente en esta perspectiva unitaria y entrar en sinergia con las instituciones comunitarias.
Notas al pie
- «Why southern Europeans will soon be the longest-lived people in the world», The Economist, 20 de julio de 2024.