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La aceleración, el nuevo mantra de los discursos políticos

Acelerar las reformas, acelerar la transición ecológica, acelerar el alto al fuego o la entrega de armas, acelerar la innovación… ¡Hay que acelerar! Este es el nuevo imperativo que emerge de la atmósfera de urgencia en la que vivimos hoy. La retórica del aceleracionismo ha ganado terreno en los últimos años a raíz del discurso político sobre emergencias sanitarias y climáticas, tanto a escala nacional como internacional. Durante la pandemia del Covid 19, los gobiernos pidieron que se acelerara la investigación de pruebas y vacunas —Donald Trump lanzó la Operación Warp Speed en mayo de 2020— y que se aceleraran las campañas de vacunación. Aunque este requerimiento ha perdido su razón de ser con el fin de la pandemia, la necesidad de aceleración sigue muy presente en el contexto de la emergencia climática, con la diferencia de que estará presente durante muchos, muchos años, porque no hay vacuna contra el calentamiento global.

En sus recomendaciones para los responsables políticos, con las que concluye su sexto informe publicado en 2022, el IPCC afirma que «una acción climática acelerada y equitativa para mitigar el cambio climático y adaptarse a él es esencial para el desarrollo sostenible». La necesidad de aceleración es tanto mayor cuanto que las medidas que deben adoptarse para evitar un calentamiento global superior a 1.5 °C deben aplicarse lo antes posible, dentro de una ventana de oportunidad limitada, circunscrita a la década crítica entre 2020 y 2030.1 La necesidad de aceleración también se refleja en las conclusiones de las últimas COP. En su discurso al final de la COP26, el secretario general de la ONU, António Guterres, resumió la situación de la siguiente manera: «Debemos acelerar la acción climática para salvar el objetivo de limitar el aumento de la temperatura global a 1.5°C» (discurso del 13 de noviembre de 2021). En la siguiente COP, que mantuvo el objetivo de 1.5°C, expresó su profunda preocupación, afirmando que si había aceleración, por el momento no iba en la dirección correcta: «Estamos en la autopista hacia el infierno climático, con el pie todavía en el acelerador» (discurso del 7 de noviembre de 2022).

«Acelerar las reformas», «acelerar la transición ecológica», «acelerar el alto al fuego» o «la entrega de armas», «acelerar la innovación»… ¡Hay que acelerar!

Christophe Bouton

La invasión rusa de Ucrania ha tenido la inesperada consecuencia de obligar a los países europeos a desprenderse de los combustibles fósiles más rápido de lo previsto, y con cierta premura. El «plan de sobriedad energética», elaborado por el gobierno francés en octubre de 2022, insiste en la necesidad de acelerar el proceso. En la página de presentación, Élisabeth Borne escribió: «Vivimos un periodo de convulsión. La guerra de Ucrania está sacudiendo el orden internacional, y aún no hemos terminado de medir sus consecuencias.

La crisis energética nos obliga a replantearnos nuestros hábitos y a acelerar nuestros esfuerzos para abandonar cuanto antes la dependencia de las energías basadas en el carbono». El objetivo es «acelerar la reducción de nuestro consumo de energía». Otras medidas son «acelerar el plan ciclista», «acelerar el despliegue de trabajos con ganancias rápidas en los edificios del Estado y de sus operadores», «acelerar la sustitución de las calderas de gas», «acelerar la valorización energética de las aguas termales», «acelerar la ecologización de las flotas de vehículos y barcos»… en resumen, «acelerar la transición ecológica y energética».2 Como titulaba Le Parisien en portada el 25 de octubre de 2022, refiriéndose al proyecto de creación de una mina de litio en la región de Allier para fabricar baterías eléctricas: «Francia acelera». Lejos de limitarse a las cuestiones medioambientales, la necesidad de acelerar se aplica a la política general del gobierno. El próximo primer ministro, Gabriel Attal, anunció a los diputados el 16 de enero, justo después de su nombramiento: «Quiero pisar el acelerador con medidas contundentes».

La invasión rusa de Ucrania ha tenido la inesperada consecuencia de obligar a los países europeos a desprenderse de los combustibles fósiles más rápido de lo previsto, y con cierta premura.

Christophe Bouton

La necesidad de acelerar se ha convertido en una forma de pensar que trasciende fronteras y convicciones políticas. Al otro lado del Rin, el canciller Olaf Scholz anunció en octubre de 2023 un «pacto de aceleración» entre el Estado Federal y los Länder, destinado a facilitar los procedimientos de autorización para la construcción, los transportes y las comunicaciones, tres ámbitos que están en el centro de la aceleración tecnológica: «Esto cambiará considerablemente el ritmo de crecimiento en Alemania y el ritmo al que se toman las decisiones, en el sentido de la velocidad», declaró el canciller en una rueda de prensa en Berlín el 7 de noviembre de 2023.3 En Estados Unidos, el presidente Joe Biden lanzó a principios de 2023 un llamado a todas las partes interesadas de los sectores público y privado para acelerar la «transición histórica» hacia los vehículos eléctricos. El «Desafío de aceleración de los vehículos eléctricos» pretende alcanzar una participación en el mercado del 50% de aquí a 2030.4 En términos más generales, el presidente Biden apuesta por «acelerar la innovación y el desarrollo de tecnologías limpias» para mantener el objetivo de limitar el calentamiento global a 1.5°C.5 Terminemos con dos ejemplos más. En Rusia, Vladimir Putin pidió a su gobierno en septiembre de 2023 que acelerara el desarrollo de la inteligencia artificial para competir con los países occidentales en la carrera mundial de la IA.6 La necesidad de aceleración también es omnipresente en China, hasta el punto de que Xi Jinping ha sido apodado «el acelerador en jefe» por sus oponentes.7 Esta irónica alusión a Deng Xiaoping, a quien llamaban «el arquitecto en jefe», pretende denunciar la política interior y exterior del Partido, encaminada a elevar a China al rango de superpotencia mundial, en rivalidad frontal con Estados Unidos.

Festival de globos aéreos en Pereslavl, Rusia. © Vladimir Astapkovich/SIPA

¿El fin de la política, el fin de la historia?

¿Qué debemos pensar de este imperativo de aceleración? ¿Qué significa exactamente hacer de la aceleración un principio de acción política? En física, la aceleración se define como el aumento de la velocidad de un cuerpo en movimiento en función del tiempo. Cuando se utiliza fuera de su contexto científico original, tiene una dimensión descriptiva (vemos que todo va más rápido) o prescriptiva (decimos que debemos acelerar) con un significado político o tecnológico. En su sentido político, que se remonta a las fases revolucionarias de la época moderna, la noción de aceleración se refiere al aumento repentino del ritmo de los cambios sociales e institucionales en una sociedad. En su discurso ante la Convención del 10 de mayo de 1793, Robespierre declaró: «El progreso de la razón humana ha preparado el camino para esta gran revolución, y es su deber acelerarla». Este uso prescriptivo del concepto de aceleración política coexiste con otro descriptivo. Chateaubriand, al recordar su intento de escribir la historia de su época en plena efervescencia, reconoce su fracaso: «los acontecimientos corrían más deprisa que mi pluma; se estaba produciendo una revolución que hacía que todas mis comparaciones se cayeran».8 Cuando Marx dijo, en la época de la Revolución de 1848, que «las revoluciones son las locomotoras de la historia»,9 estaba asociando la revolución (política) con la aceleración, en un modo que era a la vez descriptivo y prescriptivo. La locomotora aquí mencionada simboliza la aceleración de los medios de transporte, que permitió circunnavegar el globo en 80 días en la época de Marx, y en poco más de dos días hoy gracias al avión. Forma parte de la aceleración tecnológica iniciada por esa otra revolución, la Revolución Industrial.

En su sentido político, que se remonta a las fases revolucionarias de la época moderna, la noción de aceleración se refiere al aumento repentino del ritmo de los cambios sociales e institucionales en una sociedad.

Christophe Bouton

Lejos de ser una cuestión de consenso, la necesidad de aceleración siempre ha sido fuente de debate y de posiciones encontradas, trascendiendo la división izquierda/derecha. Para muchos, la aceleración, erigida en ley general de la historia, da la impresión de ser sufrida más que deseada. Roman Gary lo expresó así en los años setenta: «Lo que resulta realmente sorprendente de la ‘aceleración de la historia’ que estamos experimentando es que la velocidad vertiginosa a la que el mundo corre hacia el futuro va acompañada de una ausencia de control sobre la dirección del viaje».10

La aceleración no sólo puede parecer absurda en muchos aspectos, sino que también es, según sus críticos, peligrosa. Al menos, ésta es la impresión que se desprende de la obra del pensador más famoso en criticar la aceleración, el sociólogo alemán Hartmut Rosa. Para él, la espiral de aceleración en la que está inmersa nuestra modernidad tardía nos conduce directamente a una catástrofe nuclear, climática o epidemiológica. Esta tesis, formulada en 2005, parece profética en retrospectiva. En su libro Aceleración, Rosa distingue tres formas de aceleración que interactúan entre sí: la aceleración del ritmo de vida (que da lugar a sentimientos de urgencia y falta de tiempo en la vida cotidiana), la aceleración técnica (el aumento de la velocidad de los medios de transporte, producción y comunicación) y la aceleración social (el aumento del ritmo del cambio social, como las transformaciones en la estructura de la familia y la organización del trabajo). En esta tipología, la aceleración política revolucionaria ha desaparecido y se diluye en la amplia categoría de la aceleración social. Para Rosa, la política ha perdido todo poder sobre la sociedad, siempre va «por detrás», «desincronizada» con el ritmo frenético de la sociedad moderna. Para él, la aceleración de la sociedad es un fenómeno que se alimenta de sí mismo: cuanto más se acelera la sociedad, más tiende a acelerarse de nuevo, cada vez más fuera del control de la política. Es a este movimiento sin fin ni finalidad al que llamamos espiral de aceleración.

Ante tal espiral de aceleración, la acción política necesaria ya no sería acelerar, sino frenar. Pero ese escenario del frenado de emergencia mediante una «intervención política decidida» está descartado, dice Rosa, porque sería una «visión profundamente irreal de las cosas» por los costos económicos y sociales que podría acarrear. Además, frenar la espiral de aceleración entraría en contradicción con el proyecto de modernidad basado en la idea de progreso. En esta forma de pensar, el concepto de aceleración se despolitiza: en lugar de ser un imperativo para la acción, alimenta un catastrofismo con tintes discretamente escatológicos, como muestra la conclusión bajo el lema «El fin de la historia», que es paralela al fin de la política.11

En este punto, Rosa puede haberse visto influido por las reflexiones de Francis Fukuyama sobre El fin de la Historia, en boga en los años noventa, que a su vez proceden de la interpretación de Alexandre Kojève sobre Hegel. En una entrevista publicada en 1968 en la Quinzaine littéraire, un mes antes de su muerte, Kojève resumía su posición: «Todo está relacionado con el Fin de la Historia. Es curioso. Lo dijo Hegel. Expliqué que Hegel lo había dicho y nadie quería admitirlo, que la Historia se había acabado, nadie podía digerirlo. Sobre la famosa aceleración de la Historia de la que tanto hablamos, ¿se han dado cuenta de que a medida que se acelera, el movimiento histórico avanza cada vez menos?».

Dejo a Kojève la interpretación provocadora e irónica de Hegel. Tomaré de este pasaje una idea importante que Rosa desarrolló en su crítica de la aceleración social. La aceleración no sólo es peligrosa (puede conducir al desastre) sino que también es engañosa. Tenemos la impresión de que todo cambia cada vez más rápido, cuando en realidad todo se ralentiza cada vez más, hasta el punto de dejar de avanzar. Porque detrás de la aparente aceleración de la sociedad, las estructuras económicas y políticas vigentes permanecen intangibles, como petrificadas. Inspirándose en Paul Virilio, Rosa llama a este fenómeno «inmovilismo relámpago». Recuerda la famosa declaración de Tancredi Falconeri en la novela El Gatopardo, popularizada por la película homónima de Visconti: «todo debe cambiar para que nada cambie».

El concepto de aceleración se despolitiza: en lugar de ser un imperativo para la acción, alimenta un catastrofismo con tintes discretamente escatológicos.

Christophe Bouton

Rosa siempre dijo que la solución a la aceleración no era, en su opinión, la desaceleración, sino lo que él llamó, en su siguiente obra, «resonancia», que se refiere a una relación de armonía, escucha y respuesta entre el hombre y el mundo. Pero la resonancia se presenta como una relación «no disponible», en el sentido de que no puede controlarse, y mucho menos establecerse. Por eso no sorprende ver a Rosa reiterar su concepción declinista de la política: «la política ya no aparece como un estimulador del cambio social, sino como una ambulancia rezagada y dolorida».12 Aunque sin duda es ingenuo pensar que la política es todopoderosa, la creencia contraria de que es incapaz de actuar sobre la sociedad recuerda a la retórica reaccionaria y neoliberal. Entre esas dos posturas, ¿no hay espacio para repensar el imperativo de la aceleración en su sentido propiamente político?

Festival de globos aéreos en Pereslavl, Rusia. © Vladimir Astapkovich/SIPA

La emergencia climática y la tesis de la «Gran Aceleración”

Es en gran parte debido a la emergencia medioambiental que la cuestión de la aceleración se está abriendo camino en las agendas políticas de la mayoría de los países, hasta el punto de adoptar la forma de un nuevo imperativo. Desde la Revolución Industrial, la aceleración tecnológica de los transportes, la producción y la comunicación ha hecho necesario un consumo creciente de energía —leña, carbón, gas, petróleo— que no se ha sustituido sino que, por el contrario, se ha acumulado en un aumento exponencial, como ha demostrado recientemente Jean-Baptiste Fressoz.13 Aunque se ha repartido de forma muy desigual entre los países, esta orgía energética ha provocado una degradación cada vez más rápida de todo el planeta, lo que se ha llamado, en la bibliografía sobre el Antropoceno, «la Gran Aceleración».14 Si la tesis del fin de la política fuera correcta, no tendríamos más que remitirnos a los colapsólogos que predicen la rápida llegada del fin del mundo, al menos para la humanidad. Pero parece que aún no hemos llegado a ese punto. La inmensa mayoría de los científicos que analizan las causas y los efectos del calentamiento global no comparten en absoluto la opinión de que la política está llegando a su fin. No creen que los Estados y los gobiernos estén «desincronizados» ni que sean impotentes, como si este proceso fuera un movimiento fatal, aunque sus trabajos demuestren que es la actividad humana la que lo está provocando y que hay soluciones para mitigar los daños.

Aunque sin duda es ingenuo pensar que la política es todopoderosa, la creencia contraria de que es incapaz de actuar sobre la sociedad recuerda a la retórica reaccionaria y neoliberal. Entre estas dos posturas, ¿no hay espacio para repensar el imperativo de la aceleración en su sentido propiamente político?

Christophe Bouton

Así lo atestiguan los informes del IPCC mencionados al principio de este texto, en los que cientos de investigadores se esfuerzan por transformar las pruebas del calentamiento global en medidas políticas que puedan adoptarse para limitar sus nefastas consecuencias. Este es el objetivo de los «resúmenes para responsables políticos» (Summary for Policymakers) que acompañan incansablemente a cada informe. De la escala y la rapidez de las medidas que se tomen realmente en esta década crítica dependen los cinco escenarios para la evolución futura de las sociedades y el clima identificados por el sexto informe del IPCC (en la primera parte publicada en 2022: The Physical Science Basis). Estos «escenarios socioeconómicos compartidos» («Shared Socioeconomic Pathways»: SSP), como se les conoce técnicamente, son proyecciones basadas en hipótesis geopolíticas ponderadas por datos demográficos, económicos y tecnológicos. Esbozan varios futuros posibles a escala del siglo.

La tabla «SPM.1: Escenarios, modelos climáticos y proyecciones» muestra un abanico de posibles trayectorias para las emisiones de CO2 desde el presente hasta 2100. Estas proyecciones varían en proporción a la intensidad de las políticas que se aplicarán para combatir el calentamiento global.15 En los dos primeros escenarios, los más optimistas, se respetan más o menos los acuerdos de París. Las reducciones drásticas y rápidas de las emisiones de CO2 conducen a la neutralidad del carbono a mediados de siglo, y a un aumento estimado de 1.4ºC (el «SSP1-1.9») o 1.8ºC (el «SSP1-2.6») en 2100 con respecto a la temperatura global de 1850. El escenario intermedio (SSP2-4.5), que corresponde al nivel de los esfuerzos actuales si no se intensificaran, termina con un aumento de la temperatura de 2.7°C. Los dos últimos escenarios, los más pesimistas, se basan en la hipótesis de una negligencia («SSP3-7.0») o incluso de una carrera a la cabeza en nuestros estilos de vida ávidos de energía («SSP5-8.5»), lo que se traduciría en un aumento de la temperatura de 3.6° y 4.4° respectivamente a finales de siglo en comparación con la era preindustrial. Y sabemos que cuanto mayor sea la temperatura, más personas tendrán que hacer frente a olas de calor, sequías, inundaciones, tormentas y otras catástrofes naturales.

La inmensa mayoría de los científicos que analizan las causas y los efectos del calentamiento global no comparten en absoluto la opinión de que la política está llegando a su fin.

Christophe Bouton

Cuanto más pasa el tiempo, más apremia. ¿Debemos creer que todos los que formulan el imperativo político de acelerar la lucha contra el calentamiento global se engañan a sí mismos y predican en el desierto? En realidad, la política está tanto más atrasada cuanto que sus «responsables» han tendido a retrasar la toma de decisiones. Por no citar más que un ejemplo, todo el mundo conoce el discurso de Jacques Chirac en la IV Cumbre de la Tierra, celebrada en Johannesburgo el 2 de septiembre de 2002: «Nuestra casa se quema y miramos hacia otro lado. La naturaleza, mutilada, sobreexplotada, ya no puede reponerse, y nos negamos a admitirlo». ¿Esta gran declaración ha ido seguida de una acción a la altura de las advertencias lanzadas, al menos en Francia? Podemos dudarlo. Pero, se dirá, el Estado no ha actuado simplemente porque no podía, porque no disponía de presupuesto para aplicar una política medioambiental de envergadura. Pero este argumento del rigor presupuestario se ha visto inesperadamente cuestionado, primero por la crisis de las hipotecas de alto riesgo y después por la pandemia del Covid 19, dos crisis que han demostrado, cada una a su manera, la capacidad de muchos Estados para intervenir masivamente en la economía, prestando apoyo financiero a los bancos (en 2008) y a las empresas (en 2020-21). Como resume Paulo Gerbaudo en estas páginas: «Lo que las crisis actuales han demostrado claramente es que el Estado no es impotente, y que su renuncia a formas de control político es, en última instancia, el resultado de decisiones políticas».16 Como un reactivo químico incoloro, la pandemia del Covid 19 reveló el poder del Estado del que casi nos habíamos olvidado, un poder que no había desaparecido sino que simplemente se ocultaba tras una fachada de retórica «realista».

Y sabemos que cuanto mayor sea la temperatura, más personas tendrán que hacer frente a olas de calor, sequías, inundaciones, tormentas y otras catástrofes naturales.

Christophe Bouton

«Las zancadas inmóviles de Aquiles”

Existen dos concepciones opuestas de la necesidad de aceleración en la era del Antropoceno. La primera, ampliamente dominante en la actualidad, pretende combinar la aceleración política de las leyes que hay que aprobar y las medidas que hay que aplicar con la aceleración tecnológica que busca soluciones a través de la «innovación». En otras palabras, se trata de acelerar las inversiones para inventar y desarrollar nuevas tecnologías que contaminen menos, consuman menos energía, etc. Esta estrategia, de la que hace eco el «ecomodernismo»,17 está implícita en las recomendaciones del IPCC, centradas en los conceptos de «adaptación», «mitigación» y «transición». De hecho, inspira la mayoría de las políticas que se están aplicando para combatir el calentamiento global. En su discurso sobre «Aceleración de la innovación y el desarrollo de tecnologías limpias» citado anteriormente, Joe Biden menciona como soluciones «el hidrógeno limpio, el almacenamiento de energía a largo plazo, la energía renovable y nuclear de nueva generación, el secuestro de carbono, la agricultura sostenible y mucho más. Necesitamos invertir en avances tecnológicos y celebro el liderazgo del Reino Unido en el programa Glasgow Breakthrough. La innovación es la clave de nuestro futuro”.18 Este «futurismo tecnológico»19 consiste simplemente en identificar el imperativo de la aceleración política —los gobiernos deben actuar lo más rápidamente posible para atajar el cambio climático— con el imperativo de la aceleración tecnológica —hay que acelerar la innovación—, como si la tecnología fuera el único remedio para los males que engendra y nos garantizara necesariamente un «mañana dichoso».

Como un reactivo químico incoloro, la pandemia del Covid 19 reveló el poder del Estado del que casi nos habíamos olvidado, un poder que no había desaparecido sino que simplemente se ocultaba tras una fachada de retórica «realista».

Christophe Bouton

Para ilustrar esto con más detalle, tomemos Francia como caso representativo. En plena segunda oleada de la pandemia, el gobierno de Edouard Philippe presentó un «plan de recuperación 2020». Este plan, que forma parte del 4º «Programa de inversión para el futuro» (PIA4), prevé inversiones públicas y la financiación de proyectos que se desglosan en una decena de «estrategias de aceleración».20 Los ámbitos son muy variados: la salud, los sistemas agrícolas sostenibles, los biocarburantes, el hidrógeno bajo en carbono, el desarrollo de la energía fotovoltaica y eólica flotante, la descarbonización de la movilidad, el reciclaje, etcétera. El vínculo, engañosamente evidente, entre aceleración política y aceleración tecnológica se manifiesta sobre todo en los tres sectores en los que esta última es más frecuente: los transportes, la producción y las comunicaciones. En el primer ámbito, la «estrategia de aceleración» se refiere, por ejemplo, a la aparición de vehículos automatizados y conectados, pero también al desarrollo del hidrógeno descarbonizado para los «vehículos pesados» (camiones, autobuses, trenes, barcos, aviones). Sin embargo, el hidrógeno se fabrica con electricidad, lo que desplaza el problema, ya que producir electricidad descarbonizada en grandes cantidades plantea una serie de dificultades. La ley que acelera la construcción de nuevos reactores nucleares sugiere que la electricidad sin carbono seguirá fluyendo, pero la tecnología EPR dista mucho de estar probada, e incluso si finalmente funciona, plantea la cuestión de los riesgos de una catástrofe nuclear del tipo de Chernobil o Fukushima.21

Festival de globos aéreos en Pereslavl, Rusia. © Vladimir Astapkovich/SIPA

En cuanto a la producción, la «estrategia de aceleración» para la «descarbonización de la industria» pretende «desarrollar una gama innovadora y competitiva de tecnologías para la descarbonización de la industria, que favorezca ante todo la aparición de una industria francesa descarbonizada y, por tanto, sostenible. Por tanto, la estrategia debe generar el máximo valor posible tanto desde el punto de vista de la oferta como de la demanda».  La descarbonización de la industria se presenta como un nuevo «mercado» a conquistar, en el que debemos ser «productivos» y «competitivos». La «estrategia de aceleración» en cuestión incluye innovaciones en las técnicas de captura y almacenamiento de carbono. La geoingeniería —la ambición prometeica de controlar el cambio climático mediante la tecnología— está en marcha. Pero esta «estrategia de aceleración» de las innovaciones en materia de captura y almacenamiento de carbono, ¿no es una señal de que podemos seguir como hasta ahora, aunque la viabilidad de estas tecnologías sea incierta? ¿Para qué reducir la contaminación si se pueden almacenar las emisiones de CO2 y ganar dinero en el proceso?

El hidrógeno se fabrica con electricidad, lo que desplaza el problema, ya que producir electricidad descarbonizada en grandes cantidades plantea una serie de dificultades.

Christophe Bouton

En el sector de las comunicaciones, la «estrategia de aceleración» se centra en el despliegue de la red 5G en Francia. Esta nueva tecnología se promociona por su rapidez: ofrece velocidades hasta diez veces superiores que la 4G, una reducción de diez veces en el tiempo de transmisión, una conexión más estable incluso en movimiento y la capacidad de conectar un gran número de dispositivos simultáneamente. Al invertir en la 5G, el gobierno «opta por apoyar un mercado con un elevado potencial de crecimiento que reviste una importancia clave para impulsar la competitividad de la economía francesa». Sin embargo, cabe preguntarse si el imperativo político (y económico) de acelerar la 5G no está en contradicción con los esfuerzos por reducir el consumo de energía anunciados a bombo y platillo a fines del verano de 2022. Aunque a primera vista la tecnología 5G pueda parecer menos intensiva en energía que la 4G, en la medida en que las antenas dan servicio a un mayor número de abonados para la misma potencia, puede crear un efecto rebote, es decir, un aumento del consumo a través de la oferta. Más ancho de banda y menos tiempo de espera permiten descargar y ver más videos, con mejor resolución, consultar el smartphone más a menudo… en definitiva, consumir más datos. Según un informe de 2019 de Arcep, el regulador independiente de comunicaciones, «la mejora de la eficiencia energética [de la 5G] no será suficiente, a largo plazo, para compensar el aumento del tráfico».22 Como ya se ha demostrado en Corea del Sur, pionera en la transición a la 5G, esta tecnología no casa bien con la sobriedad digital, que es uno de los aspectos clave de la eficiencia energética.

La geoingeniería —la ambición prometeica de controlar el cambio climático mediante la tecnología— está en marcha.

Christophe Bouton

¿El plan de eficiencia energética de octubre de 2022 ha cuestionado de algún modo la matriz aceleracionista que ha guiado la política del gobierno durante años? En su discurso sobre la política económica del gobierno pronunciado en París el 6 de octubre de 2022, Emmanuel Macron explicó que la sobriedad energética:

«Es lo que todos podemos hacer, como individuos y como empresas, para consumir un poco menos y ahorrar energía. Así es como tenemos que aprovecharla al máximo. La energía que ahorramos es la más barata. Eso no significa producir menos, no he cambiado de opinión al respecto. No significa avanzar hacia una economía de decrecimiento. En absoluto. Sobriedad sólo significa ser más eficiente. Y ustedes, todos ustedes, que rastrean los costos ocultos en cada momento de su vida empresarial, todo lo que pueden hacer para producir mejor, productos de mayor calidad y producir aún más pero gastando menos. En cierto modo, tenemos que acelerar nuestros esfuerzos en materia de energía. En eso consiste la sobriedad. Así que, en este punto, tenemos que acelerar las pequeñas inversiones en términos de eficiencia energética y disponer de algunos mecanismos muy sencillos para conseguir colectivamente reducir en un 10% lo que consumimos habitualmente».

Como muchos otros jefes de Estado, nuestro presidente, como «las zancadas inmóviles de Aquiles»,23 sigue adhiriéndose mutatis mutandis al viejo modelo de producción y consumo responsable de la actual crisis climática. Si queremos alcanzar la neutralidad de carbono en 2050, es de temer que tengamos que hacer algo más que «perseguir el despilfarro» y acelerar las «pequeñas inversiones» en eficiencia energética. Aquí es donde entra en juego la innovación tecnológica. El plan «Francia verde» de 2023, que toma el relevo del plan de sobriedad energética de 2022, anuncia que, para alcanzar los objetivos de descarbonización de 2030, las emisiones de gases de efecto invernadero deben reducirse un 55% con respecto a 1990, lo que significa que «ahora debemos conseguir hacer más en siete años de lo que hemos hecho en los últimos 33». La aceleración anunciada es ambiciosa. ¿Cómo podemos lograrlo? La descarbonización profunda de la industria, se explica, «se apoya en tecnologías probadas como el calor de biomasa y la mejora de la eficiencia energética, que son clave para reducir las emisiones de la industria difusa. También tendrá que apoyarse en tecnologías disruptivas como el hidrógeno y la captura de carbono, sobre todo para las grandes instalaciones».24

Como muchos otros jefes de Estado, nuestro presidente, como «las zancadas inmóviles de Aquiles», sigue adhiriéndose mutatis mutandis al viejo modelo de producción y consumo responsable de la actual crisis climática.

Christophe Bouton

Esta combinación de aceleración política y tecnológica está, como era de esperar, en el centro del discurso de política general de Gabriel Attal del 30 de enero de 2024: «Juntos», dice a los diputados, «propongo que aceleremos aún más nuestra transición ecológica. (…) El retorno de la industria, la inversión en descarbonización a través de Francia 2030 [un plan destinado a «desarrollar la competitividad industrial y las tecnologías del futuro»], los oficios de la renovación térmica o el sector de la economía circular..: sí, la transición ecológica está llena de oportunidades, de sectores de crecimiento y de nuevas industrias. Sí, haremos que clima rime con crecimiento». La aceleración política, legítima y necesaria ante la emergencia climática, se combina en un paquete con la aceleración tecnológica, más discutible. Esta estrategia de doble aceleración da la impresión de una inmovilidad deslumbrante en el sentido de Rosa, o mejor aún, de una aceleración inmóvil. Cuanto más aceleramos, menos avanzamos. Salvo que esta situación no se debe a la impotencia de la política, sino a una estrategia deliberada de aceleración combinada con una visión excesivamente optimista de la capacidad de la tecnología para reparar sus propios males. Pretendemos acelerar sin cambiar fundamentalmente el estilo de vida que es la fuente del calentamiento global: el mismo modo de producción, el mismo modo de consumo, la misma carrera por la productividad, la misma creencia en el crecimiento indefinido, el mismo razonamiento en términos de «innovaciones», «adaptación»,25 «competitividad», «inversiones» y «mercados». Todo tiene que cambiar para que nada cambie.

La aceleración política, legítima y necesaria ante la emergencia climática, se combina en un paquete con la aceleración tecnológica, más discutible.

Christophe Bouton

Acelerar y desacelerar

Sin embargo, hay otro camino: darse cuenta de que el imperativo de la aceleración política no implica necesariamente el de la aceleración tecnológica. Tenemos que deconstruir el binomio de aceleración política y aceleración tecnológica, que es uno de los engranajes centrales de la matriz aceleracionista descrita en este texto. En esta forma de pensar, la política simplemente imita a la economía adoptando la misma escala temporal a corto plazo y el mismo tempo. Es perfectamente posible acelerar las decisiones políticas, pero hay que desacelerar en los frentes tecnológico y económico, ya que estos dos frentes están estrechamente correlacionados: producir menos, trabajar menos, consumir menos (bienes y energía). Es en el movimiento del decrecimiento donde se defiende con más vigor este imperativo de desaceleración. Tras comparar a las sociedades que buscan maximizar el crecimiento con un autobús que acelera directo hacia un precipicio, Timothée Parrique aboga por una «gran desaceleración», rompiendo con la lógica del productivismo y el consumismo. Más allá de las decisiones individuales de frugalidad y sobriedad, defiende la necesidad de una política de decrecimiento que conduzca a una economía estacionaria en armonía con su entorno (el ritmo de consumo y extracción sigue siendo inferior al ritmo de regeneración de los recursos naturales).

Sin embargo, hay otro camino: darse cuenta de que el imperativo de la aceleración política no implica necesariamente el de la aceleración tecnológica.

Christophe Bouton

Teniendo en cuenta que las emisiones anuales de CO2 por persona en Francia deben pasar de las diez toneladas actuales a dos toneladas en 2050 si queremos alcanzar la neutralidad en carbono, la idea de reducir significativamente la producción y el consumo no parece descabellada, aunque siga abierta la cuestión de si es posible semejante trastorno en el marco del capitalismo actual.26 La sociedad postcrecimiento no es ni un retorno a la era preindustrial y sus males (enfermedad, pobreza, etc.), ni un paro. Las innovaciones continuarán, pero deben servir para mejorar nuestras vidas, en particular reduciendo la jornada laboral y mejorando las condiciones de trabajo.27 Ciertamente, esto todavía no figura en el orden del día de los trabajos del IPCC, cuyo último informe nunca considera seriamente la idea del decrecimiento y sólo utiliza tímidamente la noción de «suficiencia», eufemismo de sobriedad.28 Sin embargo, es ilusorio creer que podemos hacer frente a los retos del cambio climático únicamente mediante la innovación tecnológica, sin un verdadero esfuerzo de sobriedad.29

Festival de globos aéreos en Pereslavl, Rusia. © Vladimir Astapkovich/SIPA

La innovación, término que ha sustituido al de «progreso», es un arma de doble filo. Aporta soluciones (como el aislamiento de los edificios, las bombas de calor, etc.), del mismo modo que nos hace creer que podemos seguir consumiendo energía como antes (por ejemplo, esperando sustituir la parafina por el hidrógeno). Incluso las tecnologías de producción de energías renovables tienen un costo ecológico debido a la fabricación de páneles solares o turbinas eólicas. No se trata de detener la innovación tecnológica, sino de controlarla y, si es necesario, ralentizarla en función de sus consecuencias potencialmente perjudiciales para la habitabilidad presente y futura del planeta. En otras palabras, la aceleración política de la lucha contra el calentamiento global será tanto más eficaz si va acompañada de una ralentización de la carrera hacia adelante del productivismo y del «progreso» tecnológico que le sigue como su sombra.

¿Qué futuros para el planeta?

¿Adónde puede llevarnos esta estrategia política a mediano y largo plazo? Es difícil responder a este tipo de preguntas, si es cierto, como decía Hegel, que la filosofía no puede hacer profecías. Para concluir, limitémonos a una breve tipología de futuros posibles para nuestro planeta. El florecimiento de las «utopías verdes» en los años setenta, que preconizaban economías locales organizadas en pequeñas comunidades autosuficientes y respetuosas con el medio ambiente, dio paso, tras la toma de conciencia del calentamiento global en los años 2000, a distopías que pintaban un futuro apocalíptico, marcado por el hundimiento de las sociedades y la acumulación de catástrofes naturales.30 Hoy en día, esta visión sombría del futuro puede encontrarse tanto en el discurso de los colapsólogos como en las novelas de ciencia ficción (incluso se ha convertido en un género por derecho propio, el de las «ficciones climáticas»).

La sociedad postcrecimiento no es ni un retorno a la era preindustrial y sus males (enfermedad, pobreza, etc.), ni un paro.

Christophe Bouton

Algunos historiadores apuntan también a la amenaza de un neofascismo climático caracterizado por el nacionalismo, la supervivencia y el repliegue tras las fronteras.31 Como contrapunto a este futuro apocalíptico, el futurismo tecnológico antes mencionado promete un futuro en continuidad con el presente, en el que la tecnología (energías renovables, geoingeniería, digitalización, etc.) permite tanto la «mitigación» como la «adaptación» a sus consecuencias. A pesar de sus tecnologías supuestamente «disruptivas», un futuro así no cuestiona fundamentalmente el modo de vida económico y cultural centrado en la producción y el consumo. A menudo, para contrarrestar esta visión demasiado tranquilizadora del futuro, denunciada como falsa e irresponsable, se esgrime un futuro de tintes apocalípticos. Entre estas dos representaciones opuestas, que son por supuesto tipos ideales con muchas variantes, hay lugar para futuros posteriores al crecimiento que no ceden al fatalismo de los colapsólogos sin caer en el optimismo excesivo de los pioneros de la innovación. ¿Qué hace deseable este tipo de futuro? Aparte de satisfacer las necesidades básicas, el (sobre)consumo nunca ha hecho feliz a la gente. En cambio, existe la sobriedad feliz, que no es sinónimo de privación y carencia. Y en un momento en que se cuestiona cada vez más el valor del trabajo («prejubilación», «Gran Dimisión», «quiet quitting», etc.),32 la idea de ralentizar la producción (lo que implica trabajar menos pero mejor, y disponer de más tiempo libre) está en el aire. Así pues, una sociedad postcrecimiento sería a la vez una utopía verde y una utopía del tiempo libre,33 dos visiones del futuro que convergen a raíz de la crisis del calentamiento climático.

Notas al pie
  1. «Summary for Policymakers» y «Mitigation of Climate Change», 6o informe del IPCC, 2022.
  2. «Plan de sobriété énergétique», Publicación del gobierno francés, 6 de octubre de 2022.
  3. Sitio oficial del gobierno federal alemán, 7 de noviembre de 2023.
  4. «EV Acceleration Challenge, Sitio oficial de la Casa Blanca.
  5. «Remarks by President Biden at “Accelerating Clean Technology Innovation and Deployment” Event», Sitio oficial de la Casa Blanca, 2 de noviembre de 2021.
  6. «Poutine demande à son gouvernement d’accélérer le déploiement de l’intelligence artificielle», Sud Ouest, 7 de septiembre de 2023.
  7. «Accelerationism», China Digital Space.
  8. François-René de Chateaubriand, Essai sur les révolution (1797), Gallimard, 1978, p. 15.
  9. K. Marx, La Lutte des classes en France (1850), Œuvres IV, Gallimard, 1994, p. 319.
  10. Romain Gary, La nuit sera calme, Gallimard, 1974, p. 97.
  11. Hartmut Rosa, Accélération. Une critique sociale du temps, La Découverte, 2010, pp. 326-374.
  12. Hartmut Rosa, Résonance. Une sociologie de la relation au monde, La Découverte, 2018, p. 254.
  13. Jean-Baptiste Fressoz, Sans transition. Une nouvelle histoire de l’énergie, Seuil, 2023.
  14. Esta noción se refiere al hecho de que, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, los numerosos indicadores que miden el impacto destructivo de la actividad humana sobre la naturaleza han ido aumentando a un ritmo exponencial (sobre este punto, les remito a mi libro L’accélération de l’histoire. Des Lumières à l’Anthropocène, Seuil, 2022, cap. 6).
  15. «Summary for Policymakers», Sixth Assessment Report of the Intergovernmental Panel on Climate Change, 2021, p. 13.
  16. Paolo Gerbaudo, «La décennie de l’État : pourquoi le monde post-pandémique restera interventionniste», Politiques de l’interrègne, Gallimard, 2022, p. 268.
  17. Manifiesto disponible en el sitio oficial del movimiento «eco-modernismo».
  18. Discurso citado anteriormente, nota 5. El programa Breakthrough de Glasgow, creado en la COP 26, pretende «acelerar la acción internacional» para desarrollar «tecnologías limpias y sostenibles». Breakthrough Agenda.
  19. Tomo la frase de J.-B. Fressoz, Sans transition, p. 36.
  20. «Les stratégies d’accélération», Portal de la Dirección General de Empresas.
  21. Hervé Kempf, Le nucléaire n’est pas bon pour le climat, Seuil, 2022.
  22. «L’empreinte carbone du numérique», Arcep, 21 de octubre de 2019.
  23. Tomo prestada la expresión del poema de Paul Valéry «Le cimetière marin», que la utiliza en referencia a la paradoja de Zenón de Elea contra el movimiento.
  24. «Mieux produire», Sitio oficial del gobierno francés, 27 de enero de 2023.
  25. El imperativo «Hay que acelerar» se convierte en una variante del imperativo neoliberal «Hay que adaptarse». Barbara Stiegler, «Il faut s’adapter». Sur un nouvel impératif politique, Gallimard, 2019.
  26. Andreas Malm, L’anthropocène contre l’histoire. Le réchauffement climatique à l’ère du capital, La Fabrique, 2017.
  27. Timothée Parrique, Ralentir ou périr, Seuil, 2022, c. 7.
  28. Jean Baptiste Fressoz, Sans transition, p. 316.
  29. «La sobriedad -en todas sus formas- es necesaria; la tecnología por sí sola no resolverá el problema, ni ahora ni en 2050». «Matière à penser sur la sobriété«, Académie des technologies, 27 de junio de 2023, p. 13.
  30. Lisa Garforth, Green Utopias. Environmental Hope Before and After Nature, Polity Press, 2017.
  31. Rodigo Turin, «Antropoceno e futuros presentes: entre regime climático e regimes de historicidade potenciais», Topoi, v. 24, n. 54, 2023, pp. 703-724.
  32. Jérôme Fourquet, Jérémie Peltier, «Les Français, l’effort et la fatigue», Ifop, 25 de octubre de 2022.
  33. Christophe Bouton, L’accélération de l’histoire, c. V.