Trump contra Biden 2024

J. D. Vance en el Senado: la doctrina trumpista sobre Ucrania

Ahora sabemos que J. D. Vance, el autor de Hillbilly Elegy jugará un papel clave si Trump es reelegido. Ante el Senado, la semana pasada, se opuso ferozmente a la ayuda estadounidense a Ucrania. Sus argumentos no son sólo retórica trumpista desmesurada: apuntan a la memoria de las clases medias heridas por la guerra de Iraq. Con Vance, puede que por fin comprendamos la línea que sustenta el programa de política exterior de Trump. Traducimos y comentamos su discurso in extenso por primera vez.

Autor
Marin Saillofest
Portada
© AP FOTO/MICHAEL CONROY

El Congreso estadounidense tardó seis meses en aprobar la petición de la Casa Blanca de 60.000 millones de dólares de financiación adicional para Ucrania expresada en octubre de 2023. Mientras tanto, los legisladores hicieron numerosos intentos de llegar a un acuerdo entre demócratas y republicanos. El Partido Republicano, que podría haber arrancado concesiones al gobierno de Biden —consideradas impensables pocos meses antes— en materia de política migratoria y seguridad fronteriza con México, al final sólo consiguió pequeñas victorias: se aprobó la ayuda económica a Ucrania en forma de préstamo condonable (forgivable loan) y se reforzaron las medidas de supervisión.

Inesperadamente, fue Joe Biden quien salió victorioso de este enfrentamiento, con la firma del proyecto de ley que combina la ayuda a Ucrania, Israel, el Indo-Pacífico y otras medidas que se suman a la lista de legislación ambiciosa que se ha convertido en ley —a pesar del control del Partido Republicano de la cámara baja del Congreso—. Donald Trump, firme opositor a la ayuda militar a Ucrania —a la que considera un impedimento para su objetivo de poner fin al conflicto por todos los medios, aunque eso signifique convencer a Kiev de que abandone parte de su territorio en favor de Rusia—, parece haber sido convencido, al menos temporalmente, por el presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, de la necesidad de someter a votación una legislación que proporcione fondos adicionales para apoyar la defensa de Ucrania.

Actualmente obligado a estar presente cuatro días a la semana en su juicio, que se abrió el lunes 22 de abril en relación con el caso Stormy Daniels, el expresidente está más interesado en mantener su imagen de mártir perseguido por el establishment que en la cuestión de Ucrania, que ha quedado relegada a un segundo plano. Donald Trump habrá logrado, con sus acciones solapadas, cortar de raíz el proyecto de acuerdo bipartidista que podría haber conducido dos meses antes al desbloqueo de la ayuda a Ucrania a cambio de una reforma de la política migratoria. Al haber sido bloqueada deliberadamente por el anterior presidente, podrá hacer campaña sobre el fracaso de la administración Biden y las asombrosas cifras de cruces ilegales de fronteras. De esta manera, Trump espera ayudar a inclinar el voto a su favor en ciertos distritos, lo que podría convertir uno o más estados de púrpura a rojo en las elecciones de noviembre. Como invitado en el podcast del columnista de MAGA John Fredericks el lunes 22 de abril, el expresidente llegó incluso a defender al presidente de la Cámara de Representantes Mike Johnson de los ataques a los que se enfrenta por parte del ala derecha del Partido Republicano en la Cámara, que quiere llevarle a juicio político por aprobar la ayuda a Ucrania —con el apoyo de los demócratas—.

Como el Senado ya había aprobado en febrero un paquete que incluía 60.000 millones de dólares de ayuda a Ucrania, toda la atención se centró en la Cámara de Representantes, donde Johnson ignoró el texto procedente del Senado. Esta semana votaron a favor del paquete de ayuda nueve senadores republicanos más que en febrero. Las reglas que permiten a cada senador una hora de intervención antes de la votación disuadieron a la mayoría de los observadores de interesarse por esta última etapa antes de la firma de Joe Biden, que era esencialmente una formalidad.

Sin embargo, fue durante esta votación cuando el senador republicano por Ohio, J.D. Vance, próximo a Donald Trump, ofreció lo que parece ser la visión más articulada del trumpismo en política exterior hasta la fecha. Vance, que se perfila para ocupar un papel destacado en la próxima administración si Trump resulta elegido, se ha opuesto frontalmente desde el principio a la ayuda a Ucrania. Unos días antes, publicó un artículo de opinión en el New York Times argumentando que, más allá de cualquier posible deseo o interés estratégico en apoyar militarmente a Kiev, Estados Unidos simplemente no tenía la capacidad de producción ni las reservas suficientes para proporcionar la asistencia militar crítica que Ucrania necesitaba desesperadamente. Pocos días después, Vance hizo circular un memorando entre los miembros republicanos de la Cámara de Representantes y del Senado reiterando el mismo argumento, en el que concluía: «Incluso bajo las previsiones más optimistas para la próxima administración presidencial, cada día que suministramos a Ucrania es otro día que nos hundimos más en un agujero».

En su discurso ante el Senado el martes 23 de abril, Vance inscribe esta «verdad matemática» dentro de una narrativa más amplia que vincula a una historia de 40 años de fracasos en política exterior por parte de las sucesivas administraciones: en relación con Irak, Irán, Europa y ahora Ucrania.

Vance no es un ideólogo ni un intelectual. A los 18 años, pocos meses después de los atentados del 11 de septiembre, se alistó en el Cuerpo de Marines y participó en la invasión de Irak en 2003: «como cualquier hillbilly [paleto] que se precie, quería ir a Oriente Medio a matar terroristas»1. Es esta experiencia —a la que vuelve durante su discurso, reconociendo su «error» al apoyar inicialmente la guerra— la que está en la base de su oposición a cualquier conflicto que pueda provocar la muerte de soldados estadounidenses o debilitar la posición de Estados Unidos al desprenderse de algunas de sus reservas de armas. Lejos de hacer valer cualquier consideración estratégica más amplia que pudiera tener en cuenta cualquier rivalidad con Rusia, la oposición a la ayuda a Ucrania procede de un aislacionismo imbuido de un «realismo» acerca de las debilidades estructurales que afectan a la defensa estadounidense —haciéndose eco de una retórica «no intervencionista» defendida por ciertos republicanos de la primera mitad del siglo XX, como el candidato presidencial de 1940 Robert A. Taft—.

La invasión rusa de Ucrania ha puesto de manifiesto —si es que se necesitaban pruebas— la postura en política exterior ampliamente similar de la retaguardia republicana del Senado, representada en particular por el líder de la minoría en el Senado, Mitch McConnell, y la del Partido Demócrata encarnado por Joe Biden. El discurso de McConnell —que dimitirá en noviembre— es similar en muchos aspectos al de Biden, destacando una decisión que les situará «en el lado correcto de la historia» y que, al fortalecer a los aliados de Estados Unidos, fortalecerá a los propios Estados Unidos. Esta postura antiaislacionista está en declive, y podría convertirse en una posición minoritaria en el Senado tras las elecciones de noviembre. J.D. Vance, por su parte, encarna la continuación de la postura trumpista en el seno de un órgano legislativo en el que los cambios se producen a más largo plazo que en la Cámara: desafío al orden internacional establecido tras la Segunda Guerra Mundial y a sus estructuras, desconfianza en las alianzas, repliegue nacionalista y alivio de la carga financiera del contribuyente estadounidense como consecuencia de los compromisos internacionales de Estados Unidos.

Señor Presidente, a mis colegas que votaron en sentido contrario sobre esta legislación, permítanme expresarles serias preocupaciones sobre hacia dónde se dirige nuestro país y lo que esta votación representa en términos de la preparación de Estados Unidos, la capacidad de Estados Unidos para defenderse a sí mismo y a sus aliados en el futuro y, lo que es más importante, la capacidad de los líderes estadounidenses para reconocer dónde estamos realmente como país: nuestras fortalezas, nuestras debilidades, lo que se puede construir y lo que necesita ser completamente reconstruido.

Un par de analogías históricas deberían iluminar este debate: una parece utilizarse siempre, mientras que la otra parece no mencionarse nunca. Quienes se oponen a seguir ayudando a Ucrania —y me cuento entre ellos— dicen que éste es un momento en el que Chamberlain está en desacuerdo con Churchill. Acaban de escuchar a mi distinguido colega de Delaware hacer esa observación. Con el debido respeto a mi amigo de Delaware, necesitamos encontrar otras analogías en esta Cámara. Tenemos que ser capaces de entender que la Historia es algo más que la Segunda Guerra Mundial repitiéndose una y otra vez. Vladimir Putin no es Adolf Hitler. Eso no quiere decir que sea un buen tipo, pero tiene muchas menos capacidades que el líder alemán de finales de los años treinta.

Estados Unidos tampoco es la América de finales de los años treinta o principios de los cuarenta. Nuestra potencia industrial es mucho menor en términos relativos que hace casi 100 años. La analogía se rompe en muchos aspectos, incluso si ignoramos las capacidades de Estados Unidos, Rusia, etc. Deberíamos considerar otras analogías históricas, y me gustaría mencionar algunas. La Segunda Guerra Mundial, por supuesto, fue posiblemente la guerra más devastadora de la historia del mundo. Le sigue de cerca la Primera Guerra Mundial. ¿Cuál es la lección que debemos aprender de la Gran Guerra?

No es que siempre haya gente que apacigüe a los malos o luche contra los malos.

La lección de la Primera Guerra Mundial es que, si somos imprudentes, corremos el riesgo de involucrarnos en un conflicto regional más amplio que matará a decenas de millones de personas, muchas de ellas inocentes. En 1914, las alianzas, la política y el fracaso de los estadistas arrastraron a dos bloques militares rivales a un conflicto catastrófico.

La semana pasada, el Council on Foreign Relations publicó un ensayo en el que pedía que las tropas europeas apoyaran las líneas ucranianas mientras Ucrania lucha por reunir hombres. Algunos líderes europeos han dicho que podrían enviar tropas para apoyar a Ucrania. Quizá la lección de historia que deberíamos darnos a nosotros mismos no sea Chamberlain contra Churchill. Quizá deberíamos preguntarnos cómo todo un continente, cómo los líderes de todo un mundo, se dejaron arrastrar a un conflicto global.

¿Hay una solución diplomática a la guerra en Ucrania? Sí, creo que la hay. De hecho, como muchas personas —tanto los críticos de Vladimir Putin como los partidarios de Ucrania— han señalado, un acuerdo de paz estuvo de hecho sobre la mesa hace unos 18 meses. ¿Qué pasó con él? La administración Biden presionó a Zelenski para que archivara el acuerdo de paz y se embarcara en una desastrosa contraofensiva que mató a decenas de miles de ucranianos, agotó los arsenales militares de una década y nos dejó en la situación en la que nos encontramos hoy, en la que todo observador objetivo de la guerra en Ucrania reconoce que la situación es peor para Ucrania que hace dieciocho meses.

La «solución diplomática» a la guerra en Ucrania es una afirmación que Donald Trump viene haciendo desde hace varios meses. En julio de 2023, el ex presidente se jactó de ser el único dirigente capaz de sentar a Putin y Zelenski a la mesa de negociaciones y, gracias a sus «muy buenas relaciones» con los dos presidentes, obtener un acuerdo en un solo día. Según varias fuentes implicadas en las conversaciones privadas de Trump con sus asesores, este «plan de paz» consistiría en presionar a Kiev para que renuncie a Crimea y al Dombás2.

La residencia personal de Trump en Mar-a-Lago y la Trump Tower de Nueva York se han convertido desde entonces en lugares de encuentro clave para el candidato que se perfila para volver a la Casa Blanca en enero de 2025 y los líderes y ex líderes que viajan a Estados Unidos para hablar de la guerra en Ucrania y de la posición de Donald Trump.

J.D. Vance también se refiere aquí, entre otras cosas, a un artículo publicado en la revista Foreign Affairs el 16 de abril de 2024 en el que se argumentaba que «los socios occidentales de Kiev [especialmente Washington] se mostraban reacios a verse arrastrados a una negociación con Rusia, en particular a una que les hubiera impuesto nuevos compromisos para garantizar la seguridad de Ucrania […] con el fracaso del cerco ruso a Kiev, el presidente Volodímir Zelenski se mostró más confiado en que, con el suficiente apoyo occidental, podría ganar la guerra en el campo de batalla»3.

¿Podríamos haberlo evitado? Sí, podríamos y deberíamos haberlo evitado. Habríamos ahorrado muchas vidas, habríamos ahorrado muchas armas estadounidenses y nuestro país habría estado mucho más estable y en una situación mucho mejor si lo hubiéramos hecho.

La cuestión de los arsenales estadounidenses de material y municiones es fundamental en la política de ayuda militar a Ucrania. Sin embargo, es difícil dar crédito al argumento de que esta política ha sido perjudicial para la «estabilidad» de Estados Unidos, sobre todo en términos económicos.

La inmensa mayoría —entre el 60 y el 90%, o el 80% según las declaraciones de Mike Johnson el 17 de abril— de los fondos asignados por el Congreso para suministrar material a Ucrania se reinyectan de hecho en la economía estadounidense financiando la sustitución de las municiones y sistemas donados. La ayuda adicional a Kiev financia, entre otras cosas, un aumento de la capacidad de producción estadounidense de obuses de 155 mm y contribuye a financiar la modernización de ciertos equipos del ejército estadounidense.

Además, las últimas previsiones del Fondo Monetario Internacional predicen que la economía estadounidense crecerá al doble del ritmo de los países del G7. La participación de la economía estadounidense en el PIB mundial ha aumentado casi un punto porcentual entre 2022 y 2024 en dólares estadounidenses corrientes, mientras que la de China caerá 0,73 puntos porcentuales.

Hay otra analogía histórica que merece la pena considerar: los primeros años de la década de 2000. En 2003, yo cursaba el último año de secundaria y ocupaba entonces un cargo político. Creí la propaganda de la administración de George W. Bush de que teníamos que invadir Irak, que era una guerra por la libertad y la democracia, que quienes apaciguaban a Sadam Husein estaban invitando a un conflicto regional más amplio. ¿Le recuerda esto a algo de lo que estamos escuchando hoy?

Son exactamente los mismos discursos, veinte años después, con nombres diferentes. Pero, ¿hemos aprendido algo en estos veinte años? No, no creo que lo hayamos hecho. Hemos aprendido que si nos golpeamos el pecho en lugar de hacer diplomacia, de alguna manera obtendremos buenos resultados. Eso no es cierto. Hemos aprendido que hablando incesantemente de la Segunda Guerra Mundial podemos intimidar a la gente para que ignore sus impulsos morales básicos y llevar al país directamente a un conflicto catastrófico.

Una de las grandes ironías de mi paso por el Senado en los últimos 18 meses es que mucha gente me ha acusado de ser un títere de Vladimir Putin. No estoy de acuerdo, porque en 2003 cometí el error de apoyar la guerra de Iraq. Unos meses más tarde, también me alisté en el Cuerpo de Marines, uno de los dos chicos de mi barrio de McKinley Street, en Middletown, Ohio, que se alistaron en los Marines ese año.

Serví honorablemente a mi país, y cuando fui a Iraq comprobé que me habían mentido, que las promesas de los responsables de la política exterior de ese país eran una gran broma. Hace unos días, vimos a nuestros amigos de la Cámara de Representantes ondear banderas ucranianas en el hemiciclo: me gustaría verles ondear la bandera estadounidense con tanto entusiasmo. No me quejaré de que haya sido una violación del reglamento de la Cámara, aunque ciertamente lo fue.

El reglamento de la Cámara de Representantes no prohíbe explícitamente ondear banderas en el hemiciclo, aunque sí establece «que los miembros no deben adoptar una conducta desordenada o perturbadora». Sin embargo, este acto relativamente inofensivo fue utilizado por los representantes electos opuestos a la ayuda a Ucrania para denunciar una forma de «capitulación» de Mike Johnson con respecto a los objetivos del Partido Republicano en materia legislativa: en particular, asegurar la frontera con México.

Tras la publicación de un vídeo de este momento por el representante republicano de Kentucky Thomas Massie, el sargento de armas de la Cámara —encargado del protocolo, entre otras cosas— habría amenazado a Johnson con una multa de 500 dólares si no retiraba el vídeo. Esta advertencia, rápidamente desactivada por Mike Johnson, fue vista por algunos miembros de la derecha del Partido Republicano como un intento de «hacer olvidar a los dirigentes republicanos y a los miembros demócratas esta traición a Estados Unidos»4.

Pero me recordó —y creo que fue en 2005— que en esta misma cámara, los miembros levantaban sus dedos manchados de tinta púrpura para conmemorar las increíbles elecciones iraquíes de 2005. Estuve en Iraq durante el referéndum constitucional de octubre de 2005 y las elecciones parlamentarias de diciembre. Recuerdo a los iraquíes votando con alegría, levantando los dedos en el aire.

Lo que quiero decir no es que el pueblo iraquí fuera malo o que fuera malo porque votara, sino que la obsesión por el moralismo —la democracia es buena; Sadam Husein es malo; Estados Unidos es bueno ; la tiranía es mala— no es forma de dirigir la política exterior, porque entonces acabas con gente moviendo el dedo en el hemiciclo de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, aunque hayan llevado a su país al desastre.

Y lo digo como orgulloso republicano. Lo digo como alguien que apoya a compañeros republicanos que pueden o no estar de acuerdo conmigo en esta cuestión. Ha sido quizá el periodo más vergonzoso de la historia del Partido Republicano en los últimos cuarenta años haber apoyado a George W. Bush en la búsqueda de un conflicto militar.

Mi excusa fue que estaba en el último curso del instituto. ¿Cuál es la excusa de las muchas personas que se sentaban en esta Cámara o en la Cámara de Representantes en aquel momento y que ahora cantan exactamente la misma canción cuando se trata de Ucrania? ¿No hemos aprendido nada? ¿No hemos actualizado nuestro razonamiento mental, las normas que aplicamos para determinar cuándo debemos involucrarnos en conflictos militares?

¿No hemos aprendido nada sobre la precariedad y el valor de la vida en Estados Unidos y en el resto del mundo, y que deberíamos ser un poco más cuidadosos para protegerla? Por aquel entonces, en 2003, había una izquierda antibelicista en este país. Hoy, nadie está realmente en contra de la guerra. A nadie le preocupa la continuación de los conflictos militares en el extranjero. Nadie parece preocuparse por las consecuencias imprevistas.

Como ilustra el historial de las votaciones en la Cámara de Representantes y el Senado sobre los diversos textos de ayuda a Ucrania e Israel, una parte de la izquierda representada en el Congreso sigue reivindicando una postura antibelicista.

Sin embargo, está más preocupada por la ofensiva israelí en la Franja de Gaza que por ayudar a defender el territorio ucraniano de la invasión rusa. En el Senado, dos demócratas —y el independiente de Vermont Bernie Sanders, próximo a la izquierda— votaron en contra del paquete de ayuda exterior. Del mismo modo, 37 representantes demócratas en la Cámara votaron en contra del proyecto de ley separado sobre ayuda a Tel Aviv y asistencia humanitaria a Gaza. La oposición a la guerra en todas sus formas también la encarna en la esfera pública el Instituto Quincy, un think-tank que aboga por la «contención estratégica».

Pero Iraq ha tenido muchas consecuencias imprevistas —muchas consecuencias que pueden haber sido previstas por unas pocas personas inteligentes; muchas consecuencias que no fueron previstas por nadie— una de las cuales es que hemos dado a Irán un aliado regional en lugar de un competidor regional. ¿Se presentó George W. Bush ante el pueblo estadounidense y dijo: «Vamos a invadir este país y dar a uno de nuestros enemigos más poderosos de la región un importante aliado regional»? ¿Pensábamos que, veinte años después, Iraq se convertiría en una base para atacar a nuestras tropas en Oriente Próximo? ¿Pensábamos que reforzaría a uno de los regímenes más peligrosos de esa parte del mundo?

Ahora estamos financiando a Israel, como creo que deberíamos, para que se defienda de los ataques de Irán, mientras que las mismas personas que piden más guerra en todo el mundo son las que nos empujaron a una guerra que ha fortalecido a Irán.

Hay una cierta ironía en todo esto, una cierta tristeza que siento porque parece que nunca aprendemos las lecciones del pasado. Parece que nunca nos preguntamos por qué seguimos estropeando la política exterior estadounidense, por qué seguimos debilitando a nuestro país, aunque digamos que pretendemos hacerlo más fuerte. Aquí hay otra cosa que deberíamos aprender de la guerra de Iraq, algo que está muy cerca de mi corazón como cristiano y que creo que también debería estar cerca del corazón de muchos de mis colegas no cristianos, muchos de mis compatriotas estadounidenses no cristianos.

A día de hoy, Estados Unidos sigue siendo la mayor nación predominantemente cristiana del mundo. Somos la mayor nación cristiana en términos de población de todo el mundo. Y, sin embargo, ¿cuáles son los frutos —»Por sus frutos los conoceréis», nos dice la Biblia—, cuáles son los frutos de la política exterior estadounidense con respecto a las poblaciones cristianas de todo el mundo en las últimas décadas?

En Iraq, antes de nuestra invasión, había 1,5 millones de cristianos. Muchos de ellos eran comunidades antiguas —caldeos, personas cuyo linaje y ascendencia se remontan a personas que conocieron a los apóstoles literales de Jesucristo. Hoy, casi todas estas comunidades cristianas históricas han desaparecido—. Estos son los frutos del trabajo estadounidense en Iraq —un aliado regional de Irán— y la erradicación y diezmación de una de las comunidades cristianas más antiguas del mundo.

¿Es esto lo que nos dijeron que ocurriría? ¿Pensaba el pueblo estadounidense —la nación predominantemente cristiana más grande del mundo— que se metía en esto? Yo, desde luego, no. Y me avergüenzo de no haberlo hecho.

Pero lo hicimos. Lo hicimos porque no pensamos en cómo la guerra y el conflicto conducen a consecuencias imprevistas.

Estoy seguro de que aplicar estas lecciones al conflicto ucraniano puede parecer descabellado. Ciertamente, es poco probable que conduzca a un conflicto regional o incluso mundial más amplio. De hecho, ciertamente no —estoy siendo sarcástico—. Está claro que sí.

Con los aliados europeos proponiendo enviar tropas para luchar contra Vladimir Putin, arrastrando a la OTAN aún más en el conflicto, sí, la guerra en Ucrania amenaza con convertirse en un conflicto regional más amplio. ¿Y el asalto a las comunidades cristianas tradicionales? Hoy mismo, el parlamento ucraniano está considerando promulgar una ley que despojaría a un gran número de iglesias y comunidades cristianas de Ucrania. Dicen que es porque esas iglesias están demasiado cerca de Rusia. Y quizá algunas iglesias estén demasiado cerca de Rusia. Pero no se priva a toda una comunidad religiosa de su libertad de culto porque algunos de sus miembros discrepen sobre el conflicto del día.

La libertad religiosa está consagrada en la Constitución ucraniana, que no puede modificarse durante la ley marcial. En cuanto a la ley sobre comunidades religiosas, se lleva debatiendo su modificación desde mucho antes de la invasión a gran escala de Rusia. Las enmiendas que se debaten actualmente en el Parlamento pretenden regular todas las organizaciones religiosas del país de forma que no amenacen la seguridad nacional ni socaven las creencias religiosas.

Esencialmente, sólo la Iglesia Ortodoxa Ucraniana del Patriarcado de Moscú expresa su preocupación a este respecto, aunque afirma no tener vínculos con Rusia. En cualquier caso, aunque la ley se apruebe en su versión actual, el destino de cada parroquia sólo se determinará en caso de sentencia judicial. En Ucrania, las comunidades religiosas están descentralizadas y cada parroquia es una entidad jurídica, a diferencia, por ejemplo, de la Iglesia ortodoxa rusa, donde todas las parroquias están unidas bajo una única entidad.

Estoy convencido de que esta guerra acabará provocando el desplazamiento de una gran comunidad cristiana en Ucrania. Y esa será nuestra vergüenza: nuestra vergüenza como diputados por no verlo venir; nuestra vergüenza como diputados por no hacer nada para impedirlo; nuestra vergüenza por negarnos a utilizar los cientos de miles de millones de dólares que estamos enviando a Ucrania como palanca para asegurar y garantizar una auténtica libertad religiosa.

Era cierto entonces y es cierto ahora: el debate en este país se ha distorsionado de forma extraña, y la gente no puede mostrar de buena fe su desacuerdo con nuestra política hacia Ucrania. Inmediatamente te acusan de formar parte del equipo equivocado, de estar en el bando equivocado.

Recuerdo, cuando era un joven escolar conservador, cómo los opositores a la guerra de Irak decían: «Tú sólo estás a favor de Sadam Husein, y crees que se debe permitir que Sadam Husein siga brutalizando al pueblo iraquí; no tienes amor por ese pueblo iraquí inocente; no crees en Estados Unidos». Y los mismos argumentos se aplican hoy en día: eres un fan de Vladimir Putin si no te gusta nuestra política sobre Ucrania, o eres un fan de una terrible idea tiránica porque piensas que Estados Unidos quizá debería centrarse más en las fronteras de su propio país que en las de otro.

La ayuda adicional a Ucrania solicitada al Congreso por Biden en octubre de 2023 fue vista durante un tiempo por el partido republicano como una forma de extraer concesiones de la administración demócrata sobre la política migratoria estadounidense y el refuerzo de la frontera con México. Aunque se trata de dos cuestiones completamente separadas, los congresistas republicanos trabajaron durante varios meses para negociar un acuerdo con los demócratas para combinar los dos textos en un solo proyecto de ley con el fin de facilitar su aprobación.

Al final, Donald Trump se opuso a esa «transacción» bipartidista, pues temía que mejorar la situación en la frontera daría a Biden argumentos adicionales para su campaña de reelección. J. D. Vance es uno de los republicanos que se opusieron desde el principio a esta forma de legislación de transacción, que podría haber desbloqueado las dos cuestiones y permitido a ambas partes cantar victoria.

Esa fiebre de guerra, esa incapacidad de analizar lo que ocurre en el mundo para tomar decisiones racionales, es el aspecto más aterrador de todo este debate. Vemos a personas que han servido a su país, que han defendido buenas políticas públicas, estén o no de acuerdo con ellas, a lo largo de sus carreras, ser llamadas agentes de un gobierno extranjero simplemente porque no les gusta lo que estamos haciendo en Ucrania.

Eso no es un debate de buena fe, es una calumnia. Y es el tipo de calumnia que nos llevará a tomar decisiones cada vez peores. Todos deberíamos sentirnos muy incómodos cuando nuestros compatriotas estadounidenses esgrimen un argumento y la respuesta a ese argumento es: «Bueno, no, no, esto es lo que tenemos que hacer». Bueno, no, no, te voy a decir por qué te equivocas o por qué no estoy de acuerdo contigo. Te señalan y te dicen: «Eres una marioneta de Putin: eres una marioneta de Putin, eres un activo de un régimen extranjero». Tomando decisiones democráticas de esta manera estamos llevando a nuestro país a la bancarrota e iniciando una tercera guerra mundial. Deberíamos dejar de hacerlo. Así que permítanme exponer algunos argumentos de por qué nuestra política hacia Ucrania no tiene sentido.

En primer lugar, no tenemos la base industrial para mantener una guerra terrestre en Europa. Debemos ser conscientes de ello. Es interesante observar que cuando expuse el argumento de que no teníamos la base industrial para sostener un conflicto militar en Europa Oriental, para sostener un conflicto militar en Asia Oriental y para sostener nuestra propia defensa nacional, que Estados Unidos estaba demasiado disperso, hace 18 meses recibí una réplica muy frecuente.

Se me dijo que la guerra de Ucrania representaba sólo una fracción del PIB estadounidense, que podíamos hacerlo todo a la vez y que no pondría a prueba las capacidades de Estados Unidos. Hoy, todo el mundo parece estar de acuerdo conmigo. Todo el mundo parece reconocer que estamos gravemente limitados, no en el número de dólares que podemos enviar a Ucrania, porque hay límites, sino en el número de armas, proyectiles de artillería y misiles, que no fabricamos suficientes armas de guerra críticas para enviarlas a todo el mundo y seguir garantizando nuestra propia seguridad.

El principal argumento de Vance contra la ayuda a Ucrania consiste en presentarla como parte de una ecuación insoluble: las necesidades de Kiev de material y municiones son demasiado grandes en relación con las capacidades de producción y las reservas estadounidenses. El memorándum enviado por el senador a los congresistas republicanos el 16 de abril refleja un enfoque pseudorrealista que distorsiona la realidad del esfuerzo estadounidense —pero no sólo— para presentar esta política como susceptible de conducir a un debilitamiento considerable de la defensa estadounidense. Su manifestación hace eco esencialmente de los argumentos expuestos por Vance en la Conferencia de Seguridad de Munich en febrero.

El senador republicano de Mississippi, Roger Wicker, contraatacó a Vance con cifras que reflejan una realidad más creíble de la naturaleza de la ayuda a Ucrania y del esfuerzo desplegado por otros países, en un contramemo enviado a los senadores republicanos el 22 de abril. En él, Wicker, ferviente partidario de la ayuda militar a Ucrania, retoma punto por punto los argumentos de Vance, destacando hechos y cifras deliberadamente ocultados por el senador de Ohio: la ayuda militar europea a Ucrania es casi tan cuantiosa como la proporcionada por Estados Unidos, Ucrania está desarrollando rápidamente su capacidad de producir aviones no tripulados, obuses y morteros, y Estados Unidos no tiene por qué asumir en solitario la carga de la ayuda a Ucrania5.

Pero la gente dirá: J. D. tiene razón, necesitamos reconstruir nuestra base industrial de defensa, necesitamos reconstruir nuestra capacidad de fabricar armas. Pero ahora el deseo y la necesidad de fabricar más armas es un argumento a favor del conflicto ucraniano en lugar de un argumento en contra. Es interesante ver cómo los partidarios del conflicto siempre encuentran una nueva justificación cuando la de hace unos meses se derrumba. Veamos algunos hechos.

Los ucranianos han dicho públicamente —lo ha dicho su ministro de Defensa— que necesitan miles de misiles de defensa antiaérea cada año para protegerse de los ataques rusos. ¿Estamos fabricando miles? No. Si se aprueba este suplemento, como espero que ocurra en unas horas, pasaremos de unos 550 misiles interceptores PAC-3 a unos 650. Hay algunos otros sistemas de armas que podrían proporcionar protección en términos de defensa aérea. Pero las defensas aéreas de Ucrania están actualmente desbordadas porque no fabricamos suficientes.

Y Europa no está fabricando suficientes defensas aéreas.

Es más, se nos reclama en muchas direcciones. Los israelíes las necesitan para repeler los ataques iraníes. Los ucranianos las necesitan para repeler los ataques rusos. Nosotros podríamos, Dios no lo quiera, necesitarlas. Y los taiwaneses los necesitarían si China los invadiera. No fabricamos suficientes armas de defensa antiaérea, y los europeos tampoco. Por eso, en lugar de sobrecargarse, Estados Unidos debería centrarse en la diplomacia y asegurarse de que nuestros amigos y aliados sean capaces de hacer todo lo posible, reconociendo al mismo tiempo los límites y asegurándose de que nosotros —y especialmente nuestra propia gente en nuestro propio país— podamos garantizar nuestra propia defensa.

No se trata sólo de misiles de defensa antiaérea. Los proyectiles de artillería Martin de 155 mm son una de las armas más importantes para la guerra terrestre en Europa, quizá incluso la más importante. Estados Unidos fabrica una fracción de lo que necesitan los ucranianos. Y si combinamos lo que suministra Estados Unidos con lo que los europeos son capaces de suministrar y lo que otros son capaces de suministrar, estamos enormemente limitados en nuestra capacidad de ayudar a Ucrania a salvar la brecha que actualmente la separa de Rusia.

Para finales de 2025, Estados Unidos y los países europeos deberían ser capaces de producir conjuntamente 3 millones de proyectiles de 155 mm al año (1 millón para Estados Unidos, 2 millones para los europeos), o 250 mil al mes. Un estudio del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos estima que Ucrania necesitaría entre 200 mil y 250 mil proyectiles al mes para apoyar una gran ofensiva, y entre 75 mil y 90 mil al mes para poder defenderse, es decir, entre un 20% y un 50% más de los que consume actualmente6. Se calcula que Rusia consume 300 mil proyectiles al mes. Sin embargo, parte de ese consumo procede de sus grandes arsenales acumulados durante la Guerra Fría, así como de terceros países, especialmente Corea del Norte.

Los proyectiles de artillería representan sólo una parte de los equipos, sistemas y municiones que Ucrania necesita para poder repeler a Rusia. Las cifras anteriores muestran que las capacidades occidentales actuales distan mucho de ser suficientes para suministrar a Ucrania una cantidad adecuada de proyectiles y, al mismo tiempo, ayudar a reponer las reservas. A la espera de un aumento de la capacidad, varios países, entre ellos la República Checa, están trabajando para encontrar y financiar proyectiles que se encuentran en almacenes de varios países con el fin de enviarlos a Ucrania. 

Habrán oído a altos cargos de nuestra administración de defensa decir que, si no se aprobara este proyecto de ley, los ucranianos estarían en una situación de desventaja de 10 a 1 en lo que se refiere a municiones esenciales como la artillería: 10 a 1. Algo menos oído es que en la actualidad los ucranianos están en una situación de desventaja de 5 a 1, y no hay ninguna forma creíble de darles algo que se acerque a la paridad. Y ni siquiera estoy hablando de este año, sino del próximo. En una conversación con el máximo responsable de seguridad nacional de la administración de Biden, me dijeron que, si Estados Unidos y los europeos aumentaban radicalmente la producción, los ucranianos tendrían una desventaja de 4 a 1 en artillería para finales de 2025.

Y eso se consideró una buena noticia. No se puede ganar una guerra terrestre en Europa con una desventaja de 4 a 1 en artillería, especialmente cuando el país contra el que luchas tiene cuatro veces tu población. El recurso más importante en una guerra, incluso en una guerra moderna, no son sólo los misiles de defensa aérea y los proyectiles de artillería; el recurso más importante son los seres humanos. Siempre son seres humanos los que luchan en nuestras guerras, por trágico que sea y por deseable que no sea, y Ucrania también tiene un terrible problema de mano de obra.

El New York Times publicó recientemente un artículo sobre el reclutamiento —espero que haya sido accidental— de un discapacitado mental en el marco de este conflicto. Ahora rebajaron la edad de reclutamiento. Y siguen tomando medidas draconianas para reclutar a más personas.

Esto no tiene nada que ver con el hecho de que alrededor de 600 mil hombres en edad militar hayan huido del país. Esta guerra se compara a menudo, como ya dije, con la lucha del Reino Unido contra la Alemania nazi. En plena Segunda Guerra Mundial, ¿abandonaron Gran Bretaña un millón de británicos para evitar ser reclutados por los alemanes? Lo dudo mucho. Así que existe un profundo problema de reserva: una reserva de armas, no hay suficientes; una reserva de mano de obra, no hay suficientes hombres. Este es el problema al que se enfrenta Ucrania.

Unos 3.7 millones de ucranianos de entre 25 y 60 años pueden ser movilizados para servir en el ejército, sin contar a los 1.3 millones de hombres que viven en el extranjero y a los que el gobierno ucraniano quiere animar a regresar. Con la adopción de un nuevo texto el jueves 11 de abril, la Rada Suprema ha endurecido el marco de la movilización y ha dado más margen al gobierno para llevarla a cabo. Más que la falta de hombres disponibles, es la forma en que se está llevando a cabo la movilización lo que está dañando las capacidades de Ucrania. Del millón de personas movilizadas en Ucrania, una encuesta concluyó que sólo 300 mil habían participado en combate.

Sin embargo, Rusia tiene cuatro veces la población de Ucrania. Es más, el número de hombres sanos menores de 30 años es uno de los más bajos de la historia del país: se ha reducido a la mitad desde 1990.

No digo esto para atacar a los ucranianos que lucharon admirablemente: muchos de ellos murieron defendiendo a su país. Pero si queremos respetar el sacrificio de los que murieron en el conflicto, tenemos que enfrentarnos a la realidad. Y la realidad es que cuanto más dure esto, más muertes innecesarias habrá, menos gente habrá para reconstruir Ucrania y menos capaz será Ucrania de funcionar como país en el futuro. Pero no sólo me preocupa eso; no sólo me preocupa saber si Ucrania puede ganar. También me preocupan, como he dicho antes, las consecuencias imprevistas.

Deberíamos dedicar algún tiempo a debatir algunas de ellas. Nuestra obsesiva atención a Ucrania tiene varias consecuencias. En primer lugar, en varios niveles del Congreso hemos aprobado leyes sobre Ucrania que intentan limitar explícitamente los poderes diplomáticos de la próxima administración presidencial. Sé que no solemos hablar de política de una forma tan directa, y estoy seguro de que discrepo con mis amigos de enfrente sobre quién debería ser el próximo presidente, pero queremos facultar al próximo presidente, sea quien sea, para que se dedique realmente a la diplomacia, no dificultar que se dedique a la diplomacia.

Hay muchas disposiciones en esta legislación, pero también en otras leyes que esta Cámara ha aprobado y a las que me he opuesto, que intentan explícitamente atar las manos del próximo presidente. Supongamos que el próximo presidente, sea quien sea, decide detener las masacres y emprender la diplomacia. Esta Cámara podría dar al próximo presidente motivos para la destitución simplemente por participar en la diplomacia. Resulta difícil imaginar un juicio más ridículo sobre las prioridades del liderazgo estadounidense que el hecho de que ya estemos intentando imposibilitar que el próximo presidente emprenda cualquier tipo de diplomacia. Eso no es liderazgo, y no es dureza; es adhesión ciega a un consenso roto en política exterior, que por desgracia es exactamente lo que tenemos.

El proyecto de ley suplementaria para Ucrania, que probablemente se aprobará en las próximas horas, financia la frontera ucraniana mientras se hace de la vista gorda ante la crisis fronteriza estadounidense. El proyecto de ley proporciona cientos de millones que podrían utilizarse para reforzar la seguridad de la frontera ucraniana y apoyar al Servicio Nacional de Guardia de Fronteras de Ucrania. Bien por ellos. Me alegro de que se preocupen por la seguridad de sus propias fronteras. El suplemento amplía las prestaciones a los ucranianos en libertad condicional en Estados Unidos. Incluye 481 millones de dólares para refugiados y asistencia temporal, que podrían utilizarse, en parte, para que la Oficina de Reasentamiento de Refugiados preste asistencia de reasentamiento a los ucranianos que llegan a Estados Unidos, así como a otras organizaciones que, dado que el dinero es fungible, podrían reasentar a otros inmigrantes de otros países en nuestro país.

Así que en el mismo momento en que estamos ayudando a los ucranianos a asegurar su frontera, no sólo estamos ignorando nuestra propia frontera, sino que estamos financiando ONG que agravarán la crisis migratoria de Joe Biden. No tiene ningún sentido. Y, sin embargo, eso es lo que estamos haciendo. 

Hablemos de otra cosa. Este proyecto de ley contiene una disposición muy popular, la Ley REPO. En pocas palabras, la Ley REPO hace algo muy simple: permite al Departamento del Tesoro confiscar activos rusos para ayudar a pagar la guerra. Eso suena muy bien. Por supuesto que Rusia no debería haber invadido Ucrania, y por supuesto que debería pagar las consecuencias.

Pero pregúntese qué repercusiones inesperadas podría tener la confiscación de decenas de miles de millones de dólares de activos extranjeros. Varios economistas de todo el espectro político han argumentado que la Ley REPO podría dificultar la venta de bonos del Tesoro estadounidense. Esto es algo que a muchos estadounidenses no les preocupa realmente. Pero estoy seguro de que sus ojos podrían abrirse un poco: este país tiene déficits de casi 2 billones de dólares cada año.

Y se preguntarán: ¿de dónde salen esos 2 billones de dólares? De vender bonos del Tesoro en el mercado. Así es como financiamos el gasto deficitario de nuestro país. ¿Y qué ocurre cuando la gente empieza a preocuparse de que los bonos del Tesoro estadounidense no sean una buena inversión? Ya vimos las consecuencias en los dos últimos años: suben las tasas de interés, aumenta la inflación, se encarecen las hipotecas inmobiliarias.

Los activos rusos congelados en Estados Unidos ascienden a sólo 5 mil millones de dólares, menos del 2% del total congelado en los países del G7, la Unión Europea, Suiza y Australia. Más allá del precedente legal, la cuestión de utilizar estos activos para apoyar y reconstruir Ucrania —como ocurre en Estados Unidos, donde la Ley REPO permite transferir esos activos a un fondo especial— ha sido objeto de debate entre los partidarios de Ucrania desde las semanas siguientes al lanzamiento de la invasión rusa.

Vance no es el único político republicano que se opone a la Ley REPO, pues teme las consecuencias negativas que la incautación de activos podría tener en los mercados de bonos estadounidenses. De hecho, el think tank republicano cercano a Donald Trump, la Heritage Foundation, también se opone a la Ley REPO, pues teme que «socave el sistema financiero mundial denominado en dólares y exponga una economía ya frágil a consecuencias imprevistas y riesgos para los que Estados Unidos no está preparado»7.

Aunque varios economistas han reconocido que esta legislación podría tener consecuencias negativas para la economía estadounidense, otros expertos creen que una acción conjunta con los demás países del G7 tendría el efecto de repartir el riesgo, reduciendo así la exposición de una sola economía8.

¿Nos preocupa al menos un poco que los mercados de bonos puedan reaccionar negativamente si embargamos decenas o cientos de miles de millones de dólares en activos? Debería preocuparnos, porque ya no podemos permitirnos un gasto deficitario en este país. Las tasas de rendimientos del Tesoro ya son extraordinariamente altas. Gracias a los programas de gasto de Joe Biden, incluso han demostrado mucha obstinación en los últimos meses. 

He aquí otra consecuencia imprevista. 

Alemania es un importante aliado de Estados Unidos y tiene la cuarta o quinta economía del mundo. Es un país muy importante, un aliado muy importante. Es más, es un país magnífico con gente magnífica. Pero Alemania, bajo la influencia de una serie de políticas denominadas de energía verde, se está desindustrializando rápidamente. Alemania, por cierto, fue uno de los pocos países que, tras la Segunda Guerra Mundial, sobre todo en las décadas de 1970, 1980 y 1990, conservó prácticamente intacto su poder industrial.

Pensemos en los coches alemanes y en todos los demás productos manufacturados que proceden de Alemania. Hoy es mucho menos potente en términos de fabricación de lo que era hace diez años. ¿Por qué? Porque se necesita energía barata para fabricar productos. Se necesita energía barata para fabricar acero. Necesitas energía barata para fabricar coches. Y esa es una de las razones por las que la economía manufacturera ha ido tan mal bajo la administración de Biden: porque sus políticas energéticas no tienen sentido. Pero hay que decirle a Alemania que Estados Unidos no subvencionará sus ridículas políticas energéticas y sus políticas que debilitan la industria manufacturera alemana. Debemos hacer entender a los alemanes que tienen que fabricar sus propias armas, que tienen que construir su propio ejército y que tienen la prioridad y la responsabilidad de defender Europa contra Vladimir Putin o cualquier otro.

Les pregunto: ¿cuántas brigadas mecanizadas podría desplegar hoy el ejército alemán? Según algunas estimaciones, la respuesta es cero; según otras, la respuesta es una. Por lo tanto, la cuarta economía mundial es incapaz de desplegar suficientes brigadas mecanizadas para defenderse de Vladimir Putin. No estamos hablando de hace 5 o 10 años, sino de ayer. Así que durante tres años los europeos nos han estado diciendo que Vladimir Putin es una amenaza existencial para Europa, y durante tres años no han reaccionado como si eso fuera cierto. Donald Trump ya había dicho a las naciones europeas que tenían que gastar más en su propia defensa. Fue reprendido por miembros de esta Cámara por tener la osadía de sugerir que Alemania debería implicarse y pagar su propia defensa.

El gasto militar estadounidense (3.36% en 2023) es un 77% superior al de otros países de la OTAN en porcentaje del PIB (1.9%). El SIPRI calcula que, el año pasado, sólo 10 de los 27 países europeos de la Alianza Atlántica habían alcanzado el objetivo del 2% de gasto militar. Aunque el Secretario General de la OTAN espera que un total de 18 países cumplan el objetivo este año (seis veces más que hace diez años, cuando Rusia invadió Crimea), los europeos siguen gastando menos en defensa que los estadounidenses, con la excepción de Polonia, que el año pasado destinó el 3.83% de su PIB a defensa, más que Estados Unidos.

Pero al contrario de lo que dice Vance, los europeos han aumentado significativamente su gasto en defensa desde el lanzamiento de la invasión rusa en febrero de 2022. Alemania ha aumentado su gasto un 9% entre 2022 y 2023, Francia un 6.5%, España un 9.8% y Polonia un 75%. Sin embargo, existe una gran diferencia entre Europa Occidental y Oriental: +10% y +31% respectivamente. Estados Unidos ha visto aumentar sus gastos de defensa en un 2.3% durante el periodo estudiado. No obstante, representa el 37% del gasto mundial, un 54% más que el continente europeo (24% en 2023).

Incluso hoy, según algunas estimaciones, Alemania no ha alcanzado el umbral del 2% del PIB que se supone debe dedicar al gasto militar. E incluso si alcanzara este umbral del 2% en 2024, apenas lo habría hecho tras, literalmente, décadas de amonestaciones. ¿Es justo que los estadounidenses se vean obligados a soportar esta carga? Yo creo que no. Pero me preocupa menos la equidad que la señal que esto envía a Europa. Si seguimos asumiendo una parte sustancial de la carga militar, si seguimos dando a los europeos todo lo que quieren, nunca llegarán a ser autosuficientes ni a producir suficientes armas para poder defender su propio país.

Los partidarios de una financiación sin fin para Ucrania siguen diciendo que, si no enviamos recursos a Ucrania, Vladimir Putin irá hasta Berlín o París. En primer lugar, eso no tiene sentido. Vladimir Putin no puede llegar al oeste de Ucrania; ¿cómo va a llegar hasta París? En segundo lugar, si Vladimir Putin es una amenaza para Alemania y Francia, si es una amenaza para Berlín y París, entonces ambos países deberían gastar más dinero en equipamiento militar.

Algunos de mis compatriotas estadounidenses han tenido la suerte de viajar a Europa. Es un lugar precioso. Pero una de las cosas que los europeos suelen decir de los estadounidenses es que tenemos demasiadas armas y muy poca atención sanitaria. Una de las razones por las que tenemos menos acceso a la salud que los europeos es que subvencionamos su ejército y su defensa. Si los europeos se vieran obligados a velar por su propia seguridad, podríamos abordar otros problemas internos. Pero no podemos. Porque demasiados miembros de esta Cámara han decidido que debemos vigilar el mundo entero. Al diablo con el contribuyente estadounidense.

Durante 40 años, este país ha cometido en gran medida un error bipartidista. Ha permitido la deslocalización y la externalización de nuestra producción, al tiempo que aumentaba los compromisos que tenemos en todo el mundo. En esencia, hemos externalizado nuestra capacidad de fabricar armas críticas al tiempo que aumentábamos nuestras responsabilidades policiales en todo el mundo. Y, por supuesto, si vamos a vigilar el mundo, son las tropas estadounidenses las que necesitan esas armas. Por un lado, hemos debilitado a nuestro propio país; por otro, nos hemos expandido demasiado.

Hay una cierta ironía en el hecho de que, si nos fijamos en los votos y los compromisos de esta Cámara, las personas que han sido más agresivas —mis colegas, algunos de mis amigos— a la hora de enviar nuestros buenos puestos de trabajo industriales a China son ahora los que son más agresivos a la hora de decir que podemos vigilar el mundo. ¿Con qué se supone que vamos a vigilar el mundo?

Nuestra fabricación de artillería, de armas, de defensa aérea, nuestro complejo industrial militar básico se ha debilitado increíblemente. Y oirán a la gente decir que este proyecto de ley lo arregla. No lo arregla en absoluto. Este proyecto de ley, aunque invierte un poco —y eso es bueno, por cierto, no es tan malo— en la fabricación crítica de armas estadounidenses, está enviando esas armas al extranjero más rápido de lo que nos reabastece.

Notas al pie
  1. J.D. Vance, Hillbilly Elegy. A Memoir of a Family and Culture in Crisis, William Collins, 2016, p. 156.
  2. Isaac Arnsdorf, Josh Dawsey y Michael Birnbaum, « Inside Donald Trump’s secret, long-shot plan to end the war in Ukraine », The Washington Post, 7 de abril de 2024.
  3. Samuel Charap y Sergey Radchenko, « The Talks That Could Have Ended the War in Ukraine », Foreign Affairs, 16 de abril de 2024.
  4. Publicación de Thomas Massie en X (Twitter), 23 de abril de 2024.
  5. Memo de Roger Wicker, X (Twitter), 23 de abril de 2024.
  6. Franz-Stefan Gady y Michael Kofman, Making Attrition Work: A Viable Theory of Victory for Ukraine, IISS, 9 de febrero de 2024.
  7. The REPO for Ukrainians Act Is Unnecessary, Costly, and Risky, The Heritage Foundation, 15 de abril de 2024.
  8. Erik Wasson y Enda Curran, «Russia Asset Seizure Law Spurs Yellen Praise, Dollar Angst», Bloomberg, 24 de abril de 2024.
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